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El Espíritu Santo

Objetivo.- dar a conocer quién es el Espíritu Santo, que


coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la
historia de nuestra salvación, y que en los “últimos tiempos”,
inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el
Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y
acogido como persona.
Meta.- Que los niños del catecismo y sus papás hagan vida todos los apelativos y los símbolos del
Espíritu Santo y la acción del Espíritu Santo en la historia de la salvación, desde los profetas del
Antiguo Testamento, su acción sobre la persona de Jesucristo, hasta ahora, que sigue actuando en su
Iglesia.

Canto: Espíritu Santo ¡Ya llegó!


https://www.youtube.com/watch?v=hLDI9-dQD7g

//Ya llegó, ya llegó,


El Espíritu Santo Ya llegó//
//Lo siento en mis manos, lo siento en mis pies
Lo siento en el alma y en todo mi ser//

//Aquel que camino Sobre las aguas //


//Esta aquí, está a mi lado//

//Como un rayo, cayendo sobre mi//

////Que quema, que quema, que quema, que quema////

REALIDAD
Un corazón convertido en nido (cuento para Pentecostés)
Anoche soñé que estaba en el campo, jugando con mis primos a
elevar volantines y a trepar por todos lados. Agotados de tanto correr
y brincar, nos tendimos sobre el pasto verde y nos pusimos a
observar los pájaros que volaban sobre nuestras cabezas. De
repente sentí que mi corazón que latía muy rápido se transformaba en un nido, en un nido tibio, suave
y mullido. «Mi corazón se quedó quieto, muy quieto» exclamaba yo sorprendido. «Mi corazón se
quedó quieto, paró de latir y se convirtió en un nido; tiene forma de nido, tiene color de nido, tiene
tamaño de nido y está esperando a que un pajarito venga a vivir en él».

¿Era yo un árbol acaso? ¿Era yo un niño? ¿Por qué en vez de corazón tenía yo un nido? En ese
momento me asusté mucho porque yo quería seguir siendo niño, no árbol. Estaba a punto de llorar
cuando de repente sentí que a mi nido llegaba una palomita blanca, blanca como la nieve y muy linda.

—«¿De dónde vienes tú?» —le pregunté todavía un poco asustado. Y curiosamente la paloma me
respondió con una voz muy suave y amable:
—«Vengo del cielo a vivir contigo, siempre que tú me invites
a quedarme en tu corazón». Y yo, muy afligido y confundido
le contesté:

—«Es que ahora en vez de corazón, tengo un nido». Pareció


que no le importaba mucho lo que le dije.

Y continué: —«En realidad, pensándolo bien para ti que


eres un pájaro resulta mejor un nido que un corazón
¿verdad?».

—«La verdad es que para mí resulta bien un corazón o un nido. La cosa es que aceptes que yo me
instale a vivir contigo», me contestó la paloma.

—«Por supuesto que me gustaría que te quedaras conmigo para siempre, serías mi amiga y mi
compañera, irías conmigo a todas partes, podríamos conversar en cualquier momento. Como vienes
del cielo me aconsejarías cómo hacer las cosas bien y yo me podría convertir en un niño alegre,
servicial, cariñoso, obediente, solidario y amable. Mis papás y mis profes estarían contentos conmigo
y yo más contento con ellos».

—«A todo esto no te he dicho mi nombre. Me llamo Felipe y tú ¿tienes nombre?» le pregunté curioso.

—«Yo soy el Espíritu Santo, enviado por el Padre y tu amigo Jesús para que viviendo conmigo no te
olvides jamás de ellos».

En ese mismo momento desperté bruscamente y recordé la clase de ese día en que la tía nos había
hablado de Pentecostés. No lo puedo explicar pero luego de despertar sentí una alegría inmensa y
una paz increíble en mi corazón. Me sentía un niño bueno, bueno y feliz

¿Será que el Espíritu Santo nos transforma por dentro y nos hace ser buenas personas?

PENSAMOS CON LOS CRITERIOS DEL HIJO


Creer en el Espíritu Santo es profesar la fe en la tercera Persona
de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del Hijo y “que
con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. El
Espíritu Santo “ha sido enviado a nuestros corazones” (Ga 4, 6),
a fin de que recibamos la nueva vida de hijos de Dios. El Espíritu
Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia de nuestra salvación, pero es en
los “último tiempos”, inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y
nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona.

La misión del Hijo y la del Espíritu son inseparables porque en la Trinidad indivisible, el Hijo y el
Espíritu son distintos, pero inseparables. En efecto, desde el principio hasta el fin de los tiempos,
cuando Dios envía a su Hijo, envía también su Espíritu, que nos une a Cristo en la fe, a fin de que
podamos, como hijos adoptivos, llamar a Dios “Padre” (Rm 8, 15). El Espíritu es invisible, pero lo
conocemos por medio de su acción, cuando nos revela el Verbo y cuando obra en la Iglesia.
EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO

“Espíritu Santo” es el nombre propio de la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Jesús lo llama
también Espíritu Paráclito (Consolador, Abogado) y Espíritu de Verdad. El Nuevo Testamento lo llama
Espíritu de Cristo, del Señor, de Dios, Espíritu de la gloria y de la promesa.

Son numerosos los símbolos con los que se representa al Espíritu Santo: el agua viva, que brota del
corazón traspasado de Cristo y sacia la sed de los bautizados; la unción con el óleo, que es signo
sacramental de la Confirmación; el fuego, que transforma cuanto toca; la nube oscura y luminosa, en
la que se revela la gloria divina; la imposición de manos, por la cual se nos da el Espíritu; y la paloma,
que baja sobre Cristo en su bautismo y permanece en Él.

LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

 En los profetas
Con el término “Profetas” se entiende a cuantos fueron inspirados por el Espíritu Santo para hablar en
nombre de Dios y recordar al pueblo la Alianza con Dios cuando le eran infieles y también para
hablarles de la venida del Mesías. La obra reveladora del Espíritu en las profecías del Antiguo
Testamento halla su cumplimiento en la revelación plena del misterio de Cristo en el Nuevo
Testamento.

 En Juan el Bautista
El Espíritu colma con sus dones a Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento, quien,
bajo la acción del Espíritu, es enviado para que “prepare al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1, 17)
y anunciar la venida de Cristo, Hijo de Dios: aquel sobre el que ha visto descender y permanecer el
Espíritu, “aquel que bautiza en el Espíritu” (Jn 1, 33).

 En María
El Espíritu Santo culmina en María las expectativas y la preparación del Antiguo Testamento para la
venida de Cristo. De manera única la llena de gracia y hace fecunda su virginidad, para dar a luz al
Hijo de Dios encarnado. Hace de Ella la Madre del “Cristo total”, es decir, de Jesús Cabeza y de la
Iglesia su cuerpo. María está presente entre los Doce el día de Pentecostés, cuando el Espíritu
inaugura los “últimos tiempos” con la manifestación de la Iglesia.

 En Jesucristo
Desde el primer instante de la Encarnación, el Hijo de Dios, por la
unción del Espíritu Santo, es consagrado Mesías en su humanidad.
Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no
ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo
sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre.
Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser glorificado
Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su
Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los
Padres: El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el
Padre en virtud de la oración de Jesús. El Espíritu Santo vendrá,
nosotros lo conoceremos y permanecerá con nosotros para siempre;
nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de él; nos
conducirá a la verdad completa.

Jesús comunica el Espíritu Santo a la Iglesia naciente, exhalando su aliento sobre los Apóstoles
después de su Resurrección. Pero es en Pentecostés, cincuenta días después de su Resurrección,
que Jesucristo glorificado infunde su Espíritu en abundancia y lo manifiesta como Persona divina, de
modo que la Trinidad Santa queda plenamente revelada. El día de Pentecostés todos los Apóstoles
estaban reunidos en un mismo lugar, y de repente se produjo un ruido del cielo, como de un viento
impetuoso que llenó toda la casa donde residían. Aparecieron lenguas de fuego como divididas que
se posaron sobre cada uno de ellos.

El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la
Pascua, el día de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en
valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo.

La misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia, enviada para anunciar y
difundir el misterio de la comunión trinitaria.

 En la Iglesia
El Espíritu Santo edifica, anima y santifica a la Iglesia; como Espíritu de Amor, devuelve a los
bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Cristo la vida misma
de la Trinidad Santa. Los envía a dar testimonio de la Verdad de Cristo y los organiza en sus
respectivas funciones, para que todos den “el fruto del Espíritu” (Ga 5, 22).

El Espíritu Santo ayuda a la Iglesia a que continúe la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da
gracia a los fieles para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con
Dios y los demás. La gracia y vida divina que prodiga hacen a la Iglesia ser mucho más grata a Dios;
la hace crecer con el poder del Evangelio; la renueva con sus dones y la lleva a unión perfecta con
Jesús.

La Iglesia, Comunión viviente en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro
conocimiento del Espíritu Santo:
– en las Escrituras que Él ha inspirado:
– en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
– en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste;
– en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos
pone en Comunión con Cristo;
– en la oración en la cual Él intercede por nosotros;
– en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
– en los signos de vida apostólica y misionera;
– en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.

El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos y a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la
doctrina cristiana, dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los sacramentos. Por
medio de los sacramentos, Cristo comunica su Espíritu a los miembros de su Cuerpo, y la gracia de
Dios, que da frutos de vida nueva, según el Espíritu.

El Espíritu Santo orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los
niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los necesitados. El Espíritu
Santo, finalmente, es el Maestro de la oración.

Es nuestro deber honrar al Espíritu Santo amándole por ser nuestro Dios y dejarnos dócilmente guiar
por Él en nuestras vidas. San Pablo nos lo recuerda diciendo: “¿No sabéis que sois templo de Dios y
que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3, 16).

Conscientes de que el Espíritu Santo esta siempre con nosotros, mientras vivamos en estado de
gracia santificante, debemos pedirle con frecuencia la luz y fortaleza necesarias para llevar una vida
santa y salvar nuestra alma.

Dones y frutos del Espíritu Santo


Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

Los siete dones del Espíritu Santo son:

 Don de Ciencia, es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la
luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.

 Don de Consejo, saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento
necesario conforme a la voluntad de Dios.

 Don de Fortaleza, es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es
una fuerza sobrenatural.

 Don de Inteligencia, es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación,
camino para acercarse a Dios.

 Don de Piedad, el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el
cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
 Don de Sabiduría, es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos,
lo que presentimos de la obra divina.

 Don de Temor de Dios, es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la
misericordia divina.

Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David. Completan y llevan a su perfección las virtudes de
quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

Los frutos del Espíritu Santo son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias
de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:

1. Caridad.
2. Gozo.
3. Paz.
4. Paciencia.
5. Longanimidad.
6. Bondad.
7. Benignidad.
8. Mansedumbre.
9. Fe.
10. Modestia.
11. Continencia.
12. Castidad.

Faltas contra el Espíritu Santo:

 Desesperar de la misericordia de Dios.


 Presunción de salvarse sin ningún mérito.
 La impugnación de la verdad conocida.
 La envidia de los bienes espirituales del prójimo.
 La obstinación en el pecado.
 La impenitencia final

ACTUAMOS BAJO LA GUÍA DEL ESPÍRITU SANTO


Celebremos al Espíritu Santo en nuestras vidas y nuestras familias,
pidiéndole la gracia necesaria de reconocerlo en nuestro diario caminar.

Para ello, vamos a hacer la siguiente actividad:

1.- Aprender en familia el canto del “Rock del Espíritu Santo”

2.- Montar la coreografía todos juntos: Papá, mamá e hijos (hasta la mascota si quieren)

3.- Grabarlo en vídeo y enviárselo al catequista o coordinador de la catequesis de tu centro.

4.- Espera la retroalimentación que te enviará tu catequista


ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

ALMA DE MI ALMA

¡Oh, Espíritu Santo,


alma de mi alma,
te adoro!
Ilumíname, guíame,
fortaléceme, consuélame.
Dime qué he de hacer;
dame tus órdenes:
te prometo someterme
a todo lo que desees de mí
y aceptar todo lo que permitas
que me suceda.
Hazme tan sólo conocer tu voluntad.
Así sea.

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