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Pensar y discutir sobre el sistema constitucional argentino impone al operador jurídico distinguir los
aspectos que integran tal concepto. El texto constitucional escrito es una de las variables que lo
integran pero es insuficiente su exclusivo análisis para entender la discordancia entre aquello que
dispone la norma fundamental y lo que muestra la práctica institucional. Por tal razón, es necesario
transitar el texto escrito de la Constitución vigente para ponderar si efectivamente las dificultades
del sistema tienen que ver con la letra, los valores y los principios de la norma de base o, en su
caso, la insatisfacción institucional proviene de las conductas infraconstitucionales. Dicho de otra
manera, si el problema radica en el modo de accionar de la sociedad en general, y de los
responsables de la conducción a través del tiempo en particular, por lo cual el texto escrito no
puede ser eficaz y eficiente.
La Constitución Nacional constituye una trama de derechos, obligaciones, límites y controles a los
efectos de cumplir con los fines que propone pero tiene la peculiaridad de conformar una estructura
flexible que sólo alcanzará encarnadura mediante el accionar de los órganos estatales.
Precisamente en dicha estructura flexible encuentra sustento su pretensión de futuro. Es permeable
a los cambios de la sociedad a la que va dirigida, es generosa en cuanto a los objetivos propuestos
y a su adaptación a los tiempos. Establece directrices impregnadas por algunas consignas básicas,
tales como los principios de igualdad, libertad, justicia, solidaridad, división de poderes,
responsabilidad y publicidad por los actos de gobierno, modo de acceso, permanencia y alternancia
en los cargos públicos de acuerdo a la distinta naturaleza de cada uno de ellos. En fin, una
estructura jurídica normativa que se centra en la protección de los destinatarios de un estado
constitucional de derecho –razón por la cual ha organizado el poder partiendo de fuertes límites y
controles–, pero tal fin necesita de un desarrollo infraconstitucional que ya no depende de la letra
del texto fundamental sino de la voluntad política de optimizar tales propuestas. Si la toma de
decisión, provenga del poder que provenga, no se hace cargo del mandato constitucional, el
problema no es del texto sino de las conductas, de la cultura político institucional. Tal realidad es
conflictiva porque el fracaso de los resultados no se -imputa a la acción, o a la omisión concreta de
los responsables, sino que se encubre mediante un discurso que pretende atribuir la frustración del
sistema o, en su caso la distorsión, al texto normativo. Tal concepción conduce a poner en tela de
juicio la idoneidad de la Constitución vigente para satisfacer las necesidades de la sociedad a la
que pretende amparar.
Ésta es la Constitución vigente. Una lectura honesta y de buena fe de todas y cada una de sus
cláusulas no habilita ninguna otra conclusión que sostener que para la sociedad argentina
constituye un instrumento jurídico adecuado para el desarrollo social, ético, solidario, inclusivo,
transparente y riguroso.
Pero lo cierto es que la vigencia y eficacia de la norma fundamental se mide por el nivel de
satisfacción de las necesidades de los habitantes en el sistema, la que se traduce en la calidad de
vida de todos y cada uno de los que lo integran.
La cuestión a debatir, entonces, es otra. Y por tal razón he elegido para el título de esta reflexión el
modo en que Alberdi decidió denominar al texto constitucional.
El problema central es el conflicto entre lo que pretende el texto legal y lo que muestra la realidad
fáctica institucional. Una de las variables que integran tal conflicto es el criterio de ponderación, la
capacidad, la voluntad política y la aceptación de las reglas de juego de los distintos operadores
jurídicos para saber desentrañar los medios que el sistema de navegación habilita. No todos los
medios son idóneos, necesarios y proporcionales aunque se pretenda convencer de lo contrario,
entronizando, con intención o sin ella, que los fines justifican cualquier medio. El sistema
democrático republicano repele tal afirmación.
El problema no es el texto de la norma fundamental sino el accionar político de todos aquellos que,
por una u otra razón, son convocados a conducir la tarea de gobernar.
La ausencia de políticas públicas para prevenir, perseguir y sancionar los delitos de acuerdo con la
naturaleza de los mismos y, al mismo tiempo, lograr la reinserción social de los condenados,
mediante infraestructuras y medidas acordes con dicho fines, resguardando a la vez los derechos
de las víctimas de tales delitos, tampoco es imputable a la letra de la norma fundamental, sino que
es consecuencia de treinta años de inacción por parte de los poderes del Estado.
En fin, la ausencia de políticas públicas para atacar y revertir las deficiencias estructurales en
materia de salud, niñez, pobreza, educación inicial, primaria y media, acceso a la vivienda,
transporte público, entre muchas otras, entra en franca colisión con la obligación del Estado de
implementar acciones positivas para el goce efectivo de los derechos fundamentales optimizando el
principio de igualdad de oportunidades que ordena el art. 75, inc. 23 y concs. de la Constitución
Nacional. El mandato existe y se encuentra regido por el principio de progresividad, cuyo desarrollo
y eficiencia no se adecua con decisiones coyunturales que, si bien pueden dar una respuesta
transitoria paliativa, no integran programas articulados en el tiempo para lograr cambios profundos,
reales y dignos en la convivencia de los argentinos.
Finalmente, y volviendo a Alberdi, es oportuno recordar que “la mejor política, la más fácil, la más
eficaz para conservar la Constitución, es la política de la honradez y de la buena fe; la política clara
y simple de los hombres de bien (...) La sinceridad de los actos no es todo lo que se puede
apetecer en política; se requiere además la justicia; en que reside la verdadera probidad. Cuando la
Constitución es obscura o indecisa, se debe pedir su comentario a la libertad y el progreso, las dos
deidades en que ha de tener inspiración. Es imposible errar cuando se va por un camino tan lleno
de luz (...) El grande arte del gobierno, como decía Platón, es el arte de hacer amar de los pueblos
la Constitución y las leyes. Para que los pueblos la amen, es menester que la vean rodeada de
prestigio y de esplendor (...) Remediemos sus defectos, no por la abrogación, sino por la
interpretación (...) La interpretación, el comentario, la jurisprudencia, es el gran medio de remediar
los defectos de las leyes (...) De palabras se compone la ley, y de las palabras se ha dicho que no
hay ninguna mala, sino mal tomada...”(4).