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LA EKKLESIA EN EL CIRCULO
DEL AO LITRGICO
Dios no slo cre la Iglesia, sino que la redimid
tambidn. El es ci Salvador de la Iglesia. Durante
todo el da, durante todo ci aæo, la Iglesia estA en
expectacin. esperando al Senor.
ADVIENTO

Vigilia de Esposa

Att te ¡evavi animar,, mean Deus metu, in te confido -A


Ti alzo mi alma, Seæor, m Dios. En Ti confo" Ps. 24, 1. To
dos los aflos nos impresiona de nuevo esta primera mirada de la
IgLesia a Dios. Es como un nifio reciØn nacido que abre sus ojos
por vez primera y contempla ci mundo y ve por primera vez
a su padre y a su madre, aunque inconscientemente. La Ekklesa,
en cambio, busca con plena conciencia los ojos del Padre. Eleva
su mirada a Dios directamente, sin intermediarios. Este poder
mirar directamente a los ojos de Dios es lo que ms profunda
mente nos conmueve en el canto de la Iglesia.
"A Ti, mi Dios.’’ Con estas palabras indica la Ekklesa para
quiØn vive ella. No para s misma, ni para criatura alguna -aun
que sea la ms elevada-, ni para los Ængeles y Potestades. No,
su mirada pasa por aito a todos ellos y por encima de ellos se di
rige a Aquel a quien ama y busca exclusivamente [1].

El ojo del arijor

La venida del Logos en la humildad de la carne de pecado


s6lo fue una preparaci6n de la verdadera Epifana gloriosa que
empez6 la maFiana de la Resurrecci6n -pero s6lo para los fie
les- s que al fin de los tiempos se realizarÆ para e1 mundo una
sola vez -la primera y la lrima, al mismo tiempo-. Para la
santa Iglesia, la Epifana gloriosa, ci Adviento que nosotros
amarnos ‘, permanece eternamente. Por eso, su primera venida
en carne de humildad ella la contempla ya a la luz de su exalta
.cin y gloria, porque mira con os ojos de! anlor. Ella ama tam

Introito dci domingo E de Adviento.


Cf:. 2 Tira., 4, 6.
334 LA EKKLESIA EN a AO LITURCICO

biØn el primer Adviento. Fi ojo del amor ve con mayor clari


dad; por eso, aun en medio de la humil!aci6n, contempla ya at
que serÆ ensalzado por La Pasi6n; a travØs del vestido oscura de
la carne y a travØs ¿e la cruz contempla ya al G!odicado. El
Seæor no viene, pues, a ella como Juez, sino corno Salvador. Y
no viene s6lo como Salvador y Redentor, sino corno Esposo ¿Y
quØ venida puede ser tan cara a la Esposa elegida como la de
su Esposo?
No vamos a querer tanibi&i nosotros pertenecer al n,-
mero de aquellos que aman ci Adviento del Seæor? Cada una
de las almas es esposa del Seæor, que debe esperar su venida,
henchida de amor. El Seæor viene ya ahora continuamente y
observa por la ventana si su Esposa anhela verdaderamente su
venida y si desea su llegada [2].

En espera

‘Jerusalem, surge a sta in excelso et vide iucunditatem, quac


veniet tibi a Deo tuo -Levntate, JerusalØn, y sube a lo alto y
conrempla la alegra que te viene de tu Dios’’, as reza la Ekkle
‘.
sa el domingo segundo de Adviento JerusalØn, la santa Ek
k lesa, se alza sobre la montaæa de Dios y contempla la alegra
de Dios. El monte de Dios es el Misterio sagrado que nos eleva
de las bajezas de la vida terrena. Alif, en ei Misterio, contcm
piamos la alegra de Dios que este a punto de llegar -objeto
de esperanza-. Venia. llegarÆ.
La Ekklesa conreinpia. Es, realmente, *la espera de uno que
viene, pero es al mismo tiempo espera que estÆ en posesi6n de
la presencia y de esta presencia espera con toda seguridad algo
mÆs grande todava.
Poseernos, pues, algo y esperamos otra cosa. Exclamamos con
raz6n: Veni -1Ven -, y al mismo tiempo nos consta que

Gr. Bar, 5, 5; 4, 36. CommKnio de! domingo 11 de Adviento.


ADVIENTO 335

el Sefior ha venido ya: estÆ aqu. No podramos rezar con


esta seguridad propia del 4isterio ¡ven! , si no hubiera ve
nido ya; pero tampoco podramos decir con esa seguridad pro
pia del Misterio estÆ aqu, si no estuviØramos convencidos por
la fe de que vendrÆ a completar su Reino para siempre.
A la luz del Adviento, la iglesia camina hacia ci encuentro
del Seiior a quien ie sabe junto a s en el Pneuma. No camina,
pues, sola; e1 Scfior estÆ junto a ella, esta en ella. Ella es la
Esposa a quien acompafia el Esposo, invisiblemente, s, pero
con coda certeza: No temas, Hija de Si6n 1 He aqu que vie
ne tu Rey Jo.. 12, 15 [3].
NAVIDAD

Naahcio del œnico Cristo

La fiesta de hoy nos renueva el comienzo del Nacimiento de


ess de la Virgen Mara y mientras adoramos ti Nacimiento de
nuestro Salvador, celebramos nuestro propio origen. Porque el
Nacimiento de Cristo es el origen del pueblo cristiano; ci nata
licio de la Cabeza es tambi&n natalido del Cuerpo. Aun cuando
cada uno de los llamados tenga su propio rango, aun cuando los
hijas de la Ekklesa se distingan entre s por a jerarqua temporal
-la totalidad de los fieles todos que nacieron en la fuente bau
tismal, as como fueron crucificados con Crsto en la Pa.si6n, re
sucitaron en la Resurrecci6n y se sentaron a la diestra del Padre
en la Ascensi6n, fueron asimismo engendrados con El en este
Nacimiento-. El hombre que ha renacido con Cristo como Eil,
sea donde sea, pierde toda vinculaci6n con la putrefaccin here
dada y gracias a la regeneraci6n, pasa a formar parte del hombre
nuevo. Ya no pertenece a la raza del padre carnal esto es, del
primer AdÆn, sino a la raza del Salvador es decir del nuevo
AdÆn, que para eso se hizo Hijo del Hombre, para que nos
otros pudi&amos ser hijos de Dios"
La asuncin del cuerpo humano por parte del Hijo de Dios
tena que obrar nuestra propia asunci6n en su Cuerpo pneumti
co. La Fncarnaci6n de Cristo que celebramos en Navidad aEecta
a la Ekklesa entera, porque en ci Nacimiento del cuerpo natu
ra de Cristo se encuentra ya en germen el nacimiento de su Cuer
po pneumÆtico [1].
Fiesta ¿e la filiacin

El Misterio de la Santa Navidad nos esta diciendo que nos


otros somos un solo Cuerpo en Cristo y que en El, en el Hijo,
nosotros mismos somos tambiØn Hijos de Dios, La afirn1acin
San LeSn Magno Sermo 26. 2.
NAVIDAD 337

del Introito se aplica tambiØn a nosotros: "Tœ eres mi Hijo


Hoy te he engendrado yo" Ps. 2, 7. E! Padre dirige estas pala
bras a Cristo y a nosotros, si es que estamos en Cristo. Cabeza y
Cuerpo -Øse es el œnico Hijo de Dios.
Hijo en sentido pleno es œnica y exclusivamente Cristo. El
lleva dentro la vida del Padre con plenitud divina. Ser Hijo quie
re decir: recibir del Padre la vida, pero tambiØn devolvØrsela
corno vida personal propia.
Hijo es, pues, s6lo Cristo. Si nosotros qucremos ser verdade
ramente hijos, el Hijo tiene que comunicarnos de su Vida, de su
sangre. Tiene que haber una transfusi6n de sangre, para que de
siervos vengamos a ser hos. No pairemos llamar a Dios ‘Pa
d re’’, mientras por nuestras venas no corra la sangre del Hijo de
Dios hecho hombre. El smbolo de esta comunidad de sangre
con Cristo es la Eucarista.
El que se adhiere al Hijo es elevado al nivel de Dios, es trans
formado en un ser nuevo. El Logos humanado le brinda la po
sibilidad de [legar a ser, de verdad, hijo de Dios. ‘A cuantos le
recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios" Jo., 1, 12 [2].
‘‘El Logos se hizo Carne para hacer a los hombres capaces de
la divinidad... Nosotros no somos hijos por naturaleza; lo es CI
Hijo que estÆ en nosotras; tampoco Dios es nuestro Padre por
naturajeza, sino que El es et Padre del Logos que estÆ en nos
otros, en quien y por quien nosotros clamarnos: ‘Abba, Padre’.
Pero sindolo para El, el Padre, por su parte, llama tambiØn hijos
a aquellos en quienes ‘e a su propio Hijo, y dice ‘Y0 [te] en
gendro’ ‘‘ [3].

Fuente de vida divina

Hoy ha nacido Cristo.


Hoy ha apdrecido visiblemente al mundo ci Salvador.
Hoy los Ængeles cantan en la tierra,

Sn Atanasio, Contra Arianos, II, 59.


338 LA EICRLESIA EN EL ANO LITURCICO

Los arcdngeles se alegran.


Hoy exultan los justos y dicen:
Gloria a Dios en las alturas. A/le/u ja.

As canta la Iglesia occidental en la fiesta del Nacimiento del


.
Sej5or Qu experiencia mÆs extraordinaria de presencia anda
aqul buscando una expresi6nl Hoy tiene lugar el Acontecimiento
divino inefable; nosotros somos espectadores y actores directos,
"epoptai de la majestad’ testigos oculares, como escribe San Pe
dro t Estamos all; en este momento desciende a la tierra la di
vinidad y la transforma en un ciclo: ‘Hoy manan los cielos miel
sobre la tierra toda." Y nosotros subimos al cielo, entramos en el
coro de los Ængeles, unimos nuestras voces a sus cantos, saluda
mos con ellos al Seæor presente, que nos devuelve la paz con su
Padre y nuevamente junta e’ cielo con la tierra.
Es la Ekklesa la que canta estos himnos, una comunidad
santa, que ha sido congregada, no ya por una experiencia pro
funda ni por la alegra de la hermosuta, sino por ei espritu y la
gracia de Dios, edificada, no sobre cimientos humanos, sino sobre
el fundamento del Misterio de Redenci6n. Si una comunidad se
mejante ora y canta de este modo en servicio humilde ante Dios,
hay aqu algo ms que lrica piadosa tras de estas palabras se
esconden una realidad y una verdad que estn por encima de los
individuos. Porque es la Iglesia la que celebra la Liturgia, es de
cir, Ja "obra sagrada para el pueblo", que r.o puede agotarse en
voces y estØtica piadosa. Celebra el opus Dei, la sagrada Teurgia
la obra de Dios, que no se reduce a meros pensamientos huma
nos, sino que en ella Dios mismo acrt en la comunidad y con
la comunidad. Si la comunidad que se edifica canta del modo
que acabarnos de escuchar, movida por la posesi6n comtn del re
galo de Dios, es algo ms que un entusiasmo piadoso y un arro
bamiento extÆtico; h Presencia divina que proclaman los cantos
esta aU realmente.
Anrfona del Mngnific3t de las Segundas Vsperas de la fiesta.
2 Pctr., 1, 16.
NAVIDAD 339

De aqu se sigue lina consecuencia de gran alcance: el culto


cristiano y catlico no es simplemente un pensar en Dios y en
sus obras, un agradecer piadosamente las acciones redentoras que
ocurrieron en un momento de la historia, un hundirse devota
mente en el amor y sabidura de Dios, un apropiarse las gracias
que Dios ha vinculado al memorial de sus maravillas. Es mds
es Presencia de Dios y de su Enviado, Presencia activa, Epifana
en el sentido ms pleno y profundo de esta palabra, pues, gracias
al cuIco, e1 Seæor permanece en medio de nosotros y se manifiesta
para asegurarnos la salvacin.
De qu modo tan admirable podemos participar en eJ Mis
terio de la Navidad De no ser as, tendramos que envidiar a
Mara y JosØ que tan directamente celebraron la Noche Santa de
la Manifestacin de Dios; tendramos que desear haber estado
con los pastores a quienes os Ængeles anunciaron la Buena Nue
va; deberamos desear haber depositado en compa13a de los
?vlagos a los pies de Jesœs Niæo, llenos de respeto y estupor, los
dones de nuestro corazn. Pero no tenemos por qu entriste
cernos; no, se puede aplicar a nosotros aquella frase Di
chosos los que sin ver creyeron’ Jo., 20. 29 y por eso ven con
los ojos del espritu 1 Si somos creyentes de verdad, tenemos que
hacer con realismo espiritual todo cuanro acaeci en aquella
noche admirable. A nosotros se nos ha dado nts que 1a simple
contemplacin y contemporaneidad corporal de los hechos sal
vicos, pues los poseemos en espritu y por eso los contempla
mos mucho mÆs profundamente y nos ponemos en contacto can
ellos de un modo ms ntimo, Del Ifisterio de Dios no nos
separan los siglos; somos actores directos y vivos. Es la fc la
puerta que da acceso a tas realidades maravillosas, que esdn ce
rradas para la tierra, pero son manifiestas a! creyente. Y lo que
contemplarnos con la fe, lo poseemos y gustamos en los Miste
rios, que slo son asequibles a los creyentes e iniciados. Ante los
ojos ¿e nuestra alma iluminada por la fe y sobrenaturalmente
elevada por la gracia, se representa en el culto sagrado, de un
modo elevado y espirittial. pero no por eso menos real, e1 Acon
343 LA EKKLESA EN EL AO LITLIRGICO

recirniento divino de la Encarnacin el Logos eternD torna


nuestra carne y panta su tienda entre nosotros, y nosotros con
templamos su gloria, y por El y por e1 Espritu de Dios somos
engendrados corno hfjos de Dios.
La fiesta de Navidad, para todo creyente de verdad, serÆ
una revelacin y una participacin en la gracia de la Encarna
cin. Dios se hizo hombre, como dicen los Padres para que el
hombre se hiciera Dios. Esto es lo que se ha de realizar en
nosotros en el Misterio de la Noche Santa, como pide la Igle
sia en la Secreta de la vlisa de medianoche: SØate agradable,
Seæor, el Sacrificio de la fiesta de hoy. Danos tu gracia, para
que. por medio de este sacratsimo comercio en ci que Dios
tom nuestra naturaleza y nosotros nos hicimos partcipes de su
esencia, nosotros alcancemos la esencia de Aquel Cristo jue
uni nuestra sustancia la naturaleza humana con tu esencia
del Padre.’ El ser una misma cosa con el Padre por medio de
Cristo, es lo mismo que poseer la vida eterna. As es que la
fiesta del Nacimiento del Seæor viene a ser para nosotros una
fuente de vida divina y por consiguiente, de alegra sin fin [4].
EN LA FiESTA DE EPIFANIA

BARO NUPCIAL Y NUPCIAS

Es conocida la costumbre del mundo antiguo: antes de la


boda, la pareja de novios tomaba lIB baæo. Era una purificaci6n
sagrada antes de la consagraci6n de las nupcias. Toda la fiesta
nupcial era enteramente como una consagracin, ante todo para
la esposa, que entraba en unas relaciones familiares nuevas y era
consagrada a los dioses del marido. Coiro toda consagraci6n, la
boda comenzaba rambin con una purificaci6n ritual Pero esta
‘.

costumbre no era exclusiva del mundo antiguo; exisda tarn


biØn en otros pueblos y se conserva a’n hoy en Africa -por
ejemplo entre los negros de Uganda, donde e1 bafio de la novia
.
Constttiyc una parte esencial del rito nupcial
Esta costumbre arroja luz sobre un pasaje de la Epstola
a los Efesios: ‘Vosotros, los maridos, amad a vuestras muje
res corno Cristo am6 a la Iglesia y se entreg6 por ella para
santificarla, purificÆndola mediante el baæo de agua con la
palabra, a fin de presdntrsela a S gloriosa, sin mancha o .irruga
o cosa semejante, sino santa e intachable" Epb., 5, 25-27. "Prc
zi,zd
a S la Iglesia" significa: "tomarse como Esposa a la
Iglesia", como aparece claramente en la Scgnda Carta a los Co
rintios "Os he desposado a un solo marido para presentaros a
.
Cristo como casta virgen’’ 2 Co,., II, 2 A las Nupcias de
Cristn con la Iglesia le precede un bafio que purifica y consagra
a la Iglesia. Se trata, evidentemente, del baæo del Bautismo, que

Cfr. P. Srergianoptdos, Dic ¿urea u ibre Vcrwcndung ¡ni der


Hochzeit ji,, Totenbalos de, ahen Gp-techen, Arenas, 1922, donde
se habla de las distintas ciases de Lurra.
2
fr. J. Corju, Entre le Victoria, Albert a tEdonard, Eshnogra
phic de la partie anglaise di. Vicariar de ¿‘Uganda 1920, 312.
En griego parasteriai, tanto en Eph. corno en 2 Co,.
342 LA EKKLESIA EN a AO LITURG1cO

obra por el Logos, es decir, por las palabras que se pronuncian


en nombre de Cristo y poseen su virtud
A la luz de estas ideas teol6gicas, resultarÆn tns claras para
nosotros algunas de las imÆgenes y fomus de la Liturgia de la
Epifana. En los Matutini -los Laudes- de Epifana, al Bene
dicttis, la Liturgia romana canta Hodie caelesti sponso iuncta
en Ecclesi4, quoniam in lordane lavit Christu elio crimina; cu
rrłnt ci`m tnuneribus rrzagi ad regates nuptas, a ex aqua facto
vino Iaetantssr convivae, alicinia -Hoy se uni6 la Ekklesa a su
celeste Esposo, porque Cristo lay6 sus pecados cn el jordÆn. Los
Magos corren con sus dones a las Nupcias reales y los invitados
se alegran con ci agua convertida en vino, alteluia.’’
Se trata, pues, de las nupcias de un Rey; sus vasallos se acer
can con dones; los invitados se ategran con el vino generoso; e1
Rey se ha tomado una Esposa; estÆ scntada en el trono junto a
Øl, despuØs de haberse purificado y preparado n,cdianre un baæo;
baj6 primero al baao el mismo Esposo. para comunicar a las
aguas la fuerza de santificar y purificar, y para presentarse a
su Esposa hermosa y puta; se huinill6, pues, haciØndose seme
jante a la que naci6 plebeya, para elevarla consigo y hasta SL
Una imagen admirable donde los detalles ms variados estn
bien acopiados y se ven formando una unidad; de textos de pro
cedencia diversa , se ha logrado un tejido de sublime belleza
la antfona resume, en ‘iii cuadro rnagnfico de gran movimiento,
todo ci rico contenido de la fiesta de Epifanfa bafio y nupcias.
El babo es nuevamente el Bautismo, prefigurado por ci Bautis
mo del Seæor en el JordÆn, de donde recibe su eficacia y donde
el "amigo del Esposo" cestimoni6, lleno de gozo: El que tiene
esposa es ci esposo; el amigo del esposo que le acompafia y le

En la miscdnea sigue ci texto de Meradio de Filipo, tomado de


Symposion II 1, 8; dr. pp. 96 s.
6
Sobre el origen de esre texto, cfr. H. Frank, Hodic caelesti
sponso iunct4 cxi Ecciesia, en: Vora christlichen Mystcrium, cd. por
A. N1iycr, J. QLlasrcn y B. Neunbcuser DssclcIorf, 1951, pp. 192-218.
EN LA FiESTA DE EPIFANIA 343

oye, se alegra grandemente de or la voz del esposo. Pues as


este mi gozo es cumplido" Jo. 3, 29.
Nos vienen dci Oriente cristiano los acentos que escuchamos
en la antfona Hoclie. Pata ci cristiano del mundo helØnico, la
Epifana no es solamente la fiesta del Nacimiento o de la Mani
festaci6n del Seæor, sino la Fiesta de la Redencin, en cuanto que
6sta se apoya en In Encarnaci6n, en que Dios y la humanidad
se unieron en Cristo y de este modo e! Hombre-Dios se des-
pos6 con la humanidad redimida, con la Iglesia. Este Dios
hecho hombre, en el bautismo de San Juan, de pie en medio
de las aguas del JordÆn, se nos revela como Dios y Rey: y el
Padre le proclama como Hijo œnico bienaniado, y e1 Espritu
como Pneuma, y ambos le preconizan y ungen como Rey. Se
juntaron, pues, aqu el agua y el Pneuma, y como Cristo todo
lo hizo por su Iglesia, el agua santificada por la ‘Palabra’ es,
desde entonces! el baæo de donde surge 12 Iglesia santificada
en la virtud de Cristo. Se explica, pues, que la Iglesia oriental
celebre en este da el Bautismo como hado nupcial que prepara
directamente para las nupcias pneumÆticas con Cristo Rey. Por
eso, en los das de Epifana se 1ee tambiØn el Evangelio de la.s
bodas de Can, como un smbolo de las Nupcias de Cristo en
que los invitados beben el vino del Reino venidero .

Tiene muchsimo que ver con la antfona latina citada mÆs


arriba, por lo que veo, un texto del oficio nocturno de Epifa
na de la Iglesia siraca oriental: -

‘La Ekklesa se dcspos en el ro JordÆn con el Esposo ce


leste por medio de Juan, heraldo del Pneuma, DiÆcono del Mis
terio bautismal. Los ejØrcitos angØlicos celebraron el Bautismo
de Cristo, y el Pneuma que pos6 sobre El dio a la Esposa la
dote‘. El Padre, de viva voz, le regal la altura y la profundi
dad; ci Hijo bienamado la elev6 consigo, para que gustara de

Gr. Lx. 22, 18.


La dote es srnbo!o de desrosorio.
344 LA EKKLESA EN EL AO LITURGICO

las alegtas del tilan,o nupcial y le cantara pata siempre


msa
Aqu, las Nupcias de Cristo con la Iglesia tienen lugar en ci
JordÆn, precisamente en e’ Bautismo; el Bautismo no es ya el
baæo preparatorio a ja boda, sirio el rito mismo nupcial.
En ci rito siraco oriental vuelve nuevamente la imagen:
En el ro JordÆn, Juan. e1 amigo del Esposo, revel a ‘os
pecadores el bafio bautismal. Fue enviado a preparar los calni
nos y anunci al Esposo ante los centinelas es decir, ante los
£ngeles y ante los hombres... Y aquellos que creyeron en El
en Cristo y guardaron sus mandamientos, entran con El en e’
luminoso tÆlamo nupcial, en la magnfica felicidad de su Reino.
¡ Gloria a El
Algo mÆs tarde, en una exhortacin al Bautismo, dice:
"¡Los que sois invitados a las bodas del Esposo en las alturas
y vais a sentaros a su mesa en esta magnfica Liesta, revestos de
10
las vestidnras que ha tejido el santo Pneuma
En ci rito de ]a consagracin del agua en la fiesta de Epi
fanta, segin un CÆdice de Grotraferrata, se lee:
Venid, imitemos a las vrgenes prudentes; venid, salga
mos al encuentro del Sefior manifestada; pues se acerc a Juan
como un Esposo"

Conybeare, Ritale Armenonon 1905, 318.


Ibdem, 319.
ibidem, 336.
1/piden, 421
EN LA FIESTA DEL ENCUENTRO
2 de febrero

LA REVELACON

La hermosura de la Esposa estÆ aœn velada; slo es visible


al Esposo. Slo a El it descubre su faz. Tampoco ci Esposo
se muestra en su hermosura mÆs que a la Esposa. Lo dice asL
el ¡nvitatorium de la fiesta de la Purificacin de Mara. Pedi
rnos all: He aqu que viene a su santo tempio el Seæoi y
Dominador. AlØgrate y exulta, Sin, apresirate a salir al
encuentro de tu Dios! Viene el Esposo! y la Esposa sale pce
surosa a su encuentro, 5c muestra a ella y 1e abre ios ojos para
que pueda contemplarle [1].

ESPOSO Y ESPOSA NIMBADOS DE LUZ

Adorna tu tÆlamo, o?, Sin,


Y recibe a Cristo Rey;
Saluda a Alara, puerta celestial,
convertida en trono querÆbico.
Trae en brazos al Rey de la Gloria.
Nube luminosa
es la Virgen.
qte trae en la carne al Hijo
nacido antes del lucero.
Lo tom en sus brazos Simen
y anunci a los pueblos
que El es el Senor
de la vida y de ia muerte
y ci Salvador del mundo
Canto festivo de Cosme Hagiopolira. que ha entrado, un tanto
modificado, en a Liturgia romana: antfona primera de la procesi6n.
346 U’ EKKLESIA EN EL ASO LETURGICO

Este canto griego, modelo de poesa litœrgica, estÆ cuajado d


ideas de la festividad. Canta en primer lugar la Hypapanti -el
Encuentro- y pasa inmediatamente al motivo nupcial, pues el
Cristo y la Iglesia que se encuentran son Esposo y Esposa. La
que interviene en esta uzu6n celestial es Maila, que es, a la vez,
modelo de esta unin, pues en su seno tom Dios la naturaleza
humana. Esto lleva al motivo de la luz. Mara es la nube lumi
nosa desde donde brilla la luz divina. Entra finalmente Simen
y anuncia al mundo entero al Hijo de la Virgen como Sefior
y Salvador.
¡Esposo y Esposa nimbados de luz! Aquel desciende desde
su Reino de luz hasta la humanidad, que instantneamcnte se
hace luminosa con la luz del Esposo. El tMamo nupcial en que
se desposan la naturaleza divina y la naturaleza humana es, en
primer lugar el seno de la Santsima Virgen, a la cual, en la
Liturgia griega, se le llama siempre "dlamo nupcial" ‘. En la
fiesta de la Hypapanti la Santa Virgen lleva a su Hijo al templo
donde se celebran las nuevas Nupcias entre el Redentor y la
Iglesia. "Adorna tu tMamo, oh Sin, exclama el poeta. Las dos
ideas aparecen, segœn creo, bellsimamente trabadas en el canto
que la Iglesia griega canta en la Vigilia de la Purificadn

Se adorna la Santa
Iglesia, para recibir
en si al Seæor, que estd
junto a ella como niæo...
El tÆlamo resplandeciente,
t2 tienda preciosa.
el templo santo y amplio 1Liria
conduce al tÆlamo
del templo [de lerusalÆn] ai Seæor
y lo ¿esposa
con su santa Iglesia [2]-

nymph4n.
AL PRINCIPIO DE LA CUARESMA

LA PEREGRINACION A TRAVES DEL DESIERTO

Empieza de nuevo la Iglesia sus magnos Ejercicios, que tiene


todos los aæos para sus hijos: la santa Cuaresma, el sacratissi
771Km ieiuni,4rn. las santas semanas de ayuno. Es un tiempo sacra
tsimo, santificado por los Misterios de Cristo, santificado por
la preparaci6n al supremo Misterio de nuestra santificaci6n la
Pascua.
El primer perodo del ao litœrgico, Aduentus y Epiphania Do
mini es tambiØn un tiempo sagrado, pues en 6! celebramos la
venida santificadora del Dios Santo. Pero ci que vino a llenar e
mundo con el 2roma de su santidad, no lo encontr6 profano.
pero siquiera lleno de espectacin y devoci6n. No, e1 mundo
abrigaba sentimientos hostiles a la santidad. Vino a los suyos,
pero los suyos no le recibieron’ lo., 1, 11. Prefirieron las tinie
blas a la luz. La humanidad no estaba como una esposa que an
heta la llegada de su amado y que sale a su encuentro con la
lSmpara encendida, deseosa de recibir su luz. No, cerr6 las puer
tas al Esposo. Se haba hecho! como describe con tanta fuerza
ci profeta Ezequiel esclava de seæores extranjeros, prostituta.
Haba recorrido sus propios caminos malvados. Yaca en el pol
vo del camino, manchada y deshonrada. Y pas6 ¿ Seæor. La mi
rada de su amor pos6 sobre aquel deshecho y se hizo realidad lo
que leemos en muchos cuentos, pero que no podemos creer: ci
Prncipe real levant6 del todo a la mendiga. la moni6 sobre su
caballo y la trajo a su castillo. Y combati6 por ella con ci rival
que la haba secuestrado, derram6 su propia sangre y muri6 por
ella. Resucic6 luego glorioso y tom6 por Esposa a la que haba
quedado ya definitivamente liberada y purificada. "Cristo am
a la Iglesia Y se entreg6 por ella para santLficarla, purificÆndola

Cfr. Es., 16. 1 ss.


348 LA EKKLC-SIA EN EL AO L!TTJRCICO

mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presendrsela


a S gloriosa, sin mancha o arruga. - -, sino santa e intachable
Eph., 5, 25-2.
De pordiosera que era, pas6 a ser Esposa del Rey y ahora ca
mina vestida magnficamente de santidad, en vez de los sucios
harapos de pecado. ‘Ovfdate de tu pueblo y de la casa de tu
padre; que prendado estÆ ej rey de tu hermosura’ Ps. 44,
11-12. Es fÆcil, en efecto, olvidar la miseria de Babilonia estando
rodeada del amor dei Esposo y de la suntuosidad del castillo. Sera
una ofensa contra e’ Salvador y Redentor aflorar todava las mi
serias del destierro, estando en ci aula celeste -participando de
la vida eterna. De los labios de ja bienaventurada s6lo brota una
gratitud eterna, porque el Seflor la libr6 del lodo y del polvo, y
la asoci6 a los Prncipes, a los Prncipes de su pueblo. Mi pneu
ma salta de jœbilo en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la
humildad de su sierva" Lc., 1, 47-48. As canta y agradece en
e1 cielo la Iglesia liberada para siempre. De la misma manera que
las heridas del Seæor no hacen otra cosa que acrecentar su gloria,
as la Iglesia resplandece tambiØn tanto mÆs, cuanto mÆs agra
dc al Redentor -recordando desde lejas los negros das de pe
cado y de miseria.
En cambio, mientras la Iglesia peregrina todava sobre la
r?erra, la situaci6n es distinta. TambiØn nosotros hemos sido re
dimidos, liberados, salvados. Sera injusto no percatase de ello
y no agradecer. Sera de ingratos el nc pensar mÆs que en el peca
do y en el juicio, no hacer otra cosa que temblar ante la justicia
vindicativa de Dios. Tenemos al Salvador y en El hemos hallado
la salvaci6n; hemos sido purificados y santificados en la Sangre
del Cordero. Pero mientras sigamos en la tierra, en el valle de
la prueba, nuestra salvaci6n no estÆ todava defintivamence
asegurada. Aqu abajo todava es tiempo de lucha, de combate,
de merecimiento; sSio arriba podremos gozar de la salvaci6n sin
ningln gØnero de miedo y en perfecta alegra. Fi mismo San
Pablo nos dice: "Cierto que de nada me arguye la conciencia,
no por eso me creo justicado; quien me juzga esel Seflor"
AL PRINCIPIO DE LA CUARESMA 349

1 Cc,., 4, 4. Con cuanta rws raz6n debemos estar llenos de


temor nosotros, pobres incipientes; cuÆnto ms alerta debemos
mantenernos nosotros ante tas cadenas de esclavitud que nos
quieren echar encima el mundo, el pecado y ci propio yo! En
cualquier momento podemos hundirnos nuevamente en Ii servi
dumbre del Maligno. Y ningtn tirano es ms malvado que ci
demonio y nuestro propio yo egosta. Por eso, la solucin estz en
huir. Salvarse 1 Ponerse a salvo1 Segt1r en pos de nuestro Jefe y
Salvador, que nos ha precedido con la Cruz, smbolo de libertad y
de victoria. Por eso, la Iglesia, en Cuaresma, va tras la Cruz del
Seæor, coiurnna de fuego; vuelve atds su mirada y contempla,
llena de espanto, el mar al que ha escapado. Pero dirige, mio
mSs, sus ojos hacia adelante, hacia la meta, hacia la Tierra de
Promisi6n, tierra de libertad. Camina hacia la Pascua, hacia los
Misterios pascuales, que en la Liturgia antigua reciben una vez
el nombre de ‘raysteria nostrac libertatis et vitae -los Misterios
de nuestra libertad y de nuestra vida’-. Tal es la actitud de la
Iglesia en su peregrinar por el desierto: tenor y precaucin, pero
tambiØn esperanza santa y anhelo gozoso.
2,
Servid al Seæor con temor’ Ps. 2, 11 canta la Liturgia
al principio de la Cuaresma; pero junto a esas palabras estÆn
estas otras Servid al SeAor con alegrfa’ 1 Ps. 2, 99, 2.
Lactare /crnsaicm , resuena en media de los austeros cantos
cuaresmates Rcgocjate en la esperanza de una niegra an
mayor!

CEe. la Comrnunio del viernes que sigue al nnrcoles de ceniza.


Ch. el lnrroto del cuarto domingo de cuaresma,
EL DOMINGO LAETARE

EL COLMO DE NUESTRO CONSUELO

"Lactare, Icrusalem, a convcntum facite omnes qui diiigitis


eam. Gaudetc ctim lactitia. qui in tristitia fuistis. ut cxsultetis
et .,atiemini ab uberibus consolationis oestrae- AlØgrate, Jeru
satØn j Celebrad una reuni6n todos los que antiis a JerusalØn!
Rcgocijaos alegremente les que esruvsteis sumidos en la tris
teza Exultad y bebed, hasta saciaras, de la abundancia de vues
tro consuelo!
QuiØn pronuncia estas palabras maravillosas? ¿ Es acaso el
Padre Eterno, que desde el velo de la nube de su trono inac
cesible habla as a JerusalØn? ¿ O es acaso ci Hombre-Dios gari
ficado que llama a su Esposa desde su trono celeste? ¿ O sed
acaso la misma iglesia que se enardece y exhorta a s misma?
¿QuizÆ cada uno de los cristianos que se alegran en su Iglesia,
y excitan a sus compaæeros, a todo el Cuerpo de la Iglesia, a
alegrarse con ellos? Todo esto vibra en estas palabras y nos llc
na de un estupor misterioso, introduciØndonos en un contexto
celeste en ci que nuestro pequeæo yo se pierde en Dios y en la
Ekklesa.
¿Y a quiØn van dirigidas estas palabras? A JerusalØn. Pero,
no a la Jerusai&i terrena, que era 6lo una sombra de la venidera;
se alej6 del Seæor y fue por eso radicalmente aniquilada fue
esclavizada en compaæa de sus hijos" Gal., 4, 25. No, esta
JerusalØn no puede alegrarse ya nts; de ella s6lo quedan los
muros de las lamentaciones de los judos. En cambio, la Jerii
salØn nueva y eterna, la "JerusalØn de arriba que es nuestra ma
dre" ‘, se presenta henchida de santo gozo. Aquella JenisalØn
terrena, que mata a los Profetas, esd perdida en el valle de lÆ
grinia. Por el contrario a JerusalØn que estÆ en el cielo y a la
Cfr. Is., 66, 10; Introito del Domingo Lactare.
Gr. GAL, 4, 26.
EL DOMINGO LAETARE 351

cual sirve nuestra fe, se levanta en la cima de la montaæa que


es Cristo. No puede quedar oculta en medio de las tinieblas y
en las ruinas de este mundo sino que brilla con e1 resp!andor del
5o1 eterno y nos ilumina cori la luz de la gracia pneumtica"
Fulgura, pues, e1 resplandor de la eterna alegra en las alme
nas de esta JerusalØn, porque sobre ella y dentro de ella derrama
sus luces Cristo, ‘Sol de Justicia" ˙ial., 4, 2 y este resplandor
no puede extinguirse. Sus resplandores traspasan sus limites y
llenan a todos aquellas que se le acercan con anhelo, amor y
esperanza santa.
Regocijaos en la alegna los que estabais sumidos en la
tristeza Celebrad una reuni6n sagrada todos cuantos amis a
vuestra JerusalØn". S, sentimos que se enciende en nosotros un
amor santo hacia esta JerusalØn, porque no se trata de una edi
ficaci6n inerte de piedras, ni de un signo huero de gloria, sino
que es mujer, esposa y madre amante, a la vez; nos cautiva con
su hermosura de Esposa y con st’ bondad de Madre es nuestra
Madre4. Oigamos tambiØn sobre esto a San Ambrosio:
-. ¡ Venga Dios! Edifique sobre esta mujer que es la colabora
dora de Cristo. No es que Cristo necesite ayuda! Pero, nosotros
deseamos alcanzar la gracia de Cristo por medio de la Iglesia.
El edificio esr ahora en const’-ucci6n; se esd edificando ahora.
Ahora se estÆ formando la mujer, ahora se estÆ creando, ahora
estÆ tomando forma y figura. Por eso emplea la Escritura aquella
frase extra5a de que somos edificados sobre e1 fundamento de
los ap6stoles y de los profetas. Ahora surge la casa pneunikica
d*
como sacerdocio santo Ven, Dios y Seijor, a edificar esta
mujer, a levantar esta ciudad! ¡Venga tambiØn tu siervo 1 Pues
yo te creo cuando aseguras: ‘LevantatÆ para m mi ciudad’
Is.. 45, 13. ¡ Contemplad a esta mujer, madre de todos’ Ved

San Ambrosio, 1, Lsc.. VII, 99.


Cfr. a nota 2.
Cfr. Eph.. 2, 20; ci texto atino, del cLial depende San Ambrosio,
dice: supcraedificni, al pie de la ]ctn edificar encima.
Cfi. ¡ Fn,., 2, 5.
352 L. EKKLESIA EN EL ARO I.ITURGICO

la casa pneumÆtica, ved la ciudad que vive eternamente, porque


no conoce la muerte Es la ciudad de JerusalØn que se hace visi
bie ahora sobre la tierra, pero que serÆ arrebatada con mÆs gloria
que Ellas -Elas [un uno de tantos-, y con mÆs gloria que
Enoch, que no muri6. Pues Øste fue arrebatado para que la malicia
no mancillara su coraz6n. En cambio, aquØlla es amada por Cristo
como la gloriosa, la santa, la sin mancha ni arruga. SerÆ arre
. -

batada por entero, serÆ introducida en el cielo... Solamente la


edifica Cristo, pero no estÆ soto, pues tambiØn e’ Padre estÆ
presente’
Ej mismo Padre edifica la ciudad de la nueva JerusalØn; la
edifica por medio de st’ Hiio. La edifica Cristo, el Hombre-Dios
!a edifica con la Sangre de su santa Humanidad y la vivifica
con el Pneuma de su divinidad. De su propio costado se forma
para S una mujer, una Esposa que es semejante a El, porque
El dcscendi6 hasta nuestra naturaleza humana y la eleva al nivel
de su Pneuma. Ella le estÆ sometida en el amor, pues la vida
que ella engendra en amor, la engendra gracias a El. "Se estÆ
edificando ahora, ahora se estÆ formando’’. En ella el Padre estÆ
continuamente edificando por medio de Cristo. En su querido
Hijo que es ya perfecto, contempla el Padre delante de sus ojos
la imagen perEecta de la Ekklesa y edifica la Iglesia en confor
midad con este modelo, del mismo modo que en ci Paraso
forn: a la primera mujer de AdÆn y a la medida de AdÆn, el
hombre, y la vea en ¿1. En este sentido, la ciudad, la Esposa,
estÆ ya enteramente formada y hermosa ‘sin mancha ni arru
ga’, resplandeciente con el brillo de la eternidad.
Cuando MoisØs vio la rienda sagzada, djole Dios: ‘‘Fiate
bien y construye seg6n el modelo que te ha sido mostrado en
el nionce’’ Ex., 25, 40. As tanihiØn Dios mismo y Cristo
contemplan et modelo celeste de la Ekklesa y segin este modelo
forman la Iglesia presente. Contemplemos tambiØn nosotros la
Ekklcsa en su hermosura perEecta como Virgen-Madre. DigÆ

San Ambrosio, ¡pi Lric,, II, 87 Ss.


EL DOMINGO LAETARE 353

mosle: Regocjate, JerusalØn En esta imagen celeste todo


es alegra, porque en ella no se dan ya ja miseria y la suciedad
del pecado. La nueva JerusalØn es toda pura, toda amor, toda
Pneuma.
Pero es a esta misma Iglesia a quien se dice tambiØn: Estu
viste sumida en la tristeza’. Cmo se puede compaginar esto
cori la imagen esplendente que acabamos de contemplar? Esta
Ekklesfa est en Dios, en quien no hay dolor ni tristeza. Lo divino
esr a mil leguas de todo jo humano, por encima de toda pasiSn
terrena. Es infinitamente saneo; en la copia del modelo divino
no puede haber, por tanto, ningœn dolor humano, ninguna tris
teza profana.
Pero observemos que se dice: Estuviste sumida en la triste
za’. No -van dirigidas estas palabras a toda la Ekklesa, a la
Ekklesa perfecta. Ella es eterna ‘; por consiguiente, estÆ en el
presente. Se le puede cantar el texto de la alegrfa’’ en medio de
la Cuaresma. Pero los miembros de a Esposa se eicuentran
todava en peregrinaci6n hacia la Ciudad Santa; tienen que
prepararse antes por medio de muchas pruebas:

‘Tunsionibus pressuris
expo/iti lapides
A fuerza de golpes y presiones
Se ponen lisas las piedras

Cunto trabajo hace fara hasta que cada uno estØ listo de
verdad para ser piedra que se ajusta a esta edificaci6n 1 Se tra
baja en todas las piedras durante toda la vida, hasta que
sai: coaptantur locis
raanus artificis
se ajustan en su lugar
por obra del artfice"

* Ch. p. 87.
* Del himno ¿e vfsperas de la Dedicaci6n de una iglesia.
‘ Ibidem.
354 LA EKICLFSIA EN EL AO LITURGLCO

La Esposa rio puede *descuidarse ni un sio instante, debe ir


herrnosdndose y adornÆndose constantemente para ser digna de
su Esposo. Sin embargo, taxribin van dirigidas a cada uno de
los creyentes estas palabras Regocijaos en la alegra Estu-
vfsteis sumidos en la tristeza’. ¿En qu consiste esta alegra?
En contemplar a JerusalØn y en tomar parte en su consuelo.
Todas deben tener fijos sus ojos en la JerusalØn celeste, la libre,
la Virgen-Madre la Santa, y deben embriagarse con la abundan
cia de sus consuelos. Entonces poddn recorrer tranquilamente
e1 fatigoso camino de la tristeza a lo largo de la Cuaresma de
esta vida. Uno que haya contemplado una sola vez las almenas
resplandecientes, el que haya visto una sola vez a la Reina en
su hermosura y el que haya bebido la leche de la vida eterna,
no podd ya desfallecer en medio de las miserias de esta vida [1].
AlØgrate, JerusaIn 1 Celebrad una reunin todos los que
amÆis a JerusalØn! Regocijaos alegremente los que estuvisteis
sumidos en la tristeza Exultad y bebed, hasta saciaros, de la
abundancia de vuestro consuelo!"
Ante nuestros ojos, como en una visin magnfica, se levanta
la Ciudad de Dios, la Ciudad de la alegra, la Ciudad de la Patria,
la Ciudad del pueblo, la Ciudad del Agape, ]a Ciudad de eterna
saciedad y embriaguez, la Casa del Sefior, el Templo de Dios,
el lugar de la alabanza, el local de la reuni6n santa, la Ciudad de
la paz, la Madre libre de los pueblos, la Ciudad de las promesas.
Nosotros mismos somos los hijos de la promesa, como Israel;
somos los herederos de la Patria prometida. Todava no pode
mos entrar en posesin plena de la herencia; todava contem
plamos de lejos la Ciudad, pero ella es la nieta segura que nos
seæala ci Padre. La œnica condicin es que perseveremos en el
desierto, que no dirijamos nuestras miradas a otras metas, sino
que caminemos derechos hacia JerusalØn y no nos dejemos des
viar de esta mcta por nada. A derecha e izquierda nos esdn
solicitando otras metas: ah! esta Sodoma con sus jardines verdes
en flor, y el camino que a ella conduce es Hcil y cmodo; ah
estn las ciudades paganas con su magnificencia y esplendor
EL DOMINGO LAETARE 355

ah est& queriendo atraernos, ci anchuroso mar con su libertad.


Nuestra mirada tiene que estar clavada en Jesœs, de quien
se dice: Estando para cumplirse los das de su Ascensi6n, se
dirigi6 resueltamente a Jerusan y envi6 mensajeros delante de
s que en su carnina entraron en una aldea de samaritanos, para
prepararle albergue. No fueron recibidos, porque iban a Jerusa
lØn" Luc., 9, 51-53. Jesœs saba que su camino desembocaba
en la muerte, Por eso, endureci’’ su rostro, para ir a JerusalØn.
Nuestro caminar hacia JerusalØn significa tambiØn para nosotros
renuncia a! mundo y al fin, la muerte; por eso, no debemos
apartar nuestra mirada de nuestra meta. Quin sabe si lograre
mos una vez ms la visi6n, y si encontraremos nuevamente el
recto camino? Quiz& ante la ciudad, se presente un tltimo
abismo, e! Valle Cedr6n, con sus torrentes de igrimas y sus
decisiones, que a veces implican hasta sangre. Pero la visi6n
magnfica nos atrae y cautiva, y nos precipitamos por en medio
de todos los obsticuios, aun cuando tengamos que dejar nuestra
sangre en dios. La victoria tiene que ser nuestra [2].
EN LA SEMANA SANTA

LA ABANDONADA QUE GIME

Los Sindpticos cuentan que en cierta ocasi6n se acercaron a


Jesis tos discpulos de Juan y ie preguntaron: "d C6mo es que,
ayunando nosotros y los fariseos, tus discpulos no ayunan? Y
Jesuis les contest6 ¿Por ventura pueden los compafieros del no
vio llorar mientras est el novio con ellos? Pero venddn das
en que les serÆ arrebatado ci Esposo, y entonces ayunadn’’
Parece que e! Seæor quera recordar a los disdpulos de Juan una
frase de su maestro: "El que tiene esposa, es esposo; el amigo
del esposo que le acompaæa y le oye, se alegra grandemente de
or la voz del esposo. Pues as este mi gozo es cumplido" Jo., 3,
29.
De una manera velada y misteriosa, Cristo se llama a S
mismo "Esposo’, nyrnpbios, iponsus. Fu esta palabra se escon
den una infinidad de cosas. Su mismo sonido tiene timbre de
gran [esta y de magno acontecimiento. Marca el momento curn
bre en la vida del hombre natural, cuando se encuentra ya com
pletamente maduro y se une por amor con otra prsona, para
formar con ella una nueva unidad, que sea fuente de vida. En
la palabra Esposo" esr expresada la relaci6n con otro ser, cuya
tnica felicidad la constituye aqu&. As como el esposo se une
a otra persona, ¿sra se te entrega a Øl y queda elevada, sin ms,,
a la dignidad propia de aquØl. Por eso, al llamarse Esposo, e1
Seæor nos revela su ser ns ntimo.
¡ Pero l[egar un momento en que el Esposo serÆ arrebatado,
y entonces habÆ terminado toda la alegra y una gran tristeza
embargarÆ a os hijos del tÆlamo nupcial, es decir, a los invita
dos de las nupcias, que aqu representan a la Esposa! ¡ Qu
desgracia mÆs tremenda supone esta separaci6n del Esposo! Es
el fin de un mundo de alegra, el comienzo de la ruina [1].
Mt.. 9, jIs.; Mc.. 2, 18 ss.; Lc. 5,33 ss.
EN LA SEMANA SANTA 357

Llegaron los das en que el Seæor descendi6 a su Pasi6n,


cuando el poder del Maligno pareca tenerle sojuzgado. Todos
los aRos, cuando en el crculo que recorre el aRo vuelven estos
das, la Santa Iglesia ayuna hasta que le devuelven a su Es
poso [2].
Nos entristecemos po9ue nos han arrebatado al Esposo -a
Cristo; te buscamos como una Esposa que se ve sola y aban
donada por su Esposo. Si ahora que El se ha ausentado aparen
temente, ella le fuera infiel, si se dejara seducir por un amante
y se entregara a otro amor, nunca ms vendra El a buscarla.
Pero la Esposa Ekklesfa no *1e ser infiel. Aun cuando un miem
bro particular se comportara de distinta manera-, la Ekklesa
en su conjunto es fiel. Por eso, se cubre con vestiduras negras
de penirencia y deja de cantar cantos alegres, para no dar al
mundo la impresi6n de estar a la caza de otros amantes. Tota
dic contristatus ingrediebar -Voy todo el da en luto" Ps. 37.
7, dice con ci salmista; esr triste, porque el Seflor parece ha
berse alejado; pero su fidelidad brilla en medio de la oscuridad
de la incertidumbre. Ella sabe que voiver& aun cuando la haya
dejado pasajeramente [3]. Por eso, persevera en ti ayuno y en
la oracin. No le ha sido arrebatada la santa esperanza. Sabe
que, aun sometido, e! amor divino termina por salir victorioso [4].
El ayuno, la oraci6n y la limosna son camino hacia la Pas
cua. Constituyen el contenido de la Quadragesima. Pero, antes
de que se presente ¡a Pascua, se interpone un tiempo ms severo
aœn: el ayuno riguroso de cuarenta horas, e! tiempo de la tris
teza nis honda, los das "en que fie arrebatado ci Esposo". An
tes era tambiØn un peregrinar a travØs del desierto, pero haba
oasis de vez en cuando; ej Sefior nos diriga su palabra; caa
del cielo el nianÆ; la Iglesia hablaba por medio de sus sacer
dotes. Ahora ha cesado toda Liturgia y solamente quedan ci

No se refiere aqu al ayuno de cuarenta dfas, sino al antiguo


ayuno pascual crisdano, que dura 40 horas, es decir, desde ci momento
de la muerte del Seæor el Viernes Santo hasta la Noche PascuaL
Conforme al modo de expresarse de la Iglesia antigua -que si-
358 LA EKKLESIA EN EL AO LITURGICO

ayuno y la tristeza! Todas las luces se han extinguido; ha en


mudecido del todo la alegra s6Io se oyen los Threnoi, las La
mentaciones [5].
Los Thrcnoi. las Lamentaciones del Profeta Jeremas, cons
tituyen un elemento esencial de la Liturgia de la Semana Santa.
En ellos el Profeta ve las relaciones entre YavØ y JerusalØn a
modo de una alianza nupcial. La ciudad se lamenta porque YavØ,
su Esposo, la ha abandonado y ella ha cado en la miseria. Je
remas habla, al principio mismo de sus lamentaciones, de la
Virgen JerusalØn, sumida en tristeza, y de su abandono:

¿Cmo se siente en soledad la ciudad populosa?


Es como tina viuda la grande entre las naciones,
la seæora de provincias ha sido hecha tributaria.

Llora amargamente en la noche, y corre ci llanto en sus mejillas.


no tiene entre todos 5245 amantes quien la conSticle;
le fallaron todos sus amigos y se le volvieron enemigos.

Emigro’ Jud` a causa de la 4liccio’n y de la gran senædurnbre;


mora entre las gentes sin hallar reposo;
todos stis perseguidores la diron alcance y la estrecharon.

1am. 1, 1-3.

La que as se lamenta -la humanidad pecadora- no es es


posa todava. Y, sin embargo, e1 Esposo salta a la lucha y a
la muerte por la abandonada, para adquirirla como Esposa. Dios
muere por ella, que se ha hecho culpable y se ha hundido ella
misma en la miseria.
Pero podemos seguir rezando los Threnoi nosotros, despuØs
que Cristo ha resucitado y con su Sangre ha liberado a la aban
donada de su miseria y pecado y la ha desposado? Si contcm

gue en vigor en la Iglesia oriental- Liturgia’ significa aqu e1 Sa


crificia eucarstico.
EN LA SEMANA SANTA 359

piamos la historia de la Iglesia en ci transcurso de los siglos, ve-


mas que la Bkklesa, en sus miembros, aparece conscanceniente
como la perseguida, como la que ha cafdo en la miseria por su
prapia culpa. es decir, por la culpa de sus hijos, y por esa mis
mo tiene que ser salvada una y otra vez par su Seæor.
Obra, pues, rectamente la Ekklesa cuando cada aa canta
las lamentaciones y llora en la soledad a su Amado, cama una
abandonada. Pero la misma que aqu se entristece, es ya la
elegida. La Noche de la Pascua traed a la Ekklcsa las Nupcias
con Cristo [6].
PASCUA DEL SEOR

NUPCIAS SACRADAS

El Esposo estÆ aqu, ensalzado, glorificado; invita a Nup


cias a su Iglesia y ;e da en prenda ci Pneuma y la esperanza
de una perfecta glorificaci6n agiin da. La Iglesia ha resucitado
con el Seæor; estÆ sentada con El a la diestra de Dios; su vida
ya no pertenece 2 este mundo, sino que estÆ escondida con Cris
to en Dios. Algin da se manifestarÆ junto a El gloriosa ante
el mundo entero [1].
Las Nupcias de Cristo con la humanidad se realizaron en la
Encarnaci6n; pero en un sentido pieno y propio, las Nupcias
se celebran en Pascua, cuando el Resucitado, el Glorificada y
Ensalzado, es ungido con la plenitud del Pneuma. La resurrecci6n
de los fieles estÆ contenida ya en la Resurrecci6n de Cristo, y la
Esposa -segIn ley nupcial- ha recibido del Pneuma del Seæor
gorificado una prenda pata cuanto dure su peregrinaci6n en 1n cie
rra. Las Nupcias se siguen celebrando sin cesar, cultualmente,
en el Misterio del Bautismo, donde la Ekklesa, regenerada en
las aguas, se hace un solo Cuerpo con Cristo. As pues, las
Nupcias duran desde el comienzo de la Encarnaci6n hasta la
Venida de Cristo, para que se cumplan todos los Misterios de las
Nupcias. A estas Nupcias pertenecen todos os llamados del u-
dasmo y del paganismo, todos los Santas de la Antigua y
Nueva Alianza; se celebran todos tos das y durarÆn hasta la
eternidad [2J.

EN EL TALAMO NUPCIAL

Toda a creaci6n, frente a Dios, se comporta como una mu


jer que anhela amor y surnisi6n. La naturaleza de la mujer, tai
como La cre6 Dios -porque todo nuestro Eros es puro regalo del
`gape de Dios; todo ha sido creado en nosotros por voluntad
PASCUA DEL SEROR 361

de Dios y aspira a su modelo-, es una imagen de las relaciones


de la criatura, sobre todo de la Ekklesa, con Dios. La mujer
autØntica busca someterse, quiere entregarse enteramente, quie
re renunciar a s misma para asumir un principio superior. Pero
no lo quiere como esclava, como instrumento, sino amando y
siendo amada libremente; quiere ser recipiente del Agape, un
recipiente que se entrega voluntariamente. Por eso, Dios, ya en
ci Antiguo Testamento, quso llamarse sponsus, esposo de Israel;
y en el Nuevo Testamento Cristo es el Esposo de la Ekklesa y
de cada una de las almas. Qu babet sponsam sponsus cst -el que
tiene esposa, es esposo’’ Jo.. 3, 29, dice Juan Bautista. El Sehor
se presenta a S mismo como el Esposo y presenta a sus discpulos
como hijos del tÆlamo nupcial como invitados a las Nupcias. San
Pablo desarroll aœn mÆs esta imagen; vic en Cristo y en la
Ekklesa e1 Misterio de jas Nupcias celestes. Los Padres vieron
en AdÆn y su esposa el tipo de la Nueva Alianza que se realiz6
en Cristo yen la Ekklesa.
Vemos aqu c6mo responde el cristianismo a los anhelos mÆs
hondos de la mujer y por lo mismo, de toda criatura. En ci
cristianismo, la mujer, la creaci6n, puede entregarse al Hombre
verdadero, que no destruye por egosmo su pureza, sino que la
consagra y la llena de la vida mÆs sublime y aquieta todos sus
anhelos "El sacia tu boca de todo bien; El sana todas rus en
fermedades" Ps. 102, 5, 3. Cristo es el Sefior de su Esposa,
pues la Esposa quiere sobre s un Sefior que la gure, a quien ella
pueda mirar con respeto y entregarse con confianza ciega. Pero
Cristo es tambiØn verdadero Esposo que se ofrece por su Esposa,
porque la ama y la quiere hacer partcipe de todo cuanto El po
see. De esta suerte, la unidad perfecta queda establecida; los dos
forman un solo Pnetma ‘, y, sin embargo, Cristo sigue siendo
el Sejjor, la Persona real, a quien a Ekklesa contempla en amo
rosa humildad y a quien puede corresponder incesantemente con
su Agape.

Cfr. ¡ Co,., 6, 17.


362 LA EKKLESIA EN EL AO LITURGICO

En la santa Noche de Pascua vemos a la santa pareja d1


nuevo Paraso en su perfeccin. All esta Cristo ante nosotros
enrojecido aln con la Sangre reciØn derramada, con la Sangre
que derram6 en suprema humillaci6n por su Esposa. En pre
mio de su victoria, el Padre le entreg la Esposa por quien haba
combatido. E la purific de toda mancha en su Sangre, para
que estuviera ante El toda hermosa y pura, resplandeciente con
su amor y con el amor con que ella le corresponde. Ella se ha
convertido en parte suya pues El entregd su Cuerpo por ella
y derram su Sangre. El se form de su propio costada su Es
posa, para que fuera una parte de S mismo. As que ella es en
verdad, su Cuerpo. Mas nadie odi6 jams a su propia carne
sino que la nutre y la cuida. Eso mismo hace Cristo con la Ek
k!esfa‘, no ya una sola vez, sino constantemente entrega su
Cuerpo y su Sangre por ella; la fortalece en el Misterio con la
energa de su propia vida. En e1 Misterio la Fkklesa florece
ante El con la vida ms amabie; se hace fecunda en Agape y
buenas obras; va edificando mÆs y mÆs su Cuerpo por la fe y
los Misterios, hasta que en su Venida se encuentre junto a El
perfeccionada en hermosura y amor virginal.
Por eso, el momento culminante de fa Santa Noche Pascual
es la celebraci6n eucarstica: aqu el Esposo sube al ttamo de
la Esposa y le da su Cuerpo y su Sangre en nupcias eternas. Le
ha precedido el Bautismo, Misterio de regeneraci6n, de purifi
caci6n y santiflcacin de la Esposa, verdadero baæo nupcial pneu
mÆtico, que prepara las nupcias [3].

NOCHE MATERNAL

La Pascua es la Noche madre de los Misterios. Tal como


nos enseæan los Santos Padres, del costado de Cristo moribundo
brotaron los sacramentos en los que nos comunica la participa
ci6n en su vida. El tena que morir antes de poder comunicarnos
Cfr, Eph.. . 29.
PASCUA DEL SEOR 363

su vida. Tuvo que ser glorificado y transformado en Pacuma


pata que pudiera glorificamos a nosotros. Antes se haba dicho:
‘Aun no haba sido dado ei Pneuma, porque Jesœs no haba
sido glorificado’ Jo. 7, 39. Ahora todo estÆ ya consumado;
se ha realizado el Sacrificio que suministra la vida. Por eso, la
vspera de su Pasi6n, cuando comi con sus discpulos la Pascua
figurativa, ci Seæor pudo anticipar su Pascua verdadera y eterna
en la Instituci6n del Misterio de la Eucarista, memorial de su
Pasi6n, que la Iglesia. despuØs que se cumpli6 en la cruz, re
nueva incesantemente en et Misterio, hasta que vuelva el Seæor
en gloria manifiesta. La vida que brota de la muerte es ja
cia ms ntima de todos los Misterios, y en primer lugar, el
contenido del Misterio Pascual. Por eso, tiene raz6n la iglesia
cuando llama a sus Misterios sacramenta paschaiia. El Bautismo
con la Confirmacin realiza en cada cristiano el paso de la muerte
de este mundo a la vida en Dios y la Bucansta ofrece a la Igle
sia la oFrrunidad de experimentar de nuevo la Muerte dej Se
or juntamente con El y entrar as en la vida eterna de Cristo
en Dios [4].

MADRE DE LOS VIVIENTES

Despu& de su Pasin y Glorihcacin, el Hombre-Dios 6nd6


la Iglesia en la tierra, para que transmitiera su vida maternal
mente. Cuando estÆ transmitiendo la vida, en el centro de la
vida de la Iglesia est` aquella Acci6n de su Seæor y Esposa que
hizo que en la creaci6n brotara nuevamente la vida su Muerte
de Cruz, que venci a la muerte de la naturaleza, y su Resu
rreccin por la que introdujo a la creacin entera en la vida
divina. Por eso, la Pascua es la fiesta principal de la tkklesfa
como mace, vvcntium, como la Madre de los vivientes [5].
EN LA FUENTE DE LA SANTIDAD

Pascua es el comienzo de la santidad. La Pascua nos vuelve


a ja santidad a la participaci6n de la santidad de Dios. La Pas-
cua, Muerte y Rcsurrecci6n del Seæor, es la fuente uinica de
toda santidad. Porque la santidad es fruto de la Cruz. Gracias
a la Cruz, la naturaleza humana qued6 sumergida en la plenitud
de la santidad de Dios. La santidad del Seaor resucitado es la
santidad de su Ekklesa. Por eso, una vez que la verdadera Pas
cua fue inmolada, no puede haber ya en ella nada que no sea
santo. La Ekklesa vive perennemente en la Pascua; por eso,
tiene que ser necesariamente una Comuni6n de Santos. Peto
esto no quiere decir que sea perfecta en todos sus miembros;
con todo, la Pascua, que es Misterio de santificaci6n, tiene
que llenara hasta tal punto que eUa, a su vez, conserve la san
tidad en todos sus miembros y elimine lo que no sea santo [6].

E UCHAR 1 S TIA

Cuando lleg6 la plenitud de los tiempos, es decir, cuando la


historia entera haba alcanzado la cima que recapitulaba en s
todo y traa ci paso a la eternidad, vino el Hija a traer el cumpli
miento de todos los anhelos. El mismo apared6 ‘esclavizado’
bajo los elementas dci mundo, porque as lo quiso. Por eso,
naci6 tambiØn de mujer, es decir, segœn su carne mortal vino
de abajo de la materia; pero, a la vez, era Hijo de Dios y por
que quiso someterse libremente a los elementos de este mundo
por medio de su Muerte destruyh nuestra surnisi6n a tos ele
mentos. ScSlo despuØs de haber ocurrida esto -no antes- pue
den los hombres llegar al verdadero Padre, porque el Hijo que
llev las cadenas del cosmos, las quebrant en la Cruz. En la
cruz surgi6 el hombre libre, ej Hijo de Dios, que puede decir
ahora con toda verdad, aun como hombre, es decir, segœn la
carne morral asumida, pero ya glorificada: ¡Ablia, Padre Y
PASCUA DEL SENOR 365

todos los que participan del Pneuma, de la vida imperecedera,


pueden ¿irigirse tambiØn a Dios con las mismas palabras
Abba, Padre! [7].
"En aquel da [es decir, el da de Pascua] conocerØis que
yo estoy en mi Padre, y vosotros en M y yo en vosotros’ Jo.,
14, 20. Este es el don pascual que Cristo nos trajo: la Gnosis
del Padre. Ahora, despuØs de la Pascua, reconocemos al Padre
por n:edio del Hijo, contemplamos en el Hijo ai Padre y por
medio del Hijo estamos en e! Padre. E Seæor nos ha abierto el
camino al Padre a travØs de la Pascua y por eso -por vez pri
mera dcspus del pecado- e1 hombre puede decir de nuevo:
Padre! [8].
En esto consiste ci fundamento de la verdadcra Eucharistia,
de la verdadera acci6n de gracias. El hombre puede ahora dar
gracias a Dios con toda verdad, porque el Hijo ha ido al Padre
delante de ¿1. DespuØs de su victoria cn la Cruz, Cristo, aun
como hombre, no estÆ ya sometido a los ¿emeneos, sino que es
Hijo libre, a quien Dios le dice: Td eres mi Hijo!’ Ps.. 2,

Este es el momento en que nacd la verdadera Eucharistia:


¡ Pascua Es por eso por lo que el Misterio de la Noche Pas
la
cual culmina en la Eucharistia, que ya no la ofrece Cristo solo,
sino en compat3fa de su Ekklesa. Ella entra con El en su Eu
charistij y esta Eucharistia inaugura ¡a gran fiesta de la Perite
koste. de los cincuenta dbs cn que la Ekklesa jiberada da gra
cias ininterrumpidas al Padre en uni6n con ei Hijo [9].

Cr. Act.. 13, 33, donde San Pablo Ttiicre esta frase del salmo
a la Resurrccci6n.
EN LA BIENA VENTURADA PENTEKOSTE

DEL LIBRO DE LA PRESENCIA DE DIOS

Al Apocalipsis se le llama de ordinario, equivocadamente,


‘Apocalipsis de San Juan’. Su nombre verdadero, el que le da
el mismo Juan, es ‘Apocalipsis de Jesucristo’ Apoc., 1, 1. Es
Cristo el que se revela a S mismo en este libro; es El el que re
cibe de Dios la Apocalipsis y la transmite a San Juan. El Apo
calipsis es, adeinzSs, un libro sdlado que nadie puede abrir m`
que Cristo.
El Apocalipsis habla del Cuerpo de Cristo, de nuestra uni6n
con Cristo. ExaminSndolo ms detenidamente se ve que esta
‘ni6n constituye precisamente el tema fundamental del libro
encero. No es la finalidad del Apocalipsis hacer veladas insinua
ciones sobre los acontecimientos y circunstancias inmediatas del
Fin dci mundo, sino testimoniar que Cristo esta siempre pre
sente a su Esposa. Ya ahora, en los sufrimientos, lochas y per
secuciones, estÆ siempre cerca de ella, unido a ella y lo estaM
un da enteramente y para sienipre en la Gloria eterna.
Este tcma fundamental resuena ya delicadamente insinuado,
en la Apocalipsis de los Sin6pticos ‘. En la parÆbola de Ja des
trucci6n del inundo, el Seior habla del Ultimo Juicio, en e!
que el Rey did:
"En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de
estos mis hermanos menores a mf me lo hicisteis" Mat.. 25,

En estas palabras estÆ expresada admirablemente la unin de


Cristo con 51,5 miembros. Esc tan en ellos y tan unido a ellos,
que *lo que se hace a uno de ellos, se le hace a El.

Gr. Mysteriurn des Kommenden 1952 73 ss. Trad. espaæo!a


9. Gudarrama. 1964.
EN LA BIENAVENTURADA PNTEKOSTE 367

Lo que aqu no se hace ms que insinuar, se expresa mucho


mÆs grandiosamente en el Apocalipsis:
‘Ved que viene en las nubes del cielo y todo ojo le verÆ y
cuantos le ri-aspasaron; y se golpearÆn el pecho es decir se lamen
tarÆn todas las tribus de la tierra S, AmØn. Y0 soy el alfa y
‘.

la omega, e1 principio y el fin, dice el Seæor Dios, el que es, ci


que era, e1 que viene, el Todopoderoso Apc.. 1, 7-8.
Se nos anuncia aqu, con vigorosas palabras, la venida del
Seæor, que domina todo el Apocalipsis. Viene abiertamente, y le
verÆn todos, aun sus enemigos. En esta Parusa, manifiesta al
mundo entero, se cumple el sentido de la historia univer.al, que,
aun sin darse cuenta el mundo, giraba s6b en terno a El. El
domina el pasado, e! presente y el futuro, el Ai6n encero. EstÆ
siempre presente y, sin embargo, es siempre ci que ha de venir.
Ahora, en el Ai6n del pecado, Su venida se mantiene oculta
todavfa, pero al fin de los tiempos se harÆ manifiesta al mundo
entero. La misma imagen del Seæor que ha de venir, que en
los versculos que acabamos de citar se nos presenta con tanta
grandiosidad y vigor, aparece, una vez mÆs, al final del libro,
maravillosamente suavizada, como la venida del Seæor a su Es
posa. Para ella El es siempre el eternamente presente y a la
vez, el que ha de venir, hacia quien tiende su amor ‘y el Pnew
ma y la Esposa dicen Ven" Apoc., 22, 17.
E5d expresada aqu, con una profundidad admirable, la
uni&x del Seæor con su Esposa. El Pneuma es Cristo mismo
en cuanto que estÆ ocultamente presente en la Iglesia. Este
Pneuma dice con la Esposa en quien vive: Ven’ Y todos
cuantos escuchan esta exclamaci6n deben adherirse a la Esposa
que dama: ‘y el que escucha diga: Ven’ Apoc.. 22, 17.
"

A este grito del Seæor oculto, es decir de Cristo en cuanto


que estÆ ocultamente presente en su Esposa, que peregrina toda-

2
Esto cs lo que significa, lirerImente, el texto original griego. En
la anrgiiednd, las lamentaciones iban acompaæadas de golpes de pecho.
Cfr. 2 Co,., 3, L7.
LA EKKLESIA EN EL ASO UTURGIcO

va en este Ai6n terreno, contesta el Kyrios manifiesto, ej Ky


5f,
nos celeste: vengo pronto. AmØn’ Apoc., 22, 20.
Y nuevamente se oye la voz de la Ekklesa: Ver, Kyrios
Jesœs ‘ Apoc.. 22, 20.
Este mismo motivo, exactamente igual. hasta en parte con
las mismas palabras. se presenta en un pasaje anterior del mismo
captulo. Leemos all: "Y me dijo No selles tos discursos de
la profeca de este libro, porque el tiempo esta cercano... He
aqul que vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar
a cada uno segœn sus obras. Y0 soy el alfa y la omega. el pri
mero y el Ælcimo, e; principio y ¿ fin’ ‘ Apoc.. 22, 10. 12-13.
Hasta esta venida manifiesta del Seæor, que mostran como
plenamente realizada la unidn con su Esposa, la Ekklesa saca
todas sus fuerzas de la presencia oculta del Esposo en ella, quien
a sostiene en todos los sufrimientos y en todas las tribulaciones
de este Ai6n. Vale para eLla la frase del discpulo: Yo, Juan,
vuestro hermano y compaæero en la cribulaci6n, en el reino y en
la paciencia en Jesœs’ Apoc.. 1, 9.
Pero todas estas tribuacinncs estÆn iluminadas y crans fi
guradas por la visin del Kyrios que 1c fue comunicada a Juan
y de la cual ¿nc nos hace partcipes a nosotros; la figura que
contempla Juan es la de! Seæor en la gloria ceeste, y no tal cual
se manifestarÆ al fin del mundo como Juez del universo: Vi..
a uno semejante a un hijo del hombre, vestido de una tinca
talar y ceæidos los pechos con un cinturn de oro. Su cabeza y
sus cabellos eran blancos como ja lana blanca, como la nieve;
sus ojos como llamas de fuego’ Apoc., 1, 13-14.
Junto a esta visi6n del Kyrios, aparece, en otro lugar del
libro, la figura de la Esposa tal como se maniEestarÆ pibIica
mente en gloria al fin de la historia terrena:
Vi la ciudad santa la nueva Jerusakn que descenda del
cielo del lado de Dios, ataviada como usa esposa que se enga
lana para su esposo. O una voz grande, que del trono deca
He aqu et TabernÆculo de Dios entre los hombres, y crigin su
tabcrnku!o entre ellos, y ellos serÆn su pueblo y ci mismo Dios
EN LA BIENAVI2NTURADA PENTEKOSTE 369

serÆ con dios El que venciere, heredarÆ estas cosas y serØ


su Dios, y Øi serÆ rni hijo’ " Apoc., 21, 1-7.
Esta imagen prohnda, la cohabitacin de Dios con su pue
blo en una misma tienda, es ci cumplimiento de un anhelo an
tiguo de la humanidad, que ya resuena en Platn y que era
vivo, sobre todo, en Israel, desde los tiempos de su peregrinar por
el desierto.
En e1 mismo captulo, en grandiosa visin, San Juan descu
bre la imagen de la Esposa perfecta bajo el smbolo de la Ciudad
de JerusalØn. Esta ciudad estÆ representada en forma de cubo,
es decir, en la figura de la perfeccin. En ella ya no hay ten,
pb, pues Dios mismo y ci Cordero son su templo. Todos los
habitantes de la ciudad llevan escrito en su frente ci nombre
de Dios, para significar que son enteramente de Dios.
Y no tendrÆn necesidad de luz de anrorcha, ni de luz del
sol, porque el Seæor Dios los alumhrar y reinarÆn por los si
gos de los siglos Apoc.. 22, 5.
En el captulo tercero del Apocalipsis, la idea de la unidad
aparece bajo otra imagen:
‘Vengo pronto... Al vencedor yo le harØ columna en el
templo de mi Dios.., y sobre Øl escribir6 el nombre de mi Dios’
Apoc., 3, 10-12.
La imagen de la columna que lleva grabado el nombre de
Dios, smbolo profundo de unin y pertenencia a Dios, adquiere
aun mayor vida si recordamos que en Efeso haba un templo
de Apolo con muchas columnas votivas, en las que estaba gra
bado ej nombre de este dios y el nombre del fundador.
La antigedad cristiana nos confirma en la idea de que la
interpretacin del Apocalipsis, como un canto a la unin de

La imagen de la tienda es andqusima. La morada de Dios en


los tiempos primitivos era a tienda -no et templo-, smbolo de la
presencia de Dios y de la Comuni6n con Dios, sobre todo durante la
pcrcgrinaci6n de Israel por el desierto. Este smbolo primitivo encuentra
su realizaci6n escatnl6gica en Cristo. Ch., por ejemplo, W. Vischer,
Das Christuszegnis des Alt.,, Testaments, 1, 1936, p. 248,
370 L EKKLESIA EN EL ANO LITURCICO

Cristo y de la Ekklesa, es la mnica verdadera. Todava en la


Edad Media, Martn de Le6n sigue pensando enteramente en
lnea con ia incerpretaci6n de ios Padres antiguos, cuando dice:
El contenido del Apocalipsis es el Misterio de Cristo y de la
Ekklesa, la doctrina nist[ca y misteriosa de las Nupcias de
Cristo y de la Igiesia" .

Entre los modernos, Cornely expres6 bellamente la opiniSn


antigua: El Apocalipsis es el canto triunfal y nLlpcal de Cristo
que, despuØs de haber reportado ci triunfo sobre todos sus ene
6
migos, celebra sus Nupcias con la tkklesa’
Esta es la visi6n de la Iglesia antigua que introdujo en la
Lkurgia la lectura solemne del Apocaiipsis en medio de la Pen
rckoste, el tiempo de las Nupcias pneumÆticas.

NUESTRA EXALTACION EN CRISTO

El Misterio de nuestra divinizaci6n estÆ ntimamente rela


cionado con la Pencekosre y con la fiesta de la Ascensi6n, en
cuya Liturgia se expresa repetidas veces en forma muy profun
da. Lo formula, con concisi6n y densidad, el himno de Maiti
nes de la fiesta:
Regnat DeUS Dei caro - Reina Dios, carne de Dios!’
No puede haber mayor oposici6n que la que existe entre
Dios y la carne, y. sin embargo, se hallan "nidos en e1 Crsto
pneunihico la carne participa de la divinidad.
En el prefacio de la Ascensi6n se a:ude tambiØn a nuestra
divinizaci6n itt nos divinitatis suae tribueret ¿sse participes
-para hacernos partcipes de su divinidad.
Algo semejante se dice tambiØn en ci Communicantes : Es
tamos en comunin y ce!cbr.imos el da sacrac˙sirno en que nuestro

PL 209, 299.
lntrodkctio in S. Script, tomo III 1886, 734.
Himno de Maitines de a csta de la Ascensin Brev. Mon..
EN LA SIEINAVENFUIRDA PENTEXOSTE 371
Kyrios, tu Hiio unigØnito, cojoc6 a la diestra de tu gloria la
suscancia de nuestra fragilidad que El haba asumido..’’
En Cristo, la fragilitas humana -la fragilidad que El hizo
suya- queda transformada en gloria Dci, en gloria de Dios.
San Len I’Aagno expres bellsimamente esta maravilla de mies-
tra exaltacin y divinizacin en ci sermn de la fiesta de la As
censin, que leemos en los Marines de ese da A la misma
que ci enemigo venenoso arroj de la felicidad de su primera
habitacin, el Hijo de Dios, despuØs de asumirla, la coloc a
la diestra del Padre"
Toda la doctrina del Cuerpo Mstico descansa, pues, en la
exaicacin del Seæor. De este ruado la Pascua y la Ascensin re
sultan, en verdad, fiestas del Cuerpo Ivlstico.
En la Epstola a los Efesios se nos habla de la relacin que
guarda el Cuerpo pneurnÆtico del Seæor con su Exaltacin *
San P2b10 habla all del Seæor glorificado que sube victorioso
al cielo y, en su entrada triunfal, va distribuyendo sus dones
entre los hombres, es decir, los Charisrnata que edifican el
Cuerpo pneumtico de Cristo. Slo el Ensalzado tiene poder
para edificarse para S e’ Cuerpo. Reina como Dios que es
-y con El reina la carne divinizada, es decir, su propia h
manidad glorificada y con ella, la Ekklesa que est incorpo
rada a esta humanidad de Cristo convertida en Pneuma.
Fue el mismo Seæor nuestro Jesucristo, quien dijo Na
de sube al cielo sino el que baj del cielo, ci Hijo del hom
bre, que esr en e1 cielo’ Jo.. 3, 13. Parece que esto lo dijo
El slo de su propia Persona. ¿Quedan, por tanto, los derns
abandonados aqu abajo, pues solamente sube el que descendi?
¿QuØ deben hacer los demÆs? Deben unirse a su Cuerpo, para
formar el solo Cristo que descendi y ascendi. Desccndi la
Cabeza. Asciende nuevamente con su Cuerpo, revestido de su
Ekklesfa, que El se prepar psra S ‘sin mancha ni arruga’ Eph.,

Sermo 73. 4; lectura actava del &ev. Mon.


Cfr. Eph. 4, 8
372 LA EKKLESIA EN EL AO LITURGICO

5, 27. Es, pues, E! s6lo ej que asciende. Pero tambiØn nosotros


ascendemos, si es que estamos unidos a E! de suerte que estemos
en El como miembros suyos. Aun con nosotros El es œnico
siempre inico. Es la unidad la que nos une con el Unico. Los
œnicos que no suben con El son los que no quisieron unirse a
E
Sube, pues, al cielo Cristo revestido y ceæido con su hermosura,
que es la Ekklesfa. Es siempre el Unico, porque forma una misma
cosa con nosotros.

San Agusrin, lii Ps. 122, t.


EL ULTIMO D1A DE LA GRAN FIESTA

LA SANTIFICACION DE LA ESPOSA

El Pneuma significa ci jltinio toque, tanto en la Santsima


Trinidad como en el plan divino de la salvaci6n. Ahora bien, el
fruto de este grandioso Misterio es ja Ekklesfa, la Iglesia, la
Predilecta del Padre, la Redimida con 12 Sangre del Hijo; es el
Santo Pneuma el que a perfecciona en la santidad. El Espritu
le comunica la santidad dd Dios trino, que Cristo, ensalzado y
convertido en Pneuma, mediante su sacerdocio, hace derramar
sobre ella. El es, en efecto, la Cabeza de la Iglesia y de El parte
el Pneuma divino, que recorre los miembros todos El hace que
la Iglesia sea un solo Cuerpo en el inico Pneuma. Esta fuerza
Dios "la ejerci6 en Cristo, resucit`ndole de entre los muertes y
sent`ndole a su diestra en los cielos, por encima de todo prin
cipado, potestad, virtud y dominaci6n y de todo cuanto tiene
nombre, no s6lo en este siglo, sino tambiØn en el venidero. A
El sujet todas las cosas bajo sus pies y le puso por cabeza de
todas las cosas en la Ekklesa, que es su cuerpo...’’ Eph. 1, 20-
23. Si la Cabeza es Pneuma, el Cuerpo vivificado por ella lo
serÆ tambiØn por participaci6n; por eso hay raz6n para afirmar
igualmente de la comunidad de los cristianos: "Un solo Cuerpo
y un solo Pneunia" Eph.. 4, 4.
El da de PentecostØs, el Sefior glorificado se form6 para S
a su Iglesia como Cuerpo suyo y como Esposa, y se despos6 con
ella comunic`ndole la fuerza vital de Dios. El que quiera en
contrar la vida de Dios no tiene m`s remedio que acudir a la
Santa Madre Iglesia. "En e˙ecto, este don de Dios ha sido con
fiado a la Iglesia, del mismo modo que comunic6 su soplo a la
carne modelada, para que al recibirlo queden vivificados todos
sus miembros; en este don estaba contenida la Comuni6n de
vida con Cristo, es decir, el Santo Pneuma, prenda de incorrup
374 1-A EKKLESIA EN EL ANO LITLFRGICO

tibilidad, confirrnaci6n de nuestra fe y escala de ascensi6n a


,
Dios. Pues, dice Sari Pablo :i la Ekklcsma PLISO Dios a los
Ap6stole.s, a -los Profetas, a los Doctores y todos los denn{s efec
tos de la acci6n dei Pneutna, de [os cuales no participan quienes
no se apresuran a acudir a la hkk [LS˙a, sno que, con sus doctrinas
perversas y acciones detestables, se excuyen a s mismos de la
vida. Porque donde esta la Ekklca, alif esd el Pneuma de Dios,
y donde esd el Pneuma de Dios, all esta la Ekk!esa y toda gra
cia. Pero e1 Pacunia es reaiidad. Los que no lo reciben, no reciben
de los pchns de la Madre ning6n alimento para la vida ni beben
de la fuente de aguas iirnpias y borbotantes que saltan del cuerpo
de Cristo, sino que en las oquedades de la tierra se fabrican cis
ternas agrietadas y beben el agila fØtida del fango. Se alejan
de la fe de la ¡ glesi a para no dej arse guiar, y rc nuncian al P neu
ma para no verse precisados a dearse indoctrinar" Mas corno el
.

Pneuma, en cuanto fuerza vital de la Iglesia, es fruto de la -Pa-


si6n y Resurrecci6n del Seflor la fundacin de la Iglesia es ram
b iØn, en iltima instancia, consecuencia de; Misterio pascual t
Lo que -decimos de la Iglesia entera, vale tambiØn para cada
una de las almas incorporadas a Cristo; Østas, por lo mismo, son
‘almas eclesiales’’, en expresi6n frecuentcniente usada por Or
genes y San Anihrosio. Toda alma que tiene una fe viva lleva
dentro al Pneuma; Este es la prenda de su filiacin divina, corno
dice San Pablo ‘‘Tenemos testimonio de que sois hjos de
Dios: Dios envi a nuestros corazones e1 Pneuma de st’ Hijo,
que gritaba
t
Abba, Padre G`L, 4, 6: Y San Juan nos en
‘ ‘‘

Ch. 3 Cor.. 12, 28.


Gr. lcr., 2, 13
San Ireneo, Adu. haeres, III, 24, 1.
O. Cisel advicrrc Como ci PnCLIOLI es la vida de la Iglesia la
Lirurgi, Cfl cuanto actividad vital tic la Iglesia, procede del Pncurna,
Todos las Misterios de la lglcsia se realizan en virtud del Poenma de
Dios, como lo expresan con sobrada frecuencia los textos littrgicos
Ch. Ron,., 8, 5 s.
EL ULTIMO D˝A DE LA CRAN FIESTA 375

se6a que ‘ci que guarda sus mandamientos, permanece en Dios


y Dios en ¿1 y nosotros conocernos que permanece en nosotros
por ci Pneuma que nos ha dado’’ 1 Jo., 3, 24. Por consiguiente,
codo cristiano verdadero es portador dei Pneurna ‘Vosotros no
vivs segœn la carne, sino segn ci Pneuma, si es que de verdad
el Pneurna de Dios labita en vosotros. Pero si alguno no tiene ci
Pneuma de Cristo, ¿se no es de Cristo. Ivas si Cristo estÆ en
vosotros, el cuerpo escs muerto por ei pecado, pero ci Pneuma
vive por la justicia’ Rom., 8, 9-10. El alma llena del Pneun,a
divino se convierte ella misma en Pneuma, es decir, se halla tran
sida ¿e vida divina y sobrenaturalmente transfigurada.
Y como el Pneuma de Dios es Dios, ej alma que lleva dentro
el Pncuma, queda divinizada por participacin; puede ahora
conocer y contemplar las cosas de Dios. Las ‘arras del Pneuma"
que recibe aqu aba3o son, para ella, prenda de eterna contempia
cin ¿e Dios en el cielo. As pues, cI Pneuma de Dios crea al
hombre nuevo a imagen de Dios, le inspira la vida sobrenatural
de Dios y ‘e prepara para la eterna Comunin de vida con Dios,
reservada a los cristianos en la otra vida.
Segin esto, el Iisterio dr la fiesta de PentecostØs es el Acto
redentor de Cristo en cuanto que nos comunica la vida divina en
plenitud. Por eso los antiguos llamaban a la iesta de Pentecos-
t la Venida del Santo Pneuma’’ El Pneuma no se hizo carne
corno ci Logos; sin embargo, vino a nosotros. Por la Muerte y
Rcsurrecci6n de Cristo, Dios esd en medio de nosotros y dentro
de nosotros. Ya antes, ci Pncurna obraba tarnbin entre os hom
b res, pero s6lo de un modo pasajero e intermitente . Ahcra, en
la Nueva Alianza, se ha convertido en posesin plena y perma
nente de la iglesia de Cristo. La Esposa d Cristo Iglesia y

Ron.. 823; dr. 2 Cor. 1,22.


Parasia ti bagiu Pneumatos, adventus Spirss Sancti Paracliti,
en las Leran{as ‘le os Santos, de la Liturgia romana.
Gr., por ejemplo, San Cirilo de Alejandra, ¡ti Jo,, V 2 acerca
de Jo. 7, 39. PG 73, 749-760.
376 LA EKKLESIA EN EL ANO LITURGICO

ci alma- estÆ unida a Cristo por su Pneuma y espera gozar de


su plena posesi6n en el ciclo, cuya prenda lleva ya desde ahora
dentro de sL Todo aquel que pardcipa con Cristo en su Pisi6n
y celebra la Pascua, vive para Dios y en Dios gracias a su
Pneuma

Para ci tiempo despuØs de PentecostØs remitimos a ¿Misterio de


¿a Cruz, Mndrid. Ediciones Guadarrarna. pp. 309-338, passim.

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