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Ubicados así en el contexto político e intelectual del siglo XVIII francés, pasaremos
a estudiar (aunque superficialmente) el pensamiento de Montesquieu. Su obra más
famosa, El Espíritu de las Leyes, tuvo un enorme impacto en su época y en siglos
posteriores, tanto en su país como en el resto del mundo occidental. Mucho del
desarrollo constitucional posterior se apoyó en sus ideas, y su teoría estará muy presente
en los debates constitucionales norteamericanos, por ejemplo en los autores del
Federalista.
I. Biografía
Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, nació en
1689 en Francia, en el seno de una familia noble 1. Estudio Derecho en las universidades
de Burdeos y de París. Todavía joven, con la muerte de su padre y de su tío, heredó sus
títulos nobiliarios y un puesto en el Parlamento de Burdeos2.
En 1721 publicó Cartas persas, una obra de comentario social y cultural bajo la
forma de correspondencia entre visitantes persas en París (durante todo el siglo XVIII
1
Parte de lo que se llamó “nobleza de toga”. Era práctica habitual de los monarcas franceses desde hacía
algunos siglos la venta de cargos que hoy llamaríamos “burocráticos” al servicio de la corona. Con la
compra de un tal cargo venía asociado el título nobiliario. Aunque no siempre era hereditario, no era
difícil convertirlo en tal y así se fue desarrollando todo un grupo social vinculado al ejercicio de funciones
administrativas y jurídicas. Aunque eran formalmente nobles, se los distinguía de la nobleza tradicional,
llamada “nobleza de espada”.
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Los parlamentos de la Francia del Antiguo Régimen no eran parlamentos en el sentido moderno, como
lo sería el inglés o el propio francés después de la Revolución. Se trataba de tribunales judiciales
superiores, con atribuciones políticas y legislativas limitadas.
los relatos de viajes y las novelas epistolares gozaron de gran popularidad). Ingresó a la
Academia de Burdeos y en 1728 fue elegido para la Academia Francesa. Ese año,
aburrido de su vida en Francia, emprendió un recorrido por Europa, parando en Italia,
Alemania y Austria, entre otros países. Pasó un año y medio en Inglaterra, donde se
interesó especialmente por el sistema político y jurídico, que tendría un fuerte impacto
en su obra posterior.
Al regresar a Francia emprende la elaboración de sus trabajos mayores. En 1734
publica Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos
y en 1748 ve la luz su obra maestra, Del Espíritu de las Leyes. Aunque encontró
oposición en su país (especialmente de la Iglesia, que la prohibió), la obra ganó enorme
difusión. En el exterior, especialmente en Inglaterra y las colonias Americanas, sería
frecuentemente citado por los teóricos y políticos prácticos.
Muere poco después, en 1755, después de haber quedado completamente ciego
producto de una enfermedad.
Y a continuación enumera toda una serie de factores que afectarán las formas
particulares que la ley adopte en un caso dado. Entre ellos, se debe considerar: el pueblo
al que está dirigida, la naturaleza y principio de gobierno, la geografía y clima del país,
su economía, su religión, sus costumbres; y asimismo las leyes se relacionan entre sí,
debiendo ser coherentes. Este conjunto de relaciones es lo que el autor denomina
“espíritu de las leyes” y es lo que pretende estudiar a lo largo de todo el tratado.
Podemos ver que en este esquema Montesquieu unifica, de cierto modo, los dos
criterios tradicionales: cantidad y calidad. La cantidad de gobernantes es lo que separa a
las repúblicas (más de uno) de la monarquía y el despotismo. Pero a su vez, el gobierno
con arreglo a leyes, o como lo llamará después, el gobierno moderado es lo que
distingue a las repúblicas y la monarquía, por un lado, del despotismo, por el otro. Nos
queda así un cuadro de tres (o cuatro, ya que la república se subdivide en democrática o
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Observarán que el material de lectura para esta clase está tomado de dos fuentes diferentes. Es por eso
que las primera parte tiene una numeración (págs. 357-402) y la última, otra distinta (págs. 198-223).
Como no se superponen, no debería haber problemas a la hora de seguir las citas bibliográficas.
aristocrática) tipos, de entre los cuales el único que el autor considera propiamente
negativo es el despotismo.
En los libros siguientes trata de las repúblicas, empezando por las democráticas y
siguiendo luego por las aristocráticas. Evidentemente lo que las distingue es si son
muchos o pocos quienes controlan el poder. El autor menciona las leyes políticas
fundamentales de cada una, como son quiénes son capaces de votar, quiénes pueden ser
elegidos como magistrados y el modo de realizar las elecciones, los plazos durante los
que se ejercen las magistraturas, etc. Manifiesta preferir que la aristocracia se acerque lo
más posible a la democracia, incorporando a la mayor cantidad posible de ciudadanos al
acceso al poder.
La monarquía requiere una atención un poco más detenida. Dice Montesquieu:
“Los poderes intermedios, subordinados y dependientes, constituyen la naturaleza del
gobierno monárquico, es decir, de aquel gobierno en que uno solo gobierna por medio
de leyes fundamentales” (pág. 367). Continúa explicando que, para que la monarquía
sea moderada, deben existir estos cuerpos intermedios a través de los cuales el poder del
rey fluye, pero que al mismo tiempo lo limitan y controlan. Algunos ejemplos de
cuerpos intermedios son la nobleza, el clero, así como algún órgano que actúe como
depositario de las leyes fundamentales. Podría pensarse también en los gremios y otras
corporaciones existentes en las monarquías del Antiguo Régimen.
Por último, del despotismo hace una descripción devastadora, que podemos resumir
diciendo que en este caso, el capricho del déspota es la única ley y nadie la contiene. Él
es el amo y todos los súbditos del país son sus esclavos.
Así completa la tipología de las formas de gobierno según su naturaleza, pero el
libro III introduce otra dimensión a la clasificación de los gobiernos. Se trata de los
principios. Si la naturaleza de cada gobierno era su faz estática, su estructura esencial,
los principios son “las pasiones humanas que le ponen en movimiento” (pág. 369). Cada
forma de gobierno tiene su principio característico.
En las repúblicas democráticas el principio es la virtud. Con esto se refiere
Montesquieu a la virtud cívica, un compromiso con la cosa pública, el respeto y
obediencia a las leyes y la prioridad del interés general por sobre el privado. Sin esto, el
pueblo deja de sostener a la república y el régimen se corrompe, eventualmente
cambiando a otro.
En las repúblicas aristocráticas, por su parte, la virtud sigue siendo necesaria, pero
no de un modo tan central. Quienes deben poseer virtud aquí son quienes forman parte
del cuerpo gubernativo, la aristocracia. Esto les permitirá no sentirse demasiado
distanciados del resto del pueblo y no abusar de él, o, al menos, mantener una cierta
igualdad y contención mutua entre ellos para no generar adversidades dentro del propio
grupo. A este principio, el autor lo llama moderación.
La monarquía no depende de la virtud del pueblo, dado que éste es obligado a
obedecer las leyes por las prerrogativas y poder del monarca. En cambio, el principio
que mueves y sostiene a este régimen es el honor. Con este término Montesquieu se
refiere a que los diferentes cuerpos intermedios, que son los que contienen el poder real
y lo sujetan a las leyes fundamentales, persiguen ganar fama y privilegios, lo que los
hace más celosos de su posición y derechos, y tanto más se oponen a los abusos por
parte del monarca.
Finalmente, el despotismo no requiere ninguna de estas pasiones, sino que su
principio es el temor, que mantiene a todos en la obediencia al déspota e impide que se
rebelen.
Con esto, Montesquieu llama la atención respecto de que la libertad no puede ser
solamente formal, en cuanto a la organización jurídico-política del gobierno, sino que
los propios ciudadanos en su vida cotidiana deben percibir su seguridad y saberse
protegido por las leyes (especialmente penales). Aunque normalmente ambas se
refuercen mutuamente, no siempre van necesariamente juntas, ya que la libertad del
ciudadano no depende exclusivamente de la forma de gobierno y las leyes, sino también
de sus costumbres. En otras palabras, los ciudadanos deben estar habituados a vivir
libremente (en el respeto de la ley). Esto nos conecta con el siguiente punto a tratar.
V. El comercio
Para terminar (aunque debamos dejar muchos otros temas sin tratar), mencionemos
el libro XX, donde Montesquieu se refiere al comercio. Para poder entender la posición
del autor al respecto, debemos tener en cuenta que ya desde el siglo XVII se venía
difundiendo una actitud favorable a la actividad comercial, acompañada por las
transformaciones económicas y tecnológicas que la impulsaban en toda Europa y en
ultramar. Ciertamente en la Antigüedad existía el comercio y éste en ningún momento
desapareció completamente (aunque sí hubo períodos en que se redujo). Pero la filosofía
clásica muchas veces consideró al comercio como una fuente de corrupción de las
costumbres, al fundarse sobre el propio interés y apartar de las consideraciones
metafísicas y de la práctica de las virtudes. El cristianismo medieval también vio con
reservas el ejercicio comercial, condenando frecuentemente el pecado de usura.
Sin embargo, ya desde fines del medioevo y con más fuerza a medida que avanzaba
el comercio y la producción en toda Europa se empezó a considerar que el mismo tenía
propiedades positivas sobre los pueblos que lo practicaban. En línea con esto, algunos
empezaron a hablar del “dulce comercio” (le doux commerce).
En términos generales, Montesquieu adhiere a esta tesis. Sostiene que el comercio
hace a las naciones más sociables y fomenta la paz. Pero al mismo tiempo, parece
compartir en alguna medida la ética clásica de la virtud, por cuanto reconoce que al
nivel individual, también puede debilitar el carácter e impedir la práctica de las virtudes.
La tesis, en resumidas cuentas, parece ser que el comercio genera una especie de
medianía: suaviza y mejora el carácter de los salvajes y viciosos, pero también
adormece y empeora el de aquellos que eran virtuosos.
De todos modos, la dirección general de este libro es la de que el fomento del
comercio es deseable entre los pueblos. Esto no impide que se le impongan restricciones
aduaneras y cuotas, en la medida que no lo ahoguen. Se debe mantener un balance entre
el beneficio del Estado y el flujo comercial. Recomienda el establecimiento de bancos,
institución que favorece las posibilidades comerciales y, fiel a su actitud de reconocer
las particularidades de cada caso, propone que las repúblicas son más capaces de
mantener un comercio frecuente y estable, mientras que las monarquías lo son menos
(por no existir tanta seguridad de los súbditos sobre sus derechos y bienes).
VI. Conclusión
Solamente hemos tenido oportunidad de tocar algunos de los puntos principales de
la extensa obra de Montesquieu. Sin embargo, es fácil ver por qué su influencia se ha
dejado sentir tan fuertemente en el pensamiento contemporáneo y posterior.
Su método, sin ser tan pulido como llegará a estarlo con el desarrollo de las ciencias
sociales modernas, ya constituye básicamente un estudio sociológico de los hechos.
Esto le permite enriquecer su relativismo y fundar la necesidad de reconocer y
adecuarse a las circunstancias en el estudio de la ley. Esto es evidente en sus
consideraciones respecto de las costumbres de cada pueblo y cómo impactan en su vida
política.
También sus intuiciones sobre la organización política y la libertad estarían
destinadas a un enorme éxito, constituyendo el fundamento de la división de poderes
moderna y, así, sigue presente en la ingeniería constitucional hasta nuestros días.
Por otra parte, su énfasis en la necesidad de moderar el poder, independientemente
del régimen, va en línea con los pasos que ya había dado Locke y reforzarían la
evolución del pensamiento liberal, uno de cuyos principios es la limitación del poder
para prevenir su abuso. Tal vez sea su fuerte repercusión en los debates constitucionales
norteamericanos el caso donde esta presencia sea más evidente.
Si bien otras áreas de su teoría, como las referentes al clima, hoy aparecen como
desactualizadas y superadas, todos estos elementos hacen de su obra una influencia
duradera que sigue siendo marcando la filosofía política moderna.