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1.

Delimitando la categoría “comunitarismo”

Tanto la visión utilitarista como la del liberalismo son posiciones que dan primacía al individuo,
ya sea porque se considera que la causa de la unión política es la búsqueda del beneficio personal,
ya sea porque se sostiene que el fin de la comunidad está en la defensa de los derechos individuales.
El comunitarismo cuestiona esta visión, remarcando la idea del “nosotros”, de los vínculos
compartidos, la idea de lo común.

El término “comunitarismo”, muy usado a partir de la década de los ochenta, resulta hasta
cierto punto equívoco, ya que agrupa a pensadores de muy distinta procedencia. Suelen se
calificados de “comunitaristas” autores como Robert Bellah, Amitai Etzioni, Robert Putnam,
Alasdair MacIntyre, Charles Taylor, Michael Walzer y Michael Sandel. Ahora bien, las diferencias
entre ellos son grandes: Algunos provienen de la sociología, como Robert Bellah, Amitai Etzioni y
Robert Putnam. Otros, como Alasdair MacIntyre, Charles Taylor, Michael Walzer y Michael
Sandel, del campo de la filosofía. Algunos son críticos del Iluminismo (como MacIntyre), otros, no
reniegan de la modernidad. Incluso algunos son “de derecha”, mientras que otros (como Walzer) se
identifican con la Izquierda. (Según Amitai Etzioni “el pensamiento comunitario pasa por encima
de la vieja discusión entre pensamientos de izquierda o de derecha y sugiere una tercera filosofía
social”). Esta heterogeneidad hace que los mismos autores no siempre quieran identificarse como
“comunitaristas” (Walzer a veces toma distancia cuando se lo incluye en esta categoría”), o que
algunos incluyan a determinados pensadores dentro del comunitarismo y otros no (es el caso de los
conservadores, a los que muchos califican de “comunitaristas”, mientras que Etzioni, lo veremos en
las páginas que siguen, tiende a distinguirse de los mismos).

Pese a sus diferencias, todos ellos tienen en común la oposición al “liberalismo” y la


pretensión de elaborar un concepto de sociedad política más denso, para lo que apelan a filósofos
como Aristóteles o Hegel1. Etzioni, por ejemplo, de origen judío, para el que la vida en el kibbutz
(comunidad agrícola israelí) representó un “curso avanzado intensivo” de comunitarismo recuerda
en sus memorias que:

Los miembros del kibbutz no tenían preocupaciones personales. De hecho, cuando uno
tuvo una apoplejía a la joven edad de 30 años, de la que se recuperó muy poco, nadie tenía la
menor duda de que el kibutz se haría cargo de él durante el resto de su vida. (…) El lema “de
cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad” se ponía verdaderamente en
práctica allí (…).
Al mismo tiempo, había muy poco margen para la individualidad o la intimidad. Las
comidas se tomaban en el comedor de la comunidad. (…) Guardar provisiones privadas en la
habitación o tienda (el único lugar que tenía cada uno) era considerado como transgredir el
mayor tabú. Cuando alguien recibía un paquete de café como regalo de un pariente en visita,
cometía la más alta traición si se lo quedaba. Su intento de mantener una propiedad privada
desataba una tormenta de condenas (…).
Cuando invité a una chica del kibutz a “dar un paseo después de cenar” sin haber
terminado mi relación con otra chica, tres miembros del kibutz me reprendieron antes de que
acabara el día: “¿Es cierto que pretendes salir con Tamara y Raquél al mismo tiempo? Eres
nuevo aquí, pero…”; “no nos comportamos así en este lugar”. Por honradez debo decir que una
invitación a un paseo después de cenar no era en absoluto tan inocente como podría parecer. 2

1
El filósofo argentino Carlos S. Nino pudo titular un artículo dedicado a este debate “Kant versus Hegel, otra vez”,
Política. Revista de Estudios sobre el Estado y la Sociedad, Nº 1 (1996), 123-125.
2
AMITAI ETZIONI, El guardián de mi hermano: Autobiografía y mensaje, Ediciones Palabra, Madrid, 2006, p.38/39.
Destacando los elementos positivos de este tipo de asociación Etzioni estudia en alguno de
sus primeros trabajos, comparando la mayor eficacia del ejército Israelí con los ejércitos árabes,
hasta qué punto una comunidad fuertemente motivada, con vínculos afectivos y finalidades
compartidas es más efectiva que una comunidad menos integrada, análisis que luego trasladará a la
sociología de las organizaciones y a la comunidad política.

El sociólogo estadounidense Robert Putnam, por poner otro ejemplo, analizó en un famoso
artículo “Bowling alone” (Jugando a los bolos solo) la pérdida de capital social en los Estados
Unidos. La disminución del número de personas afiliadas a los clubs, a las asociaciones cívicas y
religiosas, etc. servían para poner de manifiesto, a su entender, la pérdida de capacidad asociativa
de los Estados Unidos (una de las características que más había llamado la atención a Tocqueville
en La democracia en América), cambio que necesariamente habría de tener consecuencias
negativas en la política.

En ésta búsqueda de una comunidad más integrada los comunitaristas cuestionan las
corrientes vistas anteriormente. Rechazan, en primer lugar, la idea de que el motor de la asociación
sea la búsqueda del propio beneficio. El “Manifiesto del comunitarismo” señala: “No puede
sobrevivir por mucho tiempo una comunidad si sus miembros no dedican algo de su atención,
energía y recursos a proyectos compartidos. La búsqueda exclusiva del interés privado erosiona la
red de ambientes sociales de los que todos dependemos y es nociva para nuestro experimento
compartido de autogobierno democrático”.3 Por otro lado discute la propuesta liberal de separar la
justicia del bien. Si ciertos proyectos de vida son mejores ¿por qué debería la comunidad política
permanecer neutra frente a los mismos? Resulta por ello legítimo, para una comunidad política
proponerse metas compartidas. El intento de convertir a la autonomía en el único valor que debe
concernir a las pautas de organización social resulta, afirman, radicalmente insuficiente. Es en la
relación con los otros donde aprendemos “el respeto por los demás, así como el respeto propio;
Donde adquirimos un vivo sentido de nuestras responsabilidades personales y cívicas, junto con una
apreciación de nuestros propios derechos y los derechos de los demás; Donde desarrollamos las
habilidades de autogobierno, así como el hábito de gobernarnos a nosotros mismos, y aprender a
servir a los demás, no sólo a nosotros mismos”. 4 La familia y la educación son fundamentales para
que el individuo pueda descubrir la dimensión moral de la existencia.

Muchas de estas inquietudes no son nuevas. Están presentes, por ejemplo, en las críticas que
el romanticismo realizara a la filosofía de la Ilustración. También han sido recogidas por la
sociología, cuando remarca la distinción entre los conceptos de comunidad y sociedad (Es
fundamental la obra de Tönnies Gemeinschaft und Gesellschaft, 1887).

En el próximo apartado analizaremos algunos aspectos del pensamiento de Amitai Etzioni,


Samuel P. Huntington, y Charles Taylor.

2. La visión de Amitai Etzioni

Para exponer el pensamiento de Etzioni partiremos de su trabajo La nueva regla de oro:


Comunidad y moralidad en una sociedad democrática. (Clase 6-anexo 1).

Cuenta Etzioni en su autobiografía, que cuando apenas comenzaba sus estudios en


sociología en la Hebrew University, se encontró “con el pensamiento comunitario de los sociólogos
3
Manifiesto del comunitarismo. Preámbulo. https://communitariannetwork.org/platform
4
Ibid.
más importantes. Estudiamos –nos dice- los complejos trabajos de Ferdinand Tönies, conocido por
su distinción entre gemeinschaft (comunidad) y gesselschaft (sociedad)”, trabajando también sobre
“los volúmenes de Émile Durkheim, que recalcaba el papel importante de los valores compartidos y
los lazos sociales al formar y sostener una comunidad”. Poco a poco, agrega, dos temas le fueron
quedando entrelazados:

En primer lugar, el avance de la modernidad, el progreso de la ilustración, el auge de las


nuevas tecnologías e industrias y el secularismo estaban socavando la sociedad tradicional
basada en las pequeñas comunidades. La nueva sociedad le permitía a uno escapar del
conformismo y de la jerarquización de las sociedades pequeñas y pueblos para vivir en el
anonimato de la ciudad, como un individuo aislado; en definitiva ser libre. En segundo lugar, y
simultáneamente, la pérdida del entramado social y el aumento de la soledad humana resultantes
amenazaban la salud mental de la gente y su carácter moral, provocando alienación y
criminalidad: hacía que la gente anhelara una vida más en común.
Además, la gente del mundo moderno se estaba perdiendo no solo la comunidad como
un sitio con fuertes vínculos personales, sino también una vida en la que el orden social estaba
basado en valores compartidos y controles informales, más que en endurecimiento extensivo de
la ley. Algunos de nuestros profesores llamaban a ese deseo “romanticismo”, que no parecía una
etiqueta favorecedora cuando se contrastaba con la Ilustración, pero parecía equivocado
descartar este anhelo humano tan profundo.5

Son estas ideas, la sensación de que el triunfo de la modernidad con su ideal de autonomía le
daba la posibilidad al individuo de vivir en libertad, pero que al mismo tiempo implicaba la pérdida
de los vínculos interpersonales y tenía consecuencias antisociales las que retomará en su trabajo La
nueva regla de oro, ideas, como veremos, también presentes en autores como Taylor y Walzer.

Toda la intención de Etzioni será la de poder rescatar, sin perder la idea de libertad, algunos
elementos que existían en la sociedad tradicional, logrando una “combinación de tradición y de
modernidad”. Explica de este modo en el prefacio de la obra:

En el nivel más elevado de generalización, el problema que este libro aborda es la síntesis
de ciertos elementos de tradicionalismo con ciertos elementos de modernidad (…). Hasta el
comienzo de la modernidad, los sistemas de pensamiento (a menudo envueltos en escritos
religiosos) se preocupaban por el mantenimiento de la legitimidad del orden y la afirmación de
virtudes sociales adecuadas (…). Gran parte de la doctrina religiosa que prevaleció en la Edad
Media alababa las virtudes monolíticas y legitimaba un orden social establecido, bastante rígido,
jerárquico y omnipresente.
En este contexto, es más útil considerar el pensamiento moderno –con su énfasis en los
derechos individuales universales- como un gran correctivo a las formaciones sociales de la
Edad Media (…). Lo que este volumen sostiene es que, tras haber desarrollado a las fuerzas del
tradicionalismo, las fuerzas de la modernidad no permanecieron inmóviles, sino que, por el
contrario, en la última generación (a partir de 1960, aproximadamente), presionaron sin cesar y
erosionaron los fundamentos ya muy debilitados de la virtud y el orden social (…). En
consecuencia, veremos que algunas sociedades han perdido el equilibrio y soportan la pesada
carga de las consecuencias antisociales de la libertad excesiva (…).
Si esta observación es válida, la próxima fase histórica tendrá que encontrar maneras de
combinar las virtudes de la tradición con la liberación propia de la modernidad”. 6

Etzioni intenta encontrar un término medio entre dos posturas: la de los tradicionalistas
religiosos, que acusan al mundo moderno de haber caído en una profunda decadencia moral, y la de
5
AMITAI ETZIONI, El guardián de mi hermano: Autobiografía y mensaje, op. cit., p.60.
6
AMITAI ETZIONI, La nueva regla de oro: Comunidad y moralidad en una sociedad democrática, Paidós, Barcelona,
1999, p.17.
los libertarios que ven al mundo inundado de amenazas a las libertades individuales por parte de los
fanáticos religiosos o elites del poder. Algunos sistemas enfatizan el orden, otros, la libertad. Según
Etzioni, “más que la maximización del orden o de la autonomía, lo que una buena sociedad requiere
es un equilibrio cuidadosamente mantenido entre uno y otra”. 7 Se trata de buscar un “orden social
denso”, pero “plenamente respetuoso de la autonomía”. Frente a los conservadores que quieren
imponer el orden Etzioni insiste en que el orden debe ser voluntario. “El orden de las buenas
sociedades comunitarias se funda particularmente en medios normativos (educación, liderazgo,
consenso, presión de los pares, exhibición de modelos, exhortación y, sobre todo, las voces morales
de las comunidades)”.8 Frente a los individualistas defensores de la autonomía, Etzioni sostiene que
“no hay ni hubo nunca individuos tan autónomos como suponen los individualistas. Las personas se
constituyen socialmente y llevan siempre consigo una gran carga de cultura, de influencias sociales,
morales y de cualquier otra índole.”9 El aislamiento, lejos de enriquecer, tiende a empobrecer a las
personas.

En resumen, concluye Etzioni:

Todos los sistemas de pensamiento y de creencia se yerguen sobre la base de un concepto


primario. Para los individualistas, la piedra angulas de la buena sociedad es la persona libre;
para los social-conservadores, es un conjunto penetrante de virtudes sociales encarnado en la
sociedad o el Estado. Para los comunitarios, basta una primera aproximación para sostener que
una buena sociedad requiere un equilibrio entre autonomía y orden. Y el orden tiene que ser de
un tipo especial: voluntario y limitado a valores nucleares antes que impuesto y penetrante. Y la
autonomía lejos de carecer de límites, tiene que estar contextuada dentro de un tejido social de
vínculos y valores

3. La visión de Samuel P. Huntington

Etzioni pretende distinguir su propia posición de la de los social-conservadores, entre los


que ubica a Samuel Huntington, el autor de ¿Quiénes somos?: Los desafíos a la identidad nacional
estadounidense (texto que viéramos en la clase 3). No obstante ello, son muchos los autores que
consideran que los pensadores conservadores deberían ser incluidos también dentro de la categoría
de “comunitaristas”.

Huntington tiene, indudablemente en común con el pensamiento comunitarista su


preocupación por los valores compartidos, por el “nosotros” que determina el sentido de la
comunidad, al punto que no vacila en referirse a la “substancia de la identidad nacional
estadounidense”. Dicha identidad se define en nuestros días, nos dice, en términos de una cultura
cuyos elementos claves son: “la lengua inglesa; el cristianismo; la convicción religiosa; los
conceptos ingleses del imperio de la ley, la responsabilidad de los gobernantes y los derechos de los
individuos, y los valores de los protestantes disidentes (el individualismo, la ética del trabajo y la
creencia en que los seres humanos tienen la capacidad y la obligación de crear un paraíso en la
tierra)”.10

Huntington está preocupado por la creciente hispanización de Estados Unidos. Esto supone
un desafío para un país fundado sobre la base de la cultura angloprotestante. “Estados Unidos

7
Ibid., p.24.
8
Ibid., p.33
9
Ibid., p..42.
10
SAMUEL P. HUNTINGTON, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense, Paidós, Buenos
Aires, 2004, p.20.
siempre se ha destacado –nos dice- por su elevado número de subculturas. Pero también se ha
caracterizado por una cultura angloprotestante dominante compartida por la mayoría de sus
habitantes, con independencia de las subculturas particulares de éstos. Durante casi cuatro siglos,
esa cultura de los colonos fundadores ha sido el componente más central y duradero de la identidad
estadounidense. Uno sólo tiene que preguntarse lo siguiente: ¿Estados Unidos sería el que es hoy en
día si en los siglos XVII y XVIII no hubiera sido colonizado por protestantes británicos, sino por
católicos franceses, españoles o portugueses? La respuesta es no. No sería Estados Unidos; sería
Quebec, México o Brasil”.11

Ahora bien, a diferencia de Etzioni, Huntington mira las leyes que protegen esta cultura. Lo
que Etzioni llama el elemento de orden. Su preocupación esta puesta en las normas que regulan la
política migratoria, los cupos en las universidades, el uso de la lengua, etc., defendiendo una
política que tienda a mantener la unidad cultural de Estados Unidos, frente a las crecientes fuerzas
que la atacan. Detengámonos para ejemplificar en el caso de la lengua. El inglés, sostiene
Huntington, siempre ha ocupado un lugar central en la identidad nacional estadounidense. Las
controversias en torno a la lengua de finales del siglo XX han planteado sin embargo dos cuestiones
clave: “¿debería fomentar el gobierno el conocimiento y el uso de otras lenguas distintas del inglés
y restringir la capacidad de las diversas administraciones públicas, empresas privadas en
instituciones en general para hacer obligatorio el uso del inglés? En la mayoría de los casos, la otra
lengua en cuestión es el español, lo cual plantea un segundo (y mucho más importante) dilema:
¿debería convertirse Estados Unidos en una sociedad bilingüe en la que el español estuviera en
igualdad de condiciones con el inglés? Su respuesta, evidentemente, y en contra de todo tipo de
política multicultural, es la opción por políticas que tiendan a conservar la exclusividad del inglés
como lengua nacional.

4. El caso de Charles Taylor

Una situación distinta la presenta el caso de Charles Taylor, revelando hasta qué punto son
distintos los enfoques dentro del mismo comunitarismo. Pensador canadiense, católico, hijo de
padre anglófono y madre francófona Taylor es un defensor de la identidad del cultural del Québec
(el Canadá francófono). Taylor comparte con los autores comunitaristas la crítica al estado neutro
del liberalismo y la convicción de que resulta legítima la defensa de una comunidad más “densa”.
Para el gobierno de Québec, sostiene en su trabajo de 1992, El multiculturalismo y la política del
reconocimiento, “es axiomático que la supervivencia y el florecimiento de la cultura francesa en el
Québec constituye un bien. La sociedad política no es neutral entre quienes aprecian el permanecer
fieles a la cultura de nuestros antepasados y quienes desearían separarse de ella en nombre de algún
objetivo individual de autodesarrollo”12.

El tema del idioma ha sido, sin duda, central en estos debates. Temerosa de perder su
identidad cultural, el 7 ha realizado una política en materia de lengua tendiente a garantizar la
pervivencia del francés. La Charte de la langue de 1977, afirma, en su artículo primero que el
francés es la lengua oficial del Québec y declara, en su Preámbulo, que la Asamblea Nacional tiene
la decisión de “hacer del francés la lengua de Gobierno y la Ley, así como el lenguaje normal y
cotidiano del trabajo, la educación, las comunicaciones, el comercio y los negocios”. A tales fines la
Carta impide, por ejemplo, que pueda exigirse como requisito para dar un trabajo el conocimiento

11
Ibid., p.85.
12
CHARLES TAYLOR, “La política del reconocimiento”, en: El multiculturalismo y la “política del reconocimiento”,
F.C.E., México, 1993, p.87.
de otra lengua además de la lengua oficial y obliga a los padres francófonos a enviar a sus hijos a
escuelas de lengua francesa.

Dicha política fue cuestionada, sin embargo, por parte de la comunidad anglófona, que a
pesar de ser minoría en el Québec es mayoría en el Canadá. Acusaron, entre otras cosas a dichas
regulaciones de ser violatorias de la libertad individual.

Indudablemente, contestó Taylor, para muchas personas del Canadá Inglés “el hecho de que
una sociedad política adopte ciertas metas colectivas constituye una amenaza”, ya que consideran
que puede imponer a la conducta de los individuos restricciones que violen sus derechos. Ahora
bien, aclara Taylor:

Quienes adoptan la opinión de que los derechos individuales siempre deben ocupar el primer lugar y,
junto con las provisiones no discriminatorias, deben tener precedencia sobre las metas colectivas, a
menudo hablan desde la perspectiva liberal que se ha difundido cada vez más por todo el mundo
angloamericano. Su fuente, desde luego, es Estados Unidos, y recientemente fue elaborada y
defendida por algunas de las mejores cabezas filosóficas y jurídicas de esa sociedad, incluyendo a
John Rawls, Ronald Dworkin, Bruce Ackerman y otros. 13

Esta postura, agrega, encuentra algunos de sus supuestos en la filosofía de Kant. De acuerdo a
esta perspectiva:

la dignidad humana consiste en gran parte en la autonomía, es decir, en la capacidad de cada quien
para determinar por sí mismo su idea de la vida buena. La dignidad está menos asociada con cierta
concepción particular de la vida buena (…) que con la capacidad de considerar y de adoptar para uno
mismo alguna opinión u otra. Dejamos de respetar esta capacidad por igual en todos los sujetos, se
afirma, si elevamos oficialmente el resultad de las deliberaciones de algunos por encima del de otros.
Una sociedad liberal debe permanecer neutral ante la vida buena. 14

Pero los individuos, recuerda Taylor, no existen en el vacío, forman parte de una cultura. “Mi
propia identidad depende, en forma crucial, de mis relaciones dialógicas con los demás.” 15 Y el no
reconocimiento de esta identidad puede constituir una forma de opresión.16 Así como todos deben
tener derechos civiles iguales (…) así también todos deben disfrutar de la suposición de que su
cultura tradicional tiene un valor.17

Por consiguiente, concluye:

[L]os quebequenses y quienes atribuyen similar importancia a este tipo de meta colectiva, tienden a
optar por un modelo bastante distinto de una sociedad liberal. En su opinión, una sociedad puede
organizarse en torno de una definición de la vida buena sin que esto se considere como una actitud
despreciativa hacia quienes no comparten en lo personal esta definición. Donde la naturaleza del bien
requiere que éste se busque en común, ésta es la razón por la que debe ser asunto de la política
pública.18

13
Ibid., 84.
14
Ibid., p.86.
15
Ibid., p.55.
16
Ibid., p.58.
17
Ibid., p.100.
18
Ibid., p.88.
Nuevamente aparece la misma idea que en Huntington, pero ahora aplicada al Quebec. Una
comunidad tiene derecho a impulsar políticas tendientes a defender la identidad cultural por sobre
proyectos individuales que quisieran cuestionarla.

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