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presupuestarias y las características de un mercado laboral en el que
tiene un lugar decisivo el Estado limitan esa autonomía.
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y policymakers, la aparición de teorías de raíz marxista que cuestionaron
profundamente la organización de la sociedades capitalistas -y a las
teorías sociales que procuraban explicarlas y “organizarlas” como el
estructural-funcionalismo- tuvo un fuerte impacto en la forma en que los
académicos concebían sus teorías, sus métodos y sus relaciones con el
Estado.
Por otro lado, gana espacio como un supuesto organizador la idea de que
en contextos de restricciones al financiamiento del Estado, el
conocimiento contribuye a hacer más racional un tipo particular de toma
de decisiones que hace énfasis en la eficacia de sus determinaciones y la
eficiencia de sus costos respondiendo a las demandas de quienes deben
“rendir cuentas”. Las políticas de descentralización de la educación
apuntaron a hacer “más eficiente” –y muchas veces reducir en términos
relativos- el gasto del gobierno central bajo el supuesto de que esta
tendencia servía para hacer más eficiente la administración de los
recursos. Esta propuesta de redefinición del rol del Estado en materia
educativa implicaba mejorar la eficiencia disminuyendo su intervención
directa en la administración de las escuelas, fomentando una diversidad
de modalidades de servicios educativos, y estimulando una mayor
participación e iniciativa de la sociedad civil a nivel local y en la provisión
y evaluación de servicios educativos. La forma que adoptaron los
discursos que hacen énfasis en la responsabilidad de los actores del
sistema educativo por los resultados que obtienen, está íntimamente
relacionada con las tendencias a la descentralización y el fortalecimiento
de la autonomía de las escuelas. La pluralización de los actores del
sistema a los que se les brinda autoridad y responsabilidad y se les exige
que rindan cuenta de su accionar pluraliza el universo potencial de
demandantes de conocimiento.
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Los documentos de política y las estrategias que de estos se derivan
analizados para los casos del Reino Unido y EEUU se insertan en este
contexto. Por un lado, expresan la voluntad incrementar la capacidad de
intervención del Estado en materia de producción de conocimientos,
estableciendo una agenda de prioridades que incluyen la definición de
temas y problemas relevantes y las formas metodológicamente adecuadas
de abordarlos. Por el otro, el sueño tecnocrático de las “buenas prácticas”
replicables en contextos diversos, moviliza la articulación entre
producción de conocimiento, política pública y práctica educativa con el
objeto de responder a esas potenciales nuevas demandas. De hecho, el
énfasis en la necesidad de indagar acerca de las buenas prácticas, en la
construcción de dispositivos de síntesis y validación de esas indagaciones
y la opción por formatos electrónicos masivos de difusión de esas síntesis
supone en todo momento un público usuario amplio, no experto, y des-
localizado en relación con el Estado.
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La reconstrucción del Estado iniciada en 1983 en el marco de los
procesos de democratización de la sociedad avanzó en la reinvención de
las capacidades técnicas, procesos que se desplegó dentro de los límites
impuestos por la profunda crisis económica que sacudió al país en la
última parte de la década. Desde el Estado, una parte importante de los
expertos que se habían formado en la década de 1960 comenzó
lentamente a rearticular la investigación y la definición de las políticas
educativas desde un marco conceptual aferrado aún a las ideas del
planeamiento.
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especialistas. Aun así, la literatura especializada siempre señaló la
existencia de una seria de problemas en la comunicación entre ambos –
aquello que en la introducción se caracterizó como la “teoría de las dos
culturas”- y que incluía, entre otros aspectos, los problemas de validez del
conocimiento producido y el carácter fuertemente teórico de muchas de
los análisis. Este último aspecto era leído en ocasiones como un exceso de
ideología (Ginsburg y Gorostiaga, 2005; Carr, 2000).
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