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PRINCIPIOS PROCESALES

Por José César Villarroel Bustíos.

I. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA


La Constitución Política del Estado en su Art. 8. II, menciona valores a ser
observados no solo en el ámbito jurídico, sino en toda actividad, lo que denota
un tratamiento especial, como ideales a alcanzar por la sociedad boliviana,
que se expresan en grandes principios que regulan la conducta individual y
colectiva. Estos valores en su esencia se sustentan en la dignidad humana,
libertad, igualdad, justicia y equidad 1

La corriente actual dentro de la legislación boliviana y en otras legislaciones,


es la de iniciar los textos legales con la nominación y noción de principios
esenciales; así se observa en las denominadas leyes orgánicas (Ley Nº 18
de 16 de Julio de 2010, del Órgano Electoral Plurinacional; Ley Nº 025 de 24
de Junio de 2010, del Régimen Electoral; Ley Nº 027 de 06 de Junio de 2010
del Tribunal Constitucional Plurinacional y Ley Nº 031 de 19 de Julio de 2010,
(Ley Marco de Autonomías y Descentralización).

En la esfera dogmática del Código Procesal Civil (Art. 1) se hallan los


principios procesales como construcciones jurídicas o líneas directrices,
cuyo objetivo fundamental es brindar al interprete: juez, abogado, estudiante,
docente e inclusive al ciudadano común, formulas abstractas obtenidas de un
cuidadoso análisis de la realidad social y jurídica imperante en nuestro país y
luego de un análisis técnico-sistémico persigue regular el proceso civil
(aplicables también a otros procesos), con el objeto de integrar los vacíos que
existan en la ley, armonizando el orden normativo procesal, en base a un
proceso mental de inducción o deducción y también dialécticamente en la
contraposición de los mismos a fin de hallar soluciones que resuelvan los
distintos conflictos. Este proceso mental permite la explicación adecuada del
fenómeno jurídico que se presenta como problema a resolver, generando una
mejor sistematización del complejo normativo, constituyéndose en fuente
generadora de nuevas normas, al alcanzar nuevas soluciones.

Todo proceso es un conjunto de actos ejecutados por las partes y el Juez


(u otros sujetos procesales) que se presenta como una lucha dialéctica de
intereses opuestos, sometidos a un método establecido por la ley procesal,
cuyos pilares esenciales son los principios procesales que como directrices
guían el proceso, para que el juez resuelva de manera justa y en base a la
verdad el conflicto de intereses opuestos.

II. NOCION
“Los principios procesales son las directivas u orientaciones generales
en que se inspira cada ordenamiento procesal”2

Por su sencillez, es fácilmente perceptible la idea central en la que se asienta


un principio procesal como paradigma creado por la ciencia procesal que
interpretando una realidad política, social, económica, cultural determinada,
sirve como línea fundamental para el desarrollo del proceso. Por ello, el autor

1
Aspectos axiológicos nominados en la C.P.E. Arts. 8.II; 15; 21.3; 22; 23;115.I y180.
2
Bacre Aldo. Teoria General del Proceso. Tomo 1, Editorial Abeledo –Perrot. Buenos Aires. Pg. 408.
Jorge W. Peirano en su obra el Proceso Civil describe a los principios
procesales como “construcciones normativas jurídicas de índole
subsidiaria, producto de la más cuidadosa decantación técnico-
sistemática de las normas que regulan un proceso dado; no excluyentes
en general, de sus antítesis lógicas o de las consecuencias de estas; que
contribuyen a integran los vacíos que presente la regulación normativa
donde ven la luz; pero cuya primera misión es la de servir de faro para
que el intérprete, sea juez, legislador o tratadista, no equivoque el
camino ni olvide que toda solución procedimental propuesta debe
armonizar con ellas, so pena de introducir la incoherencia ahí donde
resulta más nefasta; es decir, en el ámbito del proceso.”3

III. NATURALEZA JURÍDICA


Modernamente se considera que la esencia de todo principio procesal es su
imperatividad en el sentido de que se trata de normas abstractamente
concebidas de carácter obligatorio y de inexcusable aplicación por jueces,
abogados, tratadistas. Estos en su labor diaria están obligados a elegirlos
adecuadamente, luego a interpretarlos y finalmente aplicarlos al caso
concreto.

La fuerza obligatoria de los principios en general y los procesales en particular,


constituye una ley, que en criterio de Emmanuel Kant se transforma en un
deber de obedecer el mandato categórico, que se resume en la siguiente
expresión: “obra de tal manera que la máxima de tus actos pueda valer como
principio de legislación universal”,

La consecuencia de esta naturaleza imperativa, que tienen los principio


jurídicos determinan, que su violación por acción u omisión de quienes están
obligados a observarla, apareje una sanción, que es la nulidad del acto
violatorio porque atenta contra una de las bases esenciales en los que se
sustenta el proceso. No podría ser de otra manera porque los principios
procesales responden a las necesidades que en un momento determinado
tiene una sociedad dada y son fruto de un exhaustivo y cuidadoso examen de
su estructura y fines.

IV. CARACTERES
La imperatividad antes explicada, permite determinar sus caracteres:
1. La bilateralidad o polaridad
Frente a un principio existe su antítesis; así, al dispositivo se opone el
inquisitivo; al de oralidad el de escritura; al de inmediación el de mediación; al
de concentración el de desconcentración; al de igualdad el de desigualdad.
2. El dinamismo
En su elección, interpretación y aplicación a la realidad fáctica, son
productoras de nuevos principios o normas (surgieron en los últimos tiempos
los principios de elasticidad, unidad de vista, adquisición, colaboración,
interculturalidad, saneamiento).
3. La Practicidad
Al ser el producto de un cuidadoso análisis técnico-sistémico; no quedan como
simples enunciados, sino que su aplicación en la realidad práctica es continua
al velar por la vigencia de los valores consagrados en la constitución y en las
leyes.

3
Peirano Jorge W: El proceso Civil Editorial Astrea. Pg. 49.
4. La complementariedad
En razón de que los principios procesales se relacionan entre sí, con el
propósito de obtener consecuencias beneficiosas de alguno de ellos (por
ejemplo la oralidad se relaciona con la concentración, publicidad, inmediación
que permiten el desarrollo más ágil del proceso).

V. IMPORTANCIA DE SU ESTUDIO Y APLICACIÓN


Se puede fácilmente observar la importancia que tienen los principios
procesales al constituirse en instrumentos de interpretación de enorme
valor, porque obligan al juez a dar una respuesta definitiva a un caso
concreto, al estarle prohibido no fallar so pretexto de falta, oscuridad o
insuficiencia de la ley.

Por otra parte, existiendo contradicción entre una norma adjetiva y un


principio procesal, tiene preeminencia a este último, en razón de que la norma
adjetiva no puede apartarse o contradecir el principio.

Posibilitan el estudio comparativo del régimen procesal actual con otros


regímenes o sistemas procesales y con sus antecedentes históricos, que
permiten el análisis de las virtudes y defectos de la ley procesal vigente y en
último caso plantearse la reforma.

Se constituye en el fundamento para que el legislador pueda estructurar los


distintos institutos procesales, en un proceso de selección que permita la
redacción de normas jurídicas procesales en la medida que se adecuen a la
Constitución Política del Estado, debido a la supremacía que ésta ejerce.

VI. LOS PRINCIPIOS PROCESALES EN EL NUEVO CÓDIGO.


Bajo el Titulo Disposiciones Fundamentales la ley No.439 enuncia los
principios procesales, pero no son los únicos que ordenan y reglamentan el
desarrollo del proceso civil, porque en el cuerpo normativo encontramos a
otros “lineamientos fundamentales” dispersos a lo largo del texto y, esta vez
con la especificidad apropiada, y no excluye la posibilidad de encontrarlos a
algunos en su carácter de subyacentes.

No se enuncia todos los principios que pudieran presentarse en el proceso


civil sino los más trascendentales, porque los principios procesales cada vez
son objeto de novedosas correcciones y cambios que hace aflorar nuevos
principios acorde a las necesidades de una justicia más ágil, practica y sencilla
sin menoscabo de la verdad material.

Las explicaciones expuestas, justifican plenamente porque los códigos y leyes


en la actualidad se inician con una enumeración de los principios básicos que
orientan el ordenamiento legal y sobretodo el procesal, siendo varios de ellos
comunes a la legislación procesal moderna, donde la primacía de unos
respecto de otros, responde a las circunstancias históricas, políticas y sociales
vigentes en un país, porque a decir de Ramiro J. Podetti4 “los principios
procesales deben aplicarse con criterio despierto y actual estructurando
las instituciones procesales que de ellos resulte e interpretándolos en

4
Ramiro J. Podetti: Teoría y Técnica del proceso civil. Ediar. Pag. 67 criterio que es compartido por
Lino Enrique Palacio: Manual de Derecho Procesal Civil. Lexis Nexis, AbeledoPerrot;,pag. 63 Ramiro J.
Podettii: Teoría y Técnica del proceso civil. Ediar. Pag. 67
sentido armónico con las necesidades de la justicia en relación al tiempo
y al pueblo donde han de aplicarse”.

Existe una armonización con los principios expresados en la Constitución


Política del Estado (Art. 180) y los de la Ley del Órgano Judicial (Arts. 3 y 30)
que ha permitido incorporar novedosos principios como el de interculturalidad,
que no son meras entelequias, sino que esperan materializarse en el
desarrollo del proceso; y, por otra parte la inobservancia de estos principios en
determinadas circunstancias constituye causa de nulidad procesal, como
ocurre con el principio de igualdad procesal que permite asegurar el ejercicio
de los derechos y garantías procesales en favor de las partes, sin
preferencias.

En atención a la trascendencia que tienen los principios sobre el proceso, se


ha tomado el criterio de que ninguno se impone al otro de manera absoluta,
más bien, los principios interactúan entre sí, buscando una subsunción de la
realidad a la labor de justicia de la autoridad judicial. El Estado cumple con su
función de otorgar una tutela oportuna y eficaz conforme al artículo 115.I de la
C.P.E. 5 para que finalmente, los sujetos intervinientes en el proceso, las
observen y cumplan sus deberes procesales, por ser útiles en el ejercicio de
sus derechos e interés legítimos.

VII. ANÁLISIS CRÍTICO DE LOS DISTINTOS PRINCIPIOS.


1. ORALIDAD
“La oralidad es la forma de desarrollar el proceso, sin perjuicio de la
estructura en los actos establecidos por la ley.”
El principio de oralidad se contrapone al de escritura. Chiovenda ha expuesto
con carácter científico el principio de oralidad y el de los principios conexos
(concentración, inmediación). Sus ideas han tenido una rápida difusión en
todos los países latinos. Las dos formas tradicionales de la expresión del
proceso son las palabras hablada y escrita. Ningún proceso puede ser
absolutamente oral ni exclusivamente escrito, ya que casi siempre se
combinan ambas formas. La denominación de oral o escrito depende del
predominio dentro del proceso, de una u otra forma. Bien podríamos
denominar “procesos mixtos” con predominio de la oralidad (lo que algunos
autores han denominado “proceso por audiencia”) o de la escritura, dentro de
los cuales no exista preponderancia ni exclusión de la incidencia del principio
contrario. Se observara el carácter de la bifrontalidad que tienen los
principios procesales.

La oralidad o la escritura en el proceso civil diseñado en el Código, depende


de la naturaleza de los actos que se realicen. Así los actos de proposición:
demanda, contestación, reconvención, excepciones, tercerías, recursos que
requieren seguridad y certeza de derecho, dado que la palabra hablada
generaría incertidumbre, necesariamente deben ser planteadas por escrito.

De este modo, las declaraciones quedan fijadas de modo permanente y en


cualquier momento pueden ser reconstruidas y examinadas. Mientras que la
producción de la prueba, formulación de las conclusiones y la sentencia,
deben y tienen que ser orales, por aplicación de los principios

5
Eficaz. Es lo que tiene eficacia es “la calidad de lograr el efecto que se desea o espera” Real
Academia Española Diccionario de la lengua Española, 22a edición, España-Madrid.2001
complementarios de inmediación y concentración; aun cuando finalmente se
labre el acta en un medio escrito. Es más, existen pretensiones de naturaleza
procesal y substancial, que no requieren audiencia, sino que su desarrollo
será eminentemente escrita, por ejemplo: el conflicto de competencia
(declinatoria e inhibitoria), la aprobación y homologación de transacción,
desistimiento, declaración de extinción de instancia, beneficio de gratuidad,
medidas cautelares, algunos incidentes cuando sean de puro derecho,
acumulación, rendición de cuentas; los procesos voluntarios como la sucesión
del Estado, declaración de fallecimiento presunto, y lo relativo a la
Cooperación Judicial Internacional y; a la inversa determinadas cuestiones
deberán ser resueltas en audiencia de manera oral, así tenemos los:
incidentes, que se planteen durante el desarrollo de una audiencia, la
conciliación, medidas preliminares y la recusación observada. Lo que
demuestra una dinámica y complementariedad entre la escritura y la oralidad
y; dependerán del fin que se persiga con el acto, para determinar si se lo hace
bajo la forma escrita u oral, en base a un ligamen funcional entre forma y fin
del acto.

Es erróneo calificar al proceso civil diseñado en el Código como proceso oral,


siendo mejor denominarlo proceso por audiencia en razón de que una parte
fundamental del proceso se resuelve de manera dialogada y pública, con
presencia del juez y de las partes.

Se han hecho una serie de comentarios en la doctrina procesal acerca del


predominio de la escritura o de la oralidad, que nosotros las desarrollaremos
muy brevemente, solo con la finalidad de ilustrar al lector:

Se expresa que la forma escrita tiene como ventajas, las de favorecer la


mayor seguridad en el acto procesal, porque las declaraciones de los sujetos
del proceso, quedan fijadas en un soporte material y en consecuencia brindan
certeza de derecho. Por otra parte, ayuda a interpretar el contenido de la
declaración de voluntad y no requiere de gran cantidad de jueces ni mucha
infraestructura, acomodándose mejor a la idiosincrasia de pueblos rezagados
económicamente y dicho sea de paso, tampoco requiere de profesionales
altamente calificados para el ejercicio de la profesión o de la magistratura.

Los inconvenientes de este sistema se expresan en el sentido de que el


desarrollo del proceso requiere de inversión de tiempo y dinero para el Estado
y para el litigante; es proclive a la retardación de justicia al tornarse la
tramitación de la causa en extremadamente pesada y lenta dado los continuos
decretos de “traslado” o “en conocimiento” o los incidentes o cuestiones que
se van presentando en el desarrollo del proceso. En nuestra realidad con
algún grado de continuidad, un memorial es decretado por semana, por ello no
es de extrañarse que un proceso dure dos, tres, cinco o más años. A ello hay
que agregar la lectura de los escritos o memoriales, haciéndose incomoda su
comprensión, cuando están mal o defectuosamente redactados, con
expresiones confusas y faltos de sindéresis entre lo planteado y lo pedido. El
juez tiene que estar realizando esfuerzos interpretativos, para saber lo
realmente planteado, que obliga disponer aclaraciones, que al final tampoco
satisfacen, porque los posteriores memoriales mantienen la misma tónica. Por
otra parte se presta en los Tribunales colegiados a que uno solo de sus
miembros este compenetrado del fondo del problema, en tanto que los demás
se confían por entero en él. No faltan quienes sostienen que este sistema
fomenta la mediocridad de abogados y jueces.

En cambio se señalan como cualidades de la oralidad que acelera y


simplifica el procedimiento, insumiendo menos tiempo y dinero, con lo cual se
contribuye a reducir los gastos en administración de justicia y hacer más
palpable el principio de gratuidad y consecuentemente el acceso a la justicia
por parte de muchos estamentos sociales que carecen de recursos.

Al estar frente al adversario y al juez, inhibe a las partes a mentir, evitando de


paso el enredo mal intencionado, al cual son muy propensos algunos
abogados. Los posibles conflictos que pueden presentarse son susceptibles
de ser superados con relativa facilidad.

El juez que dirige la causa está en condiciones de poder rechazar todo lo que
no conduzca a la averiguación de la verdad constituyéndose en un sistema
que permite un examen a fondo de los puntos de verdadera importancia.

El Juez puede advertir rápidamente a quien le asiste la razón y cuál de ellas


solamente busca entorpecer, dilatar, o “torpedear” el proceso.

Como debilidades se advierte que es sistema propenso a decisiones


superficiales y precipitadas, porque entre la demanda y el momento en que se
dicta la sentencia no media un largo periodo que no pudiera ser suficiente para
la búsqueda de la verdad material.

Se afirma casi unánimemente, que requiere de una adecuada infraestructura y


el aumento considerable de jueces y funcionarios auxiliares.

Finalmente requiere profesionales del derecho con experiencia y alta


formación académica, que permita medir de manera objetiva sus
competencias en la dirección del proceso por audiencia y el uso de las
tecnologías de información y la comunicación.

El Código Procesal Civil, reconociendo estas ventajas y desventajas de la


escritura y la oralidad, recoge de cada una de ellas, aquello que resulta más
provechoso para el desenvolvimiento del proceso, contribuyendo a eliminar la
lentitud de los tramites y consecuentemente la ineficiencia del procedimiento,
planteando un proceso práctico y sencillo, esencialmente concentrado, donde
el paradigma sea el tiempo es útil, tratando en la medida de lo posible de
evitar los famosos tiempos muertos del sistema escrito porque considera que
la pérdida de tiempo le hace daño a la administración de justicia y sobre todo
al ciudadano, que acude a los tribunales para dirimir sus conflictos, evitándose
de paso, la realización de actos intrascendentes, superfluos o dilatorios que
solamente enreda el desarrollo de la causa.

2. LEGALIDAD.
“La autoridad judicial, en los procesos deberá actuar con arreglo a lo
dispuesto en la ley.”

Una garantía suprema de una sana administración de justicia, constituye el


sometimiento irrestricto por parte de la autoridad judicial y de los que
intervienen en el proceso, al espíritu de la ley.
El Estado es el productor de la norma de derecho según la cual toda persona
está obligada a observarla; en consecuencia la colectividad tiene marcado
interés, que en el desenvolvimiento del proceso, se cumpla con el imperativo
de la ley a fin de dar una tutela material, donde triunfe la parte a la que le
asiste la razón y el derecho; en contra de la persona que se dedica a hacer
triquiñuelas o por tener recursos económicos, pueda torcer la justicia,
manipulando la ley según sus intereses. La premisa esencial es que el juez al
dirimir un conflicto de intereses opuestos o cuando otorga validez o legitimidad
a un acto o negocio jurídico, haga una aplicación objetiva de la ley y, sobre
todo, cuando interprete la norma, busque la efectividad de los derechos
reconocidos por la Constitución y las leyes.

El art. 9 de la Constitución Política del Estado, determina como fin esencial del
Estado Boliviano, la de constituir una sociedad con justicia social y es un
imperativo del juzgador garantizar el respeto del contenido de la norma, para
alcanzar dicho fin. En toda norma jurídica están implícitas dos proposiciones:
una, que imagina un hecho hipotético y otra que es el hecho real práctico, de
tal manera que el hecho concreto coincida exactamente con la hipótesis legal.
La exactitud es la esencia del régimen legal.

En nuestra legislación, el principio de legalidad ofrece una triple garantía:


unidad del Estado, certeza del derecho y libertad del individuo dentro de
los límites de la ley.

La legalidad debe ser observada en cada acto procesal, desde la interposición


de la demanda, hasta la ejecución efectiva de la sentencia. Solamente la
observancia plena del orden legal puede garantizar un debido proceso, en el
que los derechos de los ciudadanos se acomoden a lo establecido en la ley
aplicable al caso concreto. Esto demuestra una relación causal entre el
principio de legalidad y del debido proceso, (art. 4 del Código Procesal Civil),
dando lugar a un proceso justo y equitativo, que merezca valoración social
porque lo realizado contra las leyes se considera como no hecho. Si bien es
cierto, que rige el sistema de legalidad donde el juez en principio no es sino un
fiel interprete de la ley; sin embargo el código prevé la posibilidad de un
sistema de jurisdicción de equidad (art. 214), cuando las partes se pongan de
acuerdo y tengan la libre disposición del derecho y el juez se convierta en
productor de la norma., es decir, que el juez falle, no subsumiendo el hecho en
una norma positiva vigente sino sustentado en su conciencia, donde se
armonice los hechos, con aquello que sea justo en su naturaleza intima o lo
que algunos autores llaman “el derecho adaptado a las relaciones de
hecho”, (Bernard Windscheid).

3. DISPOSITIVO
“El proceso se constituye en función del poder de disposición de la
pretensión de los sujetos implicados en la tutela jurisdiccional”

En el proceso civil donde esencialmente se discuten intereses de carácter


privado la iniciativa corresponde a las partes. Este principio explica el dominio
de las partes tanto del derecho material como sobre la relación procesal. Se
sostiene en líneas generales, que el sistema dispositivo es aquel que confía a
las partes la iniciación y desarrollo del proceso al estar vinculado con los
poderes que las leyes sustantivas y procesales reconocen a las partes.
Lo anteriormente expresado muestra claramente el carácter instrumental del
derecho procesal civil respecto del derecho material, en el sentido de que el
titular de un derecho substancial de su libre albedrio, puede disponer del
contenido del mismo, llegándose a considerar que “el juicio pertenece a las
partes” donde el juez no puede hacer otra cosa que no sea el de reconocerlo y
aprobarlo.

Lo dispositivo en el derecho material tiene sus límites expresado en el orden


público, las buenas costumbres o la no realización de intereses dignos de
tutela jurídica (art. 454 Código Civil); mientras que en el orden procesal se
manifiesta en actividades que inciden sobre la relación procesal, con un
carácter más restringido que en lo sustancial, dado que las normas procesales
son de derecho público (art. 5 Código Procesal Civil); consiguientemente solo
se puede disponer cuando la norma expresamente lo autoriza.

En lo relacionado específicamente al ámbito formal, el principio dispositivo


tiene sus manifestaciones concretas: al actor le corresponde dar inicio al
procedimiento, mediante la interposición de la demanda (nemo iudex sine
actore) expresando en su contenido los hechos y el derecho que sustenta su
pretensión. Al demandado le otorga la ley procesal diversas opciones,
conforme a sus intereses, pudiendo allanarse total o parcialmente, plantear
excepciones, asumir una actitud de mera expectativa, contestar negativamente
o finalmente deducir reconvención; es más, tienen la facultad de modificar y
ampliar la demanda, terminar el litigio mediante transacción, conciliación,
desistimiento del derecho, renunciar a los recursos que hubiera interpuesto.

Este principio se combina con el inquisitivo (aunque en materia civil tiene


escasas aplicaciones), porque en cierto tipo de relaciones o situaciones
jurídicas donde prima un interés social está excluido el poder de las partes y
opera el poder del juez en protección del interés público y del fin social de la
norma Se manifiesta el poder del juez por ejemplo en el nombre individual,
declaración de incapacidad, matrimonio, disposiciones sobre el cuerpo
humano, para citar algunos casos en los cuales no cabe la transacción o la
conciliación o en su caso, el desistimiento del derecho.

Este principio juega con el impulso procesal previsto en el art. 2 del Código
Procesal, en razón que en el desenvolvimiento de las distintas etapas y fases
del proceso opera la diligencia de las partes, aun cuando, la doctrina y las
legislaciones modernas le otorgan una prerrogativa especial al juez, el de
adoptar todas las medidas necesarias orientadas a la conclusión de la causa,
fundamentalmente para evitar su paralización.

En el espíritu del Código entre los poderes-deberes del juez, ésta el del
impulso procesal, al extremo que puede declarar la extinción del proceso
cuando existe abandono o no se realizan por las partes determinadas
actividades; entendiéndose que la tutela que se pretende del órgano judicial
tiene como contrapartida el deber de la parte para activar la causa y no
mantenerla paralizada. Quien no activa la causa, debe entenderse, que
renuncia a la tutela del Estado y, este se desembaraza de la carga procesal,
para dedicarse a entender otros intereses en los que se requiere su atención y
el cumplimiento de su misión, cual es de resolver el conflicto de intereses
opuestos.
4. DIRECCIÓN
“Consiste en la potestad de la autoridad jurisdiccional para encaminar
las actuaciones procesales de manera eficaz y eficiente y ordena a las
partes, sus apoderados y abogados al cumplimiento de las disposiciones
legales”

Se sostiene, no sin razón, que el principio de Dirección es la expresión del


sistema procesal publicistico, imperante en la época moderna, cuyo
fundamento esencial es el papel protagónico en el desenvolvimiento del
proceso y en la búsqueda de la verdad, del juez u operador de justicia. Este
sujeto del proceso, no puede permanecer con actitud pasiva o contemplativa
frente al actuar muchas veces errónea o engañoso de las partes o de otros
sujetos del proceso.

La función esencial del juez es desempeñar una labor activa que oriente de
manera eficaz a las partes, abogados y otros sujetos que intervienen en el
proceso, en principio sobre el orden normativo aplicable al caso concreto,
dada la función pública que cumple el Estado, a través del órgano judicial; es
decir que se busca, que su labor sea efectiva y materialice el derecho.

El derecho a la tutela judicial efectiva exige un juzgador, que abandone su


“neutralidad” que le planteaba el viejo modelo del proceso civil escrito y por el
contrario asuma un compromiso con la sociedad, en la cual desempeña la
función pública de dirimir controversias. Compromiso en atender
personalmente el proceso y no delegarlo; en providenciar adecuadamente los
escritos que se le presentan (no podemos seguir observando decretos como:
“estese”, “pídase conforme a procedimiento”, “estese a los datos del proceso”
y otros semejantes); en fallar de acuerdo a lo alegado y conforme a lo probado
sobre el fondo de la controversia y no buscar supuestas irregularidades para
anular obrados inventándose supuestas causas de nulidad; en asegurar sus
decisiones mediante medidas, que haga eficaz los mismos y no ser un extraño
ante el drama de los que vencen en el proceso y no pueden ejecutar la
sentencia, por haberse operado cambios de hecho y derecho en el objeto de
la causa; en fin compromiso con la gratuidad, celeridad, igualdad, buena fe,
probidad, lealtad y debido proceso.

Lo anteriormente enunciado demuestra porque este principio también se


denomina “principio de autoridad”, al ser un freno al exagerado dominio de
partes (mejor de los abogados) del desarrollo del proceso.

El juez es un gestor o administrador de la actividad procesal, es el que toma


decisiones; en consecuencia, debe conducir el proceso hacia la efectiva y
eficaz tutela de los derechos materiales, conforme a los postulados del Art.
115 de la C.P.E., no es un sujeto que actúa mecánicamente como si fuera un
robot, sino un ser pensante e inteligente, cuya misión en la filosofía de nuevo
Código es impulsar el proceso, esclarecer los hechos, formarse una convicción
certera de los mismos y finalmente resolver en justicia. Ya se señaló, el nuevo
rol que tiene el Juez en el juicio civil (y también en otros), a quien sea dado
una serie de poderes y deberes, que no tenía con la vigencia del Código de
Procedimiento Civil (Arts. 24 y 25 NCPC), que también los hemos señalado
líneas arriba. Este es uno de los grandes cambios que plantea la nueva
legislación procesal enmarcada en la labor proactiva del juez.
Una buena norma en manos de un mal juez es una desdicha; mientras que
una mala norma en manos de un juez comprometido con su función de
juzgador, es lo que requiere el Estado; el mal juez es ese que se deja llevar
por las partes, que está pasivo e inexpresivo, como si no pensara, que aplica
la letra muerta de la ley, que providencia y falla mecánicamente, que se
conforma en cuanto a los hechos con lo aparente, que se asusta ante la
complejidad del caso, que no orienta en el desenvolvimiento adecuado del
procedimiento; mientras que un buen juez, aun cuando la norma sea
imprecisa, obscura, poco clara, buscará una interpretación que le de un
sentido acorde a la realidad social, política, económica, tecnológica imperante
en el momento en que pronuncie su decisión. Ese es el juez director, ese es
el que queremos todos, como uno de los instrumentos para que se transforme
nuestra justicia y sea un reflejo en los cambios que se plantea el Estado.

5. INMEDIACIÓN.
“El contacto personal y directo de la autoridad judicial con las partes en
las audiencias y la prohibición de delegación, bajo pena de nulidad,
excepto en los actos procesales que deban cumplirse por comisión en
territorio distinto al de su competencia.”

Este principio coloca al juez con la realidad del proceso, en contacto directo
con las partes y los bienes que la constituyen; proximidad y conocimiento
directo del objeto del proceso, de manera que el juez está impregnado de la
controversia.

La estrecha vinculación personal con las partes permite que el juez desde un
inicio este consubstanciado con la problemática de la Litis, dirija en forma
adecuada el desarrollo del proceso y controle con objetividad, el material
probatorio producido por las partes o el que debe buscar, para lograr una
convicción certera de la verdad o falsedad de los hechos afirmados, en los
actos de proposición.

El procesalista argentino Jorge W. Peyrano expresa “difícil es concebir


herramienta más poderosa para la búsqueda de la verdad histórica que
conferir al oficio el derecho – deber de ver y escuchar a los litigantes,
sus defensores y a los testigos deponentes. Solo cuando el proceso es
‘vivido’ por el juez, puede este ponderar las reacciones y gestos de los
declarante, gestos y reacciones, que a veces son pautas inapreciables
para descubrir al mendaz o comprobar la veracidad de los dichos.” Estas
expresiones son esclarecedoras de las bondades del principio en examen,
porque analiza el contacto objetivo del juez con la realidad, que cobra enorme
trascendencia en el proceso por audiencia, permitiendo al juez liberarse de las
ataduras del sistema clásico de juez “neutral”, que camina en el proceso “casi
ciego” deambulando de un lado para otro, al son de las campanas de las
partes y de los auxiliares de la administración de la justicia, que ha llevado a
señalar que en la justicia solo se puede alcanzar la verdad formal, pero no
verdad material por falta justamente de ese contacto directo e inmediato con
los distintos elementos del proceso.

El procesalismo contemporáneo, ha roto, por decirlo de alguna manera, con el


principio de mediación sobre todo en la etapa probatoria, porque debe
desaparecer ese temor de que el contacto pueda afectar la imparcialidad del
juzgador. El relacionamiento impersonal e indirecto solo se mantiene en la
etapa postuladora en consonancia con el principio de escritura y, en fase
posterior requiere una gran dinámica no solo en el desarrollo del proceso, sino
la fundamentación de una sentencia justa, basada en hechos ciertos y no en lo
ficticio o presunto o en el embuste. Es necesario y hasta imprescindible darle
al juez confianza en que su actuar será valorizado por el pueblo cuando la
verdad y la justicia sean la meta que debe perseguir en el desempeño de su
cargo.

Una de las ventajas que proporciona la inmediación en su interactuación con


la oralidad es que será el mismo juez, quien recibió y percibió los elementos
de prueba sea quien dicte la sentencia y no como ocurre en innumerables
ocasiones en la actualidad, donde unos jueces son los que reciben las
pruebas y otro es el juez que pronuncia la sentencia de manera fría, mecánica,
porque en el nuevo proceso no median grandes lapsos de tiempo entre el
momento de diligenciamiento de las pruebas y la decisión; de manera tal que
la percepción sensorial del juez para el momento de la decisión estará fresca y
palpitante y no como se presenta en el sistema escrito donde prima la
mediación en la que se borra los vestigios del asunto en la mente del juez.

No creemos que sea tan trascendente el hecho de que en los sistemas de


doble examen, el tribunal de segunda instancia, no tenga la misma percepción
directa que el juez de primera instancia por el hecho de que casi normalmente,
el segundo grado de jurisdicción, se limita a un nuevo examen de los hechos y
el derecho, sobre la base de los resuelto por el inferior, limitándose el examen
únicamente en relación a los agravios, que perfectamente se pueda solucionar
con una revisión cuidadosa de las pruebas y una adecuada fundamentación
del fallo. Es evidente que como cualquier obra del ingenio humano no es lo
más perfecto, pero tiene a no dudarlo, mejor utilidad que la mediación, que
coloca a las partes en extremos equidistantes y al juez lo mantiene en las
penumbras de la realidad objetiva, donde en muchas ocasiones triunfa el que
ha enredado el proceso y ha llenado de incidentes o temores al juez a través
de escritos acusatorios, cuando no de amenazas vedadas.

6. CONCENTRACIÓN.
“Determine la conjunción de la actividad procesal en el menor número
posible de actos, para evitar su dispersión”.

Distintos autores coinciden en señalar que la aspiración máxima de la justicia


contemporánea es la brevedad. Un instrumento extraordinario que contribuye
a la brevedad del juicio, es el principio de concentración, que permite absorber
una diversidad de actos procesales en una sola audiencia o en el menor
número de actos. Reunión de actos y diligencias, que bajo la dirección del
juez, cobra importancia trascendente en los sistemas orales en los cuales la
actividad sobre todo probatoria, se desenvuelve o debe desenvolverse, con
extraordinaria agilidad, donde los lapsos de tiempo son pequeños sin
detenerse en incidencias y menos entorpecer el curso del proceso, con
conductas tramposas que embrollan el proceso, que justamente es uno de los
defectos de la desconcentración de los actos, porque entre acto y acto se van
presentando un sin número de triquiñuelas, que justamente alargan el
proceso, porque permiten cuestiones incidentales, que casi en su generalidad
solo buscan retardar la decisión final.
En la sistemática del Código el principio de concentración en su relación con
los principios de celeridad, eventualidad, saneamiento, oralidad, se manifiesta
en la audiencia preliminar, donde las partes ratificaran sus proposiciones,
pueden formular nuevos hechos que no modifiquen las pretensiones o las
defensas o en su caso hacer aclaraciones sobre conceptos oscuros,
imprecisos o contradictorios; se tentará la conciliación intrajudicial, recibirá
prueba relativa a las excepciones, saneará el proceso de posibles defectos y
finalmente calificará el proceso señalando los puntos de hecho a demostrar.
Esa concentración también se operara en los distintos tipos de procesos:
preliminares, cautelares, monitorios, incidentales, etc.

7. PUBLICIDAD.
“La publicidad exige como condición indispensable la difusión de la
actividad procesal, salvo que la autoridad judicial decida lo contrario
cuando la ley lo determine”.

Constituye una garantía que ofrece la jurisdicción a todos los ciudadanos de


percibir directamente los actos e incidencias que se realicen en el ámbito
judicial.

Niceto Alcalá Zamora y Castillo6, distingue entre los actos de publicidad activa
y los de publicidad pasiva. Corresponde a los primeros la accesibilidad al
público y a los otros los de conocimiento solo para la información general.

También se distingue entre publicidad inmediata o mediata según que los


actos sean presenciados directamente o sean conocidos a través de versiones
por medio de la prensa. Eduardo J. Couture,7 en sus “Fundamentos de
Derecho Procesal Civil”, resalta al carácter constitucional del principio, al
constituirse en el más precioso instrumento de fiscalización popular sobre la
obra de los jueces y de los defensores. Por ello Mirabeau afirmaba que “el
pueblo es el juez de los jueces”.

En la Constitución vigente en el art. 180, se garantiza de manera expresa la


publicidad por tanto las puertas del juzgado deben estar abiertas no solo para
las partes y demás interesados en la controversia sino también para el público
en general. Este principio logró desplazar después de una larga lucha social,
el carácter secreto que muchos procesos tuvieron en la Edad Media, influida
por el derecho canónico. Las partes deben tener acceso a las actuaciones,
desde luego que son las más directamente interesadas y el público tiene un
interés en una correcta administración de justicia, según aquel viejo aforismo
de que “la ley no trabaja en la sombra”, la publicidad constituye una
garantía no solo de imparcialidad, sino también de transparencia en la
actividad judicial.

Sin embargo la publicada está restringida en ciertos casos excepcionales,


donde intereses de orden moral y social, aconsejan que los actos sean
reservados y libres de todo conocimiento o escudriñamiento de terceros.

6
Alcalá Zamora y Castillo Niceto: Principios Técnicos y Políticos de una Reforma procesal, Universidad de Honduras, 1950.
Pg.22
7
Couture Eduardo J. Fundamentos del Derecho Procesal Civil Ediciones de Palma Buenos Aires. 1981. Pg. 192 y
siguientes
8. SANEAMIENTO.
“Faculta a la autoridad judicial para adoptar decisiones destinadas a
subsanar defectos procesales en la tramitación de la causa, siempre que
no afecten los principios del debido proceso y de la seguridad jurídica,
de manera que se concluya la tramitación de la causa con la debida
celeridad procesal”

Por este instrumento, se le faculta al juez a disponer de toda diligencia que


fuere necesaria para evitar nulidades y la de señalar los defectos u omisiones
de las que pudiera adolecer cualquier petición. Es denominado también
principio de inmaculación o subsanación o expurgación, que muchos autores
lo incluyen dentro del principio de la economía procesal.

El poder de saneamiento importa para el juzgador, acciones orientadas a


evitar actividades, que pudieran entorpecer el desarrollo normal del proceso,
dilatando el pronunciamiento sobre el mérito de la causa o cuya dilucidación
en determinado sentido pueda provocar la inmediata finalización del proceso.

Este principio actúa contra la malicia de litigantes que actúan de mala fe,
atentando a la moralidad del proceso.

En aplicación del principio en estudio, el juez controla su propia competencia,


la legitimación procesal y substancial de las partes, subsana los vicios o
defectos que pudieran presentarse. Una vez que se limpia de estos obstáculos
que pueden atentar contra el debido proceso, la autoridad jurisdiccional tiene
el camino expedito para resolver el fondo de la controversia. El saneamiento
puede hacerlo el juez de oficio o con la participación de las partes,
dependiendo de las circunstancias que pudieran presentarse. Cuando lo haga
de oficio, procederá in limine; cuando lo haga por solicitud o exigencias de las
partes deberá velar por el principio de contradicción.

9. GRATUIDAD.
“El proceso civil es gratuito, siendo esta la condición para hacer realidad
el acceso a la justicia en condiciones de igualdad”

La actividad procesal está orientada a la realización del derecho, con el


mínimo de esfuerzo y gasto; es decir el máximo rendimiento con el menor
esfuerzo, haciendo accesible la justicia al pueblo, con el objetivo de atemperar
las diferencias profundas que existe entre ricos y pobres, entre los que tiene
medios económicos y los que carecen de los mismos, porque es una verdad
incontrastable que la justicia tal como funciona en la actualidad, atiende con
esmero el reclamo del pudiente y postergar, muchas veces indefinidamente, la
del necesitado o peor aún hace perder la causa a este último, aun cuando, le
asistiera la razón y el derecho.

Hoy en día se piensa que el principio de la gratuidad se encuentra


abandonado, porque la realidad muestra ese hecho. Sin embargo hay
necesidad de consagrarlo e inclusive reiterarlo una y otra vez, para sensibilizar
al que tiene el poder de dirimir conflicto de intereses opuestos. El beneficio de
pobreza que en el Código se denomina exención de costas y costos, si bien
contribuye a permitir que personas que carecen de recursos puedan acceder a
los tribunales, no logra el efecto deseado, que es eliminar la desigualdad
porque la defensa está a cargo de nóveles profesionales, lo que implica una
desventaja, al asumirse un riesgo que por la inexperiencia en la práctica
judicial, la causa sea perdida, aun cuando les asista la verdad,
constituyéndose en víctimas de la injusticia social.

Este principio está relacionado con el de economía procesal, tendiendo ambos


fundamentalmente a impedir el fraccionamiento de una controversia en varios
litigios separados cuando estén vinculados entre sí, mediante la acumulación
de pretensiones o la acumulación de autos, ofreciendo a las partes múltiples
posibilidades de reducción y concentración de juicios.

La gratuidad junto con la celeridad, igualdad procesal e impulso procesal


contribuyen esencialmente en dos aspectos fundamentales en el desarrollo del
proceso: ahorro de tiempo y de esfuerzo y sobre todo de dinero.

En cuanto al primer aspecto es un clamor unánime en todos los pueblos por


una justicia rápida, eliminando la proliferación de incidentes, el exagerado
formalismo en la actividad procesal y, reclamando la concentración de actos y
la prohibición de tiempos muertos. En cuanto al ahorro de dinero se deben
emprender acciones para obtener una justicia barata, accesible a todos los
ciudadanos. Algunos autores proponen socialización de la profesión de
abogado, con tarifas económicas en cuanto al pago de honorarios, y la
eliminación de las tazas de justicia al tratarse de un servicio público de
carácter gratuito. Lo ideal sería que cuando una persona no pueda litigar en
igualdad de condiciones económicas con el adversario, porque sus ingresos
son exiguos, el Estado se haga cargo de contratar un profesional idóneo, le
pague por sus servicios y el ciudadano sea atendido con esmero, dedicación o
idoneidad; de tal manera que la gratuidad se extienda a proporcionar ese
servicio al ciudadano que devolverá al ciudadano la igualdad de oportunidad,
que es uno de los postulados en los que se sustenta la vida democrática.

10. CELERIDAD
“La economía del tiempo procesal esta edificada sobre un conjunto de
institutos orientados a conseguir una pronta solución de las contiendas
juridiciales, impidiendo la inercia de las autoridades judiciales, partes,
abogadas, abogados y servidores judiciales. El juez no podrá aplazar
una audiencia o diligencia ni suspenderla salvo por razones que
expresamente autorice el presente Código”.

El proceso como método de resolución de conflictos “debe ser sustanciado y


resuelto sin dilación, procurando eludir las causas que le demoran;
simplificando los tramites y suprimiendo aquellos que no son
sustanciales; estableciendo límites para la realización de los actos
procesales por parte de los litigantes, del juez, los auxiliares de la justicia
y penalidades para el caso de omisión”8.

Elegimos la idea anterior por ser expresiva de la función que cumple este
principio en el proceso en general, como sustento esencial del sistema de
economía procesal, que tiende a simplificar, abreviar y abaratar los
procedimientos. El proceso por audiencia indudablemente que cumple a
8
J. Ramiro Podetti; Teoría y Técnica del proceso civil y trilogía Estructural de la ciencia del proceso civil, Ediar
Soc. Anon Editores, pgs. 133 y 134.
cabalidad los mencionados objetivos, en cuanto a las citaciones, notificaciones
y en general todo acto de comunicación procesal, evitando los “tiempos
muertos”. Un valor fundamental que se introduce en la normativa procesal es
la utilidad del “tiempo procesal” en la búsqueda de evitar las continuas
interrupciones en la tramitación de la causa. Este principio busca educar al
abogado y a las partes en el sentido de que entienda, que no puede utilizar el
proceso de manera indefinida, a su gusto, conforme a sus particulares
intereses y por extensión a la ciudadanía, que debe entender que el orden
procesal está inspirado en la justicia de la paz, y consiguientemente en que
el proceso se inicie y concluya en un periodo razonablemente corto, evitando
constituirse en una carga para ellos mismos y para el Estado. No más juicios
de 5, 10, 15, o 20 años, no más el desdeño de la vía civil y optar por la vía
penal, al considerar que los juicios civiles duran mucho tiempo olvidándose
que el derecho penal es la última ratio. La celeridad tiene sus manifestaciones
concretas en la economía del tiempo, la de los esfuerzos y la de los gastos, en
síntesis una justicia ágil, eficaz y capaz de resolver con acierto y rapidez los
conflictos, desterrando, ojala para siempre. “La justicia que tarda no es
justicia”, ahí radica lo valioso de este principio de celeridad, al introducir como
un valor supremo “el tiempo” y enlazarlo con el “esfuerzo” y sobre todo con los
“gastos. Se dice con absoluta razón, que el ciudadano que sufre un
menoscabo en su derecho por quien le niega el ejercicio del mismo, sufre un
nuevo daño; ese nuevo daño o si se quiere doble daño, es el proceso mismo,
al ser lento y tedioso, es lo que se denomina el “quantum de injusticia”. La
realidad práctica de nuestro país es dramática, a muchos el proceso les ha
costado muchísimos años de pena y sufrimiento y un daño económico, porque
finalmente no han recuperado lo que perseguían con el proceso y por el
contrario el juicio los ha dejado en la pobreza. La aspiración de toda sociedad
es que se plasme objetivamente la celeridad en el desarrollo del proceso; pero
además se concluya con acierto.

11. INTERCULTURALIDAD
“La autoridad judicial en el desarrollo del proceso deberá considerar que
el ejercicio de los derechos individuales y colectivos, permiten la
convivencia de una diversidad cultural, institucional, normativa y
lingüística”

El mencionado principio no es más que el desarrollo de los Arts. 1, 2, 8 ,9 y 17


de la C.P.E., entendida como “la interacción e interrelación de las distintas
naciones y pueblos existentes en el territorio nacional y la comunicación
mutua” entre los bolivianos, segundo lo expresado por el Art. 2 de ley 045.

Si por interculturalidad entendemos la cohesión y la convivencia armónica y


equilibrada entre todos los pueblos y naciones, respetando la diversidad, el
juez en el ejercicio de la función jurisdiccional está en el deber de atender esta
realidad con aquellas personas, que habiendo nacido y vivido en el área rural,
y por los avatares de la vida, inmigran a la ciudad lleva al juzgado su propia
forma de pensar, entender y actuar, su idioma o dialecto; en fin una realidad
distinta a la citadina u occidental, entendiendo que es un ser humano al cual
en lo posible se le debe hablar y comunicar los actos procesales en su idioma,
por ello, como manifestación práctica de este principio, en los art. 25 núm. 4 y
5, 68 y 165 P.I del Código Procesal Civil, se determina que la autoridad judicial
debe “considerar la condición socio-cultural” de los sujetos que intervienen
en el proceso; no solamente en el acto de confesión judicial sino también, en
cualquier otro acto procesal, particularmente poniendo énfasis sobre el lugar
donde se produjo el hecho o acto jurídico que se juzga, por ello se utiliza la
expresión “cosmovisión” para expresar una realidad social, económica y
cultural.

12. TRANSPARENCIA
“los actos procesales se caracterizan por otorgar a las partes
información útil y fiable facilitando la publicidad de los mismos, con el
objeto de que la jurisdicción cumpla con la finalidad de proteger
derechos e intereses que merezca tutela jurídica“

Se ha introducido este principio en el proceso como línea maestra a la que


debe sujetarse el administrador de justicia y en general todos los sujetos del
proceso en sus actuaciones, como una formar de luchar contra la corrupción.
Bajo este principio se quiere moralizar la administración de justicia,
relacionándolo con los principios de buena fe, lealtad y probidad, previstos en
el art. 3 del mismo cuerpo adjetivo, con el sano y encomiable propósito de que
el accionar de los sujetos del proceso, pero especialmente del juez, sea como
una luz, que permita ver su desempeño honrado y responsable.

No hay duda que el principio está orientado a garantizar el efectivo y eficaz


acceso a la información de lo que ocurre en el proceso, porque es un derecho
humano irrenunciable. El acceso a la información que permita ejercer el
llamado control social. Esta es una garantía constitucional, cuya función
esencial es evitar el fraude, colusión, coima, prevaricato, retardación, y en fin
evitar el abuso del funcionario judicial, donde existe propensión a esas
conductas antijurídicas y también combatir el “autoritarismo” de los servidores
públicos judiciales, particularmente de Secretarios y de oficiales de Diligencias.

13. IGUALDAD PROCESAL


“La autoridad judicial durante la sustanciación del proceso tiene el deber
de asegurar que las partes, estén en igualdad de condiciones en el
ejercicios de sus derechos y garantías procesales, sin discriminación o
privilegio entre las partes”

La redacción es clara, al tener su base en el principio constitucional de la


igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, pero este principio no puede ser
absoluto porque las diferencias económicas existentes entre los miembros de
una colectividad, han obligado al Estado a servir de control o contrapeso de
estas diferencias.

En nuestra realidad, no se encuentran en igualdad de condiciones, el


campesino, obrero y asalariado frente al patrón, ejecutivo, empresario, por ello
el beneficio de gratuidad que los libera del pago de emolumentos judiciales; y
de las costas y costos, mientras que los demás quedan obligados a hacer
esos gastos. Por tanto, la igualdad procesal es relativa a la condición que la
ley determina para un mismo grupo de individuos.

Las partes no tienen igual condición en el proceso. La situación del actor que
pide en su favor la actuación de la voluntad de la ley y la del demandado que
lucha solo por liberarse de una relación procesal, que él no ha solicitado, son
distintas. A esta distinta condición, sin mengua del principio de igualdad,
corresponde mantener a las partes.
Esta correlacionado con el principio de contradicción, como ejercicio del
derecho de defensa, garantizado por el Art. 119 Parágrafo II de la C.P.E., que
implica el derecho de las partes a exponer sus argumentos de ataque o
defensa, en protección de sus intereses y que el juez ajuste sus decisiones a
la ley o en su caso a la equidad, sin favorecer a una de las partes, en
detrimento de la otra. Las oportunidades para el ejercicio de la defensa y sobre
todo de la prueba deben ser en condiciones de igualdad para evitar que se
plasme la injusticia y se enseñoreé el poder del dinero o de la condición social.

14. EVENTUALIDAD
“Exige realizar actividades conjuntas, dentro de un mismo plazo, aun
cuando sean excluyentes, contrarias e incompatibles”

Este principio, exige realizar actuaciones conjuntas dentro de un mismo acto y


en un mismo plazo, aun cuando entre estas se excluyan, sean contradictorias
o antitéticas. Sus fuentes directas están en los principios de preclusión y
economía procesal. En ciertos casos, la ley exige que esas actividades se
ejerzan acumulativamente, aun cuando de momento, el órgano judicial
competente, no esté en la posibilidad de examinar todas al mismo tiempo, de
manera que solo concentre su atención sobre la primera y luego, después de
ciertos resultados, la segunda o tercera.

El autor James Goldschmidt, en su obra Derecho Procesal Civil, pg. 85,


sostiene que “la eventualidad opera sobre actos fundamentales del
proceso, como la demanda, la defensa, la prueba y los contra obliga a
“las partes a aportar de una sola vez todos los medios de ataque o
defensa como medida de previsión – in eventum – para el caso de que el
primeramente interpuesto sea desestimado.”9

En la práctica, se observa que la eventualidad opera sobre actos


trascendentales del proceso, tales como la demanda, la contestación, las
excepciones, la prueba y los recursos, donde claramente se puede observar lo
alternativo, lo sucesivo o electivo.

En lo relacionado a la demanda, (el art.114) faculta interponer


simultáneamente en el mismo libelo, pretensiones principales y subsidiarias;
en la contestación, el demandado (art. 125) puede interponer al mismo tiempo
todas las excepciones de la que pretenda valerse y la contestación al fondo de
la pretensión del actor; las pruebas deben promoverse por ambas partes al
proponer sus postulaciones. Si el actor ha acumulado en su demanda
pretensiones excluyentes, el juez deberá examinar primero la principal, y solo
en caso que la desestime, pasa luego a decidir sobre la pretensión subsidiaria,
alternativa o electiva, de manera que al ser ejercitada esta, en ese momento,
no existe interés sobre ella. La ley como se observa requiere, en ciertos casos,
una acumulación de actividades, en las cuales, la efectividad de los
posteriores depende de los anteriores, pero el actor debe interponer
acumulativamente, pues si prescinde de ellas agotará faltamente su
oportunidad.

La simultaneidad no puede alterar el orden de actividades que debe ser


observado por las partes y especialmente por el director del proceso. En el

9
Goldschmidt James, Derecho Procesal Civil,, traducción especial, pg. 85
debate, el principio que tratamos se desenvuelve a través de la lógica jurídica
que permita plantear argumentos y deducción subordinados, utilizando la
expresión “para el caso negado” a otra semejante, mediante las cuales la
parte se anticipa a la eventualidad de que el planteamiento principal sea
desechado y obligue al juez a examinar el lado antitético de la cuestión
planteada.

15. CONTRADICCIÓN
“Las partes tiene derecho a exponer sus argumentos y rebatir los
contrarios“

El proceso es la lucha dialéctica de intereses opuestos, suscita la idea de


conflicto. Su fin es resolver esas disidencias sociales que alteran la paz social
y por ello la pugna es lo que impulsa y desenvuelve la relación procesal
generando el debate de tesis y antítesis.

La ley procesal, como no puede ser de otra manera, garantiza a las partes la
oportunidad de ataque y defensa, en las condiciones por ella establecidas;
consecuentemente todo desconocimiento de estas facultades, constituye vicio
de indefensión que afecta al orden público (art. 5) y con ello la nulidad de lo
actuado. El juez debe ser un celoso guardián del respeto a este principio
porque hace a la esencia de la garantía constitucional del derecho de defensa,
en congruencia con el principio de igualdad procesal.

El principio contradictorio se integra en dos actos fundamentales; la


interposición de la demanda y la citación del demandado; aun cuando en
algunos casos no es indispensable esta citación, para que se presuma el
contradictorio, como ocurre en los procesos cautelares que se dictan inaudita
parte; es decir sin llamar a juicio al adversario y la providencia se emite si se
quiere a espaldas suyas, cuya finalidad no es otra que el de asegurar la
ejecución de la futura sentencia.

La bilateralidad del proceso es elocuente, en razón de que ambas partes le


plantean al órgano judicial sus respectivas pretensiones, para que el juez
dirima el conflicto, lo que demuestra que el derecho de contradecir
corresponde a las partes, incluso a los terceros. Pero ocurre que conforme a
la teoría de la relación jurídica compleja, al estar el proceso integrado por
tantas relaciones como conflictos contenga, habrá bilateralidad en tantos
cuantos conflictos integran la relación procesal. Por ello la contradicción, en
una o varias relaciones, es una condición esencial del proceso.

Es deber de hacer notar que los poderes de contradicción, no son idénticos en


todos los casos. Al igual que en la igualdad procesal, también aquí el poder
contradictorio no es matemático ni mecánico, ni está concebido por la ley en el
mismo grado o matiz de posibilidades. Si bien algunas veces en igual dirección
de intereses contrapuestos, tiene una cantidad y una cualidad constante y
común, en otras, en cambio, es graduado de acuerdo con la distinta posición
del actor, demandado o tercero, que cada parte tiene en el proceso. De allí
que en determinados actos, una parte tenga mayor poder de contradicción que
otra.

Este principio, en su observancia ha generado en nuestro país una práctica,


donde se observa que muchas veces es violado acudiendo al expediente de la
citación mediante Edictos o notificaciones practicadas en un domicilio que no
corresponde al citado y para compensar en cierta forma esa unilateralidad
existen fallos sobre todo del Tribunal Constitucional anulando obrados, aun
cuando en ella exista cosa juzgada material, introduciendo una nueva regla
como es la de nombrar defensores de oficio a abogados que por otra parte,
han distorsionado su papel o función al interior del proceso, planteando
excepciones, incidentes, recursos cuya actividad, en el fondo no es defender
los intereses de la parte sino hacer que la parte actora se vea en la necesidad
de pagar un estipendio al defensor de oficio, extremo que ha sido
reiteradamente reclamado por el foro y por la ciudadanía. La labor del
defensor de oficio, si bien no tiene que circunscribirse a apersonarse y ser un
convidado de piedra, en el fondo es una especie de controlador de que las
pretensiones y las pruebas del actor se acomoden a derecho.

16. VERDAD MATERIAL


“la autoridad juridicial deberá verificar plenamente los hechos que
sirven de motivo a sus decisiones, para lo cual deberá adoptar las
medidas probatorias necesarias autorizadas por la ley, aun cuando no
hayan sido propuestas por las partes”

Por verdad material, debe entenderse, aquella que se alcanza procediendo


humanamente a la investigación de los hechos, con las posibilidades, los
métodos y los medios que son propios de la condición humana, siguiendo la
vía de la lógica objetiva de la acción y de la ley. Modernamente el
ordenamiento jurídico establece la previsión de las consecuencias que, deben
acarrear las acciones humanas y en consonancia puede también preceptuar
un cierto método de investigación para constatar los hechos concretos a los
cuales están ligadas aquellas consecuencias jurídicas, de tal modo que la
única verdad posible, dentro de la lógica del sistema, es la señalada en el
ordenamiento jurídico. Frente a esta no existe otra verdad material más
verdadera o pura10. Esa es la verdad denominada material.

Sentenciar conforme a lo alegado y probado en autos (art. 213) significa que al


juez no le está permitido sentenciar conforme a su leal saber y entender ni de
acuerdo a su conciencia, sino que su labor va más allá, debe investigar la
verdad a la que humanamente y siguiendo el método trazado por la ley, se
puede llegar. En el espíritu del código, el juez, no solo, puede hacer uso de la
facultad para mejor proveer en la búsqueda de elementos de prueba que
formen su convicción sobre la verdad o falsedad de los hechos alegados en
los actos de postulación; sino inclusive puede hacer uso de la denominada
carga dinámica de la prueba, apreciando cuál de los sujetos o un tercero
está en condiciones de aportarle el medio de prueba idóneo sobre tal o cual
hecho.

En materia de prueba, se produce un cambio trascendental porque se


considera que el proceder esta sustraído al poder de disposición; una vez que
se ha planteado la litispendencia, el modo, el ritmo, el impulso del proceso
mismo son separados de la disponibilidad inmediata de las partes y, por
consiguiente, también de las maniobras dilatorias y retardatorias de alguna de
ellas, concediéndole al juez poderes discrecionales, en ejercicio de los cuales

10
Spinelli Michele: Fundamentos y exención de las pruebas civiles, en las Pruebas Civiles, Brevarios de Derecho.
EJEA, Buenos Aires, 1973, pg. 24.
deberá tener en cuenta, las concretas exigencias del caso, con espíritu de
activa colaboración con las partes. Se llega así a la noción de las partes
como colaboradoras del proceso y no como dominio de ellas, de tal modo
que la búsqueda de la verdad material, la elección de los medios de prueba,
el tiempo y la modalidad de su asunción, quedan sustraídos a la disponibilidad
de las partes. El poder directivo del juez se combina con el dispositivo de las
partes, lo que demuestra que existe un sensible aumento de los poderes de
iniciativa del juez en la búsqueda de la verdad material reconociéndole la
posibilidad de un contacto directo con las partes, en un plano de colaboración,
especialmente en cuanto a la adquisición de los medios de prueba y a la
deducción de las mismas.

Ya no es posible en el nuevo régimen procesal conformarse con la llamada


verdad formal o verdad a medias que linda con la simple verosimilitud o
probabilidad sino que el imperativo de la justicia es la búsqueda de la verdad
humanamente posible de descubrir como hecho que objetivamente ha sido
comprobado.

17. PROBIDAD
“Exige en la actuación de las autoridades judiciales, partes,
representantes, auxiliares de la jurisdicción y terceros que intervienen en
el proceso, de conducirse en los actos procesales con buena, lealtad y
veracidad”

Este principio de probidad está ampliado en su contenido y extensión en el art.


3 del C.P.C., cuya finalidad, no es otra, que la de moralizar el proceso civil.
Basta de conductas tramposas que atentan a la dignidad de la administración
de justicia. El accionar de los sujetos del proceso, comenzando del juez hasta
el último funcionario judicial; así como las partes y terceros, debe ceñirse
estrictamente a la observancia de la buena fe, lealtad, veracidad. No es
admisible que en la contienda triunfe el más hábil o el más astuto o el que grita
o amenaza, o el que impone su verdad en base a la mentira y el soborno,
propio de un sistema liberal, donde lo que importaba era “lo formalmente
licito”, cuando la ratio de la Constitución en el Art. 178 parágrafo I, es
justamente lo contrario “lo sustancialmente licito”; más cuando la Carta Magna
declara que constituimos un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional
Comunitario, donde el interés colectivo está por encima del individual, cuyo
predicado en el desarrollo de las conductas al interior del proceso se rige por
un imperativo ético, que en la práctica implica un accionar honrado sustentado
en la rectitud, dar certeza al acto o hecho jurídico, y sustentado como base de
su pretensión principal o accidental. No debe tener el justiciable temor a actuar
con fidelidad en su proceder. Es la creencia falsa de que triunfa en el proceso
el que miente, engaña u oculta la verdad, o el que poner trabas u obstáculos al
desarrollo del proceso.

Nuestra practica en la actualidad fomenta todo lo contrario generando disputas


innecesarias, muchas veces ajenas al fondo de la controversia, porque se
discuten cuestiones meramente accesorias con manifiesta deshonestidad que
a la postre es el caldo de cultivo de la corrupción.

El legislador ha tomado debida nota de este accionar deshonesto


estableciendo como poder–deber de los jueces, de prevenir y sancionar, todo
acto contrario al deber de lealtad, probidad y buena fe (art. 24 del C.P.C.), que
en la práctica exige al juzgador que en el momento de pronunciar sentencia
declare cual ha sido el accionar de las partes y los abogados, para en su caso
declarar la temeridad o malicia en que hubieran incurrido haciéndolas
acreedoras a sanciones económicas y disciplinarias.

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