4 El modelo de las fases del desarrollo psicosexual
"La vida sexual no comienza sólo con la pubertad sino que se instala poco después del nacimiento con exteriorizaciones nítidas" (Freud, 1894/1960, pág.16). SI en el lenguaje corriente "sexual" se suele asimilar a "genital", Freud distingue con claridad estos conceptos: entiende la vida sexual en un sentido esencialmente más amplio, a saber, como la función global de la ganancia de placer desde las zonas del cuerpo (una función que sólo con posterioridad se pone al servicio de la reproducción). "Sexualidad" abarca, en consecuencia, la organización total de la libido.
2.4.1 Fases infantiles de la libido El modelo de las fases postula que diferentes órganos, en una secuencia bien determinada, entran en escena unos después de otros como zonas erógenas: primero la boca (fase oral), después el ano (fase anal), luego el genital (masculino: fase fálica) y, trascurrida una fase de latencia, en la pubertad, los genitales (masculinos y femeninos: fase genital). En cada fase la ganancia de placer se concentra en variedades bien determinadas (p.ej. en conexión con ciertos objetos), que son definidas como fijaciones. Hasta esas fijaciones se retrocederá posteriormente, sobre todo en situaciones de crisis; estos retrocesos reciben el nombre de regresiones (cf. infra, para más precisiones). En paralelismo con estas fases se vivencia el complejo de Edipo -confrontación específica con el progenitor del mismo sexo y el del sexo opuesto (véase infra)-, que empero alcanza su punto culminante en la fase anal.
La fase oral se extiende más o menos por todo el primer año de vida. Su zona erógena es la boca y la satisfacción se liga al comienzo principalmente con la toma de alimento (la lactación, pero también el chupeteo del pecho materno). Con esto se configura además el primer vinculo de objeto. Desde la segunda mitad del primer año de vida estas exteriorizaciones pulsionales orales cobran fuerte autonomía y en lo sucesivo se pueden satisfacer también de manera autoerótica (p.ej., el chupeteo del pulgar). De acuerdo con las actividades de matar y de morder, se distingue por añadidura una fase oral temprana (mamar) y una fase oral-sádica (morder). En la fase anal (también: sádico-anal), que va del segundo al tercer año de vida, entran en juego la función de la excreta y la satisfacción de las agresiones. El sadismo es considerado aquí como una mezcla pulsional de Eros y Tanato. En esta fase interesa también la lucha en torno de las excretas, es decir, el entrenamiento para la limpieza: el ejercicio de poder por parte de los padres, ligado a esa educación, se contrapone a la vivencia del propio poder, por el hecho de que el niño puede dar o rehusar. En la fase fálica, más o menos del cuarto al sexto año de vida, lo notable es que, según Freud, tiene eficacia sobre todo el genital masculino (el falo). Hoy se cuestiona mucho su concepción según la cual el genital femenino permanece ignoto por mucho tiempo y la niña reverencia la venerable teoría de la cloaca en su intento de comprender los procesos sexuales (Freud, 1894/1960, pág. 16). (P.ej., ya Karen Horney, Melanie Klein, Ernest Jones, entre otros, han atribuido a la niña una sexualidad específica desde el comienzo. El feminismo critica en particular, acerca de esto, que el psicoanálisis se haya concentrado con exclusividad en el pene como órgano sexual, dejando de lado ámbitos de una sexualidad típicamente femenina como la menstruación, el embarazo, el parto y el silencio; cf., p.ej., Irigaray, 1980; Hacker, 1983.) En la fase de latencia que sigue a estas tres fases psicosexuales infantiles, los impulsos sexuales no desempeñan casi papel alguno; en cambio se configuran impulsiones sociales. Sólo en la fase genital que empieza con la pubertad vuelve a activarse plenamente la vida sexual; en el caso común, se dirige entonces a un compañero del sexo opuesto ajeno a la familia.
2.4.2 El complejo de Edipo El supuesto de Freud de que el pene es el único órgano genital en la fase fálica tiene mucha importancia para ciertos modelos explicativos del psicoanálisis: en la medida en que los dos sexos parten de la premisa de la universalidad del pene, la niña vive su "falta de pene" (o su inferioridad clitorisina) y desarrolla una "envidia del pene". En cambio, el varón desarrolla angustias de castración: "El inicia el quehacer manual con el pene, junto a unas fantasías simultáneas sobre algún quehacer sexual de este pene en relación con la madre, hasta que el efecto conjugado de una amenaza de castración y la visión de la falta de pene en la mujer le hacen experimentar el máximo trauma de su vida" (Freud, 1894/1960, pág. 16). En esta línea se sitúa el complejo de Edipo (así llamado por el héroe de la tragedia de Sófocles Edipo Rey, quien sin saberlo mató a su padre y casó con su madre). El varoncito, desde muy pequeño, establece una ligazón libidinosa con la madre; del padre, en cambio, se apodera al comienzo por vía de identificación. El complejo de Edipo se desarrolla por el refuerzo de los deseos sexuales dirigidos a la madre y el conocimiento de que el padre los contraría: la identificación-padre adquiere entonces una tonalidad hostil, nace el deseo de eliminar al padre para sustituirlo ante la madre" y poder realizar su "aspiración tierna de objeto". A causa de las angustias de castración y de la inviabilidad de los deseos edípicos, el complejo de Edipo se disuelve (o "sucumbe", lo que caracteriza mejor el carácter de la represión) para reanimarse en la pubertad. La concepción del complejo de Edipo para el caso de la niña fue modificada completamente por Freud (el concepto de "complejo" proviene de la terminología de C. G. Jung; la propuesta de este de hablar de un completo de Electra para la niña, es decir, el "correspondiente" de Edipo en la saga griega, fue desautorizada de manera expresa por Freud): todavía hasta mediados de la década de 1920, este complejo se consideraba análogo al del varón, es decir, actitud libidinosa femenina hacia el padre y sustitución de la madre; después los procesos relacionados con el complejo de Edipo femenino sufrieron una complicación sustancial (cf., p.ej., "Algunas consecuencias de la diferencia anatómica entre los seños", de 1925, o "Sobre la sexualidad femenina", de 1931) Por cierto que hoy se pone en tela de juicio la universalidad antropológico-etnológica que Freud atribuyó al complejo de Edipo (en Tótem y Tabú, de 1913, desarrolló, p.ej., la idea del parricidio en la horda primordial). Además, ya señalamos que el valor que le atribuyó tal vez no fue del todo independiente del descubrimiento que él hizo en su autoanálisis de sus propios deseos libidinosos hacia su madre. Sin embargo, por lo menos muchos psicoanalistas clásicos (freudianos) siguen considerando el complejo de Edipo y las diversas formas de su resolución (p.ej., la represión) como un punto de referencia esencial de la psicopatología.
2.4.3 Relaciones de objeto y narcisismo Si las mencionadas fases infantiles de la organización de la libido se caracterizan por el predominio de determinada zona erógena, de manera parecida se puede tomar como eje la relación de objeto. Se trata del objeto (persona o cosa) al que se dirige la libido. Por desdicha, también en este caso el empleo de los conceptos es muy poco uniforme entre los psicoanalistas y aun en la obra del propio Freud. Con el término autoerotismo, se suele designar la fase inicial (paralela a la fase oral temprana): la libido está dirigida sobre el cuerpo propio y encuentra satisfacción en la misma zona erógena (en este caso: la boca) sin necesitar de un objeto exterior Pero en sentido más amplio, en fases posteriores se registra también esta autosatisfacción con independencia del objeto, el autoerotismo entendido como "placer de órgano" (el ejemplo típico es la masturbación). Este autoerotismo se trasforma cada vez más (si el desarrollo es sano) en un amor de objeto a medida que la libido se vuelca sobre determinados objetos (por regla general es primero la madre, y finalmente el compañero heterosexual). Entre autoerotismo y amor de objeto interpone Freud la fase de desarrollo del narcisismo (Narciso era, en la saga, un joven que se enamoró de su propia imagen especular). La libido está aquí dirigida por entero a la persona propia, y por cierto que al yo propio. En el autoerotismo este yo aún no está configurado y la libido se relaciona sólo con la zona erógena propia (de ahí: "placer de órgano"); en el narcisismo, en cambio, se trata de libido yoica, de la investidura del yo propio con libido. En los trabajos posteriores de Freud (hacia la mitad de la década de 1920), la diferencia entre "autoerotismo" y "narcisismo" fue sustituida en buena parte por la diferencia entre "narcisismo primario" y "narcisismo secundario". El primero designa un estadio del desarrollo que es anterior a la formación del yo, y cuyo modelo es la vida intrauterina, la total inmersión en el cuerpo materno. Según Laplanche y Pontalis (1972), en el pensamiento psicoanalítico predomina hoy en general [. . .] la idea de que el narcisismo primario es un estado enteramente "anobjetal" o, por lo menos, Indiferenciado, sin escisión entre un sujeto y su mundo exterior. Con "narcisismo secundario", Freud designa ahora la libido retirada de la investidura de objeto. El narcisismo secundario caracteriza entonces determinados estados de regresión (véase infra).