Está en la página 1de 10

LA PSICOSIS EN EL TEXTO DE LACAN

Jacques-Alain Miller

N o puedo resistirme al placer de compartir con ustedes una refle-


xión que hice momentos antes de subir a esta tribuna: es triste, en
verdad, una sala con más asientos que asistentes. No me refiero tan
sólo al número de personas que haría falta para ocupar estos asien-
tos, sino también a algo en exceso. La cosa en exceso es, por otro la-
do, la única interesante, en tanto es también aquella a la que se
apunta al hablar. Aquí, en el fondo de esta sala, lo que sobra, por lo
que veo, son dossiers negros. Es a ellas, pues, a quienes me dirijo si
no presto atención, y ello resulta deprimente. Lo mismo ha de ocu-
rrirles a ustedes, los que están en la sala; pues en una sala colma-
da, que se parecería, por tanto, al mundo que habitamos juntos, ca-
da uno tiene la satisfacción de sacarle el lugar a cualquier otro.
Al confesarles esta reflexión, no intento sino exorcizar la sensa-
ción de adormecimiento de este fin de jornada, para abordar al fin
el tema que he anunciado: “La psicosis en el texto de Jacques La-
can”, donde volveremos a encontrar ciertas nociones que yo he in-
troducido, como por un juego de malabarismo.

La psicosis está siempre en el texto

Mi intervención es la última, y me siento, de algún modo, como


Aporia al llegar al Banquete, cuando ya todo ha sido comido, con la
diferencia de que a Aporia ni siquiera se la deja entrar. A esta altu-
ra de la reunión, busco qué queda para mí. Durante el día de hoy
hemos oído hablar de poesía y de poetas -y poéticamente, por lo de-
más-, y me gustaría decirles que yo, por mi parte, hablaré en prosa,
e incluso prosaicamente. Me gustaría decirlo, pero no puedo.
LA PSICOSIS EN EL TEXTO DE LACAN - 117

El Burgués Gentilhombre de Moliere se maravilla de que su


maestro le haga notar que hace prosa sin saberlo. Se lo llama su
“maestro", pero, de hecho, aquel que le enseña algo no es mucho
más que su valet. Tal es el estatuto primero del maestro que ense-
ña: él es el valet de los verdaderos maestros. Pero este maestro se
equivocaba, ciertamente, al decirle al Burgués Gentilhombre que
hacía prosa sin saberlo; pues el Burgués Gentilhombre, como cada
uno de nosotros, hace poesía; al menos si entendemos el término
poesía en su sentido más primario, evocado hoy por E. Laurent: el
de ficción. No cabe duda de que el Burgués Gentilhombre, en su
propio nombre, en el título que ostenta, se comporta en su vida de
escena como un ser de ficción, un pseudo-gentilhombre. Su “gentil-
hombría” es, por completo, ficticia.
Incluso podría situársela bajo el rótulo de delirio de grandeza. Se
trata, precisamente, de una cuestión de creencia. ¿Cree él de ver-
dad en ella, o no? Desde este punto de vista, por el solo hecho de
tener un yo [moi], todos hacemos poesía sin saberlo, con el mismo
derecho que el Burgués Gentilhombre. Por supuesto, podría distin-
guirse al Burgués Gentilhombre del poeta, el verdadero, aquel que
sabe que el lenguaje es siempre poético y que extrae las consecuen-
cias de ello. Y podría lanzarse sobre la prosa ese anatema de que
ella no es más que una poesía que aparenta escribir, argumentar,
informar, denotar.
Todo esto tiene consecuencias sobre la psicosis en el texto. Esta-
mos acostumbrados a considerar la psicosis en términos de déficit.
Estamos persuadidos de que a ellos, los psicóticos, les falta algo
con relación a nosotros. El pslcótico, es el aporos de nuestro tiem-
po. Pero quizás sería saludable invertir la cuestión y preguntarnos
qué nos falta a nosotros para ser psicóticos. Vayamos más lejos aún
en esta salubridad e intentemos demostrar con Jacques Lacan -que
ha sido hoy una referencia profundamente citada- en qué sentido
todo el mundo es delirante. A mi modo de ver, esta proposición tie-
ne visos de verdad. El punto de vista a adoptar, por ejemplo, a pro-
pósito de las ponencias escuchadas hoy, es, sin duda, que, en lo
que hace a las mejores, son delirantes. Es por ello que he encontra-
do bellísima, perfectamente justificada, la fórmula propuesta por el
Círculo Katatuchés de la “Psicosis en el texto”. Avancemos, en efec-
to, un paso más: la psicosis está siempre en el texto, vale decir que
no está, precisamente, en la referencia. Esto es lo que ahora me es-
forzaré por clarificar.
118 - JACQUES-ALAIN MILLER

Psicosis y lógica

Después de responder a quemarropa a mi amigo Alain Grosri


chard, quien me preguntaba por el título de mi ponencia en este
coloquio: “La psicosis en el texto de Lacan” -que a mí me parecía
clarísimo-, reflexioné que esta fórmula podría hacer pensar que yo
situaba a Lacan bajo el rótulo de los locos literarios.
Y en efecto, la fórmula indiscutiblemente se presta a equívoco.
Puede entenderse que el texto de Lacan tiene por objeto la psicosis,
desde el momento que es un texto teórico que se ocupa de ella; pero
también que el texto de Lacan presta testimonio clínico de la psico-
sis de su autor. Desde luego, es el primer sentido el que adoptare-
mos. No obstante, el segundo, a saber: la psicosis de Lacan, ha me-
recido el interés de Lacan mismo, desde el momento que ha formu-
lado, entre otras, esta declaración: “Yo soy psicótico”, precisando su
sentido, “por la sencilla razón de que siempre he tratado de ser ri-
guroso”: haciendo, por ende, de la psicosis, un intento de rigor.
Que la psicosis sea un ensayo de rigor -cosa que trataré de justi-
ficar- entraña que la psicosis está en el texto y que, en un sentido,
todos somos delirantes. Percatarse de ello es el primer momento de
la lucidez. Una paradoja, sin duda, si imaginamos que estar en la
psicosis es haber perdido las amarras y decir cualquier cosa res-
pecto de lo que es nuestro discurso normado. Ahora bien, nuestro
punto de vista, si es el de Lacan, hace de un caso de psicosis un
caso de lógica más o menos extremo.
Los nexos existentes entre la literatura y la psicosis son bien co-
nocidos y, de haber sido necesario, la jornada de hoy nos lo habría
recordado. Pero están también las afinidades entre la psicosis y la
lógica, que es otra disciplina de la letra. La lógica es, en tanto que
lógica, la lógica matemática. A primera vista, claro está, psicosis y
lógica están en oposición, aunque más no sea por el hecho de que
la psicosis desborda de sentido y hace eco -si se eligen bien los pa-
sajes, como se ha hecho hoy- en cada uno de nosotros; mientras
que la lógica, en tanto que matemática, se establece sobre el vacia-
miento de todo sentido.
Podría decirse que en la psicosis el significante es suprasemánti-
co, en tanto que en la lógica matemática es asemántico. Pero la ló-
gica y la psicosis tienen en común el siguiente rasgo, que puede in-
teresarnos: ni la una ni la otra se niegan apoyo en la intuición co-
mún, en el sentido común: anulan nuestra rutina para extraer del
lenguaje entidades inéditas. Tanto la una como la otra Se fundan
LA PSICOSIS EN EL TEXTO DE LACAN - 119

sobre la inexistencia, vale decir que se establecen sobre la ausencia


de toda pre-comprensión.
No en vano Clérambault había adoptado el término “postulado”
para calificar el término más incondicionado del delirio erotomanía-
co. En efecto, hacía derivar el conjunto del discurso, en la psicosis
erotomaníaca, de un postulado en el sentido lógico. Desde este
punto de vista, en una axiomática, podría decirse que no hay un
más allá del axioma; que el axioma, como la prosa, no tiene un por
qué; salvo en el caso en que se encuentre eventualmente justificado
por las consecuencias que de él se extraigan, a condición de ser ri-
guroso. Es el punto de certeza delirante en la erotomanía lo que
inspiró pues a Clérambault esta palabra: “postulado".
Por cierto dos términos aparecen ligados aquí: el de “creación” -y
hay creación tanto en la psicosis como en la lógica, una creación
que surge ex nihilo, vale decir, a partir de nada; la pizarra es la con-
dición misma de la lógica, desde este punto de vista-; pero esta
creación, por surgir de la nada, es correlativa del término que pode-
mos tomar de Freud vía Lacan, una forclusión; es decir, precisa-
mente de esta superficie de la pizarra que se limpia de todo cuanto
pudo depositarse en ella antes. Esto es lo que permite decir, en ló-
gica y en matemática: “sea A, que yo defino de este modo", es decir
en un lenguaje evidentemente creacionista. La posición misma de
una definición matemática a la que a continuación se hará refe-
rencia, es correlativa de una forclusión metódica de todo cuanto
precede.
Hay, sin duda, una diferencia entre psicosis y lógica. Pues si se
admite que un delirio psicótico implica siempre un elemento de cer-
teza que desempeña el papel lógico del axioma, la posición del axio-
ma en lógica es justamente exclusiva de la certeza. No tiene, como
correlato subjetivo, la certeza sino, por lo contrario, lo que se po-
dría llamar la tolerancia y el utilitarismo: se toma este axioma, se lo
pone a prueba, pero puede tomarse cualquier otro. Por lo demás, la
creación lógica tiene por objeto que cualquier otro pueda pensar en
el lugar del lógico, mientras que el psicótico estará encantado de su
lugar de único.

El delirio generalizado

Puesto que ahora se trata de delirio, puedo, sin duda, situar bajo
un mismo rótulo lógica y psicosis; pero, más allá de eso, ¿por qué.
120 - JACQUES-ALAIN MILLER

al decir delirio, no estaría yo delirando, a mi vez? Llamo delirio a un


montaje de lenguaje que no tiene correlato de realidad, vale decir,
al cual nada corresponde en la intuición. Llamo delirio a un monta
je de lenguaje construido sobre un vacío. Y digo: todo el mundo de-
lira. Es la perspectiva que yo llamo “del delirio generalizado”.
No es ésta la única que pueda adoptarse respecto del lenguaje,
pero es -retomando el término que utilicé al principio de esta confe-
rencia- en extremo saludable. Escuchen ustedes a sus contemporá-
neos, y lean incluso a los antiguos desde este punto de vista, y ya
me contarán. Por ahora, los invito a escucharme a mí mismo de
igual forma.
Este punto de vista del delirio generalizado es, en efecto, saluda-
ble, en tanto nos restituye una profunda humanidad del psicótico.
Por lo común, dicha humanidad es presentada en tanto se la funda
sobre su estatuto de estar-en-el-mundo, de estar en el mismo mun-
do que nosotros, vale decir, de copertenecer a este mundo. Noso-
tros, por nuestra parte, la fundamos en que él es sujeto, es decir,
que es plenamente un ser en el lenguaje, y ello, en tanto que la re-
ferencia como tal siempre falta en el lenguaje.
Suele imaginarse -y tal vez, incluso, entre los literarios- que el
lenguaje es un aparato de referir; que existe, en su uso superior,
para decir lo que es, o sea para denotar; en otras palabras, que está
allí para hacerse escuchar, sin equívoco alguno, por el otro -en ge-
neral, para hacerle hacer lo que se le pide. En efecto, es posible
mostrar, en nuestra existencia, una zona sumamente importante en
la que el lenguaje es utilizado, digamos, para hacerse obedecer, y
otra zona hecha para acusar recibo de la orden recibida.
¿En qué consiste este uso del lenguaje como aparato de referir, y
de referir lo más exactamente posible; de indicar, entre todos los
objetos que hay en el mundo, de cuál de ellos se trata? Este uso,
estrictamente, debe ser puesto en el registro de aquello que Lacan
llama el discurso del amo, que es quien dice lo que se debe hacer.
En este sentido, el colmo del lenguaje, el lenguaje supremo, es la
lengua jurídica, a saber: ‘jTráigame el elemento de prueba N- tan-
to!” En el ejercicio jurídico, en efecto, se procura actuar de manera
tal que el lenguaje se refiera exactamente al objeto de que se trata.
Sólo que es preciso comenzar por numerar los objetos y que ni se
los toque, por supuesto.
Ahora bien: lo que demuestra el análisis lógico del lenguaje -el
cual, me decía Alain Grosrichard, cuenta con cierto número de emi-
nentes representantes en la Universidad de Ginebra, y es el ejercí-
LA PSICOSIS EN EL TEXTO DE LACAN - 121

ció filosófico dominante tanto en los Estados Unidos como en Ingla-


terra- es que el lenguaje es un malísimo aparato de referir; vale de-
cir, que no se acaba nunca, con el lenguaje corriente, de dejar de
lado -invitar, por ejemplo, a la gente a que se vuelva hacia el señor
que en el fondo de la sala bebe champaña, cuando en realidad lo
que bebe es una gaseosa. Este ejemplo es largamente comentado
por el filósofo Kripke, quien a su vez lo ha tomado de Donnellan.
He aquí aquello de lo que uno se nutre. Se confunde sin cesar el
lenguaje corriente con lo que sería una denotación que en verdad
funcionara, y que llegaría a darnos el objeto de que se trata. Por lo
demás, este análisis lógico del lenguaje sólo comenzó, nada menos,
interrogándose sobre el hecho de que con el lenguaje, pueda abor-
darse la nada como si fuera algo. Me refiero aquí al artículo seminal
para el conjunto de esta filosofía, el de Bertrand Russell, 'Teoría de
las descripciones", publicado en 1905, el año de la aparición de los
Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, de Freud. Esta teoría
de las descripciones (muy imprudentemente, en definitiva), intenta
aplicar la lógica cuántica de Frege al lenguaje corriente.
¿Y cuál es el ejemplo a partir del cual Russell ha abierto este
campo al análisis lógico del lenguaje? Hace hincapié en el hecho de
que yo pueda decir: “El rey de Francia es calvo”, en tanto que no
hay rey en Francia. Esta frase por sí sola merecería ser comentada,
desde el momento en que proviene de la pluma de un inglés para
quien la función del rey, accesoriamente el de Inglaterra (y sin con-
tar la de la reina), tiene una connotación poderosa.
Pero detengámonos en esta frase; “El rey de Francia es calvo”.
Dado que no hay rey en Francia ¿resulta excesivo decir que se trata
de una frase delirante y que sobre esta frase delirante se interroga,
precisamente, Bertrand Russell? Es delirante en tanto que lo que
en ella se nombra no existe, y que se plantea entonces la cuestión
del valor de verdad de la frase de que se trata. Se plantea por el he-
cho de que se interroga a esta frase, ante todo, en tanto que apara-
to de referencia, en tanto supone que existe un rey en Francia. En
cuanto al valor de verdad de esta frase, las posiciones difieren; para
Bertrand Russell el valor de verdad es falso; para Frege y para
Strawson, hay un truth valué gap, un agujero para el valor de ver-
dad.
Dejemos esto de lado; pero es evidente que alrededor de esta fra-
se; “El rey de Francia es calvo”, se conjugan lógica, psicosis y litera-
tura; vale decir lo que puede ponerse bajo el rótulo de la ficción,
por cuanto las entidades que son evocadas en el lenguaje no tienen
122 - JACQUES-ALAIN MILLER

correlato de realidad. Desde el momento en que se ha definido, co


mo yo lo he hecho, al delirio como un montaje de lenguaje que no
tiene correlato de realidad, la lógica, la psicosis y la literatura pue
den ser puestas bajo el rótulo del delirio.
Así, cuando Lacan formula que la verdad posee estructura de fie
ción, es en tanto que no tiene estructura de correspondencia, que
la verdad no es la exactitud, porque si fuera la exactitud no habría
verdad. “La verdad posee estructura de ficción" quiere decir que la
verdad no tiene estructura de correspondencia o de adecuación,
que la verdad no es verificada por la referencia. La verdad -y esto
es lo que la ficción lógica nos enseña- es verificada por la coheren-
cia. Mejor aún, el saber en discusión no es un saber referencial si-
no un saber textual. El saber textual como tal, vale decir, aquel que
no es un saber de la referencia sino un saber de las articulaciones
internas del texto, el saber textual, según la definición que de él he
propuesto, es siempre delirante.

El lenguaje es el asesinato del goce

Comprendemos que Lacan pueda decir que desde el punto de


vista clínico, el delirio es un biombo, un biombo de nada, y que
pueda hallarse inspirado por un paso al acto -como lo vemos, en
efecto, en el caso princeps de Lacan, que llega a su conocimiento
por el paso al acto de Aimée, quien apuñala a su prójimo. ¿Y por
qué uno apuñala a su prójimo? Por la sencilla razón de que no lo-
gra referirse a él, y como no se logra indicarlo mediante el lenguaje
se lo enfrenta en la realidad.
De modo que no existe, entre la palabra y la cosa, la correspon-
dencia y la paz que cree poder establecer, por ejemplo, un Willard
Van Orman Quine, el lógico americano que ha escrito, en 1960,
un libro célebre titulado Word and Object, en el cual se ve a la pa-
labra y la cosa convivir en buenos términos, como pareja bien ave-
nida.
La posición de Lacan, por el contrario, desde los comienzos de su
enseñanza, es la de Hegel, a saber: que la palabra es el asesinato
de la cosa, y que hay una metáfora original, que podría escribirse

como palabra que conlleva la barra puesta sobre la cosa y su


la cosa
asesinato, y la creación que le es correlativa; la ficción, en efecto.
LA PSICOSIS EN EL TEXTO DE LACAN - 123

Pero la enseñanza de Lacan nos lleva aún más lejos, y nos per-

palabra
mite escribir la metáfora original: que conlleva la
cosa -> objetos’
evacuación, la anulación, el asesinato de la cosa, y, en este lugar
vacío, a partir de la palabra, la creación correlativa de los objetos
que son, a su vez, hijos de la palabra -esos objetos, nuestros obje-
tos, que no tendrán otro estatuto de existencia que su consistencia
lógica. Como ustedes verán basta una nada, una variación de signi-
ficante para que los objetos que a ustedes les parecen los mejor
constituidos del mundo pierdan su consistencia lógica.
El esquema que doy aquí es muy poderoso dentro de la teoría
analítica. Es inmediatamente traducible, generalizable en este otro,
que establece un goce primordial que, en Freud, lleva el nombre de
Lust, en relación con lo que nosotros escribim os con Lacan:

A: Es decir que el valor del aserto “la palabra es el asesinato de


y*

la cosa" implica, si se es riguroso, que todo el mundo delira, y asi-


mismo que el lenguaje es el asesinato del goce. Es por ello que La-
can ha ido a buscar en Freud, vía Heidegger, el término das Ding
para designar la Cosa en tanto que goce.
En mi curso de París he intentado demostrar en qué sentido la
fórmula según la cual “el goce está vedado a quien habla como tal”
es asimismo correlativa de la estructura misma del Edipo freudia-

que, en efecto, instala a la madre en el lugar de la Cosa, y

hace del cuerpo de la madre el objeto primordial del goce. En el


mismo orden de ideas, he demostrado que la misma estructura ac-
túa en la metapsicología freudiana, donde la metáfora resulta ser la

de la realidad en relación con el Lust: Realitát (véase la “Formula-


Lust
ción sobre los dos principios del funcionamiento psíquico", que se-
ría mejor traducir como acontecimiento psíquico).

El delirio en marcha

Este punto de vista del delirio generalizado que he intentado pre-


124 - JACQUES-ALAIN MILLER

sentar brevemente, implica que el uso del lenguaje no es en modo al


guno expresión, descripción, información o comunicación. El uso esen-
cial del lenguaje apunta a la construcción de un parapeto del defecto
que está en la raíz misma (yo la he situado debajo) de este lenguaje.
Sin duda cabe preguntarse, entonces, cómo es posible la ciencia.
La cuestión se torna interesante a partir del momento en que se
adopta el punto de vista del delirio generalizado. ¿Cómo es posible
que una construcción artificiosa, un montaje delirante del cual
abundan ejemplos en la historia de la física matemática, sea capaz
de hacer responder a lo real? Vale decir que se la convoque y que
acuda a la cita, o que no acuda, pero que en ese caso puedan ex-
traerse de ello todas las consecuencias. ¿Cómo podría ser así?, si
no porque hay saber en lo real que responde al saber delirante que
ustedes construyen. Y tampoco con la ciencia estamos tan lejos de
la psicosis, salvo por el hecho de que, en la ciencia, el saber en lo
real no habla. Como dice Galileo, este saber se escribe en lenguaje
matemático. Se escribe en el sentido de “escribir”. Si ese saber se
gritara en el sentido de los gritos -para volver al tema abordado por
nuestros amigos Méla-, si se gritara en lenguaje matemático, pasa-
ríamos en corto circuito a la psicosis. Pero las afinidades entre la
ciencia y la psicosis, que ha reseñado brevemente Eric Laurent, es-
tán, desde luego, fundadas en la estructura.
Hay también el arte como delirio, aquel que no hace responder a
lo real sino a la humanidad, que hace responder, como dice Freud,
a lo que perdura en la insatisfacción de haber debido ceder al prin-
cipio de realidad. La psicosis, respecto a la ciencia y al arte, hace
un pobre papel, puesto que parece desmentida por lo real. Y podría
pensarse que la respuesta de la comunidad humana al psicótico es-
tá hecha, más bien, de la expresión de su desacuerdo, de su replie-
gue. Pero esto sería una ilusión.
Nosotros conocemos las afinidades entre la psicosis y la política,
y ningún escritor del siglo XVIII ha tenido, en este aspecto, más re-
sonancias que Rousseau. Tendamos un púdico velo sobre las rela-
ciones entre la psicosis y la fundación de la religión. Pero el tema
de la psicosis y la ciencia ha sido el más frecuentemente tratado.
Este campo de investigación es vasto, y mucho más interesante
desde la perspectiva del delirio generalizado. Si se adopta el punto
de vista de que(el lenguaje está hecho para referir, hay que explicar
la psicosis; mientras que, desde el punto de vista del delirio genera-
lizado, hay, más bien, que explicar la ciencia, es decir, el delirio en
marcha.^
LA PSICOSIS EN EL TEXTO DE LACAN - 125

El traumatismo sexual es un delirio lógico

Terminaré con este punto. Debemos notar que el principio mis-


mo de la clínica freudiana, la distinción entre la neurosis, la psico-
sis y la perversión, gira en torno de aquello que no existe, de una
inexistencia. No se trata de la inexistencia del rey de Francia, con
la que nos arreglamos bastante bien, en tanto es ahora republica-
na, o al menos lo que queda de ella. La inexistencia que cuenta, en
realidad, y cuyo carácter operatorio ha sido puesto de relieve por
Freud en la clínica, es la del pene de la madre. El tema mismo de la
indagación clínica de Freud reside en que, en torno de este objeto
ausente, en torno de esta referencia vacía se articulan, como otros
tantos modos de responder a ella, las diferentes estructuras clíni-
cas.
Por supuesto, no se deja de hablar del sombrero de mi tía que se
halla sobre el escritorio de mi tío, pero el sombrero de mi tía, como
el rey de Francia, no hace sino enmascarar el pene de mi madre,
que no existe. Este es el punto de vista radical de Freud, que con-
llevaba la explicación de lo que es el secreto del análisis lógico del
lenguaje, a saber, que la denotación está siempre de lado. A aquello
que Freud llamaba traumatismo sexual, devolvámosle ahora su es-
tatuto, que él entrevio: es un delirio lógico. Es la creencia de Juani-
ta de que todos los seres humanos vivientes tienen un pene. Está
ya a un paso de hacer, de esa creencia, un predicado.
¿Cómo se articula, entonces, el cifrado del goce que implica esta
metáfora, y, en sentido inverso, el goce de la cifra que sería, quizá,
la definición más adecuada del síntoma? No tendré tiempo de decir-
lo esta noche.

También podría gustarte