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CARRERA: LICENCIATURA EN CIENCIAS POLÍTICAS

ASIGNATURA: TEORÍA POLÍTICA II


DOCENTE A CARGO: MAURO J. SAIZ

Unidad IV. Clase 9.


Texto: Montesquieu. “El espíritu de las leyes” (selección)
Preguntas disparadoras: ¿Qué estudia Montesquieu? ¿Cómo construye su clasificación
de las formas de gobierno? ¿En qué consiste para él la libertad política y civil? ¿Qué
papel juegan las costumbres y el comercio?

Ubicados así en el contexto político e intelectual del siglo XVIII francés, pasaremos
a estudiar (aunque superficialmente) el pensamiento de Montesquieu. Su obra más
famosa, El Espíritu de las Leyes, tuvo un enorme impacto en su época y en siglos
posteriores, tanto en su país como en el resto del mundo occidental. Mucho del
desarrollo constitucional posterior se apoyó en sus ideas, y su teoría estará muy presente
en los debates constitucionales norteamericanos, por ejemplo en los autores del
Federalista.

I. Biografía
Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, nació en
1689 en Francia, en el seno de una familia noble 1. Estudio Derecho en las universidades
de Burdeos y de París. Todavía joven, con la muerte de su padre y de su tío, heredó sus
títulos nobiliarios y un puesto en el Parlamento de Burdeos2.
En 1721 publicó Cartas persas, una obra de comentario social y cultural bajo la
forma de correspondencia entre visitantes persas en París (durante todo el siglo XVIII

1
Parte de lo que se llamó “nobleza de toga”. Era práctica habitual de los monarcas franceses desde hacía
algunos siglos la venta de cargos que hoy llamaríamos “burocráticos” al servicio de la corona. Con la
compra de un tal cargo venía asociado el título nobiliario. Aunque no siempre era hereditario, no era
difícil convertirlo en tal y así se fue desarrollando todo un grupo social vinculado al ejercicio de funciones
administrativas y jurídicas. Aunque eran formalmente nobles, se los distinguía de la nobleza tradicional,
llamada “nobleza de espada”.
2
Los parlamentos de la Francia del Antiguo Régimen no eran parlamentos en el sentido moderno, como
lo sería el inglés o el propio francés después de la Revolución. Se trataba de tribunales judiciales
superiores, con atribuciones políticas y legislativas limitadas.
los relatos de viajes y las novelas epistolares gozaron de gran popularidad). Ingresó a la
Academia de Burdeos y en 1728 fue elegido para la Academia Francesa. Ese año,
aburrido de su vida en Francia, emprendió un recorrido por Europa, parando en Italia,
Alemania y Austria, entre otros países. Pasó un año y medio en Inglaterra, donde se
interesó especialmente por el sistema político y jurídico, que tendría un fuerte impacto
en su obra posterior.
Al regresar a Francia emprende la elaboración de sus trabajos mayores. En 1734
publica Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos
y en 1748 ve la luz su obra maestra, Del Espíritu de las Leyes. Aunque encontró
oposición en su país (especialmente de la Iglesia, que la prohibió), la obra ganó enorme
difusión. En el exterior, especialmente en Inglaterra y las colonias Americanas, sería
frecuentemente citado por los teóricos y políticos prácticos.
Muere poco después, en 1755, después de haber quedado completamente ciego
producto de una enfermedad.

II. Consideraciones generales. Las leyes


Aunque los otros trabajos del autor, especialmente las Cartas Persas y las
Consideraciones…, contienen argumentos y puntos de vista interesantes, por cuestiones
de tiempo deberemos limitarnos aquí a analizar solamente algunos capítulos de su obra
principal: Del Espíritu de las Leyes. Allí, el autor pretende entender las leyes positivas
de los diferentes Estados.
Comienza por tratar de las leyes en general, refiriéndose a las leyes físicas. Pero en
el caso del hombre también existen leyes de naturaleza, entre las que menciona la de la
religión, la búsqueda de alimento, la reproducción y la tendencia a vivir en sociedad.
Aunque en este punto Montesquieu parece concebir al estado natural como pre-social,
no desarrolla un esquema contractualista, ya que no es ese el objeto de su tratado.
Interesantemente, en las pocas líneas que toca el tema, la visión del autor parece ser que
los hombres eran iguales y libres en el estado de naturaleza, mientras que el estado de
guerra adviene con la unión en sociedad.
En todo caso, pasa inmediatamente a considerar que, en sociedad, los hombres se
dan leyes positivas. Serán derecho de gentes si regulan la conducta entre Estados,
derecho político si se refieren a las relaciones entre gobernantes y gobernados, y
derecho civil si ordenan la conducta recíproca de los ciudadanos.
Ahora bien, Montesquieu reconoce que:
La ley, en general, es la razón humana en cuanto gobierna a todos los pueblos de la tierra; las
leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser más que los casos particulares a los que se
aplica la razón humana. (pág. 359)3

Y a continuación enumera toda una serie de factores que afectarán las formas
particulares que la ley adopte en un caso dado. Entre ellos, se debe considerar: el pueblo
al que está dirigida, la naturaleza y principio de gobierno, la geografía y clima del país,
su economía, su religión, sus costumbres; y asimismo las leyes se relacionan entre sí,
debiendo ser coherentes. Este conjunto de relaciones es lo que el autor denomina
“espíritu de las leyes” y es lo que pretende estudiar a lo largo de todo el tratado.

II. Las formas de gobierno: su naturaleza y su principio


El primero de los factores que analiza Montesquieu, en el libro II de la primera
parte, es el de las formas de gobierno. Para ello, propone una clasificación distinta de las
que se venía utilizando hasta el momento. La primera distinción se hace en base a la
naturaleza de los gobiernos, del siguiente modo:

Hay tres clases de gobierno: el republicano, el monárquico y el despótico. Para descubrir su


naturaleza nos basta con la idea que tienen de estos tres gobiernos los hombres menos instruidos.
Doy por supuestas tres definiciones o, mejor, hechos: el gobierno republicano es aquel en que el
pueblo entero, o parte del pueblo, tiene el poder soberano; el monárquico es aquel en que gobierna
uno solo, con arreglo a leyes fijas y establecidas; y, por el contrario, en el gobierno despótico una
sola persona gobierna sin ley y sin norma, lleva todo según su voluntad y su capricho. (págs. 360-
361)

Podemos ver que en este esquema Montesquieu unifica, de cierto modo, los dos
criterios tradicionales: cantidad y calidad. La cantidad de gobernantes es lo que separa a
las repúblicas (más de uno) de la monarquía y el despotismo. Pero a su vez, el gobierno
con arreglo a leyes, o como lo llamará después, el gobierno moderado es lo que
distingue a las repúblicas y la monarquía, por un lado, del despotismo, por el otro. Nos
queda así un cuadro de tres (o cuatro, ya que la república se subdivide en democrática o

3
Observarán que el material de lectura para esta clase está tomado de dos fuentes diferentes. Es por eso
que las primera parte tiene una numeración (págs. 357-402) y la última, otra distinta (págs. 198-223).
Como no se superponen, no debería haber problemas a la hora de seguir las citas bibliográficas.
aristocrática) tipos, de entre los cuales el único que el autor considera propiamente
negativo es el despotismo.
En los libros siguientes trata de las repúblicas, empezando por las democráticas y
siguiendo luego por las aristocráticas. Evidentemente lo que las distingue es si son
muchos o pocos quienes controlan el poder. El autor menciona las leyes políticas
fundamentales de cada una, como son quiénes son capaces de votar, quiénes pueden ser
elegidos como magistrados y el modo de realizar las elecciones, los plazos durante los
que se ejercen las magistraturas, etc. Manifiesta preferir que la aristocracia se acerque lo
más posible a la democracia, incorporando a la mayor cantidad posible de ciudadanos al
acceso al poder.
La monarquía requiere una atención un poco más detenida. Dice Montesquieu:
“Los poderes intermedios, subordinados y dependientes, constituyen la naturaleza del
gobierno monárquico, es decir, de aquel gobierno en que uno solo gobierna por medio
de leyes fundamentales” (pág. 367). Continúa explicando que, para que la monarquía
sea moderada, deben existir estos cuerpos intermedios a través de los cuales el poder del
rey fluye, pero que al mismo tiempo lo limitan y controlan. Algunos ejemplos de
cuerpos intermedios son la nobleza, el clero, así como algún órgano que actúe como
depositario de las leyes fundamentales. Podría pensarse también en los gremios y otras
corporaciones existentes en las monarquías del Antiguo Régimen.
Por último, del despotismo hace una descripción devastadora, que podemos resumir
diciendo que en este caso, el capricho del déspota es la única ley y nadie la contiene. Él
es el amo y todos los súbditos del país son sus esclavos.
Así completa la tipología de las formas de gobierno según su naturaleza, pero el
libro III introduce otra dimensión a la clasificación de los gobiernos. Se trata de los
principios. Si la naturaleza de cada gobierno era su faz estática, su estructura esencial,
los principios son “las pasiones humanas que le ponen en movimiento” (pág. 369). Cada
forma de gobierno tiene su principio característico.
En las repúblicas democráticas el principio es la virtud. Con esto se refiere
Montesquieu a la virtud cívica, un compromiso con la cosa pública, el respeto y
obediencia a las leyes y la prioridad del interés general por sobre el privado. Sin esto, el
pueblo deja de sostener a la república y el régimen se corrompe, eventualmente
cambiando a otro.
En las repúblicas aristocráticas, por su parte, la virtud sigue siendo necesaria, pero
no de un modo tan central. Quienes deben poseer virtud aquí son quienes forman parte
del cuerpo gubernativo, la aristocracia. Esto les permitirá no sentirse demasiado
distanciados del resto del pueblo y no abusar de él, o, al menos, mantener una cierta
igualdad y contención mutua entre ellos para no generar adversidades dentro del propio
grupo. A este principio, el autor lo llama moderación.
La monarquía no depende de la virtud del pueblo, dado que éste es obligado a
obedecer las leyes por las prerrogativas y poder del monarca. En cambio, el principio
que mueves y sostiene a este régimen es el honor. Con este término Montesquieu se
refiere a que los diferentes cuerpos intermedios, que son los que contienen el poder real
y lo sujetan a las leyes fundamentales, persiguen ganar fama y privilegios, lo que los
hace más celosos de su posición y derechos, y tanto más se oponen a los abusos por
parte del monarca.
Finalmente, el despotismo no requiere ninguna de estas pasiones, sino que su
principio es el temor, que mantiene a todos en la obediencia al déspota e impide que se
rebelen.

III. La libertad en la constitución y la libertad de los ciudadanos


Saltamos ahora a la parte segunda de la obra, que inicia en el libro XI. En esta
sección, una de las más conocidas junto con los primeros libros que analizáramos antes,
Montesquieu se refiere a cómo se puede alcanzar la libertad en relación a la constitución
y en relación a los ciudadanos, tratando especialmente el caso de Inglaterra.
El libro XI comienza por discutir los diversos sentidos que se ha dado a la palabra
libertad. Después de rechazarlos, ofrece una famosa definición: “en un Estado, es decir,
en una sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en poder hacer lo
que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no se debe querer” (pág. 390).
Con ello quiere decir que la libertad no consiste en que la voluntad no esté atada a nada,
sino vivir en una sociedad donde existan leyes establecidas y conocidas, y donde las
mismas sean respetadas.
Esto, dice, sólo sucede en los Estados moderados y ni siquiera allí se da en todos
los casos. Como expresa en un célebre pasaje:

La democracia y la aristocracia no son Estados libres por su naturaleza. La libertad política no se


encuentra más que en los Estados moderados; ahora bien, no siempre aparece en ellos, sino sólo
cuando no se abusa del poder. Pero es una experiencia eterna, que todo hombre que tiene poder
siente la inclinación de abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites. ¡Quién lo diría! La
misma virtud necesita límites.
Para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder
frene al poder. Una constitución puede ser tal que nadie esté obligado a hacer las cosas no
preceptuadas por la ley, y a no hacer las permitidas. (pág. 390)

Allí queda expresado uno de los principios centrales de la teoría constitucional de


Montesquieu, el cual sería adoptado por casi todos los ensayos constitucionales
modernos. El poder debe ser limitado para garantizar la libertad y la mejor forma de
hacerlo es oponiéndole al poder mismo. Para ello se inspira expresamente en el caso
inglés, quien mejor ha logrado, a sus ojos, esta moderación y libertad en su constitución.
Aquí comienza una larga descripción de las bondades de la constitución inglesa, tal
como él la percibió en su estadía en dicho país4. Fundamentalmente se refiere a la
separación de poderes (reconoce ya la tripartición moderna en legislativo, ejecutivo y
judicial) y cómo ésta impide que se cometan los abusos que serían predecibles si dos o
los tres poderes recayeran sobre la misma persona o cuerpo.
Admite que la democracia es impracticable como tal en los estados modernos
debido a su magnitud y cantidad de población (esta es una opinión compartida por casi
todos los pensadores modernos, que todavía pensaban en democracias directas), por lo
que es necesario delegar en representantes el ejercicio del poder legislativo. También
elogia la división en Lores y Comunes, teniendo los primeros únicamente un poder de
veto, pero no de iniciativa. El rey encabeza el poder ejecutivo y controla al legislativo
por su facultad para convocarlo y de vetar sus iniciativas. A la inversa, el legislativo no
puede juzgar a la persona del rey, pero sí puede hacerlo con sus funcionarios y ministros
si considera que éstos cumplen defectuosamente con la ejecución de las leyes.
Concluye el largo análisis diciendo que aunque también el régimen inglés terminará
por corromperse, como todas las cosas humanas, en su constitución se goza de la mayor
libertad política. De todos modos, otros regímenes, sean repúblicas o monarquías,
alcanzan también niveles variables de libertad, puesto que si no lo hicieran en absoluto,
dejarían de ser regímenes moderados y caerían en el despotismo.
El libro siguiente, el XII, también trata de la libertad, pero ahora en relación al
ciudadano. Al respecto afirma:
4
Los estudiosos han señalado que algunos elementos de su descripción no son estrictamente correctos y
que faltan otros que ya se daban en la práctica política inglesa. En última instancia, este análisis se apoya
en un modelo relativamente idealizado de la constitución inglesa, antes que en un estudio sociológico
completamente preciso. Obviamente, ello no resta valor a los principios allí expuestos.
No basta con tratar la libertad política en su relación con la constitución; hay que estudiarla
también en su relación con el ciudadano.
Ya he dicho que, en el primer supuesto, la libertad se basa en cierta distribución de los tres
poderes; pero en el segundo hay que considerarla partiendo de otra idea. En este sentido consiste
en la seguridad o en la opinión que cada uno tiene de su seguridad.
Puede ocurrir que la constitución sea libre y que el ciudadano no lo sea, o que el ciudadano sea
libre y la constitución no. En tales casos la constitución será libre de derecho y no de hecho, y el
ciudadano será libre de hecho y no de derecho. (pág. 401)

Con esto, Montesquieu llama la atención respecto de que la libertad no puede ser
solamente formal, en cuanto a la organización jurídico-política del gobierno, sino que
los propios ciudadanos en su vida cotidiana deben percibir su seguridad y saberse
protegido por las leyes (especialmente penales). Aunque normalmente ambas se
refuercen mutuamente, no siempre van necesariamente juntas, ya que la libertad del
ciudadano no depende exclusivamente de la forma de gobierno y las leyes, sino también
de sus costumbres. En otras palabras, los ciudadanos deben estar habituados a vivir
libremente (en el respeto de la ley). Esto nos conecta con el siguiente punto a tratar.

IV. Las costumbres


Explicamos al comienzo que la obra de Montesquieu no trata únicamente de los
regímenes políticos y su organización, sino que pretende estudiar todo un amplio
conjunto de relaciones entre los diversos factores que afectan a las leyes y las hacen
adecuadas o no para cierto contexto determinado. No trataremos el grueso de estas
consideraciones, que abarcan el clima, el terreno, la cantidad de población, la religión,
entre tantos otros elementos. Sí mencionaremos, sin embargo, su desarrollo respecto de
las costumbres, en el libro XIX, y en relación al comercio, en el libro XX.
Respecto de las costumbres, ya vimos que revisten una gran importancia para el
autor, puesto que pueden reforzar o debilitar las leyes. De allí que el primer punto
tratado en este libro sea la necesidad de que las leyes se adapten a las costumbres del
pueblo al que van dirigidas. Indica que “[e]l legislador debe ajustarse al espíritu de la
nación, cuando no es contrario al principio del régimen, porque nada se hace mejor que
lo que hacemos libremente siguiendo nuestro genio natural” (pág. 199). En ese sentido,
puede ser más conveniente adecuar la legislación a algún vicio particular difícil de
desarraigar en el pueblo antes que pretender modificarlo para hacerlo perfectamente
virtuoso.
Por supuesto, las costumbres pueden cambiar: el contacto frecuente con otros
pueblos, por ejemplo, las afecta. Si es el gobernante quien desea provocar el cambio, no
debe intentar hacerlo exclusivamente por leyes, sino introduciendo nuevas costumbres y
prácticas sociales. Sin embargo, las leyes pueden sí contribuir a formar las costumbres y
carácter de un pueblo en una mutua simbiosis. En el último capítulo de este libro, el
autor regresa sobre el caso inglés. En otra famosa cita, confirma el principio expresado
hasta ahora: “Las costumbres de un pueblo esclavo son parte de su servidumbre; las de
un pueblo libre, son parte de su libertad” (pág. 208). Y continúa con una larga
exposición de su visión de las costumbres y maneras inglesas.

V. El comercio
Para terminar (aunque debamos dejar muchos otros temas sin tratar), mencionemos
el libro XX, donde Montesquieu se refiere al comercio. Para poder entender la posición
del autor al respecto, debemos tener en cuenta que ya desde el siglo XVII se venía
difundiendo una actitud favorable a la actividad comercial, acompañada por las
transformaciones económicas y tecnológicas que la impulsaban en toda Europa y en
ultramar. Ciertamente en la Antigüedad existía el comercio y éste en ningún momento
desapareció completamente (aunque sí hubo períodos en que se redujo). Pero la filosofía
clásica muchas veces consideró al comercio como una fuente de corrupción de las
costumbres, al fundarse sobre el propio interés y apartar de las consideraciones
metafísicas y de la práctica de las virtudes. El cristianismo medieval también vio con
reservas el ejercicio comercial, condenando frecuentemente el pecado de usura.
Sin embargo, ya desde fines del medioevo y con más fuerza a medida que avanzaba
el comercio y la producción en toda Europa se empezó a considerar que el mismo tenía
propiedades positivas sobre los pueblos que lo practicaban. En línea con esto, algunos
empezaron a hablar del “dulce comercio” (le doux commerce).
En términos generales, Montesquieu adhiere a esta tesis. Sostiene que el comercio
hace a las naciones más sociables y fomenta la paz. Pero al mismo tiempo, parece
compartir en alguna medida la ética clásica de la virtud, por cuanto reconoce que al
nivel individual, también puede debilitar el carácter e impedir la práctica de las virtudes.
La tesis, en resumidas cuentas, parece ser que el comercio genera una especie de
medianía: suaviza y mejora el carácter de los salvajes y viciosos, pero también
adormece y empeora el de aquellos que eran virtuosos.
De todos modos, la dirección general de este libro es la de que el fomento del
comercio es deseable entre los pueblos. Esto no impide que se le impongan restricciones
aduaneras y cuotas, en la medida que no lo ahoguen. Se debe mantener un balance entre
el beneficio del Estado y el flujo comercial. Recomienda el establecimiento de bancos,
institución que favorece las posibilidades comerciales y, fiel a su actitud de reconocer
las particularidades de cada caso, propone que las repúblicas son más capaces de
mantener un comercio frecuente y estable, mientras que las monarquías lo son menos
(por no existir tanta seguridad de los súbditos sobre sus derechos y bienes).

VI. Conclusión
Solamente hemos tenido oportunidad de tocar algunos de los puntos principales de
la extensa obra de Montesquieu. Sin embargo, es fácil ver por qué su influencia se ha
dejado sentir tan fuertemente en el pensamiento contemporáneo y posterior.
Su método, sin ser tan pulido como llegará a estarlo con el desarrollo de las ciencias
sociales modernas, ya constituye básicamente un estudio sociológico de los hechos.
Esto le permite enriquecer su relativismo y fundar la necesidad de reconocer y
adecuarse a las circunstancias en el estudio de la ley. Esto es evidente en sus
consideraciones respecto de las costumbres de cada pueblo y cómo impactan en su vida
política.
También sus intuiciones sobre la organización política y la libertad estarían
destinadas a un enorme éxito, constituyendo el fundamento de la división de poderes
moderna y, así, sigue presente en la ingeniería constitucional hasta nuestros días.
Por otra parte, su énfasis en la necesidad de moderar el poder, independientemente
del régimen, va en línea con los pasos que ya había dado Locke y reforzarían la
evolución del pensamiento liberal, uno de cuyos principios es la limitación del poder
para prevenir su abuso. Tal vez sea su fuerte repercusión en los debates constitucionales
norteamericanos el caso donde esta presencia sea más evidente.
Si bien otras áreas de su teoría, como las referentes al clima, hoy aparecen como
desactualizadas y superadas, todos estos elementos hacen de su obra una influencia
duradera que sigue siendo marcando la filosofía política moderna.

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