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división cronológica en la historia de la filosofía.  edades antigua,


media, moderna y contemporánea.

2.1 Edad Antigua


Se entiende como Edad Antigua a la comprendida entre los siglos VII a. C. y II d. C. La
actividad filosófica de esta etapa se desarrolla en distintas regiones cercanas a las costas
del Mar Mediterráneo (principalmente las del Mar Egeo y el Mar Jónico)

Se divide en

presocrático, clásico (o socrático) y helenístico. 

Exponentes Tales, Anaximandro y Anaxímenes

2.1.1 Edad Media

Con la caída del Imperio Romano de Occidente se da una gran convulsión política en
Europa, pero también surge el cristianismo como la religión principal y la que tendrá
primacía en ese mundo. La filosofía medieval estará en constante diálogo
o con la religión. Esta edad histórica comprende desde el siglo V d. C. hasta el XV d. C.

A grandes rasgos, se puede decir que los principales filósofos medievales fueron o
de herencia platónica o de aristotélica. Los primeros (cuya figura predominante es
San Agustín) son los de la llamada Patrística, y tenían como problemas principales
(1) la defensa racional del cristianismo frente a otras religiones y (2) la formulación
de la doctrina cristiana acorde con el molde de la filosofía griega. Para ellos, el ser
humano se diferencia del resto de las cosas por su interioridad, que es lo que
permite que haya un contacto directo con Dios y semejanza con Él (Abad et al.,
2004).

Los de tendencia aristotélica, que giran alrededor de la figura de Santo Tomás, son
los escolásticos, que buscaban principalmente que la filosofía diera fundamento
racional a la fe, haciendo asimismo razonables los grandes dogmas del
cristianismo. De esta manera, se resalta la racionalidad humana, pero
supeditándola a su dimensión religiosa (Abad et al., 2004).

2.1.2 Edad Moderna


La filosofía moderna es la comprendida entre los siglos XV y finales del XIX d. C. Ha tenido
varias corrientes muy diversas. A pesar de ello, es posible trazar unas líneas generales en su
desarrollo. Las principales tendencias filosóficas en esta época son el idealismo alemán, el
empirismo y el romanticismo.

Uno de los principales elementos que acelera este proceso es el florecimiento de la ciencia
moderna, desde Galileo y Newton en adelante. Además, surge con fuerza la burguesía en
las capitales europeas, lo que implica un cambio en la estructura política (Marías, 1981).

En ese recorrido, se encuentra que han predominado cuatro ideas


principales (González, 2010), que abordaremos a continuación.

1 Reflexión sobre las cosas naturales


Aquellos que son considerados como los primeros filósofos (que agrupamos en el
apartado anterior con el nombre de presocráticos) consideraron que la labor
filosófica debía tratar ante todo de explicar los fenómenos naturales que se
encontraban a su alrededor. Sin embargo, estos filósofos no entendían este
conocimiento natural como actualmente lo hacen los científicos, que investigan
sobre todo el aspecto de cómo funcionan las cosas. Para nuestros filósofos, al
contrario, la pregunta fundamental era sobre el sustrato último de las cosas, esto
es, qué son ellas más allá de las apariencias (Gónzalez, 2010).

Para esta realización teórica, se alejaron en buena medida de las explicaciones


precedentes, que tenían más que ver con la mitología, optando más bien por
explicaciones racionales. Sus conclusiones pueden parecernos (y efectivamente lo
son) completamente erróneas, pero de ellos es rescatable su forma de enfrentarse
a las cosas: no tomarlas como algo ya entendido o conocido, ni aceptar
ciegamente las explicaciones que se nos dan sin argumentos, sino estar en
constante estado de admiración y duda frente a lo que se les presenta. En nuestra
época, se puede aplicar esta actitud precisamente frente a las ciencias,
haciéndonos la pregunta de si sólo ellas pueden decir algo verdadero sobre la
naturaleza, o si, tal vez, otras disciplinas (filosofía, teología, arte y otras) nos puedan
aportar conocimientos para una visión más plena de las cosas de nuestro mundo.

2 Reflexión sobre la totalidad


Desde esta perspectiva, la filosofía ha de entenderse como un saber que abarca
todas las cosas, no como mera acumulación de datos, sino en el sentido de tener la
capacidad de proponer una visión universal, dentro de la cual sea posible mostrar
el lugar que ocupa cada cosa dentro de un sistema integrado. La filosofía así
entendida va en el camino opuesto al de las ciencias, que es el de la
especialización, en el que cada rama estudia un campo cada vez más limitado de
objetos (Ellacuría, 2016).

Lo anterior no significa que los conocimientos científicos sean opuestos a la


filosofía, sino que son subsumidos en la idea general de mundo que esta provee.
La pregunta fundamental para esta idea de filosofía es: ¿qué es la totalidad? O,
dicho de otro modo: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de todas las cosas?

3 Reflexión sobre el ser humano


Esta idea sobre la filosofía es la que más directamente compete a nuestro estudio. Ya
hemos dicho que la antropología filosófica pretende estudiar al ser humano en toda su
vasta complejidad, y esbozábamos también que sobre el lugar de este tema en la discusión
en filosofía resultaba tema de intensos debates. Es así como uno de los polos en este
debate sostiene que la filosofía, ante todo, ha de ocuparse precisamente del tema humano,
y que los demás han de estar supeditados a él. Por ejemplo, en el tema de la totalidad, una
postura puede hablar de encontrar en ella el lugar del ser humano; no obstante, desde
esta idea, la filosofía más bien ha de ocuparse del sentido que tiene esa totalidad para el
ser humano. En definitiva, pues, la filosofía entendida como reflexión sobre el ser humano
no puede concebir un estudio que no le ataña directamente, como separado de él, o uno
en el que ocupe un lugar secundario o subordinado a otro problema mayor.
.4 Reflexión moral
Fuertemente relacionada con la idea anterior, ha habido en la historia de la filosofía
la concepción de que ésta ha de ocuparse primariamente del actuar humano por
sobre todas las cosas. En ese sentido, se concibe que es necesario conocer qué y
cómo es el mundo, pero no como un saber en sí mismo, sino para transformarlo.
Por eso, la pregunta sobre qué es el ser humano sólo sirve en tanto que ayuda a
responder a cómo debe llegar a ser y, por tanto, cómo debe conducir su actuar
individual y social (Cortina, 1996).

Por ello, esta idea resalta sobre todo las ramas de estudios políticos, sociales e
históricos, buscando que la filosofía dé el paso desde un saber teórico a uno
práctico.

Clase 3 | Aproximaciones filosóficas


insuficientes

3.1 Qué es la suficiencia en las aproximaciones


filosóficas
Los grandes problemas que se ha planteado la filosofía a lo largo de su historia no
han quedado nunca ni quedarán para siempre resueltos. Al contrario, mientras más
se adentra uno al análisis de estos problemas, se percata de la complejidad de
éstos y de cómo, además de todo, traen consigo problemas nuevos. Lo anterior, de
hecho, no sólo sucede con los problemas filosóficos, sino con todas aquellas
disciplinas que se toman en serio el acercarse a la realidad de las cosas. ¿Por qué
sucede esto?

En una primera aproximación, se podría decir que no contamos con los suficientes
datos que nos ayuden a interpretar de mejor manera las cosas. Y aunque esto sea
siempre cierto (pues nunca se podrá tener absolutamente toda la información de
todo), parece que no es suficiente, pues decir esto implica, primero, que la tal
información es fija (no cambia) y que, segundo, tiene un número fijo (no aumenta
ni disminuye). Nos damos cuenta, de entrada, que esto no puede ser así.
La realidad está cambiando constantemente. Este no sólo quiere decir que hay un
movimiento local (pasar del punto x al punto y), sino que, sobre todo, se está a
cada momento en la creación de cosas radicalmente nuevas, nunca vistas: nuevos
aparatos, nuevas configuraciones sociales, nuevas razas de animales, etc. Por ello,
no se trata sólo de un problema de información, sino de darnos cuenta de que ésta
siempre evoluciona y va en constante crecimiento. Eso quiere decir que las formas
de aproximarnos a las cosas siempre serán -tarde o temprano- insuficientes y que,
además, siempre surgirán nuevos problemas.

3.1.1 En qué reside la insuficiencia en planteamientos


filosóficos
Lo anterior no debe llevarnos al callejón sin salida de la desesperación. Como seres
humanos, tenemos la tarea de enfrentar tanto como podamos este reto constante
y nunca acabado. De otra forma, en poco seríamos diferentes del resto de
animales, que pasan por la vida al vaivén de los diferentes estímulos que reciben y
frente a los cuales no les cabe más que una respuesta automática (Cortina, 1996).

En filosofía, sin embargo, se ha dado con frecuencia que algunos planteamientos no han
estado a la altura de este gran reto antes planteado. A veces, esta misma complejidad ha
llevado a los pensadores a tratar de encontrar una solución simple, ordenada y hasta
armónica ante lo que aparentemente es un caos incomprensible. Y ha resultado que, en
ocasiones, tales intentos han cercenado la realidad: se han ignorado o se han dejado de
lado algunos o muchos aspectos que forman parte integral de aquello que se pretende
estudiar a profundidad. En esas ocasiones, ha sucedido que, antes de acercarse a la
realidad, se han alejado de ella y la han sustituido con sus propias figuraciones, que,
siendo como son muy abarcadoras y atractivas, han traído otra serie de problemas que, a
lo mejor, ni siquiera debieron haber existido. Digamos, problemas artificiales. Son esos
planteamientos los que ahora hemos denominado aproximaciones filosóficas insuficientes.

3.2 Principales aproximaciones insuficientes


Es fácil suponer que el número de aproximaciones así caracterizadas se han desarrollado a
lo largo de la historia (no sólo de la filosofía) y que su número es más bien incalculable. Sin
embargo, no todas han tenido la misma suerte que otras. Hay algunas, por ejemplo, cuyos
escritos no han sobrevivido hasta nuestros días. De hecho, la gran mayoría de la filosofía,
literatura, ciencia y teología antiguas se ha perdido para nosotros. A veces, de un autor de
la antigüedad no se sabe más que el nombre y, si acaso, el título de alguna obra suya.
Pero no se trata sólo de la pérdida material. Algunos otros planteamientos filosóficos
simplemente no tuvieron la difusión adecuada, o no se sostenían lo suficiente como para
convencer a los interesados. Y es que el mayor problema de estas aproximaciones
insuficientes es el hecho de que resultan muy buenas para satisfacer el hambre de
conocimiento que se tiene y para resolver (al menos a primera vista) los problemas
planteados. Dicho de otra forma, crean espejismos tan buenos que hasta parecen
verdaderos. A continuación, veremos tres aproximaciones de ese tipo (González, 2010),
que han resultado muy influyentes hasta nuestros días.

3.3 Dualismo
3.3.1 Mundo y ser humano escindidos
Cierta noción de dualismo ha sido siempre una constante en los diferentes pueblos
de casi todas las épocas históricas. En otras palabras, se ha considerado con mayor
o menor nitidez, y sobre todo desde una perspectiva religiosa, que el ser humano
posee dos principios distintos: uno referente a su carácter material y otro, a su
dimensión espiritual o sagrada. No obstante, ha sido Platón quien ha legado a la
filosofía en particular (y al pensamiento occidental en general) la configuración que
sobre el asunto tenemos hasta nuestros días.

En términos generales, se puede decir que, desde esta aproximación filosófica, hay
dos mundos separados y radicalmente opuestos, que están en constante lucha
entre ellos. El primero, mundo material o sensible, es el de las cosas a las que
podemos acceder a través de los sentidos. Sobre éste se dice también que es la
fuente del error, la mentira y (posteriormente, con el cristianismo medieval) el
pecado. En segundo lugar, el mundo inteligible o espiritual, en el que no están las
cosas, sino aquello que hace que las cosas sean y, en última instancia, la realidad. A
este mundo pertenecería también el alma humana, lo más puro y lo principal en él
(González, 2010).

Desde esta consideración, pues, el ser humano está entre dos mundos que buscan
siempre atraerlo hacia ellos, ya que al mismo tiempo posee un cuerpo material y
un alma. La tarea del ser humano, ante este doble camino, es la de despojarse
tanto como es posible de lo material, quedando en forma pura todo lo referente al
alma.
Como puede observarse, este planteamiento ha creado un abismo entre lo que
considera los dos grandes mundos de la realidad, y con ello, ha dejado al ser
humano igualmente separado de sí mismo. Gracias a esto, se ha ido desarrollando
en la tradición occidental un creciente desprecio por el cuerpo y por los deseos o
pasiones relacionados con él (González, 2010). Esto es posible observarlo desde
aspectos tan cotidianos como el tabú por la desnudez o por el deseo sexual, como
desde manifestaciones cuyas consecuencias son mucho más graves: muchas veces,
este desprecio por el mundo y por el cuerpo ha llevado a que se considere la
miseria y la pobreza de gran parte de la población como algo a lo que no debemos
ponerle demasiada atención, precisamente porque se ha considerado que, aunque
sufran en esta vida, en el mundo espiritual gozarán. Esto último, por supuesto, sería
lo más importante y, en definitiva, lo más verdadero (González, 2010).

Por otro lado, esta visión nos presenta problemas cuando lo revisamos desde los
conocimientos científicos que ahora tenemos. ¿Acaso no es necesario el cuerpo
(hasta las funciones consideradas más prosaicas) para que funcione nuestra parte
más “espiritual” o “intelectual”? El pensamiento, las emociones, el sentimiento
religioso no están separados de las funciones del cuerpo, sino más bien se
sustentan en ellas.

3.4 Creacionismo
3.4.1 El problema de los textos bíblicos

Hay muchas maneras posibles de leer e interpretar la Biblia. Algunas de esas


formas tratan de apegarse a la exégesis más rigurosa, y toman en cuenta lo que los
estudiosos tienen que decir sobre la época en que las Escrituras fueron redactadas,
sobre las personas que trabajaron en ellas, sobre su intención y muchos otros
aspectos que deben tomarse en cuenta al acercarse a textos que fueron elaborados
hace miles de años por personas con vivencias y mentalidades muy distintas a las
nuestras.

También, hay otras aproximaciones más “directas” hacia los textos bíblicos, que no
se detienen en las consideraciones anteriores. Entre ellas, está ese tipo de lectura
que piensa que la verdad del texto bíblico reside en su literalidad: en otras
palabras, que lo que la Biblia dice sucedió y sucederá tal cual está escrito. Esta
última forma de lectura es la que sustenta la visión creacionista.

3.4.2 Los descubrimientos científicos


En este punto es necesario hacer una aclaración. Con los planteamientos que
vienen a continuación no intentamos establecer que en la Biblia no hay verdad.
Muy al contrario, pueden ayudarnos a aclarar qué tipo de verdad es la que se
muestra ahí y darle todo el valor que merece.
Podemos decir, a grandes rasgos, que la visión creacionista considera que el
mundo (junto a las cosas, animales y seres humanos que lo integran) ha sido
creado como lo dice la Biblia textualmente. Por ejemplo, si se lee que todas las
cosas fueron creadas en siete días, y que (haciendo el cálculo a través de la línea de
patriarcas) el mundo no tiene más de unos cinco o seis mil años, el creacionista
sostendrá que eso es justamente así.

Como vemos, es una explicación bastante simple, pero que ha acarreado varios
problemas. Los principales entre ellos han surgido a partir de los diversos
descubrimientos científicos. Para empezar, se sabe ahora que la tierra no tiene (ni
cercanamente) unos cuantos miles de años, sino millones. Lo mismo sucede con la
existencia de la flora y la fauna. Por otra parte, está bastante bien probado que las
formas de vida están en constante evolución, y que no fueron creadas tal y como
las vemos de una vez y para siempre. Más importante aún, el ser humano mismo
ha surgido a partir de esta evolución desde formas menos desarrolladas de vida.

Pero tal vez más grave aún que lo anterior, el problema principal que trae consigo
esta visión es que supedita (de forma no intencional) la verdad del conocimiento
religioso a la del conocimiento científico, es decir, que fundamenta la veracidad de
la Biblia a partir de la ciencia, considerando, en última instancia, que la verdad
reside sólo en la última, mientras que cualquier otra forma de verdad no puede
más que apegarse a ella, o ser considerada falsa (González, 2010).

Por todo lo anterior, se considera que el creacionismo es una visión insuficiente,


precisamente porque, contrario a lo que podría pensarse, corta toda posibilidad de
pensar en una verdad real más allá del conocimiento científico, y perjudicando
principalmente aquello que trata de defender, es decir, la visión religiosa.
4. La fragmentación en las posturas sobre la realidad
4.1 La visión integral de la realidad

Toda propuesta intelectual, incluso la más especializada, pretende calzar de forma


adecuada con los demás aspectos de la realidad. Dicho de otra forma, se busca que
todos los elementos que la realidad nos muestra tengan un lugar concreto frente a
la totalidad y frente al resto de cosas. No obstante, hay ciertas visiones de la
realidad que no son capaces de integrar verdaderamente todos esos aspectos,
incluso algunos que resultan imprescindibles para la recta comprensión de la
realidad.

En ese sentido, será una visión integral de la realidad aquella que sea capaz de
incluir sistemáticamente todos esos elementos anteriormente mencionados,
además de otros que puedan surgir posteriormente, subtendidos en los anteriores.

4.1.1 La visión escindida de la realidad


Por otro lado, una visión de la realidad que no pueda hacer lo anterior es una
visión escindida, puesto que corta la realidad a la medida de sus propios
postulados. Esta forma de cortar la realidad resulta, en ocasiones, bastante
evidente; pero no lo es tanto en otras, entre otras razones, porque nuestra propia
tradición ha arrastrado consigo esta escisión y ha fundado sus propias instituciones
sobre ella.

Las más de las veces, esta visión escindida de la realidad se esconde a través de la
consideración sobre cuál sea el centro de las cosas, aquello sobre lo cual gravitan
todas las demás explicaciones. En principio, este centro debe ser dado
precisamente por el análisis de la propia realidad; pero sucede en ocasiones que el
centro de las reflexiones es dado por lo que apriorísticamente consideran los
autores es lo principal y el eje explicativo, sin criticar este presupuesto a la luz de lo
que se va descubriendo en el contacto con la realidad misma. Lo que sucede, por el
contrario, es que los datos van sirviendo a estas posturas intelectuales a
sustentarse artificialmente, pues los mismos datos se ven adulterados si el
mecanismo a través del cual se llega a ellos resulta erróneo. En definitiva, termina
siendo un argumento circular.

4.2 Principales visiones fragmentadas de la realidad

4.2.1 Materialismo
Empecemos la consideración del materialismo precisamente remitiéndonos a lo
que se nos presenta en primer lugar: el término mismo. ¿A qué nos referimos
cuando hablamos de materialismo? ¿Hay una sola forma de entenderlo? O más
profundamente aún, ¿hay más de un materialismo?

El término “materialismo”, en efecto, ha sido usado para nombrar a una serie


bastante dispar de corrientes de pensamiento, desde unas que se remontan a más
de un milenio, hasta las que tienen que ver con la física contemporánea. No es
tarea fácil hablar del materialismo a secas, y sin embargo, debe existir algo, un
aspecto común, que sirva para aglutinar todas esas visiones. De otra forma, el
término mismo no podría ser usado en absoluto (González, 2010).

De esta forma, hablando en términos generales, el materialismo (quitando las


diferencias específicas de cada sistema así llamado) consiste en postular que no
hay más que un principio para la realidad, que es, precisamente, la materia. En
otros términos, se equipara la totalidad de las cosas con la materia, y viceversa. No
hay, desde esta perspectiva, algo que no sea material. Por ello, todos esos aspectos
que tradicionalmente son considerados como no materiales (verbi gratia, el alma,
Dios y el pensamiento) no tienen cabida en este mundo. Son desechados o
deformados para caber en este esquema (González, 2010).

Esta visión presenta dos problemas fundamentales. En primer lugar, y de forma


más evidente, se cortan las posibilidades de lo real de tal manera que no puedan
existir (más que como fantasías) otras dimensiones no materiales tan reales como
las otras. El ejemplo más fuerte de es el de lo sagrado, que es abiertamente
rechazado.
Clase 5 | ¿Qué es la ética?
Vea el video de introducción de la Clase 5

El problema de la ética
Cada vez que buscamos establecer en qué consiste una disciplina, debemos
preguntarnos cuál es su problema fundamental, aquello a lo que trata de dar una
respuesta. Además, es necesario saber también de dónde surge tal problema,
cuáles son las circunstancias que lo suscitan. En el caso de la ética, el problema al
que se enfrenta es el de la libertad humana (González, 2010).

5.1 El problema fundamental de la libertad


Según lo que hemos dicho anteriormente, tenemos entonces que aclarar en qué
consiste esta libertad, de dónde surge en el ser humano, y por qué resulta
problemática.

Para responder a las cuestiones anteriormente expuestas, es necesario que


hablemos sobre la forma en la que el ser humano se enfrenta a la realidad, y cómo
se diferencia de la forma en que lo hacen el resto de los animales. Ahí
encontraremos el meollo de la libertad, y de por qué la ética es una dimensión que
el ser humano no puede eludir (Cortina, 1996).

5.2 La realidad moral del ser humano

5.2.1 La moral como constitutiva del ser humano


Cuando revisamos la forma en que los animales se enfrentan a su medio, nos
damos cuenta de que hay varias diferencias respecto a la manera como ellos lo
hacen a la humana. Algunas personas podrían decir que eso sucede porque el ser
humano es “inteligente”, mientras que el animal sólo se guía por los “sentidos” o el
“instinto”. Sin embargo, a quienes dicen tales afirmaciones, bien se les puede
preguntar en qué consiste tal inteligencia, y por qué es diferente del llamado
instinto o de los sentidos. Esto es lo que nosotros trataremos de estudiar a
continuación.

Cuando estudiamos el enfrentamiento de los animales al medio, nos damos cuenta


de que ellos reciben estímulos del medio en el que están. Por ejemplo, un perro
recibe el olor de comida, o el sonido de la voz de su dueño. Como todos hemos
podido apreciar en nuestra cotidianeidad, estas sensaciones básicas hacen que el
animal entre en algún tipo de actividad. Es posible que éste no se mueva
inmediatamente al sentir el olor de la comida, pero podemos percibir que algo ha
cambiado en él; ha pasado, por ejemplo, de estar satisfecho a tener hambre. Hay,
pues, una alteración en el animal. Esta alteración trae consigo una respuesta por
parte del animal, y esta trata de ser adecuada a la circunstancia. En el caso del
perro hambriento, puede ir a pedir comida a su dueño, o tomarla mientras éste no
se da cuenta. Por todo lo anterior, se dice que el animal aprehende las cosas como
“estímulos-de-respuesta” (González, 2010, p. 76).

Pero eso no es todo. Si observamos más detenidamente el comportamiento


animal, nos daremos cuenta de que, frente a determinado estímulo, suele haber
una respuesta o unas pocas respuestas determinadas. Cada animal suele responder
de la misma forma en que lo hacen los de su especie frente a los mismos estímulos.
Si se quiere, en el animal hay algo así como una respuesta automática frente a los
estímulos. Y es justamente a eso a lo que nos referimos cuando hablamos del
instinto animal (González, 2010).

En el ser humano, en cambio, las cosas no suceden de esta forma. Principalmente,


porque en el ser humano, las respuestas que se pueden dar frente a las cosas no
están previamente determinadas. Veamos esto con más detalle.

Para saber más sobre la diferencia entre términos como “ética” y “moral”, puede
revisar el siguiente artículo: González, A. (2000). Ética y moral. Anuario filosófico,
(33), pp. 797-832.

5.2.2 Las posibilidades

El ser humano no capta las cosas de su entorno como meros “estímulos-de-


respuesta”. Para empezar, el ser humano, a diferencia del animal, puede
comprender las cosas como separadas e independientes entre sí y entre él mismo.
Por ejemplo, el animal no capta que una cosa sea caliente por sí misma (más allá
de que yo sienta o no su temperatura), sino que tal cosa le calienta a él. Y
precisamente porque el ser humano puede captar las cosas como separadas e
independientes, no se ve obligado a una respuesta automática (Cortina, 1996).

Esta situación particular de no tener una respuesta determinada o automática


frente al medio es la que hace que el ser humano sea radicalmente distinto al resto
de animales, y es justamente aquí donde encontramos la fuente del problema
fundamental de la ética, que es la libertad.

El ser humano, ante la indeterminación de que hemos hablado anteriormente, no


puede ya captar las cosas como estímulos, y por tanto su respuesta no es
automática. Eso quiere decir que el ser humano, a diferencia del resto de animales,
está en una circunstancia que le muestra posibilidades. Para entenderlo mejor,
regresemos al ejemplo del perro: éste, frente al estímulo del olor de la comida,
tendrá una serie de respuestas (como pedir comida o sustraerla); el ser humano, en
cambio, tiene una serie de posibilidades frente a las que puede optar. Para el caso,
el ser humano puede ir a comprar comida, esperar a la hora de cenar, etc. En
cualquier caso, el humano no se ve obligado a optar por esta posibilidad o por
otra, y es justamente por ello que decimos que el ser humano es libre: porque
puede optar por una serie de posibilidades que se le presentan ante una situación
determinada (Cortina, 1996).

5.2.3 La volición
Así pues, tenemos que el ser humano siempre está en una situación en la que tiene
necesariamente que optar por unas posibilidades, rechazando otras. Y esta
situación no cesa mientras el ser humano esté con vida.

En este punto es necesario aclarar ciertos aspectos referidos a la libertad. Cuando


hablamos de ésta, muchas veces pensamos que se trata de que el ser humano
puede hacer todo lo que desee. Sin embargo, desde la perspectiva que hemos
planteado anteriormente, el asunto se vuelve un poco más complejo. El ser
humano nunca puede hacer todo lo que desea, sino que ha de optar
necesariamente por una gama más o menos amplia de posibilidades. Hay
circunstancias en las que estas posibilidades son mayores, y otras en las que ocurre
lo contrario. Por ejemplo, no son las mismas posibilidades (ni la misma cantidad)
las que tiene una persona que vive en la ciudad que otra que vive en el campo. Lo
mismo sucede entre quien vive en Europa o en África (Ribas).

En cualquier caso, el ser humano no puede dejar de optar. Incluso en aquellas


ocasiones en las que parece que no lo hace: el estudiante que se mantiene dentro
del salón toda la clase, aunque le aburra y no ponga atención, ha optado por
quedarse ahí, teniendo la posibilidad de salir, tomar un café, encontrarse con sus
amigos, etc.

5.2.4 La fundamentación
Esta situación peculiar en la que es inevitable optar, es la que hace que, en el ser
humano, el tema de la ética no sea algo externo o que se puede eludir, pues esta
disciplina, recordando lo visto en clases anteriores, busca esclarecer cuál es el
sentido del actuar humano. Y ya que el actuar humano es indeterminado, ha de
preguntarse constantemente por qué opta por esta posibilidad y no por otra.

En este punto entra el tema de la fundamentación. En términos generales,


podemos decir que la fundamentación es aquello sobre lo cual nos basamos para
tomar esa opción. Dicho de otra forma, es aquello con lo que podemos decidir qué
es lo preferible ante determinadas situaciones (Ribas).

Esto nos da una perspectiva nueva para entender el tema de los valores y de lo
considerado como bueno o malo.

5.2.5 Los valores morales


A partir de lo que hemos postulado hasta el momento, es posible sospechar que la
manera de entender lo correcto, incorrecto, deseable o no, es bien diferente a
como se ha ido haciendo a lo largo de los años. Veamos, a grandes rasgos, de qué
forma se considera este tema tradicionalmente, y cómo se busca superar esa visión.
Figura 4. Tendencias morales tradicionales. Fuente: elaboración propia, en base a Ribas
(s.f.).

Según la filósofa Judit Ribas (s.f.), en la historia de la filosofía se pueden verificar


dos grandes tendencias en cuanto a la consideración de la moral: naturalismo y
subjetivismo.

La primera de estas corrientes (de la que filósofos como Platón y Santo Tomás son
representantes) entiende que hay una estricta separación entre la razón
(relacionada con el alma) y el cuerpo. Además, esta corriente considera que lo más
valioso o lo más propiamente humano es el alma, siendo el cuerpo algo como un
lastre que se carga, y del que es necesario librarse tanto como sea posible.

En esa línea, surgen en el medioevo, para mostrar un ejemplo drástico, órdenes


monásticas, cuya forma de vida busca precisamente eso: a través de ayunos,
recogimiento, largos silencios, celibato, flagelaciones y otras prácticas similares, se
intenta que el alma pueda ir más allá de las sensaciones carnales. Como es posible
observar, se tiene la consideración de que las dos tendencias buscan que el ser
humano tienda hacia su lado. Desde la perspectiva naturalista, lo moralmente
correcto es el desprecio de la tendencia carnal (desde los deseos sexuales, pasando
por el apetito, hasta llegar a la holgazanería), para encontrarse con lo propio del
alma, que es el conocimiento, la mesura, la contemplación (Ribas).
Por otro lado, la tendencia subjetivista tiene dos grandes
corrientes: hedonista y racionalista (González, 2010). Ambas coinciden en que la
fuente de la moral se encuentra en la conciencia. Pero ya que es posible entender
este término de diversas formas, cada uno de los grupos mencionados se orientará
por rumbos distintos.

La corriente hedonista sostiene que la felicidad o el placer es a lo que debe aspirar


el ser humano, y por esa razón, lo moralmente apropiado será alejar todo aquello
que cause dolor, y procurando lo que signifique un aumento en el placer. Uno de
los principales representantes de esta corriente sería el griego Epicuro. Por su
parte, el racionalismo (que tiene como máximo representante al Immanuel Kant),
entendería que la moral está fundada en un sujeto trascendental, del que
participamos por las estructuras propias de la razón. Lo moral no sería, pues, la
búsqueda individual, sino esos paradigmas universales que se pueden aplicar en
toda circunstancia (Ribas, s.f.).
Desde la perspectiva que nosotros hemos adoptado al principio, podemos ver que
estas corrientes morales tradicionales son insuficientes para abordar la complejidad
de los actos humanos y la consideración ética de los mismos. El naturalismo hace
un corte tajante entre la sensibilidad y la razón, sin considerar que la inteligencia
no es posible sin la sensibilidad, que ni siquiera pueden ser entendidos como algo
separado, sino que el ser humano, constituye una sola unidad, dentro de la cual la
psique y el cuerpo sólo son momentos, no sustantividades. Y por ello, no hay dos
tendencias que busquen objetivos distintos, sino un solo organismo humano
(Zubiri, 1986).

Por otra parte, el hedonismo se queda corto al afirmar la felicidad o el placer es lo


propio del ser humano, puesto que reduce la sensibilidad humana a algo bastante
parecido a la de un animal, que no está abierto a las posibilidades, sino que habrá
de tender, irremediablemente, a lo menos doloroso y más placentero. Y en cuanto
al racionalismo, la consideración de un sujeto universal lo que hace es olvidar las
posibilidades concretas en las que se mueven los seres humanos. De alguna forma,
el racionalismo presupone ciertas condiciones, y a partir de ellas da unas líneas de
acción. El problema surge cuando la realidad se vuelve más compleja que esa
presuposición (Ribas, s.f.).

Para superar esas visiones, es necesario recordar que el ser humano siempre está
instalado en una situación concreta, en la que puede optar por unas ciertas
posibilidades, para dejar otras de lado. Además, que estas posibilidades no son
siempre las mismas en todo tiempo y lugar, ni para todas las personas. La
consideración de la moral no se puede hacer en abstracto, con unas reglas que se
pretendan válidas en cualquier circunstancia, sino que debe siempre tomarse en
consideración qué es lo que efectivamente se puede hacer, dado el lugar en que se
encuentra (Ribas, s.f.).
A partir de esa consideración es como habrán de analizarse los diversos sistemas
morales que han surgido a lo largo de los siglos, nunca tomándolos al pie de la
letra, o considerando que nada se puede cambiar, sino buscando apropiarse de
mejor forma de las posibilidades que ofrece la realidad.

Clase 6 | Las “cegueras éticas”


Vea el video de introducción de la Clase 6

6. Por qué se habla de cegueras éticas

6.1 La ocultación de la realidad


En la clase anterior abordamos con detalle qué es la ética, cuál es su labor, y desde
dónde se consideran los problemas morales. Habíamos dicho que, dado que el ser
humano siempre está frente a unas posibilidades por las cuales debe optar (y que,
en la fundamentación de su opción entran los valores, lo bueno y lo malo),
entonces la ética resulta una dimensión humana inalienable. Por ello, en esta clase,
mostraremos algunas de las formas principales en las que se ha tratado de estudiar
los actos humanos y que, aunque sean distintas entre sí, comparten ciertos rasgos
que hacen que los consideremos como cegueras éticas, es decir, como formas de
encubrir la complejidad de la praxis humana, dando con ello una imagen de lo que
las personas deben ser y de lo que deben hacer, que suele ser en beneficio de
ciertos grupos de poder (González, 2010).

A partir de lo estudiado hasta el momento, no es posible decir que haya una


fórmula moral, a través de la cual todas las personas puedan actuar de forma
correcta, y con la que se pueden juzgar todos los actos. El mayor problema de
todas las consideraciones que veremos a continuación es su pretensión de agotar
todo lo que se puede decir de la actividad humana, estudiando ciertos ámbitos, y
desechando otros.

Uno de los aspectos que más ha quedado afectado en los análisis que se realizan a
partir de estas cegueras éticas es el de la dimensión social del ser humano. De
diversas maneras, se considera con estas posturas que el ser humano es, ante todo,
un individuo, y que ha de procurarse su propio sostenimiento, por sobre las
grandes necesidades sociales, y aun a costa de ellas.

Esta visión individualista no tiene la capacidad de reconocer que el ser humano no


es primero individuo, y luego (por contrato o algo similar) se junta con otros
individuos. Al contrario, la dimensión social del ser humano es anterior al individuo,
siendo este el que permite que se dé el proceso, dentro de la persona, para que se
reconozca como separado de los demás (González, 2010).

En ese y en otros sentidos, que se verán en el estudio separado de cada una de las
corrientes, es que podemos decir que estas cegueras éticas constituyen una
ocultación de la realidad, en la búsqueda de favorecer intereses particulares.

6.2 Principales cegueras éticas

Figura 5. Principales cegueras éticas. Fuente: elaboración propia, en base a Checchi (2011)
y González (2010)

6.3 Consumismo

Se puede verificar con bastante facilidad que el término “consumismo” es usado


con bastante frecuencia en los ámbitos cotidianos. Por ejemplo, si una persona
observa que su amigo disfruta comprando bastantes artículos, y gasta buena parte
de su salario en ello, dirá que éste es un consumista. Pero el término no es usado
únicamente a nivel individual: muchas personas hoy hablan de que vivimos en una
sociedad consumista, y que ese es, precisamente, uno de los grandes problemas
globales.

No obstante, tan usado como es, parece que su significado concreto varía de
persona a persona, o depende del contexto en el que es aplicado. Antes de
comenzar nuestro estudio, tenemos que preguntarnos: ¿qué es el consumismo?
¿Qué es el consumo? ¿Significan ambas lo mismo?

En términos generales, podemos hablar del consumismo como el consumo de


aquellas cosas que resultan superfluas para la vida (Carreras & Cortina, 2004). No
se trata, por ello, de simple consumo, pues éste es el necesario para la vida humana
(por ejemplo, se requiere consumir alimentos, agua, vestido, etc.).

Este consumo, que se da mucho más allá de la satisfacción de las necesidades, trae
consigo una visión del mundo y del ser humano, que deja de lado varias de sus
dimensiones principales. En primera instancia, se considera que el mundo es un
cúmulo de cosas que pueden convertirse en mercancía, y que es necesario que las
personas las produzcan y las compren tanto como sea posible. En ese sentido, en
segundo lugar, se entiende que el ser humano es visto en una doble faceta de
trabajador/dueño y consumidor (Checchi, 2011).

A partir de esta visión de mundo, se entiende, en una línea cercana al hedonismo


(que veremos al final de la lección con detalle), que el ser humano ha de buscar
siempre como la meta de sus acciones la mayor acumulación de cosas, ya que
éstas son la pauta para determinar la valía como persona. De esta forma, se deja de
lado el valor que la persona puede tener por sí misma, y con ello, supeditando al
ser humano a las necesidades económicas de la élite económica (Checchi, 2011).

6.4 Pragmatismo
Podemos entender, a grandes rasgos, al pragmatismo (también llamado
“instrumentalismo”) como esa corriente que pretende que la valoración de lo
correcto en el ámbito moral sólo puede medirse a partir de las consecuencias: si las
consecuencias de los actos son positivas, entonces se puede considerar bueno; si
no, entonces lo contrario (Checchi, 2011).

En ese sentido, el principal problema del pragmatismo es la tendencia a dejar pasar


una serie de actitudes o acciones que, en un primer momento, podrían no ser
consideradas como moralmente deseables (González, 2010). Este punto es de
crucial importancia para el mundo en que se vive actualmente, tomando en cuenta
que hay ciertos grupos que acumulan una gran cantidad de poder y que éste
puede tener repercusiones a nivel mundial. Por ejemplo, es posible, desde esta
visión pragmática, justificar grandes desastres naturales causados por el ser
humano (como la deforestación de grandes bosques, agotamiento de mantos
acuíferos por parte de empresas dedicadas a la producción de bebidas, etc.),
porque éstos podrían traer, al menos a corto plazo, cierto beneficio económico
que, en alguna medida, podría aportar para mejorar el nivel de vida de las personas
de una región.

Por otro lado, desde el pragmatismo se considera que el ser humano tiene valor, lo
mismo que sucede en el consumismo, por lo que puede servir. En ese sentido,
resulta fácil desechar la consideración de las personas más allá de lo que se puedan
usar para un fin determinado. No vale, pues, la persona, sino lo que ésta hace
(Checchi, 2011).

Para profundizar en el pragmatismo, puede revisar el siguiente artículo en


línea: Barrena, S. (2014). El pragmatismo. Factótum, (12), pp. 1-18.
6.5 Utilitarismo
El utilitarismo está fuertemente ligado al hedonismo. Tanto es así que incluso se le
ha llegado a considerar como “un hedonismo socialmente organizado” (González,
2010, p. 302). Se dice esto porque el principal objetivo de esta corriente es la
búsqueda de cada vez más placer o felicidad para cada vez mayor número de
personas. De esta forma, el utilitarismo trata de dejar de lado el individualismo que
traía consigo el hedonismo, como se verá en los siguientes apartados.

Sin embargo, el principal problema del utilitarismo es que, a pesar de pretender el


mayor placer para la mayor cantidad de personas, no se deja de lado el
individualismo de fondo, considerando a la sociedad como el mero cúmulo de
átomos dispersos. Lo que busca el utilitarismo es, sobre todo, que la búsqueda del
placer de uno no signifique dolor para otro u otros. De esta manera, hay una forma
simplista de entender la sociedad, olvidando su carácter estructural, lo cual implica
que ésta asigna un rumbo a la actividad de la población en general. Por ello, para
que una sociedad así entendida pueda realmente funcionar, no se puede dar
cualquier forma de placer (González, 2010).

Además, el utilitarismo supone un problema práctico, ya que los placeres son tan
diversos como las personas, por lo cual sería complicado hacer algún cálculo en el
que todos pudieran salir beneficiados. Sea como fuere, tal cálculo no podría
hacerse sino posteriormente a que los hechos con los cuales se busca el placer
hayan sido ya realizados, con lo que se vuelve, en última instancia, inútil.

6.6 Esteticismo
Fuertemente ligado al hedonismo, el esteticismo entiende que lo fundamental,
aquello a lo que el ser humano debe aspirar por sobre cualquier otra consideración
(sea ésta de índole intelectual, política, religiosa, ética, etc.) es la búsqueda de la
belleza.

Esta es entendida, en términos generales, como aquello que satisface de alguna


forma a la sensibilidad. De esta forma, se reduce al mundo y al ser humano a su
dimensión más superficial. En el caso de las personas, lo que vale es cómo se
proyectan hacia los demás de la mejor forma posible. No es importante, pues, que
se tengan buenas o malas intenciones, o que su actuar perjudique a gran cantidad
de personas, mientras pueda lucirse bien ante otros. Igualmente, no importa que
una situación sea terrible para muchos, si ésta puede ser vista, desde cierta
perspectiva, como estéticamente agradable (Checchi, 2011). Ejemplo sutil de ello
son las pinturas costumbristas, que retratan muy bellamente unas condiciones
socioeconómicas desfavorecedoras para una gran mayoría de la población.

El esteticismo resulta muy actual en las circunstancias que vivimos actualmente, en


particular con las referidas a las redes sociales, en las que se da una autopromoción
de los individuos, mostrando imágenes idealizadas de ellos. Lo importante en esa
dinámica es el ser bien visto por los demás.
6.7 Hedonismo
Ya hemos adelantado ciertos rasgos fundamentales del hedonismo en los
apartados anteriores, como una línea dentro del subjetivismo. Sin embargo, en esta
última parte lo abordaremos a profundidad. Para empezar, podemos decir que lo
fundamental del hedonismo consiste en su establecimiento del placer como el
fundamento a través del cual se puede llegar a decidir, entre las acciones humanas,
cuáles resultan buenas y cuáles malas. Así, lo bueno será aquello que resulta
placentero, agradable o que haga feliz. Lo malo será, por supuesto, lo contrario, es
decir, el dolor, disgusto o tristeza. Por ello, es la sensibilidad humana entendida en
su forma básica la que da la pauta moral a las personas (Ribas).

En esa línea, ha habido una larga serie de filósofos de corrientes hedonistas que
han pretendido llenar de contenido eso que se llama placer. En una línea clásica, se
entiende que el placer no se corresponde con las sensaciones fuertes, sino más
bien con la mesura y la falta de preocupaciones mundanas. Sin embargo, otras
corrientes han tendido a dejar libre de contenido el placer, ya que éste varía de
persona a persona (González, 2010).
Aquí es donde encontramos el primer problema relacionado al hedonismo: podría
darse la circunstancia que el placer propio implique el dolor o disgusto para otra
persona. En cualquier caso, como sólo tiene valor el placer, no se le puede dar
importancia al dolor ajeno. En una sociedad llena de personas con diversos
placeres, esto resulta particularmente problemático. Para poner un ejemplo
extremo: una persona sádica tendrá como fuente de placer el dolor de la otra
persona.

Por otra parte, esa situación problemática ilumina el problema fundamental del
hedonismo (que señalamos más arriba), que es el del individualismo (González,
2010). Cada persona no debe hacer otra cosa que actuar según lo que le resulte
mejor en términos de gozo o placer, y las demás personas sólo tendrán valor como
fuentes de placer, no en cuanto a su valor propio como seres humanos

Clase 7 | Las necesidades: lo básico y lo superfluo


Vea el video de introducción de la Clase 7

7. Las necesidades humanas


7.1 Las necessidades biológicas
Tabla 2:Principales necesidades humanas

Necesidades biológicas Necesidades culturales Necesidades sociales

Cuidado del cuerpo: El ser humano está inserto en una El ser humano no es un individuo
Alimentación, reposo, ejercicio, etc. forma de cultura, que lo define. aislado del resto de la sociedad

Fuente: elaboración propia, en base a Checchi (2010).

Desde la dimensión más básica, el ser humano tiene una serie de necesidades
compartidas con el resto de los animales. Hemos visto en apartados anteriores que
la visión de que el cuerpo humano es una carga y algo de lo que debemos
librarnos es insuficiente para comprender la complejidad de las personas y verificar
su diferencia respecto del animal.

Esta dimensión biológica es, pues, una parte integral de la visión humana. Como
vimos antes, ciertas corrientes éticas propugnaban el rechazo del cuerpo humano,
llegando a extremos como el ayuno sostenido, la flagelación, etc. Sin embargo,
desde una perspectiva integradora, es necesario reconocer que el mundo natural
en el que la persona ha nacido no es su cárcel o su castigo, sino su propio lugar, y
ha de buscar su sustento y la plena satisfacción de sus necesidades corpóreas a
través del trabajo (Checchi, 2011). Por ejemplo, a través de la agricultura, ganadería,
avances tecnológicos, etc. Todo lo que tiene que ver con imponerse a la naturaleza,
para poderla conquistar.

7.2 Las necesidades culturales


La dimensión biológica del ser humano es un aspecto insoslayable para poder
realizar cualquier otra actividad que se pueda pensar. Por ejemplo, en la historia, el
arte y el pensamiento elaborado, así como las grandes obras arquitectónicas sólo
han sido posibles una vez que han sido satisfechas las necesidades biológicas
básicas en los seres humanos, tales como alimento continuo, agua potable,
alojamiento adecuado, tiempo disponible más allá de la supervivencia, etc.

Sin embargo, el ser humano no se reduce, cual es el caso de los animales, a su


mera corporalidad. Se suele decir que las personas no sólo requieren comer y
dormir, sino algo más. Y en términos amplios se le llama “cultura” a ese más. Pero
es necesario ser más específicos. Cuando hablamos de cultura, nos estamos
refiriendo a algo bastante amplio. No sólo se trata de las artes o productos
refinados, sino a cualquier manifestación de lo humano, más allá de la naturaleza
(Rivas, 2004). Por ello, podemos hablar de cultura en los pueblos primitivos desde
el momento en que enterraban a sus muertos o que elaboraban diversas
herramientas.

En ese sentido, no es posible entender al ser humano sin su dimensión cultural,


puesto que precisamente se desenvuelve culturalmente en él. A diferencia de los
animales, que responden automáticamente al medio, el ser humano puede
producir cosas radicalmente nuevas y con ellas hacer de la vida algo más sostenible
(González, 2010). Por ello, la cultura (todas las formas que esta puede adoptar) no
son accesorios de los que se puede prescindir, sino necesarios para la vida
realmente humana.

Para aprender más sobre las necesidades culturales, puede revisar la siguiente
página web: Soto, M.P. (2007). Identificación y medición de necesidades culturales.

7.3 Las necesidades sociales


Hemos mencionado en apartados anteriores que ha habido en la historia ciertas
posturas que entienden que el ser humano es, ante todo, un individuo, y que todo
lo demás (como la familia, la sociedad, etc.) son un agregado más o menos artificial
del que puede librarse. Sin embargo, el aspecto social del ser humano resulta
mucho más complejo que eso.

En términos generales, podemos decir que la sociedad, más que la mera adición de
individuos bajo una especie de contrato forma una estructura. Esto quiere decir
que cada uno de los momentos que la componen sólo tienen sentido si se les
considera respecto de los otros y respecto de la totalidad. En este caso, los
componentes de la estructura son precisamente los seres humanos y sus diversas
actividades. Por ello, considerar al ser humano como separado de la estructura no
puede ser posible más que por una abstracción que no se corresponde con la
realidad social (González, 2010).

En ese sentido, no es posible hablar de un individuo que no sea social. Desde el


momento mismo de nacer, la persona está viviendo en un mundo humano, en el
ámbito social. En otras palabras, no se decide ser social, sino que se es o se nace
así. La familia en la que nace el individuo es sólo un momento del proceso social,
de tal manera que su actuar responde a ese sistema. De igual forma, la constitución
del individuo se dará posteriormente, en su diversa interacción con la naturaleza y
con las cosas, pero ya dentro de la estructura social. Esto quiere decir que la
conformación individual sólo puede darse cuando el ser humano está socializado, y
no de otra manera (Ellacuría, 2007).

Por todo lo anterior, no podemos hablar, al igual que lo que sucede con la cultura,
de que el ser humano está en la sociedad de forma despegada o desgajada, casi
por accidente, sino que forma parte integral de lo que es: no se puede ser humano
sin la dimensión social (Ellacuría, 2007).
7.4 Las necesidades espirituales

Según Checchi (2011), en la actualidad, vivimos en una sociedad que va dejando de


lado cada vez más el aspecto espiritual o religioso del ser humano, y
sustituyéndolo cada vez más con la búsqueda de la riqueza y bienes materiales.
Toda nuestra sociedad está fundada en la creciente acumulación de capital, aún a
costa de la vida humana. Igualmente, en el plano científico y tecnológico se ha ido
avanzando en gran medida respecto a lo que se tenía antes del siglo XIX, pero este
avance científico técnico ha ido siempre en detrimento de otras ramas del
conocimiento u otras disciplinas que (al menos en principio) no tienen una
aplicación práctica. Ha llegado incluso a decirse que el arte, las humanidades, la
religión no tienen cabida o no sirven en una sociedad capitalista.

Esto, sin embargo, aunque esté fundado en un discurso que se pretende racional,
científico y que pretende el desarrollo, no es un pensamiento o corriente neutral.
Muy al contrario, lo que se trata es de moldear al ser humano a partir de las
necesidades que tiene el poder (Checchi, 2011). Esta imagen del ser humano se da
desde el control tanto de la interioridad del ser humano, como de su cuerpo o
parte externa. Con respecto al último, se puede mostrar que, por ejemplo, a través
de la publicidad y similares, se guía la sensibilidad y los gustos de las personas a
que consuman cierta cantidad de productos, más allá de que su consumo sea
nocivo tanto para los individuos como para el planeta en general.

En el ámbito de la intimidad o la dimensión interna del ser humano, se trata de


hacer un proceso similar, pero que conlleva una mayor complejidad que lo
referente al cuerpo. Por un lado, en el aspecto de los deseos, la voluntad y las
aspiraciones más altas, se ha pretendido reformularlas a partir de las necesidades
del mercado. Así, los deseos siempre serán de índole meramente material, llevando
a una constante insatisfacción sobre lo que se tiene, y por ello, al consumo
indefinido, que tiene resultados negativos tanto en la economía familiar como en el
bienestar de la persona en general. De igual forma, las aspiraciones se reducen a
puestos de mayor poder o con más dinero, aunque estos mismos conlleven una
pérdida en cuanto a la familia, salud, tranquilidad, etc. Esto conlleva, igualmente,
cierta escala de valores, dentro de la cual los aspectos superficiales y materiales
(verse bien, tener dinero, entre otras) están por encima de otras dimensiones, como
la amistad, la intimidad o la familia (Checchi, 2011).

Frente a esta desfiguración intencionada del ser humano, resulta necesaria la


dimensión espiritual, pues a través de ella la persona es capaz de desarrollar todos
esos ámbitos olvidados o desechados por la sociedad capitalista. En sentido
amplio, se puede decir que potenciar la dimensión espiritual del ser humano (tanto
en una dimensión individual como social) es una recuperación de la plenitud de lo
que significa la humanidad (Checchi, 2011).

7.5 Entre lo necesario y lo superfluo

7.5.1 La sociedad de consumo


Hemos ya dado algunas pistas de lo que significa la sociedad de consumo en los
apartados anteriores. Se ha hablado ya del consumismo, hedonismo, de la pérdida
de lo espiritual y de otros aspectos que forman la constelación de la sociedad de
consumo en la que vivimos. En esta parte, no obstante, trataremos directamente el
problema, y esto será de ayuda para completar la visión global de todos los
elementos antes mencionados.

Hay varios sentidos en los que se usa el término de “sociedad de consumo”. Según
Carreras et al. (2004), en primer lugar, se muestra como contraste frente las
sociedades anteriores a la revolución industrial, en el cual la producción y consumo
de bienes estaba limitado por las condiciones materiales de menor avance
tecnológico.

Como contraparte, en la sociedad de consumo, se pretende que tanto la


producción como el consumo aumenten cada vez más y lo hagan cada vez más
rápidamente.

En segundo lugar, se habla de sociedad de consumo como aquella en la que los


individuos no sólo consumen los bienes necesarios para la vida, sino aquella en la
que, sobre todo, se consumen bienes innecesarios (Carreras et al., 2004). En esa
categoría podemos incluir una diversidad de elementos: ropa que se desecha cada
temporada, comida chatarra, joyas, etc.

En tercer lugar, se habla de la sociedad de consumo como aquella en la que tal


consumo “legitima la política y legitima la economía” (Carreras et al., 2004, p. 4).
Por un lado, se legitima la política porque esta es el sustento del apoyo popular
que un político puede llegar a ganar. Las promesas electorales están fundadas en
mayor riqueza para mayor cantidad de personas, aunque estas promesas resulten
falsas. Por otra parte, se legitima la economía porque ésta se funda en el consumo
creciente de las personas, que se gaste el excedente financiero en bienes
suntuarios, y que sea cada vez más intenso, aunque sea necesario recurrir a
créditos para ello, pues también estos son formas de consumo.

Un ejemplo claro de lo anterior: los centros comerciales no podrían funcionar si las


personas no gastaran más allá de sus necesidades, o lo hicieran en mucha menor
medida que actualmente. Restaurantes, tiendas de ropa, cines, joyerías, etc. son
lugares que venden productos prescindibles. Sin embargo, estos lugares contratan
a grandes cantidades de personas, las cuales, haciendo uso de su salario, gastan a
su vez en productos de este tipo. Y las propuestas electorales traen un discurso a
través del cual se pretende que el comercio se fomente, creando nuevos empleos y
aumentando la capacidad adquisitiva de las personas, para que puedan aumentar
los ingresos comerciales. Se trata, pues, de proceso circular e indefinido.

7.6 El ser y el poseer.

Finalmente, hay un cuarto sentido más profundo de lo que significa la sociedad de


consumo. Y es que no se trata simplemente de que las personas consuman más
allá de lo que realmente necesitan para llevar a cabo una vida plena, sino que es
necesario explorar por qué las personas se sacrifican a sí mismas en aras de poseer
cada vez más cosas y cada vez más dinero (usado, precisamente, para comprar
objetos no necesarios). En ese sentido, se puede decir que la sociedad de consumo
es aquella en la que se ha verificado un traslape entre el ser y el tener, de tal forma
que una persona vale o no como ser humano por lo que tiene o por lo que no
(Carreras et al., 2004).

El ser humano es visto fundamentalmente como consumidor, y no tanto como una


persona con la capacidad de pensar, querer a las personas, tener intimidad, entre
otros aspectos. Se asume que la felicidad y la plenitud humanas tienen como
horizonte únicamente la posesión material cada vez mayor y más acelerada
(Checchi, 2011).
Clase 8 | La etiqueta en los sectores público y privado
Vea el video de introducción de la Clase 8

8. La cultura de la corrupción en el ámbito público


Resulta común hablar de que, en las diferentes esferas referidas al ámbito político
o gubernamental, se dé en mayor o menor medida cierto grado de corrupción. Las
diversas publicaciones hablan de casos más o menos graves, y en la opinión
popular se dicen cosas como que los políticos son ladrones, mentirosos, etc. En
este apartado, abordaremos el problema desde una perspectiva ética, tomando en
consideración la legislación que en el país existe a propósito de ello, y retomando
el conocimiento adquirido en las clases anteriores.

8.1 Ley de Ética Gubernamental


En El Salvador, el marco que regula la ética referida a los entes gubernamentales y
a las personas que trabajan en ellos es la Ley de Ética Gubernamental. Esta ley fue
aprobada y publicada en el año 2008, a raíz de la suscripción nacional a la
Convención Interamericana contra la Corrupción (Tribunal de Ética Gubernamental,
1998).

En la referida ley, se establece que su función principal es procurar el desempeño


ético dentro de las diferentes instancias públicas, además de prevenir y sancionar
diferentes prácticas corruptas posibles.
En esa línea, entenderá como corrupción “el abuso del cargo y de los bienes
públicos, cometidos por servidor público, por acción u omisión, para la obtención
de un beneficio económico o de otra índole, para sí o a favor de un tercero” (TEG,
1998, p.3).

Figura 6. Aspectos de la corrupción. Fuente: elaboración propia, basado en TEG (1998).

Como puede observarse a partir de la definición anterior, la corrupción tiene dos


aspectos fundamentales: por un lado, la posesión de un cargo (y la consiguiente
cuota de poder que éste conlleva) y, por otro, la búsqueda de cierto beneficio a
partir de la situación del funcionario. Esta aclaración es importante porque toca el
meollo de nuestro problema. Y es que lo que buscamos establecer aquí no es tanto
la corrupción como acto aislado de un individuo o una serie de individuos, sino una
tendencia social que promueve el hecho de que ciertas personas, dadas ciertas
circunstancias, sean proclives a ello. Nos interesa, pues, el aspecto cultural del
problema, y por qué se da esta tendencia generalizada, más allá de los individuos.

Por eso, el hecho de remarcar los dos puntos de la definición es importante,


porque aclara que lo que está en juego es el poder (y en este caso, una forma
específica de él), y la forma en que este poder se ejecuta en la sociedad. Esto
presupone que el poder no tiene necesariamente que funcionar así, y que podría
ser utilizado para otro ámbito, más allá del individual. Porque a esto remite el
segundo aspecto (el beneficio), a la satisfacción de algún deseo de corte personal o
de un círculo cercano a la persona. Así, podemos hablar de que en la corrupción
está en juego el poder y el individualismo, o el poder para el individuo.

Puede encontrar en el siguiente sitio web las diferentes normativas nacionales e


internacionales sobre ética gubernamental: Tribunal de Ética Gubernamental (s.f.)
Normativa principal.

8.2 Capitalismo y corrupción


La corrupción no se limita al actuar de los funcionarios públicos. Aunque es cierto
que en buena parte de los casos la corrupción trae un beneficio inmediato para la
persona que lo ejecuta, en otras ocasiones, sin embargo, la corrupción se da para
beneficio primario de otras personas fuera del ámbito público (aunque el
funcionario se beneficie posteriormente por tal cosa). Por ejemplo, se da con
alguna frecuencia que empresas fuertes, para evitar el pago de impuestos, acuden
a personas del sector público para falsear sus declaraciones fiscales. La corrupción,
pues, no es algo público, y sus motivaciones fundamentales tampoco provienen de
ahí, sino del ámbito económico (Molina, 2011).
Es posible establecer que la forma en la que el poder se ejecuta (a favor del
individuo) es el correlato de la forma en que el ser humano es presentado a partir
del neoliberalismo. En términos generales, se puede decir que, en este sistema
económico, lo fundamental es el mercado, y que las personas y sus derechos
deben ser desplazados y sustituidos por las leyes que rigen la economía mercantil.
Tanto es así que el ser humano tiene que adaptarse para mejor trabajar en el
mercado. En esa línea, el actuar ético neoliberal está basado en un egoísmo
fundamental, que no debe ser interferido de ninguna manera ni por instancia
alguna, ni siquiera la gubernamental (Molina, 2011).

Por ello, la corrupción en el ámbito público es la manifestación particular de un


problema que se experimenta a nivel global, y para lo que compete a nuestro
tema, en el ámbito ético: el cálculo de utilidad por sobre la consideración moral, la
primacía de las preferencias por sobre las necesidades, la comprensión del valor de
uso como más importante que el valor de cambio, entre otros fenómenos son
muestras de la descentralización del ser humano en beneficio del capital (Molina,
2011).

Para el caso del ámbito público, se trata de beneficios individuales que se ponen
por encima de los de la mayoría de la población, que es el objetivo de las
diferentes políticas. Por ejemplo, un funcionario público que desvía a sus cuentas
personales fondos estatales, le está quitando la posibilidad a miles de personas
para que puedan tener ciertos servicios básicos a los que, de otra manera, no
podrían acceder. Tal es el caso, por ejemplo, con los hospitales.
8.3 La ética en el sector privado

8.3.1 ¿Es posible una ética empresarial?


Ante la situación planteada anteriormente, en la cual el centro de las acciones
humanas es la acumulación del capital, es necesario preguntarse si realmente es
posible una ética empresarial, o de qué forma se podría concebir tal cosa, tomando
en cuenta los presupuestos económicos, sociales y antropológicos de su actuar.

Han existido a lo largo de la historia ciertas corrientes que han pensado que la
economía de mercado no puede ser juzgada a partir de la ética, precisamente
porque se le considera como amoral: se dice que esta forma de organizar la
producción y el consumo es natural, y ello inevitable. No puede actuar de otra
forma, y lo hace más bien de una forma automática. Incluso los seres humanos,
desde esta perspectiva, actúan como guiados por esta fuerza que les sobrepasa. En
otras palabras, el mercado es amoral porque no se puede hacer de otra forma
(Ibisate, 2009).

Sin embargo, esta forma de considerar el problema pasa por alto que las personas
no actúan de forma automática, y que tampoco ha sido la economía capitalista la
que ha prevalecido a lo largo de los siglos; con lo cual no es válido apelar a la
naturalidad como base de la amoralidad. En cualquier caso, es una forma de
fundamentar una ética que beneficia preferentemente a los propietarios, en
detrimento de los intereses de las grandes mayorías empobrecidas precisamente
por tal sistema. Por ello, no se trata de que el capitalismo sea amoral, sino que
tiene una moral concreta, para grupos concretos (Molina, 2011).

8.4 La ética supeditada al mercado


En la línea que hemos llevado anteriormente, se puede decir que la ética propia del
mercado entiende a los derechos humanos y su dignidad como ciertas falencias en
el funcionamiento de la maquinaria capitalista. En buena medida, el mercado
pretende dar un giro a la consideración de los derechos: no se trata de derechos de
las personas, sino los derechos de las empresas y de las personas que las poseen
(Molina, 2011).

Podemos tener claro este panorama al observar la evolución de los derechos de los
trabajadores. Un ejemplo concreto: a principios del siglo XX, las jornadas laborales
eran de muchas más horas que las ocho que se reglamentan en la actualidad,
llegando en algunos casos a ser de hasta catorce horas. Si lo vemos desde la
perspectiva del empresario, resulta una disminución de sus beneficios diarios que
haya un límite de tiempo para la jornada. Sin embargo, desde la perspectiva del
trabajador, ha traído consigo una mejora en su calidad de vida. En cualquier caso,
la consideración de estos aspectos es irrelevante frente a la potencial pérdida de
capital, a tal grado que esta jornada no fue algo a lo que los empresarios
accedieron por buena voluntad, sino que se logró a través de muchas revueltas,
que llevaron incluso a la matanza de muchos obreros.

Lo mismo se puede decir a propósito de las consideraciones éticas de las empresas


en lo que se refiere a cuestiones medioambientales. Éstas no están desligadas de
los derechos de las personas, puesto que un descalabro generalizado en la
naturaleza puede traer consigo la muerte de gran parte de la población.

En este punto, es importante resaltar que el fenómeno del cambio climático (que
implica una subida de la temperatura promedio global) es un fenómeno humano
en el que la responsabilidad recae sobre todas las personas, pero en mayor medida
que los individuos, la mayor parte de la responsabilidad recae sobre las industrias,
a través de procesos contaminantes y que explotan de forma acelerada los recursos
(Molina, 2011).

Ante la disyuntiva de hacer un cambio radical en la forma y la velocidad de


producción (que implica una pérdida en los beneficios de las empresas y una
reestructuración social a gran escala) o de seguir con los beneficios a corto plazo,
poniendo en peligro el futuro de la humanidad, las empresas, en su gran mayoría,
han optado por lo último. Incluso, los países más industrializados y con mayor
responsabilidad por el deterioro del medio ambiente (Estados Unidos y China),
evitan constantemente la firma de protocolos internacionales que los ligarían a
prácticas que favorecen el medio ambiente.

8.5 El empresario y el trabajador


Con todo lo ya dicho, podemos observar que, desde la ética propia del mercado,
no son los mismos los derechos que posee un empresario que los que tiene una
persona que trabaja para ellos. Como veíamos, esto es así porque la base de la
escala de los valores está en la mayor acumulación del capital. Esto se muestra con
especial claridad en los casos en que, para abaratar costos, las empresas deciden
despedir a un gran número de personas, supeditando el bienestar de muchas
personas a las ganancias personales.

Sin embargo, es necesario profundizar un poco más en este asunto. Si partimos


desde una perspectiva de los derechos humanos, toda persona tiene derecho a un
trabajo que le permita vivir dignamente y en el que sea tratado de forma adecuada.
Hemos dicho ya que, desde la visión de mercado, esto no es más que un problema
del que es imposible librarse. Desde aquí, todas las personas son sujeto de los
mismos derechos, tanto trabajadores como empresarios.

En cambio, las empresas, dejando los derechos humanos de lado, apelan a los
derechos contractuales para justificar la situación no balanceada entre los derechos
de unos y de otros. Desde esta perspectiva, “un derecho se adquiere cuando hay
un compromiso, un contrato, el cual también te obliga a unos deberes” (Molina,
2011, p. 147). El asunto aquí es que el contrato es desde un principio una
fundamentación de la inferioridad del trabajador respecto del empresario, puesto
que es el último el que decide bajo qué postulados se firmará el documento, dado
que sus posibilidades son mayores a las del otro, desde el momento en que el
trabajador necesita más del empleo que el empresario de ese trabajador en
particular.

Sin embargo, lo que debe recordarse, en cualquier caso, es que esta apelación
implica una visión inadecuada, desde el momento en que una persona no renuncia
a sus derechos por la firma de un contrato, ni se le puede exigir tal, precisamente
porque tales derechos los posee la persona por ser tal, y no por consideraciones
externas (Molina, 2011).

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