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Ensayo La Sunamita Julio Mondragon
Ensayo La Sunamita Julio Mondragon
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Cuando el rey David era viejo y avanzado en días, le cubrían de ropas, pero no se
calentaba. 2 Le dijeron, por tanto, sus siervos: Busquen para mi señor el rey una joven
virgen, para que esté delante del rey y lo abrigue, y duerma a su lado, y entrará en calor
mi señor el rey. 3 Y buscaron una joven hermosa por toda la tierra de Israel, y hallaron a
Abisag sunamita, y la trajeron al rey. 4 Y la joven era hermosa; y ella abrigaba al rey, y le
servía; pero el rey nunca la conoció [BibleGateway, s.f.].
1
los hombres resbalaban por mi cuerpo sin mancharlo y mi altivo recato obligaba al
saludo deferente. Estaba segura de tener el poder de domeñar las pasiones, de
purificarlo todo en el aire encendido que me cercaba y no me consumía” [Arredondo,
2019: 57]), descubre que todo es igual y, sin embargo, diferente, como presintiendo su
destino: “Me sequé las lágrimas y no sentí que llegaba, sino que me despedía”
[Arredondo, 2019: 58]. Y es que:
Luisa presiente su destino desde el inicio aunque sea por negación (“… ningún
estremecimiento, ningún augurio me hizo sospechar nada"), intuye en el vacío la tragedia,
pero su inocencia no le permite escuchar el silencio; si acude al llamado de su tío es por
amor filial, ¿por qué habría de dudar? Esa misma inocencia la traga y la expone. El
destino conduce a Luisa de la mano, es un personaje que se transforma de golpe: acepta
y vive el rito de iniciación. Desde el momento en el que se casa con Apolonio está
consciente de su final [Mabel, s.f.: 61].
2
El horror cae sobre Luisa cuando descubre que la última voluntad de Apolonio es
casarse con ella, como se lo hace saber el cura: “Es la última voluntad de tu tío, si no
tienes algo que oponer, casarse contigo in articulo mortis, con la intención de que
heredes sus bienes, ¿aceptas?” [Arredondo, 2019: 62]. Ante ello, el pensamiento de
Luisa es más que elocuente: “¿Por qué me quiere arrastrar a la tumba...?” [Arredondo,
2019: 62].
Luisa, acosada por el cura, familiares e, incluso, la criada, acepta la unión y
atisba claramente su condición de sunamita: “La sensación que de esa noche me
quedó para siempre fue la de una maléfica ronda que giraba vertiginosamente en torno
mío y reía, grotesca, cantando yo soy la viudita que manda la ley y yo en medio era una
esclava. Sufría y no podía levantar la cara al cielo” [Arredondo, 2019: 64].
Después de cuatro días de una lluvia calmada, Apolonio recobra la salud. Con el
ánimo rejuvenecido, comienza a disfrutar de sus nuevas nupcias y a intimar con su
esposa: “No me llames tío, dime Polo, después de todo ahora somos más cercanos
parientes ―había un dejo burlón en el tono con que lo dijo”. De esta forma, Apolonio se
revela como el vampiro que se nutre de la sangre de la virgen [Mabel, s.f.: 62]:
En alguna ocasión, Polo le pide a Luisa levantar un libro que se encuentra debajo de la
cama. Ésta se agacha para tomarlo. Sin comprender lo que pasa comienza a sentir un
movimiento, hasta que descubre lo que sucede:
Una rabia nunca sentida me estremeció cuando pude creer que era verdad aquello que
estaba sucediendo, y que aprovechándose de mi asombro su mano temblona se hacía
más segura y más pesada y se recreaba, se aventuraba ya sin freno palpando y
recorriendo mis caderas; una mano descarnada que se pegaba a mi carne y la estrujaba
con deleite, una mano muerta que buscaba impaciente el hueco entre mis piernas, una
mano sola, sin cuerpo [Arredondo, 2019: 69].
3
Ante el reclamo de Luisa, Polo ríe y después, serio, lanza una frase desarma a
la joven: “¡Qué! ¿No eres mi mujer ante Dios y ante los hombres? Ven, tengo frío,
caliéntame la cama. Pero quítate el vestido, lo vas a arrugar” [Arredondo, 2019: 70].
Uno de los temas más interesantes de este relato es la unión de la muerte con el
erotismo, la cual “se torna diabólica y la enfrenta [a Luisa] a un tabú: el contacto con los
muertos, el cual ya había infringido al aceptar las joyas de la tía; anteriormente había
ya aceptado el pasado del anciano ("me iba heredando su vida"). Y así, Luisa no sólo
comete incesto sino que une su vida a un muerto” [Mabel, s.f.: 63].
Sobre el simbolismo detrás de la relación entre Luisa y Apolonio, Miriam Mabel
(s.f.: 60) comenta:
Los cuentos de Inés Arredondo "La Sunamita" —perteneciente a su primer libro, La señal
(1967)— y "Sombra entre sombras" —del libro Los espejos (1988)— son la
representación trágica de las transgresiones sexual y espiritual de la inocencia: inocencia
como sinónimo de pureza, juventud, ignorancia, feminidad; transgresión como sinónimo
de vejez, conocimiento, perversión, masculinidad. El escenario para la transgresión no
puede ser mejor: la familia, el orden social, la ley. La trama narrativa es sencilla: el rito de
iniciación.
En seguida, la narradora del cuento hace una elipsis. Después de varios años y un par
de intentos por huir de ese macabro espectáculo, Luisa acude con confesor para contar
el horror que vive. Nuevamente, el mandato social reivindica su condición de sunamita:
–Lo que lo hace vivir es la lujuria, el más horrible pecado. Eso no es la vida, padre, es
la muerte, ¡déjelo morir!
–Moriría en la desesperación. No puede ser.
–¿Y yo?
–Comprendo, pero si no vas será un asesinato. Procura no dar ocasión, encomiéndate
a la Virgen, y piensa que tus deberes…
Regresé. Y el pecado lo volvió a sacar de la tumba [Arredondo, 2019: 70].
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se develan inútiles ante ese calor, ambiental y simbólico, que cruza todo el relato
[Arredondo, 2019: 71]:
“Pero yo no pude volver a ser la que fui. Ahora la vileza y la malicia brillan en los ojos de
los hombres que me miran y yo me siento ocasión de pecado para todos, pero que la más
abyecta de las prostitutas. Sola, pecadora, consumida totalmente por la llama implacable
que nos envuelve a todos los que, como hormigas, habitamos este verano cruel que no
termina nunca”.
Referencias