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Las Fuentes del Derecho

Una fuente alude a la idea de manantial u origen, es decir, al lugar o instancia de la cual
provienen los contenidos que luego se condensan o compilan en una disciplina, objeto de
estudio o conjunto de informaciones. En nuestro caso, el derecho.
En cuanto a la diversidad del propio concepto de fuente del derecho, la palabra fuente se
entiende y utiliza en tres sentidos diferentes:

· Corpus teórico – jurídico o documental en el cual el legislador reparó al elaborar una


norma determinada y vigente. La fuente es la referencia jurídica concreta de la cual se
toma la estructura, forma y contenido de la ley redactada. Origen concreto de una
norma.
· Derecho consuetudinario o tradición: sentencias judiciales y articulaciones
legislativas por las cuales el ordenamiento jurídico vigente se conformó. Visión causal
de la fuente
· Formas de constitución del Derecho Positivo: dónde, o como, o bajo qué
circunstancias, se produjo el derecho actual o vigente. Como y desde donde se
entiende que la norma o ley vigente es una positivización del derecho.
En cuanto a la diversidad de esas fuentes del derecho:

· Fuentes formales: aquellas que cobran autoridad en virtud del propio corpus
legislativo, es decir, resultan obligatorias según ese corpus porque exteriorizan el
contenido de esa fuente. La ley es el ejemplo más claro. Algunos incluyen también a
la costumbre, en tanto resulta obligatoria en ciertos sistemas jurídicos.
· Fuentes materiales: son las circunstancias sociales, económicas, políticas, históricas,
entre otras, que generan, matizan y perfeccionan los contenidos del derecho. La
jurisprudencia y la doctrina son ejemplos típicos.
Otra clasificación posible de las fuentes, tanto formales como materiales:

· Fuentes directas: aquellas cuya constitución misma evidencia la relación inmediata


con el contenido del derecho. La Constitución, los tratados internacionales, las leyes y
la costumbre forman parte de esta clase.
· Fuentes Indirectas: aquellas que mantienen una relación mediata con los contenidos
de la disciplina, mediada por las fuentes directas, que toman para sí estas fuentes
indirectas, generalmente en la forma de la investigación y/o interpretación. La
jurisprudencia y la doctrina son las fuentes indirectas por excelencia.
Es necesario aclarar que existe una jerarquización entre ellas, de 2 órdenes: en principio entre las
fuentes que refieren a dimensiones diferentes y que por lo tanto poseen diferentes rangos de
obligatoriedad. Como ejemplo, es la clase de jerarquía que se da entre una ley y una costumbre.
El otro tipo de jerarquía se establece dentro de fuentes del mismo origen (Leyes, decretos,
ordenanzas). Así mismo hay una Constitución Nacional y 24 constituciones provinciales que deben
adecuarse a ella, leyes federales y leyes provinciales.
Constitución Nacional
Entre las fuentes de derecho, y las del derecho constitucional en particular, sin lugar a dudas es la
más relevante. Es un instrumento jurídico en el cual constan organizadamente los principios
normativos centrales por los cuales se va a organizar de manera integral todo un ordenamiento
jurídico político. También es un medio de Gobierno.
El inicio del constitucionalismo moderno se centró, naturalmente, en las constituciones nacionales
que, exacerbando la soberanía como elemento central en la formación de los Estados nacionales, se
erigieron como leyes supremas. esto se evidencia en el carácter genérico y flexible que presenta la
redacción de sus normas.
El dinamismo que caracteriza a la realidad social, política y cultural exige que las constituciones, si se
pretende su perdurabilidad, no sean redactadas con prescripciones demasiado específicas sobre las
distintas áreas abordadas, sino que determinen lineamientos generales a los fines de no devenir
anacrónicas según la realidad social. una Constitución que no determinara lineamientos genéricos
precisaría reformas constantes, lo que anularía su función.

Estas modificaciones comprometen el concepto de “soberanía estatal” tal como era entendido
hasta el momento y colocan a las normas creadas e interpretadas judicialmente por cada Estado en
un pie de igualdad o cada vez más subordinadas a las normativas y jurisdicciones supranacionales.
en materia de Derechos Humanos esto ha sido altamente positivo, no así en materia económica,
para la mayoría de los países en desarrollo o emergentes.

Existían dos posturas respecto a si estos tratados constituían una fuente del derecho única con la
Constitución y, lógicamente, del mismo rango o sí, por el contrario, constituían dos compartimentos
jurídicos diferenciados.

 Postura monista: incorpora lo consagrado en los tratados internacionales suscriptos al


derecho nacional de forma automática, sin necesidad de que se deba crear una ley que
materialice esa normativa para considerarla legítima y obligatoria.
 Postura dualista: postula que se trata de 2 órdenes distintos y que un precepto de la
normativa internacional, aunque se encuentre en un tratado suscripto por una nación X, no
pasa a formar parte de las leyes de esa nación si no hay una fuente interna que le de
recepción.

La relación entre los tratados internacionales y la Constitución nacional puede disponerse de


diferentes modos:

 Prevalencia de los tratados sobre el sistema jurídico nacional, incluso sobre la propia
Constitución
 Equivalencia de importancia entre los tratados y la Constitución
 Prevalencia de la Constitución respecto de los tratados, pero considerando a estos a su vez
como propietarios respecto a las leyes
 Prevalencia de la Constitución y equivalencia de los tratados y las leyes

En el caso argentino, previo al fallo es Ekmekdjian c. Sofovich En 1992, la CSJN opinaba que el
artículo 31 de la Constitución establecía un orden de prelación de normas en el cual los tratados
contaban con el mismo rango que las leyes, pero podían no ser operativos por su mera ratificación si
no contaban aún con una ley que lo reglamente. En el fallo citado, por el contrario, se determinó que
los tratados aprobados y ratificados eran directamente operativos en el derecho interno.
La reforma constitucional de 1994 esclareció toda vacilación respecto e instauró, merced
especialmente a lo prescripto en el artículo 75 inc. 22, un sistema normado de relación jerárquica
entre los tratados internacionales y el derecho interno. Así, en dicho artículo se enuncian dos
declaraciones y 9 tratados sobre derechos humanos que son equiparados a las normas
constitucionales, convirtiendo de ese modo dichos instrumentos en normas con “jerarquía
constitucional”. Y se consagra el resto de los tratados como superiores a las leyes, eliminando
cualquier duda al respecto. Asimismo, se instituye un mecanismo por el cual el Congreso de la
nación con una mayoría agravada puede elevar tratados al rango constitucional. La Constitución
nacional desde 1994 expresamente equipara lo prescripto en los tratados internacionales de
Derechos Humanos con lo normado en ella misma, rogándole jerarquía constitucional.
Los tratados jerarquizados constitucionalmente conforman un bloque único de legalidad cuyo fin
estriba en la protección de los derechos fundamentales y que dicha protección debe comprenderse
en función de los seres humanos y no en relación con los Estados. Se dirá entonces que la
Constitución y dichos tratados integran el “bloque constitucional”.

La Constitución nacional y los tratados internacionales sobre derechos humanos con rango
constitucional, entonces, ocupan la cúspide del ordenamiento jurídico en nuestro país. Los derechos
por ellos consagrados deben ser interpretados armónicamente y en forma dinámica y progresiva.
Los siguen, siempre según el orden establecido en la Constitución, el resto de los tratados y, por
último, subordinadas a ellos, las leyes.

El artículo 75 en su inciso 24 Los tratados de integración qué “... deleguen competencias y


jurisdicción a organizaciones supraestatales en condiciones de reciprocidad e Igualdad, Respeten el
orden democrático y los derechos humanos”. A estos tratados es otorga jerarquía supra legal pero
no constitucional, lo que determina entonces una dimensión intermedia entre las leyes y la ya citada
cúspide del derecho nacional. esto mismo pasa con el resto de los tratados ordinarios y los
concordatos con la Santa Sede, respecto a los cuales el mismo inciso 22 determina que también
“tienen jerarquía superior a las leyes”

Es interesante observar que el derecho privado, lentamente a partir de la recuperación de la


democracia, especialmente gracias a las organizaciones no gubernamentales de Derechos Humanos
y académicos que trabajaron para su reconocimiento, Ha ido logrando cambiar la jurisprudencia y
hoy - a partir del nuevo Código y Comercial – se allana expresamente a subordinarse a la
Constitución y los tratados de Derechos Humanos (artículo 1 CCyC), como siempre debió ser según
nuestra Constitución.

Leyes
La ley es un precepto general, estable, promulgado de acuerdo a las normas vigentes y
obligatorias. Es necesario, más allá de esta fórmula, analizar el carácter que se adjudica a las
leyes.
En primer lugar, las leyes son obligatorias para todos los habitantes de la Nación. Cuando se
habla de “fuerza de ley” se alude precisamente a la obligatoriedad que estas poseen
respecto a los habitantes de la sociedad sobre la cual se legisla.
Asimismo, las leyes son generales; es decir, están previstas para un número indefinido de
personas y situaciones. Es necesario precisar, respecto a las dos características repasadas,
que no significa que las leyes se apliquen a todos los habitantes de manera literal, sino que
las leyes son obligatorias para el general de las personas que se encuentran como sujetos
contemplados en la norma.
Para ser tales, las leyes deben ser auténticas, es decir, crearse de acuerdo al modo
prescripto por la normativa vigente (principio de legalidad). Solo así una ley y su aplicación
resultan legítimas. Esto no solo se refiere a las formas, sino que también a su contenido, en
tanto las leyes nacionales no pueden contrariar, pero tampoco retacear los derechos
dispuestos en la Constitución nacional y los tratados internacionales sino, en cualquier caso,
ampliarlos en su especificación (principio de razonabilidad).

Debido proceso adjetivo y sustantivo


Entre las reglas básicas del Estado de derecho la garantía del debido proceso es la que
contribuye a asegurar la sujeción del Estado a las normas jurídicas. es una garantía
innominada porque no aparece configurada en forma expresa Ni en norma alguna del texto
constitucional. se lo construye a partir de la interpretación armónica de varias normas
constitucionales – art. 18, 19 y 28 - y sus alcances se perfilan a través de la jurisprudencia de
la CSJN.
La garantía encierra dos aspectos:

 El debido proceso adjetivo, que resguarda el principio de legalidad, consagrado en forma


genérica en la segunda parte del artículo 19 de la CN - la ley como único instrumento idóneo
para limitar los derechos - recepcionando el principio de la libertad de la persona humana
dentro del sistema (todo lo que no está prohibido por la ley está permitido) Y en forma
específica por el artículo 18 de la CN - garantías del proceso. El principio de legalidad hace al
procedimiento de creación y aplicación de normas o actos de los poderes públicos.
 El debido proceso sustantivo, que recepta y resguarda el principio de razonabilidad en orden
al contenido de la norma o acto. Se encuentra consagrado en el artículo 28 de la CN (“Los
principios, garantías y derechos reconocidos en los anteriores artículos, no podrán ser
alterados por las leyes que reglamentan su ejercicio”). Su ubicación constitucional permite
sostener que dicha norma está dirigida en forma específica al poder Legislativo y en forma
genérica al resto de los poderes constituidos. En la sección del Poder Ejecutivo (artículo 99
inciso 2), indica que la facultad reglamentaria debe cuidar de no alterar el espíritu
consagrado en la ley.

En nuestro país, las leyes son creadas por el Congreso de la nación, que está compuesto por dos
cámaras: la de Diputados que representa al pueblo y son elegidos proporcionalmente por este, y el
Senado, representa a las provincias y a la CABA (tres por cada una de ellas).
En el proceso de creación de una ley se distinguen 3 estadios: la sanción (ambas cámaras crean la
regla), la promulgación (el Poder Ejecutivo establece la efectividad de una ley) y la publicación
(momento de perfeccionamiento de la creación, pues permite a los habitantes conocer la norma
instituida).

Las leyes pueden clasificarse de acuerdo a diversos criterios:


1. De acuerdo a su forma o contenido puede ser una ley en sentido material (no solo las
creadas de acuerdo al sistema vigente sino toda conducta u omisión que se torne
socialmente obligatoria) o en sentido formal (únicamente las leyes emanadas del
Parlamento de acuerdo a las reglas previstas para hacerlo)
2. Conforme su estructura y modo de aplicación existen leyes rígidas (tienen disposiciones
precisas e inequívocas, que se aplican ante la comprobación del acaecimiento que exige) y
leyes flexibles (más generales y/o genéricas, En cuya aplicación adquiere importancia la
acción del juez)
3. Atendiendo a la naturaleza de la sanción, las leyes pueden ser perfectas (la sanción es la
nulidad del acto), más que perfectas (acarrean además una pena), menos que perfectas (no
conllevan sanción ni nulidad) e imperfectas (no cuentan con sanción alguna para su
violación)
4. De acuerdo a la relación que establecen con la voluntad de las personas, las leyes resultan
imperativas (aquellas que la voluntad de las personas no puede dejar sin efecto) o
supletorias (suplen la voluntad de las partes expresada en el contrato y pueden ser dejadas
sin efecto, o modificadas, por la voluntad de las partes)
5. Podemos ensayar también una clasificación en torno a las llamadas leyes de orden público.
La teoría clásica considera que son aquellas vinculadas de modo directo con la paz, las
“buenas costumbres”, la justicia como valor, la “moral pública” y la seguridad social.
Así mismo, otra teoría, que privilegia el rasgo imperativo de las leyes de orden público,
postula que la expresión “orden público” alude a las cuestiones públicas, de interés general,
entendiendo esto como opuesto los intereses privados o particulares. el nuevo artículo 12
CCC adscribe a esta teoría.

Costumbre
La costumbre es una conducta generalizada, constante y uniforme que asumen los
miembros de una sociedad con la certeza de que esa costumbre se origina en una situación
que es jurídicamente exigible. Se alude a su generalidad para graficar que los hábitos de
pequeños grupos sociales no pueden calificarse como costumbres en su acepción de fuentes
del derecho. La constancia se refiere a la extensión en el tiempo que define una costumbre
determinada en tanto conducta repetida con un mismo contenido e idénticas motivaciones.
Por último, la uniformidad es una característica que exige una clara similitud entre las
acciones (y omisiones) que constituyen la costumbre.
Cuando se exige que una costumbre sea persistente durante largo tiempo para conformar
un derecho exigible, este derecho o sistema de derecho se conoce como consuetudinario
(common law inglés). El derecho que podemos llamar espontáneo, en cambio, es la
costumbre que se impone en un tiempo relativamente breve, que sigue más de cerca, por
decirlo de algún modo, la vigencia sociológica de una determinada costumbre. De allí que
tenga una relevancia decisiva, en tanto fuente, para el ordenamiento jurídico de un lugar en
un momento dado.
El otro rasgo central para entender el perfil de la costumbre como fuente del derecho es la
necesariedad que debe representar, es decir, la configuración de un valor social implícito
que se torna de este modo urgente o perentorio.
Esta característica revela otra nota central de la costumbre, o desdoblamiento entre un
aspecto objetivo y otro subjetivo. El primero consiste en la repetición externa, perceptible,
de la conducta habitual; el segundo, en la convicción o convencimiento colectivo de que esa
repetición es necesaria, y debe tornarse obligatoria, para la evolución de las relaciones en
una sociedad determinada.
Las costumbres pueden ser de 3 clases:

 Interpretativa o secundum legem: lo que hace es aclarar o definir la interpretación


sobre una norma vigente. Este tipo de costumbre se impone porque es el
comportamiento social el que le da un sentido determinado a una norma oscura.
 Supletoria o praeter legem: viene a remediar un vacío u omisión legal, supliendo a la
ley, de esta manera, para subsanar dicho vacío.
 Modificatoria o contra legem: modifica de hecho, o deroga, una ley vigente. Son las
de status más polémico, pues aquellos que sostienen una postura férrea respecto a
los procedimientos y formas legales que debe adoptar la creación normativa en
cualquiera de sus niveles, estiman como inadmisible que una costumbre sea capaz
de modificar directamente a una norma. Pueden ser muy valiosas para evidenciar la
letra muerta que existe, profusamente en algunos casos, en todo sistema jurídico;
para denunciar de hecho la hipocresía que supone sostener una serie de normas que
no guarda relación alguna con la realidad social del tiempo en el que aún se rigen, ya
porque fueron creadas en tiempos remotos, dictadas bajo regímenes autoritarios o
de acuerdo a preceptos morales antediluvianos.
Las posturas concretas en cuanto al valor de la costumbre como fuente del derecho
dependerán de la posición que se tenga respecto al origen legítimo del derecho. Las
concepciones racionalistas, iusnaturalistas o positivistas, por supuesto, negarán todo valor
de la costumbre, o lo limitarán seriamente, en nombre de la razón abstracta a la que
responde la Ley o el valor positivo y exclusivo de la norma vigente. Un partidario de la
escuela histórica del derecho, por el contrario, le otorgará mucha importancia por
considerar que es la sociedad quien debe guiar el derecho, ya que la costumbre es una
materialización del espíritu del pueblo actual.
En el artículo 1 del CCC se reconoce exclusivamente como fuente de derecho las
costumbres secundum y praeter legem.

Jurisprudencia
Este concepto señala como fuente del derecho a las decisiones de los tribunales, en especial
de la CSJN, que crean doctrina al resolver sobre alguna encrucijada o aspecto central del
derecho vigente. Es importante precisar que no cualquier fallo judicial se constituye como
jurisprudencia y que incluso no son los fallos enteros los que trascienden a sí mismos para
formar parte de ella sino señalamientos puntuales y uniformes que se repitan en el tiempo.
Tampoco cualquier instancia del sistema judicial es, en general, capaz de producir
jurisprudencia, sino que se atiende a las decisiones concordantes y reiteradas de Cámaras
de Apelaciones, Cortes provinciales y la ya referida CSJN.
Existen opiniones que niegan a la jurisprudencia el carácter de fuente del derecho porque
consideran que los fallos en todo caso lo que hacen es señalar un sentido de la norma, pero
no crear una nueva, pues esas interpretaciones obrantes en los fallos no adquieren
obligatoriedad en el sentido estricto de la palabra.
Por el contrario, hay quienes consideran que la interpretación judicial en sí misma es una
manera de crear derecho, pues el sentido que se da a una ley (fundamentalmente a aquellas
oscuras, ambiguas o contradictorias) es una manera de crear su efectividad. La
interpretación se materializa en el acto de estipular el sentido de una ley, de completarla
cuando tiene lagunas o de corregir las antinomias o contradicciones que contenga.
En nuestro sistema jurídico la jurisprudencia cumple sin ninguna duda el papel de fuente
formal del derecho en tanto los sentidos plasmados en algunos fallos devinieron
obligatorios. Nos referimos a las sentencias de Cámara emanadas de los fallos plenarios y
también a los fallos de la CSJN.
La CSJN tiene competencia originaria, es decir, casos en los que interviene directamente
(artículos 116 y 117 de la CN), pero también una competencia derivada por la cual actúa en
casos tratados por los tribunales inferiores que llegan hasta ella en virtud del Recurso
Extraordinario, que en principio habilita a la CSJN a entender en cuestiones federales (casos
en los que se hallan afectados derechos constitucionales), aunque su competencia se ha
ampliado en la práctica.
Si bien no puede considerarse rigurosamente que los fallos de la CSJN sean obligatorios, es
un hecho que la autoridad de la Corte a este respecto provoca que las definiciones de
relieve cristalizadas se repitan y uniformen en las decisiones de los tribunales inferiores. En
tal sentido, se tornan incongruentes y prácticamente infructuosas las sentencias de
tribunales inferiores que se distancien o contravengan lo dispuesto en algún fallo de la
Corte, excepto que puedan fundamentar de manera novedosa ese distanciamiento. De otro
modo devienen arbitrarias.
Los llamados fallos plenarios resultan obligatorios formalmente en algunos casos. Son
aquellos que tienen lugar cuando la Sala de una Cámara de Apelaciones falla en un sentido
opuesto al que lo hizo, en los diez años anteriores, otra Sala de la misma Cámara. Cuando la
Cámara en pleno define la doctrina con que debe resolverse la contradicción (siempre
precisamente en el campo de lo doctrinario y no de los hechos o casos concretos) se emite
un fallo plenario que se convierte en obligatorio, aunque de manera parcial, puesto que
ejerce ese atributo solo respecto a los Juzgados de primera instancia que dependan de la
Cámara interviniente y asimismo a las Salas que la componen.
Los fallos plenarios surgieron como una herramienta para lograr homogeneidad jurídica y
acabar con la contradicción de diferentes soluciones judiciales ante casos fácticos similares,
en aras de lograr la seguridad jurídica y cumplir con el principio de igualdad ante la ley
consagrado en el art. 16 de la Constitución Nacional.
Sin embargo, el antiguo artículo 303 del Código Procesal C y C –norma aplicable a los fallos
plenarios emitidos por las distintas Cámaras Nacionales de Apelaciones– fue derogado junto
al artículo 302 del mismo Código –autoconvocatoria a plenario para unificar jurisprudencia–
por el artículo 12 de la Ley 26.853 (B.O. 17/5/2013), una de las leyes de reforma judicial que
creó las nuevas Cámaras de Casación.
Doctrina
Como toda disciplina y objeto de estudio, el derecho cuenta con estudiosos (llamados
juristas en este campo) que investigan sobre aspectos generales o particulares del ámbito
jurídico. Son doctrina las opiniones de estos estudiosos, específicamente de aquellos más
reputados intelectualmente y en la esfera de la investigación. Estas opiniones e
interpretaciones se materializan de diversos modos: en el ámbito académico, en las
publicaciones científicas (libros, tratados, manuales, revistas, comentarios de sentencias,
etc.), en congresos y otras convenciones temáticas, y otros.
La doctrina tiene una gran relevancia, aunque se trate de una fuente indirecta y material,
pues los grandes pensadores del derecho, muchas veces alejados de los compromisos,
intereses de otra índole, dificultades y presiones que representan la creación y aplicación
efectiva del derecho, pueden hacer un gran aporte a la hora de interpretar una determinada
normativa o de resolver las lagunas o contradicciones de un sistema jurídico. Sin embargo,
también otras veces son los que están en la trinchera de la aplicación de las normas quienes
pueden ver sus déficits y reflexionan para propiciar cambios. En muchos aspectos las
diferentes corrientes teóricas también responden a diferentes ideologías, intereses y
perspectivas frente a la sociedad, la política y el Estado.

Principios generales del derecho


Los principios generales del derecho son, tal como lo indica su nombre, el origen o
fundamento de las normas, del derecho mismo. En efecto, se los denomina principios en
tanto se erigen como los puntales fundamentales que estructuran un sistema jurídico
determinado. El contenido de un sistema jurídico no resulta del azar o de una hipotética (e
imposible) objetividad basada en la experiencia, sino que está basado en reglas que si bien
son necesariamente generales resultan fundamentales porque de ellas se derivan, de un
modo más o menos indirecto, las normas del derecho positivo. A su vez, la aplicación de
estos principios puede resolver los casos no previstos por ese mismo derecho, aspecto muy
valioso habida cuenta de la característica dinámica y cambiante de la realidad.
A estos principios generales se los considera de derecho porque son manifestaciones
técnicas de extracción jurídica, que no se agotan en meras posturas morales o religiosas, o
indicaciones ambiguas que se asemejan más a una simple manifestación de intenciones o
deseos. La definición de los principios diferirá según la escuela iusfilosófica de la que se
parta.
Los principios generales del derecho son útiles como fuente de información y guía (al modo
de una idea rectora o regulativa, en sentido kantiano) para la producción legislativa, pero
también son importantes para la interpretación judicial de las normas vigentes.
Estos principios, naturalmente y más allá de las pretensiones iusnaturalistas (que entienden
a estos principios como propios de la “naturaleza de las cosas” y las conductas, como
emanadas de esa naturaleza), no son objetivos, “naturales” ni “neutros” sino que expresan
un juicio deontológico y/o axiológico de la realidad; es decir, señalan cuál debe ser la
conducta correcta a seguir (la buena fe, por ejemplo) o cuál es el valor que debe primar (la
equidad, la justicia, entre otros).
La distinción entre valores y principios resulta ser más bien de grado: los primeros son
normas más abstractas y abiertas, los segundos tienen un contenido ciertamente
indeterminado, pero más preciso o concreto.
Los principios son ideas directrices, ideas elementales, fundamentales, nociones básicas.
Son “normas jurídicas prima facie”, en estado germinal, no acabado, un armazón o
arquitectura básica. Son estándares que cumplen con exigencias de justicia, o de equidad, o
alguna dimensión ética moral de este tipo. Se trata de “mandatos de optimización”, en la
medida de lo posible hay que observarlos. Son pautas de valoración, fines del Estado,
criterios o justificaciones y hasta portadores de “pócimas mágicas” según la doctrina.
Constituyen líneas de orientación, “pensamientos directores de una regulación posible”.
Cumplen infinidad de funciones: informadora (para colmar lagunas), de interpretación (por
su capacidad heurística), compaginadora y organizativa, fundante, actúan además como
“filtros”(purificador), “termostatos”, “diques de contención” ante avances “disfuncionales”,
“cuñas de expansión” para el desarrollo del derecho, sirven para el despertar imaginativo,
en tarea múltiple de incorporación del cambio, en tránsito vital creativo, de inventiva y
dinámica, recreadora de las viejas normas (oxigenación).
Han recobrado peso desde la vigencia del nuevo Código Civil y Comercial, que los
rejerarquiza como pauta interpretativa genérica de las leyes en la norma del artículo 2
(“Principios y valores jurídicos”). Son ejemplos de principios las normas de los artículos 9 a
14 CCC (buena fe, abuso del derecho, abuso de posición dominante, prevalencia de los
derechos de incidencia colectiva por sobre los derechos individuales).

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