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TEMA 1.

LA ORGANIZACIÓN CONSTITUCIONAL DEL ESTADO

Asignatura: DC I

Introducción: el Estado como organización política.

Todas las comunidades humanas han poseído algún tipo de organización


colectiva que obligaba a sus miembros a respetar una serie de normas dirigidas
a permitir y asegurar la pervivencia de esa organización social por encima de
voluntades individuales. Para nosotros, esa organización es el Estado
constitucional. Dicho Estado ha tenido unos precedentes tanto inmediatos
como mediatos: la polis griega, la antigua Roma y el feudalismo. Esos
precedentes están marcados por un pensamiento caracterizado por el
organicismo. Antes de analizar muy brevemente los mismos, conviene que
definamos el organicismo.

a) Organicismo. Su precursor es Aristóteles. En este modelo, la forma


política se asemeja a un cuerpo humano. En ella, el todo siempre
precede a las partes y el Estado al individuo. La finalidad es lo que
marca la interpretación del derecho y del Estado. La Constitución no
tiene como objetivo limitar las acciones de los gobernantes, sino que
meramente describe cómo se organiza el poder: monarquía, aristocracia
y democracia. En todo este modelo, la comparación de la política con la
vida era habitual dada la cercanía de los hombres con los animales y la
naturaleza. En cualquier caso, poneos en su lugar: la inteligencia hacía
imposible que en este sistema el hombre pudiera dar sentido al
funcionamiento de las cosas a partir de la suma del conocimiento de las
partes: era más fácil buscar la legitimidad del poder a partir de
cosmologías como la religión o equivalente. La existencia de Dios y su
conexión con el poder resolvía no solo el problema de la legitimidad,
sino de la función que el poder tenía en la organización política.

El organicismo estaba o era la base filosófica de las comunidades humanas en


Grecia, Roma y el medievo. Hagamos un breve resumen. En Grecia (Esparta y
Atenas) estábamos ante sociedades muy pequeñas recluidas en ámbitos
territoriales muy limitados. Eran, además, sociedades esclavistas. Como
habréis oído hablar, tanto en Atenas como Esparta era habitual la existencia de
asambleas ciudadanas con algunas características democráticas: por ejemplo,
el método asambleario (ágora) de toma de decisiones y la utilización de sorteo
para que los ciudadanos. Pese a ello, en el modelo descrito se producía una
identidad entre el ciudadano y el poder: no había separación entre ellos, las
partes formaban parte del todo (organicismo) y la libertad individual era
imposible de precisar. No había separación entre poder político y poder social.

En Roma tampoco se dio esta diferenciación entre la organización política


entre Estado y sociedad. Pese a ello, resulta evidente que en el periodo
republicano y del imperio se da una gran innovación institucional gracias al
empuje del derecho, como habréis visto en la asignatura de derecho romano.
En la fase republicana los pilares de la organización política eran los
magistrados, las asambleas y el senado. En todos los casos estaban presentes
las clases dominantes. Con el imperio se profundiza la burocracia -sobre todo
provincial- y aparece el Consilium principis como órgano asesor del emperador.
La gran dispersión del poder hace imposible pensar que Roma fuera un Estado
tal y como lo conocemos (municipios, provincias). El derecho (por ejemplo,
Código Justiniano) llevó a cabo una gran unificación del derecho aplicable a
particulares y, por otro lado, las “Constituciones” imperiales afloran por primera
vez una especie de derecho público. Pero no hay Estado, en cualquier caso,
porque el individuo no es el fundamento del poder político y éste último se
confundía enteramente con el poder social y económico. Ello se debía a que el
todo, de nuevo, condicionaba a las partes.

Como sabéis, el sistema de relaciones feudales es muy heterogéneo. Hay un


feudalismo anglosajón, otro ibérico, nórdico, italiano … en todos ellos el
esclavismo es sustituido por la servidumbre (los ciudadanos de clase baja
pertenecían a un señor). La teoría aristotélica del poder sigue plenamente
vigente durante este tiempo, pues la legitimidad de los sistemas de dominación
solía residenciarse en lealtades religiosas, en las que el Papa y la Iglesia
jugaban un gran papel. En este sistema el tiempo no pasa, las reformas son
innecesarias y el devenir de la forma política permanece ajena al destino de los
hombres: es un todo superior lo que determina la suerte de una sociedad que
está muy regulada jurídicamente: cada privilegio necesita un reconocimiento
formal (por ejemplo, los fueros), pero dicho reconocimiento formal resistía en
una combinación de derecho consuetudinario (la costumbre) y de derechos
particulares que hacía imposible el avance de una sociedad con casi total
ausencia de libertad y autonomía.

b) Mecanicismo. La progresiva caída y crisis del feudalismo se produce


porque es incapaz de renovarse económicamente, pero también porque
a partir de los siglos XV-XVI aparece un nuevo tipo de pensamiento,
mecanicista, que se separa claramente del organicismo: en dicho
pensamiento, el ser humano comienza a ser capaz de reconstruir
conscientemente la realidad, entre ellas, la realidad jurídica y política. El
paso de la agricultura a la artesanía y la industrialización es importante:
ahora lo que vale es descomponer en partes los artilugios. Os hablaba
del reloj: la aparición del primer reloj mecánico en el siglo XIV es la
consecuencia de un nuevo modelo de pensamiento y técnica en la que
el ser humano puede descomponer el todo en las partes y volver a
construirlo a partir de estas. Así que se empieza a reconocer la realidad
política como un artefacto teniendo en cuenta las leyes de Newton:
Hobbes pensaba que el Estado era como un reloj al que el monarca
daba cuerda. Maquiavelo, Locke, Bodino, Altusio … todos ellos
empiezan a esbozar la necesidad de que sean las partes y no el todo las
que se presenten como motor de cambio “constitucional”. El análisis
racional hará aparecer el derecho racional, los contratos y la burocracia:
y es entonces cuando se da el salto cualitativo. Aparece un Estado
absoluto que pretende expropiar el poder a los señores feudales y
centralizarlo jurídicamente alrededor del soberano/monarca.

El Estado moderno que quiere dejar atrás el feudalismo se compone de tres


elementos: el pueblo, el territorio y la soberanía. El soberano es productor del
derecho, que ya no se basa en la costumbre. Este nuevo derecho servirá,
como hemos visto en clase, para garantizar la paz, la seguridad y las nuevas
relaciones capitalistas. La aplicación de este derecho requería nuevos jueces y
una nueva administración burocrática muy profesionalizada y altamente
tecnificada. Comienzan las codificaciones del derecho privado y, sobre todo,
comienza a crearse una sociedad protoburguesa que desea que en ella se
residencie la libertad. Por supuesto, la hacienda y el sistema impositivo también
han de modernizarse. En el modelo absolutista el “ciudadano” básicamente
tenía obligaciones, no derechos. Pero poco a poco, toma conciencia de las
contradicciones del mecanicismo: los ciudadanos son el fundamento del todo,
por lo que no tiene sentido que el derecho que recae sobre sus conductas no
provenga de la legitimidad de la sociedad. Pronto, entre el siglo XVII y XVIII se
generaliza el contractualismo como corolario del mecanicismo: la base del
Estado solo puede ser un contrato entre las partes que lo componen. Y esas
partes son los ciudadanos, que conforman la sociedad y el pueblo. Habéis
adivinado ya en qué desemboca todo este rápido viaje: necesitamos una norma
que regule el contrato entre ciudadanos: la Constitución. Porque la diferencia
entre el Estado que se avecina (el constitucional) con el Estrado absoluto, es
que mientras en este último los ciudadanos pactan ceder al monarca su
libertad, en el Estado constitucional pactan entre ellos para crear el poder, el
Estado mismo. Es muy diferente.

¿Por qué seguimos hablando, pese a todo, de órganos del Estado?

Esta es una buena pregunta. Como sabéis, nuestra asignatura bien podría
llamarse organización constitucional del Estado. Lo que veremos en la misma
es la encarnación del principio organizativo a otros principios que aparecen en
la lógica de las revoluciones burguesas. ¿Qué son las revoluciones burguesas?
Aquellas que en el siglo XVIII (Francia y Estados Unidos) derriban el Estado
absoluto (o colonia en el caso americano) con el objetivo de reconstruirlo a
partir de dos principios: el democrática (poder constituyente, poder de hacer
una Constitución, atribuido al pueblo) y el liberal (separación de poderes y
derechos fundamentales). Curiosamente, hay una tercera vía, poco estudiada,
pero que ha tenido una enorme repercusión para que hoy hablemos con
lenguaje organicista. Vamos a ver por qué.

Alemania construye su propio Estado a partir de la idea de Estado de Derecho.


En Alemania el mecanicismo no fue muy popular. De hecho, su principal
pensador, Hegel, idea una vía para no tener que aplicar los principios
revolucionarios liberales y democráticos. En vez de atribuir la soberanía al
pueblo o al monarca (tened en cuenta que en España estábamos con ese
mismo conflicto), decide atribuírsela a un tercero: el Estado. El Estado sería el
soberano. Pronto, los grandes juristas alemanes, entre positivistas e
historicistas, recuperan la idea del organicismo cuando tratan de describir el
Estado a partir del Derecho. Porque a finales del siglo XIX, Laband, Jellinek o
Gerber, habrán logrado poner las bases para trasladar la soberanía desde el
Estado hacia el derecho. En tal sentido, se postulan como analistas jurídicos
del Estado en todas sus dimensiones: el territorio, el pueblo y la soberanía son
juridificables. El territorio es el ámbito de aplicación del derecho y se delimita
por Tratados internacionales. El pueblo no existe más que como una suma de
derechos de ciudadanos, que ejercen un compendio de obligaciones y
facultades. Por último, la soberanía se concreta en instituciones. ¿Y qué son
las instituciones? Pues un conjunto de órganos que sirven, a partir de la
separación de poderes, para producir (parlamento y administración) y aplicar
(poder judicial y administración) DERECHO. La teoría del órgano permite
atribuir a cada institución unas competencias y que cada competencia se
realice de acuerdo con unos límites.

Probablemente, el éxtasis de esta tesis organicista es una mistificación o


ficción de gran importancia: se llega a dotar al Estado de PERSONALIDAD
jurídica. Es decir, se asimila metafóricamente el Estado a una persona. ¿Era
organicista esta teoría? En puridad, el pensamiento alemán era conservador y
creía que el todo, la NACIÓN alemana representada por el monarca, tendría
que determinar las partes. Como sabéis, esa idea imperial terminó
distorsionada en el marco del periodo de entreguerras y el advenimiento del
totalitarismo. Ahora bien, dejó un poco técnico deslumbrante que aún hoy
usamos y es de gran utilidad. Porque la ficción de la personalidad jurídica del
Estado de Derecho permite que este tenga relaciones con individuos u otros
Estados (esas relaciones implican que tendrá obligaciones y los ciudadanos
derechos frente al Estado). Con razón Kelsen decía que habrá Estado cuando
éste tenga órganos que sean capaces de crear y aplicar derecho.

Como hemos dicho, en España durante el siglo XIX se hablaba de


“personalidad jurídica de la Administración”. Hoy, en gran medida ello pervive.
Al comienzo de la Constitución de 1978 hubo un gran debate sobre si podía
persistir esa idea de personalidad jurídica del Estado: muchos dijeron que era
incompatible con la soberanía popular del art. 1.2 CE. Esta cuestión es algo sin
importancia: la personalidad jurídica del Estado tiene peso porque la
Constitución lo considera un ordenamiento con personalidad para concretar
relaciones internacionales (art. 95 CE), una comunidad que integra un hecho
social (las provincias, municipios y las CCAA del art. 137 CE) o, incluso un
aparato (es el caso del Estado central que tiene relaciones con las CCAA). En
cualquier caso, nuestra asignatura, básicamente, aunque no sólo, hablará de
órganos constitucionales: de aquellas instituciones que podemos identificar con
los poderes que Locke y Montesquieu fueron capaces de vislumbrar y, que, de
algún modo, vienen realizando las tareas de crear el derecho, aplicarlo y
controlarlo, bien política o jurídicamente.

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