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m. Enfrentamiento armado.
Como lo mencionan Willmont y Hocker citados en Binaburo y Muñoz, (2007. p. 61) “Una lectura expresa
entre al menos dos partes que perciben que sus objetivos son incompatibles, sus compensaciones
son reducidas y la otra parte les impide alcanzar sus objetivos”. Así también, Ramón Álzate citado en
Binaburo y Muñoz, (2007. p. 61) quien la define como una “Divergencia percibida de intereses, o una
creencia de que las aspiraciones actuales de las partes no pueden ser alcanzadas simultáneamente”.
De igual manera, consideran que “El conflicto es un desacuerdo que surge entre dos o más personas a
partir de opiniones o actitudes que se consideran divergentes y que amenazan sus intereses, recursos
y valores”.
Como se puede observar, el conflicto tradicionalmente se considera sinónimo de pugna, lucha, combate,
guerra, es decir de una situación que sólo puede solucionarse bien mediante el enfrentamiento de las
partes, bien mediante el sometimiento de una de ellas a las exigencias e imposiciones de la otra. Sin
embargo, muchas veces es vital la percepción de las partes, o por lo menos de una de ella, con relación
a lo que se encuentra en conflicto pues se percibe que lo que es incompatible tiene que ver con lo que
le es esencial, desde valores hasta la dignidad.
De tal manera que, visto así, sólo se podría acceder a una paz relativa, que será tan larga como
sean efectivas dichas estrategias de contención o bien de supresión de voces, de necesidades, de
exigencias.
Desde otra perspectiva Paris (2005, p. 71) retoma a Lederach quien define lo siguiente:
“[…] el conflicto es un proceso interactivo [...] completado a través de las percepciones, las
interpretaciones, las expresiones y las intenciones de las personas. El sentido común, el conocimiento
y la experiencia acumulada son las primeras bases que debemos tener en cuenta para saber cómo las
personas crean, comprenden y responden al conflicto. Lo óptimo sería conseguir limitar esas respuestas
a ese límite que no acepta violencias físicas ni guerras”.
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Así también, Muñoz citado en (París, 2005, p. 71,72) menciona al “conflicto como un proceso
multifactorial debido a la gran cantidad de factores que le influyen y que deben tenerse en cuenta
para poner en práctica la metodología de la transformación, así como a la variedad de causas que
presenta [...] la transformación creativa necesita conocer las causas de todo conflicto. En este sentido
añadiremos que cada conflicto presenta diversas causas. A pesar de que todas las causas presentan
la misma importancia, alguna de ellas puede tener más fuerza para generar el estallido de un conflicto”.
Cuando la violencia estructural se naturaliza va acompañada de un discurso que la justifica, que quiere
hacer creer que quien recibe la violencia tiene la responsabilidad por provocarla, por lo que llegamos
a escuchar frases que sostienen, reflejan y pretenden dar legitimidad a dicha violencia, dichas frases
forman parte de la violencia cultural. Así por ejemplo escuchamos (¿y a veces afirmamos?): “Los
pobres lo son porque son flojos, no les gusta, ni trabajar, ni estudiar; además son cochinos, no les gusta
limpiar” o bien “Las mujeres que aceptan el maltrato tienen la culpa de vivirlo, si se dieran a respetar
otro gallo les cantara” .
Y como esas, otras frases que se han introyectado en nuestra manera de ver, entender y, muy importante,
justificar las formas violentas de relación.
Retomando un gráfico de Salcedo y Jennings (2016, pág. 24) imaginemos un árbol, en el que las
raíces son las violencias estructurales y culturales. Son invisibles, se justifican mutuamente, al no ver
claramente ni la agresión ni al agente agresor, se les protege.
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Las ramas y hojas, inclusive los frutos representan las violencias directas que son visibles, intencionales
y en ellas se puede identificar a quien agrede. Por ejemplo, pensemos en la pobreza (que es causa y
consecuencia), las personas analfabetas, en la discriminación por cualquier característica identitaria, la
explotación infantil y/o sexual, y en un largo etcétera.
Violencias directas
Enfaticemos en la afirmación de que, al ser tan naturalizadas dan pie a la creencia errónea de que
quien recibe la violencia es quien la genera, sin observar que existen razones en las raíces del árbol
que hacen que existan grupos que reciben mayores violencias por el sólo hecho de que les constituye
una característica identitaria que de manera histórica y sistemática ha sido menospreciada en la escala
de valores y que se traduce en desigual acceso al bienestar, entre dichos grupos encontramos a las
mujeres, personas afro descendientes, diferencias religiosas, personas con calidad de migrantes
o refugiadas, personas de la diversidad sexual, niñas, niños y adolescentes, personas con alguna
discapacidad, personas trabajadoras del hogar, grupos todos ellos que comparten una realidad común:
pertenecer a grupos de atención prioritaria.
“[...] la posibilidad de las personas de desarrollar sus potencialidades; a la participación en la vida social,
y al acceso a los derechos económicos, sociales y culturales, todos ellos necesarios para el desarrollo
digno de las personas. Por tanto, “no sólo es la ausencia de condiciones y circunstancias no deseadas,
sino también la presencia de condiciones y circunstancias deseadas” (Sagarduy, 2016, pág. 6).
Salcedo y Jennings (2016) desarrollan la idea de que para que las soluciones que se plantean a un
conflicto sean válidas y legítimas para todas las partes involucradas, así como sostenibles en el tiempo,
es menester comprender y solucionar el contexto sociocultural en el cual tiene sus orígenes el conflicto.
Decíamos párrafos arriba que la familia es una de las instituciones en las que aprendemos usos y
costumbres, tales como la forma correcta de nombrar los objetos, la forma de vestir, el modo de preparar
los alimentos, cuál papel desarrolla cada quien, en la sociedad, es decir los roles sociales y de género,
lo que implica introyectar los diversos privilegios que por dichas razones se tienen o no.
Podemos entonces considerar que la transformación del conflicto puede ocurrir cuando esta se
construye con base en nuevos roles, más equitativos; buscaremos modificar las formas de relación
violenta por otras en la que aprendamos a ver lo individual pero también lo proximal y en la que cada
una de dichas esferas representen igual importancia para las partes involucradas. Como alternativa a
la forma de relación construida desde la defensa irracional de los privilegios, sin considerar a la otra
parte, sus necesidades, formas de ser, valores y exigencia de respeto a su libertad y dignidad, es decir
desde el individualismo, la indiferencia y la falta de solidaridad.
Por lo tanto, lo que le invitamos a revisar, cuestionar y, si es necesario deconstruir, es lo que subyace,
aquellos simbolismos e imaginarios sociales que dan un supuesto sustento a esas que parecieran
verdades incuestionables, perennes, inamovibles y hasta lógicas.
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Desde esa visión las partes en conflicto se reconocen mutuamente como importantes, se entiende
que no existe una única forma de entender, percibir y vivir y por lo tanto se deja de entender al “otro”
como el No Yo que define al ideal en el Yo, desde la perspectiva aspiracional, esa eurocentrista de la
que hablábamos, para reconocernos en la posibilidad de empoderarnos mutuamente al dialogar para
encontrar soluciones que superen la idea de ganador-perdedor sustituyéndola por una de colaboración.
Esta “ [...] educación dialogal, que es educación para la práctica de la libertad, es opuesta a la educación
monologal, que busca dirigir y orientar al educando, y es propia del liberalismo” (Freire, 1994, pág.
26), por lo que promueve que las partes en conflicto participen en igualdad y de manera activa en la
integración de la problemática para solucionarla.
Es relevante tener presente que la integración “[...] resulta de la capacidad de ajustarse a la realidad
más la de transformarla, que se une a la capacidad de optar, cuya nota fundamental es la crítica [...]”
(Freire, 1994, pág. 31), es así que esta perspectiva parte de propiciar el diálogo colaborativo para
encontrar las soluciones que empoderan a las dos partes en conflicto, en tanto que les reconocen como
personas en igualdad de derechos. Entonces la problemática no es el punto central a solucionar sino
las causas subyacentes en el conflicto, que se manifiestan en ese problema, y que son de carácter
multifactorial.
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Hoy, en el siglo XXI, seguimos guiándonos por una premisa que determina las relaciones desde el S.
IV de nuestra era, (la máxima “si quieres la paz prepárate para la guerra” a la que hicimos referencia en
la introducción) y que ha demostrado no llevar a buen puerto, frente a este anacronismo el cambio de
paradigma propuesto para la construcción de paz, para desarrollar una nueva cultura de paz, trasciende
esa premisa y entiende el conflicto desde su carácter multidimensional, es decir como elemento de las
relaciones humanas que visto desde una perspectiva de educación para la paz se torna en un factor
con carácter pedagógico que lo presenta como una oportunidad para transformar las violencias que
subyacen a dicho conflicto.
Ello implica decisiones que se toman tanto por la sociedad en su conjunto como por cada individuo que
la conforma dado que el manejo de conflictos desde la paz positiva es válido tanto para las personas
como para las naciones; para los grupos de atención prioritaria y para las economías satélite; dejando
atrás la postura individualista y supremacista propia de la modernidad.
Por ello para la construcción de sociedades democráticas, conformada por personas que reconozcan
todas las voces en igualdad, resulta impostergable y necesario cuestionar, insistimos, el valor utilitario y
la capacidad de consumo como baluartes y definición del valor de la persona desde el paradigma de la
modernidad. Mismo que ha planteado como fundamental el dominio de la naturaleza y del ser humano.
En este cambio paradigmático, pasamos de una relación punitiva a otra respetuosa de la diversidad,
que atiende la satisfacción de las necesidades básicas reconocidas en los entes bio-psico-sociales
(-espirituales) que somos, en la que nos reconocemos parte de la naturaleza y convivimos en paz con
el resto de seres que habitamos el planeta.
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París (2005) apunta en palabras de Burton [...] las dos teorías que hemos comentado [...] se encuentran
en oposición.
Hemos planteado que el conflicto tiene en su base la diferencia en la percepción de necesidades que
pueden ser vitales, resaltamos que de manera histórica y sistemática hemos afectado las características
identitarias poniéndolas como pretexto, razón y explicación de las violencias, lo que ha llevado a
resentimientos e inconformidades que hacen que se mantenga latente el conflicto, la guerra.
Para poder sobrepasar el conflicto y transformarlo de manera positiva mediante el diálogo es importante
desarrollar la capacidad empática, pues la transformación desde el diálogo que reconoce a ambas
partes como interlocutores en igualdad implica un cambio paradigmático que construye una nueva
axiología, y no sólo eso sino que trastoca el orden establecido y pone al centro y como principio rector
justamente los valores y no el conocimiento, en el que nuestra trascendencia se da en relación con el
reconocimiento de nuestra responsabilidad en la conformación de la humanidad que construimos en
conjunto.
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Con respecto a este cambio en nuestra forma de vivir, de convivir, la UNESCO en el informe
Delors (1996) nos conmina a diseñar espacios educativos en los que aprendamos a actuar
con autonomía, responsabilidad y respeto, a ser capaces de vivir y convivir en una sociedad
que demanda de nosotros una actitud creativa, propositiva, analítica y crítica, para ello es
importante desde un ánimo integrador, nombrar y aceptar las emociones, las necesidades, las
prioridades, las dificultades y problemáticas de la otra parte reconociéndolas tan importantes
y de tanto valor como las mías.
En ese orden de ideas y considerando que los derechos humanos son vivenciales, el cuarto pilar
de la educación, aprender a vivir y convivir, es fundamental pues es a partir de ese aprendizaje,
indispensable en este siglo XXI, que podremos atender la urgencia que como humanidad tenemos
enfrente y de la que puede depender incluso nuestra supervivencia como especie, nos referimos a dejar
atrás el individualismo y construir desde la responsabilidad de ser sujetos sociales corresponsables del
bienestar mutuo, lo que implica dejar atrás las formas jerárquicas, el espacio de poder y los privilegios
que derivan del mismo para dar paso a una forma de relación democrática, inclusiva, corresponsable
y solidaria que, desde la cooperación, desarrolle espacios de bienestar, tanto social como individual.
En esta construcción de la cultura de paz buscaremos dejar atrás la postura de resolución de conflictos
que centra su atención en las consecuencias negativas, destructivas de los mismos para dar paso
a la transformación de conflictos, misma que utiliza la empatía y el diálogo y permite transformar las
tensiones en conflictos buscando que surjan sus aspectos más creativos. “Es decir, podemos regular
el conflicto mediante la destrucción de los otros o mediante una transformación creadora. El uso de la
segunda forma nos permite percibir las relaciones conflictivas de manera positiva” (París, 2005, pág.
28).
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Es entonces que el potencial creativo, la oportunidad de aprendizaje que el conflicto representa se
asoma y nos da una esperanza pues poner fin a los conflictos internacionales es un proceso que
pasa obligatoriamente por aprender en lo cotidiano a transformar los conflictos en las relaciones
interpersonales, por ello es de interés para la sobrevivencia de la humanidad como especie el aprender
y desarrollar las habilidades de empatía y comunicación dialogal que permitan construir desde este
paradigma relaciones basadas en el respeto a la vida y la diversidad de voces y necesidades. Es decir,
en lugar de negar la existencia de un conflicto, lo reconvertimos y canalizamos.
Es así que París (2005) recoge la aportación de Coser, quien nos recuerda que tradicionalmente se
percibe al conflicto como una pugna de intereses que se contradicen de forma irreconciliable. Sin
embargo, desde la perspectiva de la paz positiva, se rescata su potencial educativo con herramientas
didácticas tales como el diálogo y el reconocimiento mutuo; de tal forma que el conflicto puede ser
positivo o negativo dependiendo de la manera en que se aborda y bien desde la negación de la otra
identidad, bien desde el reconocimiento y respeto en igualdad de todas las identidades y voces.
Ya que la misma situación en diferentes contextos requiere soluciones específicas para cada
una, tenemos enfrente el reto de desarrollar y utilizar herramientas de la creatividad tales como la
experimentación, plantear diferentes escenarios con diversas personas, juegos de cooperación, lluvias
de ideas, entre muchas otras; es decir tornar la teoría en praxis, manteniendo presente que cada
situación tiene antecedentes e ingredientes diferentes y que tratar de englobar de manera reduccionista
todas las manifestaciones en una misma categoría solo acrecienta el conflicto.
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Entonces cabe preguntarnos cómo avanzar en ese objetivo, cómo lograr la paz, cómo se puede construir
la paz que sea duradera en el tiempo, la paz real. A ese propósito conviene mantener presente que
tanto el conflicto como la paz son dinámicos y dialécticos. Vinyamata citado en Paris (2005, p.88)
propone la imagen de una escalera por la que ascendió el conflicto “La solución al conflicto consistirá
en bajar la misma escalera que ha subido pero en sentido contrario, es decir, induciendo o favoreciendo
los comportamientos o actitudes opuestas a los que han generado el conflicto”.
Como aportan Salcedo y Jennings (2016) se busca entender desde otra perspectiva tanto la paz como
el conflicto, comprendiendo y solucionando el contexto sociocultural que da origen a dicho conflicto, de
manera que podamos arribar a soluciones válidas y legítimas para las partes, así como sostenibles en
el tiempo.
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Fuentes de consulta
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