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GÉ NESIS CAPÍTULOS 1 AL 15

INTRODUCCIÓN

GÉNESIS. El primer libro de la Biblia. En la tradició n judía el libro recibe


su nombre de la primera palabra, bereshith (en el principio). El nombre
Génesis, que significa principio, se deriva de la LXX y también se halla en
la traducció n latina (Liber Génesis). Mucho del libro trata de los orígenes.
La tradició n atribuye el libro a Moisés. Muchos de los relatos histó ricos
de Génesis predatan a Moisés por grandes extensiones de tiempo. No hay
ninguna razó n por la cual no podría haber dispuesto estos relatos
antiguos en la estructura literaria del libro. Se puede dividir a Génesis
aprox. en tres partes:
(1) La creació n hasta la muerte de Taré, padre de Abraham (1—11),
(2) una historia de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob (12—36) y;
(3) el relato de José (37—50).
La primera secció n comienza con el relato de la creació n, registra la
caída de la raza humana, el diluvio y la torre de Babel. Los relatos
patriarcales registran la primera declaració n formal de la promesa a
Abraham.
La promesa, que má s tarde tomó la forma de pacto (<Génesis 15:12-21)
garantizaba una herencia para el pueblo de Dios en todas las edades.
Jacob es el progenitor de las 12 tribus de Israel (Génesis 35:23-26). Jacob
y sus hijos llegan a Egipto como resultado de una escasez general.
Entonces José se reunió con su familia y la estableció en la tierra de Egipto
(Génesis 47:11, 12).
Las narraciones acerca de José proveen el trasfondo histó rico para el
libro de É xodo, que registra la esclavitud de los israelitas en Egipto y su
posterior éxodo de esa tierra. Estas narraciones también señ alan el
período de esclavitud egipcia mencionado en el pacto Abrahá mico
(Génesis 15:13, 14).
GENEALOGÍA (heb., yachas, gr., genealogía). Una lista de antepasados
o descendientes, la descendencia de un antepasado o el estudio de las
líneas de descendencia. Se compilan las genealogías para mostrar la
descendencia bioló gica, el derecho de herencia, la sucesió n a un puesto, o
relaciones etnoló gicas o geográ ficas.
La palabra ocurre varias veces en las Escrituras (1 Cró nicas 4:33; 5:1, 7;
7:5, 7, 9, 40; 9:22; 2 Cró nicas 12:15; 31:16- 19; Esdras 2:62; 8:1;
Nehemías 7:5, 64; 1 Timoteo 1:4; <Tito 3:9). La primera genealogía
(Génesis 4:1, 2, 17-22), con su énfasis en los oficios, muestra el
surgimiento de nuevas características en la cultura.
Algunas genealogías abarcan largos períodos de la historia bíblica
(Génesis 5:1-32; 11:10-22; 1 Cró nicas 1—9; Mateo 1:1-17; Lucas 3:23-
38). La genealogía en Lucas 3 incluye los antepasados de Jesú s hasta
Adá n.
Esdras 2:1-63; 8:1-20 y Nehemías 7:7-63 nombran por familia a los que
volvieron con Zorobabel del cautiverio babiló nico. El NT muestra mucho
menos interés en las genealogías que el AT. En el AT Dios estaba
reuniendo a un pueblo escogido dedicado a preservar su revelació n hasta
que mandara a su Hijo, quien llamaría un nuevo pueblo, unido no por
descendencia genealó gica sino por un nacimiento nuevo y espiritual.
Génesis es un nombre tomado del griego; significa “el libro de la
generació n o los orígenes”; se llama así apropiadamente pues contiene el
relato del origen de todas las cosas. No hay otra historia tan antigua. Nada
hay dentro del libro má s antiguo que existe que lo contradiga; por el
contrario, muchas cosas narradas por los escritores paganos má s
antiguos, o que se pueden descubrir en las costumbres de naciones
diferentes, confirman lo relatado en el libro del Génesis. 
INTRODUCCIÓN: LIBRO DE GÉNESIS: Primer libro de la Biblia, llamado por
los judíos be-reshith (en el principio) palabra hebrea con que se inicia el
libro. Se llamó Génesis en la LXX, título adoptado después por la Vulgata y
que alude al contenido del libro.
El autor del libro quiere demostrar có mo Israel fue elegido entre las
naciones del mundo y có mo llegó a ser el pueblo de Dios. Esta elecció n, sin
embargo, no se basó en los méritos de los antepasados de Israel, sino en la
gracia inmerecida de Dios. Enfocados desde ese á ngulo se relatan la
creació n del mundo y del hombre, el pacto de Dios con el hombre, la caída
en el pecado, la vida de los patriarcas y el pacto de gracia con ellos.
GÉNESIS: UN BOSQUEJO PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA.
Primera parte: Historia primitiva (1.1—11.9)
I. La creación 1.1—2.25
A. Creación del mundo 1.1—2.3
B. Creación del ser humano 2.4–25
II. La caída 3.1—5.32
A. Caída humana 3.1–24
B. Luego de la caída: Fronteras familiares conflictivas 4.1—5.32
III. El juicio del diluvio 6.1—9.29
A. Causas del diluvio 6.1–5
B. Juicio del diluvio 6.6–22
C. El diluvio 7.1—8.19
D. Resultados del diluvio 8.20—9.17
E. Luego del diluvio: El pecado de la línea consagrada 9.18–29
IV. El juicio sobre la Torre de Babel 10.1—11.9
A. Líneas familiares tras el diluvio 10.1–32
B. Juicio sobre todas las líneas familiares11.1–9
Segunda parte: Historia patriarcal (11.10—50.26)
I. La vida de Abraham 11.10—25.18
A. Introducción de Abram 11.10–32
B. El pacto de Dios con Abram 12.1—25.18
1. Iniciación del pacto 12.1–20
2. Separación del pacto 13.1–14.24
3. Ratificación del pacto 15.1—16.16
4. Señal del pacto: circuncisión 17.1–27
5. Se prueba el pacto 18.1—20.18
6. Consumación del pacto 21.1—25.18
II. La vida de Isaac 25.19—26.35
A. La familia de Isaac 25.19–34
B. El fracaso de Isaac 26.1–33
C. El fracaso de Esaú 26.34–35
III. La vida de Jacob 27.1—36.43
A. Jacob obtiene la bendición de Esaú 27.1—28.9
B. La vida de Jacob en Harán 28.10—31.55
C. El retorno de Jacob 32.1—33.20
D. La vida de Jacob en Canaán 34.1—35.29
E. La línea familiar de Esaú 36.1–43
IV. La vida de José 37.1—50.26
A. La corrupción de la familia de José 37.1—38.30
B. La exaltación de José 39.1—41.57
C. La salvación de la familia de Jacob 42.1—50.26
ESTRUCTURA DEL LIBRO
El libro se divide en dos partes principales: la historia de la humanidad
(caps. 1–11) y la historia de los patriarcas, o sea, el origen del pueblo del
pacto (caps. 12–50). Después del relato monumental de la creació n, que
subraya que Dios es el ú nico Creador, el libro mismo sugiere la siguiente
divisió n mediante la palabra toledoth (usada once veces en Génesis y
traducida casi siempre por «generaciones» en RV) en el sentido de
«historia del desarrollo»:
HISTORIA DEL CIELO Y DE LA TIERRA (2.4–4.26)
No como segundo informe de la creació n, sino como fondo o escenario
de la historia de la caída del hombre.
Historia de Adá n (5.1–6.8)
Se avecina el diluvio por causa de la creciente depravació n de las
personas.
Historia de Noé (6.9–29)
Se contrasta con la de la humanidad pecadora. Noé se salva de la
destrucció n general producida por el diluvio.
Historia de los hijos de Noé (10.1–11.9)
Un informe breve de la dispersió n de la humanidad sobre la tierra.
Historia de Sem (11.10–26)
Continuació n de la genealogía del capítulo 5.
Historia de Taré (11.27–25.11)
Especialmente de su hijo Abraham. El elocuente testimonio del Nuevo
Testamento a favor de la historicidad de estos pasajes es abrumador.
Historia de Ismael (25.12–18)
Explica por qué se excluyó a este de la historia de la salvació n.
Historia de Isaac y de su hijo Jacob (25.19–35.29)
Señ ala la idea fundamental de la elecció n divina.
Historia de Esaú (36.1–37.1)
Su exclusió n definitiva de la unió n del pacto.
Historia de Jacob (37.2–50.26)
Principalmente la de su hijo José.
AUTOR Y FECHA
El cuadro de la historia de José es totalmente auténtico. Todo el
ambiente tiene notable color egipcio: la corte del Faraó n, las costumbres
descritas, la frivolidad de la mujer de Potifar, la interpretació n de los
sueñ os, el recibimiento de la familia de Jacob en Egipto y el propio
lenguaje. Todo coincide con tanta perfecció n con las condiciones
reinantes en el Egipto antiguo, que se comprende que la tradició n judía
haya atribuido el libro a Moisés, un perfecto conocedor de su tiempo.
Lo mismo se observa en el relato de la época patriarcal, de Abraham y
sus descendientes. Los descubrimientos arqueoló gicos han comprobado
la exactitud histó rica de toda la descripció n. En aquel tiempo había una
muy activa relació n comercial y cultural entre Palestina y Egipto, como lo
demuestran las cartas de TEL EL AMARNA. La historia de Moisés
presupone una prehistoria y solo así se comprende que no se haya
considerado a Moisés como fundador de la religió n de Israel, sino a los
patriarcas; solo así se explica que Israel haya aceptado como divino el
mensaje que Moisés proclamó .
Moisés quizá s escribió el libro durante los añ os de la peregrinació n.
APORTE A LA TEOLOGÍA
La importancia teoló gica del Génesis es enorme. En este libro se aclaran
cuestiones como el origen del mundo, el pecado original del hombre, la
imagen de Dios, la progresiva depravació n del género humano y la
promesa de la victoria final de la simiente de la mujer. Describe no
solamente la necesidad de la salvació n de la humanidad, sino también su
realizació n en los comienzos. Funde la historia general de la humanidad
con la de los patriarcas: «Benditas en ti todas las familias» (12.3). Pablo
má s tarde habría de explicar que estas promesas fueron dadas antes que
la Ley (Gal 3). La historia de Abraham subraya especialmente la fe en la
promesa; la de Jacob y Esaú , la elecció n divina; la de José, la providencia
divina. (CREACIÓ N; PECADO; PACTO; ELECCIÓ N.)
OTROS PUNTOS IMPORTANTES
FUENTES
Si Moisés en efecto escribió el relato de los orígenes del mundo que,
como el resto del libro de Génesis, se relaciona estrechamente con los
libros siguientes, no se ha podido averiguar con certeza cuá l haya sido la
fuente de su informació n. Quizá s fuera por revelació n directa, o por
documentos má s antiguos.
La tradició n oral o escrita, apoyada por la longevidad y buena memoria
de los patriarcas, también puede haber influido. Desde luego, es imposible
reconstruir tales fuentes, pero valerse de ellas en modo alguno contradice
la doctrina de la completa inspiració n de las Sagradas Escrituras ni debe
confundirse con la «teoría documentaria».
Esta teoría sugiere que el PENTATEUCO es una compilació n, efectuada
progresivamente durante mil añ os, de cuatro documentos: el yavista, el
elohista, el có digo sacerdotal y el deuteronomista.
CAPITULO
1
DIOS CREA LOS CIELOS Y LA TIERRA.

1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra.


2 Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz
del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
Vv. 1, 2. El primer versículo de la Biblia nos da un relato satisfactorio y
ú til del origen de la tierra y de los cielos. La fe del cristiano humilde
entiende esto mejor que la fantasía de los hombres má s doctos. De lo que
vemos del cielo y la tierra aprendemos el poder del gran Creador. Que el
hecho de ser creados y nuestro lugar como hombres, nos recuerden
nuestro deber cristiano de mantener siempre el cielo a la vista y la tierra
bajo nuestros pies.
El Hijo de Dios, uno con el Padre, estaba con É l cuando éste hizo el
mundo; mejor dicho, a menudo se nos dice que el mundo fue hecho por É l
y que sin É l nada fue hecho. ¡Oh, qué elevados pensamientos debiera
haber en nuestra mente hacia el gran Dios que adoramos, y hacia ese gran
Mediador en cuyo nombre oramos! Aquí, en el principio mismo del texto
sagrado, leemos de ese Espíritu Divino cuya obra en el corazó n del
hombre se menciona tan a menudo en otras partes de la Biblia.
Observe que, al principio nada deseable había para ver, pues el mundo
estaba informe y vacío; era confusió n y desolació n. En manera similar, la
obra de la gracia en el alma es una nueva creació n: y en un alma sin
gracia, que no ha nacido de nuevo, hay desorden, confusió n y toda mala
obra: está vacía de todo bien porque está sin Dios; es oscura, es las
tinieblas mismas: este es nuestro estado por naturaleza, hasta que la
gracia del Todopoderoso efectú a en nosotros un cambio.
LA CREACIÓN DE LA LUZ.

3 Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.


4 Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
5 Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la
mañ ana un día.
Vv. 3—5. Dijo Dios: Sea la luz; É l la quiso, e inmediatamente hubo luz.
¡Qué poder el de la palabra de Dios! En la nueva creació n, lo primero que
se lleva al alma es la luz: el bendito Espíritu obra en la voluntad y en los
afectos iluminando el entendimiento.
Quienes por el pecado eran tinieblas, por gracia se convierten en luz en
el Señ or. Las tinieblas hubieran estado siempre sobre el hombre caído si
el Hijo de Dios no hubiera venido para darnos entendimiento, 1 a Juan v.
20. La luz que Dios quiso, la aprobó . Dios separó la luz de las tinieblas,
pues, ¿qué comunió n tiene la luz con las tinieblas? En los cielos hay
perfecta luz y ningunas tinieblas; en el infierno, la oscuridad es absoluta y
no hay un rayo de luz. El día y la noche son del Señ or; usemos ambos para
su honra: cada día en el trabajo para É l y descansando en É l cada noche.
Meditando día y noche en su ley.
DIOS SEPARA LATIERRA DE LAS AGUAS; LA TIERRA LA HACE
FRUCTÍFERA.

6 Luego dijo Dios: Haya expansió n en medio de las aguas, y separe las aguas
de las aguas.
7 E hizo Dios la expansió n, y separó las aguas que estaban debajo de la
expansió n, de las aguas que estaban sobre la expansió n. Y fue así.
8 Y llamó Dios a la expansió n Cielos. Y fue la tarde y la mañ ana el día segundo.
9 Dijo también Dios: Jú ntense las aguas que está n debajo de los cielos en un
lugar, y descú brase lo seco. Y fue así.
10 Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunió n de las aguas llamó Mares. Y vio
Dios que era bueno.
11 Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla;
á rbol de fruto que dé fruto segú n su género, que su semilla esté en él,
sobre la tierra. Y fue así.
12 Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla segú n su
naturaleza, y á rbol que da fruto, cuya semilla está en él, segú n su género.
Y vio Dios que era bueno.
13 Y fue la tarde y la mañ ana el día tercero.
Vv. 6—13. La tierra estaba desolada, pero por una palabra se llenó de
las riquezas de Dios, que todavía son suyas. Aunque se permite al hombre
su uso, son de Dios y para su servicio y honor deben usarse. La tierra, a su
mandato, produce pasto, hierbas y frutos. Dios debe tener la gloria de
todo el provecho que recibimos del producto de la tierra. Si tenemos
interés en É l, que es la Fuente, por la gracia, nos regocijaríamos en É l
cuando se secan los arroyos temporales de la misericordia.
DIOS FORMA EL SOL, LA LUNA Y LAS ESTRELLAS.

14 Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansió n de los cielos para separar
el día de la noche; y sirvan de señ ales para las estaciones, para días y
añ os,
15 y sean por lumbreras en la expansió n de los cielos para alumbrar sobre la
tierra. Y fue así.
16 E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que
señ orease en el día, y la lumbrera menor para que señ orease en la noche;
hizo también las estrellas.
17 Y las puso Dios en la expansió n de los cielos para alumbrar sobre la tierra,
18 y para señ orear en el día y en la noche, y para separar la luz de las
tinieblas. Y vio Dios que era bueno.
19 Y fue la tarde y la mañ ana el día cuarto.
Vv. 14—19. El cuarto día de trabajo da cuenta de la creació n del sol, la
luna y las estrellas. Todo es obra de Dios. Se habla de las estrellas tal como
aparecen antes nuestros ojos, sin decir su cantidad, naturaleza, lugar,
tamañ o o movimientos; las Escrituras no fueron hechas para satisfacer la
curiosidad ni para hacernos astró nomos, sino para conducirnos a Dios y
hacernos santos. Las luces del cielo fueron hechas para servirle a É l; lo
hacen fielmente y brillan a su tiempo sin faltar.
Nosotros estamos como luces en este mundo para servir a Dios; pero,
¿respondemos en manera similar a la finalidad para la que fuimos
creados? No: nuestra luz no resplandece ante Dios como sus luces brillan
ante nosotros. Hacemos uso de la creació n de nuestro Amo, pero nos
importa poco la obra de nuestro Amo.
DIOS CREA LOS ANIMALES.

20 Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la
tierra, en la abierta expansió n de los cielos.
21 Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se
mueve, que las aguas produjeron segú n su género, y toda ave alada segú n
su especie. Y vio Dios que era bueno.
22 Y Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos, y llenad las aguas
en los mares, y multiplíquense las aves en la tierra.
23 Y fue la tarde y la mañ ana el día quinto.
24 Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes segú n su género,
bestias y serpientes y animales de la tierra segú n su especie. Y fue así.
25 E hizo Dios animales de la tierra segú n su género, y ganado segú n su
género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra segú n su especie. Y
vio Dios que era bueno.
Vv. 20—25. Dios mandó que se hicieran los peces y las aves. É l mismo
ejecutó esta orden. Los insectos, que son má s numerosos que las aves y
las bestias, y tan curiosos, parecen haber sido parte de la obra de este día.
La sabiduría y el poder del Creador son admirables tanto en una hormiga
como en un elefante. El poder de la providencia de Dios preserva todas las
cosas y la feracidad es el efecto de su bendició n.
EL HOMBRE, CREADO A IMAGEN DE DIOS.

26 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a


nuestra semejanza; y señ oree en los peces del mar, en las aves de los
cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra
sobre la tierra.
27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó ; varó n y
hembra los creó .
28 Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y
sojuzgadla, y señ oread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en
todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
Vv. 26—28. El hombre fue hecho después de todas las criaturas: esto
era tanto un honor como un favor para él. Sin embargo, el hombre fue
hecho el mismo día que las bestias; su cuerpo fue hecho de la misma
tierra que el de ellas; y mientras él está en el cuerpo, habita en la misma
tierra con ellas. ¡No permita Dios que dá ndole gusto al cuerpo y a sus
deseos, nos hagamos como las bestias que perecen! El hombre fue hecho
para ser una criatura diferente de todas las que fueron hechas hasta
entonces. En él tenían que unirse la carne y el espíritu, el cielo y la tierra.
Dios dijo: “Hagamos al hombre”.
El hombre, cuando fue hecho, fue creado para glorificar al Padre, Hijo y
Espíritu Santo. En ese gran nombre somos bautizados pues a ese gran
nombre debemos nuestro ser. Es el alma del hombre la que lleva
especialmente la imagen de Dios. El hombre fue hecho recto, Eclesiastés 6.
29. Su entendimiento veía clara y verdaderamente las cosas divinas; no
había yerros ni equivocaciones en su conocimiento; su voluntad consentía
de inmediato a la voluntad de Dios en todas las cosas. Sus afectos eran
normales y no tenía malos deseos ni pasiones desordenadas. Sus
pensamientos eran fá cilmente llevados a temas sublimes y quedaban fijos
en ellos.
Así de santos, así de felices, eran nuestros primeros padres cuando
tenían la imagen de Dios en ellos. ¡Pero cuá n desfigurada está la imagen
de Dios en el hombre! ¡Quiera el Señ or renovarla en nuestra alma por su
gracia!
DESIGNACIÓN DE LOS ALIMENTOS.

29 Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está
sobre toda la tierra, y todo á rbol en que hay fruto y que da semilla; os
será n para comer.
30 Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que
se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para
comer. Y fue así.
Vv. 29, 30. Las hierbas y las frutas deben ser la comida del hombre,
incluido el maíz y todos los productos de la tierra. Que el pueblo de Dios
ponga sobre É l su carga y no se afane por qué comerá n ni qué beberá n. El
que alimenta las aves del cielo no permitirá que sus hijitos pasen hambre.
FINALIZACIÓN Y APROBACIÓN DE LA OBRA DE CREACIÓN.

31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran
manera. Y fue la tarde y la mañ ana el día sexto.
V. 31. Cuando nos ponemos a pensar en nuestras obras hallamos, para
vergü enza nuestra, que en gran parte han sido muy malas; pero cuando
Dios vio su obra, todo era muy bueno. Bueno pues todo era cabalmente
como el Creador quería que fuera. Todas sus obras, en todos los lugares
de su señ orío le bendicen y, por tanto, bendice, alma mía, al Señ or.
Bendigamos a Dios por el evangelio de Cristo y, al considerar su
omnipotencia, huyamos nosotros, los pecadores, de la ira venidera. Si
somos creados de nuevo conforme a la imagen de Dios en santidad,
finalmente entraremos en los “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales
mora la justicia”.
CAPITULO
2
EL PRIMER DÍA DE REPOSO.

1 Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos.


2 Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de
toda la obra que hizo.
3 Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó , porque en él reposó de toda la
obra que había hecho en la creació n.
Vv. 1—3. Después de seis días Dios cesó todas las obras de creació n. En
los milagros ha usado leyes superiores de la naturaleza, pero nunca ha
cambiado su curso establecido, ni le ha agregado.
Dios no descansó como si estuviera cansado sino como alguien que está
muy complacido. Nó tese al comienzo mismo del reino de gracia, la
santificació n o la observancia sagrada del día de reposo. La observancia
solemne de un día de cada siete como día de sagrado reposo y de santo
trabajo, para la honra de Dios, es deber de toda persona a quien Dios ha
dado a conocer sus santos días de reposo.
En este momento, nadie de la raza humana tenía ser sino nuestros
primeros padres. Para ellos fue instituido el día de reposo y, es claro,
también para todas las generaciones sucesivas. El reposo cristiano que
observamos es un día séptimo y en él celebramos el reposo del Dios Hijo y
la consumació n de la obra de nuestra redenció n.
DETALLES DE LA CREACIÓN.

4 É stos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el
día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos,
5 y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del
campo antes que naciese; porque Jehová Dios aú n no había hecho llover
sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra,
6 sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra.
7 Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su
nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
Vv. 4—7. Aquí se da un nombre al Creador: “Jehová ”. Jehová es el
nombre de Dios que denota que só lo É l tiene su ser de sí mismo, y que É l
da el ser a todas las criaturas y cosas.
Ademá s se destacan las plantas y las hierbas porque fueron hechas y
señ aladas como alimento para el hombre. La tierra no produjo sus frutos
por su propio poder: esto fue hecho por el poder del Omnipotente. De la
misma manera, la gracia del alma no crece por sí misma en el terreno de
la naturaleza; es la obra de Dios.
La lluvia es también dá diva de Dios; no llovió sino hasta que Dios hizo
llover. Aunque Dios obra usando medios, cuando le agrada puede, no
obstante, hacer su obra sin medios; y aunque nosotros no hemos de
tentar a Dios descuidando los medios, debemos confiar en É l tanto en el
uso como en la falta de medios. De una u otra manera Dios regará las
plantas de su plantío. La gracia divina desciende como el rocío y
silenciosamente riega la iglesia sin hacer ruido.
El hombre fue hecho de polvo menudo, como el que hay en la superficie
de la tierra. El alma no fue hecha de la tierra como el cuerpo: lá stima
entonces que deba apegarse a la tierra y preocuparse por las cosas
terrenales. En breve daremos cuenta a Dios por la forma en que hemos
empleado estas almas; y si se encuentra que las hemos perdido, aunque
fuera para ganar el mundo, ¡estamos perdidos para siempre! Los necios
desprecian sus propias almas al preocuparse de sus cuerpos antes que de
sus almas.
PLANTACIÓN DEL HUERTO DEL EDÉN.

8 Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre
que había formado.
9 Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo á rbol delicioso a la vista, y bueno
para comer; también el á rbol de vida en medio del huerto, y el á rbol de la
ciencia del bien y del mal.
10 Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro
brazos.
11 El nombre del uno era Pisó n; éste es el que rodea toda la tierra de Havila,
donde hay oro;
12 y el oro de aquella tierra es bueno; hay allí también bedelio y ó nice.
13 El nombre del segundo río es Gihó n; éste es el que rodea toda la tierra de
Cus.
14 Y el nombre del tercer río es Hidekel; éste es el que va al oriente de Asiria.
Y el cuarto río es el É ufrates.
Vv. 8—14. El lugar fijado para que Adá n habitara no era un palacio sino
un huerto. Mientras mejor nos arreglemos con cosas sencillas y menos
busquemos las cosas que complacen el orgullo y la lujuria, má s cerca
estaremos de la inocencia. La naturaleza se contenta con un poco y
aquello que es má s natural; la gracia con menos; pero la lujuria lo desea
todo y se contenta con nada. Ningú n placer puede satisfacer el alma sino
aquello que Dios mismo ha provisto y señ alado para ello.
Edén significa deleite y placer. No importa cuá l haya sido su
localizació n, tenía todas las comodidades deseables, sin ninguna
desventaja, como nunca jamá s haya sido otra casa o huerto en la tierra.
Estaba adornado con todo á rbol agradable a la vista y enriquecido con
todo á rbol que diera fruto agradable al paladar y bueno para comer. Como
Padre tierno, Dios deseaba no só lo el provecho de Adá n, sino su placer;
porque hay placer con inocencia, mejor aú n, hay verdadero placer só lo en
la inocencia. Cuando la Providencia nos pone en un lugar de abundancia y
placer, debiéramos servir a Dios con alegría de corazó n por las cosas
buenas que nos da. Edén tenía dos á rboles exclusivos.
1. En el medio del huerto estaba el á rbol de la vida. El hombre podría comer
de este y vivir. Cristo es ahora el Á rbol de la vida para nosotros,
Apocalipsis 2. 7; 32. 2; y el Pan de vida, Juan 6. 48.
2. Estaba el á rbol de la ciencia del bien y el mal, llamado así porque había
una revelació n positiva de la voluntad de Dios acerca de este á rbol, de
manera que por él el hombre podía llegar  conocer el bien y el mal moral.
¿Qué es bueno? Bueno es no comer de este á rbol. ¿Qué es malo? Malo es
comer de este á rbol. En estos dos á rboles Dios puso ante Adá n el bien y el
mal, la bendició n y la maldició n.
EL HOMBRE PUESTO EN EL EDÉN.

15 Tomó , pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para


que lo labrara y lo guardase.
V. 15. Después que Dios hubo formado a Adá n, lo puso en el huerto. Así
toda jactancia quedó excluida. Solamente el que nos hizo puede hacernos
felices; el que es el Formador de nuestros cuerpos, y el Padre de nuestros
espíritus, y nadie sino É l, puede proveer plenamente para la felicidad de
cuerpo y alma. Aú n en el mismo paraíso el hombre tenía que trabajar.
Ninguno de nosotros fue enviado al mundo para estar ocioso. El que
hizo nuestras almas y cuerpos, nos ha dado algo con qué trabajar; y el que
nos dio esta tierra por habitació n, nos ha dado algo sobre qué trabajar.
Los hijos y herederos del cielo, mientras está n en el mundo, tienen algo
que hacer por esta tierra, la cual debe tener su cuota de tiempo y
preocupació n de parte de ellos; y si lo hacen mirando a Dios, y le sirven
tan verdaderamente en ello como cuando está n de rodillas.
Observe que el llamamiento del agricultor es un llamado antiguo y
honorable; era necesario hasta en el paraíso. Ademá s, hay verdadero
placer en las tareas a las que Dios nos llama y en las que nos emplea. Adá n
no hubiera podido ser feliz si hubiera estado ocioso: sigue siendo la ley de
Dios que aquel que no trabaja no tiene derecho a comer, 2 Tesalonicenses
3. 10.
EL MANDAMIENTO DE DIOS.

16 Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo á rbol del huerto podrá s
comer;
17 má s del á rbol de la ciencia del bien y del mal no comerá s; porque el día
que de él comieres, ciertamente morirá s.
Vv. 16, 17. No pongamos nunca nuestra propia voluntad contra la
santa voluntad de Dios. No só lo se otorgó libertad al hombre para tomar
los frutos del paraíso, sino se le aseguró la vida eterna por su obediencia.
Se había establecido una prueba para su obediencia. Por la transgresió n él
perdería el favor de su Hacedor y se haría merecedor de su desagrado,
con todos sus espantosos efectos; de esta manera él quedaría propenso al
dolor, la enfermedad y la muerte. Peor que eso, él iba a perder la santa
imagen de Dios y todo el consuelo de su aprobació n; y sintiendo el
tormento de las pasiones pecaminosas y el terror de la venganza de su
Hacedor, la cual tendría que soportar para siempre con su alma que
nunca muere.
La prohibició n de comer el fruto de un á rbol en particular era
sabiamente adecuada para el estado de nuestros primeros padres. En su
estado de inocencia y apartados de los demá s, ¿qué ocasió n o qué
tentació n tenían para romper alguno de los diez mandamientos? El
desarrollo de los acontecimientos prueba que toda la raza humana estaba
comprometida en la prueba y caída de nuestros primeros padres.
Argumentar contra estas cosas es luchar contra hechos irrebatibles, y
contra la revelació n divina; porque el hombre es pecador y muestra por
sus primeros actos y por su conducta posterior, que está siempre
dispuesto para hacer el mal. Está sometido al desagrado divino, expuesto
a los sufrimientos y a la muerte. Las Escrituras siempre hablan del
hombre como que tiene un cará cter pecador y está en este estado de
miseria; y estas cosas valen para los hombres de todas las épocas y de
todas las naciones.
DAR NOMBRE A LOS ANIMALES, LA HECHURA DE LA MUJER, LA
INSTITUCIÓN DIVINA DEL MATRIMONIO.

18 Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda
idó nea para él.
19 Jehová Dios formó , pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de
los cielos, y las trajo a Adá n para que viese có mo las había de llamar; y
todo lo que Adá n llamó a los animales vivientes, ése es su nombre.
20 Y puso Adá n nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del
campo; má s para Adá n no se halló ayuda idó nea para él.
21 Entonces Jehová Dios hizo caer sueñ o profundo sobre Adá n, y mientras
éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.
22 Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo
al hombre.
23 Dijo entonces Adá n: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi
carne; ésta será llamada Varona, porque del varó n fue tomada.
24 Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer,
y será n una sola carne.
25 Y estaban ambos desnudos, Adá n y su mujer, y no se avergonzaban.
Vv. 18—25. El hombre recibió el poder sobre las criaturas y, como
prueba de esto, les puso nombre a todas. Este hecho muestra ademá s su
discernimiento en cuanto a las obras de Dios.
Aunque era señ or de las criaturas, nada de este mundo era una ayuda
idó nea para el hombre. De Dios son todas nuestras ayudas. Si
descansamos en Dios É l obrará todo para bien. Dios hizo que un sueñ o
profundo cayera sobre Adá n; por cuanto no conoce el pecado, Dios cuida
que el hombre no sienta dolor. Dios, como Padre de ella, trajo la mujer al
hombre, como su segundo ser y como su ayuda idó nea. Esa esposa,
hechura de Dios por gracia especial, y producto de Dios por providencia
especial, probablemente demuestre ser la ayuda idó nea para el hombre.
Véase qué necesidad hay, tanto de prudencia como de oració n, al elegir
esta relació n que es tan cercana y tan duradera. Había necesidad de hacer
bien esto que se hace para toda la vida. Nuestros primeros padres no
necesitaban ropa para cubrirse del frío o el calor pues no podían
dañ arlos: tampoco la necesitaban para ataviarse. Así de desahogada, así
de feliz era la vida del hombre en su estado de inocencia.
¡Cuá n bueno era Dios para él! ¡Con cuá ntos favores É l le cargó ! ¡Cuá n
ligeras eran las leyes que le fueron dadas! Sin embargo, el hombre, en
medio de toda esta honra, no entendió su propio interés sino que pronto
se volvió como las bestias que perecen.
EL HOMBRE Y LA CAIDA

1. EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO Y EL CONOCIMIENTO DE DIOS

Una palmada en las nalgas suele acompañ ar la llegada de un bebé a este


mundo. La respuesta del niñ o es prorrumpir en una protesta estridente.
¿Por qué llora el bebé? ¿Es el llanto una respuesta al dolor? ¿O al miedo?
¿O acaso llora de rabia?
Posiblemente el llanto sea provocado por todos estos factores. Nuestra
entrada a este mundo está marcada por ruido y furia. Esta protesta inicial
es considerada por algunos como la expresió n no solo del significado del
nacimiento sino del significado de la vida en su totalidad. Macbeth
murmuraba:
La vida no es má s que una sombra que pasa, un histrió n que se
ensoberbece y se impacienta el tiempo que le toca estar en el tablado, y de
quien luego nada se sabe: es un cuento que dice un idiota, lleno de miedo
y de arrebato, pero falto de toda significació n.
No tener ningú n significado es ser completamente insignificante. Ser
insignificante es no tener ningú n sentido. Y no tener ningú n sentido es no
tener ningú n valor.
El sentido de mi vida y el de la de todos está vinculado a las preguntas
¿Quiénes somos? y ¿Qué somos? Es una cuestió n de identidad. Mi
identidad está en ú ltima instancia vinculada a mi relació n con Dios. No
puedo entender quién o qué soy si no entiendo quién o qué es Dios.
Existe una dependencia mutua entre nuestro conocimiento de nosotros
mismos y nuestro conocimiento de Dios. Tan pronto como adquiero
conocimiento de mí con yo, tomo conciencia de que no soy Dios; soy una
criatura. Tengo una fecha de nacimiento, un instante en que mi vida
comenzó sobre esta tierra. Mi punto de partida tallado en mi lá pida no
será la eternidad. No puedo saber cuá l ha de ser la fecha final sobre mi
lá pida, pero la primera fecha fue 1939.
Mi sentido de criatura hace que mi pensamiento se vuelque hacia el
pasado, o "hacia arriba", a mi Creador. No puedo contemplar a Dios ni a
ninguna otra cosa externa a mí mismo hasta no tomar conciencia de mí.
Sin embargo, no puedo entender todo mi significado hasta que no me
entienda en relació n con Dios. En ú ltima instancia, entonces, la
antropología, el estudio del hombre, es una subdivisió n de la teología, el
estudio de Dios.
La crisis de la humanidad moderna la encontramos en la ruptura entre
la antropología y la teología, entre el estudio de los seres humanos y el
estudio de Dios. Cuando nuestra historia es narrada en forma aislada o
divorciada de la historia de Dios, entonces sí se convierte en falta "de toda
significació n". Si nos consideramos sin referencia a Dios, nos convertimos
en "una pasió n inú til" como lo afirmó el filó sofo Jean-Paul Sartre.
¿En qué consiste "una pasió n inú til"? Una pasió n es un sentimiento
intenso. La vida humana está signada por sentimientos intensos. Entre
ellos hay pasiones tales como el amor, el odio, el temor, la culpa, la
ambició n, la lujuria, la envidia, los celos, y muchísimos má s. Como
criaturas tenemos sentimientos muy profundos sobre nuestras vidas. La
pregunta nos angustia: ¿Acaso todos estos sentimientos son inú tiles?
¿Acaso todo nuestro esfuerzo y nuestro amor es un simple ejercicio en la
futilidad, una excursió n de vanidad?
Está en juego el significado de nuestras vidas. Nos estamos jugando
nuestra dignidad. Si se considera a los seres humanos aislados, no
relacionados con Dios, entonces permanecen solos e insignificantes. Si no
somos criaturas hechas por Dios y relacionadas con Dios, entonces somos
un mero accidente có smico.
Nuestro origen es insignificante y nuestro destino es igualmente
insignificante. Si surgimos del barro por accidente y hemos de
desintegrarnos en el vacío o en el abismo de la nada, entonces estamos
viviendo nuestras vidas entre los dos polos del má s absoluto sin sentido.
Somos ceros a la izquierda, desnudos de dignidad o de valor.
El dotar temporalmente de dignidad a un ser humano que se encuentra
entre los polos de un origen sin sentido y un destino sin sentido, es
acceder meramente a los caprichos de un sentimiento. Nos ilusionamos
con nuestro propio engañ o.
Nuestro origen y nuestro destino está n unidos a Dios. El ú nico
significado final que podemos tener debe ser teoló gico. Esta misma
pregunta que nos hacemos ya fue formulada por el salmista: El
conocimiento de uno mismo Y el conocimiento de Dios.
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú
formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el
hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los
á ngeles, y lo coronaste de gloria y de honra (Salmo 8:3-5).
Haber sido creados por Dios es estar relacionados con Dios. Esta
relació n ineludible nos brinda la seguridad de que no somos ruido o
sentimientos inú tiles. En la creació n recibimos una corona de gloria. Una
corona de gloria es una tiara de dignidad. Con Dios, tenemos dignidad; sin
Dios, no somos nada.
RESUMEN
1. No podemos conocer a Dios sin antes tomar conciencia de nosotros
mismos.
2. No nos podemos conocer a nosotros mismos con precisió n si no
conocemos antes a Dios.
Conocimiento de DIOS Conocimiento má s elevado de uno mismo
Conocimiento de uno mismo (conciencia de uno mismo) El
conocimiento de uno mismo nos conduce al conocimiento de Dios, el cual
a su vez nos brinda un entendimiento má s elevado y má s completo de
nosotros mismos.
3. Los seres humanos en relació n con Dios: Un origen con un propó sito +Un
destino con un propó sito = Una vida con sentido.
4. Los seres humanos sin relació n con Dios: Un origen sin sentido + Un
destino sin sentido Una vida sin sentido.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Génesis 1:27, Hechos 17:22-31, Salmo 51 Romanos 1:18-23, Hechos
14:8-18.
2. HOMBRE  CREADO A  IMAGEN DE DIOS

En el arte, el hacer imá genes es un ejercicio de belleza. La pintura, la


escultura, y otras artes suelen ser imitativas. Mediante nuestra creació n
imitamos a los objetos de la vida real.
El artista principal es Dios. Cuando Dios diseñ ó el universo, dejó su
sello sobre él de manera tal que los cielos declaran su gloria y el
firmamento nos muestra su obra.
Cuando Dios hizo a las criaturas que habitan la tierra y el mar, creó una
criatura singular, hecha a su propia imagen. Génesis 1:26-27 nos dice:
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a
nuestra semejanza; y señ oree en los peces del mar, en las aves de los
cielos, en las bestias, en toda la tierra, yen todo animal que se arrastra
sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó ; varó n y hembra los creó .
Como la Biblia dice que fuimos creados a la imagen y semejanza de
Dios, algunos (en especial los cató licos) han llegado a la conclusió n de que
existe una diferencia entre ser a imagen y ser a semejanza de Dios. Pero la
estructura del lenguaje bíblico nos indica que la imagen y la semejanza se
refieren a una misma cosa.
Somos los iconos de Dios, criaturas hechas con la capacidad ú nica de
reflejar el cará cter de Dios, como si fuésemos un espejo.
El haber sido hechos a imagen de Dios suele entenderse como
señ alando el sentido de que somos como Dios. Aunque É l es el Creador y
nosotros sus criaturas, y aunque Dios nos trasciende en esencia, en poder
yen gloria, sin embargo en cierto sentido somos como É l. Hay algú n tipo
de analogía entre Dios y nosotros. Dios es un ser moral e inteligente.
Nosotros también somos agentes morales equipados con una mente, un
corazó n y una voluntad.
Estas facultades hacen posible que podamos reflejar la santidad de
Dios, santidad que fue nuestra vocació n original.
La palabra hombre, cuando es utilizada en los pasajes de la Escritura
como "creó Dios al hombre a su imagen" (Génesis 1:27), significa "la
humanidad". Tanto el varó n como la hembra de la especie humana han
sido creados a imagen de Dios. Parte de esta imagen comprende el
llamado de la humanidad a gobernar la tierra, a tener dominio sobre ella.
Hemos sido llamados a cultivar, a llenar, y a guardar esta tierra como los
regentes de Dios. Hemos sido llamados a reflejar el cará cter del gobierno
justo de Dios sobre el universo. É l nunca saquea o explota lo que domina,
sino que reina con justicia y bondad.
En ocasió n de la caída de la humanidad, algo terrible ocurrió . La imagen
de Dios perdió su lustre. Nuestra capacidad para reflejar su santidad se
vio tan afectada que ahora este espejo está opaco.
La caída, sin embargo, no destruyó nuestra humanidad. Aunque nuestra
capacidad para reflejar la santidad de Dios se perdió en la caída, todavía
somos humanos. Todavía tenemos una mente, un corazó n y una voluntad.
Todavía llevamos la marca de nuestro Creador sobre nosotros. Cristo es
quien restaura la plenitud de la imagen de Dios en los seres humanos. É l
es, como lo declara el autor de Hebreos, "el resplandor de su gloria, y la
imagen misma de su sustancia" (Hebreos 1:3).
RESUMEN
1. Dios creó a los seres humanos -al varó n ya la hembra- a su imagen y
semejanza.
2. Existe cierta analogía entre Dios y los seres humanos que hace posible la
comunicació n entre ambos.
3. Los seres humanos, como Dios, son agentes morales con las facultades de
pensamiento y voluntad.
4. Los seres humanos han sido llamado a ejercer el dominio sobre la tierra.
5. En la caída, la imagen de Dios en los seres humanos se opacó .
6. Cristo es la imagen perfecta de Dios. É l nos está restaurando a la plenitud
de la imagen de Dios.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Génesis 9:6, Romanos 8:29, 1 Corintios 15:42-57, Colosenses 1:15.
3. LOS SERES HUMANOS COMO CUERPO Y ALMA

Tres veces a la semana me someto a la tortura de mi entrenador en el


Gimnasio de Gold. É l es mi Faraó n privado, mi Simó n Legree. El ejercicio
cardiovascular, la bomba de hierro, y las rutinas de contorsiones son
parte de mi dieta. Todo esto a pesar del conocimiento de la Escritura que
dice que el ejercicio corporal para poco es provechoso" (l Timoteo 4:8)
Mientras me preocupo por mi cuerpo, por su peso, su apariencia y su
salud, vienen a mi mente las palabras de Jesú s: "Y no temá is a los que
matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed má s bien a aquel
que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno" (Mateo 10:28).
Los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, son
criaturas hechas de un cuerpo material y de un alma no material. Esta
alma también es llamada espíritu.
Tanto el cuerpo como el alma fueron creados por Dios y constituyen
dos aspectos distintos de nuestra personalidad. El punto de vista bíblico
sobre los seres humanos difiere marcadamente del punto de vista de los
antiguos griegos. Nuestro cuerpo y alma forman una dualidad, no un
dualismo. En las teorías dualísticas, el cuerpo y el alma son vistos como
dos sustancias incompatibles que coexisten en constante tensió n. Son
fundamentalmente incompatibles.
El dualismo suele afirmar que hay algo inherentemente malvado o
imperfecto en cualquier cosa física y, por lo tanto, considera que el cuerpo
es un recipiente malvado para contener al alma pura. Para los griegos, la
salvació n significaba en ú ltima instancia ser redimidos del cuerpo, cuando
el alma finalmente fuera liberada de la prisió n de la carne.
El punto de vista bíblico es que el cuerpo fue creado bueno y no hay
ningú n mal inherente a su sustancia física. Sin embargo, padece la
corrupció n moral de la misma manera que el alma. Los seres humanos
son pecaminosos tanto en su cuerpo como en su alma. El cristianismo no
enseñ a la redenció n independiente del cuerpo, sino la redenció n del
cuerpo.
Al ser una dualidad, los seres humanos son una entidad con dos partes
distintas unidas por el acto creativo de Dios. No ninguna necesidad, ni
filosó fica ni exegética, para agregar otra tercer parte o sustancia (como un
espíritu) para sortear la tensió n dualística. La teología ortodoxa rechaza
la visió n tricotó mica de los seres humanos, que concibe a los seres
humanos como integrados por tres partes: el cuerpo, el alma y el espíritu.
Aunque hay muchos teó logos que han argumentado a favor de la
inmortalidad natural o esencial del alma humana, es importante recordar
que el alma humana:
(1) ha sido creada por Dios y no es inherentemente eterna;
(2) aunque no está compuesta por materia y como tal sujeta a las fuerzas
físicas, de todos modos es factible de ser destruida por Dios.
El alma no puede existir en ningú n momento separada del poder
sustentador de Dios. "En él vivimos, y nos movemos, y somos" (Hechos
17:28).
En el momento de la muerte, aunque el cuerpo muere, el alma del
creyente y del no creyente continú an viviendo. Los creyentes aguardan la
consumació n de su redenció n con la resurrecció n y la glorificació n de sus
cuerpos, mientras que los impenitentes aguardan el juicio final de Dios.
Como Dios preserva al alma de la muerte, los seres humanos tienen una
continuidad de su existencia personal consciente má s allá de la muerte.
Toda la persona ha caído; tanto el cuerpo como el alma son los objetos de
la gracia salvífica de Dios.
RESUMEN
1. Los seres humanos tienen un cuerpo material y un alma inmaterial.
2. Los seres humanos son una unidad-en-la-dualidad. El cristianismo
rechaza la noció n griega de dualismo.
Los seres humanos Unidad en la dualidad CUERPO y ALMA
Los seres humanos como cuerpo y alma Concepto griego Dualismo
unificado CUERPO-ALMA
Tricotomía en la tensió n entre el cuerpo y el alma aliviada por el
espíritu.
3. El cuerpo humano forma parte de la buena creació n de Dios.
Aunque cayó , junto con el alma, ninguno de los dos son inherentemente
malvados.
4. El alma humana no es naturalmente eterna. Debió ser creada y
sustentada por Dios.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Génesis 1:1-2:25, Eclesiastés 12:7, Mateo 10:28, Romanos 8:18-23, 1
Corintios 15:35-55
4. LOS SERES HUMANOS COMO CARNE Y ESPÍRITU

En la iglesia moderna hay mucha confusió n con respecto al significado


bíblico de la carne y el espíritu. Por un lado, la iglesia todavía está
luchando contra la idea griega de que todo lo que sea físico debe ser malo
en cierto grado. Algunos, por lo tanto, suponen que la vida cristiana es
algo que debe ser completamente espiritual y que no puede tener nada
que ver con nuestra existencia corporal.
Algunos llevan este requisito al extremo de considerar necesariamente
malas todas las funciones corporales, como comer, beber y la satisfacció n
sexual. Otros, creyendo que el cuerpo carece de importancia, se engañ an
creyendo que no importa como sea utilizado el cuerpo siempre y cuando
su alma esté saludable. Ambas perspectivas reflejan una grave distorsió n
de la enseñ anza bíblica sobre el cuerpo y el espíritu, segú n la cual ambos
son importantes y deben ser alimentados cuidados.
Surge un segundo problema cuando se hace una diferencia demasiado
marcada entre los cristianos "carnales" y los cristianos "espirituales". En
este caso debemos considerar tres tipos de personas:
(1) los que no son cristianos y son carnales,
(2) los cristianos carnales, y;
(3) los cristianos llenos del Espíritu.
Sí pensamos en un cristiano carnal como en una persona totalmente
vacía del Espíritu Santo, entregada a un estilo de vida completamente
carnal, no estamos hablando de un cristiano carnal, estamos hablando de
alguien que ni siquiera es cristiano. Una persona puede profesar ser
cristiano y seguir siendo completamente carnal, haciendo de su profesió n
una mentira. Un cristiano completamente carnal es una contradicció n.
Todos los cristianos han sido llenos por el Espíritu. La "plenitud" del
Espíritu puede ser de menor a mayor grado; porque los cristianos varían
entre sí, se han entregado al Espíritu en distinto grado. Pero el Espíritu
habita dentro de todos los cristianos.
El apó stol Pablo habla sobre una lucha o conflicto que el creyente
experimenta entre la carne y el espíritu. Al hacerlo, Pablo no está
enseñ ando un dualismo o una falta de armonía entre el cuerpo y el alma.
El conflicto descrito por Pablo no puede ser reducido a una lucha entre los
deseos o apetitos físicos y las virtudes espirituales. El conflicto es má s
profundo que eso.
La palabra carne (sarx) es a veces utilizada en el Nuevo Testamento
como un sinó nimo virtual de cuerpo (soma). Sin embargo, cuando esta
palabra es usada en claro contraste con espíritu (pneuma), suele referirse
a algo diferente del cuerpo físico. La carne en dicho caso suele referirse a
la naturaleza corrupta de los seres humanos caídos. Cuando el Espíritu
Santo nos regenera y nos convertimos en nuevas criaturas en Cristo, el
poder de nuestra naturaleza caída (la carne) es conquistado pero no
destruido.
Como la santificació n consiste en un proceso que dura toda la vida, los
cristianos está n inmersos en una lucha diaria con su vieja naturaleza
mientras buscan crecer en el Espíritu y en la gracia. La vieja persona
muere día a día mientras que la nueva persona en Cristo se fortalece por
el Espíritu Santo que mora en ella. El Espíritu, que nos ha dado su palabra
y nos ha sellado, será quien finalmente prevalezca en esta lucha. Mientras
tanto, sin embargo, la lucha puede ser muy intensa. Los cristianos deben
seguir luchando contra el pecado y la tentació n. La conversió n nos libera
del control total de la carne, pero no nos perfecciona.
Esta lucha entre la vieja persona (la carne) y el Espíritu continú a hasta
nuestra muerte. Después de la muerte hemos de ser glorificados: la carne
será completamente aniquilada, y la nueva persona será completamente
purificada.
RESUMEN
1. La Biblia rechaza la noció n griega que considera al cuerpo
intrínsecamente malo.
2. Los cristianos no deben ni despreciar ni exaltar al cuerpo. El cuerpo y el
alma tienen necesidad de santificació n.
3. Ningú n cristiano puede ser completamente carnal ni completamente libre
de carnalidad.
4. El Espíritu Santo habita en todos los cristianos.
5. La lucha entre la carne y el espíritu no es un conflicto entre el cuerpo y el
alma sino un conflicto entre nuestra naturaleza de pecado caída (la vieja
persona) y nuestra naturaleza regenerada (la nueva persona).
6. La lucha entre la carne y el Espíritu continú a durante toda la vida del
cristiano hasta su glorificació n.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Mateo 26:36-41, Juan 3:6, Romanos 7:13-8:17, Efesios 2:1-3, 1 Pedro
2:11.
5. SATANÁS

La figura de Sataná s suele ser concebida como un fugitivo de una fiesta


de "Halloween", Se lo retrata vistiendo un ridículo traje rojo. Tiene
espuelas, cuernos, una cola, y lleva consigo un tridente.
Esta figura es motivo de ridículo entre quienes niegan el cristianismo
bíblico. En determinada ocasió n le pregunté a mi clase de unos treinta
estudiantes: "¿Cuá ntos creen en Dios?" La mayoría de los estudiantes
levantó su mano. Luego pregunté: "¿Cuá ntos creen en el diablo?"
Solamente se alzaron un de manos.
Un estudiante espetó , "¿Có mo puede una persona inteligente creer en
el diablo en los días que corren? El diablo pertenece a superstició n, junto
con los fantasmas, los duendes y todo el reste de la parafernalia
nocturna".
Yo le respondí: "Hay un origen muchísimo má s fiable para creer en
Sataná s que para creer en los duendes. Es posible que no estén
convencidos de la veracidad de la Biblia, pero sin duda que es un origen
má s fiable que los cuentos de hadas".
Amontonar a Sataná s junto con las brujas y los duendes implica violar
las reglas de un pensamiento serio y grave. Continué mi discusió n con el
estudiante realizá ndole otra pregunta: "Si creemos que Dios es un ser
invisible, y personal, que tiene la capacidad de influenciar a las personas
hacia el bien, ¿por qué resulta tan increíble y tan difícil imaginar que
existe un ser invisible, y personal, que tiene la capacidad de influenciar a
las personas al mal?"
Es posible que nuestro problema con respecto a Sataná s radique en el
hecho de que estamos reaccionando a una caricatura y no al punto de
vista bíblico sobre él. En la Escritura, la palabra Sataná s significa
"adversario". Lo conocemos como el diablo. Es una criatura angelical que,
antes de la creació n de la raza humana, se rebeló contra Dios y que desde
entonces ha luchado contra la raza humana y contra Dios. Se lo llama el
príncipe de las tinieblas, el padre de la mentira, el acusador, y la
serpiente. Este retrato no tiene nada que ver con el adversario có mico,
con cuernos, y un tridente, al que nos hemos acostumbrado.
Esa imagen, por lo menos en parte, surgió en la iglesia medioeval. Esta
caricatura de Sataná s fue creada intencionalmente en la iglesia para
poder burlarse de él. La iglesia estaba convencida que era una
estratagema efectiva contra Sataná s el insultarlo. Se consideraba que su
parte má s vulnerable era su orgullo. El atacar su orgullo era visto como
una manera efectiva para repeler su ataque.
La noció n bíblica, sin embargo, es mucho má s sofisticada. É l se aparece
como un "á ngel de luz". Esta imagen subraya la habilidad inteligente de
Sataná s para manifestarse bajo la apariencia del bien. Sataná s es muy
sutil, seductor y astuto. Sabe hablar con elocuencia; su apariencia es
deslumbrante. El príncipe de las tinieblas se viste con un ropaje de luz. La
Escritura también nos habla de Sataná s como un leó n rugiente, buscando
a quien devorar.
Cristo también es llamado un leó n, el Leó n de Judá . É l es el redentor, el
anti-leó n y devorador. Ambas imá genes nos hablan de la fuerza.
¿Có mo deberá reaccionar, entonces, el creyente frente a Sataná s? Por
un lado, Sataná s es realmente temible. En 1 Pedro 5:8 se nos dice que
"vuestro adversario el diablo, como leó n rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar". La respuesta del creyente no debe ser, sin
embargo, la del miedo. Sataná s puede ser má s fuerte que nosotros, pero
Cristo es má s fuerte que Sataná s.
La Biblia afirma que "mayor es el que está en vosotros, que el que está
en el mundo" (1 Juan 4:4). Sataná s es después de todo una criatura. Es
finito y limitado. Está limitado en el tiempo y el espacio. No puede estar
en má s de un lugar al mismo tiempo.
Nunca debe ser considerado igual a Dios. Sataná s es de un orden
superior a los humanos, es un á ngel caído. Pero no es divino. Tiene má s
poder que las criaturas de este mundo pero su poder es infinitamente
menor que el poder del Dios todopoderoso.
RESUMEN
1. Sataná s no debe ser comparado a las criaturas mitoló gicas.
2. Sataná s es un á ngel caído con poderes sofisticados para engañ ar, tentar y
acusar a las personas.
3. Sataná s es una criatura finita sin los poderes y los atributos divinos.  
CAPÍTULO
3
LA SERPIENTE ENGAÑA A EVA.

1 Pero la serpiente era astuta, má s que todos los animales del campo que
Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho:
No comá is de todo á rbol del huerto?
2 Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los á rboles del huerto
podemos comer;
3 Pero del fruto del á rbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis
de él, ni le tocaréis, para que no murá is.
4 Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;
5 sino que sabe Dios que el día que comá is de él, será n abiertos vuestros ojos,
y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.
Vv. 1—5. Sataná s atacó a nuestros primeros padres para llevarlos a
pecar; la tentació n les resultó fatal. El tentador fue el diablo, en la forma y
semejanza de una serpiente. El plan de Sataná s era arrastrar a nuestros
primeros padres al pecado y, así, poner separació n entre ellos y su Dios.
De este modo el diablo fue desde el comienzo un homicida y gran
obrador de maldades. La persona tentada fue la mujer: la tá ctica de
Sataná s fue entablar una conversació n con ella mientras estaba sola. Hay
muchas tentaciones en las que el estar a solas da gran ventaja al tentador;
en cambio, la comunió n de los santos cuida en gran medida la fortaleza y
seguridad de ellos. Sataná s sacó ventaja de hallar a la mujer sola cerca del
á rbol prohibido.
Sataná s tentó a Eva para, a través ella, poder tentar a Adá n. Su tá ctica
es enviar las tentaciones por medios que no sospechamos, y por quienes
tienen la mayor influencia sobre nosotros. Sataná s puso en duda si era o
no era pecado comer de este á rbol. No dejó al descubierto su designio al
comienzo, pero planteó una pregunta que parecía inocente. El que quiera
estar a salvo debe cuidarse de no hablar con el tentador.
Citó mal el mandamiento. É l habló en forma sarcá stica. El diablo, así
como es un mentiroso, es también un escarnecedor desde el principio; y
los escarnecedores son sus hijos. El arte de Sataná s consiste en hablar de
la ley divina como dudosa o irracional y, así, atrae la gente al pecado;
nuestra sabiduría consiste en mantener firme nuestra creencia en el
mandamiento de Dios y un elevado respeto por É l.
¿Conque Dios dijo: ¿No mentiréis, no tomaréis su nombre en vano, no
os emborracharéis, etc.? Sí, estoy seguro que lo dijo, y está bien dicho; y,
por su gracia, yo lo cumpliré. El entablar esta conversació n con la
serpiente fue debilidad de Eva: por su pregunta debió notar que no tenía
buenas intenciones, y por tanto, debió retroceder. Sataná s enseñ a
primero a los hombres a dudar y, luego, a negar. Les promete beneficios si
comen de este fruto. Su objetivo es introducir el descontento con su
estado presente, como si no fuera tan bueno como pudiera y debiera ser.
Ningú n estado por si mismo dará contento a menos que la mente sea
puesta en ello. Los tienta para que busquen ascender como si fueran
dignos de ser dioses.
Sataná s se arruinó a sí mismo cuando deseó ser como el Altísimo, luego,
procuró infectar a nuestros primeros padres con el mismo deseo para
arruinarlos también. El diablo sigue aú n atrayendo a la gente a su esfera
de interés sugiriéndoles pensamientos malos acerca de Dios y falsas
esperanzas de lograr beneficios por medio del pecado. Por tanto,
pensemos siempre bien de Dios como el sumo bien y pensemos mal del
pecado como el sumo mal: así resistiremos al diablo y él huirá de
nosotros.
ADÁN Y EVA TRANSGREDEN EL MANDAMIENTO DIVINO, Y CAEN EN EL
PECADO Y LA MISERIA.

6 Y vio la mujer que el á rbol era bueno para comer, y que era agradable a los
ojos, y á rbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y
comió ; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.
7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban
desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales.
8 Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y
el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre
los á rboles del huerto.
Vv. 6—8. Observe los pasos de la transgresió n: no son pasos
ascendentes sino descendentes hacia el abismo.
1. ELLA VIO. Una gran cantidad de pecado viene por los ojos. No miremos
aquello que trae consigo el riesgo de estimular la concupiscencia, Mateo 5.
28.
2. ELLA TOMÓ. Fue su propio acto y obra. Sataná s puede tentar pero no
puede obligar; puede persuadirnos a que nos arrojemos al precipicio pero
no puede arrojarnos, Mateo 4: 6:
3. ELLA COMIÓ. Cuando miró quizá s no tuviera la intenció n de tomarlo; o
cuando lo tomó no tuviera la intenció n de comer; pero acabó en eso. Es
sabiduría detener los primeros movimientos del pecado, y abandonarlo
antes de verse comprometido con él.
4. TAMBIÉN DIO A SU MARIDO. Quienes han hecho mal, está n dispuestos a
arrastrar a otros a hacer lo mismo.
5. ELLA COMIÓ. Al no tomar en cuenta el á rbol de la vida. Del cual se le
permitía comer, y al comer del á rbol del conocimiento, que estaba
prohibido, Adá n claramente muestra su desdén por lo que Dios le ha
otorgado, y su deseo por lo que Dios consideró prudente no darle.
Deseaba tener lo que quería y hacer lo que le placiera. En una palabra
su pecado fue la desobediencia, Romanos 5, 19; la desobediencia a un
mandato claro, simple y expreso. No tenía una naturaleza pecaminosa que
lo traicionara; en cambio tenía libertad de voluntad, con toda su fuerza,
no debilitada ni desequilibrada. Se apartó con mucha prontitud. Arrastró
a toda su posteridad al pecado y a la miseria. Entonces, ¿quién puede
decir que el pecado de Adá n en sí causó poco dañ o? Ya era demasiado
tarde, cuando Adá n y Eva vieron la necedad de comer la fruta prohibida.
Vieron la felicidad de la cual cayeron y la miseria en que se hundieron.
Vieron a un Dios amante irritado, y la pérdida de su gracia y su favor.
Véase aquí qué deshonra y trastorno produce el pecado; hace maldad
doquiera se introduce y destruye todo consuelo. Tarde o temprano
acarrea la vergü enza; sea la vergü enza del arrepentimiento verdadero,
que termina en gloria, o la vergü enza y confusió n perpetua, en la cual
despertará n los malos en el gran día. Véase aquí en qué consiste
corrientemente la necedad de quienes han pecado. Cuidan má s de salvar
su crédito ante los hombres que obtener el perdó n de Dios.
Las excusas que dan los hombres para cubrir y restar importancia a sus
pecados, son vanas y frívolas; como los delantales de hojas de higuera que
se hicieron, no logran mejorar las cosas: no obstante, todos tenemos la
tendencia a cubrir nuestras transgresiones como Adá n.
Antes de pecar ellos acogían con gozo humilde las bondadosas visitas
de Dios; ahora É l se convertía en un terror para ellos. No cabe asombrarse
de que se convirtieran en terror para sí mismos y se llenaran de
confusió n. Esto muestra la falsedad del tentador y el fraude de sus
tentaciones. Sataná s prometió que estarían a salvo. Pero ¡ellos no pueden
ni pensar que sea así! Adá n y Eva eran, ahora, consoladores desdichados
el uno para el otro!
DIOS LLAMA A ADÁN Y EVA PARA QUE RESPONDAN.

9 Má s Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dó nde está s tú ?


10 Y él respondió : Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba
desnudo; y me escondí.
11 Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñ ó que estabas desnudo? ¿Has comido del
á rbol de que yo te mandé no comieses?
12 Y el hombre respondió : La mujer que me diste por compañ era me dió del
á rbol, y yo comí.
13 Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la
mujer: La serpiente me engañ ó , y comí.
Vv. 9—13. Observe la sorprendente pregunta: ¿Adá n, dó nde está s tú ?
Aquellos que se descarrían de Dios por el pecado deben considerar
seriamente donde está n: está n lejos de todo bien, en medio de sus
enemigos, esclavizados a Sataná s, y en el camino real a la ruina total.
Esta oveja perdida hubiera vagado sin fin si el buen Pastor no la
hubiera buscado y le hubiera dicho que el lugar donde estaba descarriado,
no podría ser fá cil ni có modo. Si los pecadores quisieran considerar
donde está n, no descansarían hasta regresar a Dios. Es falla y necedad
comú n de quienes han hecho mal cuando se les pregunta al respecto, el
reconocer só lo lo que es tan evidente que no se puede negar.
Como Adá n tenemos razó n para tener miedo de acercarnos a Dios si no
estamos cubiertos y vestidos con la justicia de Cristo. El pecado aparece
má s claro en el espejo del mandamiento, así que, Dios lo puso ante Adá n;
y en ese espejo debemos mirar nuestro rostro. Pero en lugar de reconocer
el pecado en toda su magnitud, y asumir la vergü enza en ellos mismos,
Adá n y Eva justificaron el pecado y cargaron la vergü enza y la culpa en
otros. En quienes son tentados existe una extrañ a tendencia a decir que
son tentados por Dios; como si nuestro abuso de los dones de Dios
disculpara nuestra transgresió n de las leyes de Dios.
Los que está n prontos a aceptar el placer y ganancia del pecado son
tardos para asumir la culpa y la vergü enza de ello. Aprendamos entonces,
que las tentaciones de Sataná s son todas seducciones; sus argumentos,
todos engañ osos; sus incentivos son todos trampas; cuando habla bien, no
hay que creerle. Es por el engañ o del pecado que el corazó n se endurece.
Vea Romanos 7: 11; Hebreos 3: 13. Aunque la sutileza de Sataná s pudiera
arrastrarnos al pecado, de ninguna manera nos justifica que estemos en
pecado.
Aunque él es el tentador, nosotros somos los pecadores. Que no
disminuya nuestro pesar por el pecado el que hayamos sido engañ ados;
antes bien, que aumente nuestra indignació n con nosotros mismos por
haber permitido ser engañ ados por un conocido tramposo y enemigo
jurado, que quiere la destrucció n de nuestra alma.
MALDICIÓN A LA SERPIENTE, Y LA SIMIENTE PROMETIDA.
14 Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita será s
entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu
pecho andará s, y polvo comerá s todos los días de tu vida.
15 Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente
suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirá s en el calcañ ar.
Vv. 14, 15. Dios dicta sentencia; y comienza donde empezó el pecado,
con la serpiente. Los instrumentos del diablo deben compartir los castigos
del diablo. Bajo el disfraz de la serpiente el diablo es sentenciado a ser
degradado y maldecido por Dios; detestado y aborrecido por toda la
humanidad: también a ser destruido y arruinado al final por el gran
Redentor, cosa significada por el aplastamiento de su cabeza. Se declara la
guerra entre la Simiente de la mujer y la simiente de la serpiente.
El fruto de esta enemistad es que haya una guerra continua entre la
gracia y la corrupció n en los corazones del pueblo de Dios. Sataná s, por
medio de sus corrupciones los abofetea, los zarandea y procura
devorarlos. El cielo y el infierno nunca pueden ser reconciliados, tampoco
la luz y las tinieblas; no má s que Sataná s y un alma santificada. Ademá s,
hay una lucha continua entre los malos y los santos de este mundo. Se
hace una promesa bondadosa sobre Cristo, como el libertador del hombre
caído del poder de Sataná s.
Esta era la aurora del día del evangelio: tan pronto como fue hecha la
herida se proveyó y reveló el remedio. Esta bondadosa revelació n de un
Salvador llegó sin que la pidieran ni la buscaran. Sin una revelació n de
misericordia, que da esperanzas de perdó n, el pecador convicto se
hundiría en la desesperació n y se endurecería. Por fe en esta promesa
fueron justificados y salvados nuestros primeros padres, y los patriarcas
anteriores al diluvio. Se dan detalles sobre Cristo.
1. Su encarnació n o venida en la carne. Que su Salvador sea la Simiente de la
mujer, hueso de nuestro hueso, da gran aliento a los pecadores, Hebreos
2. 11, 14.
2. Sus sufrimientos y muerte; señ alados en que Sataná s heriría su calcañ ar,
esto es, su naturaleza humana. Los sufrimientos de Cristo continú an en
los sufrimientos de los santos por su nombre. El diablo los tienta, los
persigue y los mata; y así, hiere el calcañ ar de Cristo, que es afligido en las
aflicciones de los santos. Pero mientras el calcañ ar es herido en la tierra,
la Cabeza está en el cielo.
3. Su victoria sobre Sataná s. Cristo frustró las tentaciones de Sataná s,
rescató almas de sus manos. Por su muerte asestó un golpe fatal al reino
del diablo, una herida incurable en la cabeza de esta serpiente. A medida
que el evangelio gana terreno, Sataná s cae.
EL CASTIGO DE LA HUMANIDAD.

16 A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñ eces;
con dolor dará s a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se
enseñ oreará de ti.
17 Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del
á rbol de que te mandé diciendo: No comerá s de él; maldita será la tierra
por tu causa; con dolor comerá s de ella todos los días de tu vida.
18 Espinos y cardos te producirá , y comerá s plantas del campo.
19 Con el sudor de tu rostro comerá s el pan hasta que vuelvas a la tierra,
porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverá s.
Vv. 16—19. Por su pecado la mujer es condenada a un estado de pesar
y sumisió n; castigo adecuado de ese pecado en que ella procuró satisfacer
la concupiscencia de los ojos y de la carne, y su orgullo.
El pecado trajo dolor al mundo; hizo del mundo un valle de lá grimas.
No es de extrañ ar que nuestros dolores se multipliquen cuando nuestros
pecados se multiplican. É l se enseñ oreará de ti, es só lo el mandamiento de
Dios: Esposas, someteos a vuestros maridos. Si el hombre no hubiera
pecado, siempre se hubiera enseñ oreado con sabiduría y amor; si la mujer
no hubiera pecado, ella siempre hubiera obedecido con humildad y
mansedumbre.
Adá n culpó a su esposa, pero aunque había sido falta suya el
convencerlo para que comiera el fruto prohibido, fue falta de Adá n el
haberle hecho caso. Así que las frívolas excusas de los hombres se
volverá n contra ellos en el día del juicio de Dios. Dios puso marcas de
desagrado en Adá n.
1. Maldice su habitació n. Dios dio la tierra a los hijos de los hombres para
que fuera una morada có moda, pero ahora está maldita por el pecado del
hombre. Sin embargo, Adá n mismo no es maldecido, como lo fue la
serpiente, sino tan só lo el suelo por amor a él.
2. Sus esfuerzos y placeres le son amargos. El trabajo es nuestro deber y
debemos realizarlo fielmente; es parte de la sentencia del hombre, cosa
que la ociosidad desafía atrevidamente. La incomodidad y el cansancio en
el trabajo son nuestro justo castigo, al cual debemos someternos con
paciencia, puesto que son menos que lo merecido por nuestra iniquidad.
El alimento del hombre se le volverá desagradable. Pero el hombre no
es sentenciado a comer polvo como la serpiente, solamente a comer la
hierba del campo.
3. Su vida también es acortada; pero considerando cuá n llenos de
problemas está n sus días, es un favor que sean pocos.
La muerte es espantosa por naturaleza, a pesar de que la vida es
desagradable, y con eso concluye el castigo. El pecado introdujo la muerte
al mundo: si Adá n no hubiera pecado, no habría muerto.
É l cedió a la tentació n pero el Salvador la resistió . ¡Cuá n
admirablemente la satisfacció n de nuestro Señ or Jesú s, por su muerte y
sufrimientos, respondió a la sentencia dictada contra nuestros primeros
padres!
¿Entraron los dolores de parto a causa del pecado? Leemos del fruto de
la aflicció n del alma de Cristo, Isaías, l: 11; y los dolores de la muerte que
lo retuvo, son así llamados, Hechos 2: 24.
¿Entró el quedar bajo la ley con el pecado? Cristo nació bajo la ley,
Gá latas 4: 4. ¿Entró la maldició n con el pecado? Cristo fue hecho
maldició n por nosotros, y murió una muerte maldita, Gá latas 3: 13.
¿Vinieron las espinas con el pecado? É l fue coronado con espinas por
nosotros.
¿El sudor llega a causa del pecado? É l sudó por nosotros, y su sudor fue
como grande gotas de sangre. ¿Llegó el dolor con el pecado? É l fue un
varó n de dolores; en su agonía su alma estuvo sobre manera dolorida.
¿Vino la muerte con el pecado? É l se hizo obediente hasta la muerte. Así,
la venda es tan grande como la herida. Bendito sea Dios por su Hijo
nuestro Señ or Jesucristo.
LA PRIMERA VESTIMENTA DE LA HUMANIDAD.

20 Y llamó Adá n el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de
todos los vivientes.
21 Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer tú nicas de pieles, y los vistió .
Vv. 20, 21. Dios le puso nombre al hombre y lo llamó Adá n, que
significa tierra roja; Adá n le puso nombre a la mujer y la llamó Eva, esto
es, vida. Adá n lleva el nombre del cuerpo mortal, Eva el del alma viva.
Probablemente Adá n haya tenido en cuenta la bendició n de un Redentor,
la Simiente prometida, al llamar Eva o vida a su esposa; pues É l sería la
vida de todos los creyentes, y en É l serían benditas todas las familias de la
tierra. Véase, ademá s, el cuidado de Dios por nuestros primeros padres a
pesar de su pecado.
La vestimenta se introdujo con el pecado. Poca razó n tenemos al
enorgullecernos de nuestras ropas que no son sino la insignia de nuestra
vergü enza. Cuando Dios hizo ropa para nuestros primeros padres, las
hizo abrigadoras y fuertes, rú sticas y muy sencillas; no mantos de
escarlata sino tú nicas de pieles. Que quienes está n pobremente vestidos
aprendan de aquí a no quejarse. Teniendo comida y abrigo, que estén
contentos; ellos está n tan bien como Adá n y Eva. Que aquellos que está n
finamente vestidos, aprendan a no hacer de las vestimentas su adorno.
Se supone que las bestias, de cuyas pieles los vistió Dios, fueron
muertas, no para comida del hombre, sino para sacrificio, para tipificar a
Cristo, el gran Sacrificio. Adá n y Eva se hicieron delantales de hojas de
higuera, cubierta demasiado estrecha para envolverlos, Isaías 28, 20.
Tales son todos los trapos de nuestra justicia propia. Pero Dios les hizo
tú nicas de pieles, grandes, firmes, durables y de su medida: tal es la
justicia de Cristo; por tanto, vestíos del Señ or Jesucristo.
ADÁN Y EVA SON EXPULSADOS DEL PARAÍSO.

22 Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo
el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del
á rbol de la vida, y coma, y viva para siempre.
23 Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue
tomado.
24 Echó , pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén
querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para
guardar el camino del á rbol de la vida.
Vv. 22—24. Dios expulsó al hombre; le dijo que ya no debía ocupar ni
disfrutar ese huerto: pero al hombre le gustaba el lugar y no estaba
dispuesto a irse, por tanto, Dios lo hizo salir. Esto significó la exclusió n de
él y toda su raza culpable de la comunió n con Dios, que era la bendició n y
la gloria del paraíso. Pero el hombre fue solamente enviado a labrar el
suelo del cual fue tomado. É l fue enviado a un lugar de trabajo arduo, no a
un lugar de tormento. Nuestros primeros padres fueron excluidos de los
privilegios de su estado de inocencia, aunque no fueron librados a la
desesperació n. Se cerró el camino al á rbol de la vida.
De ahí en adelante sería en vano que él y los suyos esperaran rectitud,
vida y felicidad por el pacto de obras; porque al quebrantar el
mandamiento de ese pacto, su maldició n cobra plena vigencia: somos
todos destruidos si somos juzgados por ese pacto. Dios reveló esto a
Adá n, no para llevarlo a la desesperació n, sino para animarlo a buscar la
vida y la felicidad en la Simiente prometida, por quien se abre ante
nosotros un camino nuevo y vivo hacia el lugar santísimo.
1. EL PECADO

El pecado puede ser ilustrado como un arquero que dispara una flecha
y no da en el blanco. No se trata, por supuesto, de inferir que es un asunto
moral el no dar en el blanco en las competencias de tiro al blanco. Lo que
ocurre es que la definició n bíblica má s sencilla para el pecado es "errar el
blanco". En términos bíblicos, el blanco que no se consigue no es un
blanco relleno de paja; es el blanco o la "norma" de la ley de Dios. La ley
de Dios expresa su propia justicia y es el está ndar supremo para nuestro
comportamiento. Cuando no damos en el blanco de este está ndar,
pecamos.
La Biblia nos habla de la universalidad del pecado en términos de no
dar en el blanco de la gloria de Dios. "Por cuantos todos pecaron, y está n
destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23).
Decir que "nadie es perfecto" o que "errar es humano" es reconocer la
universalidad del pecado. Todos somos pecadores y todos tenemos
necesidad de la redenció n.
El pecado puede definirse como "el no conformarse o el transgredir
cualquier ley de Dios, otorgada como la norma para las criaturas
racionales". Hay tres dimensiones cruciales en esta definició n. En primer
lugar, el pecado es la no conformidad o el no poder cumplir plenamente
algo. Constituye el no cumplimiento de la ley de Dios. Un pecado de
omisió n es el fracaso de hacer lo que Dios ordena. Si nos ordena amar al
pró jimo y no lo amamos, eso es pecado.
En segundo lugar, el pecado es definido como una transgresió n a la ley.
Transgredir una leyes pasar por alto sus barreras, traspasar sus límites.
Por eso es que podemos describir al pecado como "una invasió n al
derecho de propiedad". Caminamos por donde no se nos permite caminar.
En este caso hablamos de pecados por comisió n, cuando cometemos
acciones prohibidas por Dios. Cuando la ley de Dios se pronuncia en
términos negativos, "No hará s tal o cual cosa", y nosotros hacemos lo que
no está permitido, pecamos.
En tercer lugar, el pecado es una acció n realizada por criaturas que
tienen uso de razó n. Por ser criaturas creadas a la imagen de Dios, somos
agentes morales libres. Porque tenemos una mente y una voluntad, somos
capaces de realizar acciones morales. Pecamos siempre que hacemos algo
que sabemos que está mal, y elegimos desobedecer la ley de Dios.
El protestantismo rechaza la diferencia clá sica establecida en la
teología cató lica entre los pecados veniales y los pecados mortales. La
teología cató lica clá sica define un pecado mortal como un pecado que
"mata" la gracia en el alma y requiere renovar la justificació n mediante el
sacramento de la penitencia. Un pecado venial es un pecado de menor
gravedad. No destruye la gracia salvífica.
Juan Calvino declaró que todo pecado contra Dios es un pecado mortal
en cuanto merece la muerte, pero ningú n pecado es mortal en el sentido
que destruye nuestra justificació n por la fe.
El protestantismo afirma que cualquier pecado es grave. Hasta el
pecado má s pequeñ o es un acto de rebeldía contra Dios. Todos los
pecados constituyen un acto de traició n có smica, un intento fú til por
destronar a Dios en su autoridad soberana.
Sin embargo, la Biblia considera a algunos pecados má s atroces que
otros. Hay grados de maldad del mismo modo que habrá grados de
castigo en el tribunal de la justicia de Dios. Jesú s reprendió a los Fariseos
por haber omitido cumplir con las cuestiones má s importantes de la ley, y
reconvino a las ciudades de Betsaida y Corazín diciéndoles que su pecado
era peor que el de Sodoma y Gomorra (Mateo 11:20-24).
La Biblia también nos advierte sobre la culpa incurrida al pecar
mú ltiples veces. Aunque Santiago nos enseñ a que pecar contra una parte
de la leyes pecar contra toda la ley (Santiago 2: 10), cada transgresió n
particular añ ade má s culpa. Pablo nos previene de no atesorar ira para el
día de la ira (Romanos 2:1-11).
Cada vez que cometemos un pecado estamos agrandando nuestra culpa
y nuestra exposició n a la ira de Dios. Sin embargo, la gracia de Dios es
mayor que toda nuestra culpa junta.
La Biblia toma al pecado muy en serio porque toma a Dios muy en
serio, y también toma en serio a los seres humanos.
Cuando pecamos contra Dios, estamos violando su santidad. Cuando
pecamos contra nuestro pró jimo, estamos violando su humanidad.
RESUMEN
1. El significado bíblico del pecado es errar el blanco de la justicia de
Dios.
2. Todos los seres humanos son pecadores.
3. El pecado comprende el fracaso de no conformarse a algo (de omisió n) y
la transgresió n (de comisió n) de la ley de Dios.
4. Solo los agentes morales pueden ser culpables de pecado.
5. El protestantismo rechaza la diferencia entre pecados mortales y veniales,
pero afirma que hay pecados má s graves que otros.
6. Con cada pecado que se comete se incurre en mayor culpa.
7. El pecado viola a Dios y a las personas.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Romanos 2:1-11, Romanos 3:10-26, Romanos 5: 12-19, Santiago 1:12-
15, 1 Juan 1:8-10.
2. EL PECADO ORIGINAL

Es un lugar bastante comú n escuchar la aseveració n de que "la gente es


bá sicamente buena". Aunque se admite que nadie es perfecto, se
minimiza la malicia humana. Sin embargo, si las personas son
bá sicamente buenas, ¿por qué el pecado es tan universal?
Suele decirse que todo el mundo peca debido a la influencia negativa de
la sociedad. El problema es encuadrado dentro del entorno social y no
dentro de nuestra propia naturaleza. Pero esta explicació n sobre la
universalidad del pecado no contesta esta pregunta: "¿Có mo fue que la
sociedad se tornó corrupta en primer lugar?"
Si las personas son buenas e inocentes cuando nacen, cabría esperar
que al menos un porcentaje de ellas permaneciesen buenas y sin pecado.
Debería ser posible encontrar sociedades no corruptas, donde el entorno
haya sido condicionado por la no pecaminosidad en lugar de haber sido
condicionado por la pecaminosidad.
Y sin embargo, hasta las comunidades má s comprometidas con la
justicia han tenido que tomar provisiones para tratar con la culpa del
pecado.
Como la fruta está universalmente corrupta, buscamos la raíz del
problema en el á rbol. Jesú s nos enseñ ó que un á rbol bueno no puede
producir fruta corrupta. La Biblia enseñ a con total claridad que nuestros
padres originales, Adá n y Eva, cayeron en el pecado.
De ahí en má s, todos los seres humanos han nacido con una naturaleza
pecaminosa y corrupta. Si la Biblia no enseñ ara esto explícitamente, de
todos modos tendríamos que deducirlo racionalmente debido a la
universalidad del pecado.
Sin embargo la caída no es meramente una cuestió n de deducció n
racional. Es un punto en la revelació n divina. Se refiere a lo que
conocemos como el pecado original. El pecado original no se refiere
principalmente al primer pecado o el pecado original cometido por Adá n
y Eva. El pecado original se refiere al resultado del primer pecado la
corrupció n de la raza humana. El pecado original se refiere a la condició n
caída en la que estamos ya cuando nacemos.
De la Escritura surge claramente que la caída tuvo lugar. La caída fue
devastadora. Có mo fue que sucedió es un tema abierto a la disputa aun
entre los pensadores de la Reforma. La Confesió n de Westminster, de
manera muy similar a la explicació n de la Escritura, explica este
acontecimiento con sencillez:
Nuestros primeros padres, habiendo sido seducidos por la sutileza y la
tentació n de Sataná s, pecaron, al comer de la fruta prohibida.
Dios, de acuerdo con su sabio y santo consejo, permitió este su pecado,
habiendo decidido ordenarlo para su propia gloria.
Por consiguiente, la caída ocurrió . Los resultados, sin embargo,
alcanzaron mucho má s que a Adá n y Eva. No solo alcanzaron a toda la
humanidad, sino que diezmaron a la humanidad. Somos pecadores en
Adá n. No corresponde preguntarnos: ¿Cuá ndo se convierte una persona
en un pecador? Porque la verdad es que los seres humanos nacen en un
estado de pecaminosidad. Son vistos por Dios como pecadores, por su
solidaridad con Adá n.
La Confesió n de Westminster nuevamente expresa elegantemente los
resultados de la caída, en particular en su relació n con los seres humanos:
Por este pecado cayeron de su estado original de justicia y comunió n
con Dios, y murieron al pecado, completamente corruptos en todas las
partes y facultades del alma y del cuerpo. Como eran la raíz de toda la
humanidad, la culpa de este pecado, y la misma muerte al pecado, y la
naturaleza corrupta se imputó y se transmitió a toda su descendencia
postrera por generació n ordinaria. A partir de esta corrupció n original,
por la cual estamos completamente indispuestos, inhabilitados, y
contrarios hacia el bien, y completamente inclinados hacia el mal, es que
proceden todas las transgresiones presentes.
Esta ú ltima frase es crucial. Somos pecadores no porque pequemos,
sino que pecamos porque somos pecadores. Por eso es que David se
lamenta: "En verdad, soy malo desde que nací; soy pecador desde el seno
de mi madre" (Salmo 51:5, La Biblia, Versió n Popular).
RESUMEN
1. La universalidad del pecado no puede ser explicada por factores sociales
o del entorno.
2. La universalidad del pecado es explicada por la caída de la humanidad.
3. El pecado original no se refiere principalmente al primer pecado, sino al
resultado de dicho pecado. .
4. Todas las personas nacen con una naturaleza pecaminosa o con un
"pecado original".
5. Todos pecamos porque somos pecadores por naturaleza.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Génesis 3: 1-24, Jeremías 17:9, Romanos 3: 10-26, Romanos 5:12-19,
Tito 1:15.
3. LA DEPRAVACIÓN HUMANA

Como mencionamos en el capítulo anterior, un tema comú n de debate


entre los teó logos radica en la cuestió n de si los seres humanos son
bá sicamente buenos o bá sicamente malos. Esta cuestió n gira en torno a la
palabra bá sicamente. Existe un consenso prá cticamente universal de que
nadie es perfecto. Todos aceptamos la má xima de que "errar es humano".
La Biblia nos dice qué "todos pecaron y está n destituidos de la gloria de
Dios" (Romanos 3:23). A pesar de este veredicto sobre las limitaciones de
los humanos, nuestra cultura, dominada por el humanismo, persiste en
creer que el pecado es algo periférico o tangencial a nuestra naturaleza.
No obstante, tenemos fallas por causa del pecado. Nuestros registros
morales exhiben manchas.
Pero de algú n modo pensamos que nuestra maldad reside en la
periferia de nuestro cará cter, apenas lo roza, y nunca puede penetrar a
nuestro centro interior. Se supone, bá sicamente, que las personas son
inherentemente buenas.
Después de haber sido liberado de su cautiverio en Iraq y haber
experimentado de primera mano la corrupció n de los métodos de Saddam
Hussein, uno de los rehenes declaró : "A pesar de todo lo que padecí,
nunca perdí mi confianza en la bondad bá sica de las personas". Es posible
que este punto de vista descanse en parte en una escala variable de
relativa bondad o maldad de la gente.
Es obvio que algunas personas son má s malvadas que otras. Al lado de
Saddam Hussein o Adolfo Hitler, cualquier pecador del montó n se parece
a un santo. Pero si elevamos nuestra mirada hacia el está ndar supremo de
bondad -el cará cter santo de Dios- nos damos cuenta de que lo que se
presenta como una bondad en un nivel terrenal es corrupto hasta la
cabeza.
La Biblia nos enseñ a la total depravació n de la raza humana. La
depravació n total significa la corrupció n radical. Debemos tener cuidado
de observar la diferencia que existe entre la depravació n total y la
depravació n completa. Ser completamente depravados es ser tan malos
como es posible ser. Hitler era extremadamente depravado, pero podría
haber sido todavía peor.
Yo soy un pecador. Pero podría pecar má s a menudo y mis pecados
podrían ser má s graves que los que peco en realidad. No hago cosas
completamente depravadas, pero sí soy totalmente depravado.
La depravació n total significa que yo y todos los demá s somos
depravados o corruptos en todo nuestro ser. No hay ninguna parte de
nosotros que no haya sido alcanzada por el pecado.
Nuestras mentes, nuestras voluntades, y nuestros cuerpos se han visto
afectados por el mal. Hablamos palabras pecaminosas, desarrollamos
acciones pecaminosas, tenemos pensamientos impuros.
Nuestros propios cuerpos padecen los estragos del pecado.
Posiblemente la expresió n corrupció n radical sea má s feliz que la
expresió n "depravació n total" para describir nuestra condició n caída.
Utilizo la palabra radical no tanto como sinó nimo de "extremo" sino en el
sentido de su significado original. La palabra radical proviene de la
palabra latina que significa "raíz".
Nuestro problema con el pecado es que está radicado en el centro de
nuestro ser. Cala en lo profundo de nuestros corazones. Debido a que el
pecado está en lo má s profundo de nuestro ser y no simplemente en el
exterior de nuestras vidas es que la Biblia dice: No hay justo, ni aun uno;
no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a
una se hicieron inú tiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera
uno (Romanos 3:10-12).
Por causa de esta condició n se escucha el veredicto de la Escritura:
estamos "muertos en delitos y pecados" (Efesios 2: 1); hemos sido
"vendidos al pecado" (Romanos 7:14); hemos sido llevados "cautivos a la
ley del pecado" (Romanos 7:23) y somos "por naturaleza hijos de ira"
(Efesios 2:3). Solamente el poder vivificador del Espíritu Santo puede
sacarnos de este estado de muerte espiritual. Es Dios quien nos vuelve a
la vida mientras nos convierte en hechura suya (Efesios 2: 1-10).
RESUMEN
1. El humanismo considera que el pecado se encuentra en el borde o la
periferia de la vida humana. Considera que los seres humanos son
bá sicamente buenos.
2. El cristianismo bíblico enseñ a que el pecado cala hasta lo má s profundo
de nuestras vidas.
3. La depravació n total no significa la depravació n completa. No somos tan
malos como podríamos ser.
4. La corrupció n radical subraya la pecaminosidad que alcanza hasta lo má s
profundo de nuestros corazones.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Jeremías 17:9, Romanos 8:1-11, Efesios 2: 1-3, Efesios 4:17-19, 1 Juan
1:8-10.
4. LA CONCIENCIA HUMANA

Fue Jimmy Cricket quien dijo deja que tu conciencia sea siempre tu
guía". Este es un buen consejo si nuestra conciencia ha sido instruida por
la Palabra de Dios y dirigida por ella. Sin, embargo, si nuestra conciencia
es ignorante de la Escritura e sido cauterizada o endurecida por repetidos
pecados, la Teología  de Jimmy Cricket puede ser desastrosa.
La conciencia juega un papel importante en la vida cristiana. Resulta
vital, sin embargo, que la comprendamos correctamente.
La conciencia ha sido descrita como una voz interior de Dios que
nuestra mente utiliza para acusarnos o excusarnos de los pecados.
Incluye dos elementos bá sicos:
(1) Una conciencia o realizació n interna del bien y del mal, y:
(2) Una habilidad mental para aplicar leyes, normas, y preceptos a
situaciones concretas.
En Romanos 2:15, Pablo nos enseñ a que Dios ha escrito Sin ley sobre el
corazó n humano. La conciencia humana ha sido instruida por la
revelació n de la ley de Dios, que É l ha implantado en el corazó n humano.
Las personas tienen una responsabilidad moral de que su conciencia
les dicte. Es pecado actuar en contra de conciencia de uno. En la Dieta de
Lutero declaró : "Mi conciencia está cautiva de la Palabra de
Dios porque hacer contra la conciencia no tranquiliza ni estaría bien" La
respuesta de Lutero demuestra dos principios bíblicos importantes. En
primer lugar, que la conciencia debe ser instruida o "hecha cautiva" por la
Palabra de Dios. La conciencia puede ser mal enseñ ada o cauterizarse, o
apagarse, por los pecados repetidos una vez tras otra. El pecado habitual
o la aceptació n de la sociedad del pecado nos pueden endurecer tanto que
acallemos la voz de la conciencia y pequemos sin ningú n remordimiento.
Por otro lado, si nuestra conciencia nos convence de que algo es ilegal o
pecaminoso, aunque en realidad no sea pecaminoso, igualmente estaría
mal que lo hiciésemos. Hacer lo que consideramos mal, aunque no sea en
realidad mal, es pecar. Pablo nos enseñ a que cualquier cosa que no
provenga de fe, es pecado (Romanos 14:23). En dicha instancia, actuar en
contra de la conciencia no nos tranquilizaría ni estaría bien.
RESUMEN
1. La conciencia es una buena guía ú nicamente cuando ha sido
instruida y dirigida por Dios.
2. La conciencia es una voz moral dentro nuestro que nos acusa o nos
excusa de nuestras acciones.
3. Es un pecado actuar en contra de la conciencia.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Lucas 11:39-44, Romanos 2:12-16, Romanos 14:23, Tito 1:15
11. EL PECADO IMPERDONABLE.

Muchas personas temen y se preocupan porque en la Biblia hay un


pecado que se describe como "imperdonable". Aunque el evangelio ofrece
gratuitamente el perdó n a todos los que se arrepienten de sus pecados,
hay un límite colocado en el umbral de este crimen. El pecado
imperdonable sobre el que advirtió Jesú s se identifica con la blasfemia
contra el Espíritu Santo. Jesú s declaró que este pecado no puede ser
perdonado ni en el presente ni en el futuro: Por tanto os digo: Todo
pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia
contra el Espíritu no les será perdonada.
A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le
será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será
perdonado, ni en este siglo ni en el venidero (Mateo 12:31-32).
Ha habido varios intentos por identificar este crimen específico que es
imperdonable. Se lo ha asignado a crímenes tan horrendos como el
homicidio o el adulterio. Sin embargo, si bien estos dos crímenes son
pecados horribles contra Dios, la Escritura deja muy en claro que pueden
ser perdonados si la persona que los cometió se arrepiente. David, por
ejemplo, era culpable de ambos, pero fue restaurado a la gracia.
El pecado imperdonable con frecuencia suele ser identificado con la
resistencia total y persistente a creer en Cristo. Como la muerte trae
consigo el final de la oportunidad que una persona tiene para
arrepentirse de su pecado y confiar en Cristo, la consecuencia de
rehusarse a creer trae consigo el fin de la esperanza del perdó n.
Si bien la resistencia total y persistente a creer tiene estas
consecuencias no explica de manera adecuada la advertencia de Jesú s
relacionada con la blasfemia contra el Espíritu Santo. La blasfemia es algo
que se hace con los labios o con la pluma. Involucra palabras.
Aunque cualquier forma de blasfemia es un ataque grave al cará cter de
Dios, se la suele considerar perdonable. Cuando Jesú s  considerarla en el
contexto de sus acusadores que estaban afirmando que É l estaba en liga
con Sataná s, Su advertencia es seria aterradora. No obstante, sobre la
cruz, Jesú s oró para que los que habían blasfemado contra fuesen
perdonados por causa de su ignorancia. "Padre, perdó nalos, porque no
saben lo que hacen" (Lucas 23:34).
Pero, sin embargo, si las personas han sido iluminadas por el Espíritu
Santo hasta el grado de saber que Jesú s es verdaderamente el
Cristo, y luego lo acusan de ser satá nico, han cometido un pecado que no
tiene perdó n. Los cristianos librados a sus propios recursos son capaces
de cometer el pecado imperdonable, pero confiamos en que Dios en su
gracia protectora guardará a sus escogidos de cometer dicho pecado.
Cuando los cristianos fieles temen haber cometido dicho pecado, esta
señ al posiblemente ya nos esté indicando que no lo cometieron. Quienes
cometan dicho pecado tendrá n su corazó n tan endurecido y se habrá n
abandonado tanto a su pecado que no sentirá n ningú n remordimiento.
Incluso en una cultura pagana y secular como la nuestra, las personas
son reacias a blasfemar abiertamente contra Dios y contra Cristo. Aunque
el nombre de Cristo es arrastrado por el barro cuando se echan ternos y el
evangelio es ridiculizado con chanzas y comentarios irreverentes, la gente
evita relacionar a Jesú s con Sataná s.
Si bien el ocultismo y el satanismo proveen un contexto de peligro
inminente para cometer el pecado imperdonable, aunque la blasfemia
radical ocurriera ahí, todavía podría ser perdonada porque habría sido
cometida en ignorancia por aquellos que todavía no fueron iluminados
por el Espíritu Santo hace esta advertencia sobre el imperdonable pecado.
RESUMEN
1. La blasfemia contra el Espíritu Santo no debe ser equiparada al
homicidio o el adulterio.
2. La blasfemia es un pecado contra Dios que involucra palabras.
3. La advertencia original de Cristo era en contra de atribuirle las obras de
Dios el Espíritu Santo a Sataná s.
4. Jesú s oró pidiendo el perdó n de los blasfemos que ignoraban su
verdadera identidad.
5. Los cristianos nunca cometerá n este pecado por la gracia protectora
de Dios.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Mateo 12:22-32, Lucas 23:34, 1 Juan 5: 16.
5. EL SINCRETISMO
El sincretismo es el proceso por el cual algunos aspectos de una
religió n son asimilados, o incorporados, a otra religió n. Esto lleva a
cambios fundamentales en ambas religiones.
En el Antiguo Testamento, Dios estaba profundamente preocupado con
las presiones y las tentaciones hacia el sincretismo.
Cuando el pueblo de Dios entró en la Tierra Prometida fueron
confrontados con religiones paganas. Los dioses cananeos, Baal y Asera,
se convirtieron en objetos de la devoció n israelita. Má s adelante, el pueblo
de Dios adoró a los dioses nacionales de Asiria y Babilonia. La ley de Dios
le advertía a Israel con claridad que no debía abandonar a Jehová en pos
de otros dioses, y que tampoco debía adorar a otros dioses ademá s del
verdadero Dios. Los profetas predijeron los juicios venideros que caerían
si la gente modificaba su fe para acomodarla a las doctrinas y prá cticas
extranjeras.
El período del Nuevo Testamento fue típico de un extenso sincretismo.
Con la expansió n del Imperio Griego, sus dioses se mezclaron con los
dioses nativos de las naciones conquistadas. El Imperio Romano también
abrigó en su seno a todo tipo de culto y religiones de misterio. El
cristianismo no pudo escapar a esto.
Los padres de la iglesia no solo propagaron el evangelio sino que
lucharon por proteger su integridad. El maniqueísmo (una filosofía
dualística que identificaba lo físico con el mal) se introdujo en algunas
doctrinas. El docetismo (una enseñ anza que negaba que Jesú s hubiese
tenido un cuerpo físico) ya constituía un problema mientras el Nuevo
Testamento estaba en proceso de composició n.
Muchas formas de neoplatonismo hacían un esfuerzo consciente por
combinar elementos de la religió n cristiana con la filosofía plató nica y con
el dualismo oriental. La historia de los credos cristianos es la historia del
pueblo de Dios buscando separarse de las artimañ as de las religiones y
filosofías forá neas.
Este problema todavía existe hoy en día en la iglesia. Las filosofías no
cristianas como el marxismo o el existencialismo buscan el poder del
cristianismo mientras dejan de lado lo que es singularmente cristiano. El
sincretismo continú a siendo una herramienta poderosa para separar a
Dios de su pueblo.
Cada generació n de cristianos tiene que enfrentarse con la tentació n
del sincretismo. Si nuestro deseo es "estar al día" o ser contemporá neo en
nuestras prá cticas y creencias, caeremos en la tentació n de ser
conformados por los modelos de este mundo.
Aceptaremos las prá cticas y las ideas paganas e intentaremos
"bautizarlas". Hasta cuando combatimos y nos enfrentamos con las
religiones y filosofías extrañ as corremos el riesgo de ser influenciados por
ellas. Cualquier elemento extrañ o que se filtre en la fe y la prá ctica
cristiana constituye un elemento que debilita la pureza de la fe.
RESUMEN
1. El sincretismo es la incorporació n o la combinació n de religiones o
filosofías extrañ as.
2. Uno de los problemas constantes de la religió n israelita en el Antiguo
Testamento fue la intromisió n de las religiones paganas.
3. La iglesia del Nuevo Testamento luchó contra la influencia de la religió n y
la cultura griega y romana.
4. El cristianismo moderno está amenazado por los intentos de combinar el
pensamiento cristiano con la religió n pagana y la filosofía secular.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
1 Reyes 16:29-34, 1 Corintios 10:14-23, 2 Corintios 6:14-18, Gá latas
3:1-14, Colosenses 2:8, 1 Juan 5:19-21.
CAPÍTULO
4
EL NACIMIENTO, LABOR Y RELIGIÓN DE CAÍN Y ABEL.

1 Conoció Adá n a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por
voluntad de Jehová he adquirido varó n.
2 Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue
labrador de la tierra.
3 Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una
ofrenda a Jehová .
4 Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo má s gordo de
ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda;
5 pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañ ó Caín en
gran manera, y decayó su semblante.
6 Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañ ado, y por qué ha decaído
tu semblante?
7 Si bien hicieres, ¿no será s enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a
la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñ oreará s de él.
Vv. 1—7. Cuando nació Caín, Eva dijo: He engendrado un varó n del
Señ or. Quizá pensó que era la simiente prometida. De ser así, tuvo una
amarga desilusió n. Abel significa vanidad: cuando ella pensó que tenía la
simiente prometida en Caín, cuyo nombre significa posesió n, ella se
absorbió tanto con él que otro hijo era como vanidad para ella. Fíjese que
cada hijo tenía un llamamiento.
La voluntad de Dios para todos es que cada uno tenga algo que hacer en
este mundo. Los padres deben criar a sus hijos para trabajar. Deles una
Biblia y un llamamiento, decía el buen señ or Dod, y Dios sea con ellos.
Podemos suponer que, después de la caída, Dios mandó a Adá n que
derramara la sangre de animales inocentes y, una vez muertos, quemara
parte o todos los cuerpos con fuego. Así fueron prefigurados el castigo
que merecen los pecadores, esto es, la muerte del cuerpo, y la ira de Dios,
de la cual el fuego es un emblema bien conocido, ademá s de los
sufrimientos de Cristo.
Observe que la adoració n religiosa de Dios no es un invento nuevo. Fue
desde el comienzo; es el buen camino antiguo, Jeremías 6: 16. Las
ofrendas de Caín y Abel fueron diferentes. Caín demostró un orgulloso
corazó n incrédulo.
En consecuencia, él y su ofrenda fueron rechazados. Abel llegó en
calidad de pecador y, conforme a lo establecido por Dios, por medio de su
sacrificio expresaba humildad, sinceridad y obediencia y fe. De este modo,
al buscar el beneficio del nuevo pacto de misericordia, por medio de la
Simiente prometida, su sacrificio tenía una expresió n que Dios aceptó .
Abel ofrendó en fe pero no Caín, Hebreos 11: 4. En todas las épocas ha
habido dos clases de adoradores, a la manera de Caín y Abel; a saber, los
orgullosos y endurecidos que desprecian el método de salvació n del
evangelio, que intentan agradar a Dios con métodos diseñ ados por ellos
mismos; y, los creyentes humildes que se acercan a él por el camino que él
ha revelado.
Caín se entregó a la ira maligna contra Abel. Albergó un espíritu
maligno de descontento y rebelió n contra Dios. Dios nota todas nuestras
pasiones y descontentos pecaminosos. No hay mirada de enojo, envidia o
de fastidio que escape a su ojo vigilante. El Señ or razonó con este hombre
rebelde; si tomaba el camino correcto, sería aceptado. Algunos entienden
esto como un anuncio de misericordia.
“Si no hicieres bien, el pecado, esto es, la ofrenda por el pecado está a la
puerta y tú pudieras beneficiarte de ella”. La misma palabra significa
pecado y sacrificio por el pecado. “Aunque no hayas hecho bien, no te
desesperes todavía; el remedio está a la mano”. Se dice que Cristo, la gran
ofrenda por el pecado, está a la puerta, Apocalipsis 3: 20. Bien merecen
perecer en sus pecados los que no van a la puerta a pedir el beneficio de
esta ofrenda por el pecado.
La aceptació n de la ofrenda de Abel por parte de Dios no cambió el
derecho de primogenitura haciéndolo suyo; entonces, ¿por qué había de
enojarse tanto Caín? Los apasionamientos e inquietudes pecaminosas se
desvanecen cuando se busca en forma estricta y justa la causa.
CAÍN MATA A ABEL, Y LA MALDICIÓN DE CAÍN.

8 Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando
ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató .
9 Y Jehová dijo a Caín: ¿Dó nde está Abel tu hermano? Y él respondió : No sé.
¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?
10 Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí
desde la tierra.
11 Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de
tu mano la sangre de tu hermano.
12 Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero
será s en la tierra.
13 Y dijo Caín a Jehová : Grande es mi castigo para ser soportado.
14 He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré
errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me
hallare, me matará .
15 Y le respondió Jehová : Ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete
veces será castigado. Entonces Jehová puso señ al en Caín, para que no lo
matase cualquiera que le hallara.
Vv. 8—15. La maldad del corazó n termina en el asesinato hecho con las
manos. Caín mató a Abel, su propio hermano, el hijo de su propia madre, a
quien debiera haber amado; a su hermano menor, a quien debiera haber
protegido; un hermano bueno, que nunca le había hecho nada malo.
¡Qué efectos fatales del pecado de nuestros primeros padres fueron
estos, y có mo deben de haberse llenado de angustia sus corazones!
Observe el orgullo, la incredulidad y la soberbia de Caín. Niega el crimen,
como si pudiera ocultarlo de Dios. Trata de tapar un homicidio deliberado
con una mentira deliberada. El asesinato es un pecado que clama. La
sangre pide sangre, la sangre del asesino por la sangre del asesinado.
¿Quién conoce el alcance y el peso de una maldició n divina, cuá n lejos
llega, cuá n profundo penetra? Los creyentes se salvan de ella só lo en
Cristo, y heredan la bendició n. Caín fue maldecido por la tierra. É l halló su
castigo ahí donde eligió su suerte y puso su corazó n. Toda criatura es para
nosotros lo que Dios la haga, un consuelo o una cruz, una bendició n o una
maldició n. La maldad del malo trae maldició n a todo lo que hacen y a todo
lo que tienen. Caín se queja, no de su pecado, sino de su castigo. Se
muestra gran dureza de corazó n cuando nos preocupan má s nuestros
sufrimientos que nuestros pecados.
Dios tiene propó sitos sabios y santos al prolongar las vidas hasta de los
hombres má s malos. Vano es inquirir cuá l fue la señ al puesta sobre Caín.
Indudablemente era conocida tanto como marca de infamia sobre Caín, y
como señ al de Dios para que no lo mataran.
Abel hablaba aú n estando muerto. Habla de la odiosa culpa del crimen y
nos avisa que debemos reprimir los primeros accesos de ira y nos enseñ a
que el justo debe esperar persecució n. También, que hay un estado futuro
y una recompensa eterna para disfrutar, por fe en Cristo y su sacrificio
expiatorio. É l nos habla de la excelencia de la fe en el sacrificio y la sangre
expiatoria del Cordero de Dios. Caín mató a su hermano porque sus
propias obras eran malas y las de su hermano, justas, 1a Juan 3: 12.
Como consecuencia de la enemistad puesta entre la Simiente de la
mujer y la simiente de la serpiente estalló la guerra, que se ha librado
continuamente desde entonces. En esta guerra estamos todos
comprometidos, nadie es neutral; nuestro Capitá n ha declarado que él
que no es conmigo, contra mí es. Apoyemos decididamente, pero con
mansedumbre, la causa de la verdad y justicia contra Sataná s.
LA CONDUCTA DE CAÍN Y SU FAMILIA.

16 Salió , pues, Caín de delante de Jehová , y habitó en tierra de Nod, al oriente


de Edén.
17 Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc; y edificó una
ciudad, y llamó el nombre de la ciudad del nombre de su hijo, Enoc.
18 Y a Enoc le nació Irad, e Irad engendró a Mehujael, y Mehujael engendró a
Metusael, y Metusael engendró a Lamec.
Vv. 16—18. Caín desechó todo el temor de Dios y no quiso escuchar los
mandatos de Dios. Los profesantes hipó critas que fingen y se niegan a
tomar en serio a Dios, son justamente abandonados a su suerte para que
hagan algo extremadamente escandaloso. Así, pues, se desprenden de
aquella forma de santidad para la cual han sido reproche y cuyo poder
niegan. Caín se fue de la presencia del Señ or y nunca encontramos que
haya regresado, para su consuelo.
La tierra en que habitó Caín fue llamada la tierra de Nod, que significa
‘estremecimiento’ o ‘tembloroso’ que, de ese modo, muestra la inquietud
e incomodidad de su espíritu, o ‘la tierra de un vagabundo’: Quienes se
apartan de Dios nunca pueden hallar reposo en ninguna otra parte. Los
que en la tierra buscaban la ciudad celestial, optaron por morar en
taberná culos o carpas; pero Caín, por no importarle esa ciudad, edificó
una en la tierra. Así, todos los maldecidos por Dios procuran su
estabilidad y satisfacció n aquí abajo.
LAMEC Y SUS ESPOSAS LA DESTREZA DE LOS DESCENDIENTES DE
CAÍN.

19 Y Lamec tomó para sí dos mujeres; el nombre de la una fue Ada, y el
nombre de la otra, Zila.
20 Y Ada dio a luz a Jabal, el cual fue padre de los que habitan en tiendas y
crían ganados.
21 Y el nombre de su hermano fue Jubal, el cual fue padre de todos los que
tocan arpa y flauta.
22 Y Zila también dio a luz a Tubal-caín, artífice de toda obra de bronce y de
hierro; y la hermana de Tubal-caín fue Naama.
23 Y dijo Lamec a sus mujeres: Ada y Zila, oíd mi voz; Mujeres de Lamec,
escuchad mi dicho: Que un varó n mataré por mi herida, Y un joven por mi
golpe.
24 Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete lo
será .
Vv. 19—24. Uno de la perversa raza de Caín es el primero que se
registra quebrantando la ley del matrimonio. Hasta aquí, un hombre tenía
só lo una esposa a la vez; pero Lamec tomó dos.
Las ú nicas cosas sobre las que pone su corazó n la perversa gente carnal
son las cosas de este mundo, y son sumamente astutos y diligentes al
respecto. Así ocurrió con la raza de Caín. Aquí había un padre de pastores
y un padre de mú sicos, pero no un padre de fieles. Aquí hay uno que
enseñ a sobre el bronce y el hierro, pero no hay quien enseñ e el buen
conocimiento del Señ or: aquí hay recursos para enriquecerse y para ser
poderoso y estar alegres, pero nada de Dios, de su temor y su servicio.
Las cosas presentes llenan las cabezas de la mayoría. Lamec tenía
enemigos, a quienes había provocado. Hace una comparació n entre él
mismo y su antepasado Caín; y se elogia por ser mucho menos criminal.
Parece abusar de la paciencia de Dios al dispensar a Caín, tomando eso
como un estímulo para tener la expectativa de pecar y no recibir castigo.
EL NACIMIENTO DE OTRO HIJO Y NIETO DE ADÁN.

25 Y conoció de nuevo Adá n a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su
nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo en lugar de
Abel, a quien mató Caín.
26 Y a Set también le nació un hijo, y llamó su nombre Enó s. Entonces los
hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová .
Vv. 25, 26. Nuestros primeros padres fueron consolados en su aflicció n
por el nacimiento de un hijo, al que llamaron Set, esto es: ‘sustituto’,
‘establecido’ o ‘colocado’; en su simiente la humanidad continuaría hasta
el fin del tiempo, y de él descendería el Mesías.
Mientras Caín, la cabeza de la apostasía, es hecho un errante, Set, de
quien iba a venir la iglesia verdadera, es uno establecido. En Cristo y su
iglesia está el ú nico establecimiento verdadero. Set anduvo en los pasos
de su martirizado hermano Abel; fue partícipe de una fe igualmente
preciosa en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo y, así, llegó a
ser un nuevo testigo de la gracia e influencia de Dios Espíritu Santo. Dios
concedió a Adá n y Eva que vieran el avivamiento religioso en su familia.
Los adoradores de Dios empezaron a hacer má s en religió n; algunos,
por una profesió n franca de la verdadera religió n, protestaban contra la
maldad del mundo circundante. Mientras peores sean los demá s, mejores
debemos ser nosotros, y má s celosos. Entonces empezó la distinció n entre
profesantes y profanos, la cual ha seguido desde entonces y seguirá
mientras haya mundo.
CAPÍTULO
5
ADÁN Y SET

1 É ste es el libro de las generaciones de Adá n. El día en que creó Dios al
hombre, a semejanza de Dios lo hizo.
2 Varó n y hembra los creó ; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adá n, el
día en que fueron creados.
3 Y vivió Adá n ciento treinta añ os, y engendró un hijo a su semejanza,
conforme a su imagen, y llamó su nombre Set.
4 Y fueron los días de Adá n después que engendró a Set, ochocientos añ os, y
engendró hijos e hijas.
5 Y fueron todos los días que vivió Adá n novecientos treinta añ os; y murió .
Vv. 1—5. Adá n fue hecho a imagen de Dios; pero estando caído
engendró un hijo a su propia imagen, pecador y corrupto, frá gil, miserable
y mortal, como él mismo. No solamente hombre como él mismo,
compuesto de cuerpo y alma, sino pecador como él mismo. Esto es lo
contrario de la semejanza divina en que fue hecho Adá n; habiéndola
perdido, no podía transmitirla a su simiente. Adá n vivió 930 añ os en total;
y entonces murió , conforme a la sentencia dictada: “al polvo volverá s”.
Aunque no murió el día en que comió el fruto prohibido, ese mismo día
se volvió mortal. Entonces empezó a morir; toda su vida posterior no fue
sino una ejecució n demorada, una vida condenada y perdida; fue una vida
moribunda y desolada. La vida del hombre no es sino un morir
gradualmente.
LOS PATRIARCAS DESDE SET A ENOC.

6 Vivió Set ciento cinco añ os, y engendró a Enó s.


7 Y vivió Set, después que engendró a Enó s, ochocientos siete añ os, y
engendró hijos e hijas.
8 Y fueron todos los días de Set novecientos doce añ os; y murió .
9 Vivió Enó s noventa añ os, y engendró a Cainá n.
10 Y vivió Enó s, después que engendró a Cainá n, ochocientos quince añ os, y
engendró hijos e hijas.
11 Y fueron todos los días de Enó s novecientos cinco añ os; y murió .
12 Vivió Cainá n setenta añ os, y engendró a Mahalaleel.
13 Y vivió Cainá n, después que engendró a Mahalaleel, ochocientos cuarenta
añ os, y engendró hijos e hijas.
14 Y fueron todos los días de Cainá n novecientos diez añ os; y murió .
15 Vivió Mahalaleel sesenta y cinco añ os, y engendró a Jared.
16 Y vivió Mahalaleel, después que engendró a Jared, ochocientos treinta
añ os, y engendró hijos e hijas.
17 Y fueron todos los días de Mahalaleel ochocientos noventa y cinco añ os; y
murió .
18 Vivió Jared ciento sesenta y dos añ os, y engendró a Enoc.
19 Y vivió Jared, después que engendró a Enoc, ochocientos añ os, y engendró
hijos e hijas.
20 Y fueron todos los días de Jared novecientos sesenta y dos añ os; y murió .
Vv. 6—20. Se dice ‘y murió ’ de cada uno de estos, salvo de Enoc. Bueno
es observar la muerte de los demá s. Todos ellos vivieron mucho; ni uno
solo de ellos murió sino hasta tener casi ochocientos añ os y, algunos
vivieron mucho má s que eso; un tiempo muy largo para que un alma
inmortal esté presa en una vivienda de barro. Seguramente la vida
presente no era para ellos tanta carga como lo es corrientemente ahora,
de otro modo se hubieran cansado de ella.
Tampoco la vida futura había sido entonces tan claramente revelada
como ahora bajo el evangelio, de lo contrario hubieran estado urgidos por
irse a ella.
Todos los patriarcas que vivieron antes del diluvio, salvo Noé, nacieron
antes que muriera Adá n. De él deben de haber recibido un relato total de
la creació n, la caída, la promesa y los preceptos divinos sobre la adoració n
y la vida religiosa. Así, Dios mantuvo en su iglesia el conocimiento de su
voluntad.
ENOC.

21 Vivió Enoc sesenta y cinco añ os, y engendró a Matusalén.


22 Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos
añ os, y engendró hijos e hijas.
23 Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco añ os.
24 Caminó , pues, Enoc con Dios, y desapareció , porque le llevó Dios.
Vv. 21—24. Enoc fue el séptimo contando desde Adá n. La piedad es
caminar con Dios: lo cual muestra la reconciliació n con Dios, pues dos no
pueden andar juntos si no estuvieren de acuerdo, Amos 3. 3. Incluye todas
las partes de una vida santa, recta y sobria. Caminar con Dios es tener a
Dios siempre delante de nosotros, actuar como estando siempre bajo su
mirada.
Es preocuparse constantemente de agradar a Dios en todas las cosas y
en nada ofenderle. Es ser seguidores de él como hijos amados. El Espíritu
Santo dice que caminó Enoc con Dios en lugar de decir vivió Enoc (con
Dios). Esta fue su preocupació n y trabajo constante; mientras los demá s
vivían para sí mismos y el mundo, él vivió para Dios.
Era el gozo de su vida. Enoc fue llevado a un mundo mejor. Como él no
vivió como el resto de la humanidad, él no salió del mundo por la muerte,
como los demá s. No fue hallado porque lo traspuso Dios, Hebreos 11: 5. É l
había vivido só lo 365 añ os que, segú n la edad de los hombres de aquel
entonces, era solo la mitad de la vida de ellos. A menudo Dios se lleva má s
pronto a los que É l ama; el tiempo perdido en la tierra lo ganan en el cielo,
inefable ventaja para ellos. Vea có mo se expresa la trasposició n de Enoc:
desapareció porque le llevó Dios.
Ya no estuvo má s en este mundo; fue transformado, como lo será n
todos los santos que estén vivos en la segunda venida de Cristo. Quienes
empiezan a caminar con Dios cuando son jó venes tienen la esperanza de
caminar con É l larga, có moda y servicialmente.
La marcha constante en santidad del cristiano verdadero, por muchos
añ os, hasta que Dios lo lleve, es la mejor recomendació n para la religió n a
la que muchos se oponen y contra la cual muchos abusan. Caminar con
Dios concuerda bien con las preocupaciones, consuelos y deberes de la
vida.
MATUSALÉN A NOÉ.

25 Vivió Matusalén ciento ochenta y siete añ os, y engendró a Lamec.


26 Y vivió Matusalén, después que engendró a Lamec, setecientos ochenta y
dos añ os, y engendró hijos e hijas.
27 Fueron, pues, todos los días de Matusalén novecientos sesenta y nueve
añ os; y murió .
28 Vivió Lamec ciento ochenta y dos añ os, y engendró un hijo;
29 y llamó su nombre Noé, diciendo: É ste nos aliviará de nuestras obras y del
trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo.
30 Y vivió Lamec, después que engendró a Noé, quinientos noventa y cinco
añ os, y engendró hijos e hijas.
31 Y fueron todos los días de Lamec setecientos setenta y siete añ os; y murió .
32 Y siendo Noé de quinientos añ os, engendró a Sem, a Cam y a Jafet.
Vv. 25—32. Matusalén significa “cuando él muera, vendrá como un
dardo”, o ‘un envío’ a saber el diluvio que vino el añ o en que murió
Matusalén. Vivió 969 añ os la vida má s larga de un hombre sobre la tierra;
pero aun el que viva má s debe morir al fin.
Noé significa descanso; sus padres le dieron ese nombre, con la
perspectiva de que él fuera una gran bendició n para su generació n.
Observe la queja de su padre acerca del estado calamitoso de la vida
humana, debido a la entrada del pecado y a la maldició n por el pecado.
Toda nuestra vida se gasta en trabajar y nuestro tiempo se llena con
esfuerzo continuo. Por haber maldecido Dios a la tierra, lo má s que
algunos pueden hacer, con el mayor cuidado y aflicciones, es obtener una
dura manutenció n de ésta. Lamec esperaba alivio por el nacimiento de
este hijo:
“Este nos aliviará de nuestras obras”. Eso significa no só lo el deseo y
expectativa que generalmente tienen los padres tocante a sus hijos, de
que ellos sean consuelo y ayuda para ellos, aunque a menudo resultan ser
otra cosa; sino que también significa una perspectiva de algo má s.
¿Cristo es nuestro? ¿El cielo es nuestro? En nuestro afá n y aflicció n
necesitamos mejores consoladores que las má s caras relaciones y la má s
prometedora descendencia; podemos buscar y hallar consuelo en Cristo.
CAPÍTULO
6
LA MALDAD DEL MUNDO QUE PROVOCÓ LA IRA DE DIOS.
1 Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz
de la tierra, y les nacieron hijas,
2 que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas,
tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas.
3 Y dijo Jehová : No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre,
porque ciertamente él es carne; mas será n sus días ciento veinte añ os.
4 Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se
llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron
hijos. É stos fueron los valientes que desde la antigü edad fueron varones
de renombre.
5 Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que
todo designio de los pensamientos del corazó n de ellos era de continuo
solamente el mal.
6 Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su
corazó n.
7 Y dijo Jehová : Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado,
desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues
me arrepiento de haberlos hecho.
Vv. 1—7. Se nos cuenta la abundante iniquidad de ese mundo malo: la
justa ira de Dios y su santa resolució n de castigarlo. En todas las épocas
ha habido una maldició n específica de Dios para el matrimonio entre un
profesante de la verdadera religió n y sus enemigos declarados. El mal
ejemplo del có nyuge impío corrompe o hiere mucho al otro.
Se acaba la religió n de la familia y los niñ os son educados conforme a
las má ximas mundanas del progenitor que no tiene temor de Dios. Si
profesamos ser hijos e hijas del Señ or Todopoderoso, no debemos
casarnos sin su consentimiento. É l no nos dará su bendició n, si preferimos
la belleza, la inteligencia, la riqueza o los honores mundanales a la fe y la
santidad. El Espíritu de Dios contendió con los hombres enviando a Enoc,
Noé y quizá a otros, para que les predicaran; esperaba mostrar su gracia a
pesar de sus rebeliones despertando temor y convicció n en sus
conciencias. Pero el Señ or declaró que su Espíritu no siempre contendería
así con los hombres; É l los dejaría endurecerse en el pecado y madurar
para la destrucció n.
Esto lo determinó É l porque el hombre era carne: no só lo frá gil y débil,
sino carnal y depravado, habiendo usado mal los poderes nobles de su
alma para satisfacer sus inclinaciones corruptas. Dios ve toda la maldad
que hay entre los hijos de los hombres; no la pueden ocultar de É l ahora; y
si no se arrepienten de ella, será dada a conocer por É l dentro de poco.
Indudablemente la maldad de un pueblo es grande, cuando los pecadores
notorios son hombres célebres entre ellos.
Muchísimo pecado se cometía en todas partes por toda clase de
personas. Cualquiera podía ver que la maldad del hombre era grande:
pero Dios vio que toda imaginació n o propó sito de los pensamientos del
corazó n del hombre era de continuo solamente el mal. Esto era la raíz
amarga, la fuente corrupta. El corazó n era engañ oso y perverso; los
principios eran corruptos; los há bitos y las disposiciones, malas. Sus
intenciones y planes eran malvados. Ellos hacían el mal deliberadamente,
y se las ingeniaban para hacer perversidades. No había bien entre ellos.
Dios vio la maldad del hombre como quien es herido y maltratado por
ella. La vio como un padre tierno ve la necedad y porfía de un hijo rebelde
y desobediente, cosa que le aflige y le hace desear no haber tenido hijos.
 Las palabras usadas aquí son muy notables; las usa segú n el
entendimiento de los hombres y no significan que Dios pueda cambiar o
sentirse infeliz. ¿Dios odia así nuestro pecado? Y nosotros, ¿no
debiéramos afligirnos de corazó n por eso? ¡Oh, que podamos mirar a
Aquel a quien hemos afligido, y lamentar! Dios se arrepintió de haber
hecho al hombre; pero nunca lo encontramos arrepentido de haber
redimido al hombre. Dios resuelve destruir al hombre: la palabra original
es muy impactante, “raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres” como
se barre el polvo o la suciedad de un lugar que debe estar limpio y se
arroja al montó n de basura, el lugar apropiado para ello. Dios habla del
hombre como de su propia criatura, cuando resuelve su castigo. Pierden
su vida los que no responden al propó sito de sus vidas.
Dios tomó esta decisió n sobre los hombres después que su Espíritu
había contendido por mucho tiempo con ellos pero en vano. Nadie es
castigado por la justicia de Dios sino aquellos que detestan ser
reformados por la gracia de Dios.
NOÉ HALLA GRACIA.

8 Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová .


9 É stas son las generaciones de Noé: Noé, varó n justo, era perfecto en sus
generaciones; con Dios caminó Noé.
10 Y engendró Noé tres hijos: a Sem, a Cam y a Jafet.
11 Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de
violencia.
Vv. 8—11. Noé no halló favor ante los ojos de los hombres; ellos lo
odiaron y persiguieron porque por su vida y predicació n él condenaba al
mundo: pero halló gracia ante los ojos del Señ or y eso lo hizo má s
verdaderamente honorable que los hombres de renombre. Que este sea
nuestro deseo principal, esforcémonos para que podamos ser aceptados
por É l.
Cuando el resto del mundo era malo Noé mantuvo su integridad. La
buena voluntad de Dios para con Noé produjo esta buena obra en él. É l
era justo, esto es, un hombre justificado ante Dios por fe en la Simiente
prometida. Como tal fue hecho santo y tuvo principios justos. Y fue justo
en su conducta. No só lo fue honesto sino devoto; su afá n constante era
hacer la voluntad de Dios.
Dios mira con favor a quienes miran sinceramente a É l con los ojos de
la fe. Fá cil es ser religioso cuando la religió n está de moda; pero muestra
fe y resolució n firme nadar contra la corriente y estar por Dios cuando
nadie má s está por É l; Noé lo hizo así. Toda clase de pecados se hallaban
entre los hombres. Ellos corrompieron la adoració n de Dios. El pecado
llena la tierra con violencia y esto justificaba plenamente la decisió n de
Dios de destruir el mundo.
El contagio se disemina. Cuando la maldad se vuelve general, la ruina
no está lejos; mientras en una nació n haya un remanente de gente que
ora, vaciando así la medida antes que se llene, los juicios pueden ser
aplazados; pero cuando todas las manos está n ocupadas en echar abajo
las cercas, por el pecado, y nadie se pone en la brecha para repararla, ¿qué
puede esperarse sino un diluvio de ira?
ANUNCIO DEL DILUVIO A NOÉ Y INSTRUCCIONES SOBRE EL ARCA.

12 Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne
había corrompido su camino sobre la tierra.
13 Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está
llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la
tierra.
14 Hazte un arca de madera de gofer; hará s aposentos en el arca, y la
calafateará s con brea por dentro y por fuera.
15 Y de esta manera la hará s: de trescientos codos la longitud del arca, de
cincuenta codos su anchura, y de treinta codos su altura.
16 Una ventana hará s al arca, y la acabará s a un codo de elevació n por la
parte de arriba; y pondrá s la puerta del arca a su lado; y le hará s piso bajo,
segundo y tercero.
17 Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir
toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay
en la tierra morirá .
18 Má s estableceré mi pacto contigo, y entrará s en el arca tú , tus hijos, tu
mujer, y las mujeres de tus hijos contigo.
19 Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterá s en el
arca, para que tengan vida contigo; macho y hembra será n.
20 De las aves segú n su especie, y de las bestias segú n su especie, de todo
reptil de la tierra segú n su especie, dos de cada especie entrará n contigo,
para que tengan vida.
21 Y toma contigo de todo alimento que se come, y almacénalo, y servirá de
sustento para ti y para ellos.
Vv. 12—21. Dios contó a Noé su propó sito de destruir el mundo malo
con agua. La comunió n íntima del Señ or es con los que le temen, Salmo
25: 14. Está con los creyentes capacitá ndolos para entender y aplicar las
declaraciones y advertencias de la palabra escrita. Dios optó por hacerlo
con inundació n de las aguas que anegarían el mundo.
Al elegir la vara con que corrige a sus hijos, É l escoge la espada con que
corta a sus enemigos. Dios estableció su pacto con Noé. Este es el primer
lugar de la Biblia en que se halla la palabra “pacto”; parece significar,
1. El acuerdo de providencia; que el curso de la naturaleza continuará hasta
el fin del tiempo.
2. El pacto de gracia en que Dios será el Dios de Noé, y que de su simiente
Dios tomaría un pueblo para sí. Dios dio ó rdenes a Noé para que hiciera
un arca.
Esta arca era como el casco de un navío, adecuado para flotar sobre las
aguas. Era muy grande, la mitad del tamañ o de la catedral de San Pablo
[Londres, Inglaterra]. Y podría contener má s de dieciocho de las naves
má s grandes usadas en nuestro tiempo. Dios hubiera podido salvar a Noé
sin ponerlo a pasar trabajos, dolores ni problemas, pero lo empleó para
construir lo que iba a ser el medio de preservarlo, para prueba de su fe y
obediencia.
La providencia y la gracia de Dios poseen y coronan al obediente y
diligente. Dios dio a Noé ó rdenes específicas sobre có mo hacer el arca,
que, por tanto, no podían sino ser perfectas para su propó sito.
Dios prometió a Noé que él y su familia serían mantenidos vivos en el
arca. Probablemente nosotros y nuestras familias tengamos el beneficio
de lo que hacemos por obediencia a Dios. La piedad de los padres da bien
a sus hijos en esta vida y los encamina má s por la senda a la vida eterna, si
ellos mejoran.
Vv. 17. La cosa má s notable acerca del mundo antiguo es su
destrucció n por el diluvio.
FE Y OBEDIENCIA DE NOÉ.

22 Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó .
V. 22. La fe de Noé triunfó sobre todos los razonamientos corruptos.
Armar un edificio tan grande, como nunca antes había visto, y
proporcionar comida para las criaturas vivas, iba a requerir de él mucha
dedicació n, trabajo y gastos. Sus vecinos se iban a reír de él. Pero todas
esas objeciones superó Noé por la fe; su obediencia era pronta y resuelta.
Habiendo empezado a construir, no lo dejó hasta que hubo terminado: así
hizo él y así debemos hacerlo nosotros. Tuvo temor del diluvio y, por
tanto, preparó el arca.
En la advertencia dada a Noé hay una advertencia aú n má s solemne
dada a nosotros: huir de la ira venidera que raerá el mundo de los
incrédulos arrojá ndolos al abismo de la destrucció n. Cristo, el verdadero
Noé, que nos consolará personalmente, ya preparó el arca por sus
sufrimientos y bondadosamente nos invita a entrar por fe. Mientras dure
el día de su paciencia, oigamos y obedezcamos su voz.
CAPÍTULO
7
NOÉ, SU FAMILIA Y LAS CRIATURAS VIVAS ENTRAN AL ARCA Y
EMPIEZA EL DILUVIO.

1 Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he


visto justo delante de mí en esta generació n.
2 De todo animal limpio tomará s siete parejas, macho y su hembra; má s de
los animales que no son limpios, una pareja, el macho y su hembra.
3 También de las aves de los cielos, siete parejas, macho y hembra, para
conservar viva la especie sobre la faz de la tierra.
4 Porque pasados aú n siete días, yo haré llover sobre la tierra cuarenta días y
cuarenta noches; y raeré de sobre la faz de la tierra a todo ser viviente
que hice.
5 E hizo Noé conforme a todo lo que le mandó Jehová .
6 Era Noé de seiscientos añ os cuando el diluvio de las aguas vino sobre la
tierra.
7 Y por causa de las aguas del diluvio entró Noé al arca, y con él sus hijos, su
mujer, y las mujeres de sus hijos.
8 De los animales limpios, y de los animales que no eran limpios, y de las aves,
y de todo lo que se arrastra sobre la tierra,
9 de dos en dos entraron con Noé en el arca; macho y hembra, como mandó
Dios a Noé.
10 Y sucedió que al séptimo día las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra.
11 El añ o seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete
días del mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y
las cataratas de los cielos fueron abiertas,
12 y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches.
Vv. 1—12. El llamado a Noé es muy bondadoso, como el de un padre
tierno a sus hijos para que entren a la casa cuando ve que se acerca la
noche o una tormenta. Noé no entró al arca hasta que Dios se lo ordenó ,
aunque sabía que iba a ser su lugar de refugio. Es muy consolador ver que
Dios va delante de nosotros en cada paso que damos. Noé pasó mucho
trabajo para construir el arca y, ahora, él mismo iba a conservarse vivo en
ella. Lo que hacemos en obediencia al mandamiento de Dios, y con fe,
ciertamente nos traerá consuelo, tarde o temprano.
El llamado a Noé nos recuerda el llamado que da el evangelio a los
pobres pecadores. Cristo es un arca y en él solo podemos estar a salvo
cuando llegan la muerte y el juicio. La palabra dice “Ven”; los ministros
dicen “Ven”; el Espíritu dice “Ven, entra en el Arca”. Noé fue tenido por
justo no por su justicia propia sino como heredero de la justicia que es
por la fe, Hebreos 11: 7.
É l creyó la revelació n de un Salvador, y buscó y esperó la salvació n solo
a través de É l. Así fue justificado por la fe y recibió ese Espíritu cuyo fruto
es en toda bondad; pero si algú n hombre no tiene el Espíritu de Cristo, no
es de los suyos.
Después de ciento veinte añ os, Dios dio un espacio de siete días má s
para el arrepentimiento. Pero estos siete días fueron malgastados, como
todo el resto. Será tan só lo siete días. Tenían só lo una semana má s, un día
de reposo má s para mejorar y considerar las cosas que corresponden a su
paz. Pero es comú n que quienes han sido descuidados con sus almas
durante los añ os de su salud, sean igualmente negligentes durante los
días, esos pocos días de su enfermedad, en que avizoran la muerte a la
distancia, en que ven acercarse a la muerte, estando endurecidos sus
corazones por el engañ o del pecado.
Como Noé preparó el arca por fe en la advertencia dada de que vendría
el diluvio, así entró en ella, por fe en la advertencia de que vendría muy
pronto. Y el día en que Noé estuvo seguro, dentro del arca, se rompieron
las fuentes del gran abismo. La tierra tenía en sí esas aguas que, a la orden
de Dios, brotaron y la inundaron; así, nuestros cuerpos tienen en sí
mismos esos humores que, cuando a Dios le place, se vuelven semilla y
fuente de enfermedades mortales.
Las ventanas del cielo fueron abiertas y las aguas que estaban por
arriba del firmamento, esto es, en la atmó sfera, fueron derramadas sobre
la tierra. La lluvia cae en gotas; pero entonces cayeron lluvias tan grandes
como nunca se había sabido antes ni después. Llovió sin parar ni
escampar por cuarenta días con sus cuarenta noches, sobre toda la tierra
de una sola vez. Así como hubo un ejercicio especial de la omnipotencia
de Dios al causar el diluvio, sería vano y presuntuoso tratar de explicar
por medio de la sabiduría humana el método que usó .
NOÉ SE ENCIERRA EN EL ARCA.

13 En este mismo día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet hijos de Noé, la mujer
de Noé, y las tres mujeres de sus hijos, con él en el arca;
14 ellos, y todos los animales silvestres segú n sus especies, y todos los
animales domesticados segú n sus especies, y todo reptil que se arrastra
sobre la tierra segú n su especie, y toda ave segú n su especie, y todo pá jaro
de toda especie.
15 Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había
espíritu de vida.
16 Y los que vinieron, macho y hembra de toda carne vinieron, como le había
mandado Dios; y Jehová le cerró la puerta.
Vv. 13—16. Las criaturas voraces fueron hechas mansas y manejables;
sin embargo, cuando la circunstancia hubo terminado, fueron las mismas
que antes, pues el arca no modificó su naturaleza. Los hipó critas de la
iglesia que se conforman exteriormente a las leyes de esa arca, siguen sin
cambiar, y, en uno u otro momento, mostrará n de qué clase son. Dios
siguió cuidando a Noé. Dios cerró la puerta para asegurarlo y mantenerlo
a salvo en el arca; también dejó afuera para siempre a todos los demá s. En
qué forma fue hecho esto, es algo que no ha placido a Dios dar a conocer.
Hay mucho que ver de nuestros deberes y privilegios en el evangelio en la
seguridad de Noé en el arca.
El apó stol lo hace tipo del bautismo cristiano, 1a Pedro 3: 20, 21.
Obsérvese, entonces, que es nuestro gran deber, en obediencia al llamado
del evangelio, mediante una fe viva en Cristo, ir por el camino de
salvació n que Dios ha provisto para los pobres pecadores. Los que entran
en el arca deben traer a cuantos puedan con ellos, mediante buenas
instrucciones, convenciéndolos y a través de un buen ejemplo.
Hay suficiente espacio en Cristo para todos los que acudan. Dios puso a
Adá n en el paraíso pero no le cerró la puerta; luego, él mismo se expulsó ;
pero cuando Dios pone a Noé en el arca, y cuando lleva un alma a Cristo, la
salvació n es segura: no es seguridad nuestra, sino la mano del Mediador.
Pero la puerta de la misericordia pronto quedará cerrada para aquellos
que ahora la toman a la ligera. Llame ahora, y se le abrirá , Lucas 13: 25.
EL DESARROLLO DEL DILUVIO POR CUARENTA DÍAS.

17 Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y
alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra.
18 Y subieron las aguas y crecieron en gran manera sobre la tierra; y flotaba
el arca sobre la superficie de las aguas.
19 Y las aguas subieron mucho sobre la tierra; y todos los montes altos que
había debajo de todos los cielos, fueron cubiertos.
20 Quince codos má s alto subieron las aguas, después que fueron cubiertos
los montes.
Vv. 17—20. El diluvio fue creciendo durante cuarenta días. Las aguas
subieron tan alto que las cumbres de los montes má s elevados quedaron
tapados por má s de veinte pies [poco má s de 6 metros). En la tierra no
hay un lugar tan elevado que ponga a los hombres fuera del alcance de los
juicios de Dios. La mano de Dios alcanzará a todos sus enemigos, Salmo
21, 8. Cuando creció el diluvio, el arca de Noé fue levantada y las aguas,
que rompían todo lo demá s, sostuvieron el arca.
Eso que para los incrédulos es señ al de muerte para muerte, para los
fieles es señ al de vida para vida.
TODA CARNE DESTRUIDA POR EL DILUVIO.

21 Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de
ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo
hombre.
22 Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que
había en la tierra, murió .
23 Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el
hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de
la tierra, y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca.
24 Y prevalecieron las aguas sobre la tierra ciento cincuenta días.
V. 21—24. Murieron todos los hombres, mujeres y niñ os que había en
el mundo, excepto los que estaban en el arca. Podemos imaginar
fá cilmente el terror que los embargó . Nuestro Salvador nos dice que hasta
el mismo día en que llegó el diluvio, ellos estaban comiendo y bebiendo,
Lucas 27, 26, 27; estaban sordos y ciegos a todas las advertencias divinas.
La muerte los sorprendió en esta postura. Ellos se convencieron de su
necedad cuando ya era demasiado tarde. Podemos suponer que
intentaron todos los medios posibles para salvarse, pero todo fue en vano.
Los que no se encuentran en Cristo, el Arca, ciertamente será n
destruidos, destruidos para siempre. ¡Hagamos una pausa y
consideremos este tremendo juicio! ¿Qué puede prevalecer delante del
Señ or cuando él está airado? El pecado de los pecadores será su ruina,
temprano o tarde, si no se arrepienten.
El Dios justo sabe llevar la ruina al mundo de los impíos, 2ª Pedro 3, 5.
¡Qué terrible será el día del juicio y de la perdició n de los hombres impíos!
Felices los que son parte de la familia de Cristo y que como tales está n a
salvo con É l; ellos pueden esperar sin desmayo y regocijarse de que
triunfará n cuando el fuego queme la tierra y todo lo que en ella hay.
Podemos suponer algunas distinciones favorables en nuestro propio caso
o cará cter, pero, si descuidamos, rechazamos o abusamos de la salvació n
de Cristo, pese a las imaginadas ventajas, seremos destruidos en la ruina
comú n de un mundo incrédulo.
PECADO ORIGINAL. CORRUPCION TOTAL.

EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA.
La doctrina de la corrupció n total aparece en la confesió n de
Westminster de la manera siguiente; "Por este pecado nuestros primeros
padres cayeron de su rectitud original y perdieron la comunió n con Dios,
y por tanto quedaron muertos en el pecado y totalmente corrompidos en
todas las facultades y partes del alma y del cuerpo"
"Siendo ellos el tronco de la raza humana, la culpa de este pecado le fue
imputada, y la misma muerte en el pecado y la naturaleza corrompida se
transmitieron a la posterioridad que desciende de ellos segú n la
generació n ordinaria.
El alcance y los efectos del pecado original San Pablo, Agustín y Calvino
toman como punto de partida el hecho de que toda la humanidad pecó en
Adá n y que todos los hombres son "inexcusables" Ro. 2:1. Pablo recalca
una y otra vez que estamos muertos, Efe. 2:12. Podemos notar en este
versículo el énfasis quíntuple que hace el apó stol colocando frase sobre
frase para acentuar dicha verdad.
La doctrina de la corrupció n total, que declara que el hombre sean igual
de malos, ni que no exista persona alguna sin alguna virtud, ni que la
naturaleza humana sea mala en sí misma. Lo que significa es que el
hombre desde la caída se encuentra bajo la maldició n del pecado, y que es
incapaz de amar a Dios.
El hombre no regenerado puede, debido a la gracia comú n, amar a sus
familiares, ser buen ciudadano, quizá de donar un milló n de pesos para un
hospital, pero no puede dar ni un simple vaso de agua fría a un discípulo
en el nombre de Jesú s. Un hombre si fuere borracho, puede que logre
abstienes de la bebida por laguna razó n; pero jamá s podrá hacerlo por
amor a Dios.
PRUEBAS BIBLICAS: I Cor. 2:14, Gen. 2:17, Rom. 5:12, II Cor. 1:9, Efe. 2:1-
3; 12, Jer. 13:23, Sal. 51:5, Jn. 3:5 Ro. 3:10-12.
LA IRA DE DIOS

“Temed a aquel que, después de haber dado muerte, tiene poder de


echar en el infierno. Sí, os digo: A éste temed”. (Luc. 12:5). Es triste ver a
tantos cristianos que parecen considerar la ira de Dios como algo que
necesita excusas y justificació n, o que, cuando menos, celebrarían que no
existiese.
Hay algunos que, aunque no irían tan lejos como para admitir
abiertamente que la consideran una mancha en el cará cter Divino, está n
lejos de mirarla con deleite, no les agrada pensar en ella, y rara vez la
oyen mencionar sin que se levante un resentimiento secreto hacia ella en
sus corazones. Incluso entre los de juicio má s moderado, no son pocos los
que imaginan que la severidad de la ira divina es demasiado aterradora
para constituir un tema provechoso de meditació n.
Otros admiten el engañ o de que la ira de Dios no es compatible con su
bondad, y por esto tratan de desterrarla del pensamiento. Sí, muchos
huyen de la visió n de la ira de Dios como si se les obligara a mirar una
mancha del divino cará cter, o una falta de la autoridad divina. Pero, ¿qué
dicen las escrituras? Al leerlas, nos damos cuenta de que Dios no ha
tratado de ocultar la realidad de su ira. El no se avergü enza de proclamar
que la venganza y el furor le pertenecen.
Su propia demanda es: “Ved ahora que yo, soy yo, y no hay dioses
conmigo; yo hago morir, y yo hago vivir, yo hiero, y yo curo; y no hay
quien pueda librar de mi mano, y diré: Vivo yo para siempre, si afilare mi
reluciente espada, y mi mano arrebatare el juicio yo volveré la venganza a
mis enemigos, y daré el pago a los que me aborrecen” (Deut. 32:39-41).
Una mirada a la concordancia nos revelará que, hay má s referencias al
enojo, el furor, y la ira de Dios que a su amor y benevolencia. El odia todo
pecado, porque es santo; y porque lo odia, su furor se enciende contra el
pecador (Sal. 7:11).
La ira de Dios constituye una perfecció n divina tan importante como su
fidelidad, poder o misericordia.
Ha de ser así, por cuanto en el cará cter de Dios no hay defecto alguno,
ni la má s leve tacha; ¡Sin embargo, habría si careciera de “ira”! La
indiferencia al pecado es una falta moral, y el que no lo odia es un leproso
moral. ¿Có mo podría El, que es la suma de todas las excelencias, mirar con
igual satisfacció n la virtud y el vicio, la sabiduría y la locura? ¿Có mo
podría El, que se deleita só lo en lo que es puro y amable, dejar de
despreciar lo que es impuro y vil? La naturaleza misma de Dios que hace
del infierno una necesidad tan real, un requisito tan imperativo y eterno
como es el cielo. No solamente no hay en Dios imperfecció n alguna, sino
que no hay perfecció n que sea menos “perfecta” que otra.
La ira de Dios es su eterno aborrecimiento de toda injusticia. Es el
desagrado e indignació n de la rectitud divina ante el mal. Es la santidad
de Dios puesta en acció n contra el pecado. Es la causa motriz de la
sentencia justa que pronuncia contra los que actú an mal. Dios se enoja
contra el pecado porque es una rebelió n contra su autoridad, un ultraje
cometido contra su soberanía inviolable. Los que se sublevan contra el
gobierno de Dios aprenderá n que Dios es el Señ or. Se les hará conocer la
grandeza de su Majestad que ellos desprecian, y lo terrible que es esa ira
que se les anunció y que ellos repudiaron.
No es que la ira de Dios sea una venganza maligna, que hiera por herir,
o un medio para devolver una injuria recibida. No; Dios vindicará su
dominio como Gobernador del universo, pero nunca será vengativo. Que
la ira divina es una de sus perfecciones de Dios es evidente, no só lo por
las consideraciones presentadas hasta el momento, sino, lo que es má s
importante, porque así lo establecen las afirmaciones categó ricas de su
propia Palabra. “Porque manifiesta es la ira de Dios desde el cielo” (Rom.
1:18).
Se manifestó cuando fue pronunciada la primera sentencia de muerte,
cuando la tierra fue maldita y el hombre echado del paraíso terrenal; y,
después, por castigos ejemplares tales como el Diluvio y la destrucció n de
las ciudades de la llanura (Sodoma y Gomorra) con fuego del cielo, y
especialmente, por el reinado de la muerte en todo el mundo. Se
manifestó , también, en la maldició n de la Ley para cada transgresió n, y
fue dada a entender en la institució n del sacrificio. En el capítulo 8 de
romanos, el apó stol llama la atenció n de los cristianos al hecho de que la
creació n entera está sujeta a vanidad, y gime y está de parto.
La misma creació n que declara que hay un Dios, y publica su gloria,
proclama también que es el Enemigo del pecado y el Vengador de los
crímenes de los hombres. Pero, sobre todo, la ira de Dios fue revelada
desde el cielo cuando su Hijo vino para manifestar el cará cter Divino, y
cuando esa ira fue presentada en sus sufrimientos y muerte de un modo
má s terrible que en todas las señ ales que había dado anteriormente de su
enojo por el pecado.
Ademá s, el castigo futuro y eterno de los impíos se declara ahora en
unos términos má s solemnes y explícitos que nunca. Bajo la nueva
dispensació n, hay dos revelaciones celestiales; una es de ira, la otra es de
gracia. Por otra parte, que la ira de Dios es una perfecció n divina queda
demostrado claramente en lo que dice el Salmo 95:11: “Por tanto juré en
mi furor”. Hay dos motivos por los que Dios “jura”, al hacer una promesa
(Gén. 22:16), y al anunciar un castigo (Deut. 1:34). En el primer caso, Dios
juró en favor de sus hijos; en el segundo, para atemorizar a los impíos.
Un juramento es una confirmació n solemne (Heb. 6:16). En Gén. 22:16,
Dios dijo: “Por mi mismo he jurado”. En el Sal. 89:35, declaró : “Una vez he
jurado por mi Santidad.” Mientras que, en el Sal. 95:11, afirmó “Juré en mi
furor”. Así el gran Jehová apela a su furor, o ira, como una perfecció n igual
a su Santidad; ¡él jura tanto por la una como por la otra! Pero aú n hay
má s: como que en Cristo “había toda la plenitud de la divinidad
corporalmente” (Col. 2:9), y ya que en él lucen gloriosamente todas las
perfecciones divinas (Juan 1:18), es por ello que leemos de “la ira del
Cordero” (Apoc. 6:16).
La ira de Dios es una perfecció n del cará cter divino sobre la que
necesitamos meditar con frecuencia. En primer lugar, para que nuestros
corazones sean debidamente inculcados del odio que Dios siente hacia el
pecado. Nosotros siempre nos inclinamos a considerar trivialmente el
pecado, a excusarlo, y a consentir su fealdad.
Pero cuanto má s estudiemos y meditemos la aversió n de Dios hacia el
mismo, y su terrible venganza sobre él, má s fá cilmente nos daremos
cuenta de su enormidad. En segundo lugar, para engendrar en nuestros
corazones un temor verdadero a Dios. “Retengamos la gracia por la cual
sirvamos a Dios agradá ndole con temor y reverencia; porque nuestro
Dios es fuego consumidor” (Heb. 12:28,29). No podemos servirle
“agradá ndole” a menos que tengamos “reverencia” a su Majestad sublime,
y “temor” a su justo furor; y la mejor manera de producirlo en nosotros es
recordando a menudo que “nuestro Dios es fuego consumidor”. En tercer
lugar, para elevar nuestras almas en ferviente alabanza por habernos
librado “de la ira que ha de venir” (1Tes. 1:10).
Nuestra rapidez o nuestra desgana en meditar sobre la ira de Dios es un
medio eficaz para ver cual es nuestra verdadera posició n delante de él. Si
no nos gozamos verdaderamente en Dios por lo que es en sí mismo y por
todas las perfecciones que habitan eternamente en él, ¿có mo puede, pues,
morar en nosotros el amor de Dios? Cada uno de nosotros necesita orar y
estar en guardia para no hacerse una imagen de Dios segú n sus propias
ideas e inclinaciones malas. El Señ or, en la antigü edad, se quejó de que
“pensabas que de cierto sería yo como tú ” (Sal. 50:21).
Si no alabamos “la memoria de su Santidad” (Sal. 97:12), si no nos
regocijamos al saber que, en un cercano día, Dios desplegará
gloriosamente su ira al vengarse de todos los que ahora se oponen a El,
eso es una prueba positiva de que todavía estamos en nuestros pecados,
en el camino que conduce al fuego eterno. “Alabad, gentes (gentiles), a su
pueblo, porque el vengará la sangre de sus siervos, y volverá la venganza
a sus enemigos” (Deut. 32:34). Y, de nuevo: “Oí como la gran voz de una
enorme multitud en el cielo, que decía: “¡Aleluya!
La salvació n y la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios. Porque
sus juicios son verdaderos y justos; pues él ha juzgado a la gran ramera
que corrompió la tierra con su inmoralidad, y ha vengado la sangre de sus
siervos de la mano de ella. Y por segunda vez dijeron: “¡Aleluya!” (Apoc.
19:1-3). Grande será el gozo de los santos en aquel día cuando el Señ or
vindicará su Majestad, ejercerá su poderoso dominio, magnificará su
justicia, y derrotará a los rebeldes orgullosos que se han atrevido a
desafiarle.
“Si mirares a los pecados, ¿quién oh, Señ or, podrá mantenerse?” (Sal.
130:3). Haremos bien en hacernos esta pregunta, porque está escrito que
“no se levantará n los malos en el juicio” (Sal. 1:5). ¡Qué agitada y
angustiada estaba el alma de Cristo bajo el peso de las iniquidades de los
suyos que Dios le imputaba al morir! Su agonía cruel, su sudor de sangre,
su gran clamor y sú plica (Heb. 5:7), su reiterado ruego “si es posible, pase
de mi este vaso”, su ú ltimo grito aterrador “Dios mío, Dios mío, ¿porqué
me has desamparado?”,
Todo ello muestra que terrible era el temor que sentía por lo que
significa el que Dios “mire a los pecados”. ¡Bien pueden clamar los pobres
pecadores: “Señ or ¿quién podrá mantenerse?”, cuando el mismo hijo de
Dios tembló así bajo el peso de su ira!, Si ustedes no se han “afianzado de
la esperanza” que es en Cristo, el ú nico salvador, “¿Qué hará n en la
espesura del Jordá n?” (Jer. 12:5).
El gran Dios, pudiendo destruir a todos sus enemigos con una palabra
de su boca, es indulgente con ellos y provee a sus necesidades. No es
extrañ o de él, que hace bien a los ingratos y malvados, nos mande
bendecir a los que nos maldicen. Pero no piensen los pecadores, que
escapará n; el molino de Dios va despacio, pero muele muy fino; cuanto
má s admirable, sea ahora su paciencia y benignidad, má s terrible e
insostenible será el furor que su bondad profanada causará . No hay nada
tan suave como el mar, sin embargo, cuando es sacudido por la tempestad
nada puede rugir tan violentamente.
No hay nada tan dulce como la paciencia y la bondad de Dios, ni nada
tan terrible como su ira cuando se enciende”. Así que, “huyamos” hacia
Cristo; “huye de la ira que vendrá ” (Mat. 3:7) antes que sea demasiado
tarde. Es necesario que pensemos que esta exhortació n no va dirigida a
alguna otra persona. ¡Va dirigida a nosotros! No nos contentemos con
pensar que ya nos hemos entregado a Cristo. ¡Asegurémonos de ello!
Pidamos al Señ or que escudriñ e nuestro corazó n y que lo revele. 
CAPÍTULO
8
DIOS SE ACUERDA DE NOÉ Y SECA LAS AGUAS

1 Y se acordó Dios de Noé, y de todos los animales, y de todas las bestias que
estaban con él en el arca; e hizo pasar Dios un viento sobre la tierra, y
disminuyeron las aguas.
2 Y se cerraron las fuentes del abismo y las cataratas de los cielos; y la lluvia
de los cielos fue detenida.
3 Y las aguas decrecían gradualmente de sobre la tierra; y se retiraron las
aguas al cabo de ciento cincuenta días.
Vv. 1—3. Toda la raza de la humanidad, salvo Noé y su familia, estaban
ahora muertos, de modo que el acordarse Dios de Noé, fue el retorno de
su misericordia a la humanidad, a la cual no había exterminado por
completo. Las exigencias de la justicia divina habían sido contestadas por
la ruina de los pecadores. Dios envió el viento para secar la tierra y selló
sus aguas.
La misma mano que trae la desolació n debe traer la liberació n; por
tanto, debemos mirar siempre esa mano. Cuando las aflicciones han
hecho la obra para la cual fueron enviadas, sea obra que mata o que cura,
será n quitadas.
Como la tierra no fue anegada en un día, tampoco se secó en un día.
Dios suele liberar gradualmente a su pueblo para que no sea despreciado
el día de las cosas pequeñ as ni haya desconsuelo por el día de las grandes
cosas.
EL ARCA DESCANSA SOBRE EL ARARAT Y NOÉ MANDA UN CUERVO Y
UNA PALOMA.

4 Y reposó el arca en el mes séptimo, a los diecisiete días del mes, sobre los
montes de Ararat.
5 Y las aguas fueron decreciendo hasta el mes décimo; en el décimo, al
primero del mes, se descubrieron las cimas de los montes.
6 Sucedió que al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana del arca que
había hecho,
7 y envió un cuervo, el cual salió , y estuvo yendo y volviendo hasta que las
aguas se secaron sobre la tierra.
8 Envió también de sí una paloma, para ver si las aguas se habían retirado de
sobre la faz de la tierra.
9 Y no halló la paloma donde sentar la planta de su pie, y volvió a él al arca,
porque las aguas estaban aú n sobre la faz de toda la tierra. Entonces él
extendió su mano, y tomá ndola, la hizo entrar consigo en el arca.
10 Esperó aú n otros siete días, y volvió a enviar la paloma fuera del arca.
11 Y la paloma volvió a él a la hora de la tarde; y he aquí que traía una hoja de
olivo en el pico; y entendió Noé que las aguas se habían retirado de sobre
la tierra.
12 Y esperó aú n otros siete días, y envió la paloma, la cual no volvió ya má s a
él.
Vv. 4—12. El arca descansó sobre una montañ a, hacia donde fue
dirigida por la sabia y bondadosa providencia de Dios, para que pudiera
descansar má s pronto. Dios tiene tiempos y lugares de reposo para su
pueblo después de haber sido zarandeado; y muchas veces É l hace
provisió n para que se establezca có moda y oportunamente, sin
estratagemas propias de ellos, y completamente má s allá de lo que ellos
pudieran prever.
Dios había dicho a Noé cuando vendría el diluvio, aunque no le dio una
revelació n detallada de los tiempos y pasos por los cuales terminaría. El
conocimiento de lo anterior era necesario para la preparació n del arca,
pero el conocimiento de lo ú ltimo hubiera servido só lo para satisfacer la
curiosidad; el ocultá rselo ejercitaría su fe y paciencia. Noé envió a un
cuervo del arca que siguió volando y comiendo de los cadá veres que
flotaban. Luego Noé envió una paloma que volvió , la primera vez, sin
buena noticia; pero la segunda vez, trajo en su pico una hoja que había
arrancado de un olivo, mostrando simplemente que los á rboles, los
frutales, empezaban a aparecer sobre el agua.
La segunda vez Noé envió la paloma a los siete días de la primera, y la
tercera vez fue también a los siete días; probablemente en el día de
reposo. Habiendo guardado el día de reposo con su pequeñ a iglesia, él
esperaba una bendició n especial del cielo y preguntó por ella. La paloma
es un emblema de un alma bondadosa que, no hallando paz o satisfacció n
firmes en este mundo inundado y corrupto, regresa a Cristo como a su
arca, como a su Noé, su reposo.
El corazó n carnal, como el cuervo, se arregla con el mundo y come de la
carroñ a que encuentra ahí; pero, vuelve a mi reposo, oh alma mía, a tu
Noé, así dice la palabra, Salmo 116: 7. Como Noé sacó su mano, tomó la
paloma y la atrajo a él, al interior del arca, así Cristo salvará , ayudará y
acogerá a los que huyen a É l en busca de reposo.
NOÉ SALE DEL ARCA HABIÉNDOLE MANDADO HACERLO.

13 Y sucedió que en el añ o seiscientos uno de Noé, en el mes primero, el día


primero del mes, las aguas se secaron sobre la tierra; y quitó Noé la
cubierta del arca, y miró , y he aquí que la faz de la tierra estaba seca.
14 Y en el mes segundo, a los veintisiete días del mes, se secó la tierra.
15 Entonces habló Dios a Noé, diciendo:
16 Sal del arca tú , y tu mujer, y tus hijos, y las mujeres de tus hijos contigo.
17 Todos los animales que está n contigo de toda carne, de aves y de bestias y
de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, sacará s contigo; y vayan por
la tierra, y fructifiquen y multiplíquense sobre la tierra.
18 Entonces salió Noé, y sus hijos, su mujer, y las mujeres de sus hijos con él.
19 Todos los animales, y todo reptil y toda ave, todo lo que se mueve sobre la
tierra segú n sus especies, salieron del arca.
Vv. 13—19. Dios consulta nuestro beneficio má s que nuestros deseos;
É l sabe lo que es bueno para nosotros mejor que nosotros mismos, y por
cuá nto tiempo má s es conveniente que continú en nuestras restricciones y
sean demoradas las misericordias anheladas.
Nosotros saldríamos del arca antes que estuviera seco el suelo; y, quizá ,
si la puerta está cerrada, estamos dispuestos a tirar la cubierta y trepar de
alguna forma; pero el tiempo de Dios para mostrar misericordia es el
mejor tiempo. Como Noé recibió la orden de entrar al arca así, por tedioso
que haya sido su confinamiento, él iba a esperar de nuevo una orden para
salir.
Nosotros debemos reconocer a Dios en todos nuestros caminos y
ponerlo delante de nosotros en todos nuestros movimientos. Solamente
van bajo la protecció n de Dios, los que siguen las instrucciones de Dios y
se someten a É l.
NOÉ OFRECE UN SACRIFICIO Y DIOS PROMETE NO MALDECIR MÁS LA
TIERRA.

20 Y edificó Noé un altar a Jehová , y tomó de todo animal limpio y de toda ave
limpia, y ofreció holocausto en el altar.
21 Y percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazó n: No volveré má s a
maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazó n del
hombre es malo desde su juventud; ni volveré má s a destruir todo ser
viviente, como he hecho.
22 Mientras la tierra permanezca, no cesará n la sementera y la siega, el frío y
el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.
Vv. 20—22. Noé ahora iba a salir a un mundo desolado, donde, uno
hubiera podido pensar, su primera preocupació n debiera ser edificar una
casa para él, pero empieza con un altar para Dios.
Empieza bien quien empieza con Dios. Aunque el ganado de Noé era
poco y salvado con gran cuidado y trabajo, él no se quejó para servir de
ello a Dios. Servir a Dios con lo poco que tenemos es la manera de hacerlo
crecer; nunca debemos pensar que es desperdicio aquello con que
honramos a Dios.
La primera cosa hecha en el nuevo mundo fue un acto de adoració n.
Ahora tenemos que expresar nuestro agradecimiento, no con holocaustos,
sino con alabanza, devociones y conversaciones piadosas. Dios se sintió
bien agradado con lo que se hizo. La carne quemada no puede agradar
má s a Dios que la sangre de toros y machos cabríos, salvo como tipo del
sacrificio de Cristo y como expresió n de la fe y la consagració n humilde de
Noé a Dios.
El diluvio eliminó la raza de hombres malos, pero no quitó el pecado de
la naturaleza del hombre, que siendo concebido y nacido en pecado,
piensa, imagina y ama la maldad, aun desde su juventud, y tanto antes
como después del diluvio. Pero Dios por gracia declaró que nunca
anegaría de nuevo al mundo.
Mientras permanezca la tierra, y el hombre en ella, habrá verano e
invierno. Es claro que esta tierra no va a permanecer para siempre. En
breve debe ser quemada junto con todas las obras de ella; y veremos
nuevos cielos y una nueva tierra, cuando todas estas cosas sean
deshechas.
Pero en la medida que permanece la providencia de Dios hará que el
curso de los tiempos y de las estaciones prosiga y cada una tenga su lugar.
Y basados en esta palabra, confiamos en que así sea. Vemos que se
cumplen las promesas de Dios a las criaturas y podemos inferir que de la
misma manera será n cumplidas sus promesas a todos los creyentes.
CAPÍTULO
9
DIOS BENDICE A NOÉ Y LE CONCEDE LA CARNE COMO ALIMENTO.

1 Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y


llenad la tierra.
2 El temor y el miedo de vosotros estará n sobre todo animal de la tierra, y
sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se mueva sobre la tierra, y en
todos los peces del mar; en vuestra mano son entregados.
3 Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las
legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo.
Vv. 1—3. La bendició n de Dios es la causa de nuestro bienestar.
Dependemos de É l, debemos estar agradecidos de É l. No olvidemos la
ventaja y el placer que tenemos del trabajo de las bestias, y el que su
carne suministra.
Tampoco debemos ser menos agradecidos por la seguridad que
disfrutamos en cuanto a las bestias salvajes y dañ inas, por el temor del
hombre que Dios ha puesto en lo profundo de ellas. Vemos el
cumplimiento de esta promesa todos los días y en todas partes.
Este obsequio de los animales para comida garantiza plenamente el uso
de ellos, pero no el abuso por glotonería y menos por crueldad. No
debemos causarle dolor innecesariamente mientras vivan, ni cuando les
quitamos las vidas.
PROHIBICIÓN DEL DERRAMAMIENTO DE SANGRE Y EL HOMICIDIO.

4 Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis.


5 Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de
todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varó n su
hermano demandaré la vida del hombre.
6 El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será
derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre.
7 Mas vosotros fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la
tierra, y multiplicaos en ella.
Vv. 4—7. La razó n principal de prohibir comer la sangre, sin duda, se
debió a que el derramamiento de sangre en los sacrificios tenía por objeto
que los adoradores tuvieran su pensamiento puesto en la gran expiació n;
aunque también parece tener el propó sito de controlar la crueldad, para
que los hombres, acostumbrá ndose a derramar la sangre de los animales
y alimentarse de ella, se pusieran insensibles frente a ello y les afectara
poco la idea de derramar sangre humana. El hombre no debe tomar su
propia vida.
Nuestra vida es de Dios y debemos darla solamente cuando a É l le
plazca. Si precipitamos de alguna forma nuestra propia muerte, debemos
responder ante Dios por ello. Cuando Dios le pide a un hombre que
responda por una vida que quitó injustamente, el homicida no puede
responder y, por tanto, debe entregar la propia vida a cambio.
En uno u otro momento, en este mundo o en el venidero, Dios
descubrirá los crímenes y castigará aquellos homicidios cuyo castigo
quedó fuera del alcance del poder del hombre. Pero hay quienes son
ministros de Dios para proteger al inocente, para infundir temor a los
malhechores y que no deben esgrimir en vano la espada, Romanos, 13: 4.
El homicidio deliberado debe ser siempre castigado con la muerte. A
esta ley se le agrega una razó n. Todavía hay remanentes de la imagen de
Dios en el hombre caído, de modo que quien mata injustamente a un
hombre, desfigura la imagen de Dios y lo deshonra.
EL PACTO DE DIOS Y EL ARCO IRIS.

8 Y habló Dios a Noé y a sus hijos con él, diciendo:


9 He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros, y con vuestros
descendientes después de vosotros;
10 y con todo ser viviente que está con vosotros; aves, animales y toda bestia
de la tierra que está con vosotros, desde todos los que salieron del arca
hasta todo animal de la tierra.
11 Estableceré mi pacto con vosotros, y no exterminaré ya má s toda carne
con aguas de diluvio, ni habrá má s diluvio para destruir la tierra.
12 Y dijo Dios: É sta es la señ al del pacto que yo establezco entre mí y
vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos:
13 Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señ al del pacto entre mí y
la tierra.
14 Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver
entonces mi arco en las nubes.
15 Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser
viviente de toda carne; y no habrá má s diluvio de aguas para destruir toda
carne.
16 Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me acordaré del pacto perpetuo
entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra.
17 Dijo, pues, Dios a Noé: É sta es la señ al del pacto que he establecido entre
mí y toda carne que está sobre la tierra.
Vv. 8—17. Como el mundo antiguo fue destruido para ser un
monumento de justicia, así este mundo permanece hasta ahora como un
monumento de misericordia. Pero el pecado, que ahogó al mundo antiguo,
quemará a este. Entre los hombres se sellan acuerdos, para que lo
prometido pueda ser má s solemne y para hacer que lo pactado sea má s
seguro para mutua satisfacció n. Este pacto fue sellado con el arco iris que,
probablemente, haya sido visto antes en las nubes, pero nunca como sello
del pacto, hasta ahora.
El arco iris aparece cuando hay mayor razó n para temer que la lluvia
prevalezca; entonces Dios muestra este sello de la promesa, de que no
prevalecerá . Mientras má s densa la nube, má s brillante el arco en la nube.
Así, como abundan las aflicciones amenazadoras, abundan mucho má s los
consuelos alentadores. El arco iris es el reflejo de los rayos del sol que
brillan sobre o a través de las gotas de lluvia: toda la gloria de los sellos
del pacto derivan de Cristo, el Sol de la justicia. Y É l derramará gloria
sobre las lá grimas de sus santos.
Un arco habla de terror, pero este no tiene cuerda ni flecha; y un arco
solo hará poco dañ o. Es un arco, pero está dirigido hacia arriba, no hacia
la tierra; pues los sellos del pacto tienen la intenció n de consolar, no de
aterrar. Como Dios mira el arco para recordar el pacto, así nosotros
debemos tener presente el pacto con fe y gratitud.
Sin revelació n no pudiera ser conocida esta bondadosa seguridad; y sin
fe no sería ú til para nosotros; y, así es tocante a los peligros aú n mayores
a que todos está n expuestos, y en cuanto al nuevo pacto con sus
bendiciones.
NOÉPLANTA UNA VIÑA, SE EMBORRACHA Y ES ESCARNECIDO POR
CAM.

18 Y los hijos de Noé que salieron del arca fueron Sem, Cam y Jafet; y Cam es
el padre de Canaá n.
19 Estos tres son los hijos de Noé, y de ellos fue llena toda la tierra.
20 Después comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viñ a;
21 y bebió del vino, y se embriagó , y estaba descubierto en medio de su
tienda.
22 Y Cam, padre de Canaá n, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos
hermanos que estaban afuera.
23 Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios
hombros, y andando hacia atrá s, cubrieron la desnudez de su padre,
teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre.
Vv. 18—23. La embriaguez de Noé está registrada en la Biblia, con esa
transparencia que solamente se halla en la Escritura, como caso y prueba
de la debilidad e imperfecció n humana, aunque haya sido tomado de
sorpresa por el pecado, y para mostrar que el mejor de los hombres no
puede estar en pie si no depende de la gracia divina y es sostenido por
ella. Cam parece haber sido un hombre malo y, probablemente, se alegró
de encontrar a su padre en una situació n impropia.
De Noé se dice que era perfecto en sus generaciones, capitulo 6: 9; pero
esto se refiere a la sinceridad, no a la perfecció n sin pecado. Noé, que se
mantuvo sobrio en compañ ía de borrachos, ahora está borracho en
compañ ía de sobrios. El que piensa que está firme, mire que no caiga.
Tenemos que poner mucho cuidado cuando usamos abundantemente las
buenas cosas creadas por Dios, para no usarlas en exceso, Lucas 21: 34.
La consecuencia del pecado de Noé fue la vergü enza. Obsérvese aquí el
gran mal del pecado de la ebriedad. Descubre a los hombres; cuando
está n ebrios delatan los males que tienen, y, entonces, se les sacan
fá cilmente los secretos. Los porteros borrachos mantienen las puertas
abiertas. Trae desgracia a los hombres y los expone al desprecio. En la
medida que los delata los avergü enza. Cuando está n embriagados, los
hombres dicen y hacen cosas que, estando sobrios, los haría enrojecer
só lo el pensarlo.
Fíjese el cuidado de Sem y Jafet para tapar la vergü enza de su padre.
Hay un manto de amor que se puede poner sobre las faltas de todos, 1ª
Pedro 4, 8. Ademá s de eso, hay un manto de reverencia que se puede
poner sobre las faltas de los padres y de otros superiores. La bendició n de
Dios espera a quienes honran a sus padres, y su maldició n se enciende
especialmente contra quienes los deshonran.
NOÉ MALDICE A CANAÁN, BENDICE A SEM, ORA POR JAFET, Y SU
MUERTE.

24 Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo má s


joven,
25 y dijo: Maldito sea Canaá n; Siervo de siervos será a sus hermanos.
26 Dijo má s: Bendito por Jehová mi Dios sea Sem, Y sea Canaá n su siervo.
27 Engrandezca Dios a Jafet, Y habite en las tiendas de Sem, Y sea Canaá n su
siervo.
28 Y vivió Noé después del diluvio trescientos cincuenta añ os.
29 Y fueron todos los días de Noé novecientos cincuenta añ os; y murió .
Vv. 24—29. Noé pronuncia una maldició n sobre Canaá n, el hijo de
Cam; quizá s este nieto suyo fuera má s culpable que los demá s. Aun entre
sus hermanos iba a ser un esclavo de siervos, esto es, el menor y má s
despreciable de los siervos. Esto ciertamente apunta a las victorias
obtenidas por Israel en épocas posteriores, sobre los cananeos, en las
cuales fueron pasados a espada o llevados cautivos para pagar tributo.
Todo el continente de Á frica estaba poblado principalmente por los
descendientes de Cam; y ¡por cuá ntas épocas han estado las mejores
partes de ese territorio bajo el dominio de los romanos, luego de los
sarracenos y, ahora, de los turcos! ¡En medio de cuá nta maldad,
ignorancia, barbarie, esclavitud y miseria vive la mayoría de sus
habitantes! Y de los pobres negros, ¡cuá ntos son vendidos y comprados
anualmente como bestias en el mercado y llevados de uno a otro rincó n
del mundo a hacer el trabajo de bestias!
Pero esto de ningú n modo excusa la codicia y barbarie de los que se
enriquecen con el producto del sudor y la sangre de ellos. Dios no nos ha
mandado a esclavizar a los negros y, sin duda, castigará severamente
todas estas crueles fechorías. El cumplimiento de esta profecía, que
contiene casi la historia del mundo, libera a Noé de la sospecha de haberla
pronunciado por enojo personal. Prueba plenamente que el Espíritu Santo
usó como ocasió n la ofensa de Cam para revelar sus propó sitos secretos.
“Bendito sea el Señ or Dios de Sem”.
La iglesia sería edificada y continuaría en la posteridad de Sem; de él
vinieron los judíos, que fueron, por largo tiempo, el ú nico pueblo
profesante que tuvo Dios en el mundo. Cristo, que era Jehová Dios, en su
naturaleza humana descendería de Sem; pues de él, en lo que a la carne
concierne, vino Cristo. Noé también bendice a Jafet y, en él, las islas de los
gentiles que fueron pobladas por su simiente.
Habla de la conversió n de los gentiles y entrada de ellos a la iglesia.
Podemos leerlo, “Engrandezca Dios a Jafet, y habite en las tiendas de
Sem”. Judíos y gentiles será n unidos en el redil del evangelio; ambos será n
uno en Cristo. Noé vivió para ver dos mundos; pero siendo heredero de la
justicia que es por la fe, ahora reposa en esperanza, para ver un mundo
mejor que esos dos.
CAPÍTULO
10
LOS HIJOS DE NOÉ, DE JAFET, DE CAM

1 É stas son las generaciones de los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, a quienes
nacieron hijos después del diluvio.
2 Los hijos de Jafet: Gomer, Magog, Madai, Javá n, Tubal, Mesec y Tiras.
3 Los hijos de Gomer: Askenaz, Rifat y Togarma.
4 Los hijos de Javá n: Elisa, Tarsis, Quitim y Dodanim.
5 De éstos se poblaron las costas, cada cual segú n su lengua, conforme a sus
familias en sus naciones.
6 Los hijos de Cam: Cus, Mizraim, Fut y Canaá n.
7 Y los hijos de Cus: Seba, Havila, Sabta, Raama y Sabteca. Y los hijos de
Raama: Seba y Dedá n.
Vv. 1—7. Este capítulo habla de los tres hijos de Noé, que de estos se
esparcieron las naciones en la tierra. Ninguna nació n, excepto los judíos,
puede estar segura de cuá l de estos setenta desciende. Por amor al
Mesías, solo los judíos conservaron la lista de nombres de padres e hijos.
Sin embargo, muchos hombres doctos han mostrado, con alguna
probabilidad, qué naciones de la tierra descendieron de cada uno de los
hijos de Noé.
A la posteridad de Jafet fueron asignadas las islas de los gentiles;
probablemente, la isla de Bretañ a entre las demá s.
Todos los lugares de ultramar má s allá de Judea son llamados islas,
Jeremías 25: 22 [o costas, RVR 1960]. Esa promesa, Isaías 42: 4, “las
costas esperará n su ley”, habla de la conversió n de los gentiles a la fe de
Cristo.
NIMROD EL PRIMER MONARCA.

8 Y Cus engendró a Nimrod, quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra.
9 É ste fue vigoroso cazador delante de Jehová ; por lo cual se dice: Así como
Nimrod, vigoroso cazador delante de Jehová .
10 Y fue el comienzo de su reino Babel, Erec, Acad y Calne, en la tierra de
Sinar.
11 De esta tierra salió para Asiria, y edificó Nínive, Rehobot, Cala,
12 y Resén entre Nínive y Cala, la cual es ciudad grande.
13 Mizraim engendró a Ludim, a Anamim, a Lehabim, a Naftuhim,
14 a Patrusim, a Casluhim, de donde salieron los filisteos, y a Caftorim.
Vv. 8—14. Nimrod fue un gran hombre en su época; él comenzó a ser
poderoso en la tierra. Los anteriores a él se contentaban con estar al
mismo nivel de su pró jimo y, aunque cada hombre reinaba en su propia
casa, ningú n hombre pretendía ser má s. Nimrod estaba decidido a
enseñ orearse de sus vecinos. El espíritu de los gigantes de antes del
diluvio, que llegaron a ser hombres poderosos y hombres de renombre,
Génesis 6: 4, revivió en él. Nimrod fue vigoroso cazador.
En aquel entonces cazar era el método de impedir el aumento dañ ino
de las bestias salvajes. Esto requería mucho valor y destreza y así dio a
Nimrod, una oportunidad para mandar a los demá s y, paulatinamente,
sumó una cantidad de hombres bajo un jefe. Probablemente desde tal
comienzo Nimrod empezó a gobernar y a obligar a los demá s a someterse.
É l invadió los derechos y propiedades de sus vecinos y persiguió a
hombres inocentes; proponiéndose hacer todo suyo por la fuerza y la
violencia. Ejecutó sus opresiones y la violencia desafiando al mismo Dios.
Nimrod fue un gran rey. De una u otra forma, por la razó n o la fuerza,
obtuvo poder y, así, fundó una monarquía que fue el terror del fuerte y
con buenas probabilidades de gobernar todo el mundo. Nimrod fue un
gran constructor. Obsérvese en Nimrod la naturaleza de la ambició n.
No tiene límites; lo mucho quiere tener má s, y todavía clama: Dame,
dame. Es incansable; Nimrod, cuando tuvo cuatro ciudades bajo su
mando, no pudo contentarse hasta que tuvo cuatro má s. Es cara; Nimrod
prefería encargarse de levantar ciudades si no tenía el honor de
gobernarlas. Es atrevida, y ante nada se detendrá .
El nombre de Nimrod significa rebelió n; los tiranos entre los hombres
son rebeldes ante Dios. Vienen días en que los conquistadores no ya será n
encomiados, como en las historias parciales del hombre; má s bien
llevará n el sello de la infamia, como en los registros imparciales de la
Biblia.
LOS DESCENDIENTES DE CANAÁN Y LOS HIJOS DE SEM.
15 Y Canaá n engendró a Sidó n su primogénito, a Het,
16 al jebuseo, al amorreo, al gergeseo,
17 al heveo, al araceo, al sineo,
18 al arvadeo, al zemareo y al hamateo; y después se dispersaron las familias
de los cananeos.
19 Y fue el territorio de los cananeos desde Sidó n, en direcció n a Gerar, hasta
Gaza; y en direcció n de Sodoma, Gomorra, Adma y Zeboim, hasta Lasa.
20 É stos son los hijos de Cam por sus familias, por sus lenguas, en sus tierras,
en sus naciones.
21 También le nacieron hijos a Sem, padre de todos los hijos de Héber, y
hermano mayor de Jafet.
22 Los hijos de Sem fueron Elam, Asur, Arfaxad, Lud y Aram.
23 Y los hijos de Aram: Uz, Hul, Geter y Má s.
24 Arfaxad engendró a Sala, y Sala engendró a Héber.
25 Y a Héber nacieron dos hijos: el nombre del uno fue Péleg, porque en sus
días fue repartida la tierra; y el nombre de su hermano, Joctá n.
26 Y Joctá n engendró a Almodad, Selef, Jasarmá vet, Jera,
27 Adoram, Uzal, Diclá ,
28 Obal, Abimael, Seba,
29 Ofir, Havila y Jobab; todos éstos fueron hijos de Joctá n.
30 Y la tierra en que habitaron fue desde Mesa en direcció n de Sefar, hasta la
regió n montañ osa del oriente.
31 É stos fueron los hijos de Sem por sus familias, por sus lenguas, en sus
tierras, en sus naciones.
32 É stas son las familias de los hijos de Noé por sus descendencias, en sus
naciones; y de éstos se esparcieron las naciones en la tierra después del
diluvio.

Vv. 15—32. La posteridad de Canaá n fue numerosa, rica y gratamente


establecida; sin embargo, Canaá n estaba bajo una maldició n divina, y no
una maldició n sin causa. Quienes está n sometidos a la maldició n de Dios
pueden, quizá , florecer y prosperar en este mundo; porque nosotros no
podemos conocer el amor o el odio, la bendició n o la maldició n por lo que
está delante sino por lo que está dentro de nosotros. La maldició n de Dios
siempre obra realmente y siempre es terrible.
Quizá sea una maldició n secreta, una maldició n para el alma y no obra
de modo que los demá s pueden verla; o es una maldició n lenta y no obra
pronto; pero los pecadores está n reservados por ella para el día de la ira.
Canaá n tiene aquí una tierra mejor que Sem o Jafet y, sin embargo, ellos
tienen mejor suerte pues heredan la bendició n.
Abram y su simiente, el pueblo del pacto de Dios, descendieron de
Heber, y por él fueron llamados hebreos. Cuanto mejor es ser como
Heber, el padre de una familia de hombres santos y honestos que ser el
padre de una familia de cazadores de poder, de riquezas mundanas o de
vanidades. La bondad es la verdadera grandeza.
CAPÍTULO
11
UN LENGUAJE EN EL MUNDO: Y LA CONSTRUCCIÓN DE BABEL.

1 Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.
2 Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra
de Sinar, y se establecieron allí.
3 Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozá moslo con fuego. Y
les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla.
4 Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cú spide
llegue al cielo; y hagá monos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre
la faz de toda la tierra.
Vv. 1—4. ¡Con cuá nta prontitud se olvidan los hombres de los juicios
má s graves y vuelven a sus crímenes anteriores! Aunque la devastació n
del diluvio estaba delante de sus ojos, aunque surgieron de la simiente del
justo Noé, aú n durante su vida, la maldad aumenta en forma excesiva.
Nada sino la gracia santificadora del Espíritu Santo puede quitar la
lujuria pecaminosa de la voluntad humana y la depravació n del corazó n
del hombre. El propó sito de Dios era que la humanidad formara muchas
naciones y poblara toda la tierra.
Despreciando la voluntad divina y contrariando el consejo de Noé, el
grueso de la humanidad se unió para edificar una ciudad y una torre que
les impidiera ser separados. Empezó la idolatría y Babel llegó a ser una de
sus principales sedes.
Ellos se hicieron mutuamente má s osados y resueltos. Aprendamos a
estimularnos mutuamente al amor y a las buenas obras, así como los
pecadores se incitan y alientan unos a otros a las malas obras.
LA CONFUSIÓN DE LAS LENGUAS: Y DISPERSIÓN DE LOS
CONSTRUCTORES DE BABEL.

5 Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de
los hombres.
6 Y dijo Jehová : He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo
lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo
que han pensado hacer.
7 Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno
entienda el habla de su compañ ero.
8 Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de
edificar la ciudad.
9 Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová
el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la
tierra.
Vv. 5—9. He aquí una expresió n a la manera de los hombres:
“Descendió Jehová para ver la ciudad”. Dios es justo y bueno en todo lo
que hace contra el pecado y los pecadores y no condena a nadie sin oírlo.
El pío Heber no se encuentra en este grupo impío; pues él y los suyos
son llamados hijos de Dios; sus almas no se unieron a la asamblea de
estos hijos de los hombres. Dios permitió que ellos llegaran a cierto punto
para que las obras de sus manos, de las cuales se prometían honra
perdurable para sí mismos, resultasen para su reproche eterno. Dios tiene
fines sabios y santos al permitir que los enemigos de su gloria ejecuten en
gran medida sus malos proyectos y prosperen por largo tiempo.
Observe la sabiduría y misericordia de Dios en los métodos usados para
derrotar esta empresa. Y la misericordia de Dios al no hacer el castigo
igual a la ofensa; pues É l no nos trata conforme a nuestros pecados.
La sabiduría de Dios, al establecer una forma segura de detener sus
procedimientos. Si no se podían entender entre sí, no podrían ayudarse
uno a otro; esto apartaría de la edificació n. Dios tiene diversos medios, y
eficaces, para frustrar y derrotar los proyectos de hombres orgullosos que
se ponen en su contra y, en particular, los divide entre ellos mismos. A
pesar de su unidad y obstinació n, Dios estaba por encima de ellos; ¿pues
quién ha endurecido su corazó n contra É l y ha prosperado? Su lenguaje
fue confundido.
Por ellos todos sufrimos hasta hoy todos los dolores y problemas
necesarios para aprender idiomas, todo ello por la rebeldía de nuestros
antepasados de Babel. Y, ¡vaya!, cuá ntas desdichadas disputas, peleas de
palabras, surgen por entender mal unos las palabras de otros, y, por todo
lo que sabemos, se deben a esta confusió n de lenguas. Ellos dejaron de
edificar la ciudad. La confusió n de sus lenguas no só lo los incapacitó para
ayudarse unos a otros sino que vieron la mano del Señ or contra ellos. Es
sabiduría dejar algo en cuanto nos damos cuenta que Dios se opone a ello.
Dios puede destruir y reducir a nada todas las artes y designios de los
constructores de Babel: no hay sabiduría ni consejo que pueda levantarse
contra el Señ or. Los constructores se fueron conforme a sus familias y las
lenguas que hablaban a los países y lugares asignados a ellos.
Los hijos de los hombres nunca se volvieron a juntar, ni jamá s se
reunirá n nuevamente, hasta el gran día en que el Hijo del hombre se
siente en el trono de su gloria y todas las naciones se reú nan ante É l.
LOS DESCENDIENTES DE SEM.

10 É stas son las generaciones de Sem: Sem, de edad de cien añ os, engendró a
Arfaxad, dos añ os después del diluvio.
11 Y vivió Sem, después que engendró a Arfaxad, quinientos añ os, y engendró
hijos e hijas.
12 Arfaxad vivió treinta y cinco añ os, y engendró a Sala.
13 Y vivió Arfaxad, después que engendró a Sala, cuatrocientos tres añ os, y
engendró hijos e hijas.
14 Sala vivió treinta añ os, y engendró a Héber.
15 Y vivió Sala, después que engendró a Héber, cuatrocientos tres añ os, y
engendró hijos e hijas.
16 Héber vivió treinta y cuatro añ os, y engendró a Peleg.
17 Y vivió Héber, después que engendró a Peleg, cuatrocientos treinta añ os, y
engendró hijos e hijas.
18 Peleg vivió treinta añ os, y engendró a Reu.
19 Y vivió Peleg, después que engendró a Reu, doscientos nueve añ os, y
engendró hijos e hijas.
20 Reu vivió treinta y dos añ os, y engendró a Serug.
21 Y vivió Reu, después que engendró a Serug, doscientos siete añ os, y
engendró hijos e hijas.
22 Serug vivió treinta añ os, y engendró a Nacor.
23 Y vivió Serug, después que engendró a Nacor, doscientos añ os, y engendró
hijos e hijas.
24 Nacor vivió veintinueve añ os, y engendró a Taré.
25 Y vivió Nacor, después que engendró a Taré, ciento diecinueve añ os, y
engendró hijos e hijas.
26 Taré vivió setenta añ os, y engendró a Abram, a Nacor y a Hará n.
Vv. 10—26. He aquí una genealogía, o lista de nombres, que termina en
Abram, el amigo de Dios, y así conduce a Cristo, la Simiente prometida,
que era el hijo de Abram. Nada queda en el registro sino sus nombres y
edades; pareciera que el Espíritu Santo se apresurase a pasar por ellos
hacia la historia de Abram.
¡Cuá n poco sabemos de aquellos que pasaron antes que nosotros en
este mundo, aun de aquellos que vivieron en los mismos lugares en que
nosotros vivimos, como, igualmente, sabemos poco de aquellos que viven
en lugares distantes! Tenemos bastante qué hacer para dirigir nuestra
propia obra. Cuando empezó a poblarse la tierra, las vidas de los hombres
empezaron a acortarse; esto fue sabia disposició n de la Providencia.
TARÉ, EL PADRE DE ABRAM, ABUELO DE LOT: Y VIAJE A HARÁN.

27 É stas son las generaciones de Taré: Taré engendró a Abram, a Nacor y a
Hará n; y Hará n engendró a Lot.
28 Y murió Hará n antes que su padre Taré en la tierra de su nacimiento, en
Ur de los caldeos.
29 Y tomaron Abram y Nacor para sí mujeres; el nombre de la mujer de
Abram era Sarai, y el nombre de la mujer de Nacor, Milca, hija de Hará n,
padre de Milca y de Isca.
30 Má s Sarai era estéril, y no tenía hijo.
31 Y tomó Taré a Abram su hijo, y a Lot hijo de Hará n, hijo de su hijo, y a Sarai
su nuera, mujer de Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los caldeos,
para ir a la tierra de Canaá n; y vinieron hasta Hará n, y se quedaron allí.
32 Y fueron los días de Taré doscientos cinco añ os; y murió Taré en Hará n.
Vv. 27—32. Aquí comienza la historia de Abram, cuyo nombre es
famoso en ambos Testamentos. Hasta los hijos de Heber se habían vuelto
adoradores de dioses falsos. Los que, por gracia son herederos de la tierra
prometida, debían recordar cuá l era la tierra de su nacimiento, esto es,
cuá l era su estado corrupto y pecador por naturaleza.
Los hermanos de Abram eran Nacor, de cuya familia tuvieron sus
esposas Isaac y Jacob, y Hará n, el padre de Lot, que murió antes que su
padre. Los hijos no pueden estar seguros de sobrevivir a sus padres.
Hará n murió en Ur, antes de la feliz salida de la familia de ese país
idó latra. Nos concierne apresurarnos a salir de nuestro estado natural, no
sea que la muerte nos sorprenda en él. Aquí leemos de la salida de Abram
desde Ur de los caldeos, con su padre Taré, su sobrino Lot y el resto de su
familia, obedeciendo la llamada de Dios.
Este capítulo los deja a medio camino entre Ur y Canaá n, donde
habitaron hasta la muerte de Taré. Muchos llegan a Hará n y, sin embargo,
no llegan a Canaá n; no está n lejos del reino de Dios y, no obstante, nunca
llegan allí.
CAPÍTULO
12
DIOS LLAMA A ABRAM Y LO BENDICE CON LA PROMESA DE CRISTO.

1 Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la


casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.
2 Y haré de ti una nació n grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y
será s bendició n.
3 Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y
será n benditas en ti todas las familias de la tierra.
4 Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad
de setenta y cinco añ os cuando salió de Hará n.
5 Tomó , pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus
bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Hará n,
y salieron para ir a tierra de Canaá n; y a tierra de Canaá n llegaron.
Vv. 1—5. Dios eligió a Abram y lo separó de entre sus congéneres
idó latras para reservar un pueblo para sí, entre los cuales se mantuviese
la verdadera adoració n hasta la venida de Cristo. Desde aquí en adelante
Abram y su simiente son casi el ú nico tema de la historia de la Biblia. Se
probó a Abram, si amaba a Dios má s que a todo y si podía dejar
voluntariamente todo para ir con Dios. Sus parientes y la casa de su padre
eran una constante tentació n para él; no podía seguir entre ellos sin el
riesgo de ser contaminado por ellos. Quienes dejan sus pecados y se
vuelven a Dios ganará n lo indecible con el cambio.
La orden que Dios dio a Abram es en gran medida igual que el
llamamiento del evangelio, porque los afectos naturales deben ceder el
paso a la gracia divina. El pecado y todas sus oportunidades deben
abandonarse, en particular, las malas compañ ías. He aquí muchas
promesas grandes y preciosas.
Todos los preceptos de Dios van acompañ ados de promesas para el
obediente.
1. HARÉ DE TI UNA NACIÓN GRANDE. Cuando Dios sacó a Abram de su pueblo,
prometió hacerle cabeza de otro pueblo.
2. TE BENDECIRÉ. Los creyentes obedientes estará n seguros de heredar la
bendició n.
3. Engrandeceré tu nombre. El nombre de los creyentes obedientes
ciertamente será engrandecido.
4. SERÁS BENDICIÓN. Los hombres buenos son bendició n para sus países.
5. BENDECIRÉ A LOS QUE TE BENDIJEREN, Y A LOS QUE TE MALDIJEREN
MALDECIRÉ. Dios se ocupará de que nadie sea perdedor por algú n servicio
hecho en favor de su pueblo.
6. EN TI SERÁN BENDITAS TODAS LAS FAMILIAS DE LA TIERRA.  Jesucristo es la
gran bendició n del mundo, la má s grande que el mundo haya poseído
jamá s. Toda verdadera bienaventuranza en el mundo ahora o que alguna
vez llegue a tener, se debe a Abram y su descendencia. Por medio de ellos
tenemos una Biblia, un Salvador y un evangelio. Ellos son la cepa sobre la
cual ha sido injertada la iglesia cristiana.
Abram creyó que la bendició n del Todopoderoso supliría todo lo que él
pudiera perder o dejar atrá s, satisfaría todas sus carencias y respondería,
má s aun, sobrepasaría todos sus deseos, y sabía que nada sino la
desgracia seguiría a la desobediencia. Este tipo de creyentes, justificados
por fe en Cristo, tienen paz con Dios. Ellos siguen en su camino a Canaá n.
No se desalientan por las dificultades del camino ni son arrastrados fuera
del camino por los deleites que encuentran.
Los que se dirigen al cielo deben perseverar hasta el fin. Los que
emprendemos el camino en obediencia a la orden de Dios y atendiendo
humildemente su providencia, ciertamente triunfaremos y finalmente
tendremos consuelo. Canaá n no era, como otras tierras, una simple
posesió n externa, sino un tipo del cielo y, en este sentido, los patriarcas la
apreciaban fervientemente.
Lot fue también en este viaje, aunque no estaba dentro del llamado que
Dios le hizo a Abram la provincia hizo de que este se familiarizada entre la
familia, ya que Abram ere el fiel llamado de Dios y así fue el gran
comienzo de un llamado tan grande, Dios lo llevo junto en su compromiso
aunque no fuera tan visible en ese entonces.
ABRAM SE VA DE HARÁN. VIAJA POR CANAÁN Y ADORA A DIOS EN
ESA TIERRA.

6 Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de
More; y el cananeo estaba entonces en la tierra.
7 Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y
edificó allí un altar a Jehová , quien le había aparecido.
8 Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda,
teniendo a Bet-el al occidente y Hai al oriente; y edificó allí altar a Jehová ,
e invocó el nombre de Jehová .
9 Y Abram partió de allí, caminando y yendo hacia el Neguev.
Vv. 6—9. Abram halló la tierra poblada por cananeos que eran malos
vecinos. É l viajó , y siguió adelante aú n. A veces la suerte de los hombres
buenos es no estar establecidos y, a menudo, cambiar a diversos estados.
Los creyentes deben considerarse como peregrinos y extranjeros en este
mundo, Hebreos 11: 8, 13, 14. Pero observe cuá nto consuelo tenía Abram
en Dios.
Cuando tuvo escasa satisfacció n en sus contactos con los cananeos que
allí encontró , tuvo abundante placer en la comunió n con aquel Dios que lo
había llevado hasta ahí, y que no lo desamparó . La comunió n con Dios se
mantiene por la palabra y la oració n. Dios se revela É l mismo y sus
favores en forma gradual a su pueblo; antes había prometido mostrarle a
Abram la tierra; ahora, promete dá rsela: a medida que crece la gracia,
crece el consuelo.
Pareciera que Abram lo entendió también como la concesió n de una
tierra mejor, de la cual esta era tipo, porque esperaba un país celestial,
Hebreos 11: 16. Abram se estableció tan pronto como llegó a Canaá n, y
aunque no era sino extranjero y peregrino ahí, mantuvo la adoració n de
Dios en su familia. No só lo se preocupó de la parte ceremonial de la
religió n, la presentació n de sacrificios, sino tomó conciencia de buscar a
Dios e invocar su nombre, el sacrificio espiritual con el cual se agrada
Dios.
Predicaba sobre el nombre del Señ or; enseñ ó a su familia y a sus
vecinos el conocimiento del Dios verdadero y de su santa religió n. La
adoració n familiar es un buen camino antiguo, nada nuevo, sino la antigua
costumbre de los santos. Abram era rico y tuvo una familia numerosa, aun
no estaba establecido, y estaba rodeado de enemigos; sin embargo,
doquiera levantara su campamento, edificaba un altar: donde quiera que
vayamos no dejemos de llevar nuestra religió n con nosotros.
ABRAM ES LLEVADO A EGIPTO POR UNA HAMBRUNA: Y FINGE QUE SU
ESPOSA ES SU HERMANA.

10 Hubo entonces hambre en la tierra, y descendió Abram a Egipto para


morar allá ; porque era grande el hambre en la tierra.
11 Y aconteció que cuando estaba para entrar en Egipto, dijo a Sarai su mujer:
He aquí, ahora conozco que eres mujer de hermoso aspecto;
12 y cuando te vean los egipcios, dirá n: Su mujer es; y me matará n a mí, y a ti
te reservará n la vida.
13 Ahora, pues, di que eres mi hermana, para que me vaya bien por causa
tuya, y viva mi alma por causa de ti.
14 Y aconteció que cuando entró Abram en Egipto, los egipcios vieron que la
mujer era hermosa en gran manera.
15 También la vieron los príncipes de Faraó n, y la alabaron delante de él; y
fue llevada la mujer a casa de Faraó n.
16 E hizo bien a Abram por causa de ella; y él tuvo ovejas, vacas, asnos,
siervos, criadas, asnas y camellos.
17 Má s Jehová hirió a Faraó n y a su casa con grandes plagas, por causa de
Sarai mujer de Abram.
18 Entonces Faraó n llamó a Abram, y le dijo: ¿Qué es esto que has hecho
conmigo? ¿Por qué no me declaraste que era tu mujer?
19 ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasió n de tomarla para
mí por mujer? Ahora, pues, he aquí tu mujer; tó mala, y vete.
20 Entonces Faraó n dio orden a su gente acerca de Abram; y le acompañ aron,
y a su mujer, con todo lo que tenía.
Vv. 10—20. No hay en la tierra una situació n libre de pruebas, ni
personaje libre de defectos. Hubo hambruna en Canaá n, la má s gloriosa
de todas las tierras, como hubo incredulidad, en Abram el padre de los
fieles, con los males que siempre conlleva. La felicidad perfecta y la
pureza perfecta está n solamente en el cielo.
Abram, cuando debe dejar Canaá n por un tiempo, va a Egipto, con la
intenció n de demorarse allí no má s de lo necesario, para que no pareciera
que mira hacia atrá s.  Ahí Abram oculta su relació n con Sarai, equivocado,
y pide a su esposa y a sus siervos que hagan lo mismo. É l ocultó una
verdad como un modo de negarla efectivamente, y por ello, expone al
pecado tanto a su esposa como a los egipcios.
La gracia por la cual má s se destacaba Abram era la fe; sin embargo, así
cayó por la incredulidad y desconfianza en la providencia divina, aun
después que Dios le había aparecido dos veces. ¡Ay, qué será de una fe
débil cuando la fe firme se ve así remecida! Muchas veces, si Dios no nos
librara de las angustias e inquietudes en que nos metemos nosotros
mismos, por nuestro propio pecado y necedad, estaríamos destruidos.
É l no nos trata conforme a lo que merecemos. Son castigos felices
aquellos que nos impiden ir por el camino del pecado y nos lleva a
cumplir nuestro deber, particularmente el deber de hacer reparació n por
lo que hemos tomado o conservado indebidamente. La reprensió n de
faraó n para Abram fue muy justa: “¿Qué es esto que has hecho conmigo?”
¡Cuá n inapropiado de un hombre sabio y bueno! Si quienes profesan la fe
hacen lo injusto y engañ oso, especialmente si dicen lo que está al borde
de la mentira, deben estar dispuestos a oír una reprensió n, y tienen razó n
para agradecer a quienes les hablen de esa manera. La despedida fue
bondadosa.
El faraó n estaba tan lejos de toda intenció n de matar a Abram, como
éste temía, que tuvo un particular cuidado de él. A menudo, nos
confundimos con temores que no tienen absolutamente ningú n
fundamento. Muchas veces tememos cuando nada hay que temer. El
faraó n encargó a sus hombres que no dañ aran en nada a Abram. No basta
que los que tienen la autoridad no hieran por sí mismos; ellos deben
impedir que sus siervos y quienes los rodean hagan dañ o.
CAPÍTULO
13
ABRAM VUELVE DESDE EGIPTO CON GRANDES RIQUEZAS.

1 Subió , pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, él y su mujer, con todo lo que
tenía, y con él Lot.
2 Y Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro.
3 Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el, hasta el lugar donde
había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai,
4 al lugar del altar que había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre
de Jehová .
Vv. 1—4. Abram era muy rico: él estaba muy pesado, así es la palabra
hebrea; pues las riquezas son una carga; y los que será n ricos só lo se
cargan con barro espeso, Habacuc 2: 6. Hay una carga de cuidado al
obtener riquezas, miedo de perderlas, tentació n de usarlas, culpa por
abusar de ellas, pena por perderlas, y un peso de la rendició n de cuentas
que, por ú ltimo, debe ser dada por ellas. Sin embargo, Dios en su
providencia a veces hace ricos a los hombres buenos, y de este modo la
bendició n de Dios hizo rico a Abram sin penas, Proverbios 10: 22.
Aunque es difícil que un rico entre al cielo, en algunos casos puede ser,
Marcos 10: 23, 24. Vaya, la prosperidad externa, si es bien administrada,
es un ornamento de la piedad y una oportunidad para hacer má s bien.
Abram se fue a Betel. Su altar no estaba así que no puede ofrendar
sacrificio; pero invocó el nombre del Señ or. Es má s fá cil encontrarse un
hombre vivo sin respirar que uno del pueblo de Dios sin orar.
PELEA DE LOS PASTORES DE ABRAM Y LOS DE LOT Y ABRAM DA LA
ELECCIÓN DE PAÍS A LOT.

5 También Lot, que andaba con Abram, tenía ovejas, vacas y tiendas.
6 Y la tierra no era suficiente para que habitasen juntos, pues sus posesiones
eran muchas, y no podían morar en un mismo lugar.
7 Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del
ganado de Lot; y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra.
8 Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos,
entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos.
9 ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si
fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a
la izquierda.
Vv. 5—9. Las riquezas no só lo dan lugar a la discordia siendo las cosas
por las que má s corrientemente se pelea; sino que también pueden incitar
un espíritu contencioso, haciendo que la gente se enorgullezca y se ponga
codiciosa. Mío y tuyo son los grandes productores de rabia del mundo. La
pobreza y el trabajo, las carencias y los vagabundeos no pudieron separar
a Abram y Lot pero sí las riquezas.
Los malos siervos a menudo han hecho mucho mal en las familias y
entre los vecinos, por su orgullo y pasió n, mintiendo, calumniando y
llevando chismes. Aquellos que así hacen son los agentes del diablo y los
peores enemigos de sus amos. Lo que empeoró la pelea fue que los
cananeos y ferezeos habitaban la tierra. Las peleas de los profesantes son
el reproche de la religió n y dan ocasió n de blasfemar a los enemigos del
Señ or.
 Mejor es conservar la paz, que no sea rota pero la otra cosa mejor es, si
se presentan diferencias, sofocar con toda velocidad el fuego que está
empezando. El intento de apaciguar esta discordia fue hecho por Abram
aunque él era el hombre anciano y má s grande. Abram se demuestra
como hombre de espíritu sereno que mandaba su pasió n y que sabía
có mo calmar la ira con una respuesta blanda. Aquellos que mantengan la
paz nunca deben devolver mal por mal.
De espíritu condescendiente (Abram) estuvo dispuesto a implorar aú n
a su inferior para estar en paz. El pueblo de Dios debe estar por la paz sea
lo que sea que los demá s apoyen. El ruego de Abram por la paz fue muy
poderoso.
Que la gente de la tierra contienda por fruslerías; pero no caigamos
nosotros que sabemos cosas mejores y que esperamos un país mejor. Los
profesantes de la fe deben tener sumo cuidado para evitar contiendas.
Muchos profesan estar por la paz sin hacer nada por ella: no así Abram.
Cuando Dios condesciende a rogarnos que nos reconciliemos, bien
podemos rogarnos unos a otros. Aunque Dios había prometido a Abram
darle esta tierra a su simiente, sin embargo, ofreció una parte igual o
mejor a Lot que no tenía un derecho igual; y él, bajo la protecció n de la
promesa de Dios, no actuaría con dureza con su pariente. Noble es estar
dispuesto a renunciar en aras de la paz.
LOT ELIGE VIVIR EN SODOMA.

10 Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordá n, que toda ella era de
riego, como el huerto de Jehová , como la tierra de Egipto en la direcció n
de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra.
11 Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordá n; y se fue Lot hacia
el oriente, y se apartaron el uno del otro.
12 Abram acampó en la tierra de Canaá n, en tanto que Lot habitó en las
ciudades de la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma.
13 Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en
gran manera.
Vv. 10—13. Habiendo Abram ofrecido la opció n a Lot, éste la aceptó de
inmediato. La pasió n y el egoísmo hacen maleducados a los hombres. Lot
miró la bondad de la tierra; por tanto, no dudó que florecería ciertamente
en un suelo tan fértil. Pero ¿qué salió de ello? Aquellos que, al elegir
relaciones, llamamientos, habitaciones o establecimientos, son guiados y
gobernados por la lujuria de la carne, la lujuria del ojo o el orgullo de la
vida, no pueden esperar la presencia o bendició n de Dios. Corrientemente
se desilusionan hasta de aquellos a los que principalmente apuntan. Este
principio debe dirigir todas nuestras opciones. Que lo ó ptimo para
nosotros es lo que es ó ptimo para nuestras almas.
Lot consideró poco la maldad de los habitantes. Los hombres de
Sodoma eran pecadores osados e impú dicos. Esta era la iniquidad de
Sodoma, el orgullo, la hartura de pan y la abundancia de ocio, Ezequiel 16,
49. Dios da a menudo una gran abundancia a los grandes pecadores. Con
frecuencia ha sido la suerte vejadora de los hombres buenos el vivir entre
vecinos malos; y debe ser má s doloroso si, como Lot aquí, se lo han
acarreado a sí mismos por mala elecció n.
                                   DIOS RENUEVA SU PROMESA A ABRAM, QUE SE VA
A HEBRÓN.        

14 Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus
ojos, y mira desde el lugar donde está s hacia el norte y el sur, y al oriente
y al occidente.
15 Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para
siempre.
16 Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede
contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada.
17 Levá ntate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la
daré.
18 Abram, pues, removiendo su tienda, vino y moró en el encinar de Mamre,
que está en Hebró n, y edificó allí altar a Jehová .
Vv. 14—18. Los mejor preparados para las visitas de la gracia divina,
son aquellos cuyos espíritus está n calmos y no alterados por la pasió n.
Dios compensará abundantemente con paz espiritual lo que perdemos
por conservar la paz con el pró jimo. Cuando nuestras relaciones se nos
alejan, Dios no.
Observe también las promesas con que Dios consoló y enriqueció ahora
a Abram. É l le aseguró dos cosas: una buena tierra y una progenie
numerosa para disfrutarla. Las perspectivas vistas por fe son má s ricas y
bellas que aquellas que vemos a nuestro alrededor. Dios le hizo caminar
por la tierra, no para pensar de establecerse en ella sino para estar
siempre sin instalarse y caminar por ella en pos de un Canaá n mejor.
É l edificó un altar como prenda de su agradecimiento a Dios. Cuando
Dios nos satisface con promesas bondadosas, espera que le obedezcamos
con alabanzas humildes. En las dificultades externas muy provechoso es
para el creyente verdadero que medite en la herencia gloriosa que el
Señ or tiene para él al final.
CAPÍTULO
14
LA BATALLA DE LOS REYES Y LOT LLEVADO PRISIONERO.

1 Aconteció en los días de Amrafel rey de Sinar, Arioc rey de Elasar,


Quedorlaomer rey de Elam, y Tidal rey de Goim,
2 que éstos hicieron guerra contra Bera rey de Sodoma, contra Birsa rey de
Gomorra, contra Sinab rey de Adma, contra Semeber rey de Zeboim, y
contra el rey de Bela, la cual es Zoar.
3 Todos éstos se juntaron en el valle de Sidim, que es el Mar Salado.
4 Doce añ os habían servido a Quedorlaomer, y en el decimotercero se
rebelaron.
5 Y en el añ o decimocuarto vino Quedorlaomer, y los reyes que estaban de su
parte, y derrotaron a los refaítas en Astarot Karnaim, a los zuzitas en
Ham, a los emitas en Save-quiriataim,
6 y a los horeos en el monte de Seir, hasta la llanura de Pará n, que está junto
al desierto.
7 Y volvieron y vinieron a En Mispat, que es Cades, y devastaron todo el país
de los amalecitas, y también al amorreo que habitaba en Hazezontamar.
8 Y salieron el rey de Sodoma, el rey de Gomorra, el rey de Adma, el rey de
Zeboim y el rey de Bela, que es Zoar, y ordenaron contra ellos batalla en el
valle de Sidim;
9 esto es, contra Quedorlaomer rey de Elam, Tidal rey de Goim, Amrafel rey
de Sinar, y Arioc rey de Elasar; cuatro reyes contra cinco.
10 Y el valle de Sidim estaba lleno de pozos de asfalto; y cuando huyeron el
rey de Sodoma y el de Gomorra, algunos cayeron allí; y los demá s huyeron
al monte.
11 Y tomaron toda la riqueza de Sodoma y de Gomorra, y todas sus
provisiones, y se fueron.
12 Tomaron también a Lot, hijo del hermano de Abram, que moraba en
Sodoma, y sus bienes, y se fueron.
Vv. 1—12. Las guerras de las naciones forman gran parte de la historia
pero no hubiésemos tenido el relato de esta guerra si Abram y Lot no
hubieran sido parte de ella. Por codicia Lot se había instalado en la fértil
pero malvada Sodoma. Sus habitantes estaban completamente maduros
para la venganza contra todos los descendientes de Canaá n. Los invasores
eran de Caldea y Persia en aquel entonces reinos pequeñ os. Tomaron a
Lot y sus bienes entre los demá s. Era justo e hijo del hermano de Abram,
sin embargo, estaba con los demá s en este problema. Ni nuestra propia
piedad ni nuestra relació n con los favoritos del cielo nos pueden dar
seguridad cuando se inicien los juicios de Dios.
Má s de un hombre honesto sufre lo peor debido a sus malos vecinos: es
sabiduría nuestra separarnos o, por lo menos, distinguirnos de ellos, 2ª
Corintios, 6: 17. Un pariente tan cercano de Abram debiera haber sido
compañ ero y discípulo de Abram. Si prefirió morar en Sodoma fue gracias
a sí mismo que participó de las pérdidas de Sodoma.
Cuando nos salimos del camino de nuestro deber, nos salimos de la
protecció n de Dios y no podemos esperar que la opció n tomada por
nuestra lujuria termine en nuestro provecho. Ellos se llevaron el
patrimonio de Lot; justo para Dios es quitarnos los deleites, por los cuales
nos vemos privados de su gozo.
ABRAM RESCATA A LOT.

13 Y vino uno de los que escaparon, y lo anunció a Abram el hebreo, que
habitaba en el encinar de Mamre el amorreo, hermano de Escol y
hermano de Aner, los cuales eran aliados de Abram.
14 Oyó Abram que su pariente estaba prisionero, y armó a sus criados, los
nacidos en su casa, trescientos dieciocho, y los siguió hasta Dan.
15 Y cayó sobre ellos de noche, él y sus siervos, y les atacó , y les fue siguiendo
hasta Hoba al norte de Damasco.
16 Y recobró todos los bienes, y también a Lot su pariente y sus bienes, y a las
mujeres y demá s gente.
Vv. 13—16. Abram aprovecha esta oportunidad para dar una prueba
real de que es verdaderamente amigo de Lot. Nosotros debemos estar
listos para socorrer a los que está n en problemas, especialmente
parientes y amistades. Aunque el pró jimo haya faltado a sus deberes para
con nosotros, aun así no debemos descuidar nuestro deber para con ellos.
Abram rescató a los cautivos. Al tener la oportunidad debemos hacer el
bien a todos.
MELQUISEDEC BENDICE A ABRAM.

17 Cuando volvía de la derrota de Quedorlaomer y de los reyes que con él


estaban, salió el rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es el Valle
del Rey.
18 Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó
pan y vino;
19 y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los
cielos y de la tierra;
20 y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le
dio Abram los diezmos de todo.
Vv. 17—20. A Melquisedec se le llama rey de Salem, que se supone es
el lugar que después se llamó Jerusalén y, generalmente, se piensa que era
simplemente un hombre. Las palabras del apó stol, Hebreos 7: 3, só lo
dicen que la historia sagrada nada menciona de sus antepasados. El
silencio de las Escrituras sobre esto es para que elevemos nuestros
pensamientos a Cristo, cuya generació n no puede ser declarada.
Pan y vino fue un buen refrigerio para los cansados seguidores de
Abram; notable es que Cristo designara los mismos elementos como
recordatorio de su cuerpo y sangre que, indudablemente, son carne y
bebida para el alma. Melquisedec bendijo a Abram de parte de Dios.
Bendijo a Dios de parte de Abram.
Nosotros tenemos que agradecer las misericordias para con el pró jimo
como por las que nosotros recibimos. Jesucristo, nuestro gran Sumo
Sacerdote, es el Mediador de nuestras oraciones y alabanzas y no só lo
eleva las nuestras sino eleva las suyas propias por nosotros. Abram le dio
el diezmo del botín, Hebreos 7: 4. Cuando hemos recibido una
misericordia grande de Dios, es muy apropiado que expresemos nuestra
gratitud por un acto especial de piadosa caridad. Jesucristo, nuestro gran
Melquisedec, está para que se le rinda homenaje y para reconocerle
humildemente como nuestro Rey y Sacerdote; debemos darle no
solamente el diezmo de todo, sino todo lo que tenemos.
ABRAM DEVUELVE EL BOTÍN.

21 Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas, y toma para
ti los bienes.
22 Y respondió Abram al rey de Sodoma: He alzado mi mano a Jehová Dios
Altísimo, creador de los cielos y de la tierra,
23 que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que
es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram;
24 excepto solamente lo que comieron los jó venes, y la parte de los varones
que fueron conmigo, Aner, Escol y Mamre, los cuales tomará n su parte.
Vv. 21—24. Observe la oferta de gratitud del rey de Sodoma a Abram:
“Dame las personas y toma para ti los bienes”. La gratitud nos enseñ a a
recompensar lo má s que podamos, a quienes han soportado fatigas, han
corrido riesgos y han gastado para nuestro servicio y provecho. Abram
rehusó generosamente esta oferta. Acompañ a su rechazo con una buena
razó n:
“Para que no digas: Yo enriquecí a Abram”, lo cual se reflejaría en la
promesa y pacto de Dios, como si el Señ or no hubiera enriquecido a
Abram sin los despojos de Sodoma. El pueblo de Dios, en aras de su
propio crédito, debe tener cuidado de hacer algo que parezca mezquino o
mercenario o que tenga resabios de codicia e interés propio. Abram
puede confiar en el Dueñ o del cielo y la tierra que le proveerá .
CAPÍTULO
15
DIOS DA ÁNIMO A ABRAM.

1 Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visió n,


diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardó n será
sobremanera grande.
V. 1. Dios aseguró a Abram la seguridad y la felicidad; que estaría
siempre a salvo. “Yo soy tu escudo”; o, Yo soy para ti un escudo, presente
contigo, que te cuido en forma muy real. La consideració n de que el
mismo Dios es y será un escudo para su pueblo, para asegurarlo de todos
los males, un escudo dispuesto para ellos y un escudo alrededor de ellos,
debiera silenciar todos los temores que atormentan y confunden.
LA PROMESA DIVINA, ABRAM ES JUSTIFICADO POR LA FE.

2 Y respondió Abram: Señ or Jehová , ¿qué me dará s, siendo así que ando sin
hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?
3 Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi
heredero un esclavo nacido en mi casa.
4 Luego vino a él palabra de Jehová , diciendo: No te heredará éste, sino un
hijo tuyo será el que te heredará .
5 Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las
puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia.
6 Y creyó a Jehová , y le fue contado por justicia.
Vv. 2—6. Aunque nunca debemos quejarnos de Dios tenemos permiso
para quejarnos a É l, y expresarle todas nuestras aflicciones. Es consolador
para un espíritu cargado presentar su caso a un amigo fiel y compasivo.
La queja de Abram es que no tenía hijo; que probablemente nunca iba a
tener uno; que la falta de un hijo era un problema tan grande para él que
le quitaba todo consuelo. Si suponemos que Abram no miraba má s que la
comodidad externa, esa queja habría estado cargada de culpa. Pero si
consideramos que Abram aquí se refería a la Simiente prometida, su
deseo era digno de encomio.
No debemos descansar satisfechos hasta que tengamos pruebas de
nuestro interés en Cristo; ¿de qué me sirve todo si voy sin Cristo? Si
continuamos insistiendo en oració n, no obstante, orando con humilde
sumisió n a la voluntad divina, no buscaremos en vano.
Dios dio a Abram la promesa expresa de un hijo. Los cristianos pueden
creer en Dios respecto de las preocupaciones corrientes de la vida, pero la
fe por la cual son justificados siempre se refiere a la persona y obra de
Cristo. Abram creyó a Dios que le prometía a Cristo; los cristianos creen
en É l como habiendo sido levantado de entre los muertos, Romanos 4: 24.
Por la fe en su sangre han obtenido el perdó n de pecados.
DIOS PROMETE CANAÁN COMO HERENCIA A ABRAM.

7 Y le dijo: Yo soy Jehová , que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a
heredar esta tierra.
8 Y él respondió : Señ or Jehová , ¿en qué conoceré que la he de heredar?
9 Y le dijo: Trá eme una becerra de tres añ os, y una cabra de tres añ os, y un
carnero de tres añ os, una tó rtola también, y un palomino.
10 Y tomó él todo esto, y los partió por la mitad, y puso cada mitad una
enfrente de la otra; mas no partió las aves.
11 Y descendían aves de rapiñ a sobre los cuerpos muertos, y Abram las
ahuyentaba.
Vv. 7—11. Dios dio la seguridad a Abram de tener la tierra de Canaá n
como herencia. Dios nunca promete má s de lo que puede cumplir, que es
lo que hacen a menudo los hombres. Abram hizo como Dios le mandó .
Partió por la mitad las bestias, conforme a la ceremonia acostumbrada
para sellar los pactos, Jeremías 34: 18, 19. Habiendo preparado todo
conforme a lo señ alado por Dios, se puso a esperar la señ al que Dios
pudiera darle.
Debemos mantenernos vigilantes ante nuestros sacrificios espirituales.
Cuando los pensamientos vanos, a la manera de aquellas aves, bajan a
atacar nuestros sacrificios, debemos espantarlos para esperar en Dios sin
distracciones.
LA PROMESA CONFIRMADA EN UNA VISIÓN.

12 Má s a la caída del sol sobrecogió el sueñ o a Abram, y he aquí que el temor
de una grande oscuridad cayó sobre él.
13 Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará
en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos añ os.
14 Mas también a la nació n a la cual servirá n, juzgaré yo; y después de esto
saldrá n con gran riqueza.
15 Y tú vendrá s a tus padres en paz, y será s sepultado en buena vejez.
16 Y en la cuarta generació n volverá n acá ; porque aú n no ha llegado a su
colmo la maldad del amorreo hasta aquí.
Vv. 12—16. Un sueñ o profundo cayó sobre Abram: con este sueñ o cayó
sobre él el horror de una gran oscuridad: un cambio sú bito. Los hijos de la
luz no siempre andan en la luz. Entonces se le anunciaron varias cosas.
1. El sufrimiento de la simiente de Abram por largo tiempo. Será n
extranjeros. Los herederos del cielo son extranjeros en la tierra. Será n
siervos; pero los cananeos sirven bajo maldició n, los hebreos sirven bajo
una bendició n. Ellos sufrirá n. Quienes son bendecidos y amados de Dios a
menudo son afligidos gravemente por los hombres perversos.
2. El juicio de los enemigos de la simiente de Abram. Aunque Dios puede
permitir que perseguidores y opresores pisoteen a su pueblo por largo
tiempo, ciertamente se las verá con ellos al fin.
3. Aquí se anuncia el gran suceso, la liberació n de la simiente de Abram de
Egipto.
4. Su feliz asentamiento en Canaá n. Ellos volverá n de nuevo a Canaá n. La
medida de pecado se llena paulatinamente. La medida de pecado de
algunas personas se llena lentamente. El conocimiento de los sucesos
futuros raramente ayuda a nuestro consuelo. Hay tantas aflicciones en las
familias má s favorecidas y en las vidas má s felices que es misericordioso
de parte de Dios ocultar lo que nos pasará a nosotros y a los nuestros.
LA PROMESA CONFIRMADA POR UNA SEÑAL.

17 Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y


una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.
18 En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia
daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río É ufrates;
19 la tierra de los ceneos, los cenezeos, los admoneos,
20 los heteos, los ferezeos, los refaítas,
21 los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos.
Vv. 17—21. El horno humeante y la antorcha encendida representan,
probablemente, las severas pruebas y la feliz liberació n de los israelitas,
con el apoyo bondadoso recibido en los tiempos difíciles. Probablemente
el horno y la antorcha, que pasaron entre los pedazos, los quemaran y
consumieran completando de este modo el sacrificio, y atestiguara que
Dios lo aceptó . Así se sugiere que los pactos de Dios con el hombre son
hechos por sacrificio, Salmo 1: 5.
Nosotros podemos saber que É l acepta nuestro sacrificio si enciende
afectos piadosos y devotos en nuestra alma. Se establecen los límites de la
tierra concedida. Se habla de varias naciones o tribus que deben ser
expulsadas para dar lugar a la simiente de Abram.
En este capítulo notamos la fe de Abram que lucha contra la
incredulidad triunfando sobre ella. No os asombréis, creyentes, si
encontrá is temporadas de tinieblas y malestar. Sin embargo, no es la
voluntad de Dios que estéis deprimidos: no temá is, pues É l será para
vosotros todo lo que fue para Abram.
CAPÍTULO
16
A PEDIDO DE SARAI, ABRAM TOMA A AGAR.

1 Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se
llamaba Agar.
2 Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te
ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y
atendió Abram al ruego de Sarai.
3 Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez añ os
que había habitado Abram en la tierra de Canaá n, y la dio por mujer a
Abram su marido.
Vv. 1—3. Sarai que ya no esperaba tener hijos propios, propuso a
Abram que tomara otra esposa, cuyos hijos ella podría adoptar: su
esclava, cuyos hijos serían propiedad de Sarai. Esto fue hecho sin pedir el
consejo del Señ or.
Obró la incredulidad, y olvidaron el poder omnipotente de Dios. Fue un
mal ejemplo y fuente de mú ltiple incomodidad. En toda relació n y
situació n de la vida hay una cruz que debemos llevar: gran parte del
ejercicio de la fe consiste en someterse pacientemente, en esperar el
tiempo del Señ or y usar solamente aquellos medios que É l designa para
remover la cruz.
Las tentaciones necias pueden tener pretensiones muy lindas y estar
pintadas con eso que luce muy plausible. La sabiduría carnal nos saca del
camino de Dios. Esto no sería así si pidiésemos el consejo de Dios por su
palabra y oració n antes de intentar aquello que es dudoso.
LA MALA CONDUCTA DE AGAR CON SARAI.

4 Y él se llegó a Agar, la cual concibió ; y cuando vio que había concebido,
miraba con desprecio a su señ ora.
5 Entonces Sarai dijo a Abram: Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por
mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú
y yo.
6 Y respondió Abram a Sarai: He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella
lo que bien te parezca. Y como Sarai la afligía, ella huyó de su presencia.
Vv. 4—6. El desdichado matrimonio de Abram con Agar logró muy
pronto hacer mucha maldad. Podemos agradecernos la culpa y pena que
nos siguen cuando nos salimos del camino de nuestro deber. Véalo en este
caso.
La gente apasionada suele pelear con el pró jimo por cosas de las cuales
ellos mismos deben llevar la culpa. Sarai había dado su doncella a Abram
pero ella grita: “Mi afrenta sea sobre ti.” Nunca se dice sabiamente aquello
que el orgullo y la ira ponen en nuestras bocas. No siempre tienen la
razó n aquellos que son má s ruidosos y osados para apelar a Dios: tal es
prisa e imprecaciones osadas hablan corrientemente de culpa y de una
mala causa.
Agar olvidó que ella misma había provocado primero al despreciar a su
señ ora. Aquellos que sufren por sus faltas deben soportarlo con paciencia,
1ª Pedro 2: 20.
EL ÁNGEL MANDA QUE AGAR REGRESE, LA PROMESA PARA ELLA Y EL
NACIMIENTO DE ISMAEL.

7 Y la halló el á ngel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto, junto
a la fuente que está en el camino de Shur.
8 Y le dijo: Agar, sierva de Sarai, ¿de dó nde vienes tú , y a dó nde vas? Y ella
respondió : Huyo de delante de Sarai mi señ ora.
9 Y le dijo el á ngel de Jehová : Vuélvete a tu señ ora, y ponte sumisa bajo su
mano.
10 Le dijo también el á ngel de Jehová : Multiplicaré tanto tu descendencia, que
no podrá ser contada a causa de la multitud.
11 Ademá s le dijo el á ngel de Jehová : He aquí que has concebido, y dará s a luz
un hijo, y llamará s su nombre Ismael, porque Jehová ha oído tu aflicció n.
12 Y él será hombre fiero; su mano será contra todos, y la mano de todos
contra él, y delante de todos sus hermanos habitará .
13 Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios
que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve?
14 Por lo cual llamó al pozo: Pozo del Viviente-que-me-ve. He aquí está entre
Cades y Bered.
15 Y Agar dio a luz un hijo a Abram, y llamó Abram el nombre del hijo que le
dio Agar, Ismael.
16 Era Abram de edad de ochenta y seis añ os, cuando Agar dio a luz a Ismael.
Vv. 7—16. Agar estaba fuera de su lugar y fuera del camino de su deber
y seguía descarriá ndose má s cuando el Á ngel la halló . Gran misericordia
es ser detenido en un camino pecador, sea por la conciencia o por la
providencia. ¿De dó nde vienes tú ? Considera que está huyendo del deber
y de los privilegios con que eras bendecida en la tienda de Abram. Bueno
es vivir en una familia religiosa, cosa que debieran considerar aquellos
que tienen esta ventaja.
¿A dó nde irá ? Está corriendo al pecado; si Agar regresa a Egipto,
volverá a los ídolos endiosados y al peligro del desierto por el cual debe
viajar. Recordar quienes somos a menudo nos enseñ a nuestro deber.
Inquirir de dó nde venimos debiera mostrarnos nuestro pecado y
necedad. Considerar donde iremos, descubre nuestro peligro y desgracia.
Aquellos que dejan sus lugares y deberes, deben apresurar su regreso por
mortificante que sea.
La declaració n del Á ngel, “Yo quiero”, señ ala que este Á ngel era la
Palabra eterna e Hijo de Dios. Agar no pudo sino admirar la misericordia
del Señ or y sentir, ¿he sido yo, que soy tan indigna, favorecida con una
bondadosa visita del Señ or?
Ella fue llevada a un mejor temperamento, regresó y con su conducta
ablandó a Sarai y recibió un trato má s amable. ¡Que nosotros seamos
siempre impresionados apropiadamente con este pensamiento: ¡Dios, Tú
me ves!
CAPÍTULO
17
DIOS RENUEVA EL PACTO CON ABRAM.

1 Era Abram de edad de noventa y nueve añ os, cuando le apareció Jehová y le


dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto.
2 Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera.
3 Entonces Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo:
4 He aquí mi pacto es contigo, y será s padre de muchedumbre de gentes.
5 Y no se llamará má s tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham,
porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes.
6 Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrá n de ti.
Vv. 1—6. El pacto era para que se cumpliese en el momento oportuno.
La Simiente prometida era Cristo y los cristianos en É l. Todos los que son
de la fe son bendecidos en el creyente Abram, siendo partícipes de las
mismas bendiciones del pacto. Como prenda de este pacto su nombre es
cambiado de Abram, “padre excelso” a Abraham: “padre de una multitud”.
Todo lo que disfruta el mundo cristiano, se lo debe a Abraham y su
Simiente.
INSTITUCIÓN DE LA CIRCUNCISIÓN.

7 Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus


generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu
descendencia después de ti.
8 Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda
la tierra de Canaá n en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos.
9 Dijo de nuevo Dios a Abraham: En cuanto a ti, guardará s mi pacto, tú y tu
descendencia después de ti por sus generaciones.
10 É ste es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia
después de ti: Será circuncidado todo varó n de entre vosotros.
11 Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señ al del
pacto entre mí y vosotros.
12 Y de edad de ocho días será circuncidado todo varó n entre vosotros por
vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a
cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje.
13 Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y
estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo.
14 Y el varó n incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su
prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto.
Vv. 7—14. El pacto de gracia es desde la eternidad en sus consejos, y
hasta la eternidad en sus consecuencias. La señ al del pacto era la
circuncisió n. Aquí se dice cuá l es el pacto que Abraham y su simiente
deben guardar. Los que quieren tener al Señ or como su Dios, deben
resolverse a ser un pueblo para É l. No só lo Abraham e Isaac y su
posteridad por Isaac, iban a ser circuncidados, sino también Ismael y los
esclavos. Se sella la de la tierra de Canaá n no só lo para la posteridad de
Isaac, sino la del cielo por medio de Cristo para toda la iglesia de Dios.
La señ al exterior es para la iglesia visible; el sello interior del Espíritu
es en particular para quienes Dios sabe que son creyentes y solo É l puede
conocerlos. La observancia religiosa de esta institució n era requerida so
pena de un castigo severo. Peligroso es tomar a la ligera las instituciones
divinas y vivir descuidá ndolas. El pacto en cuestió n era uno que
comprendía grandes bendiciones para el mundo de todas las épocas
futuras.
Hasta la bendició n del mismo Abraham y todas las recompensas
conferidas a él, eran por amor a Cristo. Abraham fue justificado, como
hemos visto, no por su propia justicia sino por fe en el Mesías prometido.
CAMBIO DEL NOMBRE DE SARAI Y ISAAC ES PROMETIDO.

15 Dijo también Dios a Abraham: A Sarai tu mujer no la llamará s Sarai, mas


Sara será su nombre.
16 Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a
ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrá n de ella.
17 Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y se rió , y dijo en su corazó n:
¿A hombre de cien añ os ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa añ os, ha
de concebir?
18 Y dijo Abraham a Dios: Ojalá Ismael viva delante de ti.
19 Respondió Dios: Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y
llamará s su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto
perpetuo para sus descendientes después de él.
20 Y en cuanto a Ismael, también te he oído; he aquí que le bendeciré, y le
haré fructificar y multiplicar mucho en gran manera; doce príncipes
engendrará , y haré de él una gran nació n.
21 Má s yo estableceré mi pacto con Isaac, el que Sara te dará a luz por este
tiempo el añ o que viene.
22 Y acabó de hablar con él, y subió Dios de estar con Abraham.
Vv. 15—22. Aquí se hace a Abraham la promesa de un hijo con Sarai,
en el cual se cumpliría la promesa hecha. La prenda de esta promesa fue
el cambio del nombre de Sarai a Sara. Sarai significa mi princesa, como si
su honor estuviera limitado a una sola familia; Sara significa una princesa.
Mientras má s favores Dios nos otorgue, má s debemos rebajarnos a
nuestros propios ojos. Abraham demostró gran gozo; se rió , era una risa
de alegría, no de desconfianza. Ahora era que Abraham se gozó que habría
de ver el día de Cristo; ahora lo vio y se gozó , Juan 8: 56. Temiendo que
Ismael fuera abandonado y dejado de Dios, Abraham hizo una petició n a
su favor.
Dios nos da permiso para que cuando oramos seamos específicos en
nuestras peticiones. Cualesquiera sean nuestras preocupaciones y
temores, deben ser expuestos ante Dios en oració n.
Los padres tienen el deber de orar por sus hijos, y lo má s grande que
debiéramos desear es que ellos sean guardados en su pacto, y que puedan
tener la gracia de andar con él en justicia. A Ismael se le garantizan las
bendiciones comunes. Los hijos de padres piadosos nacidos en la carne
suelen recibir buenas cosas exteriores, por amor a sus padres. Las
bendiciones del pacto está n reservadas para Isaac y él toma posesió n de
ellas.
CIRCUNCISIÓN DE ABRAHAM Y SU FAMILIA.

23 Entonces tomó Abraham a Ismael su hijo, y a todos los siervos nacidos en


su casa, y a todos los comprados por su dinero, a todo varó n entre los
domésticos de la casa de Abraham, y circuncidó la carne del prepucio de
ellos en aquel mismo día, como Dios le había dicho.
24 Era Abraham de edad de noventa y nueve añ os cuando circuncidó la carne
de su prepucio.
25 E Ismael su hijo era de trece añ os, cuando fue circuncidada la carne de su
prepucio.
26 En el mismo día fueron circuncidados Abraham e Ismael su hijo.
27 Y todos los varones de su casa, el siervo nacido en casa, y el comprado del
extranjero por dinero, fueron circuncidados con él.
Vv. 23—27. Abraham y toda su familia fueron circuncidados
recibiendo así la señ al del pacto y se distinguieron de otras familias que
no tenían arte ni parte en el asunto. Fue obediencia implícita; él hizo
como Dios le mandó sin preguntar por qué ni para qué. Lo hizo porque
Dios se lo ordenó . Fue obediencia pronta; en el mismo día. La obediencia
sincera no demora. No só lo las doctrinas de la revelació n sino los sellos
del pacto de Dios nos recuerdan que somos pecadores culpables
corruptos.
Nos muestran la necesidad de la sangre de la expiació n; apuntan al
Salvador prometido y nos enseñ an a ejercer la fe en él. Nos muestran que
sin la regeneració n, la santificació n por su Espíritu y la mortificació n de
nuestras inclinaciones carnales y corruptas, no podemos estar en el pacto
con Dios. Pero recordemos que la circuncisió n verdadera es la del
corazó n, por el Espíritu, Romanos 2: 28, 29. Bajo ambas dispensaciones, la
antigua y la nueva, muchos han hecho la profesió n exterior y han recibido
el sello sin haber sido sellados nunca por el Espíritu Santo de la promesa.
CAPÍTULO
18
EL SEÑOR LE APARECE A ABRAHAM.

1 Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre, estando él sentado a la


puerta de su tienda en el calor del día.
2 Y alzó sus ojos y miró , y he aquí tres varones que estaban junto a él; y
cuando los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se
postró en tierra,
3 y dijo: Señ or, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de
tu siervo.
4 Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos
debajo de un á rbol,
5 y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazó n, y después pasaréis;
pues por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. Y ellos dijeron: Haz
así como has dicho.
6 Entonces Abraham fue de prisa a la tienda a Sara, y le dijo: Toma pronto
tres medidas de flor de harina, y amasa y haz panes cocidos debajo del
rescoldo.
7 Y corrió Abraham a las vacas, y tomó un becerro tierno y bueno, y lo dio al
criado, y éste se dio prisa a prepararlo.
8 Tomó también mantequilla y leche, y el becerro que había preparado, y lo
puso delante de ellos; y él se estuvo con ellos debajo del á rbol, y
comieron.
Vv. 1—8. Abraham estaba esperando atender a cualquier viajero
cansado pues no había posadas como las hay entre nosotros. Mientras
Abraham estaba sentado en esa actitud, vio venir a tres hombres. Eran
tres seres celestiales en cuerpos humanos. Algunos piensan que todos
eran á ngeles creados; otros, que uno de ellos era el Hijo de Dios, el Á ngel
del pacto. Lavar los pies es costumbre en aquellos climas cá lidos donde
só lo se usan sandalias.
No debemos olvidar la hospitalidad pues, por ella, sin darnos cuenta
podemos atender á ngeles, Hebreos 13: 2; má s aun, al mismo Señ or de los
á ngeles; como siempre hacemos cuando por amor a É l hospedamos al
menor de sus hermanos. Los modales alegres y amables al mostrar
bondad, son adornos grandiosos de la piedad.
Aunque nuestro condescendiente Señ or no nos hace visitas personales,
sin embargo, por su Espíritu, está a la puerta y llama; cuando nos
inclinamos a abrir, É l se digna entrar; y por sus consuelos bondadosos da
una rica fiesta de la cual participamos con É l, Apocalipsis 3: 20.
REPRENSIÓN DE LA INCREDULIDAD DE SARA.

9 Y le dijeron: ¿Dó nde está Sara tu mujer? Y él respondió : Aquí en la tienda.
10 Entonces dijo: De cierto volveré a ti; y segú n el tiempo de la vida, he aquí
que Sara tu mujer tendrá un hijo. Y Sara escuchaba a la puerta de la
tienda, que estaba detrá s de él.
11 Y Abraham y Sara eran viejos, de edad avanzada; y a Sara le había cesado
ya la costumbre de las mujeres.
12 Se rió , pues, Sara entre sí, diciendo: ¿Después que he envejecido tendré
deleite, siendo también mi señ or ya viejo?
13 Entonces Jehová dijo a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara diciendo: ¿Será
cierto que he de dar a luz siendo ya vieja?
14 ¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señ alado volveré a ti, y segú n
el tiempo de la vida, Sara tendrá un hijo.
15 Entonces Sara negó , diciendo: No me reí; porque tuvo miedo. Y él dijo: No
es así, sino que te has reído.
Vv. 9—15. “¿Dó nde está Sara, tu mujer?” se le preguntó . Fíjese en la
respuesta: “Aquí en la tienda”. A mano, en su lugar adecuado, ocupada en
sus quehaceres domésticos. Nada se consigue con la ociosidad. Aquellos
que má s probablemente reciban consuelo de Dios y sus promesas son los
que está n en su lugar apropiado y atendiendo sus deberes, Lucas 2: 8.
Nosotros somos de lento corazó n para creer y necesitamos línea sobre
línea para lograrlo. Las bendiciones que los demá s tienen de parte de la
providencia comú n, los creyentes lo tienen de la promesa divina, que los
hace muy dulces y muy seguros.
La simiente espiritual de Abraham debe su vida, y gozo, y esperanza y
todo a la promesa. Sara piensa que esto es una noticia demasiado buena
para ser verdad; se ríe y, por tanto, no puede aú n hacerse a la idea para
creerla. Sara rió . Nosotros podemos no pensar que haya habido diferencia
entre la risa de Sara y la de Abraham, capítulo 27: 17.
Pero Aquel que escudriñ a el corazó n vio que una surgía de la
incredulidad y la otra, de la fe. Sara negó haberse reído. Un pecado suele
llevar a otro y es probable que no mantengamos estrictamente la verdad
cuando cuestionamos la verdad divina. Sin embargo, el Señ or reprende,
acusa, acalla y lleva al arrepentimiento a quienes ama cuando pecan ante
él.
DIOS REVELA A ABRAHAM LA DESTRUCCIÓN DE SODOMA.

16 Y los varones se levantaron de allí, y miraron hacia Sodoma; y Abraham


iba con ellos acompañ á ndolos.
17 Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer,
18 habiendo de ser Abraham una nació n grande y fuerte, y habiendo de ser
benditas en él todas las naciones de la tierra?
19 Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que
guarden el camino de Jehová , haciendo justicia y juicio, para que haga
venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él.
20 Entonces Jehová le dijo: Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se
aumenta má s y má s, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo,
21 descenderé ahora, y veré si han consumado su obra segú n el clamor que
ha venido hasta mí; y si no, lo sabré.
22 Y se apartaron de allí los varones, y fueron hacia Sodoma; pero Abraham
estaba aú n delante de Jehová .
Vv. 16—22. Los dos que se supone eran á ngeles creados siguieron a
Sodoma. Aquel que es llamado Jehová en todo el capítulo, siguió con
Abraham y no ocultó lo que se proponía hacer. Aunque Dios soporta
mucho a los pecadores, por lo cual imaginan que el Señ or no ve y que no
le importa, cuando venga el día de su ira, É l los mirará . El Señ or dará a
Abraham una oportunidad para interceder ante É l y le muestra la razó n
de su conducta. Considérese, como parte muy brillante del cará cter y
ejemplo de Abraham, que él no só lo oraba con su familia sino que ponía
mucho cuidado en enseñ arlos y dirigirlos bien.
Quienes esperan bendiciones familiares deben tomar conciencia del
deber familiar. Abraham no les llenó la cabeza con asuntos de dudoso
debate; les enseñ ó a ser serios y devotos para adorar a Dios y a ser
honestos en sus tratos con todos los hombres. ¡Cuá n pocas son las
personas a las que tal cará cter se da en nuestra época! ¡Cuá n poco
cuidado ponen los jefes de familia en fundamentar en los principios de la
religió n a los que está n a su cuidado! ¿Vigilamos de día de reposo en día
de reposo si adelantan o retroceden?
LA INTERCESIÓN DE ABRAHAM POR SODOMA.

23 Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirá s también al justo con el impío?


24 Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirá s también y no
perdonará s al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de
él?
25 Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el
justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no
ha de hacer lo que es justo?
26 Entonces respondió Jehová : Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro
de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos.
27 Y Abraham replicó y dijo: He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi
Señ or, aunque soy polvo y ceniza.
28 Quizá faltará n de cincuenta justos cinco; ¿destruirá s por aquellos cinco
toda la ciudad? Y dijo: No la destruiré, si hallare allí cuarenta y cinco.
29 Y volvió a hablarle, y dijo: Quizá se hallará n allí cuarenta. Y respondió : No
lo haré por amor a los cuarenta.
30 Y dijo: No se enoje ahora mi Señ or, si hablare: quizá se hallará n allí treinta.
Y respondió : No lo haré si hallare allí treinta.
31 Y dijo: He aquí ahora que he emprendido el hablar a mi Señ or: quizá se
hallará n allí veinte. No la destruiré, respondió , por amor a los veinte.
32 Y volvió a decir: No se enoje ahora mi Señ or, si hablare solamente una vez:
quizá se hallará n allí diez. No la destruiré, respondió , por amor a los diez.
33 Y Jehová se fue, luego que acabó de hablar a Abraham; y Abraham volvió a
su lugar.
Vv. 23—33. He aquí la primera oració n solemne registrada en la Biblia;
es una oració n para salvar a Sodoma. Abraham oró fervorosamente que
Sodoma fuera salvada si tan só lo se encontraban en ella a unos pocos
justos. Venid y aprended de Abraham cuá nta compasió n debemos sentir
por los pecadores y cuá n fervientemente debemos orar por ellos. Aquí
vemos que la oració n eficaz del justo puede mucho. Sin duda que
Abraham fracasó en sus pedidos por todo el lugar pero Lot fue
milagrosamente librado.
Entonces, animaos a esperar, por medio de la oració n fervorosa, de la
bendició n de Dios para vuestra familia, vuestras amistades, vuestro
vecindario. Con tal fin no só lo debéis orar sino vivir como Abraham. É l
sabía que el Juez de toda la tierra haría lo justo.
No pide que se salve al malo por sí mismo ni porque sea cruel
destruirlo, sino por amor del justo que pudiera hallarse entre ellos.
Solamente la justicia puede ser argumento ante Dios. ¿Entonces, có mo
intercedió Cristo por los transgresores? No culpando la ley divina ni por
alegar la extenuació n o excusar la culpa humana sino ofreciendo SU
PROPIA OBEDIENCIA hasta la muerte.
CAPÍTULO
19
DESTRUCCIÓN DE SODOMA Y LIBERACIÓN DE LOT.

1 Llegaron, pues, los dos á ngeles a Sodoma a la caída de la tarde; y Lot estaba
sentado a la puerta de Sodoma. Y viéndolos Lot, se levantó a recibirlos, y
se inclinó hacia el suelo,
2 y dijo: Ahora, mis señ ores, os ruego que vengá is a casa de vuestro siervo y
os hospedéis, y lavaréis vuestros pies; y por la mañ ana os levantaréis, y
seguiréis vuestro camino. Y ellos respondieron: No, que en la calle nos
quedaremos esta noche.
3 Má s él porfió con ellos mucho, y fueron con él, y entraron en su casa; y les
hizo banquete, y coció panes sin levadura, y comieron.
4 Pero antes que se acostasen, rodearon la casa los hombres de la ciudad, los
varones de Sodoma, todo el pueblo junto, desde el má s joven hasta el má s
viejo.
5 Y llamaron a Lot, y le dijeron: ¿Dó nde está n los varones que vinieron a ti
esta noche? Sá calos, para que los conozcamos.
6 Entonces Lot salió a ellos a la puerta, y cerró la puerta tras sí,
7 y dijo: Os ruego, hermanos míos, que no hagá is tal maldad.
8 He aquí ahora yo tengo dos hijas que no han conocido varó n; os las sacaré
fuera, y haced de ellas como bien os pareciere; solamente que a estos
varones no hagá is nada, pues que vinieron a la sombra de mi tejado.
9 Y ellos respondieron: Quita allá ; y añ adieron: Vino este extrañ o para habitar
entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez? Ahora te haremos má s mal
que a ellos. Y hacían gran violencia al varó n, a Lot, y se acercaron para
romper la puerta.
10 Entonces los varones alargaron la mano, y metieron a Lot en casa con
ellos, y cerraron la puerta.
11 Y a los hombres que estaban a la puerta de la casa hirieron con ceguera
desde el menor hasta el mayor, de manera que se fatigaban buscando la
puerta.
12 Y dijeron los varones a Lot: ¿Tienes aquí alguno má s? Yernos, y tus hijos y
tus hijas, y todo lo que tienes en la ciudad, sá calo de este lugar;
13 porque vamos a destruir este lugar, por cuanto el clamor contra ellos ha
subido de punto delante de Jehová ; por tanto, Jehová nos ha enviado para
destruirlo.
14 Entonces salió Lot y habló a sus yernos, los que habían de tomar sus hijas,
y les dijo: Levantaos, salid de este lugar; porque Jehová va a destruir esta
ciudad. Mas pareció a sus yernos como que se burlaba.
15 Y al rayar el alba, los á ngeles daban prisa a Lot, diciendo: Levá ntate, toma
tu mujer, y tus dos hijas que se hallan aquí, para que no perezcas en el
castigo de la ciudad.
16 Y deteniéndose él, los varones asieron de su mano, y de la mano de su
mujer y de las manos de sus dos hijas, segú n la misericordia de Jehová
para con él; y lo sacaron y lo pusieron fuera de la ciudad.
17 Y cuando los hubieron llevado fuera, dijeron: Escapa por tu vida; no mires
tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas.
18 Pero Lot les dijo: No, yo os ruego, señ ores míos.
19 He aquí ahora ha hallado vuestro siervo gracia en vuestros ojos, y habéis
engrandecido vuestra misericordia que habéis hecho conmigo dá ndome
la vida; mas yo no podré escapar al monte, no sea que me alcance el mal, y
muera.
20 He aquí ahora esta ciudad está cerca para huir allá , la cual es pequeñ a;
dejadme escapar ahora allá (¿no es ella pequeñ a?), y salvaré mi vida.
21 Y le respondió : He aquí he recibido también tu sú plica sobre esto, y no
destruiré la ciudad de que has hablado.
22 Date prisa, escá pate allá ; porque nada podré hacer hasta que hayas
llegado allí. Por eso fue llamado el nombre de la ciudad, Zoar.
23 El sol salía sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar.
24 Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego
de parte de Jehová desde los cielos;
25 y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores
de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra.
26 Entonces la mujer de Lot miró atrá s, a espaldas de él, y se volvió estatua
de sal.
27 Y subió Abraham por la mañ ana al lugar donde había estado delante de
Jehová .
28 Y miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura
miró ; y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno.
29 Así, cuando destruyó Dios las ciudades de la llanura, Dios se acordó de
Abraham, y envió fuera a Lot de en medio de la destrucció n, al asolar las
ciudades donde Lot estaba.
Vv. 1—29. Lot era bueno pero no había nadie má s del mismo cará cter
en la ciudad. Toda la gente de Sodoma era muy mala y vil. Por tanto, se
tomó el cuidado de salvar a Lot y su familia. Lot se demoró , actuó
frívolamente. Así pues, muchos que está n convictos de su estado
espiritual y de la necesidad de un cambio, difieren esa obra necesaria.
La salvació n de los hombres má s justos es de la misericordia de Dios,
no por sus propios méritos. Somos salvados por gracia. El poder de Dios
debe también reconocerse al sacar almas de un estado de pecado. Si Dios
no hubiera sido misericordioso con nosotros, nuestra demora hubiera
sido nuestra ruina. Lot debe correr por su vida. É l no debe anhelar
Sodoma.
Se dan ó rdenes como estas a quienes, por medio de la gracia, son
librados de un estado y condició n de pecado. No volvá is al pecado ni a
Sataná s. No descanséis en el yo ni en el mundo. Acudid a Cristo y al cielo,
pues eso es escapar a la montañ a, no debiendo deteneros antes de llegar.
En cuanto a esta destrucció n, obsérvese que es una revelació n de la ira de
Dios contra el pecado y los pecadores de todas las edades. Aprendamos de
aquí lo malo de pecar y su naturaleza dañ ina; conduce a la ruina.
PECADO Y DESGRACIA DE LOT.

30 Pero Lot subió de Zoar y moró en el monte, y sus dos hijas con él; porque
tuvo miedo de quedarse en Zoar, y habitó en una cueva él y sus dos hijas.
31 Entonces la mayor dijo a la menor: Nuestro padre es viejo, y no queda
varó n en la tierra que entre a nosotras conforme a la costumbre de toda la
tierra.
32 Ven, demos a beber vino a nuestro padre, y durmamos con él, y
conservaremos de nuestro padre descendencia.
33 Y dieron a beber vino a su padre aquella noche, y entró la mayor, y durmió
con su padre; mas él no sintió cuá ndo se acostó ella, ni cuá ndo se levantó .
34 El día siguiente, dijo la mayor a la menor: He aquí, yo dormí la noche
pasada con mi padre; démosle a beber vino también esta noche, y entra y
duerme con él, para que conservemos de nuestro padre descendencia.
35 Y dieron a beber vino a su padre también aquella noche, y se levantó la
menor, y durmió con él; pero él no echó de ver cuá ndo se acostó ella, ni
cuá ndo se levantó .
36 Y las dos hijas de Lot concibieron de su padre.
37 Y dio a luz la mayor un hijo, y llamó su nombre Moab, el cual es padre de
los moabitas hasta hoy.
38 La menor también dio a luz un hijo, y llamó su nombre Ben-ammi, el cual
es padre de los amonitas hasta hoy.
Vv. 30—38. Véase el peligro de la seguridad. Lot, que se mantuvo casto
en Sodoma, que se lamentaba de la maldad del lugar, y era un testigo
contra ella, cuando está solo en la montañ a y, segú n creía, fuera de la
tentació n, es vencido vergonzosamente. Aquel que piensa que está alto y
firme, cuídese que no caiga. Véase el peligro de la embriaguez; no
solamente es un gran pecado en sí misma, sino que lleva a muchos
pecados, los cuales producen heridas y deshonra perdurables. Muchos
hombres cuando está n ebrios hacen aquello que, cuando está n sobrios, no
podrían pensar sin horrorizarse.
También véanse el peligro de la tentació n, aun de parte de parientes y
amistades, a quienes amamos y estimamos, y esperamos bondad de parte
de ellos. Debemos temer una trampa, donde estemos y siempre estar en
guardia. No puede haber excusas para las hijas ni para Lot.
Difícilmente puede darse razó n del asunto, salvo esta: el corazó n es
engañ oso má s que todas las cosas y perverso: ¿quién lo conoce? Por el
silencio de las Escrituras sobre Lot de ahí en adelante, apréndase que la
ebriedad, así como hacer olvidadizos a los hombres, también hace que
sean olvidados.
1. LA SANTIDAD DE DIOS

La primera oració n que aprendí siendo un niñ o fue la sencilla oració n


de agradecimiento frente a los alimentos: "Dios es grande; Dios es bueno.
Y le agradecemos estos alimentos". Supongo que esta oració n debería de
rimar. Al menos, rimaba cuando la retaba mi abuela que pronunciaba
Joozí ("alimentos") de manera tal que rimara con good ("bueno").
Estas dos virtudes asignadas a Dios en esta oració n, la grandeza y la
bondad, está n comprendidas en una sola palabra bíblica, la santidad.
Cuando hablamos de la santidad de Dios, estamos muy acostumbrados a
asociarla casi exclusivamente con la pureza y la justicia de Dios. Sin duda
que la idea de santidad contiene dichas virtudes, pero no constituyen el
significado principal de la santidad.
La palabra bíblica santo tiene dos significados distintos. El significado
principal es "lo apartado" o "lo otro". Cuando decimos que Dios es santo,
estamos llamando la atenció n a la profunda diferencia que existe entre É l
y todas las demá s criaturas. Se refiere a la majestad trascendente de Dios,
a su augusta superioridad, en virtud de la cual É l es digno de todo nuestro
honor, nuestra reverencia, nuestra adoració n y nuestra alabanza. É l es
"otro", o es distinto a nosotros en su gloria. Cuando la Biblia habla de
objetos santos, o de un pueblo santo, o de un tiempo santo, se refiere a
objetos que han sido apartados, consagrados o hechos diferentes por la
mano de Dios. El suelo que pisaba Moisés frente a la zarza que ardía era
suelo santo porque Dios estaba allí, presente de una manera muy especial.
Era la cercanía de lo divino que convertía a lo ordinario sú bitamente en
algo extraordinario, y a lo cotidiano en algo fuera de lo comú n.
El segundo significado de santo se refiere a las acciones puras y justas
de Dios. Dios hace lo que está bien. Nunca hace algo que esté mal. Dios
siempre actú a de manera justa porque su naturaleza es santa. Podemos
entonces diferenciar la justicia interna de Dios (su naturaleza santa) de la
justicia externa de Dios (sus acciones).
Como Dios es santo, es grande y bueno al mismo tiempo. No hay
maldad entremezclada con su bondad. Cuando somos llama dos a ser
santos, no significa que hemos de compartir la majestad divina de Dios,
sino que hemos de apartarnos de nuestra pecaminosidad normal como
caídos. Hemos sido llamadas a reflejar el cará cter moral y la actividad de
Dios. Hemos de juntar su bondad.
2. LA JUSTICIA DE DIOS

La justicia es una palabra que escuchamos decir todos los días. La


usamos en nuestras relaciones personales, en el trato social, con respecto
a la legislació n, y en ocasió n de los veredictos de un tribunal. Pero aunque
se trata de una palabra tan frecuentemente utilizada, ha confundido a los
filó sofos que buscan definirla con exactitud.
Muchas veces relacionamos y equiparamos la justicia con lo que se ha
ganado o se merece. Hablamos de personas que reciben su justa
retribució n en términos de recompensas o castigos. Pero las recompensas
no siempre son otorgadas en base al mérito.
Supongamos que realizamos un concurso de belleza y declaramos que
se otorgará un premio a la persona considerada la má s bella, Si la
"belleza" recibe el premio, no será porque hay algo meritorio en ser bella.
En realidad, se hará justicia cuando se le otorgue el premio al participante
má s bello. Si los jueces votan por alguien a quien no consideran la
persona má s bella (ya sea por razones políticas, o porque fueron
sobornados) entonces el resultado de! concurso será injusto,
Por este tipo de razones es que Aristó teles definió la justicia
corno "el dar a una persona su merecido". Lo "merecido" puede estar
determinado por obligaciones éticas o por algú n acuerdo previo. Si una
persona es castigada con mayor severidad que la requerida por su
crimen, el castigo es injusto. Si una persona recibe una recompensa
menor a la que es acreedor, entonces la recompensa no ha sido justa.
¿Có mo se relaciona entonces la misericordia con la justicia? La
misericordia y la justicia son obviamente dos cosas distintas, aunque a
veces se las confunda. La misericordia ocurre cuando a quienes actuaron
mal se les da un castigo menor al merecido o una recompensa mayor a la
que se han ganado.
Dios templa su justicia con misericordia. Su gracia es esencialmente un
tipo de misericordia. Dios es misericordioso hacia nosotros cuando no
nos castiga como nos correspondería y cuando recompensa nuestra
obediencia aun teniendo en cuenta que le debernos obediencia y que por
lo tanto no mereceríamos ninguna recompensa. Dios siempre tiene la
voluntad de ejercer su misericordia.
No está obligado a ser misericordioso. Se reserva el derecho a ejercer
su gracia de acuerdo con su voluntad. Por eso le dice a Moisés: "Tendré
misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo
me compadezca" (Romanos 9:15).
Las personas suelen quejarse de que Dios no es justo porque no
distribuye su gracia o su misericordia a todos por igual. Nos quejamos de
que si Dios perdona a alguien está entonces obligado a perdonar a todos.
Sin embargo, vemos claramente en la Escritura que Dios no trata a
todos del mismo modo. Dios se reveló a Abraham de un modo como no lo
hizo con los otros paganos en el mundo antiguo.
En su gracia se le apareció a Pablo en el camino como no se le apareció
a Judas Iscariote. Pablo recibió la gracia de Dios; Judas Iscariote recibió su
justicia. La misericordia y la gracia no son formas de justicia, pero no son
actos de injusticia. Si el castigo de Judas hubiese sido má s severo que el
que merecía, entonces habría tenido motivos para quejarse. Pablo recibió
la gracia, pero esto no significa que Judas tenga también derecho a recibir
la gracia. Si la gracia debe ser exigida a Dios, si Dios está obligado a
manifestar su gracia, entonces no estamos hablando de la gracia sino de la
justicia.
Bíblicamente, la justicia se define en términos de rectitud. Cuando Dios
es justo, está actuando con rectitud. Abraham le preguntó a Dios una
pregunta retó rica que tiene una sola respuesta obvia: "El Juez de toda la
tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" (Génesis 18:25). De la misma
manera, el apó stol Pablo hizo la misma pregunta retó rica: "¿Qué pues
diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera" (Romanos
9:14).
RESUMEN
1. La justicia consiste en dar lo que se merece.
2. La justicia bíblica está relacionada con la rectitud, con actuar con
justicia.
3. La injusticia cae fuera de la categoría de justicia y es una violació n a la
justicia. La misericordia también cae fuera de la categoría de justicia pero
no es una violació n a la justicia.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Génesis 18:25, É xodo 34:6-7, Nehemías 9:32-33, Salmo 145:17,
Romanos 9:14-33
CAPÍTULO
20
ABRAHAM EN GERAR Y SARA TOMADA POR ABIMELEC.

1 De allí partió Abraham a la tierra del Neguev, y acampó entre Cades y Shur,
y habitó como forastero en Gerar.
2 Y dijo Abraham de Sara su mujer: Es mi hermana. Y Abimelec rey de Gerar
envió y tomó a Sara.
3 Pero Dios vino a Abimelec en sueñ os de noche, y le dijo: He aquí, muerto
eres, a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido.
4 Má s Abimelec no se había llegado a ella, y dijo: Señ or, ¿matará s también al
inocente?
5 ¿No me dijo él: Mi hermana es; y ella también dijo: Es mi hermano? con
sencillez de mi corazó n y con limpieza de mis manos he hecho esto.
6 Y le dijo Dios en sueñ os: Yo también sé que con integridad de tu corazó n
has hecho esto; y yo también te detuve de pecar contra mí, y así no te
permití que la tocases.
7 Ahora, pues, devuelve la mujer a su marido; porque es profeta, y orará por
ti, y vivirá s. Y si no la devolvieres, sabe que de cierto morirá s tú , y todos
los tuyos.
8 Entonces Abimelec se levantó de mañ ana y llamó a todos sus siervos, y dijo
todas estas palabras en los oídos de ellos; y temieron los hombres en gran
manera.
Vv. 1—8. Las políticas torcidas no prosperará n: nos ponen en peligro a
nosotros y a los demá s.
Dios da aviso a Abimelec de su peligro de pecar, y del peligro de muerte
por su pecado. Todo pecador voluntario es un hombre muerto, pero
Abimelec alega ignorancia. Si nuestra conciencia atestigua que, por haber
sido de alguna manera engañ ados con una trampa, no hemos pecado a
sabiendas contra Dios, será nuestro regocijo en el día malo. Es consolador
para quienes son honestos que Dios conozca su honestidad y la
reconozca.
Es gran misericordia que se nos impida cometer pecado; Dios debe
llevar la gloria en esto. Pero si hemos hecho mal por ignorancia, eso no
nos excusará si persistimos en ello a sabiendas. El que hace mal, sea quien
fuere, príncipe o campesino, ciertamente recibirá su paga por el mal que
ha hecho, a menos que se arrepienta y, en lo posible, haga restitució n.
LA REPRIMENDA DE ABIMELEC A ABRAHAM.

9 Después llamó Abimelec a Abraham, y le dijo: ¿Qué nos has hecho? ¿En qué
pequé yo contra ti, que has atraído sobre mí y sobre mi reino tan grande
pecado? Lo que no debiste hacer has hecho conmigo.
10 Dijo también Abimelec a Abraham: ¿Qué pensabas, para que hicieses esto?
11 Y Abraham respondió : Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de
Dios en este lugar, y me matará n por causa de mi mujer.
12 Y a la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, má s no hija de mi
madre, y la tomé por mujer.
13 Y cuando Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre, yo le dije: É sta
es la merced que tú hará s conmigo, que en todos los lugares adonde
lleguemos, digas de mí: Mi hermano es.
Vv. 9—13. Véase en esto mucha culpa, aun en el padre de los fieles.
Note su desconfianza de Dios, el indebido temor por su vida, su intento de
engañ ar. É l también puso tentació n en el camino de los demá s,
causá ndoles aflicció n, exponiéndose él mismo y a Sara a las justas
reprimendas, y sin embargo, intentó excusarse. Estas cosas quedaron
escritas para nuestra advertencia, no para que las imitemos. Hasta
Abraham no tiene de qué gloriarse.
É l no puede justificarse por sus obras, sino que debe estar agradecido
por la justificació n, a esa justicia que está sobre todos y que es para todos
los que creen. No debemos condenar por hipó critas a todos los que caen
en pecado si no continú an en él. Deje que el impenitente orgulloso se dé
cuenta que no debe seguir pecando, si piensa que la gracia puede
abundar. Abimelec, advertido por Dios, acepta la advertencia; y estando
verdaderamente asustado del pecado y sus consecuencias, se levanta
pronto para seguir las ó rdenes de Dios.
ABIMELEC DEVUELVE A SARA.

14 Entonces Abimelec tomó ovejas y vacas, y siervos y siervas, y se los dio a


Abraham, y le devolvió a Sara su mujer.
15 Y dijo Abimelec: He aquí mí tierra está delante de ti; habita donde bien te
parezca.
16 Y a Sara dijo: He aquí he dado mil monedas de plata a tu hermano; mira
que él te es como un velo para los ojos de todos los que está n contigo, y
para con todos; así fue vindicada.
17 Entonces Abraham oró a Dios; y Dios sanó a Abimelec y a su mujer, y a sus
siervas, y tuvieron hijos.
18 Porque Jehová había cerrado completamente toda matriz de la casa de
Abimelec, a causa de Sara mujer de Abraham.

Vv. 14—18. A menudo nos perturbamos y hasta somos llevados a la


tentació n y el pecado por sospechas sin fundamento; y encontramos el
temor de Dios donde no lo esperá bamos. Los acuerdos para engañ ar
suelen terminar generalmente en vergü enza y pena; y las restricciones
del pecado, aunque sea por el sufrimiento, deben ser reconocidas con
gratitud. Aunque el Señ or reprende, no obstante, É l perdonará y librará a
su pueblo, y les dará gracia ante los ojos de aquellos con quienes ellos
está n; y vencerá sus enfermedades cuando sean humillados por ellas, de
modo que resulten ú tiles para sí mismos y para los demá s.

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