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Con la caída del Imperio Romano de Occidente se da una gran convulsión política en
Europa, pero también surge el cristianismo como la religión principal y la que tendrá
primacía en ese mundo. La filosofía medieval estará en constante diálogo
o con la religión. Esta edad histórica comprende desde el siglo V d. C. hasta el XV d. C.
A grandes rasgos, se puede decir que los principales filósofos medievales fueron o
de herencia platónica o de aristotélica. Los primeros (cuya figura predominante es
San Agustín) son los de la llamada Patrística, y tenían como problemas principales
(1) la defensa racional del cristianismo frente a otras religiones y (2) la formulación
de la doctrina cristiana acorde con el molde de la filosofía griega. Para ellos, el ser
humano se diferencia del resto de las cosas por su interioridad, que es lo que
permite que haya un contacto directo con Dios y semejanza con Él (Abad et al.,
2004).
Los de tendencia aristotélica, que giran alrededor de la figura de Santo Tomás, son
los escolásticos, que buscaban principalmente que la filosofía diera fundamento
racional a la fe, haciendo asimismo razonables los grandes dogmas del
cristianismo. De esta manera, se resalta la racionalidad humana, pero
supeditándola a su dimensión religiosa (Abad et al., 2004).
Uno de los principales elementos que acelera este proceso es el florecimiento de la ciencia
moderna, desde Galileo y Newton en adelante. Además, surge con fuerza la burguesía en
las capitales europeas, lo que implica un cambio en la estructura política (Marías, 1981).
Por ello, esta idea resalta sobre todo las ramas de estudios políticos, sociales e
históricos, buscando que la filosofía dé el paso desde un saber teórico a uno
práctico.
En una primera aproximación, se podría decir que no contamos con los suficientes
datos que nos ayuden a interpretar de mejor manera las cosas. Y aunque esto sea
siempre cierto (pues nunca se podrá tener absolutamente toda la información de
todo), parece que no es suficiente, pues decir esto implica, primero, que la tal
información es fija (no cambia) y que, segundo, tiene un número fijo (no aumenta
ni disminuye). Nos damos cuenta, de entrada, que esto no puede ser así.
La realidad está cambiando constantemente. Este no sólo quiere decir que hay un
movimiento local (pasar del punto x al punto y), sino que, sobre todo, se está a
cada momento en la creación de cosas radicalmente nuevas, nunca vistas: nuevos
aparatos, nuevas configuraciones sociales, nuevas razas de animales, etc. Por ello,
no se trata sólo de un problema de información, sino de darnos cuenta de que ésta
siempre evoluciona y va en constante crecimiento. Eso quiere decir que las formas
de aproximarnos a las cosas siempre serán -tarde o temprano- insuficientes y que,
además, siempre surgirán nuevos problemas.
En filosofía, sin embargo, se ha dado con frecuencia que algunos planteamientos no han
estado a la altura de este gran reto antes planteado. A veces, esta misma complejidad ha
llevado a los pensadores a tratar de encontrar una solución simple, ordenada y hasta
armónica ante lo que aparentemente es un caos incomprensible. Y ha resultado que, en
ocasiones, tales intentos han cercenado la realidad: se han ignorado o se han dejado de
lado algunos o muchos aspectos que forman parte integral de aquello que se pretende
estudiar a profundidad. En esas ocasiones, ha sucedido que, antes de acercarse a la
realidad, se han alejado de ella y la han sustituido con sus propias figuraciones, que,
siendo como son muy abarcadoras y atractivas, han traído otra serie de problemas que, a
lo mejor, ni siquiera debieron haber existido. Digamos, problemas artificiales. Son esos
planteamientos los que ahora hemos denominado aproximaciones filosóficas insuficientes.
3.3 Dualismo
3.3.1 Mundo y ser humano escindidos
Cierta noción de dualismo ha sido siempre una constante en los diferentes pueblos
de casi todas las épocas históricas. En otras palabras, se ha considerado con mayor
o menor nitidez, y sobre todo desde una perspectiva religiosa, que el ser humano
posee dos principios distintos: uno referente a su carácter material y otro, a su
dimensión espiritual o sagrada. No obstante, ha sido Platón quien ha legado a la
filosofía en particular (y al pensamiento occidental en general) la configuración que
sobre el asunto tenemos hasta nuestros días.
En términos generales, se puede decir que, desde esta aproximación filosófica, hay
dos mundos separados y radicalmente opuestos, que están en constante lucha
entre ellos. El primero, mundo material o sensible, es el de las cosas a las que
podemos acceder a través de los sentidos. Sobre éste se dice también que es la
fuente del error, la mentira y (posteriormente, con el cristianismo medieval) el
pecado. En segundo lugar, el mundo inteligible o espiritual, en el que no están las
cosas, sino aquello que hace que las cosas sean y, en última instancia, la realidad. A
este mundo pertenecería también el alma humana, lo más puro y lo principal en él
(González, 2010).
Desde esta consideración, pues, el ser humano está entre dos mundos que buscan
siempre atraerlo hacia ellos, ya que al mismo tiempo posee un cuerpo material y
un alma. La tarea del ser humano, ante este doble camino, es la de despojarse
tanto como es posible de lo material, quedando en forma pura todo lo referente al
alma.
Como puede observarse, este planteamiento ha creado un abismo entre lo que
considera los dos grandes mundos de la realidad, y con ello, ha dejado al ser
humano igualmente separado de sí mismo. Gracias a esto, se ha ido desarrollando
en la tradición occidental un creciente desprecio por el cuerpo y por los deseos o
pasiones relacionados con él (González, 2010). Esto es posible observarlo desde
aspectos tan cotidianos como el tabú por la desnudez o por el deseo sexual, como
desde manifestaciones cuyas consecuencias son mucho más graves: muchas veces,
este desprecio por el mundo y por el cuerpo ha llevado a que se considere la
miseria y la pobreza de gran parte de la población como algo a lo que no debemos
ponerle demasiada atención, precisamente porque se ha considerado que, aunque
sufran en esta vida, en el mundo espiritual gozarán. Esto último, por supuesto, sería
lo más importante y, en definitiva, lo más verdadero (González, 2010).
Por otro lado, esta visión nos presenta problemas cuando lo revisamos desde los
conocimientos científicos que ahora tenemos. ¿Acaso no es necesario el cuerpo
(hasta las funciones consideradas más prosaicas) para que funcione nuestra parte
más “espiritual” o “intelectual”? El pensamiento, las emociones, el sentimiento
religioso no están separados de las funciones del cuerpo, sino más bien se
sustentan en ellas.
3.4 Creacionismo
3.4.1 El problema de los textos bíblicos
También, hay otras aproximaciones más “directas” hacia los textos bíblicos, que no
se detienen en las consideraciones anteriores. Entre ellas, está ese tipo de lectura
que piensa que la verdad del texto bíblico reside en su literalidad: en otras
palabras, que lo que la Biblia dice sucedió y sucederá tal cual está escrito. Esta
última forma de lectura es la que sustenta la visión creacionista.
Como vemos, es una explicación bastante simple, pero que ha acarreado varios
problemas. Los principales entre ellos han surgido a partir de los diversos
descubrimientos científicos. Para empezar, se sabe ahora que la tierra no tiene (ni
cercanamente) unos cuantos miles de años, sino millones. Lo mismo sucede con la
existencia de la flora y la fauna. Por otra parte, está bastante bien probado que las
formas de vida están en constante evolución, y que no fueron creadas tal y como
las vemos de una vez y para siempre. Más importante aún, el ser humano mismo
ha surgido a partir de esta evolución desde formas menos desarrolladas de vida.
Pero tal vez más grave aún que lo anterior, el problema principal que trae consigo
esta visión es que supedita (de forma no intencional) la verdad del conocimiento
religioso a la del conocimiento científico, es decir, que fundamenta la veracidad de
la Biblia a partir de la ciencia, considerando, en última instancia, que la verdad
reside sólo en la última, mientras que cualquier otra forma de verdad no puede
más que apegarse a ella, o ser considerada falsa (González, 2010).
En ese sentido, será una visión integral de la realidad aquella que sea capaz de
incluir sistemáticamente todos esos elementos anteriormente mencionados,
además de otros que puedan surgir posteriormente, subtendidos en los anteriores.
Las más de las veces, esta visión escindida de la realidad se esconde a través de la
consideración sobre cuál sea el centro de las cosas, aquello sobre lo cual gravitan
todas las demás explicaciones. En principio, este centro debe ser dado
precisamente por el análisis de la propia realidad; pero sucede en ocasiones que el
centro de las reflexiones es dado por lo que apriorísticamente consideran los
autores es lo principal y el eje explicativo, sin criticar este presupuesto a la luz de lo
que se va descubriendo en el contacto con la realidad misma. Lo que sucede, por el
contrario, es que los datos van sirviendo a estas posturas intelectuales a
sustentarse artificialmente, pues los mismos datos se ven adulterados si el
mecanismo a través del cual se llega a ellos resulta erróneo. En definitiva, termina
siendo un argumento circular.
4.2.1 Materialismo
Empecemos la consideración del materialismo precisamente remitiéndonos a lo
que se nos presenta en primer lugar: el término mismo. ¿A qué nos referimos
cuando hablamos de materialismo? ¿Hay una sola forma de entenderlo? O más
profundamente aún, ¿hay más de un materialismo?
El problema de la ética
Cada vez que buscamos establecer en qué consiste una disciplina, debemos
preguntarnos cuál es su problema fundamental, aquello a lo que trata de dar una
respuesta. Además, es necesario saber también de dónde surge tal problema,
cuáles son las circunstancias que lo suscitan. En el caso de la ética, el problema al
que se enfrenta es el de la libertad humana (González, 2010).
Para saber más sobre la diferencia entre términos como “ética” y “moral”, puede
revisar el siguiente artículo: González, A. (2000). Ética y moral. Anuario filosófico,
(33), pp. 797-832.
5.2.3 La volición
Así pues, tenemos que el ser humano siempre está en una situación en la que tiene
necesariamente que optar por unas posibilidades, rechazando otras. Y esta
situación no cesa mientras el ser humano esté con vida.
5.2.4 La fundamentación
Esta situación peculiar en la que es inevitable optar, es la que hace que, en el ser
humano, el tema de la ética no sea algo externo o que se puede eludir, pues esta
disciplina, recordando lo visto en clases anteriores, busca esclarecer cuál es el
sentido del actuar humano. Y ya que el actuar humano es indeterminado, ha de
preguntarse constantemente por qué opta por esta posibilidad y no por otra.
Esto nos da una perspectiva nueva para entender el tema de los valores y de lo
considerado como bueno o malo.
La primera de estas corrientes (de la que filósofos como Platón y Santo Tomás son
representantes) entiende que hay una estricta separación entre la razón
(relacionada con el alma) y el cuerpo. Además, esta corriente considera que lo más
valioso o lo más propiamente humano es el alma, siendo el cuerpo algo como un
lastre que se carga, y del que es necesario librarse tanto como sea posible.
Para superar esas visiones, es necesario recordar que el ser humano siempre está
instalado en una situación concreta, en la que puede optar por unas ciertas
posibilidades, para dejar otras de lado. Además, que estas posibilidades no son
siempre las mismas en todo tiempo y lugar, ni para todas las personas. La
consideración de la moral no se puede hacer en abstracto, con unas reglas que se
pretendan válidas en cualquier circunstancia, sino que debe siempre tomarse en
consideración qué es lo que efectivamente se puede hacer, dado el lugar en que se
encuentra (Ribas, s.f.).
A partir de esa consideración es como habrán de analizarse los diversos sistemas
morales que han surgido a lo largo de los siglos, nunca tomándolos al pie de la
letra, o considerando que nada se puede cambiar, sino buscando apropiarse de
mejor forma de las posibilidades que ofrece la realidad.
Uno de los aspectos que más ha quedado afectado en los análisis que se realizan a
partir de estas cegueras éticas es el de la dimensión social del ser humano. De
diversas maneras, se considera con estas posturas que el ser humano es, ante todo,
un individuo, y que ha de procurarse su propio sostenimiento, por sobre las
grandes necesidades sociales, y aun a costa de ellas.
En ese y en otros sentidos, que se verán en el estudio separado de cada una de las
corrientes, es que podemos decir que estas cegueras éticas constituyen una
ocultación de la realidad, en la búsqueda de favorecer intereses particulares.
Figura 5. Principales cegueras éticas. Fuente: elaboración propia, en base a Checchi (2011)
y González (2010)
6.3 Consumismo
No obstante, tan usado como es, parece que su significado concreto varía de
persona a persona, o depende del contexto en el que es aplicado. Antes de
comenzar nuestro estudio, tenemos que preguntarnos: ¿qué es el consumismo?
¿Qué es el consumo? ¿Significan ambas lo mismo?
Este consumo, que se da mucho más allá de la satisfacción de las necesidades, trae
consigo una visión del mundo y del ser humano, que deja de lado varias de sus
dimensiones principales. En primera instancia, se considera que el mundo es un
cúmulo de cosas que pueden convertirse en mercancía, y que es necesario que las
personas las produzcan y las compren tanto como sea posible. En ese sentido, en
segundo lugar, se entiende que el ser humano es visto en una doble faceta de
trabajador/dueño y consumidor (Checchi, 2011).
6.4 Pragmatismo
Podemos entender, a grandes rasgos, al pragmatismo (también llamado
“instrumentalismo”) como esa corriente que pretende que la valoración de lo
correcto en el ámbito moral sólo puede medirse a partir de las consecuencias: si las
consecuencias de los actos son positivas, entonces se puede considerar bueno; si
no, entonces lo contrario (Checchi, 2011).
Por otro lado, desde el pragmatismo se considera que el ser humano tiene valor, lo
mismo que sucede en el consumismo, por lo que puede servir. En ese sentido,
resulta fácil desechar la consideración de las personas más allá de lo que se puedan
usar para un fin determinado. No vale, pues, la persona, sino lo que ésta hace
(Checchi, 2011).
Además, el utilitarismo supone un problema práctico, ya que los placeres son tan
diversos como las personas, por lo cual sería complicado hacer algún cálculo en el
que todos pudieran salir beneficiados. Sea como fuere, tal cálculo no podría
hacerse sino posteriormente a que los hechos con los cuales se busca el placer
hayan sido ya realizados, con lo que se vuelve, en última instancia, inútil.
6.6 Esteticismo
Fuertemente ligado al hedonismo, el esteticismo entiende que lo fundamental,
aquello a lo que el ser humano debe aspirar por sobre cualquier otra consideración
(sea ésta de índole intelectual, política, religiosa, ética, etc.) es la búsqueda de la
belleza.
En esa línea, ha habido una larga serie de filósofos de corrientes hedonistas que
han pretendido llenar de contenido eso que se llama placer. En una línea clásica, se
entiende que el placer no se corresponde con las sensaciones fuertes, sino más
bien con la mesura y la falta de preocupaciones mundanas. Sin embargo, otras
corrientes han tendido a dejar libre de contenido el placer, ya que éste varía de
persona a persona (González, 2010).
Aquí es donde encontramos el primer problema relacionado al hedonismo: podría
darse la circunstancia que el placer propio implique el dolor o disgusto para otra
persona. En cualquier caso, como sólo tiene valor el placer, no se le puede dar
importancia al dolor ajeno. En una sociedad llena de personas con diversos
placeres, esto resulta particularmente problemático. Para poner un ejemplo
extremo: una persona sádica tendrá como fuente de placer el dolor de la otra
persona.
Por otra parte, esa situación problemática ilumina el problema fundamental del
hedonismo (que señalamos más arriba), que es el del individualismo (González,
2010). Cada persona no debe hacer otra cosa que actuar según lo que le resulte
mejor en términos de gozo o placer, y las demás personas sólo tendrán valor como
fuentes de placer, no en cuanto a su valor propio como seres humanos
Cuidado del cuerpo: El ser humano está inserto en una El ser humano no es un individuo
Alimentación, reposo, ejercicio, etc. forma de cultura, que lo define. aislado del resto de la sociedad
Desde la dimensión más básica, el ser humano tiene una serie de necesidades
compartidas con el resto de los animales. Hemos visto en apartados anteriores que
la visión de que el cuerpo humano es una carga y algo de lo que debemos
librarnos es insuficiente para comprender la complejidad de las personas y verificar
su diferencia respecto del animal.
Esta dimensión biológica es, pues, una parte integral de la visión humana. Como
vimos antes, ciertas corrientes éticas propugnaban el rechazo del cuerpo humano,
llegando a extremos como el ayuno sostenido, la flagelación, etc. Sin embargo,
desde una perspectiva integradora, es necesario reconocer que el mundo natural
en el que la persona ha nacido no es su cárcel o su castigo, sino su propio lugar, y
ha de buscar su sustento y la plena satisfacción de sus necesidades corpóreas a
través del trabajo (Checchi, 2011). Por ejemplo, a través de la agricultura, ganadería,
avances tecnológicos, etc. Todo lo que tiene que ver con imponerse a la naturaleza,
para poderla conquistar.
Para aprender más sobre las necesidades culturales, puede revisar la siguiente
página web: Soto, M.P. (2007). Identificación y medición de necesidades culturales.
En términos generales, podemos decir que la sociedad, más que la mera adición de
individuos bajo una especie de contrato forma una estructura. Esto quiere decir
que cada uno de los momentos que la componen sólo tienen sentido si se les
considera respecto de los otros y respecto de la totalidad. En este caso, los
componentes de la estructura son precisamente los seres humanos y sus diversas
actividades. Por ello, considerar al ser humano como separado de la estructura no
puede ser posible más que por una abstracción que no se corresponde con la
realidad social (González, 2010).
Por todo lo anterior, no podemos hablar, al igual que lo que sucede con la cultura,
de que el ser humano está en la sociedad de forma despegada o desgajada, casi
por accidente, sino que forma parte integral de lo que es: no se puede ser humano
sin la dimensión social (Ellacuría, 2007).
7.4 Las necesidades espirituales
Esto, sin embargo, aunque esté fundado en un discurso que se pretende racional,
científico y que pretende el desarrollo, no es un pensamiento o corriente neutral.
Muy al contrario, lo que se trata es de moldear al ser humano a partir de las
necesidades que tiene el poder (Checchi, 2011). Esta imagen del ser humano se da
desde el control tanto de la interioridad del ser humano, como de su cuerpo o
parte externa. Con respecto al último, se puede mostrar que, por ejemplo, a través
de la publicidad y similares, se guía la sensibilidad y los gustos de las personas a
que consuman cierta cantidad de productos, más allá de que su consumo sea
nocivo tanto para los individuos como para el planeta en general.
Hay varios sentidos en los que se usa el término de “sociedad de consumo”. Según
Carreras et al. (2004), en primer lugar, se muestra como contraste frente las
sociedades anteriores a la revolución industrial, en el cual la producción y consumo
de bienes estaba limitado por las condiciones materiales de menor avance
tecnológico.
Para el caso del ámbito público, se trata de beneficios individuales que se ponen
por encima de los de la mayoría de la población, que es el objetivo de las
diferentes políticas. Por ejemplo, un funcionario público que desvía a sus cuentas
personales fondos estatales, le está quitando la posibilidad a miles de personas
para que puedan tener ciertos servicios básicos a los que, de otra manera, no
podrían acceder. Tal es el caso, por ejemplo, con los hospitales.
8.3 La ética en el sector privado
Han existido a lo largo de la historia ciertas corrientes que han pensado que la
economía de mercado no puede ser juzgada a partir de la ética, precisamente
porque se le considera como amoral: se dice que esta forma de organizar la
producción y el consumo es natural, y ello inevitable. No puede actuar de otra
forma, y lo hace más bien de una forma automática. Incluso los seres humanos,
desde esta perspectiva, actúan como guiados por esta fuerza que les sobrepasa. En
otras palabras, el mercado es amoral porque no se puede hacer de otra forma
(Ibisate, 2009).
Sin embargo, esta forma de considerar el problema pasa por alto que las personas
no actúan de forma automática, y que tampoco ha sido la economía capitalista la
que ha prevalecido a lo largo de los siglos; con lo cual no es válido apelar a la
naturalidad como base de la amoralidad. En cualquier caso, es una forma de
fundamentar una ética que beneficia preferentemente a los propietarios, en
detrimento de los intereses de las grandes mayorías empobrecidas precisamente
por tal sistema. Por ello, no se trata de que el capitalismo sea amoral, sino que
tiene una moral concreta, para grupos concretos (Molina, 2011).
Podemos tener claro este panorama al observar la evolución de los derechos de los
trabajadores. Un ejemplo concreto: a principios del siglo XX, las jornadas laborales
eran de muchas más horas que las ocho que se reglamentan en la actualidad,
llegando en algunos casos a ser de hasta catorce horas. Si lo vemos desde la
perspectiva del empresario, resulta una disminución de sus beneficios diarios que
haya un límite de tiempo para la jornada. Sin embargo, desde la perspectiva del
trabajador, ha traído consigo una mejora en su calidad de vida. En cualquier caso,
la consideración de estos aspectos es irrelevante frente a la potencial pérdida de
capital, a tal grado que esta jornada no fue algo a lo que los empresarios
accedieron por buena voluntad, sino que se logró a través de muchas revueltas,
que llevaron incluso a la matanza de muchos obreros.
En este punto, es importante resaltar que el fenómeno del cambio climático (que
implica una subida de la temperatura promedio global) es un fenómeno humano
en el que la responsabilidad recae sobre todas las personas, pero en mayor medida
que los individuos, la mayor parte de la responsabilidad recae sobre las industrias,
a través de procesos contaminantes y que explotan de forma acelerada los recursos
(Molina, 2011).
En cambio, las empresas, dejando los derechos humanos de lado, apelan a los
derechos contractuales para justificar la situación no balanceada entre los derechos
de unos y de otros. Desde esta perspectiva, “un derecho se adquiere cuando hay
un compromiso, un contrato, el cual también te obliga a unos deberes” (Molina,
2011, p. 147). El asunto aquí es que el contrato es desde un principio una
fundamentación de la inferioridad del trabajador respecto del empresario, puesto
que es el último el que decide bajo qué postulados se firmará el documento, dado
que sus posibilidades son mayores a las del otro, desde el momento en que el
trabajador necesita más del empleo que el empresario de ese trabajador en
particular.
Sin embargo, lo que debe recordarse, en cualquier caso, es que esta apelación
implica una visión inadecuada, desde el momento en que una persona no renuncia
a sus derechos por la firma de un contrato, ni se le puede exigir tal, precisamente
porque tales derechos los posee la persona por ser tal, y no por consideraciones
externas (Molina, 2011).