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EL SUEÑO DEL PONGO

Narra la historia de un hombrecito que era


sirviente y pequeño de estatura.

El patrón de la hacienda siempre se burlaba del


hombrecillo delante de muchas personas. El
pongo no hablaba con nadie; trabajaba calladito
y comía sin hablar.

Todo cuanto le ordenaban, cumplía sin decir


nada.

El patrón tenía la costumbre de maltratarlo y


fastidiado delante de toda la servidumbre,
cuando los sirvientes se reunían para rezar el Ave
María en el corredor de la casa hacienda.

El patrón burlándose le decía muchas cosas:


"Creo que eres perro, "ladra", "ponte en cuatro
patas", "trota de costado como perro". El pongo
hacía todo lo que le ordenaba y el patrón reía a mandíbula batiente.

El patrón hacía lo que le daba la gana con el hombrecillo.


Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba repleto de gente
de la hacienda, el hombrecito le dijo a su patrón: "Gran señor, dame tu licencia;
padrecito mío, quiero hablarte".

El patrón le dice: "Habla... si puedes". Entonces el pongo empieza a contarle al patrón lo


que había soñado anoche:

"Oye patroncito, anoche soñé que los dos habíamos muerto y estábamos desnudos ante
los ojos de nuestro gran padre San Francisco, Él nos examinó con sus ojos el corazón del
tuyo y del mío.

El padre San Francisco ordenó al Ángel mayor que te eche toda la miel que estaba en la
copa de oro.
La cosa es que el ángel, levantando la miel con sus manos enlució todo tu cuerpecito,
desde la cabeza hasta las uñas de tus pies, Bien, ahora me tocaba a mí, nuestro gran
Padre le dijo a un ángel viejo:
"Oye, viejo, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en
esa lata que has traído: todo el cuerpo, de cualquier manera, cúbrelo como puedas,
¡Rápido!"
Entonces, patroncito, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió todo el
cuerpo con esa porquería. Espérate, pues, patroncito, ahí no queda la cosa.

Nuestro gran Padre nos dijo a los dos: "Ahora, “lámanse el uno al otro; despacio, por
mucho tiempo".
OBRA YAWAR FIESTA (RESUMEN)
Yawar Fiesta es una obra que trata de la descripción adecuada de los pueblos de la Sierra
Sur, particularmente de la Provincia de Puquio, del Departamento de Ayacucho. Detalla
con gran un lenguaje sencillo y propio los paisajes de los pueblos indios de Pichk’achuri,
K’ayau y Chaupi, lugares cercanos de la Capital de Provincia Lucanas; caracteriza con
precisión a los habitantes de esos lugares, por ejemplo su vestimenta, su lenguaje, sus
hábitos, sus alimentos, sus creencias, sus tradiciones, etc. En el Primer Capítulo, “Pueblo
Indio”, describe los singulares paisajes de los pueblos Pichk’achuri, K’ayau y Chaupi, y
pueblos que rodean a la Capital Lucanas el clima, su geografía sus accesos y la impresión
que causan a los visitantes. Relata también el orgullo de sus habitantes de vivir y/o
pertenecer a cada uno de esos pueblos, así mismo relata las llegadas de los mistis de la
Costa hacia estas tierras con fines de establecer autoridad principalmente.
EN EL SEGUNDO CAPÍTULO, “El Despojo”, describe acerca de la injusticia, abuso y robo
que ocasionaban los principales (gente de ciudad) y llegados de la costa a los indios de
las zonas de producción agrícola y ganadera de Puquio. Despojaban a los indios de sus
terrenos, de sus sembríos, de sus ganados y luego proveían de alimento a la costa,
especialmente a Lima. De manera que, a través de gestiones con las corruptas
autoridades (subprefecto, juez, teniente gobernador, el cura, los militares, etc.), los
principales lograron legalizar su posición sobre las pertenencias de los indios. Los indios
ante la impotencia de defenderse masticaban su amargura en las cárceles y lamentaban
su desgracia.
EN EL TERCER CAPITULO, “Wakawak’ras, trompetas de la tierra” refiere los alborotos y
preparativos que inician los indios para las fiestas patrias como venían haciéndolo cada
año, pero con la diferencia que este año, los indios han sido despojados de sus
pertenencias. Sin embargo, la costumbre no ha sido erradicada.
EN EL CUARTO CAPÍTULO, “K’ayau”, describe los preparativos de los indios de esa
localidad para las fiestas Patrias del 28 de julio, se comenta en todos los alrededores
acerca de la competencia entre los toreros indios de K’ayau y Pichk’achuri, ya que cada
año ganaba los indios de Chaupi. Se comenta también acerca de la exposición del Misitu,
un toro muy feroz. Ante la expectativa, el Alcalde promete mucha diversión al
subprefecto, pero que éste ante los relatos de la costumbre de los años anteriores, se
siente intranquilo. En el Quinto Capítulo, “El Circular”, se habla de la llegada de un
circular, que era un oficio advirtiendo sobre la prohibición de corridas de todo de la
manera tradicional de Puquio, a fin de evitar hecho de muerte y heridos. El Subprefecto,
reúne a las autoridades y da a conocer sobre la prohibición y como alternativa aducía la
contratación de torero profesional de la ciudad de Lima. Ante la noticia los indios se
consternaron y vieron frustrados sus expectativas para el festejo de las Fiestas Patrias
de aquel entonces. Las autoridades netas de la localidad que ya vivieron las tradicionales
costumbres, también se sintieron inconformes por el mandato. En fin las autoridades
sólo pudieron apaciguar a los indios, que tanto sintieron la humillación.
EL CAPÍTULO VI, “La Autoridad”, describe la actitud déspota y tirana del Subprefecto,
quien al ver que de todas formas, la gente creaba expectativa por los festejos de las
Fiestas Patrias, tenía en mente incluso en hacer desaparecer al pueblo, trataba a la gente
como a salvajes y no humanos. Conversaba con don Pancho, a quien le manifestaba todo
su rechazo y odio.
CAPITULO VII, denominado “Los Serranos”, describe acerca de los habitantes de
Lucanas, y en general de la Provincia de Puquio, describe la migración de muchos
lucaninos hacia la capital y el regreso del mismo por Fiestas Patrias, en las calles de
aquella localidad, los comuneros daban vivas de su pueblo, de las fiestas, de sus
costumbres, etc. El obispo celebraba las ceremonias en quechua.
EN EL CAPÍTULO VIII, El Misitu, relata acerca de Misitu que en aquel entonces se había
convertido en una leyenda viviente, porque decían que ese toro no tenía padre ni madre
sino que había surgido de un remolino de las aguas de Torkok’ocha, el cual era difundido
a nivel de esa región (Puquio, Coracora, Querobamba, Pampa Cangallo, Andahuaylas
hasta Chalhuanca). Después de varios intentos y decisiones, uno de los Mayordomos,
don Julían hizo el pago al Auki (Espíritu de los cerros, semidios), persiguió al toro, sin
poder lograrlo en el primer intento. Don Julián terminó por regalarles el Misitu a los
K’ayau y K’oñañi. En el IX Capítulo, “La Víspera” describe la acción del Subprefecto junto
con sus allegados, algunas autoridades de la localidad para hacer cumplir el circular.
Pero don Julián desafió la decisión del Subprefecto, de modo que los preparativos para
la corrida continuaron. Ya los habitantes de K’ayau y Pichk’achuri alistaban las últimas
cosas e incrementaban su rivalidad para el día de la corrida. Los muros se hicieron solo
bajo a fin de que todos tengan la oportunidad de observar.
EN EL X CAPITULO, “Auki”, relata acerca de la relación y la veneración que tienen los
hombres de la localidad de Puquio hacia los espíritus de los cerros, en este caso habla
de Auki K’arhuarasu. Las ofrendas que realizan los K’ayau por medio del brujo del
pueblo. Después de varios procesos y por mandato del brujo, a quien dice que el Auki,
le había dicho en el corazón que llevaran al Misitu a la Plaza de la Corrida para la fiesta,
lograron agarrar al Misitu y llevaron hacia el lugar de la fiesta en Puquio.
EN EL CAPÍTULO XI, “Yawar Fiesta”, el autor relata acerca del evento que se lleva a cabo
en la Plaza K’ayau, donde las autoridades trataron de cambiar la tradición, contratando
a un torero de Lima para la fiesta. El día de la corrida, aparecieron una multitud inmensa,
de todos los alrededores del Capital de la Provincia de Puquio, para ver el nuevo aunque
rechazado evento organizado por los principales y el Subprefecto con rasgos de toreo
costeño.
Al ingresar el Misitu en la Plaza, ingresó el torero Ibarito, quien ante la música de los
indios con el Wakawak’ra y la canción de las mujeres, sintió inseguridad. Los primeros
momentos, capeó bien, luego el toro buscó el cuerpo del torero y trató de arrollarlo,
pero pudo escapar y esconderse en los escondederos. En vista que el torero no se atrevía
retornar a la Plaza, ingresaron los toreros indios, emborrachados Wallpa, Tobías,
“Honrao” y K’encho y capearon una y otra vez. El torero principal fue Wallpa, quien
luego de una y otra capeada, es arrollado por el toro, que incrustó uno de sus cuernos
en la ingle de Wallpa. El Varayo’k, Alcalde de K’ayau, alcanza un cartucho de dinamitas
al Raura. Al final el toro fue mortalmente herido por la dinamita y Wallpa sangraba en
borbotones por la pierna que se veía regado por todo el suelo. El alcalde dijo al
Subprefecto: Esta es nuestra fiesta y así es….

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