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I. Biografía
Thomas Hobbes nació en 1588 cerca de Malmesbury, Inglaterra. Anecdóticamente,
su madre lo dio a luz en un parto prematuro, al recibir noticias de que la “Armada
Invencible” española se aproximaba1. Más tarde se referiría a este hecho diciendo: “mi
madre dio a luz a mellizos: al miedo y a mí” (más adelante veremos el papel central que
el miedo juega en su filosofía política).
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Este episodio es parte de la guerra anglo-española que tenía lugar en ese período. La armada española se
dirigió a las islas británicas con el fin de invadir Inglaterra y destronar a la reinante Isabel I. Las malas
condiciones meteorológicas resultaron en pérdidas importantes para los españoles, que no lograron su
cometido. La guerra continuó por más de una década después de este acontecimiento.
Se mostró como un buen alumno desde su juventud y llegó a estudiar en la
universidad, tras lo cual entró en contacto con la familia de Lord Cavendish, que lo
emplearía como tutor por muchos años y en diferentes períodos. Con ellos recorrió
Europa en 1610, permitiéndole entrar en contacto con las discusiones contemporáneas
de la filosofía continental (que seguía una evolución relativamente distinta de la
educación escolástica que predominaba en la Universidad de Oxford). Pasará varios
años en París, como tutor de los Cavendish y otras familias. Finalmente regresa a
Inglaterra en 1637, en medio de un clima de crispación que pocos años después
desembocaría en las guerras civiles inglesas. Incluso antes del inicio de la guerra,
Hobbes parte nuevamente hacia París, considerando que la difusión de sus escritos le
habían ganado numerosos enemigos.
Vive en París durante el curso de la guerra, entrando en contacto con muchos de los
realistas exiliados en Francia. Incluso se convirtió en tutor del futuro Carlos II por un
breve tiempo. En 1651 publica la exposición más completa de su sistema de
pensamiento político, titulada “Leviatán, o la Materia, Forma y Poder de una República,
Eclesiástica y Civil”. Sin embargo, su teoría le ganó el odio de los realistas que hasta
entonces frecuentaba, por lo que ese mismo año decidió regresar a Inglaterra y pedir
asilo bajo el nuevo gobierno republicano, que se lo concedió.
Permaneció en su país el resto de su vida. Sus obras, no sólo política sino también
en otros campos filosóficos y científicos, le dieron fama local e internacional. Si bien en
la propia Inglaterra encontró una fuerte oposición de parte de la academia, del clero y de
algunos grupos parlamentarios, fue muy reconocido en el ámbito filosófico continental.
Murió en 1679, a los noventa y un años de edad.
Su pensamiento toca numerosas áreas distintas: escribió sobre geometría, física,
historia, ética y otras ramas de la filosofía. Incluso en materia de filosofía política, el
Leviatán no es su única obra. Ya antes había escrito un tratado breve titulado Los
elementos de la ley (The Elements of Law) y más adelante otro, más extenso, titulado en
latín De Cive (Del ciudadano), ambos datando de fines del período entre 1637 y 1641.
En estas obras anteriores ya estaban contenidos muchos de los conceptos y argumentos
que emplearía en Leviatán, aunque también se verifican algunas modificaciones entre
unos y otro. En estas clases nos limitaremos a estudiar ésta última obra, la más famosa
del autor y donde se puede ver su pensamiento político más desarrollado.
El Leviatán está dividido en cuatro partes, que versan respectivamente: del hombre,
del Estado, de un Estado cristiano, y del reino de las tinieblas. Como veremos más
adelante, uno de los aspectos más controversiales de la obra de Hobbes era que su
argumentación sobre el origen y justificación del Estado se sostiene sobre bases casi
completamente naturales, sin necesidad de apelar a argumentos teológicos. Esto no
quiere decir que Hobbes omitiera hablar sobre materia religiosa, y se puede ver que las
partes tercera y cuarta abordan más fuertemente esa dimensión. Con todo, los capítulos
que componen la selección que estudiaremos provienen de la primera y segunda partes,
donde se desarrolla el grueso de su argumentación política más conocida.
De este modo señalo, en primer lugar, como inclinación general de la humanidad entera, un
perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte. Y la causa de esto no
siempre es que un hombre espere un placer más intenso del que ha alcanzado; o que no llegue a
satisfacerse con un moderado poder, sino que no pueda asegurar su poderío y los fundamentos de
su bienestar actual, sino adquiriendo otros nuevos. (págs. 79-80)
Esto, dice acto seguido, conduce a la lucha entre los hombres. En la sección
siguiente estudiaremos el estado de naturaleza y la situación conocida como “guerra de
todos contra todos”, pero antes de pasar a ese aspecto, detengámonos un instante en esta
descripción de la psicología humana.
Se suele decir que el hombre de Hobbes es malo. Esto puede ser correcto, pero debe
ser adecuadamente interpretado para no llevar a confusiones. Según el planteo que
venimos viendo, no hay razón para pensar que el hombre obtendría placer de haciendo
daño a su congénere; no se adelanta la tesis de que los hombres disfruten haciendo sufrir
o causando mal a los otros hombres. Puede haber individuos singulares que sí se sientan
inclinados por sus pasiones a disfrutar del mal ajeno, pero nada indica que esto sea una
condición universal; por el contrario, los objetos de deseo no son los mismos para cada
individuo. Sí es cierto que el hombre hobbesiano es autointeresado (lo cual no lo hace
automáticamente malo). Esto significa que naturalmente persigue aquellos bienes que le
pueden generar placer o atracción y, como condición a priori, la autoconservación o
supervivencia. La lucha y el conflicto entre los hombres, por el contrario, viene dada
como consecuencia de la necesidad de cada uno de asegurarse el goce de esos bienes.
Como cada uno desea lograr su propio objetivo, y esto requiere una acumulación cada
vez mayor de poder, ello lleva a disputarse los bienes o medios que confieren poder.
Aunque Hobbes no lo expresa en estos términos, el problema es de algún modo
estructural: la capacidad que una “cantidad” dada de poder tiene para asegurar los
bienes que deseo es siempre relativa a la que tienen mis potenciales competidores.
Digámoslo de otro modo: yo puedo asegurarme el goce de un bien, presente o futuro, si
tengo la capacidad de impedir que otro me lo quite. Pero para eso mi poder debe ser
mayor que el suyo. El resultado, como el propio Hobbes expresa, es un “perpetuo e
incesante afán de poder”.
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Esta noción es uno de los principales apoyos de lo que se dio en llamar corriente realista de las
relaciones internacionales.
son independientes de la voluntad del hombre y válidas universalmente. Pero también se
distingue de lo que, como veremos en la próxima unidad, será la concepción de los
derechos naturales como derechos subjetivos individuales, que la ley positiva debe
respetar. Dicho de otro modo, en el estado de naturaleza hobbesiano no existe un
“Derecho natural” como conjunto de principios universalmente válidos para la
regulación de la conducta humana, ni tampoco “derechos naturales” de cada individuo
sobre su vida, libertad o propiedad. Si en algún sentido se puede hablar de “derecho de
naturaleza” en Hobbes, se trata de ese derecho de cada hombre a apropiarse de todo
aquello que considere necesario para garantizar su autoconservación y la satisfacción de
sus deseos, en la medida que su poder se lo permita (pág. 106).
Ley de naturaleza (lex naturalis) es un precepto o norma general, establecida por la razón, en
virtud de la cual se prohíbe a un hombre hacer lo que puede destruir su vida o privarle de los
medios de conservarla; o bien, omitir aquello mediante lo cual piensa que pueda quedar su vida
mejor preservada. (pág. 106)
Nótese que las leyes de naturaleza no son leyes en sentido estricto: no hay una
autoridad que las dicte ni poder para hacerlas aplicar. Se trata, más bien, de “consejos” o
conclusiones a las que llega la razón con miras a preservar la vida. De este modo, cada
individuo es capaz de conocerlas por su propia capacidad racional, que como vimos es
común a todos los hombres, pero también existe la posibilidad de que por diversos
motivos uno o varios individuos elijan no conformar su conducta a estas normas y
violarlas tiene la consecuencia de perpetuar el estado de guerra y poner en riesgo su
vida, pero no se puede decir que haya cometido un “delito”. El autor expresa esta
peculiaridad diciendo que las leyes de naturaleza obligan in foro interno, esto es, en
consciencia, pero no siempre lo hacen in foro externo. La fuerza con que sean
obedecidas dependerán del deseo subjetivo de verlas realizadas, pero externamente
puede que en una situación dada sea más conveniente el incumplirlas (por ejemplo,
cuando no es esperable que los otros las respeten).
Los dos capítulos citados desarrollan varias leyes de naturaleza, sin ser exhaustivos.
Mencionaremos aquí solamente las dos primeras, expuestas en el capítulo XV. La
primera de ellas, en su forma más reducida, ordena buscar la paz y seguirla. La segunda,
por su parte, manda renunciar al derecho natural sobre todas las cosas, en la medida que
sea necesario para mantener la paz y que los demás hombres estén dispuestos a limitar
del mismo modo su propio derecho. Estas dos leyes, tomadas en conjunto, contienen el
mandato racional de salir del estado de naturaleza, renunciando al derecho natural sobre
todo si con eso se garantiza la paz y la seguridad. Veremos luego como estos consejos
racionales ya sientan las bases para la constitución del estado civil.
VI. De la representación
Antes de concluir, no podemos dejar de considerar brevemente el capítulo XVI.
Allí comienza por dar una definición de persona, que en resumidas cuentas implica la
capacidad de realizar actos o emitir palabras que sean imputables como propias. El resto
del capítulo consiste en una discusión sobre los roles de autor y actor de un acto.
Simplificando, el autor de un acto es aquél a quien se le atribuye en última instancia, al
que se considera responsable del mismo. Por su parte, el actor es quien de hecho realiza
el acto (o emite las palabras), aunque lo hace en nombre de otro. Se trata aquí de una
teoría de la representación legal, que de hecho no ha variado demasiado hasta nuestros
días. Para dar un ejemplo un tanto burdo, si A autoriza a B a contratar la compra de una
cantidad de materiales, el contrato que B realice con C (siempre que esté dentro de lo
autorizado por A), obliga al primero, a quien se le puede exigir su cumplimiento. En los
términos que utiliza Hobbes, se puede decir que B es el actor en la contratación, pero A
es realmente el autor del contrato y el primer responsable por su cumplimiento.
Es importante retener este mecanismo de representación, ya que será la ficción
jurídica esencial que permitirá instituir al soberano, tema que discutiremos en la
próxima clase.