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TEORÍA DE LA PENA
DERECHO PENINTENCIARIO
Presentado por:
Milton César Choque Cahuaya
Tacna- Perú
2019
TEORÍA DE LA PENA
De entrada, podemos afirmar, que las teorías de la pena son formulaciones jurídico-penales
que intentan explicar el para qué sirve la pena y si su imposición por la comisión de un delito
o falta se encuentra legitimada por las teorías del Derecho penal. Efectuada esta precisión,
debemos indicar ahora que el sistema que sirve de base a las teorías de la pena se
construye tradicionalmente por la doctrina distinguiéndolas a partir de tres concepciones
básicas: 1. Las teorías retributivas o absolutas; 2. Las teorías de prevención o relativas; y, 3.
Las teorías de la unión o mixtas. Las formulaciones teóricas enunciadas contienen en sí
mismas diversas características que a continuación pasaremos a desarrollar.
Para entender con claridad este asunto, es necesario distinguir tres aspectos
importantes de la pena: su justificación, su fundamento y su fin; desarrollo que nos ocupa a
continuación.
Las teorías retributivas o absolutas deben su paternidad a Kant y Hegel, los mismos que son
considerados forjadores del idealismo alemán del siglo XVIII y XIX. Para los que defienden
esta teoría el que ha cometido un delito merece una sanción, pues aquel que a través de un
comportamiento delictivo afecta bienes jurídicos de otro, debe recibir su merecido por
razones de justicia. Se trata de dar prioridad a deberes religiosos, éticos y jurídicos de
retribución con el objeto de restablecer el orden social perturbado por el delito.
El surgimiento de las teorías absolutas puede explicarse, históricamente, como una reacción
ideológica centrada en la revaloración del hombre -como tal y en sí mismo-y en la
preocupación por la dignidad del condenado, frente a los abusos del antiguo régimen, de los
primeros revolucionarios burgueses y en contra de las concepciones utilitaristas de la pena,
muchas de ellas fundadas en el contrato social, propuestas por los penalistas de la
Ilustración.
En este sentido, con razón se señala que tanto La metafísica de las costumbres de Kant
como La filosofía del Derecho de Hegel, deben entenderse como productos de la polémica
que dichos filósofos mantenían contra la concepción relativista de la pena que dominaba en
su época, a la que precisamente reprochaba Hegel que trataba al condenado como a un
perro con un palo, en lugar de respetar su honor y su libertad. Y a la que también Kant
criticaba el hecho de que el condenado pudiera ser 'utilizado como un simple medio de las
intenciones de otro y mezclado con los objetos del Derecho patrimonial', tanto si la pena se
imponía en su beneficio, como en el de otro.
Así, el contenido esencial de las teorías retributivas -que, en su conjunto, responden acerca
del contenido, de los fines y de la justificación de la pena- viene dado por los planteamientos
centrales de dos de los más grandes filósofos de la cultura europea: Kant y Hegel, máximos
representantes del idealismo alemán, y, en su variante de la retribución divina, por distintos
autores católicos, entre los que destacan Althaus y Trillhaas.
La pena, por ello, tiene aquí un carácter absoluto, no sirve para nada más, pues constituye
un fin en sí misma. La pena tiene que ser porque debe imperar la justicia. Por esta razón,
además, se explica que la teoría de la retribución tenga directa relación con el principio de
proporcionalidad, dado que la culpabilidad aquí no solo es el fundamento de la pena sino
también su medida. De forma tal que el castigo penal no puede, por principio, exceder la
intensidad del reproche.
Asimismo, las teorías absolutas de la pena se basan en premisas que implican "la existencia
de verdades o valores absolutos anteriores al hombre", en virtud de los cuales se busca
hacer justicia con la pena y establecer, como fines a alcanzar, la justicia o la afirmación de la
vigencia del derecho. Por lo que el Derecho penal se legitima, para estas teorías,
como el instrumento eficaz para el logro de esos fines.
En este sentido, resulta claro que la idea del libre albedrío o el concepto de libertad de
voluntad del ser humano -y desde ella, el principio de culpabilidad- resultan claves para la
justificación de estas teorías, por cuanto solo el hombre libre, dotado de discernimiento y
libertad para decidir entre el bien y el mal, puede ser castigado por el delito cometido.
Así, con razón se señala que las notas comunes de las teorías absolutas se encuentran en
dos ideas fundamentales: la primera de ellas, está constituida por la tesis de que la pena, el
castigo penal, no puede perseguir jamás fines útiles de evitación o de prevención del delito.
Tal idea se basa en el concepto de "dignidad humana" sustentado por los partidarios de la
teoría de la retribución, concepto que se vería conculcado en el caso de que el hombre
fuese utilizado -como un animal- para orientar su comportamiento en sociedad a través de la
pena. Sea con la amenaza de ésta, para que se abstuviera de realizar ciertas conductas, o
con la aplicación directa de la sanción penal con la cual se le amenazó, si efectivamente
realiza las conductas prohibidas, con el fin de evitar que en el futuro vuelva a cometer dichas
conductas prohibidas.
La segunda idea o nota común de las distintas teorías de la retribución consiste en entender,
como una exigencia de valores absolutos, que la pena que corresponde al delito tiene que
ejecutarse siempre y en su totalidad. Por ello, para los partidarios de las teorías absolutas, la
no ejecución de la pena o su ejecución parcial son actos inconcebibles y totalmente
contrarios a su teoría de la pena, ya que, por principio, dichos hechos se enfrentan con las
exigencias irrenunciables de la justicia y el derecho.
Por otra parte, se plantea que la idea de la retribución descansa sobre tres presupuestos
inmanentes: el primero consiste en que la facultad del Estado para, mediante la pena, dar al
culpable su merecido, solo se justifica plenamente si se reconoce la superioridad moral de la
comunidad frente al delincuente. El segundo consiste en la existencia de una culpabilidad
que puede ser medida según su gravedad, y el tercero, en que la retribución presupone que
en el terreno de los principios se puede armonizar de tal manera el grado de culpabilidad y
la gravedad de la pena, que la sentencia puede ser considerada justa por el autor y por la
colectividad.
En este último orden de ideas se expresa una concepción de la retribución que refleja un
leve pero importantísimo matiz, consistente en sustituir la idea de la retribución por
un concepto de expiación.
6. CONCEPTOS FUNDAMENTALES DE LA TEORÍA DE LA RETRIBUCIÓN MORAL DE
IMMANUEL KANT
Según sostiene Kant (1724-1804), el derecho es el conjunto de condiciones bajo las cuales
el arbitrio de uno puede conciliarse con el arbitrio del otro según una ley universal de la
libertad. El derecho penal, en tanto, es, para Kant, el derecho que tiene el soberano, con
respecto a aquél que le está sometido, de imponerle una pena por su delito.
Por ello, para Kant, "la ley penal es un imperativo categórico y ¡ay de aquél que se arrastra
por las sinuosidades de la doctrina de la felicidad para encontrar algo que le exonere del
castigo, o incluso solamente de un grado del mismo, por la ventaja que promete, siguiendo
la divisa farisaica es mejor que un hombre muera a que perezca todo el pueblo! Porque si
perece la justicia, carece ya de valor que vivan hombres sobre la tierra".
De allí que, el individuo que incumple las disposiciones legales se hace indigno del derecho
de ciudadanía: la transgresión de la ley pública que incapacita a quien la comete para ser
ciudadano -señala Kant- se llama crimensin más (...).
Por ello se afirma que Kant se aparta de las concepciones contractualitas de la pena y
centra el fundamento de ésta en el principio de culpabilidad, lo que lo lleva a destacar la
dignidad humana y la libertad del delincuente. De ahí, que el siguiente paso lógico, en el
pensamiento de Kant, sea fundar la pena en la retribución de la culpabilidad del delincuente,
en base a su idea de que el derecho penal es una reacción frente al obstáculo a la libertad
representado por aquel uso inconveniente de la libertad realizado por un hombre que,
utilizando su libre albedrío, ha optado por el mal pudiendo haber realizado el bien.
Es en este sentido, precisamente, que para las teorías absolutas la pena es un mal que
recae sobre un sujeto que ha cometido un mal desde el punto de vista del derecho. Por ello,
si cada uno de los males tiene la misma naturaleza jurídica, esto es, implica una afección de
bienes jurídicos, sobre esa base es la que debe plantearse la posibilidad de adecuación -
relativamente precisa- entre la medida de un mal y otro. Así, a la intensidad de una afección
a un bien jurídico protegido por el derecho se responde mediante la afección en medida
similar sobre un bien jurídico del sujeto. Y, por último, para que tal mal no sea expresión de
puro autoritarismo, requiere de una justificación subjetiva; esto es, necesariamente debe
partir de un hombre libre, capaz de decidir entre el bien o el mal o bien reconocer el valor.
Por otra parte, el hecho de que Kant destaque la dignidad y la libertad del hombre, que
sostenga que el único fundamento de la pena es la retribución a la culpabilidad del sujeto y
que mantenga que la aplicación de la pena es una necesidad ética, una exigencia de la
justicia o un imperativo categórico, lleva a que en su teoría de la retribución moral y, en
general, en su filosofía penal, la pena no sea concebida como un instrumento para la
consecución de otros fines, distintos, que no sean la justicia o el mantenimiento del derecho.
La segunda fórmula señala no dañes a nadie (neminen laede), aunque para ello debieras
desprenderte de toda relación con otro y evitar toda sociedad (Lex iuridica).
Por último, la tercera fórmula indica entra (si no puedes evitar lo último) en una sociedad con
otros, en la que a cada uno se le pueda mantener lo suyo (suum cuique tribue). Si esta
última fórmula se tradujera -explica Kant- como: "da a cada uno lo suyo", formularía un
despropósito; porque no puede darse a nadie lo que ya tiene. Por consiguiente, si ha de
tener sentido, tendría que decir así: "entra en un estado en el que pueda asegurarse a cada
uno lo suyo frente a los demás" (Lex iustitiae)".
Llevadas estas fórmulas al derecho penal, han servido para establecer las bases sobre las
cuales Kant ha expresado, respecto de la pena, que la pena judicial (poena
forensis), distinta de la natural (poena naturalis), por la que el vicio se castiga a sí mismo y
que el legislador no tiene en cuenta en absoluto, no puede nunca servir simplemente como
medio para fomentar otro bien, sea para el delincuente mismo, sea para la sociedad civil,
sino que ha de imponérsele solo porque ha delinquido; porque el hombre nunca puede ser
manejado como medio para los propósitos de otro ni confundido entre los objetos del
derecho real (Sachenrecht); frente a esto le protege su personalidad innata, aunque pueda
ciertamente ser condenada a perder la personalidad civil. Antes de que se piense en sacar
de esta pena algún provecho para él mismo o para sus conciudadanos tiene que haber sido
juzgado digno de castigo.
Así, la dignidad del hombre impide, precisamente, que éste sea utilizado como un medio,
sea respecto de fines que le sean propios o ajenos, o como una cosa, sobre la cual se
puedan ejercer acciones o pretender derechos.
Por ello, el hecho de que el hombre sea considerado por esta teoría un fin en sí mismo y,
por tanto, no se pueda instrumentalizar en beneficio de la sociedad o de él mismo, tiene
como directa consecuencia que no sea considerado éticamente admisible fundar el castigo
del delincuente en razones de utilidad social y que, por tanto, solo sea admisible basar la
pena en el hecho de que el delincuente la merece según las exigencias de la justicia: la ley
penal se presenta como un imperativo categórico, es decir, como una exigencia
incondicionada de la justicia, libre de toda consideración utilitaria como la protección de la
sociedad u otras23.
Respecto del sistema para apreciar las penas y establecer su justicia, en cuanto cualidad y
cantidad del castigo, Kant critica el sistema basado en el principio de la igualdad y adopta el
sistema talional, en virtud del cual se acepta incluso la pena de muerte como legítima
retribución para el caso que corresponda.
Al respecto, Kant expresa: "Pero ¿cuál es el tipo y el grado de castigo que la justicia pública
adopta como principio y como patrón? Ninguno más que el principio de igualdad (en la
posición del fiel de la balanza de la justicia): no inclinarse más hacia un lado que hacia otro.
Por tanto, cualquier daño inmerecido que ocasionas a otro en el pueblo, te lo haces a ti
mismo. Si le injurias, te injurias a ti mismo; si le robas, te robas a ti mismo; si le pegas, te
pegas a ti mismo; si le matas, te matas a ti mismo. Solo la ley del talión (ius talionis) puede
ofrecer con seguridad la cualidad y cantidad del castigo, pero bien entendido que en el seno
de un tribunal (no en un juicio privado); todos los demás fluctúan de un lado a otro y no
pueden adecuarse al dictamen de la pura y estricta justicia, porque se inmiscuyen otras
consideraciones".
No obstante lo anterior, Kant reconoce que las diferencias sociales pueden afectar la
aplicación literal de la regla talional, ante lo cual ofrece un par de ejemplos a manera de
solución.
Kant señala al respecto, "parece ciertamente que la diferencia entre las posiciones sociales
no permite aplicar el principio del talión: lo mismo por lo mismo; pero aunque no sea posible
literalmente, puede seguir valiendo en cuanto a su efecto, respecto al modo de sentir de los
más nobles. Así, por ejemplo, la multa por una injuria verbal no guarda relación alguna con
la ofensa, porque quien tiene mucho dinero puede permitírsela perfectamente por placer
alguna vez; pero la ofensa inferida al pundonor de uno puede llegar a equipararse al daño
infligido al orgullo del otro, si se obligara a éste, por juicio y derecho, no solo a retractarse
públicamente, sino también, a besar la mano de aquél, aun cuando sea inferior".
En cuanto a la pena de muerte y el sistema talional adoptado por Kant, es claro que la
justificación de dicha pena es consecuente con todo lo anteriormente señalado, por lo que
en su planteamiento no hay más justicia ni equivalencia posible frente a un asesinato que la
muerte del asesino.
Al respecto Kant señala expresamente que si una persona "ha cometido un asesinato, tiene
que morir. No hay ningún equivalente que satisfaga a la justicia. No existe equivalencia entre
una vida, por penosa que sea, y la muerte, por tanto, tampoco hay igualdad entre el crimen y
la represalia, si no es matando al culpable por disposición judicial, aunque ciertamente con
una muerte libre de cualquier ultraje que convierta en un espantajo la humanidad en la
persona que la sufre".
Para remarcar más aún el sentido que la pena de muerte tiene en su sistema filosófico, Kant
señala a continuación su famosísimo ejemplo de la isla, tantas veces citado en contextos
distintos, según el cual, "aun cuando se disolviera la sociedad civil con el consentimiento de
todos sus miembros (por ejemplo, decidiera disgregarse y diseminarse por todo el mundo el
pueblo que vive en una isla), antes tendría que ser ejecutado hasta el último asesino que se
encuentre en la cárcel, para que cada cual reciba lo que merecen sus actos y el homicidio
no recaiga sobre el pueblo que no ha exigido este castigo: porque puede considerársele
como cómplice de esta violación pública de la justicia".
En el mismo sentido, se señala que este ejemplo de Kant pone drásticamente de relieve que
para él la aplicación de la pena es una necesidad ética, una exigencia de la justicia y que los
posibles efectos preventivos de la misma son ajenos a su esencia. Idea ésta que hace
advertir claramente una consecuencia fundamental de la concepción retributiva: que la
pena ha de imponerse por el delito cometido aunque resulte innecesaria para el bien de la
sociedad.
Estas ideas respecto a la pena de muerte y sobre la aplicación del sistema talional hacen
concluir a Kant, además, respecto de los partícipes de un homicidio, que "todos los
criminales que hayan cometido el asesinato, o también los que lo han ordenado o han
estado implicados en él, han de sufrir también la muerte; así lo quiere la justicia como idea
de poder judicial, según las leyes universales (...)".
En resumen, creo que no existe nada mejor para terminar esta breve revisión de la teoría de
la retribución moral de Kant que sintetizar su pensamiento, reiterando una frase clave en su
filosofía penal: "la pena judicial (poena forensis), distinta de la natural (poena naturalis), por
la que el vicio se castiga a sí mismo y que el legislador no tiene en cuenta en absoluto, no
puede nunca servir simplemente como medio para fomentar otro bien, sea para el
delincuente mismo sea para la sociedad civil, sino que ha de imponérsele solo porque ha
delinquido; porque el hombre nunca puede ser manejado como medio para los propósitos de
otro ni confundido entre los objetos del derecho real (Sachenrecht); frente a esto le protege
su personalidad innata, aunque pueda ciertamente ser condenada a perder la personalidad
civil. Antes de que se piense en sacar de esta pena algún provecho para él mismo o para
sus conciudadanos tiene que haber sido juzgado digno de castigo'".
De ahí que ellas hayan servido para desarrollar el fundamental principio limitador al Ius
Puniendi del Estado, el principio de culpabilidad, en virtud del cual, solo se responde por el
hecho y en cuanto el sujeto sea culpable. Por lo mismo, al otorgar estas teorías una
trascendencia fundamental al principio de culpabilidad, permitieron el desarrollo, hasta
nuestros días, de dicho principio.
Además, se señala que las teorías absolutas de la pena han sido esencialmente
garantistas, puesto que han impedido una intervención abusiva del Estado, que implique
solo el uso de su fuerza; de ahí, se afirma, que hayan estado "traspasadas por un sentido
ético", fundado ya en el derecho natural o en el racionalismo liberal.
En relación con esto último, al garantismo y el sentido ético de las teorías absolutas, resulta
altamente positivo el hecho de que la teoría de la retribución ética de Kant no utilice al
hombre como instrumento. Por ello, a favor de las teorías absolutas se puede sostener que
impiden la utilización del condenado para fines preventivos generales, es decir, para
intimidar a la generalidad mediante la aplicación de penas al que ha cometido un delito (lo
que no necesariamente guarda relación con el mismo), y que, por tanto, no deben estar
condicionadas por la tendencia general a delinquir, a la que el autor del delito es ajeno. En
otras palabras, impiden sacrificar al individuo a favor de la generalidad.
Por último, Jescheck apunta una relevante observación positiva respecto de las teorías
absolutas de la pena, al señalar que en ellas "se desconoce que el hombre sea un ser débil,
precisado de ayuda y frecuentemente maltratado; se le trata justamente, pero con extrema
frialdad. La verdad permanente de las teorías absolutas -concluye-consiste en que la
protección de la sociedad a través de la pena, en tanto ésta devenga necesaria, ha de
procurarse siempre de una manera justa".
8. TEORÍAS SUBJETIVAS DE LA RETRIBUCIÓN
La ley del talión (jus talionis), que aparece incluso entre los trascendentes postulados
bíblicos, explica la idea de retribución de la pena desde una perspectiva ética. Aquí, no se
trata de castigar a un hombre por ser tal, sino porque ha causado un mal y por tanto le
corresponde una pena igual o equivalente al delito cometido. Es decir, si matas debes
pensar que te matas, si robas, te robas; no hay otra alternativa. En efecto, la idea central
que inspira a Kant es que la pena justa se concibe como un imperativo categórico. Pero, hay
un aspecto que separa la posición retributiva subjetiva de Kant de la postura objetiva de
Hegel y de las teorías funcionales del Derecho penal y que se refiere a las razones de
utilidad social de la pena. Kant no admite sancionar al delincuente por razones de utilidad
social pues considera que el hombre no es una cosa, es una persona, es un fin en sí
mismo y como tal no debe ser instrumentalizado. En tal sentido, la pena para la postura
kantiana no tiene una finalidad utilitarista, y se impone legítima y justicieramente al que ha
delinquido en base a una retribución semejante o del mismo tipo que el delito
cometido.
El ilustrativo ejemplo de la isla es del todo didáctico para comprender la postura
retribucionista de Kant: aunque una sociedad se pusiera de acuerdo para disolverse (p. ej.,
los habitantes de una isla deciden separarse y desperdigarse por todo el mundo), debería
ajusticiarse previamente al último asesino que se encuentre en prisión aunque ello ya no sea
necesario. Según el filósofo alemán, de esa manera todo el mundo podría experimentar el
valor de sus actos y la culpabilidad no recaería sobre el pueblo que no ha ejecutado esa
pena. En caso contrario, el pueblo podría ser considerado como partícipe de esa lesión de la
justicia. Este es el mejor ejemplo de teoría absoluta: que la pena sea innecesaria para la
sociedad (ya que esta deja de existir) es absolutamente indiferente para la pena como
institución, en la medida que el autor se merece la pena. Existe un deber de retribuir con
penas por parte del Estado, incluso justo antes de su disolución como tal[4].
Esta teoría entendida como arrepentimiento del autor se encuentra estrechamente vinculada
a la tradición cristiana de la expiación del pecado o de la redención de la culpa mediante la
penitencia. Desde una perspectiva estrictamente jurídica, esta teoría ha sufrido críticas
insuperables por parte de la doctrina más cualificada. Según sus partidarios, la pena no
buscaría el restablecimiento de la justicia o del Derecho como otras teorías retributivas, sino
de la propia personalidad. La expiación es entendida como una disposición moral o personal
del culpable. Para esta teoría, el reo reconocería la pena que sufre como una consecuencia
justa y necesaria de su delito (de su mala acción). La pena tendría un sentido catártico para
despertar sentimientos de culpabilidad y el consiguiente arrepentimiento en el autor del
delito. La pena sería, así, no sólo un padecer, sino un actuar[5].
Más jurídica es la fundamentación de la teoría retribucionista que propuso Hegel. Para éste
el carácter retributivo de la pena se justifica por la necesidad de restablecer la vigencia de la
“voluntad general” representada por el orden jurídico, que resulta negada por la “voluntad
especial” del delincuente[7]. En ese sentido, Hegel funda su teoría en base a la dialéctica
hegeliana que se estructura triádicamente del siguiente modo: voluntad general u
ordenamiento jurídico (tesis); negación del orden jurídico o delito (antítesis); y, negación de
la negación o pena (síntesis). Esta postura retribucionista que tiene una base netamente
jurídica, asume una concepción objetiva que plantea el restablecimiento del Derecho. Con
otras palabras, por esta vía la pena tiene una dimensión objetiva que se constituye como
una reacción estatal en la que no tiene prevalencia la lesión de los derechos individuales
sino la lesión del Derecho.
Para Hegel se trata de llevar a sus últimas consecuencias su teoría dialéctica, de manera
que si el delito niega al Derecho, solo mediante la pena, que es la negación del delito,
puede recuperarse el equilibrio de la Justicia. El retribucionismo en Hegel es menos
empírico y más idealista, que lo fue en Kant; no necesita de acudir a la ley talional para
explicar la retribución, por lo que puede explicar sin problemas su compatibilidad con la
heterogeneidad entre delito y pena[8]. En efecto, para Hegel, al igual que Kant, la imposición
de la pena como realización de la Justicia tiene su fuente motivadora en lo que sucedió en el
pasado y sus fundamentos van en contra de las concepciones utilitaristas instrumentadoras
que tienen amparo en las teorías de prevención. Sin embargo, a decir de Zaffaroni[9], todo
esto era muy elaborado, permanecía en el plano del idealismo filosófico y, al promediar el
siglo XIX, resultaba demasiado abstracto frente a lo que estaba sucediendo en un mundo,
que cambiaba con celeridad.
Ahora bien, al margen de que en la doctrina se estila analizar conjuntamente las
concepciones de ambos pensadores como si se trataran de posturas filosóficas idénticas, lo
cierto es que es posible identificar notables diferencias.
Kant, con su consideración de que la pena (justa) debe ser del mismo tipo que el delito
cometido; Hegel, que no defiende que la conexión entre pena y delito resida en que sean del
mismo tipo, sino del mismo valor. Dentro de las teorías retributivas es preciso diferenciar la
fundamentación subjetiva de la retribución (desde la perspectiva del que sufre la pena) de la
fundamentación objetiva intersubjetiva (desde la perspectiva del que la impone). La teoría
objetiva de la retribución de Hegel le concede a los fenómenos delitos y pena una dimensión
social y de comunicación intersubjetiva de la que carecen las formulaciones kantianas. Por
esa razón resulta tan fácil entroncar la teoría de la pena de Hegel con las modernas teorías
de la pena más influidas por las Ciencias Sociales, mientras la teoría kantiana es utilizada,
recurrentemente, para oponerse a la creciente influencia de dichas teorías de la penas,
entre las que se encuentran las teorías funcionales.
DIFERENCIAS
TEORÍA RETRIBUCIONISTA DE KANT TEORÍA RETRIBUCIONISTA DE
HEGEL
La pena debe ser del mismo tipo La pena debe ser del mismo valor
La pena es un deber moral, un imperativo La pena es un deber jurídico
categórico
Tiene una dimensión subjetiva Tiene una dimensión objetiva
La pena reduce el Derecho penal a la ley del La pena se impone por el
talión y se impone por la lesión a la víctima quebrantamiento de la vigencia de la
norma
SEMEJANZAS
Son principialistas
Sus fundamentos van en contra de las concepciones utilitaristas
La pena se impone por razones de Justicia
10. CRITICAS LAS TEORÍAS DE LA RETRIBUCIÓN
En primer lugar, se señala como una dura crítica a la teoría de la retribución de Kant, el
problema de que al no ofrecer una equivalencia entre el sufrimiento del que padece la pena
y del que sufre las consecuencias del delito, vulnera el principio de proporcionalidad. Pues
bien, si el retribucionismo de Kant reduce el Derecho penal a la ley del talión bajo la premisa
de que si matas debes pensar que te matas, si lesionas debes pensar que te lesionas; habrá
que preguntarse como lo hace Vilajosana: “¿cuál sería la pena equivalente al delito de
falsificación de documentos, por ejemplo? El solo planteamiento de esta cuestión ya
parece absurdo”[11]. En efecto, la ley del talión puede funcionar para los delitos contra la
vida, la integridad física, la libertad, pero el planteamiento no afirma la validez del principio
de proporcionalidad. No obstante, aun en los delitos contra la vida no se ofrecía la
equivalencia en el sufrimiento pues no se distinguía si el homicidio era doloso o culposo,
bastaba el resultado para la aplicación de la ley del talión. Además, baste tan solo con
imaginar al delincuente tuerto con su víctima normal a quien la lesiona gravemente
haciéndole perder uno de sus ojos. Con la aplicación de la ley del talión obtendremos al final
el siguiente resultado que explica la falta de equivalencia en el sufrimiento: un delincuente
ciego y una víctima que puede ver solo con un ojo.
En segundo lugar, se afirma la crítica de que las teorías absolutas son incompatibles con el
Derecho positivo. Así, un Código Procesal Penal o un Código Penal no podrían incluir en su
articulado categorías jurídicas como el principio de oportunidad, la terminación anticipada, la
conclusión anticipada, la suspensión de la ejecución de la pena, la exención de pena, el
indulto, la amnistía, la prescripción, etc., pues estas no calzan con las teorías absolutas de
la pena en las que predominan los fines de justicia. Se hace extensivo el análisis crítico
también a los beneficios penitenciarios que permiten al sentenciado egresar del
Establecimiento Penitenciario. En ese sentido, un Código de Ejecución Penal tampoco
podría incluir categorías como la semi-libertad o la liberación condicional.
Finalmente, Kant y Hegel acaban construyendo una teoría absoluta para un Estado
absoluto. En un Estado moderno enmarcado en un constitucionalismo en versión garantista
o iusnaturalista no cabe una concepción absolutista sino una concepción relativista del
Estado y de la pena. Como afirma Feijoo Sánchez[12], es cierto que una sociedad que
estuviera realmente segura de lo que es racional o éticamente correcto podría reaccionar
con dureza frente a comportamientos irracionales o faltos de ética. Pero vivimos en una
sociedad abierta y democrática en la que los valores no se asumen de forma absoluta, sino
que se relativizan y cuestionan constantemente. El problema es que no se puede construir
un Derecho Penal como el hegeliano en sociedades tan relativistas, abiertas y escasamente
cohesionadas como las occidentales.
Sin perjuicio de hacer aplicables a las teorías neo-retribucionistas todas y cada una de las
críticas arriba señaladas, en un magnifico trabajo, Bernd Schünemann estableció las
principales observaciones críticas o defectos lógicos que a su juicio se pueden aplicar
directamente a la tendencia neo-retribucionista del fin de la pena postulada por Jakobs
basada en Kant.
La primera crítica guarda relación con la idea de que el reestablecimiento del derecho por
medio de la retribución solo presupone la lesión de una norma jurídica como tal, pues con
ello no se posibilita una limitación al derecho penal. Así, la tesis de Jakobs, según la cual
debe cautelarse la vigencia de la norma ante la mera afirmación del delincuente -con su
hecho- de que "la norma no rige", aparece como justificadora del castigo y no limitadora
del ius puniendi.
Más aún, los esfuerzos del neo-idealismo de desarrollar un concepto filosófico de delito
tampoco ayudan pues la deducción lógica de la teoría absoluta conduce, otra vez, a la pena
desde la simple lesión de la norma. Ello petrifica el derecho penal al estado de la sociedad a
eso del año 1800, enviándolo fuera de la problemática más relevante para la sociedad
actual; la prevención o los delitos contra el medioambiente, por ejemplo, o la adaptación del
derecho penal a las necesidades de la desarrollada sociedad industrial y con ello a
necesidades racionales.
Mientras a la lesión de la norma solo se le agregue la "mala voluntad" como característica
del concepto de delito, no tendrá lugar una limitación material del delito como conducta
socialmente dañina cualificada, a diferencia de la simple lesión de la norma. En cuanto la
lesión a la libertad sea señalada como la esencia del delito, no quedará suficientemente
claro cómo se debe diferenciar a éste del concepto general de conducta contraria a derecho.
La segunda dificultad detectada por Schünemann consiste en que la teoría absoluta, dentro
del marco de la filosofía de la libertad fundada por Kant, presupone la libertad (de voluntad)
del autor del delito a retribuir. La diferencia entre el hombre como parte del mundo de los
sentidos ("sujeto empírico") y del hombre como yo inteligible ("sujeto trascendental")
constituye la base fundamental del derecho y de la moral. Por ende, conforma también la
base de la teoría absoluta de la pena, como algo no tomado de la experiencia, sino surgido
de un modelo de pensamiento de la razón pura. Así es como el hombre se puede liberar de
los impulsos de la sensualidad y, en virtud de su comprensión, obrar conforme a los deberes
morales que resultan del imperativo categórico.
Como señalé arriba, frente a la profunda crítica a la denominada prevención general positiva
y al fracaso del ideal resocializador, se ha planteado la necesidad de revisitar las teorías
absolutas o retributivas de la pena, con el fin de reevaluar sus posibilidades de aplicación.
Esta idea, lamentablemente, si no es fundada a partir de las actuales valoraciones -de los
derechos fundamentales, de los límites materiales limitadores al ius puniendi, y desde la
óptica del Estado democrático de Derecho- y sigue planteándose como tradicionalmente se
ha hecho, esto es, de manera absoluta, represiva y solo orientada al reestablecimiento del
orden jurídico y a la realización de la justicia, se constituye como una teoría ajena a las
necesidades del mundo actual y negadora de la condición actual del hombre.
Por ello, al no encontrar nuevos fundamentos sino más de lo mismo pero con otro lenguaje y
conceptos, el neo-retribucionismo vuelve a imponer intencionalmente la idea de la pena
como un mal, sin justificar si este mal favorece a alguien; al condenado, a la sociedad o a la
víctima.
Es decir, se pune para que el castigo del delincuente sirva de escarmiento a los demás
ciudadanos, para que se abstengan de delinquir en el futuro[15]. En la actualidad, en la
ciencia alemana la prevención general “negativa” ha sido ampliamente desplazada por la
prevención general “positiva”[16]. Ciertamente, la prevención general negativa que se
caracteriza por la intimidación de la generalidadcon la finalidad de que los ciudadanos no
delincan, no ha logrado el éxito esperado pues, entre otras razones, el utilitarismo que lleva
consigo atenta contra la dignidad humana al utilizar al hombre como objeto y no como sujeto
de derecho.
La prevención general positiva se vincula con la afirmación del Derecho y en ella
predominan elementos ético sociales. Desde el análisis realizado por Mir Puig, puede
distinguirse entre concepciones fundamentadoras y limitadoras. Las primeras (Welzel,
Jakobs, Kaufmann) permitirían ir más allá de lo preciso para la intimidación por razones de
integración social. Las segundas, en cambio, sólo buscarían limitar los excesos de pena
debido a razones intimidatorias, exigiendo penas que respondan a la conciencia social (así,
Roxin, Hassemer, Zipf)[17].
En base a esta teoría, von Liszt señala que debería establecerse la función de la pena
preventivo-especial en base a las siguientes categorías de delincuentes:
Claus Roxin, dentro del marco de las teorías preventivas de la unión, propone por los años
60, la “teoría dialéctica de la unión”. Esta propuesta pluridimensional consiste en la
combinación o integración de los momentos de la vida de la pena en tres fases: legislativa
(prevención general), judicial (prevención general y prevención especial) y de ejecución
(prevención especial). Como se puede apreciar Roxin apuesta por una teoría con
predominancia preventiva excluyendo, en principio, la idea de retribución. En resumen, la
teoría unificadora de Roxin presenta los siguientes momentos o fases de la vida de la pena:
2. El momento de la aplicación de la pena que se corresponde con el plano judicial y cuyo
fundamento se basa en la prevención general y la prevención especial.
Pese a las críticas que existen contra la teoría dialéctica de la unión por propugnar un
sistema abierto que otorga predominancia político criminal a la resocialización, que en la
práctica ha sido una teoría nada óptima y que no incluye a la víctima en su construcción,
debemos reconocer que es la teoría que al lado de la teoría de la prevención general
positiva han ganado terreno en la dogmática penal actual. Así, el profesor Abanto
Vásquez[31] anota que, la teoría preventiva de la unión es prácticamente la dominante en la
actualidad o por lo menos se puede decir que tiene igual grado de difusión que la teoría de
la prevención general positiva en la versión defendida por HASSEMER. En el fondo, apenas
si se alcanza a ver alguna diferencia entre la primera y la segunda, pues también esta
última reconoce la vigencia del principio resocializador, así como los efectos limitadores
(hacia arriba) de la culpabilidad del sujeto (Derecho penal de culpabilidad), aunque como
principio constitucional externo.
De la revisión de las publicaciones de notables juristas nacionales que han escrito obras de
Derecho penal parte general, vemos que en lo que se refiere a la función de la pena prevista
en el CP, se destaca una incoherencia entre el articulo pertinente del Título Preliminar con el
texto de la Exposición de Motivos del CP. Un poco de historia nos muestra que el artículo IX
del Título Preliminar del Proyecto del CP de enero de 1991 preveía que “la pena tiene
función retributiva, preventiva, protectora y resocializadora”. Es de apreciarse que aquel
proyecto se habría inclinado por una teoría retributiva de la unión al estilo de Merkel quien
postulaba que la contraposición de las teorías retributivas y preventivas son solo imaginarias
y sin sentido, toda vez que la prevención sin retribución no es pena. A pesar de ello
surgieron críticas en el sentido de que la tesis sostenida en el proyecto en mención contenía
posturas irreconciliables. Es así que el legislador del CP de 1991, dejando de lado el
proyecto de enero de 1991, promulgó el CP con el art. IX del TP cuyo texto sigue vigente:
“La pena tiene función preventiva, protectora y resocializadora”. Es decir, se excluye la
función de retribución; sin embargo, en la Exposición de Motivos del CP 91, de modo
confuso, aun se sigue sosteniendo que la pena tiene una “función retributiva, preventiva
protectora y resocializadora”. Lo cierto es que se trata de una incorrección técnica que tiene
vocación de permanencia, pero que debe ser salvada por la sistemática de la Ley.
Ahora bien, ¿cuál es la teoría (s) que reconoce nuestro programa normativo? Algunos
autores como Villavicencio Terreros[32] y Prado Saldarriaga[33] afirman que el CP de 1991
asume la teoría mixta de la unión. En efecto, nuestro Código penal se adscribe a la teoría
dialéctica de Roxin que en sus tres momentos de la vida de la pena reconoce las
perspectivas de prevención general y prevención especial. El sistema jurídico penal, en el
plano teórico, se funda razonablemente en la función preventivo-especial. Basta solo
verificar que no sólo en el CP de 1991 prevalece la función resocializadora de la pena sino
que, también, el artículo II del Título Preliminar del Código de Ejecución Penal prevé: “La
ejecución penal tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y reincorporación del penado
a la sociedad…”. En el plano constitucional se tiene incluso el artículo 139.22 de la
Constitución cuyo texto expresa: “Son principios y derechos de la función jurisdiccional: El
principio de que el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y
reincorporación del penado a la sociedad”. Pero eso es solo la teoría porque en el plano
práctico las concepciones preventivas especiales no son más que normas identificadas con
la prevención general negativa o retribución pura, y no solo para presos sino a veces
también para inocentes que pierden su libertad por una inadecuada decisión jurisdiccional,
como por ejemplo cuando se deciden las solicitudes de prisiones preventivas. La
consecuencia es que de la “universidad de la delincuencia” salen personas más violentas,
personas más resentidas y más alejadas al ideal resocializador.
Es evidente que los artículos I y IX del TP del CP91, el artículo II del Título Preliminar del
Código de Ejecución Penal y el artículo 139.22 de la Constitución son puro Derecho penal,
de ejecución y constitucional simbólico que no se corresponden con lo que sucede en la
realidad. Y es que en nuestro país, las políticas para el control del delito se diseñan en
función del clamor de la opinión pública, de la influencia mediática, de los pedidos de las
víctimas de “pena de muerte y cadena perpetua a los delincuentes” y de la voz de algunos
políticos –y de sus asesores- que unas veces omiten y otras formulan políticas públicas en
función al cálculo de sus ventajas políticas. El diseño así descrito se torna claramente
politizado y populista. Ése es el problema que existe en nuestro país, que hace prevalecer
un sistema fundamentalmente acientífico, más retributivo que preventivo. Lamentablemente,
las racionales demandas públicas de seguridad hacen que el Poder Legislativo responda
con un discurso emotivo construido desde un modelo de Derecho penal máximo, con más
leyes y con más penas. Y entonces, no se llega a comprender que aquella expansión
irrazonable del Derecho penal significaría a la postre no sólo una menor seguridad sino una
grave inmoralidad política que hace irresoluble el conflicto social.
16. CONCLUSIÓN
La conclusión a todo lo planteado hasta aquí es reflexionar respecto a cuál de las teorías de
la pena debe acogerse como modelo político criminal que posibilite la seguridad ciudadana y
pública que se necesita en el país. Al margen de considerar que ninguna de las teorías
analizadas llega a colmar al 100 % las expectativas de la Academia, la teoría dialéctica de la
unión de Roxin, con predominancia preventiva, es la teoría que más se aproxima a los fines
de nuestro Derecho penal. Y decimos predominancia preventiva porque los postulados
constitucionales, penales y de ejecución tienen su anclaje en la prevención especial. En ese
sentido, pensamos que la prevención debe estar limitada por la culpabilidad. A decir de
Abanto Vásquez, “la teoría preventiva de la unión es prácticamente la dominante en la
actualidad o por lo menos se puede decir que tiene igual grado de difusión que la teoría de
la prevención general positiva en la versión defendida por HASSEMER”. En esa línea, la
teoría dialéctica de la unión posee un sistema de límites que va desde la prevención general
en el momento de la conminación legal por el poder legislativo, pasando por una prevención
general y especial en el momento de la aplicación judicial por los órganos jurisdiccionales,
para finalmente llegar a una prevención especial en el momento de la ejecución de la pena
por los órganos penitenciarios.
Finalmente, este trabajo no podría agotarse sin alcanzar una recomendación: la política
criminal respecto a la pena debe sufrir un cambio radical. Suena a insensatez pensar que
con prever más penas se va a lograr la disminución de las tasas de criminalidad. Estimo que
es ridículo escuchar que algún político, sobre todo en periodos electorales, pide cadena
perpetua para algunos delincuentes creyendo que eso basta para disminuir las tasas de
criminalidad. Parece que no se quisiera entender que “el hecho criminal es un coste
estructural y la lucha contra el crimen no puede emprenderse a costa del sacrificio de las
libertades y las garantías del ciudadano”. Ahora bien, sin dejar de restituir los derechos de
las víctimas, creo que lo que se debería hacer es ocuparse del preso antes de la cárcel,
durante la cárcel y después de la cárcel. Así, POZUELO PÉREZ asume para España -lo que
resulta también aplicable en nuestro país- la necesidad de emprender un giro radical: antes
de la cárcel, reduciendo su presencia como respuesta en las leyes penales; durante la
cárcel, invirtiendo en que ésta sea menos desocializadora y en la posibilidad de que el preso
puede acceder adecuadamente al sistema progresivo de adaptación a la vida en libertad,
y después de la cárcel, permitiendo que a través de la asistencia post penitenciaria se
produzca una verdadera integración social de quienes han estado en prisión.
BIBLIOGRAFIA
https://www.derechoycambiosocial.com/revista002/pena.htm
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-43602011000100009
http://derechopenalypoliticajudicial.blogspot.com/2014/12/las-teorias-de-la-pena.html