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trozo de asado, es destruir el sacrificio haciéndolo

superarse. Por el contrario, la mirra y los perfumes desempeñan

en el matrimonio una función peligrosa y negativa. Si se

deja que invadan todo el campo de la unión conyugal en lugar

de restringir desde un principio sus efectos para extirparlos

después hasta la raíz (una matrona debe desechar el perfume,

para ella y para su marido), el matrimonio se destruye, no por

exceso, sino por perversión. AI pasar del sacrificio al matrimonio

hay pues, por lo que se refiere a las plantas aromáticas,

una inversión de sentido y un cambio de valor.

Al comienzo de su investigación, M. Detienne examina el

personaje de Adonis un poco como de soslaya, puesto que parte

del sacrificio con el que ni el mito ni el ritual del dios se

relacionan directamente; e ilumina el sacrificio con una luz indirecta,

puesto que para descifrar sus elementos significativos

140 Jean-Pierre Vernant

se sitúa no en el punto de vista del culto oficial, sino en la

perspectiva de una secta, la de los pitagóricos, que a través

de la crítica de la práctica sacrificial ponen en tela de juicio

los fundamentos mismos de la religión pública. Los pitagóricos

rechazan toda forma de sacrificio sangriento o no aceptan inmolar

para comerlos más que a los cerdos y las cabras, excluyendo

al buey y al cordero, según pertenezcan a una secta

enteramente exterior a la ciudad o a una cofradía inmersa en

la vida política a la que intentan transformar desde dentro. En

ambos casos, el rechazo religioso del sacrificio, de la muerte


de los animales domésticos y de la alimentación cárnica se

propone instituir un régimen alimentario de tipo más o menos

vegetariano que debe, en última instancia, colmar el foso que

separa a los hombres de los dioses y, en consecuencia, borrar

la distancia insalvable que el sacrificio había instituido en su

origen y que en el culto oficial es recordada, confirmada y

consagrada cada vez que se inmola ritualmente un animal para

alimentarse con su carne. Los pitagóricos intentan, pues, cambiar

el sacrificio por arriba, remplazándolo por un género de

vida y un modo de alimentación susceptibles de restablecer con

los inmortales la comunidad de existencia y la completa comensalidad

que existieron en otro tiempo, antes de la falta cometida

contra Zeus por Prometeo, y de las que el sacrificio,

en su forma actual, conserva el recuerdo. Para vivir en compañía

de los dioses hay que comer, en la medida de lo posible,

como lo hacen ellos. Los vegetales se deben ingerir completamente

«puros», como los alimentos que se consumían en la

edad de oro y como los que se ofrecen a la divinidad en altares

no ensangrentados, no mancillados jamás por el sacrificio. Los

hombres divinos, a semejanza de Pitágoras o de Epiménides,

llegarán incluso a no alimentarse de nada, a vivir de olores

perfumados al modo de los inmortales.

Por consiguiente, al término de su análisis, M. Detienne se

ve obligado a asignar a las plantas aromáticas el signo más.

En el consumo de alimentos, la «vida a base de plantas aromáticas

» representa el ideal, ideal al que los hombres deben necesariamente


renunciar, según el culto oficial; ideal que deben

esforzarse por alcanzar, según la secta pitagórica, renunciando

a los trozos de carne que en el sacrificio constituyen la parte

reservada a los humanos. Pero cuando M. Detienne se vuelve

hacia el matrimonio, institución a cuyo centro le conduce la

religión de Adonis, debe asignar a las plantas aromáticas el

signo menos. Las mismas esencias perfumadas e incorruptibles

Entre bestias y dioses 141

que unen la tierra al cielo y los hombres a los dioses, am u l o

unen demasiado íntimamente a hombres y mujeres, disuelven

el matrimonio en lugar de soldarlo. En el himeneo rcpixvsailiin

no el ideal, sino esa seducción erótica que es en sí misma nefasta

y perversa. ¿Cómo- explicar que en un sistema de códigos

tan riguroso y tan coherente

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