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En términos generales, se denomina acoso escolar o “bulling” a cualquier forma de maltrato que

se repite durante un largo periodo de tiempo. Este problema no es actual, sino que viene de
lejos. No hace falta remontarse muchos años atrás para confirmarlo, puesto que si preguntamos
a cualquier adulto mayor de 40 años afirma que sufrió acoso tal y como también ocurrió con sus
padres y abuelos. En cierta parte gracias a ellos, se empezó a dar importancia a este tipo de
acciones violentas y a las distintas formas de prevenirlas. El objetivo de este comentario es hacer
reflexionar al respecto.

Haciendo referencia a las cuestiones expuestas en la introducción, es curioso el hecho de que


no existen datos respecto al acoso anteriores a 1974. Esto se debe a que, hasta entonces, los
estudios no lo trataban una forma de mal comportamiento. El primer documento en el que se
empezó a dar visibilidad al concepto que conocemos actualmente fue Carrie, la primera novela
de Stephen King. En esta novela, Stephen King, se sirvió de un estudio realizado ese mismo año
por psicólogo Olweus donde se analizaban 800 casos de acoso en Noruega. Desde entonces los
casos no han dejado de aumentar, hasta que, a día de hoy, el acoso escolar se cobra 200mil
suicidios al año entre los jóvenes.

Por otra parte, con el desarrollo de la tecnología y las aplicaciones de mensajería instantánea,
ha aparecido el concepto de ciberacoso. Este tipo de acoso es aún más grave, puesto que
internet nos mantiene conectados unos con otros en todo momento, y por lo tanto expuestos.
Además, un ciberacosador puede ser, no es solo un compañero de clase, si no cualquier persona
en la red. No son pocos, los piratas informáticos y hackers de sombrero negro que atacan
buscando suplantar la identidad o vender los datos en la internet oscura, donde no se aplica
ninguna ley.

En cuanto a las causas, no se sabe a ciencia cierta cuales son. Los expertos creen que puede
tratarse de una predisposición a la violencia en el agresor por motivos psicológicos y de
personalidad, o un entorno familiar y social con antecedentes de violencia. Sin embargo, no
tiene ningún sentido justificar el sufrimiento de un acosador con el sufrimiento de la víctima a
la que acosa, ya que esta no tiene culpa de lo que le haya podido ocurrir al acosador.

En cierto modo, todo se resume a sufrir las consecuencias de algo sobre lo que no se puede
decidir o con lo que no se tiene nada que ver. La impotencia que sienten las victimas ante este
hecho tan injusto lleva a soluciones extremas e irracionales por parte de las víctimas. Es el caso
de Jonathan Dustin un francés que decidió quemarse vivo tras sufrir ciberacoso, de hecho, él
cita en su libro: “Me ardía el corazón cada vez que recibía un mensaje, decidí que inmolarme tal
y como lo hice era la mejor manera de que entendiesen como me sentía”

En definitiva, cada uno tiene su manera de sobrellevar los problemas, nadie nos enseña a hacerlo
bien, y lo aprendemos a base de errores. Hay casos en los que se recurre a la violencia para
sobrellevar los problemas, llamar la atención y reírse de los demás les hace sentir en cierto
modo, comprendidos. En otros casos, el esfuerzo para aliviar el sufrimiento se dirige a contribuir
a la felicidad de los demás o simplemente huyen del problema. Por esa misma razón, se debería
dejar de generalizar y de poner etiquetas. En su lugar deberíamos pararnos a pensar que
estamos tan centrados en nuestra vida que ni siquiera somos capaces de pensar en los demás,
tanto cuando se trata de consecuencias de nuestros propios actos como cuando se trata de
identificar a una persona que está sufriendo. Por lo tanto, ¿somos una buena referencia para los
más pequeños y verdaderamente tenemos los valores que hacen falta para dejar de ver a las
personas como objetivos?

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