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darse la circunstancia de que un ser humano actúe movido tanto por la inclinación como por el

deber: pero para la determinación de la bondad moral de un acto es preciso distinguir los dos
motivos y asegurarse de que la motivación fundamental ha sido el deber.
La moralidad como sentimiento. La presencia de inclinaciones viene siempre a empañar
una acción moral. Sin embargo, Kant debe explicar por qué queremos cumplir con
el deber. Y en este punto, acepta que existe un sentimiento –que, en última instancia es
una inclinación– que nos lleva al bien. Es nuestro apego hacia el deber. Se trata de un
sentimiento a priori, es decir que tenemos con independencia de la experiencia, porque el
deber, dice Kant, por sí mismo nos hace querer cumplirlo. Es por esto que el sentimiento
hacia el deber, que está en la base de toda acción moral buena, es el único sentimiento
valorado dentro de la moralidad y es, además, necesario para que la propuesta kantiana
funcione. Lejos de proponer un sentimiento de felicidad o de placer como guía para la
buena decisión moral, Kant dice que el cumplimiento del deber nos generará un sentimiento
de deber cumplido, de satisfacción de conciencia, que es el único sentimiento
que se genera con nuestra buena voluntad. Para este filósofo, no estamos llamados a la
felicidad, sino a la obligación.
Actuar por deber es, para Kant, hacerlo por respeto a la ley moral. Y la prueba para saber si uno está
actuando así consiste en buscar cuál es la máxima o el principio por el cual se actúa: el imperativo
al que se ajusta el propio acto. Se pueden distinguir dos tipos de imperativos o mandatos:
el imperativo hipotético tiene la forma: “no debo matar si no quiero ir preso”. En estos
imperativos hay una condición (no quiero ir preso) que quiero cumplir con el principio que
sigo. La acción depende de esa condición que se me impone desde fuera. Entonces no soy
totalmente libre porque dependo del cumplimento de eso exterior.
El imperativo categórico, en cambio, es incondicional, objetivo y autónomo, y tiene la forma:
independientemente del fin que quieras alcanzar, actúa de tal o cual manera. Kant formuló
tres veces este imperativo; la primera formulación es la siguiente: “Obra de manera tal que
puedas querer que la máxima de tu acción se convierta en ley universal”. Un ejemplo del
imperativo
categórico es: “no debo matar” y no debo hacerlo al margen de las consecuencias
que luego me traiga esa acción. El imperativo categórico es propio de una voluntad autónoma.
En este sentido: la voluntad está determinada por el deber, y la acción cumple cabal y
completamente lo que se debe hacer.
El imperativo categórico se diferencia del hipotético en que no depende de ninguna circunstancia
particular para que se imponga su cumplimiento. Como dice Kant: el deber se impone sin más,
porque todo deber es absoluto.
¿Qué es una máxima? Cuando decidí no mentirle al director de la escuela, incluso perjudicando
así a mi amigo, consideré que debo decir la verdad y evitar la mentira en toda
circunstancia. Lo que hice fue simplemente aplicar esta norma al caso particular en el
que tenía que decidir: mentir o no. Ese fue el principio subjetivo de mi acción, lo que
individualmente (de ahí lo de subjetivo) tuve como norma al decidir. Esa es la máxima
de mi acción.

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