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CONSAGRADOS POR EL BAUTISMO A DIOS CON MARÍA

(P. Javier Alson smc)


La Palabra “consagrado” proviene del latín cum sacrum que quiere significar “estar con lo
sagrado“, “estar en lo sagrado“, “pertenecer a Dios”.
La Palabra “sacrificio” también va en la misma dirección, proviene del latín sacrum facere “hacer
sagrado”, “sacralizar” algo.
Desde siempre, en cualquier cultura o sociedad, el ser humano ha tenido esa tendencia de
relacionarse con lo sagrado, lo que está más allá de su mirada pero en lo que el hombre, por ser
racional, cree o busca de comprender, de aprehender, para de alguna manera darle un sentido
definitivo y pleno a su vida. Esta dimensión humana, religiosa, cultural y social se hace más
evidente en la confrontación del ser humano a la muerte, el poder darle un sentido a la vida que
vaya más allá de nuestra propia muerte, sobre todo de la muerte de nuestros seres queridos.
El ser humano se ha sentido inseguro y débil, sobre todo ante la enfermedad y la muerte, ante
el fracaso de las cosechas, ante las derrotas en las luchas y guerras. El desarrollo de sistemas
que le den seguridad ha ido creando distintas creencias y prácticas religiosas de todo tipo.
El judaísmo se caracterizó por ser la religión de la conciencia del pecado y del esfuerzo por no
pecar, por tener una conducta intachable ante Dios, por ser una persona justa, que cumpla
plenamente la ley de Dios dada a Moisés.
El cristianismo continúa al judaísmo pero lleva a su plenitud la relación entre gracia y pecado;
por causa de Jesucristo se restablece la armonía entre Dios y el ser humano perdida en Adán y
Eva, y se entra en la Nueva y Eterna Alianza de Dios con la humanidad.
Al fin y al cabo el anhelo más profundo a nivel religioso de cualquier hombre es estar con Dios,
estar en compañía de Dios, sea cual sea su creencia. El resultado final de todas las búsquedas
espirituales debería ser ese, lograr estar en la presencia de Dios para siempre, sin que esa
presencia se vaya jamás.
La Iglesia desde el comienzo ha practicado el Bautismo, y con eso consagra a Dios las personas
que reciben el Bautismo.
Cuando se bautiza una persona se le echa agua en la cabeza, o se sumerge, por tres veces, y se
nombra cada vez una de las tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta
invocación marca al bautizado en su ser más profundo y le abre las puertas de la gracia para
siempre. A partir de esa semilla de Dios sembrada por la Iglesia, el creyente construirá el Reino
de Dios dentro de su ser, y el resultado final de esa siempre será la vida eterna con Dios, en su
presencia y su amor, para siempre.
Quiere decir que cuando la Iglesia bautiza su objetivo es la salvación eterna de la persona
bautizada. La persona ha sido consagrada a Dios, cum sacrum, se ha encontrado con lo sagrado,
ha sido tocada por lo sagrado y se ha abierto para siempre a lo sagrado, si es fiel a su bautismo
irá ampliando y desarrollando cada día con mayor profundidad este contacto, esta relación con lo
divino.
También cuando se bautiza se puede hablar de sacrificio, sacrum facere, se ha hecho sagrada
una persona, se ha ofrecido a Dios esa persona, dentro de la ofrenda de Cristo al Padre por el
poder del Espíritu Santo. La entrega de Cristo al Padre se marca en nuestro ser más profundo y
nos llama a hacer lo mismo que Jesús; entregarnos al Padre con todo nuestro ser, lo cual va a
suceder tarde o temprano para cada cual, el día en uno se muera, ese día tendremos que
entregarnos al Padre totalmente, sin aferrarnos a nada ni a nadie en este mundo que pasa.
El sumergirnos en el agua o echarnos el agua simboliza nuestra muerte, morir el hombre viejo,
el Adán que hay en nosotros, y nacer el hombre nuevo, el Cristo resucitado en nosotros. Cada
uno de nosotros es un consagrado a Dios por nuestro Bautismo, cada uno de nosotros tiene el
destino de ofrecerse a Dios plenamente, en cuerpo, alma y espíritu, como una ofrenda agradable
a Dios Padre.
Significa que la calidad de relación que se nos abre en nuestro Bautismo apunta a esa
profundidad; en nosotros está cultivarla o no, según sea nuestro interés, lo que vamos sintiendo
por dentro, el llamado que vamos descubriendo en nuestras vidas.
Nuestra relación con Dios está marcada de parte de la Iglesia en ese principio, en esa agua que
se nos echa en la cabeza invocando sobre nosotros a la Santísima Trinidad, y en ese final que
nos involucra a nosotros activamente, y cuyo horizonte es nuestro propio final en esta tierra,
que nos invita a la entrega total, plena, sin guardar nada para sí, tal como lo hizo Jesús: Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu (…)
Por lo tanto, nuestra vida religiosa cristiana comienza con el agua que nos echan en la cabeza y
termina con el deshacernos para Dios, darnos completamente a Él, sacrificar todo nuestro ser
para Él. Comienza con una consagración y culmina con un sacrificio.
Esta consagración estará activa a lo largo de nuestra vida, y es la que nos llevará a ese
momento final, a realizar allí el sacrificio auténtico, honesto, puro, inmaculado y santo, que está
implícito dentro del mismo Bautismo, cuando nos bautizan, nos consagran a Dios; nos están
sembrando el llamado a entregarnos a Él totalmente, la vocación a su Amor total, que algún día
aceptaremos con todo nuestro ser, aceptaremos de verdad de morir en Dios, y así
recuperaremos plenamente el vivir en Dios.
LAS CREENCIAS ANTIGUAS
Hay evidencias en diversas culturas de los sacrificios humanos a las deidades, o incluso al mismo
Dios. La Biblia incluso nos muestra esta realidad, aparte del episodio de Abraham, donde Dios le
pide sacrificar a su hijo Isaac, que al fin no se dio porque Dios vio la fidelidad de Abraham y le
impidió sacrificar a Isaac, le dio un cordero enredado en unas zarzas para sacrificar (…), está el
ejemplo de , quien promete a Dios sacrificarle al primero que se le presente al regresar de la
batalla contra los filisteos por haber triunfado, y por mala suerte la primera es su hija. Ella le
pide a su padre que la deje estar un mes con sus amigas para compartir su tristeza y luego él
cumple su promesa a Yahvé. (…)
En Salta, Argentina, encontraron unas momias de niños, vestidos, completas, en la cima de una
montaña de cerca de 6.000 MT de altitud, que fueron sacrificadas por los chamanes de hace 500
años aproximadamente y que fueron allí caminando por cientos de kilómetros, acompañados de
sus padres. Esos niños fueron sacrificados a los dioses, en la cultura incaica, para pedir por las
lluvias, por las cosechas, por la vida para todos.
Los Aztecas sacrificaban a diario seres humanos para ofrecerle al sol los corazones palpitantes
para que no dejara de salir, y a veces sacrificaban niños, los hacían llorar bastante antes de
matarlos, para que hubiese abundante lluvia; iban a las familias a buscarlos y era prácticamente
un honor entregar un hijo para esos sacrificios.
Además de seres humanos los diversos pueblos sacrificaban y aún lo hacen algunas culturas,
animales a los dioses. Los mismos israelitas sacrificaban a Yahvé toros, corderos, chivos, entre
otros animales, para pagar por sus deudas a Dios, sobre todo relacionado con el pecado más
que con otras cosas. La misma Virgen María junto con San José llevaron al templo como ofrenda
dos palomas, que era la ofrenda de los pobres, como pago por haber tenido un hijo, se
consideraba que por haber parido y sangrado, era ensuciarse, era pecar y había que purificarse
en el templo por medio de esa ofrenda.
Los sacrificios que hacían los israelitas a veces eran de comunión, donde quemaban la mitad del
animal y la otra mitad la cocinaban y comía el pueblo, o sino la quemaban totalmente, figurando
que Dios la había consumido, y de esa manera sentían que se purificaban, que su pecado
quedaba perdonado. Otras veces hacían oración y enviaban un carnero que se fuera corriendo
hacia el campo y con eso estaban alejando los pecados, la maldad, del pueblo de Dios.
Aún hoy hay ritos de matar animales en diversas culturas. Pero para Israel siempre estuvo
ligado al perdón de los pecados, a purificar espiritualmente al pueblo creyente. La relación entre
gracia y pecado fue siempre el corazón de la religión de Israel. Y cuando vino Jesús, llevó a su
plenitud esta relación, esta interacción entre gracia y pecado, poniéndose a sí mismo como el
cordero a sacrificar, que quita el pecado del mundo, y creando una nueva realidad religiosa
espiritual, donde fuese posible la liberación constante del pecado y la adquisición de la gracia,
dentro de la vivencia de la fe en Cristo, por Cristo y con Cristo. La plenitud de la relación entre
Dios y la humanidad.
La Iglesia, instituida por Jesucristo; creada y fundada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
tiene la potestad de bautizar y dar a las personas el sello de la presencia de Dios, y de abrir, en
una consagración auténtica y definitiva, cada ser humano a la gracia de Dios, con el llamado
implícito de dar su consentimiento a lo largo de su vida para llegar a la plenitud de la gracia y a
la liberación total del pecado, llegar a ser santos e inmaculados, como Jesús, como María lo fue
desde su concepción, por una gracia especial de Dios en vistas a la encarnación del Verbo en
ella.
CUANDO NOS BAUTIZAN nos consagran a Dios, nos convierten en “sacrificio para Dios”. La
simbología de ser sepultados en el agua para morir al hombre viejo, al Adán que somos, y el
salir de allí, respirar con la nueva vida del Espíritu, es ser hombres nuevos, el nuevo Adán,
Cristo Jesús.
Nuestra vida está sepultada con Cristo en Dios (…) este mundo pasa (…) y nosotros
pertenecemos al mundo de Dios; hemos recibido una semilla de eternidad, que provienen de
Dios, y nos hace ser de su Reino, nos hace ser del cielo. Lo de la tierra muere, pero lo que
llevamos dentro por el bautismo no muere.
Como cristianos vivimos descubriendo cada día esa realidad, de que estamos en el mundo pero
no somos del mundo (..) La inquietud espiritual radical que se va instalando en nosotros tiene
que ver con esa íntima contradicción entre nuestro hombre viejo y nuestro hombre nuevo, que
se da en nosotros; esa espada que nos atraviesa el alma y nos va haciendo dividir lo que es el
alma de lo que el espíritu.(..)
Si somos hijos de Dios implica que nuestro destino no es cualquier cosa, la mediocridad del
pecado no puede ser el horizonte definitivo de nuestras vidas; ni siquiera los logros de este
mundo material pueden ser el objetivo fundamental para un hijo de Dios.
Todos somos Adán, que busca recuperar la gracia perdida; todos somos Abraham que se va al
desierto a recuperar esa presencia que se le ha manifestado en la oscuridad de la incredulidad,
de la idolatría, todos somos el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, que salimos de Egipto a
caminar en el desierto para encontrarnos definitivamente con Dios y sellar una alianza auténtica,
real, entre nosotros y Él, cada uno de nosotros con Él.
El Bautismo nos marca de tal manera que ya no se nos puede borrar esa inquietud, ese llamado
de Dios, esa vocación que nos atrae a conocer a Dios, a buscarlo y a establecer una relación con
Él que signifique su presencia para siempre, sin sombras de oscuridad, plena y libre, en el Amor.
El ser consagrados quiere decir que somos apartados para Dios, y el día de nuestra muerte eso
se hace más evidente; en ese momento nadie puede evitar que salgamos de este mundo; allí se
llega a la plenitud de ese ser ontológicamente apartados para Dios en el Bautismo, consagrados,
cum sacrum, con lo Sagrado, con lo Divino, con Dios, y allí se da nuestro sacrificio definitivo;
sacrum facere, nos hacemos sagrados, nos hacemos parte de Dios, como dice la espiritualidad
ortodoxa, nos deificamos.
Cuando nos bautizan nos hacen Cuerpo de Cristo, y al morir entramos en la vida eterna como
tal, formando parte del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y Cristo es a la vez humano y divino,
se hizo humano para llevarnos a nosotros a la divinidad por medio de su cuerpo, por ser su
mismo cuerpo. Todos estamos insertos en Él por medio del Bautismo y nuestro destino final es
la Vida Eterna junto a Dios, gracias a ser parte de su Cuerpo.
VIVIR NUESTRO SER BAUTIZADOS
A lo largo de toda nuestra vida vamos viviendo nuestro Bautismo, cada día, cada instante de
nuestra vida, está marcado por esa realidad bautismal; !somos Consagrados a Dios por el
Bautismo! Y ese Bautismo está vivo y activo, porque Dios está Vivo y Activo; Cristo está
Resucitado y Activo, el Espíritu Santo está Vivo y Activo. Nosotros hasta cierto punto estamos
muertos, por nuestro hombre viejo, Adán, pero a la vez estamos resucitando, vivos y activos,
por Cristo, el Nuevo Adán.
Cada momento de nuestra vida se hace dramáticamente expresión de esa tensión entre la
pasión y muerte del hombre viejo, y la resurrección del nuevo Adán en nuestro ser. Ser
cristianos significa vivir nuestro bautismo, tomarlo en serio, entender que hemos sido marcados
por Dios para llevarnos a vivir el drama de nuestro ser, la lucha espiritual, entre el pecado y la
gracia.
Cada acto que hacemos para buscar a Dios significa estar bañándonos en el agua bautismal que
recibimos; cada pecado que cometemos significa estar siendo sumergidos en esa agua; cada
búsqueda sincera de Dios significa estar respirando por su Espíritu de Vida, estar resucitando.
Estamos sometidos a nuestro Bautismo, sumergiéndonos en él cada día con mayor
dramaticidad, debido a que cada día que pasa es un día menos para nuestra corta estadía en
este mundo, y un día más cerca de nuestro encuentro definitivo con la Verdad y la Vida.
Somos consagrados a Dios, marcados por ese Bautismo, que contiene en sí mismo el Misterio
Pascual de Jesús, su Pasión, Muerte y Resurrección, y que nos hace entrar a nosotros en esa
lógica, en esa realidad dinámica redentora; en esa fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús
venciendo la muerte para siempre, abriéndonos el camino hacia Dios de manera irreversible.
Todos los sacramentos de la Iglesia brotan y se insertan en nuestro ser bautizados; todos brotan
de la misma fuente, el Misterio Pascual de Jesús, y todos son hechos realidad por la fuerza del
Espíritu Santo, por la voluntad del Padre. Todo acto nuestro a favor de Dios, buscando su rostro,
la conversión hacia Él; queda sumergido en ese Bautismo, es su prolongación. Estamos
recibiendo la gracia divina que comenzó en el Bautismo, y que sigue bañándonos, lavándonos,
purificándonos, liberándonos del mal, hasta llevarnos completamente limpios y puros a la
presencia definitiva de Dios.
Cuando comulgamos el Cuerpo de Cristo, estamos entrando en la gracia de Cristo, en su Misterio
Pascual, estamos reavivando nuestro Bautismo.
Cuando nos confesamos, estamos recibiendo el perdón de Dios, estamos volviéndonos a
sumergir en la gracia bautismal, recuperando nuevamente la pureza interior, y resucitando a la
Vida Nueva con Cristo y por Cristo.
Cuando recibimos la unción de la Confirmación estamos invocando el Espíritu para que la gracia
bautismal llegue a su pleno desarrollo, que vivamos plenamente los dones del Espíritu Santo y
podamos llevar la semilla de nuestro Bautismo a su plenitud de Vida Cristiana.
Cuando recibimos la Unción de los Enfermos estamos recibiendo el perdón, volviendo a renovar
la gracia bautismal, recibiendo el ánimo del Espíritu para entrar en la Resurrección y la Vida, sea
que nos sanemos sea que muramos.
Cuando nos casamos estamos entrando nuevamente en la gracia bautismal, en el llamado a la
pareja, hombre y mujer, para ser procreadores, colaboradores de Dios en la vida de nuevas
personas humanas; unidos en un lazo que recuerda la unión de Cristo con su Esposa la Iglesia, y
entrando en el Misterio Pascual juntos, siendo el uno para el otro Pasión, Muerte y Resurrección;
estamos llevando a cabo nuestro llamado bautismal, nuestro sacrificio, nuestra consagración,
dentro de ese matrimonio.
Cuando nos hacen Sacerdotes de Cristo, estamos recibiendo la unción del Espíritu para llevar a
plenitud nuestro Bautismo, en la entrega sacerdotal, Pasión, Muerte y Resurrección, siendo en
persona de Cristo, sus ministros en la Iglesia, transparencia de su misterio para los demás, y
colaboradores de su obra, para que su acción concreta, su gracia, comenzando por el Bautismo,
llegue de manera real y concreta a cada persona, única e irrepetible, a quienes nos toque
atender a lo largo de nuestra vida sacerdotal.
UNICIDAD DEL BAUTISMO
El Universo, cuyo significado en latín sería unus versus, es decir, uno que va hacia todo pero al
mismo tiempo el todo va hacia la unidad. Y cuando San Juan nos dice que el Logos se hizo carne
(..) por quien todo fue hecho (..) está d apuntando a una realidad análoga, pero referida a lo
espiritual.
Así como el alma tiene muchos meandros, muchas sinuosidades, y entre ellas siempre puede
anidar el mal, además del bien; y somos muy fácilmente manipulables en nuestros sentimientos
y afectividad, como también lo somos en nuestra corporalidad física, en nuestra sexualidad, en
nuestras necesidades orgánicas; así mismo la realidad espiritual es más simple y directa.
Simplemente hay la posibilidad de ir hacia Dios o rechazarlo; buscar de amarlo o rechazarlo y
por lo tanto odiarlo.
Cuando nos bautizan nos están poniendo directamente en esa confrontación espiritual; nos
están bañando en el sacrificio de Cristo, que venció el mal y la muerte, y al mismo tiempo nos
están invitando, llamando, a responder a esa gracia recibida, y decirle que sí a Dios; decidirnos
a amarlo con todo el corazón y para siempre.
En lo profundo de la vida espiritual no hay sino dos posibilidades, o amamos o rechazamos, y
esto nos hace ser unos pequeños universos, como se dice, cada cabeza es un mundo; estamos
llamados a hacer de toda nuestra vida un constante reordenamiento hacia Dios, por Cristo, con
Cristo y en Cristo. Él, el Logos, la Palabra, la Inteligencia por la cual fueron hechas todas las
cosas, es quien nos dirige hacia el Padre, quien nos ordena, nos enseña, nos muestra el camino.
Él mismo es el camino hacia el Padre (..) El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (..)
Nuestra vida, marcada por el Bautismo, está ya encauzada hacia Dios, y cada día que pasa, si
somos fieles y queremos de verdad vivir nuestro Bautismo, vamos haciendo efectivo, real, esa
agua que nos bañó, cada día vamos dejando lo que no es de Dios y avanzando hacia Él, en
nuestro caminar de fe, de esperanza y de caridad, de vida cristiana.
Nuestro universo, unus versus, se convierte en versus unus, de Dios venimos y a Él vamos, en
Él vivimos, nos movemos y existimos (..) la pluralidad de seres de la que formamos parte, al
aceptar y activar plenamente nuestro Bautismo, se va convirtiendo en lo que debe llegar a ser,
un viaje hacia Dios, un acción desde nuestro ser más profundo para amar a Dios sobre todas las
cosas y para siempre. Como decía San Benito al final de su vida: todo se resume en un rayo de
luz (..) él, en su vida de búsqueda de Dios, había llegado a esa sensación interior, todo está en
la luz de Dios, nosotros mismos somos esa luz; somos bautizados.
Así nuestro ser bautizados se va convirtiendo en la luz de nuestras vidas, en el sentido más
profundo, en el lugar donde Dios nos llama, en la fuente de la gracia para la eternidad, en el
lugar donde está el Amor de Dios, el amor de María, el amor de la Iglesia. Se va convirtiendo en
nuestro oasis de salvación, allí donde Dios está Vivo y Activo en nuestro ser.
No hay ruptura entre ese momento primero de la gracia en nosotros y nuestra vida toda de
gracia; es el mismo acto de Amor de Dios prolongado en el tiempo de nuestras existencias, pero
no roto; porque para Dios todos están vivos (…) Así como la Eucaristía de cada lugar sigue
siendo una prolongación, una epifanía de la Última Cena de Jesús y de la Cruz del Viernes Santo
y de su Resurrección gloriosa. Así como la Confesión sigue estando unida al Misterio Pascual de
Jesús. Todo está allí, todo sigue allí, todo es una presencia de Dios, quien es el que es, el que
sigue siendo, el que siempre será siendo.
Nuestro Bautismo nos hace entrar en esa presencia que tuvo Moisés, en la brisa suave de Elías,
en la nube que cubrió al pueblo en el desierto, en la sombra que cubrió a María cuando se
encarnó el Verbo en sus entrañas, en el momento cuando Cristo gloriosamente resucitó por la
acción poderosa de Dios.
Todo es uno y uno es todo, porque Dios es Uno y Trino, y nada existe sin que Él lo permita (…)
Toda gracia dada por Dios está en Él y nos abre a su presencia, a su Amor, que es siempre el
mismo y siempre diverso. Por eso existimos cada cual como personas únicas e irrepetibles;
originales para siempre; sin temor a ser absorbidos por Dios, sino al contrario, más vamos hacia
Él y más somos nosotros mismos, libres, únicos e irrepetibles, originales para siempre.
Nuestro ir hacia Dios se convierte así en nuestra alegría más íntima, nuestra verdad más
cuidada, nuestro silencio más ruidoso. Esa trayectoria de ir hacia el Uno y Trino, es la jornada de
nuestro Bautismo, el llamado de Dios, la vocación de cada cristiano por ser bautizado. De toda
nuestra vida, nuestras experiencias, nuestros sufrimientos y alegrías, triunfos y fracasos, de
toda esa diversidad que conforma nuestra vida; todo se va haciendo una sola cosa; todo
confluye en una sola cosa, y dentro de la realidad de que somos seres humanos, vivos y
racionales, y la realidad de que Dios Es, nos queda una sola cosa válida, Amar a Dios sobre
todas las cosas, lo cual confluye en su Amor, puesto que de su parte Él también nos ama, esa es
su esencia, y en ese amor entran todos los demás, el prójimo, todo lo que es amable, y así en
eso único que es el Amor, quedamos todos allí, con la posibilidad real de existir para siempre,
presentes en Dios, llenos de su gracia.
Todo el sentido de nuestra vida más profunda en el espíritu está contenido en nuestro Bautismo,
al final es el Amor de Dios. Todo lo demás a lo largo de nuestra vida va llevando su pasión,
muerte y luego su resurrección en esa intención definitiva y estable, en esa acción hacia el
Amor. Nuestra vida es un caminar en el desierto, un constante bañarse en el Misterio Pascual de
Cristo, que es nuestro misterio propio, que cada día con mayor drmaticidad y realidad lo
hacemos nuestro, y así llevamos a cabo la plenitud de nuestra vocación cristiana recibida en el
Bautismo: llegar a ser hijos e hijas de Dios, llegar a la libertad plena de los hijos de Dios. (…)
CONSAGRADOS A DIOS CON MARÍA
La realidad de María dentro de la Iglesia es siempre muy especial; ella es la única mujer de toda
la humanidad donde se encarnó el Verbo de Dios.
Ella es la Llena de Gracia (…) que extendido a su vida entera implica que ella desde que
comenzó a existir fue preservada del pecado original, es la Inmaculada Concepción. Se puede
decir que ella recibió la gracia que se nos da en el Bautismo en el momento de su concepción en
vistas a que el Verbo se iba a encarnar en ella.
Desde el mismo comienzo de su existencia María fue sellada con la gracia de Dios que le hizo ser
su servidora, aquí está la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra (…) Ella dispuso su
vida hacia Dios y en ningún momento de esa vida cambió esta dirección, ese versus unus, hacia
Dios, incluso cuando compartió el Misterio Pascual de su Hijo, ella siguió su escucha y obediencia
a Dios, ahí está tu hijo (…) y luego cuando Jesús iba a enviar el Espíritu: Quédense en Jerusalén
para que sean revestidos del poder que nace de lo alto (…) y ella estuvo allí en Pentecostés
cuando eso sucedió (…) y selló definitivamente a la primera comunidad cristiana para que
tuviesen una dirección clara e indestructible hacia Dios, su versus unus de los apóstoles y del
primer núcleo eclesial.
Ese primero núcleo fue directamente confirmado en la gracia para poder llevar adelante la
Iglesia de todos los tiempos, para cumplir la tarea encomendada, que todos sean uno (..) que
toda la creación vuelva a Dios (…)
María desde el comienzo de su existencia estuvo al servicio de Dios, de su acción en la historia
humana; ella es la Nueva Eva, que acompaña al Nuevo Adán, Jesucristo. Ella es la mejor
cristiana, la más consagrada siendo mujer y madre, esposa casta de San José; ella tiene la tarea
nueva desde la cruz de ser nuestra Madre Espiritual. Ella participa activamente de toda la obra
de su Hijo Jesús para llevar todo el universo hacia Dios, comenzando por cada uno de nosotros,
que luchamos para llevar a la plenitud nuestro ser bautizados; ella interviene en todos los
pueblos, en todas las épocas para que se dé esa obra de Dios, para que se realice la redención
completamente en la historia humana.
Ella quiere y nos va ayudando a ir, hacia esa plenitud de nuestro ser consagrados a Dios por el
Bautismo; como buena madre ella nos toma de la mano, nos atrae dulcemente; ella trabaja en
comunión con el Espíritu Santo para ayudarnos y amansarnos, por su delicadeza, su humildad,
su ser femenino maternal y puro.
Ella sigue siendo la humilde sierva de Dios y nuestra humilde madre espiritual, nunca ha dejado
de serlo, aunque la pongamos de muchas maneras elevada; ella sigue activamente amándonos y
ayudándonos a caminar hacia Dios, viviendo plenamente el Amor, ocupándose de quienes Cristo
le encomendó, como una madre lo hace con sus hijos. Luchando con todas sus fuerzas y
posibilidades para que el mal no nos absorba, para ayudarnos a llegar al Reino de Dios y
salvarnos.
Ella es luz para nuestra esperanza, siendo una mujer como otra, sin embargo vive en Dios y eso
nos llena de fuerzas y esperanza; nos convence de que también nosotros podemos y debemos
llegar a vivir con Dios. También hemos recibido las gracias que ella recibió, por Cristo, aunque
ella de manera un poco diferente, pero la misma gracia, el mismo Dios, la misma intención de
llevarnos a su Reino, de salvarnos del mal.
La Iglesia es una sola y la gracia dada viene siempre de Dios; es una misma gracia para
llevarnos hacia Él, para hacernos entrar en ese versus unus, y juntos vivir en comunión dentro
del Amor de Dios, Padre Hijo y Espíritu Santo, como lo está viviendo ya María y está llamada
toda la Iglesia y por medio de ella, de su acción, toda la humanidad.
LA CONSAGRACIÓN DE MARÍA
María no fue bautizada como nosotros; ella desde el momento de su concepción fue consagrada
a Dios, por eso decimos que es la Inmaculada Concepción, y ella se mantuvo fiel a esa gracia
recibida y a ese llamado de Dios de ser la mujer especial, que siempre estuvo del lado de la
gracia de Dios, como la llama el arcángel Gabriel: Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo
(…) y más tarde le dice Isabel: Bendita entre todas las mujeres y bendito e3s el fruto de tu
vientre (…)
María está predestinada por Dios, llamada vocacionalmente, marcada desde su origen, para ser
la madre del Mesías que iba a pisar la cabeza de la serpiente e iba a atrer todos hacia Él (..).
Aquel por quien y para quien fueron hechas todas las cosas, aquel que define el versus unus, la
dirección de toda la creación de vuelta hacia Dios, el Verbo, el Cristo de Dios, el Ungido por el
Espíritu Santo.
María es la consagrada antes de existir la consagración, es la que recupera por la gracia de Dios
y los méritos de Jesús, el estado de gracia de Eva y de Adán antes de la caída; ella es quien
abre la nueva realidad de la recuperación de la gracia perdida en Adán, la gracia que luego se
nos daría en el Bautismo, por medio de la Iglesia, para que todos recuperásedmos esa gracia del
paraíso original.
Viendo a María podemos entender lo que significa pertenecer a Dios, ser de Dios, estar con Dios.
Ella, con su voluntad, su respuesta libre, asume el llamado y el reto de ser la madre del Mesías
esperado de los tiempos, hágase en mí según tu palabra (…) y participa con todo su ser de esa
tarea para recuperarnos y salvarnos para Dios.
Ella es la llena de gracia pero también la llena de servicio y de amor, la llena de obediencia a
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, la que vive a plenitud su ser consagrada a Dios y nos enseña
cómo hacerlo.
Todos, laicos, religiosos, sacerdotes, nos apoyamos en ella para poder vivir nuestra plena
consagración a Dios, que comienza con nuestro bautismo y se sigue sea con los votos religiosos,
sea con otros sacramentos, pero que apunta a pertenecer plenamente a Dios, a llegar a ser
como ella y con ella, llenos de gracia, para nunca más huir de Dios, estar para siempre en su
presencia.
María es la madre de todos, dada en la Cruz por Jesús en sus últimos momentos, como herencia
preciosa, que asume su rol maternal salvífico; una madre con toda la fuerza de su ser madre y
con toda la pureza de su ser inmaculada, dedicada a llevar a su plenitud nuestra consagración a
Dios. Una gran ayuda para nosotros, una voluntad de amor que se suma a la de Dios y a la de
toda la Iglesia, que día a día se dedica a bautizarnos, consagranos a Dios, darnos el Pan de
Jesús, su perdón, su enseñanza, su unción.
Una Iglesia consagrada a Cristo, su Esposa fiel, que lleva adelante su obra redentora de la
humanidad, con María como la primera de todos, la primera creyente, la primera redimida, la
primera discípula y misionera, la primera servidora y evangelizadora, la madre de Cristo y
nuestra.
María, ayúdanos a vivir plenamente nuestro ser consagrados a Dios. Amén.

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