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La herencia maldita
“La gallina degollada” cuenta la historia de la familia o, mejor aún, del matrimonio
Mazzini-Ferraz. Los primeros cuatro párrafos del libro están destinados a describirnos a
los cuatro idiotas, es decir, los cuatro hijos varones de la pareja: “Todo el día, sentados
en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz.
Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca
abierta” (Quiroga, 1994: 9). De entrada, sorprende la descripción a rajatabla de los
personajes. Por las palabras del narrador, pareciera ser que en ellos no hay menor
rastro de humanidad: miran con “alegría bestial”, zumban, mugen, babean, están
“apagados en un sombrío letargo de idiotismo”. En pocas palabras, los idiotas son más
animales que humanos y, sin embargo, “el mayor tenía doce y el menor ocho”: siendo
niños, su estado mental los mantiene en un abismo semejante al popular zombie de
hoy día, como una especie de muertos en vida. Incluso, no merecen del narrador el
apelativo de “niños”, son los idiotas, más adelante tus hijos, después ellos (Utrera,
2015).
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En seguida, el narrador hace una digresión para narrar los inicios del matrimonio
Mazzini-Ferraz (y, desde luego, el origen del idiotismo de los niños). La pareja, en
busca de orientar su amor “hacia un porvenir mucho más vital: un hijo”, engendra a su
primogénito. Al vigésimo mes de edad, el niño, hermoso y, sobre todo, sano, es
sacudido por unas terribles convulsiones: “Después de algunos días los miembros
paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se
habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto
para siempre sobre las rodillas de su madre” (Quiroga, 1994: 9).
Ante la condena, surge inmediatamente la pregunta: ¿por qué? Menciono la
palabra condena porque, al menos en el caso del padre, la primera pregunta que le
hace al médico es: Pero dígame: “¿Usted cree que es herencia, que…?” (Quiroga,
1994: 10). La respuesta del especialista (que, curiosamente, examina “con esa
atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las
enfermedades de los padres” [Quiroga, 1994: 9]) es: “En cuanto a la herencia paterna,
ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que
no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar
detenidamente”. A ello, el narrador añade: “Con el alma destrozada de remordimiento,
Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del
abuelo” (Quiroga, 1994: 10). Aunque imprecisa, es la herencia la que determinará el
futuro de los Mazzini-Ferraz.
Pese al idiotismo de su primer hijo (a quien, por cierto, nunca le ponen nombre,
como a los otros tres): “Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la
esperanza de otro hijo” (Quiroga, 1994: 10). Como en la tragedia clásica, la pareja
parece luchar a ciegas contra el destino, pues si el padecimiento de su primogénito es
producto de la herencia, lo más probable es que esto mismo se repita con los hijos
subsecuentes. Y así ocurre: “¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! [...] toda su
apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal”.
Tres años después de nacidos los cuatro idiotas, el matrimonio vuelve a intentar
tener un hijo sano. Esta búsqueda, que mueve gran parte del relato, muestra la
patología detrás de la pareja, así como los juicios en torno a la sexualidad en la época
del autor (Utrera, 2015: 422-423):
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En las ficciones del naturalismo el exceso de sexualidad representa a modo de
espectáculo lo “inhumano, patológico e inherentemente antisocial” (Nouzeilles 86). En
este relato sobrepasa los límites del mero deseo, del sentimiento y se convierte en la
búsqueda patológica (en términos de obsesión neurótica) de un niño como el de los
demás, el matrimonio pedía un hijo “¡pero un hijo, un hijo como todos!” (90). Mas, “cuando
la combinación corporal no es la apropiada, el contacto sexual entre sujetos
incompatibles entre sí desencadena necesariamente un proceso acelerado de corrupción
que en su estadio final coincide narrativamente con la figura del monstruo” (Nouzeilles
87). La incompatibilidad que presentan Mazzini y Berta da origen a los monstruos pues
“…su sangre, su amor estaban malditos!” (90). En el relato se nombra a modo de rótulo a
los cuatro hijos mayores como monstruos que, cual muertos vivientes, representan la
sombra de la culpa, la marca de la herencia.
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los idiotas son la otredad, lo monstruoso). El matrimonio Mazzini-Ferraz,
quienes son los verdaderos protagonistas de la historia, los agentes de la
acción y, en mayor medida, los pacientes de la misma. “La gallina
degollada” es la historia de su herencia en ese doble sentido: los
descendientes y su sangre corrompida. Con Utrera (2015), podemos decir
que un personaje en ausencia es la enfermedad/la herencia misma, que
corrompe “los átomos de vida” de los Mazzini-Ferraz.
● Tiempo y espacio: aunque en el relato no existe una precisión específica
en torno a estos elementos, bien podemos contextualizarlo en la
Argentina de principios del siglo XIX. Respecto al espacio, la mayor parte
de las acciones ocurren al interior de la casa, muy en consonancia con el
conflicto matrimonial.
● Estructura: el texto inicia in media res. Lo anterior permite generar la
intriga en torno al origen de los idiotas e introducir lo monstruoso en el
cuento. De aquí, éste salta a los orígenes de la familia Mazzini-Ferraz
para concluir con el “asesinato” de Bertita. A la par del nacimiento de su
descendencia, podemos apreciar la degeneración de este matrimonio
hasta la tragedia final. Para mayor detalle, estos son las partes del relato:
i. Descripción de los idiotas
ii. Nacimiento de los idiotas
iii. “Primer choque”: reparto de culpas entre la pareja Mazzini-Ferraz
iv. Nacimiento de Bertita / los idiotas se vuelven los “otros”
v. Bertita enferma / segundo choque
vi. Restablecimiento de Bertita / reconciliación de los Mazzini-Ferraz
vii. “Asesinato” de Bertita
Para Beristáin (2010: 355), el narrador es el “papel representado por el agente que,
mediante la estrategia discursiva que constituye el acto de narrar (opuesta a la
descripción y a la representación dialogada), hace la relación de sucesos reales o
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imaginarios”. Más adelante, al hablar acerca del relato polifónico, la autora (2010: 358)
menciona lo siguiente: “La perspectiva puede ser ideológica y resulta identificable en
ciertos modalizadores tales como los verbos auxiliares (“debía ir”, “podía denunciar”);
algunos adverbios (quizá, seguramente, etc.); adjetivos evaluativos (feliz, lamentable,
etc.); verbos con valor predicativo (le parecía, creía, adivinaba), y frases sentenciosas
(Fowler)”. A lo que quiero llegar con esto es que el narrador de “La gallina degollada”
es complejo y tiene una fuerte presencia ideológica en el relato, en parte, bajo
influencia del naturalismo. En opinión de Álamo (2013: 357-358): “[...] el campo de lo
ideológico alcanza especial relevancia, así lo entendieron y lo practicaron movimientos
literarios como el Realismo, Naturalismo o Neorrealismo en los que dichos códigos
históricos, sociales y filosóficos articulaban las situaciones narrativas”.
Uno de los aspecto que más saltan en el relato es la denominación de los hijos
de los Mazzini-Ferraz: “los idiotas”. Como mencionaba antes, los cuatro son aún niños
y, sin embargo, el narrador los dota de la categoría de monstruos. El desenlace de la
historia sólo plantea otro grado de monstruosidad, confirmando de cierta forma el horror
a lo otro (Utrera, 2015: 423).
Asimismo, el narrador reitera el tema de la herencia como degeneración, como
corrupción que los Mazzini-Ferraz se niegan a aceptar. Así, al decir: “La menor
indisposición de su hija echaba afuera, con el terror de perderla, los rencores de su
descendencia podrida” (Quiroga, 1994: 11), juicio que no parece corresponder al estilo
indirecto, sino que constituye una afirmación a título “personal”. Pero la corrupción no
está solamente en la “genética” (como diríamos hoy en día), sino en el “desviado”
ejercicio de su sexualidad (Utrera, 2015: 422), que señalamos antes.
Es precisamente el tema de la herencia y el determinismo biológico el que
vincula a “La gallina degollada” con el naturalismo, pues:
Aunque este relato está lejos de considerarse una más de las tantas ficciones que en el
marco de la producción naturalistas se publicó en Argentina, ilustra algunos de los
lineamientos generales y característicos más caros a dicha estética: el tratamiento del
“caso” y de la herencia, el médico que sabe y viene a ponerle un nombre al mal, la
enfermedad como entidad viviente que respira a lo largo del cuento (Utrera, 2015: 416).
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Además, recordemos que este cuento apareció originalmente en el semanario
argentino Caras y Caretas el 10 de julio de 1909. Esta publicación mezcla caricaturas,
historietas y artículos periodísticos de los más variados temas (Wikipedia, 2021). De
esta forma:
“La gallina degollada” dialoga con noticias sensacionalistas y policiales publicadas en los
diarios y revistas de la época, como las que cuentan diversas anomalías y casos raros en
los que el cronista le informa a la sociedad respecto a las últimas investigaciones
científicas; además de vincularse con el paradigma científico que Quiroga consumía. A
sus lecturas habituales se le suman las que realiza de las teorías científicas de Gustave
Le Bon (biólogo y físico), William Thompson (físico), Alfred Edmund Brehm (naturalista
alemán), Claude Bernard (fisiólogo francés), entre otros (Utrera, 2015: 420).
[sus cuentos] son una suerte de complemento muy elaborado de las páginas de crímenes
que se iban a desarrollar en esos años en Crítica […]. Sus relatos tienen a menudo la
estructura de una noticia sensacionalista: la información directa aparece hábilmente
formalizada sin perder su carácter extremo. (Piglia 64)
A más de lo anterior, Utrera (2015: 425) considera que “el asesinato de Bertita
no es el producto reactivo al abandono de los cuatro sino que representa un resto
narrativo, un motor-tópico que justifica la necesidad de escribir este relato de efecto”.
A manera de conclusión
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carga ideológica, que construye la identidad de los idiotas, que juzga la “corrupción” de
la herencia del matrimonio y, finalmente, que nos permite entrever los valores y
prejuicios de su época, como aquéllos relativos al ejercicio sexual.
En mi humilde opinión, como ocurre en “El almohadón de plumas”, el desenlace
del cuento ha resentido el paso del tiempo, pero el resto de la narración sigue
sorprendiendo como seguramente lo hizo en el momento de su publicación.
Referencias