«¡Pluguiera a los Dioses que la nave Argos no hubiese volado hacia la
tierra de Colcos a través de las Simplégades azules, que jamás cayese el pino cortado en los bosques del Pelios y que no lo hubiese provisto de remos nunca la mano de los hombres ilustrísimos que se pusieron en marcha con objeto de llevarse el vellocino de oro de Pelias! Porque entonces no hubiese navegado mi señora Medea hacia las tierras de Iolcos, con el corazón turbado de deseo por Jasón; no habría impelido a las hijas de Pelias a matar a su padre, y no habitaría en esta tierra corintia con su marido y sus hijos, complaciendo a los ciudadanos de este país, al que ha llegado en su fuga, y sin negar nada a Jasón. […]. Pero hoy todo es hostil y los más caros afectos se resienten. Jasón ha engañado a sus propios hijos y a mi señora, se acuesta en un lecho real, y se casa con la hija de Creón, que manda en esta tierra. Pero la desventurada Medea, herida por este ultraje, le recuerda el juramento que ha hecho él, invoca la mano que él le ha dado en prueba de fidelidad, y pone a los Dioses por testigos de la ingratitud de Jasón […]. Temo que abrigue algún nuevo propósito, porque tiene un carácter violento y no soportará el ultraje. La conozco, y temo que se hiera el hígado con una espada afilada, tras de entrar en silencio adonde está su lecho, o incluso que mate a la joven real y al que se casa con ella, atrayéndose luego una desdicha mayor. Porque es violenta, y quien incurra en su odio no cantará el Peán fácilmente». (Eurípides, Medea 1- 45).
Medea de Eurípides, quien entre versos y cantos ilustraría la venganza
de Medea a Jasón, y, en esta cita a los versos de la nodriza, que cual prólogo de esta tragedia, antecede al canto del coro, y da a conocer desde entonces el elemento por el cual surge el nudo de la trama, siendo esta la ya mencionada traición de Jasón, se establece así el conflicto que junto al inminente destierro de Medea y sus hijos de la ciudad de Corinto, se volvería el preámbulo al desenlace: la vindicta de Medea. A sabiendas de ello resulta necesario para tratar los siguientes aspectos de la obra, hacer mención a los personajes que allí interceden, que expuestos por orden de aparición se iniciaría por la nodriza de los hijos de Medea, el pedagogo de los mismos, los hijos de Medea y la misma, hija de Eetes y esposa de Jasón, seguida por Creonte, Rey de Corinto, Jasón, hijo de Esón y esposo de Medea, Egeo, rey de Atenas, y finalmente el Mensajero. De igual manera, en la pieza hacen aparición personajes mudos, que serían los soldados de Creonte, la sirvienta de Medea y los servidores de Jasón. El coro por su parte se vería compuesto por mujeres Corintias, que entre cantos interceden y se vuelven participes de la tragedia, entrando en una especie de dialogo con la hechicera hija de Eetes, donde el pensamiento sería revelado sin disimulo y el coro se ubicaría como el único —dentro de la imitación— conocedor del funesto plan, junto con la pesadumbre y tormento que habitan en el corazón de aquella que conspira el mal contra su marido, pues su propósito solo se vería completado en cuanto corra la sangre de sus hijos, ¿y es que acaso existiría mayor tortura que la muerte de su progenie?, aún a sabiendas que el dolor se reflejaría en ella preferiría ignorarlo, porque en su despecho añoraba más el mal del enemigo que el bien propio. Siendo conscientes de lo mencionado, y a sabiendas del carácter de la obra, se vuelve evidente cuan necesario resulta la ejecución y el triunfo de la venganza, pues de esto depende el surgimiento de la peripecia y el reconocimiento en el argumento, propios de la tragedia griega. La peripecia como aquel suceso repentino que, ocurrido de manera casi imprevista, altera el curso de los acontecimientos, llevando al argumento a pasar de la dicha al infortunio o contrariamente, del infortunio a la dicha. Este recurso sería en Medea de Eurípides, moldeada por la intervención de Creonte, quien al exigirle a Medea abandonar con sus hijos las tierras bajo su gobierno por temor a ella, originaría que la mencionada pase de sumirse en su melancolía a aferrarse al irascible deseo de venganza. No obstante, al ubicarnos bajo la perspectiva de Jasón, quien sería uno de los principales causantes del conflicto, además de guardar un profundo vínculo con Medea, descubrimos una nueva forma de peripecia, aquella que ocurre con el envenenamiento de Glauca, hija de Creonte y prometida de Jasón, pues su error -propio de la tragedia-, sería aceptar hacerle llegar a Glauca los presentes que Medea le enviaría por medio de sus hijos, siendo estos un peplo fino y una corona de oro. La agnición por su parte, descrita en la Poética como «el paso de la ignorancia al conocimiento», surgiría entonces, en el primer caso, de la peripecia, pues para Medea su sentencia al exilio la llevaría al conocimiento, y como propio de la agnición, este conocimiento induciría a la amistad o al odio, habiendo sido optado el segundo en este caso, pues volvería al Glauca y Creonte enemigos a sus ojos. En el caso de Jasón, la agnición vendría con la noticia de la muerte de sus hijos, pues si bien el verdadero objetivo de Medea, su conspiración en contra de él sería revelada ante el asesinato a los miembros de la familia real, sería el suceso antes mencionado, el conocimiento de esta verdad, que alteraría la idea de su entorno y más específicamente de Medea. Ciertamente la presencia de la peripecia y la agnición como recursos del argumento trágico caracteriza e influye de manera directa en la trama, pues altera la fortuna que se cierne sobre el personaje, sobre todo en el héroe, así como el rumbo que este tomaría ante la nueva perspectiva. No obstante, no sería por otro sino el lance patético que la pieza se vería dotada de una mayor carga emocional, donde la aflicción y el tormento serían evocados, pues este tercer recurso no se referiría a otro que no sea toda «acción destructora o dolorosa», y ha de ser en función a esta declaración que se mencionen los asesinatos obra de Medea a Glauca, a Creonte y a sus hijos como los dos primeros lances patéticos, y la huida de la misma con los cuerpos inertes de los infante, sin permitirle a su padre siquiera rozarlos. ¿Acaso habría otra escena que engendre y suscite al temor y la compasión como estas en la pieza? Cuya sola mención o compendio conmueva y turbe al espectador: Los homicidios a Glauca y Creonte, que a pesar de ser solo versadas y no imitadas podría amedrentar a cualquiera, pues sería expresado con sumo detalle como entre gemidos la joven era corroída por el veneno de las dadivas que la adornaban, y ya irreconocible por el fuego que desprendía la corona de oro sería su padre, Creonte, quien sosteniendo el cuerpo de su hija sufriría el mismo fin fatal. El infanticidio cometido por Medea de manera directa, quien dueña de plena conciencia y conocimiento, asesinaría a sus dos hijos, pues ignoraría que estos son su estirpe para así evitar un peor destino en manos de otros como castigo de los actos cometidos por ella, pero por sobre todo para así condenar la existencia de toda descendencia de su antiguo amor a la imposibilidad, «Porque nunca verá ya él vivos a los hijos que de mí tuvo; y la recién casada no se los dará, porque es preciso que perezca miserablemente con mis venenos.» (Eurípides, Medea 803). La huida de Medea con los cadáveres de sus hijos, privando al padre de estos de una despedida digna, e ignorando las suplicas de este para darles sepultura, pues para la mujer esta es parte de su justicia, y sería ella quien enterraría los cuerpos en el bosque sagrado de Hera, evitando que enemigos ultrajaran sus tumbas. Estos actos, todos tramados y ejecutados por Medea suscitaría el temor a ella, lo cual resulta consecuente a los expresado por Creonte, quien confesaría desde un inicio serían sus habilidades y carácter los que suscitarían este sentimiento en él, pues Medea como sujeto de la mitología griega y protagonista de esta pieza ilustraría en su dominio del arte de la magia y la persuasión, junto a la fuerza de su índole, una figura que sería respetada y/o temida, tanto dentro como fuera de la imitación, y que no dudaría en recriminar públicamente las desgracias a las que era sometida en la sociedad por su condición, pues como sabia y poseedora de conocimientos varios resulta molesta, y como mujer resulta marginada y degradada, pues lo que al hombre se le perdona e inclusive vitorea, a la mujer se le critica y condena. Así pues, se presenta la incógnita: ¿Quién resulta en el héroe retratado en los versos de Eurípides? Sería la mujer herida y despechada que, en la añoranza a su patria, a lo abandonado por amor a la persona que tiempo después la traicionaría despiertas un odio y resentimiento que la volvería capaz de culminar tales despiadados actos. O sería acaso el hombre que, en su objetivo de prosperar política y socialmente, dando como razón el deseo de posicionar a su estirpe en lo más alto sería capaz de repudiar a quien no solo era su esposa, sino a quien en el pasado resultaría en un personaje fundamental para el triunfo de sus propósitos. La disyuntiva nacida de la falta de nobleza, e inclusive de vileza en los individuos resulta en realidad, en una característica, una innovación propia de Eurípides, quien se aleja del concepto del héroe clásico, para así ilustrar personajes que más allá de ser ideales serían realistas, pues sin ser mejores ni peores se asemejarían mucho al ser humano. Por consiguiente, la atención del poeta se centraría en la psicología y emociones de los caracteres, pues serían sus tormentos los que llevarían a la desdicha. Este camino trazado por Eurípides, que conduce sin retorno a la desgracia sería más que aclamado por Aristóteles, pues en la Poética expresa que, aún en su deficiente uso de muchos de los aspectos propios de la tragedia, Eurípides se posiciona como «el más trágico de los poetas», y a evidencia de ello mencionaría los certámenes dramáticos, pues las piezas de dicho poeta «se revelan como las más trágicas». No obstante, ese no sería el caso de la pieza que aquí se trata. La dramática separación de Medea y Jasón es un mito que conserva más de diez siglos de existencia según se puede especular, y no sería hasta el 431 a.C. que en manos del poeta Eurípides nacería tan mencionada representación, la cual estrenada el primer año de la Olimpiada ochenta y siete formaría parte de un certamen dramático, compitiendo contra los poetas Sófocles y Euforión. Las criticas manifestadas por el público ateniense sobre tal imitación se traduciría en la escasa aceptación que tendría la pieza de Medea dentro del contexto social e histórico a la que es contemporánea, así como la entrega del último lugar en el concurso. Según Aristóteles, la obra carecía de argumentos fundamentados y firmes, pues a su criterio esta se encontraba falta de posibilidad y credibilidad, principalmente en el final, que habiéndolo juzgado como un deus ex machina le adjudica una falta de coherencia, aspecto que inevitablemente lo vuelve además de imposible, poco convincente, lo cual según el filósofo le resta valor y credibilidad. No obstante, estos no serían las únicas críticas, pues a los ojos del público griego en general, debía de ser repudiado el infanticidio representado en el escenario. Se tiene conocimiento de una hipótesis que otorga mayor fundamento ante tal rechazo, pues versiones plantean que ese terrible filicidio no sería propio del mito que se conocía hasta aquel entonces, y sería adjudicado a Medea por acto del ático Eurípides, y el rumor de un soborno propagado entre voces condenaría la suerte de la obra, pues surgiría la sospecha de que serían los dirigentes de Corinto quienes harían entrega de una suma de dinero al poeta con el fin de limpiar la imagen de la polis, pues en el pasado del mito serían los ciudadanos quienes darían muerte a los infantes. No obstante, se halla una segunda teoría ante la razón de tal cambio en los hechos, y este reside en las necesidades de la época, pues sería aquel 431 a.C. cuando se desencadenaría la Guerra de Peloponeso, justificada previamente según Esparta, por la ruptura del Tratado de los Treinta Años por parte de Atenas. Se infiere que esta disputa se vería reflejada en la obra, principalmente de la mano de Medea y Jasón, siendo la primera mencionada, una posible representación a los Espartanos en un intento de ilustrarlos como los enemigos bárbaros y despiadados de los atenienses. Esta teoría toma como evidencia muchos de los actos y comportamientos de Medea, recalcando su audacia y excesos, así como su naturaleza de extranjera, cuya finalidad se interpreta como el objetivo de abrir una enorme brecha entre ella y el resto de los griegos, tal y como eran vistos los espartanos, y sería Medea quien al igual que los mencionados recalcaría constantemente la violación de los pactos por parte de Jasón. Todos estos aspectos junto al hecho de que Medea era mujer, y Jasón la compararía y calificaría de leona, que el personaje cumpliría con los tres requisitos por los cuales Medea no poseería la gracia de la fortuna según Tales de Mileto, pues para gozar de dicha fortuna se tiene «en primer lugar por haber nacido humano y no animal; en segundo, por haber nacido hombre y no mujer; y en tercero por ser griego y no bárbaro». A pesar de estos argumentos, la fuerza de esta teoría reside en, tal y como puede asumirse, el infanticidio, pues se era sabido (según otros solo especulado) que los enemigos a quienes se hacía referencia, dadas ciertas circunstancias eran capaces de dar muerte a sus hijos en edades tempranas. Cuan contrario resultaría entonces el futuro que le aguardaba a la mujer retratada, cuya historia se consideraría un espejo de la sociedad bajo la cual viviría, que a causa de cuan adversa naturaleza sería rechazada y bautizada como «bárbara», pues en nuevas interpretaciones se alzaría como portavoz de la denuncia a las desigualdades, y ahora su condición diferente y de mujer sería su mayor fuerza. Sin embargo su reinterpretación no ha de ser confundida, pues esta no negaría su figura atormentada ni actos inmorales, aún como mujer digna de temor será recordada y de los versos de Eurípides resuenan sus palabras, impregnadas en la memoria de todo aquel participe de ellas, pues en evocación a los dioses recitaría su funesta vindicta, y el augurio de una tragedia ya sería favorecida, la sentencia a muerte decretada y aún al filo de lo imposible este destino no ha de ser negado, puesto tal y como culminarían los cantos de las Corintias: «Muchas cosas el Zeus del Olimpo gobierna; lo que cumplan los dioses prever no se puede. Lo esperado no dejan que llegue a su fin, consiguen que se haga real lo imposible. Así en esta historia ocurrió...» (Eurípides, Medea 1415). BIBLIOGRAFÍA: S.F. Eurípides. Medea. Traducción española de Germán Gómez de la Mata. Interclassica. Universidad de Murcia. Recuperado de: http://interclassica.um.es/divulgacion/traducciones/obras/tragedias/medea__1/ german_gomez_de_la_mata/1_409
S.F. Eurípides. Medea. Traducción española de eBooket. Recuperado de: