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Título
“Revisión sistemática (2010-2020) de la relación entre la función ejecutiva y sintomatología internalizante en población infanto-juvenil.”
Resumen
La infancia y la adolescencia son un periodo crítico de importantes cambios biológicos, psicológicos y sociales; que pueden
aumentar la vulnerabilidad y propiciar el riesgo de desarrollar sintomatología emocional o conductual determinante en la vida
adulta. La sintomatología emocional o internalizante, se experimenta en el foro interno del individuo, sin manifestaciones
evidentes para los observadores a diferencia de la externalizante. Al ser más bien una vivencia íntima y más bien discreta, se
dificulta su detección y tratamiento.
Los avances en la neurociencia han demostrado que la función ejecutiva y el córtex prefrontal tienen una importante
participación en la regulación emocional y los procesos que intervienen en el surgimiento de los estados afectivos que
involucran la sintomatología internalizante. El objetivo de este artículo es conocer el estado del arte de la relación entre la
sintomatología internalizante y las funciones ejecutivas en población infanto-juvenil.
Introducción La salud mental infanto juvenil se define como ……
Justificación
Objetivos De acuerdo a las cifras aportadas por estudios epidemiológicos, Chile está entre los países con mayor carga de
morbilidad por enfermedades psiquiátricas infanto- juveniles en comparación con otros países latinoamericanos,
con una prevalencia de trastornos psiquiátricos del 22,5% (19,3% para niños y 25,8% para niñas), destacándose la
prevalencia, en orden decreciente, por trastornos disruptivos (14,6%), trastornos ansiosos (8,3%) y trastornos
afectivos (5,1%) (De la Barra, Vicente, Saldivia & Melipillán, 2012; Vicente, Saldivia & Pihan, 2016).
Lista de comprobación de los ítems para incluir en la publicación de una revisión sistemática
(con o sin metaanálisis). La declaración PRISMA
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De acuerdo al sistema de evaluación multicultural basada en evidencia de Achenbach (2015), se distinguen dos
patrones específicos de problemas relacionados entre sí, a partir del cual emergen dos grupos principales de
síndromes: externalizantes e internalizantes. Los primeros, están asociados a trastornos disruptivos, fácilmente
detectables, pues alteran la convivencia y son el resultado de las dificultades que estos niños presentan para
regular sus expresiones emocionales y conductuales (Merrel, 2008).
Los rasgos internalizantes se refieren a un conjunto de problemas conductuales y emocionales que suelen pasar
desapercibidos, ya que se experimentan y exhiben dentro del individuo y están basados en un sobre-control, es
decir, en un intento de control inadecuado o desadaptativo de los propios estados cognitivos y afectivos (Merrel,
2008). Incluyen cuadros como depresión, ansiedad, retraimiento social y quejas somáticas sin causa física.
De este modo, los niños con rasgos temperamentales internalizantes tendrían mayor predisposición a desarrollar
un trastorno depresivo y/o ansioso, que va a afectar su adaptación en distintas áreas e influyen, en forma negativa,
a nivel cognitivo-académico, social y emocional (Argúmedos, Monterroza, Romero y Ramírez, 2018). A nivel
educativo, los efectos de la depresión y la ansiedad en niños y adolescentes, ejercen un impacto negativo y
significativo sobre el rendimiento académico, pudiendo llegar a bloquear la capacidad de implicarse activamente en
los procesos de aprendizaje, incluso aunque los sufran a un nivel subclínico (Lozano y Lozano 2017).
A lo largo del desarrollo los niños van logrando autorregular sus pensamientos, emociones y conductas, producto
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En cuanto a las característica emocionales y conductuales no aprendidas con las que nacen los niños, que influyen en
su respuesta frente a estímulos ambientales, se le ha denominado temperamento infantil, los cuales son rasgos relativamente
estables en el transcurso de la vida y que se asocian a ciertas características de personalidad, así como a la manifestación de
cierto tipo de sintomatología (Thomas y Chess, 1977 como se citó en Dolcet i Serra, 2006).
En lo que refiere a los rasgos internalizantes, los describe como un conjunto de problemas conductuales y emocionales que
suelen pasar desapercibidos, ya que se experimentan y exhiben dentro del individuo y están basados en un sobre-control, es
decir, en un intento de control inadecuado o desadaptativo de los propios estados cognitivos y afectivos (Merrel, 2008). Los
niños que presentan rasgos temperamentales internalizantes tienen mayor predisposición a desarrollar un trastorno depresivo
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y/o ansioso, afectando su adaptación en distintas áreas influyendo de forma negativa, a nivel cognitivo, académico, social y
emocional (Argúmedos, Monterroza, Romero y Ramírez, 2018).
Otro punto importante, es cómo diferentes dimensiones del comportamiento paterno y materno se relacionan con la
manifestación de síntomas conductuales tanto de naturaleza internalizante como externalizante. Un punto importante es la
percepción de rechazo por parte de los niños, sumado a la ausencia de afecto durante su desarrollo, son factores de riesgo
que predicen la aparición de conductas agresivas y delictivas, además de manifestar ansiedad, depresión y quejas somáticas
(García, Cerezo, De La Torre, Carpio & Casanova, 2011).
A nivel educativo, los efectos de la depresión y la ansiedad en niños y adolescentes ejercen un impacto negativo y
significativo sobre el rendimiento académico, pudiendo llegar a bloquear la capacidad de implicarse activamente en los
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procesos de aprendizaje, incluso aunque los sufran a un nivel subclínico (Lozano y Lozano 2017).
Debería presentarse como una prioridad la Salud Mental Infanto-Juvenil para la humanidad, y debe prestársele especial
atención a la identificación de problemas de este tipo en la primera infancia, ya que, de esto depende que los niños, niñas y
adolescentes, puedan presentar un desarrollo adecuado a lo largo de su vida, sin trastornos emocionales y/o conductuales,
permitiendo adaptarse de mejor forma con su entorno.
Los acontecimientos vitales estresantes, la sintomatología y la adaptación en la infancia: estudio comparativo con pacientes
de salud mental y escolares https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1130527417300269
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2019). A lo largo del desarrollo ontogenético del humano, va logrando autorregular sus pensamientos, emociones y
conductas, producto de la evolución del sistema de automonitoreo y control. Stuss (2001 citado en Flores,
Montes & Roqueta, 2020) distingue la presencia de tres áreas funcionales al interior de región frontal de la corteza
cerebral: dorsolateral, frontomedial y orbitofrontal. Todas contribuyen al funcionamiento de la función ejecutiva,
pero cada una desempeña un papel específico. Las áreas dorsolaterales y cinguladas guardan más relación con
los procesos cognitivos y la actividad mental superior, el área orbitaria tiene mayores implicaciones en el control y
la regulación de los procesos emocionales.
Las FF.EE. son un constructo complejo y con múltiples variables. De acuerdo al modelo de Miyake et al.
(2000 citado en Canet, Introzzi, Andrés & Stelzer, 2016). Villegas, Alonso, Benavides &
Guzmán (2013) amplían las sus dimensiones y subdividen las FF. EE. en flexibilidad mental, generación de
hipótesis, resolución de problemas, formación de
conceptos, planificación, organización, fluidez, inhibición, automonitoreo, anticipación, regulación de la
conducta, cambio de atención y control emocional, mismos que son fundamentales en la toma de
decisiones. Cada una de estas variables se puede evaluar y analizar de manera individual a través de tareas
neuropsicológicas específicas y/o desde el punto de vista conductual adaptativo, ya que son observables a través
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El ser humano se caracteriza por un desarrollo ontológico genético del sistema nervioso central
asincrónico y más enlentecido en comparación con otras especies. La corteza humana ha alcanzado un
nivel de complejidad propicia para el desarrollo de funciones superiores, las cuales le han permitido
responder adaptativamente a las demandas del entorno. Si bien nacemos dotados de características
emocionales y conductuales innatas que influyen en nuestra respuesta a estímulos ambientales
(temperamento infantil), el desarrollo madurativo y la intervención del entorno van moldeando nuestra
conducta.
El ser humano sobresale por su nivel de cognición e índice de encefalización, la cual debemos agradecer a
la neotenia aumentada que nos caracteriza como especie. Este rasgo neoténico o inmadurez aumentada y
enlentecimiento del desarrollo, es evidente en los seres humanos y se produce por la consolidación del
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vínculo afectivo entre la diada madre e hijo. Dicho fenómeno coincide con el nivel de pensamiento
abstracto, la dependencia para establecer vínculos afectivos y relaciones sociales. Este fenómeno permite
la constitución y el desarrollo de una de las funciones mentales de mayor complejidad, la función ejecutiva.
Este amplio abanico de habilidades cognitivas requiere alcanzar un alto nivel de madurez cerebral para
consolidarse. Las regiones prefrontales han mostrado ser las que presentan una mielinización más tardía
en comparación con otras áreas cerebrales y estas son las responsables de funcionamiento ejecutivo
(Calle, 2017).
La función ejecutiva puede considerarse la función mental por excelencia, ya que, aunque el resto de nuestras
funciones cognitivas (percepción, memoria, lenguaje) sean perfectas, de poco sirven sin una correcta función
ejecutiva que controle y coordine la acción conjunta de todas esas habilidades (Vayas & Carrera, 2012). La función
ejecutiva se define como un sistema o conjunto de procesos de orden superior que permiten la dirección de la
acción hacia la consecución de un objetivo con el fin de lograr la adaptación al contexto, especialmente cuando
éste es novedoso y/o desafiante. Estos procesos son mediados por los lóbulos frontales, los cuales se encargan de
las conductas que son distintivamente humanas. La alteración o disfunción de estas áreas cerebrales ha mostrado
desórdenes de la cognición, del ánimo, de la motivación, y del control conductual (Labos, 2019). A lo largo del
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desarrollo ontogenético los seres humanos, van logrando autorregular sus pensamientos, emociones y conductas,
producto de la evolución del sistema de automonitoreo y control ejecutivo. Stuss y Levine (2002, Slachevsky et al.
2005) distingue la presencia de tres áreas anatómo-funcionales al interior de región frontal de la corteza cerebral:
dorsolateral (CPFDL), CPF Orbitofrontal y CPF ventral (CPFV). Todas contribuyen al funcionamiento de la función
ejecutiva, pero cada una desempeña un papel específico. Las áreas dorsolaterales y cinguladas guardan más
relación con los procesos cognitivos y la actividad mental superior, el área orbitaria tiene mayores implicaciones en
el control y la regulación de los procesos emocionales. La región dorsolateral estaría implicada en aquellas
funciones ejecutivas denominadas frías, de acuerdo al sistema ejecutivo dúal interdependiente (García-Arias, 2012
como se citó en Monteros et al, 2017) Estas funciones están asociadas a la solución de problemas, planeación,
formación de conceptos, desarrollo e implementación de estrategias, memoria de trabajo, razonamiento verbal,
secuenciación, atención selectiva, resistencia a la interferencia, flexibilidad cognitiva e inhibición de impulsos.
Mientras la CPF ventromedial estaría asociada a aquellas funciones ejecutivas denominadas cálidas, las cuales se
relacionan con la coordinación de la cognición y emoción-motivación, regulación del comportamiento social y toma
de decisiones sobre aquellos eventos que tienen consecuencias significativamente emocionales (Hongwanishkul,
Happaney, Lee & Zelazo, 2005 como se citó en Montero, 2017).
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Métodos
Protocolo y registro
Criterios de elegibilidad
Fuentes de información
Búsqueda
Selección de los
estudios
Proceso de extracción
de datos
Lista de datos
Medidas de resumen
Síntesis de resultados
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Análisis adicionales
Resultados
Selección de estudios
Características de los
estudios
Resultados de los
estudios individuales
Síntesis de los
resultados
Análisis adicionales
Discusión
Resumen de la
evidencia
Limitaciones
Conclusiones
Financiación
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Referencias
Apa 6 🡪Labos, E., 2019. Tratado De Neuropsicología Clínica. 2nd ed. Buenos Aires: Akadia, p.475.
Apa 7🡪Labos, E. (2019). Tratado de neuropsicología clínica (2nd ed., p. 475). Akadia. (¿Cuál vamos a usar,APA 6 o 7?
Canet-Juric, L., Introzzi, I., Andrés, M.L., y Stelzer, F. (2016). La contribución de las funciones ejecutivas a la autorregulación.
Cuadernos de Neuropsicología/ Panamerican Journal of Neuropsychology, 10(2),106 – 128. doi: 10.7714/CNPS/10.2.206
Maldonado, J., Fournier, C., Martínez, R., González, J., Espejo-Saavedra, M., y Santamaría, P. (2017). BRIEF®2. Evaluación
conductual de la función ejecutiva. Adaptación española. Manual de aplicación, corrección e interpretación. Madrid: TEA
Ediciones.
Stuss, D. (1992) Biological and physiological development of executive function. Brain and Cognition, 20: 8-23.
Villegas, M., Alonso, M., Benavides, R. & Guzmán, F. (2013). Consumo de alcohol y funciones ejecutivas en adolescentes: una
revisión sistemática. Aquichan. Vol. 13, No. 2, 234-246.
Flores, R., Montes, M. y Roqueta, C. (2020). Revisión sistemática del efecto de las funciones ejecutivas en el rendimiento
académico. Àgora de salut, 2020, vol. 7. pp. 205.215. Recuperado de: http://dx.doi.org/10.6035/AgoraSalut.2020.7.21
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Vayas Abascal, Rocío, & Carrera Romero, Luis. (2012). Disfunción ejecutiva: Síntomas y relevancia de su detección desde Atención Primaria. Revista Clínica de Medicina de
Familia, 5(3), 191-197. https://dx.doi.org/10.4321/S1699-695X2012000300007