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MÓDULO DE REVINCULACIÓN

PRÁCTICAS DEL LENGUAJE


2° AÑO
3ª división

EES 22 – ESCUELA MARIANO MORENO

Profesora Silvia Bianchi

Primera etapa (hasta el 11/12/2020)

Segunda etapa (hasta el 26/02/2021)

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I – EL CUENTO REALISTA
• LEÉ LOS SIGUIENTES TEXTOS:

EL REGALO DE LOS REYES MAGOS

O. Henry

Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en peniques. Peniques ahorrados, uno
por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza
ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta
y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.
Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable sofá y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a
la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.
Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar,
uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente
la policía lo habría descrito como tal.
Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás
un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Mr. James Dillingham Young".
La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño,
cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de
"Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta v humilde "D". Pero
cuando Mr. James Dillingham Young llegaba a su casa v subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado
por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.
Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia
afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía
solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada penique, mes a mes,
y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había
calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta v siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado
muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo
de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero.
Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy
delgada ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con
absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su
rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.
Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había
sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el
departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar
su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el Rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados
en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su
barba de envidia.
La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más
abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un
minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.
Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas Y con el brillo todavía en sus
ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.
Donde se detuvo se leía un cartel: "Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente Y, jadeando,
trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la "Sofronie", indicada en la puerta.
-¿Me compra el cabello?, -preguntó Delia,
- Yo compro cabello, -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjemelo ver.

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La áurea cascada cayó libremente.
-Veinte dólares -dijo Madame, sosteniéndolo con manos expertas.
-Démelos inmediatamente-dijo Delia.
Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia
empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.
Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ese. Y ella los
había registrado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el
material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto -tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor.
Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin
aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veinte dólares v regresó rápidamente a casa con ochenta v
siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque
el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una
cadena.
Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el
pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda,
amigos míos, -una tarea mastodóntica.
A los veinte minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un
encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.
"Si Jim no me mata", se dijo, "antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island.
Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?."
A las siete de la tarde el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.
Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de
la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento,
se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío
que Jim piense que sigo siendo bonita."
La puerta se abrió, Jim entró la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con
una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.
Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se
fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de
desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente,
con fijeza, con una expresión extraña.
Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.
-Jim, querido -exclamó-, no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un
regalo. Crecerá de nuevo. ¿No te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad"
y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!
-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente
aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.
-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi
pelo, ¿no es así?
Jim observó la habitación con una mirada curiosa.
-¿Dices que tu pelo ha desaparecido?- dijo con aire casi idiota.
-Se está viendo- respondió-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Noche Buena, muchacho. Lo hice por ti,
perdóname. Quizás alguien podría haber contado mí pelo, uno por uno- continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie
podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego?- preguntó.
Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con
discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la
diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño
regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.
Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.
-No te equivoques conmigo, Delia - le dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial harían que yo
quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer
momento.

3
Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y
después, iay!, un repentino cambio que terminó en lágrimas y gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los
poderes de consuelo del señor del departamento.
Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra, que Delia había estado admirando
durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes
adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo
sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día.
Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.
Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa,
y dijo:
-¡Mi cabello crece tan rápido, Jim!
Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:
-¡Oh, oh!
Jim no había visto aún su hermoso regalo. Ella lo sostenía ilusionada sobre su palma abierta. El precioso v opaco metal
pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.
-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al
día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.
En vez de obedecer, Jim se dejó caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.
-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento.
Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.
Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos
al Niño Dios en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron el arte de regalar en esta época. Como eran sabios, no hay duda que
también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí
me encuentro relatándoles, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un
departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar,
digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y
reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

En: http://www.angelfire.com/la2/pnascimento/universales.html

O. Henry (1862-1919)
Este fue el seudónimo del escritor estadounidense William Sidney Porter, quien nació en una familia muy pobre de Carolina
del Norte y prácticamente no recibió educación. Tuvo una vida de aventurero. Su paso por los barrios más miserables de
Nueva York dio lugar al escenario de muchos de sus relatos.

EL CUENTO REALISTA

Se denominan cuentos realistas a aquellos que pueden dar una gran ilusión de realidad y generar sensación de que las
acciones que cuentan son verdaderas. Son historias creíbles o verosímiles que narran hechos que podrían llegar a suceder en
la realidad y que tienen una explicación lógica de acuerdo con nuestros conocimientos acerca del mundo y de la vida.

La estructura

En los cuentos realistas, como en toda narración, se desarrolla una secuencia de acciones que, en general, responde a tres
momentos básicos: la situación inicial, el conflicto o nudo y el desenlace o resolución del conflicto.

El marco narrativo: lugar, tiempo y personajes

El marco narrativo sirve para introducir al lector en la ficción, ya que le permite ubicarse en la situación y elaborar imágenes
para apreciar la historia. Está conformado por tres elementos fundamentales: el lugar y el tiempo en los que transcurrirá la
historia y los personajes que participan en ella.

En los cuentos realistas, los indicios de tiempo y lugar concuerdan con las caracterizaciones de los personajes. De esta manera,
el marco resulta coherente. El resultado es una narración creíble, al punto que el lector podría suponerla real.
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Las temáticas

Los autores de textos realistas pueden tomar cualquier situación posible en el mundo real para escribir sus narraciones.
Frecuentemente, eligen manifestar los conflictos propios de la vida en sociedad, como, por ejemplo, la pobreza, el desempleo,
la guerra, la discriminación, etcétera.

Cuando esto sucede, el lector se encuentra frente a un reflejo de la realidad que motiva en él cierta reflexión.

Las descripciones

Para introducir las características de los espacios, la época, los personajes y las problemáticas en las que se va a centrar el
relato, el autor emplea descripciones, en “El regalo de los Reyes Magos” se describe el departamento donde viven Jim y Delia,
y así se ubica el lector en el ámbito específico en el que transcurre la historia, destacando las dificultades económicas de la
pareja para vivir en un lugar mejor.

En la descripción literaria realista suelen abundar los adjetivos calificativos. En el siguiente ejemplo, los adjetivos destacan
la pobreza del ambiente:

[…] no había nada que hacer fuera de echarse al miserable sofá y llorar.

En los segmentos descriptivos predomina el uso de los recursos expresivos como las imágenes sensoriales, la comparación
y la metáfora. La utilización de estos recursos permite generar imágenes poéticas, pero, al mismo tiempo, consolidar una
atmósfera realista, familiar y cotidiana que sostienen la verosimilitud de la historia. Por ejemplo:

Las narraciones literarias son relatos ficticios surgidos de la creación de un escritor. Estas historias inventadas ponen en
contacto la imaginación de sus autores con la de los lectores.
Su finalidad es estética, ya que se busca captar el interés del destinatario para divertirlo, emocionarlo, impactarlo o
permitirle vivir aventuras o experiencias imaginarias desconocidas para él.
Un cuento es una narración literaria breve que se desarrolla en un tiempo y un espacio determinados. Por su brevedad,
puede leerse sin interrupciones, y su desenlace suele ser inesperado y produce efecto de sorpresa en el lector.

A LA DERIVA

Horacio Quiroga

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento
vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de
la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo,
dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía
de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por
la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes
puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad;
una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la
monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz
se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
— ¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
— ¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!
— ¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.

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— ¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la
garganta.
—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura
del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta
que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo
medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear
hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de
cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron
caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura
y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso.
El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque
hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la
picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
— ¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
— ¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no
se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó
velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río.
Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás,
la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje
es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con
asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se
abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba
con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría
aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa
paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y
miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un
remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver
a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí,
seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...
Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo...
¿Viernes? Sí, o jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
—Un jueves...
Y cesó de respirar.

ACTIVIDADES:

1) Señala las partes de la secueñcia ñarrativa eñ cada uño de los cueñtos leídos. Podes hacerlo eñ
uñ cuadro como este:
6
EL REGALO DE LOS REYES MAGOS A LA DERIVA
SITUACIÓN
INICIAL
CONFLICTO O
NUDO
DESENLACE O
RESOLUCIÓN

2) Identificá el marco narrativo en cada cuento:

EL REGALO DE REYES A LA DERIVA


LUGAR

TIEMPO* Comieñzos del siglo XX Fiñales del siglo XIX, comieñzos del XX

PERSONAJES

* Si no se menciona una fecha específica, podes ubicarte por algunos indicios (tecnología, usos y costumbres, trato
social, etc.). En estos cuentos no solo no hay celulares o internet, tampoco hay televisores, ni automóviles y otros
medios de locomoción a motor. Otro detalle es el trato entre personas, inclusive entre las parejas (aunque hoy en día
todavía sigue, en algunas culturas, el maltrato hacia las mujeres).
3) Escribí una narración (de aproximadamente una carilla) cuyo conflicto sea verosímil y suceda en el
contexto de la vida cotidiana. Condiciones:

• El conflicto tiene que producirse entre un personaje humano (o un grupo de ellos) y un personaje no humano (animado
o inanimado).
• Se debe incluir, como mínimo, una descripción de lugar y otra de personaje(s), utilizando los verbos característicos de
la descripción.
• El narrador debe ser en tercera persona omnisciente.

A continuación tenés algunos breves textos explicativos que te pueden ayudar a realizar la actividad:

Narrar y describir
Toda narración existe en la medida en que encierra un conflicto, sin el cual no tiene razón de ser. Ese conflicto se
desencadena a partir de un hecho disparador y se desarrolla a través de otros hechos derivados del primero. Estos hechos
tienen entre sí, una relación de causa-efecto, es decir, un hecho causa otro, que a su vez es causa de otro…, hasta que se produce
el desenlace. Entonces, el relato se cierra, la cadena de causas y efectos se detiene. En los relatos realistas, las descripciones
proporcionan el contexto que permite explicar, más allá de los hechos mismos, lo que sucede.

La descripción en el cuento
En las narraciones realistas, las descripciones cumplen una función muy importante, ya que vuelven más creíble, es decir,
más verosímil, lo que se narra. También permiten explicar muchas de las acciones que los personajes realizan y entender el
entorno en el que los hechos suceden.
Verbos en la descripción
Los verbos característicos de las descripciones refieren la existencia de algo o de alguien, y su ubicación en el espacio.
Generalmente, se utiliza el verbo haber en forma impersonal: En la habitación hay tres ventanas. También se utilizan otros como
encontrarse, estar, presentar / se: Esa habitación estaba en el extremo más alejado del jardín . Por otra parte, en las descripciones se
utilizan verbos que caracterizan a los personajes, objetos o situaciones. Por ejemplo, los verbos ser, parecer, entre otros, indican
rasgos propios del objeto o personaje que se describe, rasgos constitutivos de su esencia: Era alto y algo encorvado. El verbo tener
permite atribuirle rasgos al objeto o personaje: Tenía el cabello bien cortado.
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Descripción estática y dinámica
Se denomina descripción estática a la que registra un objeto (personaje, espacio, escenario…) en estado de quietud, o que
pretende dar una imagen estable del objeto, como si fuese una fotografía, sin tener en cuenta sus variaciones. Por el contrario,
son dinámicas las descripciones que brindan una imagen del objeto en movimiento, o que registran procesos y se detienen en
cada etapa de su desarrollo.

El narrador omnisciente
El narrador es omnisciente cuando conoce todo lo que sucede en el relato, desde lo más importante hasta los mínimos
detalles. Así, puede transmitir al lector lo que el personaje ve, pero también puede dar un panorama más amplio, ya que se
introduce en la conciencia del personaje o los personajes, pudiendo decir lo que ellos desean, sienten y piensan. La palabra
omnisciente viene del latín, y quiere decir “que todo lo sabe”. En la literatura realista, es muy frecuente la presencia de este
tipo de narrador.

II. CLASES DE PALABRAS: EL SUSTANTIVO


Las palabras que nombran lugares, cosas, sentimientos, seres, acciones y cualidades son los sustantivos, también llamados
nombres. Por ejemplo, Misiones nombra un lugar; balsa nombra una cosa; tristeza, un sentimiento; Magallanes, a una persona.
Pirata también nombra a una persona, mientras que iguana nombra un animal. La palabra conquista nombra un hecho y
blancura, una cualidad.
Algunos sustantivos son palabras simples (cárcel), otros son palabras derivadas (desconfianza) y otros, compuestas
(guardabarros). Los sustantivos derivados se pueden formar uniendo prefijos o sufijos a otros sustantivos o a palabras de otras clases,
como adjetivos y verbos.

Sustantivos comunes y propios

Existen dos grandes clases de sustantivos: los comunes y los propios. Los sustantivos comunes nos traen a la mente ideas,
cualidades y relaciones que son comunes a todos los individuos de una especie. Por ejemplo, pirata, iguana, conquista.
Los sustantivos propios, en cambio, nombran a una persona, lugar, institución, en particular, sin relacionarlos con otros
de la misma clase. Se escriben siempre con mayúscula: Magallanes, Misiones, Escuela de Educación Secundaria Técnica Nº 5.

Sustantivos concretos y abstractos

Los sustantivos abstractos nombran cualidades, propiedades, modos de ser, acciones o sentimientos. La mayoría de los
sustantivos abstractos derivan de adjetivos y de verbos. En cambio, sustantivos como agua, viento, llanura o unicornio son
concretos, porque nombran cosas, seres o lugares que existen en algún mundo posible. Tanto los abstractos como los concretos
son sustantivos comunes.

Sustantivos individuales y colectivos

Los sustantivos colectivos son sustantivos que, en singular, nombran un conjunto de individuos.
Muchos sustantivos colectivos no derivan de su individual porque no comparten la misma raíz. Por ejemplo, enjambre
no pertenece a la familia de abeja. En cambio, el colectivo olivar pertenece a la familia de olivo.
En nuestra lengua contamos con muchos sufijos que permiten transformar un sustantivo individual en uno colectivo.

Sustantivo Sustantivo colectivo


abeja
individual enjambre
olivo olivar
cerdo piara
soldado tropa

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SUSTANTIVO – Aspectos

ACTIVIDADES:
1) a) Buscar eñ “El regalo de los Reyes Magos”: ciñco (5) sustañtivos propios y veiñte (20)
sustañtivos comuñes y trañscribirlos clasificañdo a estos ultimos (los comuñes) eñ
iñdividuales o colectivos y coñcretos o abstractos. Por ejemplo:

Sustantivos propios Sustantivos comunes


Diego Maradoña pelota: iñdividual, coñcreto / galaxia: colectivo, coñcreto
Mar del Plata geñialidad: abstracto
b) Escribir diez (10) ejemplos de sustañtivos colectivos (ño hay que buscarlos eñ el
cueñto).

III. CLASES DE PALABRAS: EL ADJETIVO

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ACTIVIDADES:

2) a) Buscar eñ “A la deriva”: veiñte (20) adjetivos calificativos, todos los adjetivos


geñtilicios y ñumerales que eñcueñtres y trañscribirlos.

b) Clasificar los adjetivos calificativos y geñtilicios (eñcoñtrados eñ el meñcioñado


cueñto) seguñ ñumero y geñero. Por ejemplo:

adjetivos número género


admirado Singular masculino
españolas plural Femenino.

IV. RELATO POLICIAL


El relato policial es un texto literario narrativo que se caracteriza por la presencia de delito o la temática delictiva. Dentro
del relato policial hay muchas variantes, pero en general todos estos textos plantean la búsqueda de la verdad o el
desenmascaramiento de algo que se oculta.
Los primeros textos de este género aparecieron en el siglo XIX. El gran desarrollo de la ciencia y la tecnología hacía pensar
que la inteligencia humana era capaz de revelar la verdad y resolver cualquier misterio. A través de autores como Edgar Allan
Poe en los Estados Unidos o Arthur Conan Doyle en Inglaterra, surgió el protagonista del relato policial: el detective. Es él quien
debe buscar la verdad y restablecer el orden. El texto se plantea como un juego lógico, en el que una serie de pistas y datos
permite al lector deducir aquello que se oculta o se esconde.
Así, se plantea la necesidad de un lector activo, que preste atención a los detalles, ate cabos y deduzca hachos que no se
dicen de manera explícita.
Este tipo de policial, denominado clásico o de enigma, cuenta la historia de la investigación. El relato comienza con el crimen,
que genera el misterio, y el detective es el que debe investigarlo. Predomina la intriga, la curiosidad por develar el misterio.
Hacia 1930, en Estados Unidos, aparece una nueva vertiente del policial: la serie negra o policial negro o duro. Desaparece
el enigma y el juego lógico para dar lugar a la acción y a una narración más realista. El detective se involucra en las acciones y
muestra la violencia de la sociedad que lo rodea. Ya no se investiga a partir de un misterio, sino sobre las circunstancias del
delito. El relato ya no genera intriga, sino suspenso. El lector no se pregunta qué habrá ocurrido, sino qué va a ocurrir.
En la evolución de este tipo de relatos, el detective va desapareciendo como protagonista. El punto de vista cambia, y surgen
relatos que se cuentan desde la visión del asesino o desde la perspectiva de la víctima.

SI MURIERA ANTES DE DESPERTAR

William Irish

La pequeña que ocupaba el pupitre frente al mío en el 5º A se llamaba Millie Adams. No me acuerdo muy bien de ella,
porque yo tenía nueve años por aquel entonces; ahora voy a cumplir doce. Lo que sí recuerdo con toda claridad son sus
caramelos, y también que, un buen día, no la volvimos a ver. Mis compañeros y yo solíamos molestarla mucho; más adelante,
cuando ya fue demasiado tarde, me arrepentí de haberlo hecho. Y no era porque tuviéramos nada contra ella, sino simplemente
porque era una chica. Llevaba el cabello peinado en trenzas que le colgaban por la espalda, y yo me divertía metiéndoselas en
el tintero o pegando en ellas chicles masticados. Más de un castigo me pusieron por ese motivo.
La seguía a través del patio de la escuela, tirándole de las trenzas y gritando: « ¡Din, don!», como si fueran campanas. En
esas ocasiones ella me decía:
-¡Voy a llamar a un policía!
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-¡Bah! -le contestaba yo para descorazonarla-. Mi padre es inspector de tercera.
-¡Bueno, entonces te denunciaré a un inspector de segunda; es más importante que uno de tercera!
Esa contestación me fastidió, así que por la tarde cuando volví a casa le pregunté a mi padre lo que representaba aquella
diferencia.
Mi padre miró un poco avergonzado a mi madre y fue ella la que me contestó:
-No hay demasiada diferencia; se necesita un poco más de experiencia, eso es todo. Tu padre llegará a ser uno de ellos,
Tommy, cuando tenga cincuenta años.
Esto pareció mortificar a mi padre, pero no dijo nada.
-Yo seré inspector cuando sea mayor -dije.
-¡Dios nos libre! -dijo mi madre. Me dio la impresión de que más que hablar conmigo hablaba con mi padre-. Siempre
llegando tarde a las comidas, levantándose a media noche, arriesgando la vida, y la mujer sin saber cuándo lo verá llegar en
camilla o... siquiera si lo volverá a ver. ¿Y todo para qué? Por una pensión que apenas alcanza para no morirse de hambre, una
vez que han perdido toda su juventud y fortaleza.
A mí me pareció fantástico. Mi padre sonrió.
-Mi padre también fue inspector, y yo recuerdo haber dicho las mismas cosas cuando tenía la edad de Tommy, y mi madre
me contestaba como tú. No puedes disuadirlo, lo lleva en la sangre; será mejor que te vayas haciendo a la idea.
-¿Sí? Pues yo se lo sacaré de la sangre, aunque tenga que usar el palo de una escoba para disuadirlo.
Pero, volviendo a Millie Adams, tanto la molestábamos que adquirió la costumbre de tomarse el almuerzo en el aula, en
lugar de hacerlo en el patio. Un día, en el momento en que yo me disponía a salir de clase, Millie abrió la cajita en que llevaba
su almuerzo, por lo que pude ver el caramelo amarillo que había en su interior. No era de los más baratos, sino de los que
costaban cinco centavos cada uno; y los amarillos son de limón, mis preferidos. Por ese motivo me quedé y traté de hacer las
paces con ella.
-Vamos a ser amigos -le dije-. ¿De dónde has sacado eso? - Me lo dio una persona -me contestó Millie-. Pero es un secreto.
Las chicas son todas iguales; siempre que uno les pregunta algo, te salen con que no pueden contestar porque,
naturalmente, se trata de «un secreto».
Por supuesto que yo no me lo creí; Millie no tenía dinero para comprar caramelos, y el señor Beiderman, el propietario de
la pastelería, no fiaba nunca, y mucho menos lo iba a hacer con caramelos de cinco centavos envueltos en papel de colores.
-¡Seguro que lo has robado! -dije yo.
-¡No! -exclamó Millie, indignada-. ¡Te digo que me lo dio un hombre! Es muy simpático; estaba en la esquina cuando yo
venía esta mañana para la escuela. Me llamó, y, sacándose unos caramelos del bolsillo, me dijo: «Oye, pequeña, ¿quieres un
caramelo?». Y añadió que yo era la chica más bonita que había visto pasar esta mañana, y eso que ya llevaba allí...
De pronto, Millie se cubrió la boca con la mano y exclamó:
-¡Oh! ¡Lo había olvidado por completo! Me advirtió que no se lo dijera a nadie, pues de lo contrario no me daría más
caramelos.
-Dame un poco -le dije yo-, y no se lo diré a nadie.
-¿Me lo juras?
Yo hubiera jurado cualquier cosa, con tal de probar el caramelo; se me estaba haciendo la boca agua, así que juré y perjuré...,
y una vez que uno hace eso, ya no se puede echar atrás, especialmente si se es hijo de un inspector de tercera como mi padre.
Yo no era como los demás compañeros y no podía faltar a mi palabra, aunque se la hubiera dado a una chica tonta como Millie,
so pena de ser un traidor. Mi padre siempre me decía esto, y él nunca mentía.
Al día siguiente, cuando Millie abrió su caja a mediodía, tenía un caramelo de naranja; también éstos son de mis preferidos.
Por supuesto que no me moví del lado de Millie, y compartimos el caramelo.
-¡Hum! -me dijo en un momento en que se sintió inclinada a hacer confidencias-. Es un hombre simpatiquísimo; tiene unos
ojos enormes, y está siempre mirando en derredor. Mañana me va a dar un caramelo de canela.
-Seguro que se le olvida -dije, pensando en que los caramelos de canela son de mis preferidos.
-Me dijo que, si se olvidaba, yo debía recordárselo; además puedo ir con él y coger todos los que quiera. Tiene una casa
enorme en el bosque repleta de caramelos, chicles y tabletas de chocolate..., y puedo coger todo lo que quiera.
-¿Y por qué no lo has hecho? -pregunté, pensando que ninguna chica en su sano juicio debía desperdiciar esa oportunidad,
aunque sabía que estaba haciéndose la importante.
-Porque faltaba un minuto para las nueve, y la campana estaba sonando ya. ¿Qué quieres, que me quede sin el premio de
puntualidad? Pero mañana saldré más temprano de casa, y así tendré más tiempo.
Cuando salimos, a las tres de la tarde, tuve buen cuidado de mantenerme alejado de ella; no quería que mis compañeros
pensaran que me estaba aficionando a las niñas; pero Millie se me acercó justamente cuando yo empezaba a lugar a la pelota
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con Eddie Riley. Ya habríamos andado una manzana camino de nuestras casas (éramos un grupo numeroso), cuando Millie me
tiró de la manga.
-Mira -susurró-; ahí está el hombre que me da los caramelos. ¿Lo ves ahí, debajo de ese toldo? ¿Me crees ahora?
Yo miré y no encontré nada de particular en lo que vi. Era un hombre que vestía un traje raído y que tenía unos brazos tan
largos que le llegaban a las rodillas; me hacía recordar a los monos del zoo. La sombra azulada del toldo medio le ocultaba la
cara y los hombros, pero pude distinguir sus grandes y brillantes pupilas. Con un cortaplumas se estaba limpiando las uñas, y
miraba continuamente en derredor, como si deseara que nadie viera lo que estaba haciendo.
Yo me sentí avergonzado de que Eddie Riley me viera hablando con una chica; por lo demás, Millie no tenía más caramelos.
Así que le dije:
- ¡Bah! ¿Y a mí qué me importa? -rezongué- ¡Eddie, tírame la pelota!
Por dos veces, Eddie no pudo atajar mis lanzamientos, y, en un momento en que él corría tras la pelota, yo aproveché para
mirar en derredor; Millie y el hombre iban tomados de la mano caminando calle abajo. De repente, el hombre se separó y
caminó en dirección opuesta, como quien ha olvidado algo. En eso llegó el señor Murphy, el guardia urbano, y se paró frente a
la escuela como lo hacía siempre a la hora en que salían los alumnos. Eso fue todo.
Al día siguiente, Millie se quedó sin el premio de puntualidad, ya que no fue a la escuela en todo el día.
Dos días después, yo esperaba ansioso la llegada de Millie y de todos los caramelos que, según me había dicho, iba a
compartir conmigo; pero el pupitre de Millie permaneció vacío.
El director de la escuela llegó antes de las tres, acompañado de dos hombres vestidos de gris que parecían oficiales de
policía. Pero aunque éstos se quedaron en el vestíbulo, nosotros estábamos asustados pensando que alguien se hubiera
quejado de que habíamos roto el vidrio de alguna ventana; pero no se trataba de nada de eso. El director quería saber si alguno
de nosotros había visto a Millie Adams camino de la escuela el día anterior.
Una chica levantó la mano y dijo que ella había pasado por casa de Millie para recogerla, pero no la había encontrado; Millie
había salido de su casa a las ocho y cuarto, más temprano que nunca.
Yo estuve a punto de decirles lo que Millie me había contado acerca de la casa del bosque repleta de caramelos; pero
recordé que le había jurado no hacerlo, y que mi padre era inspector de tercera, así que me contuve. Por lo demás, todo eran
probablemente embustes, y lo único que conseguiría sería que me castigaran en un rincón.
Nunca más volvimos a ver a Millie.
Unos tres meses después de lo que acabo de relatar, y justo en el momento en que sonaba la campana, vimos un día a la
señorita Hammer, nuestra maestra, con los ojos enrojecidos como si hubiera llorado. Desde ese día mi padre faltó de nuestro
hogar, por así decirlo, durante una semana; una semana más en que de nuevo venía a altas horas de la noche para afeitarse y
tomar una ducha, y volvía a salir. En una ocasión le oí decir, a través de una puerta, algo acerca de «un lunático escapado», pero
yo ignoraba el significado de esa palabra; pensé que tal vez estaba hablando de algún animal, alguna raza de perros.
-Si al menos tuviéramos una pista -decía mi padre-. ¡Alguna descripción, un indicio..., cualquier cosa! Si no lo pescamos,
volverá a suceder, siempre es lo mismo.
Saltando de la cama me acerqué a mi padre y le dije:
-Si un tipo da su palabra de honor y el viejo..., el padre de este tipo es inspector de tercera..., ¿quedaría mal si no cumple
su promesa?
-Sí -me contestó mi padre-. Sólo los rufianes y los bandidos no cumplen sus promesas.
-¡Ya tenemos bastante con un policía en la familia! -exclamó mi madre-. ¡Basta! -y yo salí a escape al ver que mi madre
tomaba una zapatilla con mucha decisión.
Las contadas veces que mi padre vino a casa traía los diarios; pero cuando yo los hojeaba al día siguiente, siempre les faltaba
la primera página. Me daba la impresión de que en esas páginas había una fotografía que ellos no querían que yo viera. En
realidad, lo único que a mí me interesaba era la página de las tiras cómicas. Transcurrida esa semana, los diarios volvieron a
quedar intactos y mi padre empezó a venir puntualmente a la hora de las comidas.
Al cabo de un tiempo, los chicos de la escuela habíamos olvidado todo lo concerniente a Millie Adams.
Aprobé los exámenes de otoño y de primavera; y también los del otoño y los de la primavera siguiente, aunque mis
calificaciones no fueran muy altas, y bastante bajas en conducta. A mi padre lo único que le interesaba era que adelantara en
mis estudios y que no me suspendieran, así que cuando le mostraba mis calificaciones me acariciaba la cabeza y me decía:
-Está bien, Tommy; serás un buen inspector; lo llevas en la sangre. Claro que mi padre me decía estas cosas cuando mi
madre no estaba cerca para poder oírnos.
¡Ah! Casi se me olvida; entretanto, mi padre ascendió a inspector de segunda al cumplir los treinta y cinco años, y no hubo
de esperar a los cincuenta, como pronosticaba mi madre. Recuerdo que se ruborizó cuando mi padre le dio la noticia.
Tuve suerte en 5° B, en 6° A y en 6° B, porque ninguna chica se sentó en el pupitre delante del mío. Pero en 7° A vino una
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chica nueva, ya que se trasladaba de otra escuela; se llamaba Jeanie Myers. Siempre llevaba una blusa blanca, y el cabello era
una mata de rizos castaños sujetos en la nuca.
Me gustó desde el principio porque sacaba buenas notas, y además me resultaba muy útil, ya que me dejaba mirar por
encima de su hombro, y así yo podía copiar las respuestas correctas; en general, las chicas son egoístas, pero ésta era como un
buen compañero. Por eso, cuando uno de mis amigos la empezó a molestar, le di un puñetazo en la nariz; desde entonces se
portaron como es debido. Jeanie pensó que debía mostrarme su agradecimiento, y lo tuvo que hacer delante de los demás,
cosa que no me gustó mucho.
- ¡Tommy Lee, eres realmente fantástico! -me dijo.
Aparte de que me dejara copiar sus deberes, era tan tonta como las demás chicas que conocía; tenía algunas debilidades
propias de una cría. Se volvía loca por las tizas de colores; siempre llevaba algunas consigo, y si uno veía una pared o una verja
marcada con rayas rosas o amarillas, podía tener la seguridad de que Jeanie Myers había pasado por allí. No podía resistir la
tentación de marcar todo lo que encontraba a su paso; parecía que era incapaz de ir a un lugar sin dejar ese peculiar rastro,
aunque fuera una raya en la acera. Nosotros, los muchachos, también usábamos tiza, aunque siempre blanca; por lo demás, la
usábamos para algo útil, como, por ejemplo, marcar el campo para un partido de béisbol o el lugar donde debíamos mantener
a un prisionero. Pero nunca para hacer rayas, como Jeanie, que la mitad del tiempo las hacía sin darse cuenta, cuando iba
caminando.
Como Jeanie gastaba en tizas todo lo que le dallan, y las de color costaban diez centavos la caja (a veces cometía la temeridad
de comprarse hasta dos cajas por semana), me sorprendió verla un día durante el recreo desenvolviendo un caramelo de cinco
centavos.
Era de color amarillo, lo que quería decir que era de limón, uno de mis preferidos.
-Ayer tarde -le recriminé- no me quisiste prestar un centavo para caramelos, y ahora veo que te has comprado uno de cinco
centavos. ¡Eres una egoísta!
-¡No me lo he comprado! -me contestó-. Me lo ha regalado un hombre cuando venía esta mañana para la escuela.
-¡Ja! ¿Desde cuándo las personas mayores les regalan caramelos a los chicos? -le pregunté yo.
-¡Pues éste lo hizo! Tiene un almacén lleno de caramelos, y todo lo que tengo que hacer es ir a buscarlos; no me cobrará
nada.
Durante un momento, una sensación rara se apoderó de mí; me pareció que alguien a quien yo conocía conseguía también
caramelos gratis. Traté por todos los modos de recordar, pero fue inútil... No había sido la semana pasada, ni el mes pasado, ni
tampoco el año anterior. En vista de este esfuerzo inútil, alejé el pensamiento de mi mente.
Después de saborearlo un rato, me dio la mitad del caramelo. Jeanie era realmente muy simpática.
-No le digas a nadie lo que te he contado -me advirtió-; si no, los otros chicos van a querer caramelos también.
Al día siguiente, cuando estábamos en el recreo, Jeanie se acercó y me dijo en voz baja:
-Después te quedas un momento; tengo otro.
Mantuvo la caja tapada, hasta que los otros se fueron; entonces la destapó y me mostró uno de naranja, que es también de
mis preferidos. Una vez en clase me senté al lado de Jeanie, y así compartimos el delicioso manjar.
A ratos yo miraba la pizarra, en la que no había nada escrito. A toda costa quería atrapar un recuerdo huidizo; era algo
relativo a un caramelo de limón, seguido por otro de naranja. Tenía la impresión de haber vivido ya estos momentos.
-¡Cómo me estoy divirtiendo esta semana! Todos los días un caramelo gratis. No sé quién será ese hombre, pero es muy
simpático. ¿De qué crees que será el caramelo de mañana?... ¡De canela!
Sin saber por qué, dejé de pensar en caramelos y traté de recordar nombres de razas de perros; en realidad, nada tenía que
ver una cosa con la otra, pero así fue. Hasta le pregunté a Jeanie que me dijera algunos nombres, pero ella me dijo los que yo
ya conocía: Airedale, San Bernardo, Collie... No, no se trataba de ésos.
-¿No hay una raza cuyo nombre termina en «tico»? -le pregunté.
-¿Dalmático? -me contestó Jeanie.
-No, tonta, ésos se llaman dálmatas -le contesté con aire de superioridad.
Yo tenía la impresión harto desagradable de que debía hablar con alguien, pero lo peor del caso era que no sabía con quién
debía hablar ni qué debía decir. ¿Qué podía hacer yo? En eso sonó la campanada de la una, y entonces fue demasiado tarde...
Esa noche tuve una horrible pesadilla; soñé con montones de diarios viejos que estaban tirados por el suelo en algún
bosque. A todos les faltaba la primera página. Cuando yo trataba de cogerlos, el brazo de un muerto aparecía por una grieta en
la tierra, sosteniendo en la mano un caramelo de canela. ¡Qué susto me llevé! En un momento que conseguí despertar, me tapé
hasta la cabeza.
Al día siguiente, mi madre tuvo que despertarme tres veces, tal era el sueño que yo tenía. Llegué a la escuela justo a tiempo,
y, cuando me senté, la campana acababa de sonar. La vieja Flagg me miró de forma desagradable, pero no dijo nada.
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Cuando recobré el aliento vi, dos asientos por delante de mí, a Eddie Riley. El pupitre de Jeanie estaba vacío; aquello me
pareció muy raro, ya que nunca había llegado tarde.
Flagg me sacó de inmediato a la pizarra, y me mantuvo muy ocupado pensando en dónde estaba el ángulo recto de algún
maldito objeto. Después de las diez llegó Jeanie acompañada de otra chica que se llamaba Emma Dolan.
Cuando acabó la clase, dijo Flagg:
Jeanie, esta tarde se quedará usted castigada por haber llegado tarde; en cuanto a usted, Emma, se lo dejaré pasar por esta
vez, pues ya sé que su madre está enferma, y tiene que ayudar en la casa.
Era la primera vez que Jeanie se quedaba castigada y yo la compadecí mucho.
Al mediodía Jeanie sacó de su caja un caramelo rojo de canela; estaba furiosa.
-¡Si no hubiera tropezado con esa tonta de Emma tendría un millón de caramelos como éste! -se lamentó Jeanie-. Íbamos
al lugar donde él guarda los caramelos, y tuvo que llegar Emma y echarlo todo a perder. ¡Cuando él la vio se fue y me dejó sola!
Y, por si fuera poco, esta tarde no podré ir, ya que tengo que quedarme castigada.
Como al día siguiente teníamos exámenes, y las respuestas de Jeanie me venían muy bien, traté de ser lo más simpático
posible con ella, así que le dije para que se conformara:
- Te esperaré afuera, Jeanie.
A las tres sonó la campana, y todos los chicos se fueron, menos Jeanie.
Yo me quedé solo jugando a la pelota; la pateaba, la lanzaba al aire y trataba de alcanzarla cuando caía. Hasta que, corriendo
tras la pelota, me alejé más de dos manzanas de la escuela sin darme cuenta. De pronto, la pelota fue a detenerse a los pies de
una persona que estaba parada bajo un toldo en la acera.
Me agaché a recogerla, y, al levantarme, vi que se trataba de un hombre; estaba de pie, casi inmóvil, bajo la sombra del
toldo azul. Tenía los ojos grandes y escrutadores, y sus brazos parecían los de un chimpancé como los que yo había visto en el
zoo. No pude entender qué significaba el movimiento que hacía con los dedos; los abría y los cerraba como si quisiera agarrar
algo que se le escapaba.
Ni siquiera me miró; tal vez los chicos de mi edad no le interesaban. Yo lo miré durante un momento y me pareció haberlo
visto antes, en algún lugar; sobre todo esos ojos saltones. Me volví con la pelota, y él se quedó inmóvil; sólo los dedos mantenían
su actividad, tal como ya les he dicho.
Tiré la pelota muy alto, y, de pronto, junto con ella, pareció caerme del cielo un nombre: ¡Millie Adams! Ahora recordaba
dónde había visto esos ojos saltones y con quién había compartido los caramelos amarillos y naranjas. Se los había dado él y,
de resultas de esos regalos... Millie no volvió más a la escuela. Ya sabía lo que tenía que decirle a Jeanie; que no se acercara a
ese hombre, porque, si lo hacía, algo le podía pasar. No sabía qué, pero algo malo era.
Me asusté tanto que dejé de jugar a la pelota, corrí hacia la escuela y entré, a pesar de que nos estaba prohibido fuera de
las horas de clase. Empinándome, miré por una ventana.
Jeanie estaba sentada en su pupitre haciendo los deberes, y la señorita Flagg se hallaba frente a ella corrigiendo. Sin saber
qué hacer, di unos golpecitos en el vidrio para llamar la atención de Jeanie; ésta me vio, pero también la señorita Flagg, así que
me hizo entrar en la clase.
-Bien, Tom -me dijo, agria como el limón-, ya que parece que se siente incapaz de alejarse de la clase, será mejor que se
siente y se ponga a estudiar. No, ahí no. Al otro extremo de la clase, no se ponga tan cerca de Jeanie.
Pasados unos minutos, y para que las cosas se pusieran peor de lo que ya estaban, dijo:
-Ya puede irse, Jeanie, es suficiente el tiempo que se ha quedado. Trate de ser puntual mañana -y cuando vio que yo también
me disponía a salir, añadió-: ¡Usted no, jovencito! ¡Quédese donde está!
No pudiendo contenerme más, le grité:
-¡No! ¡No la deje salir, señorita Flagg! ¡Oblíguela a quedarse! ¡No la deje salir! ¡Irá a buscar caramelos y...!
La señorita Flagg se enfureció, y, golpeando su pupitre, me espetó:
-¡Basta! ¡No quiero oír una palabra más! ¡Por cada vez que abra la boca tendrá media hora de castigo!
Jeanie recogió sus libros y yo hice otra intentona.
-¡Jeanie! -le grité-. ¡No te vayas! ¡Espérame en el patio! Ante esta desobediencia, la señorita Flagg se levantó y acercándose
a mí, me amenazó:
-¿Quiere que mande llamar al director? ¡Lo mandaré a 6° B, si lo vuelvo a oír! ¡Haré que lo echen del colegio por
insubordinado!
Jamás la había visto tan enojada. Lo peor era que Jeanie también estaba enojada, sólo que conmigo.
-¡Traidor! ¡Cuentista! -me dijo por lo bajo, y salió cerrando la puerta. La volví a ver cuando pasaba frente a la ventana...
Traté por todos los modos de hablar con la señorita Flagg, pero no me dejó. De todas maneras, yo estaba tan excitado que
no podía decir nada comprensible.
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-Jeanie irá a buscar caramelos y no volverá más..., y las páginas de los diarios, las primeras quiero decir, las arrancarán...
Como no dejaba de llorar, difícilmente podía entenderse nada de lo que decía. La señorita Flagg estaba escribiendo una
nota de queja a mi padre.
- ¡Igual que Millie Adams, y usted tendrá la culpa...!
La señorita Flagg no estaba en la escuela cuando sucedió lo de Millie, así que no podía entender lo que quería decirle.
Además, iba a ponerme media hora de castigo por cada vez que hablara, con lo que acabaría por tener que quedarme hasta las
seis todos los días de la semana. Luego llamaría a mi padre y no sé cuántas cosas más. No valía la pena insistir; era mejor
callarse, así que opté por seguir estremeciéndome y suspirando mientras el sol se ocultaba. Cuando fue casi de noche, la
señorita Flagg encendió la luz, y esperó a que fueran las seis para dejarme marchar. Me dio una carta para entregársela a mi
padre, y cuando salí y cerré la puerta, me obligó a entrar y a salir de nuevo como era debido.
Cuando, por fin, pude verme libre, las calles que rodeaban la escuela estaban desiertas y sumidas en la oscuridad, con solo
un farol encendido aquí y allá. Al pasar ante la tienda, vi que el toldo había sido enrollado y que no había nadie bajo él. Sentí
una sensación extraña en la espalda, como la que debe sentir un gato cuando se le acaricia a contrapelo.
En vez de irme directamente a casa me fui hacia la de Jeanie, que estaba en otra dirección, y empecé a dar vueltas a su
alrededor y a mirar por la ventana. Las luces estaban encendidas, por lo que pude ver a su madre y a su hermana pequeña,
pero no a Jeanie. Su madre parecía muy inquieta e iba de un lado para otro. Al acercarse a la ventana para mirar al exterior, me
vio. En seguida abrió la puerta, y dijo:
-Tommy, ¿has visto a Jeanie? Hace tiempo que debería estar en casa. A lo mejor se ha ido a casa de Emma. Si la encuentras,
dile que venga en seguida. Son más de las seis y no me gusta que regrese tan tarde.
Me sentí como enfermo, pero no me atreví a confesarle mis temores. Le contesté con indiferencia:
-Sí, señora.
Luego eché a correr como alma que lleva el diablo.
Emma vivía muy lejos, pero, sin vacilar, decidí ir a echar un vistazo. Emma estaba cenando y vino a decirme, con la boca a
dos carrillos, que Jeanie nunca iba a su casa por la noche. Me resigné a volver con los míos.
Mi padre había vuelto temprano y se puso a regañarme. Comprendí que había estado intranquilo por mi culpa, pero no
pude hablarles de Jeanie. Apenas empecé a contar que la señorita Flagg me había retenido en la clase, cuando mi padre me
dio un cachete y me ordenó que fuera al dormitorio. Quise explicarle lo de Jeanie, pero vio la carta de la señorita Flagg y aquello
colmó la medida. El escándalo fue tal que no tuve ánimos para abrir la boca. Me llevó al dormitorio y me encerró con llave.
¡Qué situación tan extraña! Yo era el único que sabía una cosa muy grave y nadie quería escucharme. Incluso mi padre se
comportaba igual que los demás. Y ahora quizás era demasiado tarde. Me senté al borde de la cama, en la oscuridad, apoyando
la cabeza entre las manos.
Oí sonar el teléfono y, después de un momento, la voz de mi madre que decía:
-¡No, no, Tom! ¡No puede ser...! -dijo con voz aterrorizada.
-¿Y qué otra cosa puede ser? El jefe dice que encontraron sus libros tirados en un paraje. Te dije que volvería a suceder si
no lo pescábamos a la primera.
¡Yo sabía que hablaban de Jeanie!
Me acerqué a la puerta y empecé a golpear y a gritar.
-¡Papá! ¡Déjame salir un momento! ¡Yo te puedo describir a ese hombre! ¡Lo he visto con mis propios ojos!
Pero la puerta de la calle se cerró antes de que terminara de explicar lo que sabía; supuse que mi madre también se había
ido para consolar a la señora Myers. Seguí golpeando, aunque sabía que en la casa no había nadie más que yo.
Sin saber qué hacer, me volví a sentar al borde de la cama, con la cabeza entre las manos, pensando cómo iban a pescar al
hombre si no lo habían visto en su vida. ¡Yo lo conocía y no me querían dar la oportunidad de decirlo! ¡Tenía que quedarme
encerrado, yo, el único que sabía qué había sucedido!
El pensar en Jeanie me dio miedo, a pesar de estar en mi propia casa. Trataba de imaginarme qué le podría hacer a Jeanie
un hombre como ése; algo terrible, con toda seguridad; si no, no hubieran llamado a mi padre después de terminar su tarea
diaria.
Me levanté y, con las manos en los bolsillos, fui a mirar por la ventana. ¡Qué oscuro estaba todo! La calle, solitaria, apenas
iluminada por un farol en la esquina. Otra vez pensé en Jeanie, sin tener a nadie junto a ella para que la ayudara. Sin darme
cuenta de lo que hacía, me saqué una serie de objetos de los bolsillos: bolitas, clavos, fósforos... y un trozo de tiza...
Me quedé mirando un momento la tiza y recordando cómo Jeanie siempre...
Levanté la hoja de la ventana y, pasando una pierna por el alféizar, me apoyé en la cañería. Vivíamos en el segundo piso de
una casa de apartamentos. Tal vez a una persona mayor le hubiera resultado muy difícil bajar, pero yo, con mi poco peso y la
ayuda de una enredadera, me deslicé sin la menor dificultad.
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Una vez en la calle, salí corriendo por temor a que llegara mi madre; no temía, en cambio, encontrarme con mi padre, ya
que cuando lo llamaban por la noche, pasaban días antes de que volviera a aparecer por casa. Una vez que me alejé del camino
que seguía Jeanie, abandoné todo cuidado por encontrarme con algún conocido.
Recorrí el camino que hacía todas las mañanas para ir a la escuela, aunque, claro está, nunca lo había hecho de noche. Pero
no llegué hasta el edificio, sino que me detuve dos manzanas antes, en el lugar del toldo. Todo era diferente a esa hora, las
casas me parecían negras y no se veía por allí ninguno de mis compañeros... sólo yo.
Empecé a reflexionar y me dije: «Jeanie compró una caja de tizas anteayer; lo sé porque le vi un trozo entero cuando salimos
a las tres». Pero aquello no me servía, ya que las gastaba muy de prisa. ¿Y si hoy no le hubiera quedado nada?
Doblé por la esquina del toldo mirando las paredes; no se veía ninguna marca, pero eran más bien escaparates y puertas,
así que no constituían lugar propicio para ser marcado con tiza. Anduve por toda la manzana sin encontrar marcas, hasta que
al fin me dije: «Tal vez fuera por el centro de la calle, y mal podía dejar marcas en el aire.»
Al llegar a la esquina, estaba a punto de volverme, cuando vi una boca de riego que tenía una marca de tiza de color rosa a
su alrededor. ¡Eso quería decir que Jeanie había pasado por ese lugar en algún momento de ese mismo día, ya que su casa
quedaba en sentido opuesto!
Me puse contento. ¡Ya sabía que iba a dar resultado el buscarla de aquella manera! « ¡Seguro que la encuentro!». Por un
momento, hasta me olvidé de que estaba asustado. Lo que estaba haciendo se parecía a nuestro juego de niños de «policías y
ladrones». Seguí caminando por la otra manzana y en ésa también había muchos escaparates; pero encontré un cubo de basura,
olvidado seguramente, que también tenía una raya de tiza de color rosa a su alrededor.
En la manzana siguiente no vi nada, a pesar de que había lugares muy a propósito para garabatearlos; Jeanie no había
pasado por ese lugar, así que decidí cruzar a la otra acera. Allí, en un poste del alumbrado, había una marca casi invisible. Ya no
me cabía duda de que la suerte me acompañaba.
Caminé unas cuantas manzanas, encontrando siempre alguna marca, hasta que, de pronto, desaparecieron. Busqué y
rebusqué, pero no, no había más. ¿Se le habría terminado la tiza? ¿O él la había visto y se la había quitado? No, Jeanie no se
separaría jamás de semejante tesoro, y, además, ésa era la avenida Allen, muy concurrida durante el día. El hombre no se iba a
arriesgar a ser grosero con ella delante de otras personas.
Empecé a caminar hacia la izquierda; sé que el corazón está a la izquierda, y yo seguí en esa dirección. Por allí había
lugares muy a propósito para garabatearlos; las casas estaban viejas y descuidadas y las marcas de tiza campeaban por doquier.
Había demasiada tiza, eso era lo malo. Todas las paredes estaban garabateadas y, en algunas, estaban escritas ciertas palabras,
que, cuando uno las dice, le lavan la boca con jabón. Pero era tiza blanca, no la de Jeanie. De pronto, volví a encontrar su rastro:
una raya que sólo se interrumpía cuando había una puerta o una ventana. Era tiza amarilla. Seguramente se le habría acabado
la tiza rosa, y había empezado con la amarilla.
Era tan fácil de seguir que empecé a correr en lugar de caminar. Más me hubiera valido no hacerlo; de pronto, en mi loca
carrera, llegué a un pequeño paraje donde había varios hombres. Un automóvil con los faros encendidos estaba estacionado
en la esquina. Pero lo que más me asustó fue que uno de esos hombres era mi padre, y estaba parado en medio de los otros.
¡Qué salto di hacia atrás! Por suerte, estaba de espaldas, así que no me vio. Oí que decía:
-... por alguno de estos lugares. Cuando antes empecemos a registrar las casas, mejor.
Uno de los hombres tenía un libro de los que usamos en el colegio, con el nombre escrito en la parte interior de la tapa. Me
pareció que era un libro de aritmética.
Me escondí del otro lado del automóvil, tratando de evitar las luces; la raya de tiza amarilla seguía sin interrumpirse.
Me moría de ganas de acercarme a mi padre y decirle: «Papá, no tienes más que seguir esa raya y encontrarás a Jeanie».
Pero no tuve valor; si me veía en la calle a esas horas, y sobre todo después de haberme castigado, era capaz de darme una
paliza delante de todos aquellos hombres. Así que no tuve más remedio que seguir solo, en la oscuridad de aquel paraje, tras
la línea amarilla, y desear fervientemente que mi padre no se enterara jamás de que yo había pasado por aquel lugar.
No me explicaba por qué Jeanie había tirado los libros; no era tan tonta como para hacer semejante cosa con algo que era
propiedad de la escuela; y la prueba de que nada le había pasado era que la raya de tiza continuaba como si tal cosa. La única
explicación que encontraba al asunto de los libros abandonados era que tal vez el hombre se ofreció para llevárselos para que
Jeanie no se cansara y, en un momento en que ella se distrajo, él los había tirado, pensando que la chica no los necesitaría más.
O también podía ser que el hombre le dijera que, como iban a volver pronto, los dejarían ahí para recogerlos después.
Pero caminaron mucho, y yo llegué a la conclusión de que Jeanie jamás se dio cuenta de que sus libros habían sido
abandonados. De pronto, las casas fueron espaciándose hasta que no quedaron más que terrenos baldíos; tampoco había
lugares propicios para ser marcados con tiza. Había llegado al límite de la ciudad; el camino seguía, pero ya no había aceras.
Nunca había estado antes por aquellos andurriales, por lo que estaba bastante asustado. La última casa que pasé tenía una
marca de tiza; la continuación de la línea debió quedar en el aire, así que me propuse seguir esa línea imaginaria; las
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perspectivas no me halagaban, ya que el camino era malo y lleno de piedras; además, tenía que arreglármelas para esquivar
los contados automóviles que pasaban.
Algo más lejos (a mí me pareció como a una milla) vi una empalizada de madera; cuando llegué, y tardé bastante tiempo en
llegar, me alegré de haberlo hecho. Los soportes de la empalizada, que eran más o menos de mi altura, estaban marcados con
tiza amarilla. Hasta este lugar, al menos, Jeanie había permanecido fiel a su costumbre. Al atardecer este paraje debía de ser
muy solitario; pero ahora era terrible: un camino desierto, flanqueado por la densa oscuridad del campo, en el que los altos
pastizales susurraban agitados por el viento. Había postes de alumbrado, pero estaban muy lejos uno del otro, así que los
trechos oscuros me resultaban muy largos. Todos los postes estaban marcados con tiza, lo que quería decir que él no se atrevió
a que nadie los llevara en coche.
Giré la vista para mirar atrás, y las luces de la ciudad eran apenas un resplandor que se reflejaba en el cielo. ¡Qué ganas
tenía de volverme! Pero seguía pensando: «¡No desearía estar en la piel de Jeanie!». Y, siendo yo el único que sabía dónde
estaba la pobre, ¿cómo me iba a volver atrás? Así que continué en la brecha.
Algo peor me esperaba más adelante; algo en lo que no quería ni pensar. ¡El bosque! Eso era lo más oscuro de toda la
oscuridad que se me iba acercando poco a poco. Era como una gran muralla, que, a medida que yo me aproximaba, se iba
haciendo más alta. ¡El bosque!
Al fin los árboles me cercaron y rodearon como aprisionándome. Eché una última mirada al lugar donde estaría mi padre,
y, respirando hondo, penetré en el bosque. El camino lo atravesaba y, con las luces, aquella aventura no me resultó tan terrible,
después de todo; eso sí, tuve buen cuidado de no mirar más que hacia delante, para eludir cosas que hubieran podido
asustarme. En realidad, tenía tanto miedo que lo único que me sentía capaz de hacer era seguir adelante.
Había una marca de tiza en el siguiente poste de alumbrado, pero no en el de más allá... En algún lugar por allí cerca se
habían desviado de su ruta. Yo pensaba: «¿Tendré que internarme entre esos árboles? ¿Y si hay alguien detrás de alguno de
ellos y me salta encima?». Más que asustado, me sentía aterrorizado; me parecía que iba a morir sin remedio si me internaba
entre aquellos árboles. Si al menos Eddie Riley estuviera conmigo..., pero estaba tan solo...
Probablemente hubiera estado toda la noche tratando de tomar una determinación, pero algo se encargó de tomarla por
mí. De pronto oí un ruido áspero entre los árboles, y vi los faros de un automóvil que venía por el camino. Tuve el tiempo justo
de saltar hacia un lado para que no me atropellara; me pareció que iba a una velocidad terrible.
El chirrido de los frenos me indicó que el automóvil se había detenido en algún lugar del camino; escondiéndome detrás de
un árbol, oí la voz de una mujer que decía:
-¡Te digo que no era un animal! ¡Le vi la cara! ¿Qué andará haciendo una criatura sola de noche por estos lugares? A ver si
lo encuentras, Frank.
La puerta del automóvil se abrió y un hombre se acercó hacia mí, llamándome.
-¡Ven, pequeño; no te vamos a hacer nada! ¡Ven!
Yo deseaba ardientemente correr hacia ese hombre y decirle: «¡Por favor, señor, lléveme con usted!». Pero sólo debía pensar
en Jeanie, y no en mí mismo. Al acercarse más, di media vuelta y salí corriendo, por miedo a que me fuera a atrapar y me
impidiera encontrar a Jeanie; así fue como me interné en el bosque. Una vez que me hube alejado un poco, me detuve
conteniendo la respiración, por temor a que me oyera. El automóvil reanudó la marcha, y alcancé a divisar entre los árboles la
luz roja de su parte trasera.
Cuando uno está en el interior de un bosque, los árboles no son tan espesos como parecen vistos desde afuera; mi situación
era bastante desagradable, pero no tan mala como si estuviera en una jungla o algo por el estilo, como leemos en los libros.
Unos minutos después sucedió algo raro; las copas de los árboles se pusieron rojas, como si se estuvieran incendiando. Poco a
poco, ese color rojo se fue desvaneciendo. Al rato, el color se transformó en blanco; entonces me di cuenta que era la luz de la
luna llena. Por un lado, ahora estaba mejor que antes, ya que podía ver bien por dónde caminaba; pero, por otro, estaba peor,
ya que veía una cantidad de sombras raras que antes no veía, cuando me envolvía la oscuridad. Ahora veía demasiado...
Penetré en el bosque sabiendo que me arriesgaba a perderme, pero estaba demasiado asustado para preocuparme por
ello. Cuando algo parecía moverse, echaba a correr en sentido contrario. En una de esas carreras tropecé con algo que brillaba
a la luz de la luna; lo que vi apresuró los latidos de mi corazón.
Tirada en el suelo, estaba la caja en que Jeanie llevaba su almuerzo a la escuela. Seguramente pensó traerla llena de
caramelos. En ese momento, tuve la certeza de que Jeanie, al llegar a ese lugar, no siguió caminando por su propia voluntad.
Seguramente el hombre le estuvo hablando durante todo el camino para entretenerla y para que no se diera cuenta de que se
iban internando en el bosque y cada vez más lejos. Pero aquí era donde Jeanie había notado que algo andaba mal. Además de
la caja, encontré otras cosas; me costó un poco de trabajo, pero encontré dos pedazos enteros de tiza que alguien había pisado
y estaban rotos. También encontré la cinta que Jeanie llevaba atada a la cintura; el lazo estaba roto, como si se le hubiera
enganchado al querer escapar.
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« ¡Oh, Jeanie!», pensé. « ¿Te habrá matado?»
Un poco más adelante de la oscuridad en que me encontraba, descubrí un claro iluminado por la luz de la luna; corrí hacia
él, apretando en mis manos las pertenencias de Jeanie. Cuando llegué, supe que ése era el lugar. No veía nada ni oía nada que
me lo indicara, pero lo supe; parecía que ese sitio me estuviera esperando.
Aquel claro era más espacioso que el anterior, y en el centro había una casa vieja en estado ruinoso; las ventanas no tenían
cristales y parecía deshabitada desde hacía mucho tiempo. Quizá había sido en alguna ocasión una granja; había árboles
grandes en la parte posterior, y por delante la ocultaban árboles pequeños. A la luz de la luna, el viejo edificio parecía decirme:
«Ven, pequeño, acércate», para poder devorarme a continuación.
Di un rodeo, ocultándome tras los árboles; ojos misteriosos parecían mirarme desde las negras bocas de las ventanas,
esperando que me acercara. Al fin hice acopio de valor y me acerqué al lugar en que la casa proyectaba su sombra; allí no me
podía delatar la luz de la luna. Me acerqué a una de las ventanas para escuchar, pero no podía oír nada a causa de los latidos
de mi corazón.
Lo más bajo posible, susurré:
- ¿Estás aquí, Jeanie?
Casi me caí muerto después de hablar, pero no oí nada. No me atrevía a ir a la puerta principal, porque la luz de la luna daba
de lleno en ese lugar; por lo demás, el porche estaba oscuro como una boca de lobo. Sin pensarlo más, me subí a una ventana,
tratando de no hacer ruido, para echar una ojeada al interior; en realidad, soy muy bueno escalando paredes. Pero estaba todo
en tinieblas, y no pude ver absolutamente nada. El edificio parecía seguir en actitud de espera; pero nada se movió ni hizo ruido
alguno. A horcajadas en la ventana, tiré unas piedrecitas para ver qué pasaba, pero, al no suceder nada, me decidí a entrar en
aquella habitación o lo que fuera.
Esperaba que unas manos surgieran de improviso de la oscuridad para atraparme, pero no pasó nada; poco a poco vi que
la luz de la luna iluminaba la parte delantera de la casa, y ella me sirvió de guía. Franqueé una abertura en la que alguna vez
había habido una puerta, y me encontré en una especie de vestíbulo muy iluminado por el hueco de la puerta y por la claraboya
que había en el techo; a un costado vi una desvencijada escalera que se perdía en la oscuridad.
Armándome de valor, puse la mano en el pilar del pasamanos; subí despacio, deteniéndome en cada escalón. Éstos crujían,
y en un momento dado me pareció que la maldita casa se venía abajo, pero no pasó nada, ni nadie apareció; yo estaba muerto
de miedo. La casa parecía continuar a la expectativa.
Cuando llegué arriba, encontré a un lado una puerta cerrada; al menos aquí había puerta; la fui empujando para abrirla. Yo
me decía que si hubiera alguien detrás de ella, ya me habría oído hacía rato. Estas reflexiones las hacía para tranquilizarme,
pues ojalá no hubiera nadie. Al fin, miré al interior por la abertura.
La habitación estaba iluminada por la luz de la luna, aunque tenía las persianas bajadas. Unos rayitos de luz penetraban por
ellas. Me atreví a susurrar:
- ¿Estás ahí, Jeanie?
Esta pregunta la hice una vez en cada habitación; en la última, alguien tosió en respuesta a mi pregunta. Me tapé la boca
con la mano, para no gritar. Transpiraba como si fuera verano, a pesar de estar en pleno invierno. De pronto, me quedé helado
al volver a oír la tos. Parecía la tos de una criatura; y, reuniendo el poco valor que me quedaba, me apoyé en la puerta para
reprimir el deseo de correr escaleras abajo. Pensándolo mejor, me parecía más bien una llamada de socorro.
En el suelo había un montón de desperdicios, o algo por, el estilo; volví a llamar un poco más fuerte: - ¡Jeanie!
En el colmo de mi desesperación, los bultos, o lo que fuera que había en el suelo, empezaron a moverse. Me parecía que
de ese promontorio salían ratas... o víboras. Me sujeté firmemente de la puerta para no caer redondo al suelo.
Lo que salió de ese promontorio fueron dos pies; dos pies pequeños. Uno era negro, porque estaba calzado; el otro era
blanco por carecer de zapato.
El miedo se me pasó repentinamente porque la reconocí. Aun en la semioscuridad, podía distinguir su blusa; el motivo por
el cual tosió era que tenía una mordaza.
Corrí el riesgo de encender un fósforo; podría haber subido las persianas, pero eso me iba a llevar más tiempo. La luz del
fósforo reveló que no había nadie más que nosotros en la habitación. Los ojos de Jeanie brillaban, pero estaban ojerosos de
tanto llorar. Observé el nudo de la mordaza, y después apagué el fósforo; necesitaba las dos manos para deshacer el nudo.
Me fue bastante bien, ya que soy diestro en estas cosas. Jeanie tenía las manos atadas a la espalda y los pies fuertemente
sujetos, pero mis manos pequeñas y hábiles lograron deshacer los nudos con facilidad. A pesar de todo, me pareció que pasaban
siglos mientras terminaba; a cada instante tenía el presentimiento de que unas manos me aprisionaban el cuello.
Pasándole el brazo por la espalda, la ayudé a incorporarse. Jeanie siguió llorando un poco, como venía haciendo desde hacía
varias horas.
- ¿Hacia dónde se fue? -le pregunté.
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Entre sollozo y sollozo salió un hilito de voz. - No... no lo sé –me contestó al fin Jeanie. - ¿Hace mucho que se ha ido?
-Cuando salió la luna -me contestó sollozando. - ¿Ha salido de la casa?
-Creo... creo que sí. He oído... sus pasos fuera.
-Tal vez se ha ido para siempre -dije esperanzado.
-No... Dijo que iba a cavar la fosa y... que volvería después... para...
-¿Para qué?
-Para ma... matarme con su cuchillo; me arrancó un pelo y delante de mí probó en él el cuchillo, para ver si estaba bien
afilado.
Los dos miramos en derredor poseídos de un terror inimaginable.
-Salgamos de aquí. ¿Puedes caminar? -dije de pronto.
-Tengo las piernas dormidas -dijo Jeanie.
Al ponerse de pie, una de sus piernas se le dobló y yo sujeté a Jeanie para que no cayera.
- Apóyate en mí -le aconsejé.
Salimos de la habitación y bajamos la escalera hasta llegar al vestíbulo iluminado por la luna. ¡Si pudiéramos salir!
Caminamos lo más silenciosamente posible; la circulación en las piernas de Jeanie se iba restableciendo poco a poco, así
que nuestro avance era cada vez más fácil.
- No hagas ruido, puede estar acechándonos -le advertí.
De pronto, sucedió lo que me temía. Un estruendo que pareció el disparo de un revólver nos dejó paralizados. La tabla en
que estábamos parados se dobló quebrándose en dos. Lo peor de todo fue que uno de mis pies quedó aprisionado y no lo
podía sacar.
Jeanie y yo trabajamos como si fuéramos un regimiento para sacar mi pie del cepo en que había quedado atrapado; lo tenía
encajado de tal forma que ni siquiera podía sacarlo quitándome el zapato.
Al final desistimos y nos sentamos en el penúltimo escalón, resignándonos a nuestra suerte...
-Jeanie, vete -le decía yo-. Vete mientras puedas; no tienes más que seguir el camino a la luz de la luna...
Jeanie se me pegaba, como una lapa, y me decía:
-¡No, no! Yo no me voy sin ti. Si tienes que quedarte, yo me quedaré también. No sería justo.
Estuvimos un rato sin intercambiar una palabra, escuchando..., escuchando con toda atención. De vez en cuando,
tratábamos de animarnos diciendo cosas que sabíamos que no eran ciertas.
-Tal vez no vuelva hasta que sea de día y para entonces alguien nos habrá encontrado.
¿Pero quién iba a venir a una casa abandonada en medio del bosque? Él era, sin duda, el único que conocía la existencia de
aquella casa.
-Tal vez no vuelva más.
Pero si no pensaba volver, no se habría tomado la molestia de atarla de esa manera; los dos lo sabíamos.
-¿Por qué me querrá matar? Yo nunca le hice nada malo –me dijo
Jeanie.
Yo recordé algo que había oído decir a mi padre cuando desapareció Millie Adams.
-Es un «camótico» escapado, o algo por el estilo.
-¿Y qué es eso? -preguntó Jeanie.
Pero no se me ocurría qué contestarle. Yo sólo sabía que mucho tiempo después la víctima aparecía en el bosque bajo un
montón de periódicos viejos. Pero eso no se lo podía contar a una chica como Jeanie.
-Creo... que tiran del pelo y cosas así.
-Eso ya lo ha hecho. No dejaba de beber de una botella y cantar desafinadamente; después me mostró lo afilado que estaba
el cuchillo, y para eso me cortó un rizo, y se lo envolvió en un dedo.
Oímos pasos sobre el pedregal de fuera de la casa, y nos abrazamos tan fuerte que parecíamos una sola persona.
-¡Rápido, corre! -le dije al oído.
Jeanie estaba tan asustada que no pudo hablar; se limitó a negar con la cabeza.
Pasó un momento en el que todo fue silencio y nos hablamos en voz baja.
-Tal vez es algo que ha caído de los árboles. - A lo mejor se queda afuera...
Los dos vimos la sombra al mismo tiempo; la luz de la luna le daba de lleno, y parecía que estaba parado en la puerta del
frente, escuchando. Al principio no se movió; yo le veía con toda claridad los hombros y la cabeza.
Nos apretamos contra la pared, tratando de permanecer a la sombra; pero mi pie no salía de su fastidiosa posición y la blusa
de Jeanie era tan blanca...
La sombra empezó a moverse y a acercarse; se iba agrandando como una mancha de tinta sobre papel secante. Al fin me
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pareció muy larga, como si usara zancos. Ahora estaba ya en el vestíbulo, él en persona, y no su sombra.
-Esconde la cara en mi hombro y no lo mires, así tal vez no nos vea -le dije con la boca pegada a la oreja. Yo miraba a través
del cabello de Jeanie.
El piso crujió un poco, lo que me dio a entender que el hombre empezaba a caminar..., y tal vez a subir la escalera. Parecía
un gato, tan furtivos eran sus movimientos. No nos había visto todavía, ya que venía de la claridad de la luna. Paso a paso se
iba aproximando a nosotros. Jeanie quiso volver la cabeza, pero yo se la sujeté.
De pronto, el hombre se detuvo y quedó inmóvil. Seguramente había visto la blusa de Jeanie. Oímos un chasquido, y una
luz amarillenta nos iluminó; no era muy intensa, pero sí lo suficiente para vernos.
No me había engañado: era el hombre que se paraba bajo el toldo. ¿Pero de qué me servía eso ahora? ¡Esos largos brazos,
los ojos saltones...!
El tipo sonrió, y dijo:
-¿Así que mientras me ausenté ha venido un muchachito? ¡Y no habéis podido escapar...! ¡Ja, ja, ja! -el individuo subió otro
escalón-. No me gustan los pequeños, pero ya que te has tomado la molestia de venir, tendré que hacer la fosa un poco más
grande.
Yo quise sacar el pie de su incómoda posición, y al mismo tiempo alejarme lo más posible de aquel monstruo. Jeanie estaba
hecha un ovillo a mi lado. Haciendo de tripas corazón, le conminé:
-¡Váyase! ¡Déjenos en paz! ¡Váyase!
El hombre se acercó más, y ya se inclinaba sobre nosotros cuando grité:
-¡Papá! ¡Ven pronto! ¡Papá!
-¡Sí, llama a tu papaíto! -dijo alargando uno de esos largos brazos, como para tirar de la blusa de Jeanie-. Llama a tu papaíto.
Te encontrará cortado en pedazos; le mandaré por correo un trozo de tu oreja.
Yo ya no sabía lo que hacía. Le propiné un puntapié con la pierna que tenía libre, mientras sostenía a Jeanie en los brazos.
El golpe lo alcanzó de lleno en el estómago de forma inesperada para él; lanzó una exclamación:
-¡Ay !
La pelea continuó; la escalera cruja produciendo ruidos como fuegos de artificios o una andanada de cañones. En esto, el
hombre resbaló y cayó rodando por la escalera, levantando una nube de polvo. Cuando por fin pude ver algo, observé que a la
escalera le faltaba un buen tramó, aunque no muy grande como para no poder saltarlo; la baranda estaba colgando, y lo mejor
de todo era que mi pie estaba libre al fin.
El hombre yacía al pie de lo que había sido la escalera, pero no parecía muy mal herido, ya que estaba tratando de
incorporarse. Buscó algo apresuradamente en los bolsillos, y en una mano apareció un objeto brillante.
-¡Pronto, Jeanie, mi pie ya está libre! M le grité, y los dos subimos rápidamente a gatas.
Nos metimos en la habitación en que había estado Jeanie y cerramos la puerta. El hombre tenía que subir despacio para
que la escalera no se derrumbara, así que tuvimos tiempo de buscar cosas pesadas con que atrancar la puerta;
desgraciadamente, no había nada que pesara mucho; sólo encontramos dos cajas vacías.
No podíamos saltar por la ventana porque era muy alta, y Jeanie se hubiera lastimado; yo mismo me habría roto un brazo
en la intentona. Por lo demás, el hombre no hubiera tenido más que salir para dar con nosotros, antes de que hubiéramos
tenido tiempo de ocultarnos.
Tomando las dos cajas, las pusimos una sobre otra, y nosotros nos apoyamos en ellas para hacer peso. Podíamos oír al
hombre subiendo con cautela, mientras juraba y nos maldecía. Pasado un momento, percibimos cómo su ropa rozaba la fina
pared que nos separaba. Al llegar arriba soltó una carcajada escalofriante y empezó a empujar la puerta; ésta cedió un poco,
pero nosotros la soportábamos con todas nuestras fuerzas.
Volvió a darle un empujón, pero esta vez no la pudimos cerrar del todo; yo sentía su aliento, tan cerca de nosotros estaba.
-¿No deberíamos rezar? -me preguntó Jeanie.
-¡Sí, sí! ¡Reza! -le contesté yo, mientras seguía empujando. Jeanie empezó a orar a mis espaldas.
-Si muriera antes de despertar, ruego a Dios que...
El hombre empujó más fuerte, y la puerta se abrió un poco más; ya no me era posible seguir conteniéndola. Uno de los
brazos de aquel monstruo pasó por la abertura, intentando atraparme.
-¡Reza más fuerte! ¡Oh, Jeanie, reza para que te oigan! ¡No puedo más...!
La voz de Jeanie se elevó en un grito.
-¡SI MURIERA ANTES DE DESPERTAR...!
El último empujón fue el final de todo. Rodamos por el suelo Jeanie, yo, las cajas, la puerta... Esto nos dio un momento de
alivio, porque el hombre fue a parar al centro de la habitación, y perdió un instante antes de incorporarse. Yo le lancé una de
las cajas, y Jeanie y yo nos separamos, huyendo cada uno por un lado; él la siguió, blandiendo el cuchillo. Yo me iba para el
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vestíbulo, pero tuve que volverme. Jeanie se había equivocado y el hombre la tenía acorralada. Lo único que hacía la pobre era
correr de un lado para otro frente a las ventanas; el tipo brincaba de un sitio a otro con el cuchillo en la mano. Jeanie y yo
gritábamos como locos; aquella casa, tan tranquila unos momentos antes, parecía ahora un manicomio.
Tomando una de las cajas se la lancé con todas mis fuerzas; le dio en la nuca, y por un momento se quedó como atontado.
Pero la caja no pesaba mucho, ya que estaba vacía. Se volvió hacia mí, furioso.
- ¡Dentro de un minuto me ocuparé de ti! -me gritó.
Al decir esto manoteó queriéndome atrapar como si yo fuera un mosquito. Con el dorso de la mano alcanzó a pegarme en
la cabeza; a consecuencia del golpe fui a dar contra la pared. Vi un cometa con una cola muy larga en el momento en que me
caía al suelo. Lo último que alcancé a ver fue al hombre en el momento en que le cubría la cabeza a Jeanie con uno de los sacos
que habíamos visto antes. El cometa se fue haciendo cada vez más brillante, hasta que pareció dividirse en varios, pero esta
vez los veía por la abertura de la puerta; después vi unos hombres que llevaban unas linternas como la que usa mi padre, y
hasta me pareció que uno de ellos era él. Pero no, no podía ser; sin duda el golpe me hacía desvariar. Cerré los ojos y creí
haberme dormido unos minutos, lo que me impidió salvar a Jeanie.
Cuando desperté, me pareció que estaba flotando entre el suelo y el techo; lo mismo le sucedía a Jeanie. Me pareció que
los dos nos balanceábamos en el aire. Pensé que estábamos muertos y convertidos en ángeles. La realidad era otra. Un hombre
tenía en los brazos a Jeanie, y otro me tenía a mí.
- Cuidado con las escaleras -dijo uno de ellos.
Ninguno de los que venía era mi padre; de pronto, lo vi blandiendo un cuchillo en la mano, mientras uno que estaba con él
trataba de sujetarlo. Mi padre decía:
-¡Qué lástima no haber llegado antes! ¡Sin testigos presenciales, no lo hubiera dejado vivo!
A Jeanie y a mí nos llevaron al médico en cuanto llegamos a la ciudad; dijo que estábamos bien, sólo que, durante un tiempo,
tendríamos pesadillas. Yo me pregunté cómo sabía de antemano qué clase de sueños tendríamos.
Cuando volvimos a casa le pregunté a mi padre
-Papá, ¿me he portado bien, verdad? ¿Como un verdadero policía? Mi padre se sacó la insignia y me la prendió en el pijama.
-Pareces un inspector -fue todo lo que me contestó.
¡Ah! Casi me olvido de decir una cosa: a Jeanie ya no le gustan los caramelos.

En: https://corehi.files.wordpress.com/2015/12/smad.pdf

“Si muriera antes de despertar” fue escrita en 1937. Está ambientada en la época de la depresión del 29. Fue publicada por
primera vez en la revista Detective Fiction Weekly el 3 de Julio de 1937.

Actividades:

• Resolver:

1. ¿Por que “Si muriera añtes de despertar” es uñ relato policial? Para respoñder busqueñ eñ este
modulo las características de dicho geñero.
2. Coñsulteñ el cuadro sobre ñarradores que se eñcueñtra eñ la pagiña siguieñte y respoñdañ:
¿que ñarrador tieñe este cueñto? ¿Por que creeñ que el autor eligio ese tipo y ño otro?
3. ¿Quieñ es el protagoñista de “Si muriera…”? Basañdose eñ texto, hagañ uña caracterizacioñ del
persoñaje priñcipal.
4. ¿Eñ doñde se desarrollañ las accioñes ñarradas?
5. ¿Cual es el tiempo de la historia? ¿Eñ que ordeñ estañ ñarrados los hechos?
6. ¿Como se puedeñ relacioñar los persoñajes de Millie Adams y Jeañie Myers?
7. ¿Por que la mama de Tommy ño quiere que este sea policía como su padre?
8. ¿Por que los padres del ñiño le dañ periodico a los que les faltañ pagiñas despues de la
desaparicioñ de Millie?
9. ¿Como describiríañ al hombre de los caramelos teñieñdo eñ cueñta los datos que apareceñ eñ
el cueñto?
10. ¿Pieñsañ que uña historia como esta podría darse hoy eñ día? ¿Por que?
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TIPOS DE NARRADORES
Según su participación Según la Según la focalización Según el grado de
en los acontecimientos persona conocimiento
gramatical
▪ Focalización 0 (cero): Narrador de conocimiento
▪ Personaje: narra su conoce todo lo que sucede, total:
propia historia, no En entrega toda la
conoce la interioridad información, no se
de otros personajes. compromete con lo
▪ Primera Omnisciente
Puede ser el narrado, solo cuenta la
persona
protagonista o un historia.
personaje
secundario. ▪ Focalización interna:
Se halla dentro de la misma
▪ Testigo: cuenta la historia y la cuenta desde su
historia de otro, ya perspectiva. Puede ser:
sea porque lo vio,
porque se lo -Fija: está centrada en un
Narrador de conocimiento
contaron o porque solo narrador que cuenta la
estuvo involucrado parcial
historia.
de alguna manera. -Variable: varios
▪ Segunda ▪ Personaje: es
persona narradores dan cuenta de
homodiegético
(poco diversos sucesos.
(forma parte de la
común) -Múltiple: varios historia que cuenta)
▪ Omnisciente: tiene
narradores que desde
conocimiento total de
la historia y de los distinta perspectiva narran ▪ Objetivo: es
sentimientos y el mismo acontecimiento. heterodiegético
pensamientos de los (cuenta la historia
personajes. ▪ Focalización externa: desde afuera)
▪ Tercera narra desde afuera de los
▪ Objetivo o relativo: persona personajes los hechos en
tiene conocimiento los que no participó
limitado. Narra solo directamente, pero que sí
lo que puede verse u presenció.
oírse desde afuera de
la narración. No
opina y en ocasiones
declara su
imposibilidad de
narrar con
conocimiento
profundo.

Ejemplos:

• “Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo.”
(narrador protagonista, en primera persona)

• "... Lo vi desde que se zambulló en el río. Apechugó el cuerpo y luego se dejó ir corriente abajo, sin
manotear, como si caminara pisando en el fondo. Después rebalsó la orilla y puso sus trapos a secar. Lo
vi que temblaba de frío. Hacía aire y estaba nublado..." (narrador testigo, cuenta lo que le pasa a otro)

• “Tenía la boca seca, las sienes ardientes y se sentía cansado.” (narrador omnisciente)

• “Ese domingo, frente al arco, Iván miró al arquero a los ojos. Se dio vuelta y miró por última vez a sus
compañeros. Antes de anotar, se detuvo y observó el pasto por un segundo. Con una zurda reventó en el
ángulo izquierdo del arco. Los espectadores saltaban cantando sin cesar. Por primera vez su equipo era
campeón nacional.” (narrador de conocimiento relativo)

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V. NOVELA REALISTA

RELATO DE UN NÁUFRAGO
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber nada, que fue proclamado
héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego hecho aborrecido por el gobierno
y olvidado para siempre.

Este es el nombre completo de la novela que Gabriel García Márquez publicó en 1970 en forma de libro, pero que
anteriormente había sido editada en 1955 por el diario El Espectador durante catorce días consecutivos.

Reseña del texto

El 28 de febrero de 1955 cunde la noticia de que una tormenta en el mar Caribe ha hecho naufragar al destructor
Caldas, de la marina de guerra de Colombia. La búsqueda de los náufragos se inicia de inmediato, pero al cabo de
pocos días de esfuerzos inútiles los marineros perdidos son declarados oficialmente muertos. Sin embargo, una
semana después aparece uno de ellos. Es Luis Alejandro Velasco, que ha permanecido diez días, sin comer ni beber,
en una balsa a la deriva. El renombre inmediato rodea al náufrago, un muchacho robusto, de veinte años, 'con más
cara de trompetista que de héroe de la patria'. El sobreviviente acude un día a la sala de redacción de El Espectador
de Colombia. Propone a un joven periodista narrar la verdadera historia del naufragio, sin las deformaciones del
oficialismo ni los manoseos de la propaganda. El joven periodista se llama Gabriel García Márquez. 'En veinte
sesiones de seis horas diarias -dice el futuro autor de Cien años de soledad- logramos reconstruir el relato compacto
y verídico de sus diez días de mar. Era tan minucioso y apasionante que mi único problema literario sería conseguir
que el lector lo creyera.' La historia se publica en catorce días consecutivos. El éxito es fulminante. A lo largo del
diálogo salen a la luz muchas verdades, y el relato de aventuras se convierte en denuncia política que agita al país,
cuesta la gloria y la carrera al náufrago y condena al exilio al entonces joven periodista...

(en https://www.cuspide.com/9789871138036/Relato+De+Un+Naufrago)

ACTIVIDADES:
• Leé la novela RELATO DE UN NÁUFRAGO, de Gabriel García Márquez.
• Resolvé las siguientes consignas:

1) Iñdica el motivo por el cual, seguñ el ñarrador, ñiñguño de los mariñeros había podido
coñciliar el sueño la ñoche del 27 de febrero.
2) Meñcioña los hechos a los que se refiere el ñarrador coñ la frase “El baile empezo a las 10 de
la ñoche”.
3) Lee el fragmeñto eñ el que el ñarrador se refiere a las coñdicioñes climaticas del día eñ que se
produce el accideñte. ¿Puede coñsiderarse que coñ esas coñdicioñes era peligroso ñavegar?
4) Señala cuañto tiempo falta para que el barco llegue a destiño eñ el momeñto eñ que se produce
el accideñte.
5) Determiña eñ que situacioñ se eñcueñtra el protagoñista al iñicio del capítulo LA GRAN
NOCHE. ¿Que expectativas tieñe al respecto? ¿Se cumpleñ fiñalmeñte esas expectativas?
6) Meñcioña las señsacioñes físicas que experimeñta el protagoñista a lo largo de ese capítulo.
23
7) Describí el reloj del protagoñista. ¿Que actitudes toma eñ relacioñ coñ ese dispositivo? ¿Por
que eñ uñ momeñto pieñsa deshacerse de el?
8) Resumí el capítulo LOS TIBURONES LLEGAN A LAS CINCO
9) Explica como se salva Luis Velasco, como lo coñoce el autor (García Marquez) y que pasa coñ
ellos despues de que dañ a coñocer la verdad de lo sucedido.

VI. TEXTO EXPOSITIVO


Cine 3D: Con qué y cómo lo hacen
El cine en 3D es, para los que tienen la posibilidad de disfrutarlo en una gran sala, una experiencia inolvidable.
Afortunadamente, cada vez es más fácil encontrar una sala capaz de exhibir este tipo de películas, e incluso hay equipos que
permiten disfrutar de una función 3D en casa. Pero ¿sabes cómo funciona?

Prácticamente todas las grandes ciudades del mundo disponen de alguna sala de proyección de películas
tridimensionales, una atracción irresistible para el público deseoso de aventuras e inmersión. Por otro lado, cada
vez más disponemos en los hogares de sistemas de reproducción de gran calidad: pantallas de grandes
dimensiones, sistemas de reproducción digital de vídeo, sonido envolvente y otras maravillas que permiten
disfrutar del cine en casa. Todo esto representa una competencia para el cine tradicional que hace que las empresas
dedicadas al entretenimiento se vuelquen cada vez más a este tipo de alternativas.
Para entender cómo funciona el cine en 3D, es necesario hacer un repaso previo de la forma en que
percibimos nuestro entorno.

Ver e n 3 D

Hay diferentes sistemas de cine en 3D, pero todos se basan en el mismo principio: la visión estereoscópica.
Nuestros ojos son como cámaras fotográficas que obtienen imágenes planas, de dos dimensiones. Debido a la
separación que existe entre ambos ojos, esta visión binocular 1 consigue dos imágenes que son ligeramente
distintas, y esa diferencia varía en función de la distancia a la que se encuentran los diferentes objetos. Nuestro
cerebro es el encargado de interpretar esas imágenes planas de manera que construye la tridimensionalidad a la
que estamos acostumbrados. El cada vez más popular cine 3D intenta que el espectador perciba la película de la
misma forma que percibe el mundo real. La principal limitación es la bidimensionalidad de las pantallas sobre las
que se proyectan los largometrajes. Pero una ingeniosa combinación de tecnología y biología hace posible disfrutar
de espectáculos en tres dimensiones.

Mostrar imágenes en 3D

La ilusión de profundidad en una fotografía o película se obtiene mostrando una imagen ligeramente
diferente a cada ojo, tal como ocurre en el mundo real.
Las primeras películas en tres dimensiones empleaban una técnica basada en el color. El espectador utilizaba unas
gafas especiales que cubrían un ojo con un celofán semitransparente de color rojo, y el otro con uno de color azul.
La película consistía en dos imágenes superpuestas, con las porciones que deben ser vistas por uno u otro ojo del
color opuesto al del celofán. El resultado es que cada ojo solo ve la imagen que le corresponde. En la actualidad,
gracias a la microelectrónica, se han reemplazados las gafas de celofán por otras que tienen un filtro LCD, que se
sincroniza con el sistema de proyección para tapar uno u otro ojo según corresponda. Concretamente, se proyectan
dos películas a la vez, una para cada ojo, con frames 2 intercalados. Cuando en la pantalla se proyecta la imagen
correspondiente al ojo derecho, las gafas oscurecen el cristal frente al ojo izquierdo, y viceversa. Si la frecuencia de
proyección es suficientemente elevada, el mecanismo ojo-cerebro no detecta parpadeos de ninguna clase y la sen-
sación 3D es muy convincente. Este sistema también se está utilizando en los hogares, ya que funciona

1 Binocular: que implica la intervención de los dos ojos.


2 Frame: en inglés, cada uno de los cuadros o fotogramas que se suceden en una película.
24
perfectamente con todos los televisores basados en CRT 3. Sin embargo, las pantallas planas de plasma no disponen
de una frecuencia de refresco lo suficientemente elevada para que las gafas LCD trabajen en forma correcta.

Filmando en 3D

Por supuesto, para que todo esto funcione es necesario disponer de películas que hayan sido filmadas con
el formato adecuado para su proyección mediante estos sistemas. Como el lector habrá deducido, se necesitan al
menos dos cámaras de video que capturen las escenas a la vez. Una recogerá las imágenes que luego se proyectarán
para el ojo izquierdo, y la otra hará lo propio con las correspondientes al ojo derecho. A pesar de lo que pueda
esperarse, las dos cámaras no se ubican una al lado de la otra, horizontalmente, copiando la disposición de los ojos
en un rostro humano. En lugar de ello, una de las cámaras se encuentra apuntando hacia el objetivo, en forma
normal, mientras que la otra apunta hacia el piso, a 90 grados respecto de la primera. En el punto que la línea
imaginaria que atraviesa a cada cámara se cruza, hay un espejo semitransparente colocado en un ángulo de
aproximadamente 45 grados, que actúa como un divisor del haz 4 y ayuda a crear el efecto 3 D.
Mientras que la cámara vertical permanece estacionaria, la otra se desliza horizontalmente de izquierda a
derecha. De este modo, la intensidad del efecto 3D varía en función de la posición relativa entre ambas cámaras y
la escena que se registrará. Una vez que las cámaras han hecho su trabajo, un equipo especial se encarga de llevar
a cabo el resto de la magia.

Conclusión

La proyección de imágenes en tres dimensiones, tal como pueden verse en algunas películas de ciencia
ficción, utilizando hologramas5 o tecnologías similares, que permiten ver una escena desde todos los ángulos, aún
resulta esquiva a los ingenieros. Sin embargo, las técnicas descritas más arriba sirven, por ahora, para que dis-
frutemos del cine con un grado mayor de realismo.
Dada la velocidad con la que las nuevas tecnologías llegan al hogar, es muy posible que dispongamos en
casa de videojuegos y hometheaters con pantallas 3D más o menos para la misma fecha en que los cines las adopten
masivamente. Esto hará que las grandes empresas tengan que dar un paso más hacia el realismo 3D, los precios
volverán a bajar y el público tendrá más acceso a estos espectáculos.

Ariel Palazzesi, en www.neoteo.com, lunes 25 de agosto de 2008. (Adaptación).

LAS DEFINICIONES

Uno de los recursos fundamentales empleado en el texto de contenido científico es la definición. Consiste en
un enunciado que informa de la manera más precisa posible el significado de un concepto o término. Por ejemplo:
El cine 3D es aquel en el que el espectador percibe las imágenes con la profundidad propia de la visión en tres
dimensiones.
Toda definición incluye un objeto definido (el cine3D) y la definición propiamente dicha (aquel en el que el
espectador percibe las imágenes con la profundidad propia de la visión en tres dimensiones). En este caso, los dos
elementos están vinculados a través del verbo "es". Otras fórmulas empleadas para dar definiciones son los
siguientes:

Se llama cine3D a...


Se denomina cine3D a...
El cine3D se define como...

3 CTR: tubo de rayos catódicos. Es un dispositivo de visualización utilizado en monitores y televisores. Actualmente se está sustituyendo por otras
tecnologías.
4 Haz: conjunto de rayos luminosos que se propagan juntos.
5 Holograma: imagen fotográfica realizada con una técnica que posibilita la tridimensionalidad.

25
EL TEXTO CIENTÍFICO

Los textos cuya finalidad es transmitir a los lectores conocimientos científicos suelen ser textos de carácter
expositivo, dado que se ocupan principalmente de exponer un determinado tema, brindando datos y explicaciones
al respecto. En ellos predomina la función informativa o referencial del lenguaje.
Existen textos científicos dirigidos a diferentes destinatarios con distintos objetivos. Por ejemplo, el texto
científico puede ser un estudio para especialistas quienes lo leen con el fin de hacer una investigación, puede ser
el libro de texto destinado a estudiantes de escuela secundaria o puede ser un artículo de divulgación científica
publicado en una revista.

1) El texto "Cine 3D: con qué y cómo lo hacen" es un artículo de divulgación científica. ¿Está
dirigido a estudiantes, especialistas o público en general? Justificá tu respuesta.

……………………………………………………………………………………….………………………………………………………………………………………………………….

……………………………………………………………………………………………………….……………………………………………………………………………………….

Según el destinatario, el autor elige qué contenidos exponer, con qué profundidad tratarlos y qué tipo de
lenguaje emplear. Como se está desarrollando un tema perteneciente a una disciplina científica, suele requerirse
el empleo de un vocabulario específico, que deberá combinarse con aclaraciones y un lenguaje más sencillo para
el lector que no está especializado en la materia. En los artículos de divulgación, también se recurre a expresiones
coloquiales, apelaciones al lector y planteo de situaciones cotidianas para provocar el interés en la lectura.

Explicaciones de procesos y fenómenos


2) En el texto "Cine 3D: con qué y cómo lo hacen" se afirma que la combinación de
conocimientos tecnológicos y biológicos hacen posible el espectáculo en tres dimensiones.
Transcriban a continuación los conocimientos que menciona el artículo.
• Conocimientos biológicos:

…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….…………………

…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….………………

• Conocimientos tecnológicos:

……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….……………………………

1
……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

Explicar un proceso o fenómeno de alguna índole (por ejemplo, natural, social, tecnológico, económico,
etcétera) consiste en dar una definición y realizar una descripción de los elementos y las etapas que lo conforman,
estableciendo relaciones de causa v consecuencia, de manera que el lector pueda reconstruir un sentido lógico de
cómo y por qué se produce.
Además, en una explicación se pueden incorporar ejemplos, comparaciones o citas que contribuyan a darle
claridad a los conceptos desarrollados.

ESTRUCTURA

Para que este tipo de texto sea accesible al lector, las ideas deben estar organizadas y jerarquizadas. En
general, los textos científicos responden a la siguiente estructura, que puede estar señalada con subtítulos o puede
no estarlo.
26
Introducción. Se plantea el tema que se desarrollará y cuál es el interrogante al que el texto intentará dar
respuesta.
Desarrollo. Se explican los distintos procesos o fenómenos apelando a las disciplinas científicas que puedan
dar las respuestas necesarias.
Conclusión o cierre. Se presenta un resumen de los resultados. Se pueden incluir expectativas sobre las
consecuencias del tema explicado.

IDEAS PRINCIPALES Y SECUNDARIAS

Además de organizar el texto, el autor debe combinar las ideas fundamentales con otras que contribuyan a
que el tema se entienda, brindando información accesoria, ejemplos o reformulaciones. En el siguiente párrafo, la
frase destacada contiene la información principal, y las otras son ideas secundarias.
Por supuesto, para que todo esto funcione es necesario disponer de películas que hayan sido filmadas con el
formato adecuado para su proyección mediante estos sistemas. Como el lector habrá deducido, se necesitan al
menos dos cámaras de video que capturen las escenas a la vez. Una recogerá las imágenes que luego se proyectarán
para el ojo izquierdo, y la otra hará lo propio con las correspondientes al ojo derecho.
Al estudiar, muchas veces es necesario extraer las ideas principales para elaborar con ellas nuevos textos,
como resúmenes, síntesis o informes de lectura.

Tiempos verbales

En los textos científicos se utiliza el presente para explicar procesos o fenómenos que son atemporales. Por
ejemplo, “La tierra gira alrededor del Sol”.

3) Hacé una síntesis del texto Cine 3D: con qué y cómo lo hacen, teniendo en cuenta las
siguientes partes:

Introducción.
Desarrollo.
Conclusión.

VII. CUENTO FANTÁSTICO


Actividades:
• Lee los siguieñtes relatos fañtasticos.

TWICE-TOLD TALE6, de Enrique Anderson Imbert

Perseguido por la banda de terroristas Malcolm corrió y corrió por las calles de esa ciudad extraña. Eran casi las doce de la
noche. Ya sin aliento se metió en una casa abandonada. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad vio, en un rincón, a
un muchacho todo asustado.
—¿A usted también lo persiguen?
—Sí —dijo el muchacho.
—Venga. Están cerca. Vamos a escondernos. En esta maldita casa tiene que haber un desván7... Venga.

6 Twice-told tale: en inglés significa “cuento contado dos veces”. Es un tipo de relato que puede ser interpretado de dos maneras distintas.
7 Desván: habitación ubicada en la parte alta de una casa, generalmente utilizada para guardar objetos en desuso.
27
Ambos avanzaron, subieron unas escaleras y entraron en un altillo.
—Espeluznante, ¿no? —murmuró el muchacho, y con un pie empujó la puerta. El cerrojo, al cerrarse sonó con un clic exacto,
limpio y vibrante.
—¡Ay, no debió cerrarla! Ábrala otra vez. ¿Cómo vamos a oírlos, si vienen?
El muchacho no se movió. Malcolm, entonces, quiso abrir la puerta, pero no tenía picaporte. El cierre, por dentro, era
hermético8.
—¡Dios mío! Nos hemos quedado encerrados.
—¿Nos? -dijo el muchacho—. Los dos, no; solamente uno.
Y Malcolm vio cómo el muchacho atravesaba la pared y desaparecía.

LA SOGA, de Silvina Ocampo

A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz
del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja
que servía otrora9 para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los
juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado
que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca colgada de un árbol, después
un arnés10 para el caballo, después una liana para bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos,
después un pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la soga se retorcía y se volvía con la cabeza
hacia atrás, con ímpetu11, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se
acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la
soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes 12, al principio, luego, poco a poco, obedientemente.
Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida que los dos
hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga.”
La soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con
el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa13 y desagradable, en mi opinión. El gato no
se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus nudos, se demoraban sapos extasiados 14. Habitualmente, Toñito la
acariciaba antes de echarla al aire, como los discóbolos15 o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atención a sus
movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia delante, para retorcerse mejor.
Si alguien le pedía:
—Toñito, préstame la soga.
El muchacho invariablemente contestaba:
—No.
A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la cabeza, que era algo aplastada, con barba; su cola, deshilachada,
parecía de dragón. Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.
¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas
partes... Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua.
La bautizó con el nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula, vamos Prímula.” Y Prímula
obedecía.
Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada
y la cola bien abajo, entre las cobijas.
Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba
comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía
de siempre y Toñito no retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le clavó la lengua a través de la blusa.

8 Hermético: impenetrable, imposible de abrir.


9 Otrora: en otros tiempos.
10 Arnés: montura.
11 Impulso, fuerza.
12 Regañadientes (a -): con disgusto y repugnancia.
13 Viscosa: pegajosa.
14 Extasiado: con los sentidos atontados.
15 Discóbolo: atleta lanzador de discos en la antigua Grecia.

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Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos abiertos.
La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.

EL CUENTO FANTÁSTICO

En los cuentos fantásticos se narran historias que suceden en un mundo muy similar al real, pero en el que
ocurre un hecho inexplicable. Desde el punto de vista racional, este hecho implica una ruptura con el orden
conocido. Las acciones se presentan en forma tal que no se sabe si lo que se cuenta podría suceder o si responde a
hechos sobrenaturales. Por eso, lo que nunca falta en un relato fantástico es ese momento de vacilación en el que
el lector duda sobre cómo interpretar lo que se le cuenta y se pregunta, por ejemplo: ¿está Malcolm con un
fantasma?; ¿la soga verdaderamente se habrá convertido en una víbora?

• Resolve las siguieñtes coñsigñas:

La irrupción de lo sobrenatural
1) Completeñ el siguiente cuadro con hechos o situaciones de cada uno de los cuentos
leídos.
“TWICE-TOLD TALE” “LA SOGA”

HECHOS
QUE
............................................................................... ................................................................................
PUEDEN
. ...
OCURRIR
EN EL
MUNDO
REAL ............................................................................... ................................................................................
. ...

HECHOS
IMPOSIBLE
............................................................................... ................................................................................
S EN EL
... ..
MUNDO
REAL

............................................................................... ................................................................................
... ...

Para que se produzca la incertidumbre, la narración tiene que poseer, en un primer momento,
verosimilitud: el mundo que se describe es parecido a la realidad efectiva. En este mundo es donde irrumpe un
elemento que ni el lector ni los personajes pueden atribuirá la lógica que conocen, y cuya explicación, al menos en
un principio, es de carácter sobrenatural. Es este choque entre lo verosímil y lo sobrenatural lo que resulta tan
abrumador y al mismo tiempo tan atrapante.

2) ¿En cuál de los dos cuentos lo sobrenatural aparece de repente y en cuál de los dos, en cambio,
lo hace en forma gradual? ¿Por qué creen que los autores eligieron estas formas?

Algunos cuentos concluyen sin que la incertidumbre en ningún momento se haya resuelto. Otros,
en cambio, antes de finalizar brindan al lector una respuesta (ya sea lógica o sobrenatural) para los hechos
narrados. Cuando esto sucede y la explicación es racional, el relato será fantástico con una resolución
29
extraña. En cambio, el cuento fantástico tendrá una resolución maravillosa si entendemos que el mundo
posible del relato se rige por leyes distintas a las que conocemos en el mundo real.

Literatura y elementos sobrenaturales

Según las distintas formas en que se presenta lo sobrenatural en un texto ficcional, estos
pueden clasificarse de la siguiente manera:
• Cuentos maravillosos. Lo sobrenatural es aceptado por los personajes y por el lector como
parte del mundo ficcional. Los cuentos de hadas, por ejemplo.
• Cuentos fantásticos. Lo sobrenatural irrumpe en el mundo real y cotidiano.
• Cuentos extraños. Un elemento incomprensible irrumpe en la realidad cotidiana, y si bien
finalmente existe una explicación lógica, persiste cierta duda.

Los indicios
3) Subrayen con rojo algún elemento de las siguientes frases que les haya anticipado el
final de una de las dos historias, y con azul otro que les haya hecho pensar que el final
sería distinto.

“En esta maldita casa tiene que haber un desván…”.

“Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.“

Un indicio es un elemento de la narración que permite inferir una información que en el texto está siendo
ocultada de manera deliberada. Los indicios son orientadores cuando preparan al lector para la resolución, y son
distractores cuando inducen a suponer un final distinto al que efectivamente tiene el relato.

4) Transcriban una frase, oración o palabra de los cuentos leídos que funcione como:

• Indicio orientador:

• Indicio distractor:

El autor y el narrador

El autor es la persona real que vive o vivió en el mismo mundo que los lectores e inventó un texto literario
que puede tener alguna semejanza con su vida real o puede no tenerla. Los autores de "Twice-told tale" y de "La
soga", por ejemplo, son Enrique Anderson Imbert y Silvina Ocampo, respectivamente.
Así como el autor crea sus personajes, ubicándolos en algún tiempo y en algún espacio y haciéndolos pasar
por distintas situaciones, también crea al narrador, que es la voz que narra los hechos del relato.
Existen distintos tipos de narradores:

Narrador protagonista. El relato es contado por uno de los personajes, al que le suceden los hechos principales.
Por eso, utiliza la primera persona gramatical. Por ejemplo: Nunca hasta entonces me había sucedido algo así.
Narrador testigo. Es un personaje que cuenta algo que le sucedió a otro, ya sea porque lo presenció o porque se
lo contaron. Utiliza la primera y la tercera persona gramatical. Por ejemplo: Según me han contado, en esta casa
habitaba...
30
Narrador omnisciente. No es ninguno de los personajes. Puede saber todo lo que estos hacen, sienten o piensan.
Utiliza la tercera persona. Por ejemplo: Ninguno de ellos podía creer lo que sus ojos veían.
Narrador deficiente. Al igual que el omnisciente, es externo a los hechos y utiliza la tercera persona gramatical,
pero se limita a narrar lo que se puede ver y oír, y no tiene más conocimientos que los que tendría un testigo. Por
ejemplo: Se quedaron paralizados, parecían dos estatuas, ninguno se movía ni decía nada.

Elementos fantásticos

Existen ideas que se reiteran en cuentos fantásticos de diferentes autores y distintas épocas. Lean a
continuación algunos ejemplos.

• Movimientos o ruidos inexplicables


Todas las noches, un joven escucha pasos en el departamento de arriba. Pero, cuando pregunta, le dicen
que está deshabitado.

• Saltos temporales o espaciales


Al viajar en tren una muchacha pasa por un pueblo del siglo XVIII, pero el tren nunca frena en esa estación,
y los demás pasajeros duermen o leen el diario.

• Desdoblamientos
Todas las mañanas el Sr. Hawthorne recibe los consejos que su propia imagen en el espejo le da para
enfrentar el día. Su esposa lo escucha detrás de la puerta.

• Apariciones
Fabiana está sumamente enferma y no ha podido avisar que no asistirá a la función. Las bailarinas ya deben
estar saliendo a escena. Cuando baja la fiebre, Fabiana se preocupa: ¿quién bailará en su lugar? Pero los
espectadores ven a las ocho bailarinas que esperaban ver...

VIII. LITERAURA DE CIENCIA FICCIÓN

¿QUÉ ES LA CIENCIA FICCIÓN?


Comencemos por hacer un poco de historia sobre este género
Los primeros libros
La ciencia ficción surge de cierta familiaridad entre el público lector y los avances y métodos científicos. Esa
familiaridad comenzó en Europa en el siglo XIX. Allí fue donde Mary Shelley (1797-1851) escribió Frankenstein,
considerado el primer libro del género. En él, la autora reflexiona sobre la creación artificial de vida, las
responsabilidades del creador y los derechos del ser creado. Esas cuestiones son temas centrales de la ciencia
ficción hasta hoy.
Hacia mediados del siglo XIX, Julio Verne (1828-1905) escribió historias que, a partir de avances científicos,
anticipaban maravillosos cambios futuros. Sus textos llegaban al público juvenil mezclando información de
enciclopedia con elementos fantásticos.
Finalmente, H. G. Wells (1866-1946) publicó en 1895 La máquina del tiempo, obra que establecería
definitivamente la trascendencia del género. Bajo una delgada capa científica, y con una trama de aventuras muy
entretenida, el autor anticipaba las consecuencias nefastas de la lucha de clases.
31
Del entretenimiento a la relevancia
A principios del siglo XX comenzaron a proliferar revistas de aventuras, historias, novelas y hasta películas en
las que el futuro era el gran tema, y ganaron popularidad las naves espaciales, los científicos audaces, las
civilizaciones extraterrestres y los robots malignos. Paralelamente, hacia mediados de ese siglo, algunos autores
con formación científica o profesional, como Asimov, imaginaron historias en las que la acción se construía sobre
una base científica válida o, al menos, más creíble. A esta nueva camada de autores se la conoce como la “línea
dura” de la ciencia ficción; gracias a ella, el género cobró mayor aceptación entre la comunidad científica y obtuvo
cierta respetabilidad.
En la década de 1960, nuevos autores utilizaron los tópicos del género como metáfora para discutir los
problemas sociales. Así, las distintas civilizaciones galácticas sirvieron para hablar sobre opresión gubernamental,
discriminación, drogas, sexualidad, problemas de género, etcétera. También creció el interés por el estilo y las
formas, con lo que aumentó el prestigio literario de la ciencia ficción. Este movimiento se conoció como la “nueva
ola” y reunió a escritores como J. G. Ballard (1930-2009) o Phillip K. Dick (1928-1982).

Los mundos posibles de la ciencia ficción


Para entender qué es la literatura de ciencia ficción y cuál es la visión del mundo que ofrece a los lectores,
podemos comenzar a pensar la relación entre las dos palabras que forman el concepto: “ciencia” y “ficción”. En
primer lugar, entendemos que se trata de una literatura relacionada con la ciencia, ya que los mundos que crea
son mundos posibles gracias a las conquistas de la ciencia y a la evolución tecnológica que los descubrimientos
científicos traen aparejadas.
La ciencia ficción se puede pensar, así, como un intento de describir y explorar el impacto de lo científico sobre
el hombre, no solo en el aspecto práctico y cotidiano, sino también en los campos filosófico, mitológico y poético.
Estos relatos manifiestan los temores, incertidumbres y esperanzas de una época frente a los avances
tecnológicos y sus consecuencias, tanto simbólicas como materiales y concretas, para los seres humanos.
A este primer acercamiento a una definición de la ciencia ficción, podemos agregarle la cualidad de una
literatura de anticipación: el escritor de ciencia ficción se anticipa a la ciencia porque se propone “inventar” un
futuro posible.

Las diferencias con lo maravilloso y lo fantástico


A diferencia del género fantástico, en la ciencia ficción siempre hay una explicación posible y racional para los
acontecimientos narrados. Sus resoluciones, o su trama misma, pueden resultar fantásticas para nuestro presente,
pero no so sobrenaturales. El escritor norteamericano Robert Heinlen señala que no se trata, como en lo
maravilloso y lo fantástico, “de negar, o al menos trascender lo real, basando el relato sobre premisas irreales:
hadas, burros que hablan, vampiros, las riberas de Bohemia, el ratón Mickey. La ciencia ficción, y poco importa lo
fantástico que pueda parecer su contenido, acepta siempre el conjunto del mundo real y el cuerpo de
conocimientos humanos relacionados con el mundo real como su marco”.
Es decir, la ciencia ficción exhibe un mundo posible, al que los avances de la ciencia han modificado hasta
hacer irreconocible para el hombre actual. No hay leyes naturales que lo refuten, por lo que aparece como una de
entre las infinitas posibilidades del devenir humano.

Futuro utópico y futuro distópico


En 1516, el escritor inglés Tomás Moro (1478-1535) redactó Utopía, una obra en la que, a modo de viajero,
describía un país imaginario que gozaba de una organización social óptima. El término utopía, inventado por el
propio Moro, significa “ningún lugar”. En la ciencia ficción, este vocablo se emplea para caracterizar las obras que
plantean una visión optimista y casi ideal del futuro, en el cual la ciencia y la tecnología favorecen el desarrollo de
la vida de los seres humanos.

32
Pero también hay visiones pesimistas sobre los tiempos que vendrán. Son las distopías, en las cuales
predominan los órdenes sociales opresivos o se describen sitios inhóspitos donde la vida es una pesadilla y los
avances tecnológicos constituyen una amenaza constante. Posiblemente, la distopía más famosa sea 1984, de
George Orwell (1903-1950).
De todos modos, tanto las utopías como las distopías de la ciencia ficción tienen el mismo fin: advertir o criticar
a la sociedad sobre los peligros que conlleva el mal uso de la tecnología y de la naturaleza, entre otros, para que las
personas tomen conciencia de su situación y luchen por corregir los errores del presente.

Elementos propios de la ciencia ficción


Aunque cada autor y cada obra de ciencia ficción perfilan propuestas distintas, podemos sistematizar en un
cuadro las características generales de la ciencia ficción.

Son muchos y variados. Algunos podrían ser:


Temáticas
Los viajes en el tiempo y en el espacio; la rebelión de las
máquinas; las guerras o la convivencia interplanetaria; el
mundo virtual;
Las invasiones extraterrestres a la Tierra; la conquista o la
vida en otros planetas; el descubrimiento de “mundos
perdidos”; las realidades o dimensiones paralelas; la
exploración de regiones inaccesibles para el hombre; los
modos en que estará organizado nuestro mundo en el
futuro; la manipulación genética; científicos e inventos que
traspasan los límites éticos permitidos.

Los tipos principales de conflictos pueden reducirse a tres:


Conflictos
a) La invectiva humana pone en funcionamiento
mecanismos que escapan al dominio del hombre.
b) Seres inteligentes, no humanos, se introducen en el
mundo del hombre.
c) Fenómenos naturales imprevistos alteran la situación del
hombre en la Tierra o amenazan la subsistencia de las
especies vivientes.

El uso de un vocabulario particular lleno de tecnicismos


Lenguajes
(palabras o expresiones específicas de determinado ámbito
científico) y neologismos (palabras inexistentes en el
diccionario, creadas para nombrar las nuevas realidades que
se describen, para las que no existe, todavía, un lenguaje),
contribuye a crear la atmósfera de la narración de ciencia
ficción y a darle verosimilitud a la realidad creada.

Son de dos tipos:


Personajes
a) Seres posibles en nuestro mundo: científicos,
investigadores, exploradores, astronautas, que representan
la esfera científica, pero también hay hombres y mujeres
comunes, los “afectados” por la ciencia.
b) Seres “imposibles” en nuestro mundo: alienígenas, robots
inteligentes, androides, mutantes, superhombres,
protohombres, seres extinguidos, etcétera. Aunque el relato
se construya sobre un personaje determinado, a veces este
no funciona como una individualidad psicológica, sino como
un representante de la especie, y es el destino de la
especie lo que aparece en cuestión.

Bibliografía:
Archanco, P. y otros. Lengua y Literatura III. Buenos Aires, Editorial Tinta fresca, 2015.
Avendaño, F. y otros: Literatura V. Las cosmovisiones realista y fantástica. Ciencia ficción y visión del mundo. Buenos Aires, Editorial Santillana, 2011.
Sardi, Valeria: Lengua y Literatura / Polimodal. La ficción como creadora de mundos posibles. Buenos Aires, Longseller, 2003.

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ACTIVIDADES:

• Lee los siguieñtes relatos:

ROBOT-MASA
Sebastián Szabó

Somos unos pocos los que conservamos nuestro aspecto humano. Los que somos de carne y hueso. Todos
los demás se plegaron a la moda, todos son de metal. Todos son robots-humanos.
Desde que el Rectorado aprobó la robotización, hace ya 300 años, todos se fueron operando y adoptaron
el cuerpo de metal. De humanos solo conservan el cerebro y el corazón que ahora bombea un líquido neutro.
Es fácil, es una operación de rutina, no duele nada, me dicen los robots.
-Tenés que probarlo. Unite al mundo.
Desde que la robotización apareció, se modificó el mundo. Todo se rige por ella. Nadie puede ser dirigente
si no es robot. Los líderes, los artistas... todos son robots.
Somos unos pocos los que no nos robotizamos. Nos miran raro, nos ridiculizan.
Hace tres días que no veo a Urla. La extraño. Es la primera vez que desaparece.
Cuando salgo a la calle, siento que se clavan en mí las miradas de las viejas robots. Viejas conventilleras
que no perdieron su “capacidad de chisme y odio", a pesar de la operación. No entiendo cómo se enamoran si no
se distinguen los hombres de las mujeres. Cómo pueden obtener satisfacción de sus cuerpos de metal.
La presión de los medios, de la sociedad, del Rectorado del planeta, para que nos roboticemos es terrible.
No nos dejan en paz. Nos apedrean en la calle. Nos arrestan por subversivos. Nos condenan por el solo hecho de no
querer cambiar. Con Urla, mi novia, juramos que no cambiaríamos, que seríamos humanos, de carne y hueso, hasta
la muerte.
Hace tres meses que no veo a Urla, ya comienzo a olvidarla. La ciudad sigue igual. Todos son robots. Hace
mucho que no veo un humano. Tal vez sea el último de los de carne y hueso.
Tengo que vivir escondido, solo salgo de noche. Recorro los bares humanos, donde solíamos reunirnos los
últimos, y no encuentro a nadie. Todos han desaparecido.
Alguien golpea la puerta de mi casa. Alguien entra. Viene hacia mí.
-Hola —me dice—. Soy yo, Urla. ¿Te acordás de mí?
No le contesto, la miro. No puedo creer que sea un robot. Ella se ha operado, es una máquina más.
Hace horas que corro. Trato de alejarme de la ciudad, de esa horrible imagen de Urla. Ella me traicionó. No
la odio. No le guardo rencor.
Pobre, la presión era muy fuerte. No la pudo soportar. Me detengo y giro. Vuelvo a la ciudad.
Estoy acostado en la camilla. Dos robots me conducen al quirófano.
“¡¡¡Extra, extra!!! El último de los humanos ya es robot”- pregonan los robots canillitas en toda la ciudad.

Sebastián Szabó
en Veinte jóvenes cuentistas argentinos II,
Editorial Colihue

EL RUIDO DE UN TRUENO
Ray Bradbury

El anuncio en la pared parecía temblar bajo una móvil película de agua caliente. Eckels sintió que parpadeaba,
y el anuncio ardió en la momentánea oscuridad:
SAFARI EN EL TIEMPO S.A. SAFARIS A CUALQUIER AÑO DEL PASADO. USTED ELIGE EL ANIMAL NOSOTROS LO
LLEVAMOS ALLI, USTED LO MATA.

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Una flema tibia se le formó en la garganta a Eckels. Tragó saliva empujando hacia abajo la flema. Los músculos
alrededor de la boca formaron una sonrisa, mientras alzaba lentamente la mano, y la mano se movió con un cheque
de diez mil dólares ante el hombre del escritorio.
—¿Este safari garantiza que yo regrese vivo?
—No garantizamos nada —dijo el oficial—, excepto los dinosaurios. —Se volvió—. Este es el señor Travis, su
guía safari en el pasado. Él le dirá a qué debe disparar y en qué momento. Si usted desobedece sus instrucciones,
hay una multa de otros diez mil dólares, además de una posible acción del gobierno, a la vuelta.
Eckels miró en el otro extremo de la vasta oficina la confusa maraña zumbante de cables y cajas de acero, y el
aura ya anaranjada, ya plateada, ya azul. Era como el sonido de una gigantesca hoguera donde ardía el tiempo,
todos los años y todos los calendarios de pergamino, todas las horas apiladas en llamas. El roce de una mano, y este
fuego se volvería maravillosamente, y en un instante, sobre sí mismo. Eckels recordó las palabras de los anuncios
en la carta. De las brasas y cenizas, del polvo y los carbones, como doradas salamandras, saltarán los viejos años,
los verdes años; rosas endulzarán el aire, las canas se volverán negro ébano, las arrugas desaparecerán. Todo
regresará volando a la semilla, huirá de la muerte, retornará a sus principios; los soles se elevarán en los cielos
occidentales y se pondrán en orientes gloriosos, las lunas se devorarán al revés a sí mismas, todas las cosas se
meterán unas en otras como cajas chinas, los conejos entrarán en los sombreros, todo volverá a la fresca muerte,
la muerte en la semilla, la muerte verde, al tiempo anterior al comienzo. Bastará el roce de una mano, el más leve
roce de una mano.
—¡Infierno y condenación! —murmuró Eckels con la luz de la máquina en el rostro delgado—. Una verdadera
máquina del tiempo. —Sacudió la cabeza—. Lo hace pensar a uno. Si la elección hubiera ido mal ayer, yo quizá
estaría aquí huyendo de los resultados. Gracias a Dios ganó Keith. Será un buen presidente.
— Sí —dijo el hombre detrás del escritorio—. Tenemos suerte. Si Deutscher hubiese ganado, tendríamos la
peor de las dictaduras. Es el antídoto, militarista, anticristo, antihumano, antintelectual. La gente nos llamó, ya sabe
usted, bromeando, pero no enteramente. Decían que si Deutscher era presidente, querían ir a vivir a 1492. Por
supuesto, no nos ocupamos de organizar evasiones, sino safaris. De todos modos, el presidente es Keith. Ahora su
única preocupación es...
Eckels terminó la frase:
—Matar mi dinosaurio.
—Un Tyrannosaurus rex. El lagarto del Trueno, el más terrible monstruo de la historia. Firme este permiso. Si le
pasa algo, no somos responsables. Estos dinosaurios son voraces. Eckels enrojeció, enojado.
—¿Trata de asustarme?
—Francamente, sí. No queremos que vaya nadie que sienta pánico al primer tiro. El año pasado murieron seis
jefes de safari y una docena de cazadores. Vamos a darle a usted la más extraordinaria emoción que un cazador
pueda pretender. Lo enviaremos sesenta millones de años atrás para que disfrute de la mayor y más emocionante
cacería de todos los tiempos. Su cheque está todavía aquí. Rómpalo.
El señor Eckels miró el cheque largo rato. Se le retorcían los dedos.
—Buena suerte —dijo el hombre detrás del mostrador—. El señor Travis está a su disposición.
Cruzaron el salón silenciosamente, llevando los fusiles, hacia la Máquina, hacia el metal plateado y la luz
rugiente.
Primero un día y luego una noche y luego un día y luego una noche, y luego día-noche-día-no- che-día. Una
semana, un mes, un año, ¡una década! 2055, 2019, ¡1999! ¡1957! ¡Desaparecieron! La Máquina rugió. Se pusieron
los cascos de oxígeno y probaron los intercomunicadores. Eckels se balanceaba en el asiento almohadillado, con el
rostro pálido y duro. Sintió un temblor en los brazos y bajó los ojos y vio que sus manos apretaban el fusil. Había
otros cuatro hombres en esa máquina. Travis, el jefe del safari, su asistente, Lesperance, y dos otros cazadores,
Billings y Kramer. Se miraron unos a otros y los años llamearon alrededor.
—¿Estos fusiles pueden matar a un dinosaurio de un tiro? —se oyó decir a Eckels.
—Si da usted en el sitio preciso —dijo Travis por la radio del casco—. Algunos dinosaurios tienen dos cerebros,
uno en la cabeza, otro en la columna espinal. No les tiraremos a éstos, y tendremos más probabilidades. Aciérteles
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con los dos primeros tiros a los ojos, si puede, cegándolo, y luego dispare al cerebro.
La máquina aulló. El tiempo era una película que corría hacia atrás. Pasaron soles, y luego diez millones de
lunas.
—Dios santo —dijo Eckels—. Los cazadores de todos los tiempos nos envidiarían hoy. África al lado de esto
parece Illinois.
El sol se detuvo en el cielo.
La niebla que había envuelto la Máquina se desvaneció. Se encontraban en los viejos tiempos, tiempos muy
viejos en verdad, tres cazadores y dos jefes de safari con sus metálicos rifles azules en las rodillas.
—Cristo no ha nacido aún —dijo Travis—. Moisés no ha subido a la montaña a hablar con Dios. Las pirámides
están todavía en la tierra, esperando. Recuerde que Alejandro, Julio César, Napoleón, Hitler... no han existido.
Los hombres asintieron con movimientos de cabeza.
—Eso —señaló el señor Travis— es la jungla de sesenta millones dos mil cincuenta y cinco años antes del
presidente Keith.
Mostró un sendero de metal que se perdía en la vegetación salvaje, sobre pantanos humeantes, entre palmeras
y helechos gigantescos.
—Y eso —dijo— es el Sendero, instalado por Safari en el Tiempo para su provecho. Flota a diez centímetros del
suelo. No toca ni siquiera una brizna, una flor o un árbol. Es de un metal antigravitatorio. El propósito del Sendero
es impedir que toque usted este mundo del pasado de algún modo. No se salga del Sendero. Repito. No se salga de
él. ¡Por ningún motivo! Si se cae del Sendero hay una multa. Y no tire contra ningún animal que nosotros no
aprobemos.
—¿Por qué? —preguntó Eckels. Estaban en la antigua selva. Unos pájaros lejanos gritaban en el viento, y había
un olor de alquitrán y viejo mar salado, hierbas húmedas y flores de color de sangre.
—No queremos cambiar el futuro. Este mundo del pasado no es el nuestro. Al gobierno no le gusta que estemos
aquí. Tenemos que dar mucho dinero para conservar nuestras franquicias. Una máquina del tiempo es un asunto
delicado. Podemos matar inadvertidamente un animal importante, un pajarito, un coleóptero, aun una flor,
destruyendo así un eslabón importante en la evolución de las especies.
—No me parece muy claro —dijo Eckels.
—Muy bien —continuó Travis—, digamos que accidentalmente matamos aquí un ratón. Eso significa destruir
las futuras familias de este individuo, ¿entiende?
—Entiendo.
—¡Y todas las familias de las familias de ese individuo! Con sólo un pisotón aniquila usted primero uno, luego
una docena, luego mil, un millón, ¡un billón de posibles ratones!
—Bueno, ¿y eso qué? —inquirió Eckels.
—¿Eso qué? —gruñó suavemente Travis—. ¿Qué pasa con los zorros que necesitan esos ratones para
sobrevivir? Por falta de diez ratones muere un zorro. Por falta de diez zorros, un león muere de hambre. Por falta
de un león, especies enteras de insectos, buitres, infinitos billones de formas de vida son arrojadas al caos y la
destrucción. Al final todo se reduce a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, un hombre de las
cavernas, uno de la única docena que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero
usted, amigo, ha aplastado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el hombre de
las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas, no lo olvide, no es un hombre que pueda
desperdiciarse, ¡no! Es toda una futura nación. De él nacerán diez hijos. De ellos nacerán cien hijos, y así hasta llegar
a nuestros días. Destruya usted a este hombre, y destruye usted una raza, un pueblo, toda una historia viviente. Es
como asesinar a uno de los nietos de Adán. El pie que ha puesto usted sobre el ratón desencadenará así un
terremoto, y sus efectos sacudirán nuestra tierra y nuestros destinos a través del tiempo, hasta sus raíces. Con la
muerte de ese hombre de las cavernas, un billón de otros hombres no saldrán nunca de la matriz. Quizás Roma no
se alce nunca sobre las siete colinas. Quizá Europa sea para siempre un bosque oscuro, y sólo crezca Asia saludable
y prolífica. Pise usted un ratón y aplastará las pirámides. Pise un ratón y dejará su huella, como un abismo en la
eternidad. La reina Isabel no nacerá nunca, Washington no cruzará el Delaware, nunca habrá un país llamado
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Estados Unidos. Tenga cuidado. No se salga del Sendero. ¡Nunca pise afuera!
—Ya veo —dijo Eckels—. Ni siquiera debemos pisar la hierba.
—Correcto. Al aplastar ciertas plantas quizá sólo sumemos factores infinitesimales. Pero un pequeño error aquí
se multiplicará en sesenta millones de años hasta alcanzar proporciones extraordinarias. Por supuesto, quizá nuestra
teoría esté equivocada. Quizá nosotros no podamos cambiar el tiempo. O tal vez sólo pueda cambiarse de modos
muy sutiles. Quizá un ratón muerto aquí provoque un desequilibrio entre los insectos de allá, una desproporción en
la población más tarde, una mala cosecha luego, una depresión, hambres colectivas, y, finalmente, un cambio en la
conducta social de alejados países. O aun algo mucho más sutil. Quizá sólo un suave aliento, un murmullo, un
cabello, polen en el aire, un cambio tan, tan leve que uno podría notarlo sólo mirando de muy cerca. ¿Quién lo
sabe? ¿Quién puede decir realmente que lo sabe? No nosotros. Nuestra teoría no es más que una hipótesis. Pero
mientras no sepamos con seguridad si nuestros viajes por el tiempo pueden terminar en un gran estruendo o en un
imperceptible crujido, tenemos que tener mucho cuidado. Esta máquina, este sendero, nuestros cuerpos y nuestras
ropas han sido esterilizados, como usted sabe, antes del viaje. Llevamos estos cascos de oxígeno para no introducir
nuestras bacterias en una antigua atmósfera.
—¿Cómo sabemos qué animales podemos matar?
—Están marcados con pintura roja —dijo Travis—. Hoy, antes de nuestro viaje, enviamos aquí a Lesperance con
la Máquina. Vino a esta Era particular y siguió a ciertos animales.
—¿Para estudiarlos?
—Exactamente —dijo Travis—. Los rastreó a lo largo de toda su existencia, observando cuáles vivían mucho
tiempo. Muy pocos. Cuántas veces se acoplaban. Pocas. La vida es breve. Cuando encontraba alguno que iba a morir
aplastado por un árbol u otro que se ahogaba en un pozo de alquitrán, anotaba la hora exacta, el minuto y el
segundo, y le arrojaba una bomba de pintura que le manchaba de rojo el costado. No podemos equivocarnos. Luego
midió nuestra llegada al pasado de modo que no nos encontremos con el monstruo más de dos minutos antes de
aquella muerte. De este modo, sólo matamos animales sin futuro, que nunca volverán a acoplarse. ¿Comprende
qué cuidadosos somos?
—Pero si ustedes vinieron esta mañana —dijo Eckels ansiosamente—, debían haberse encontrado con
nosotros, nuestro safari. ¿Qué ocurrió? ¿Tuvimos éxito? ¿Salimos todos... vivos?
Travis y Lesperance se miraron.
—Eso hubiese sido una paradoja —habló Lesperance—. El tiempo no permite esas confusiones..., un hombre
que se encuentra consigo mismo. Cuando va a ocurrir algo parecido, el tiempo se hace a un lado. Como un avión
que cae en un pozo de aire. ¿Sintió usted ese salto de la Máquina, poco antes de nuestra llegada? Estábamos
cruzándonos con nosotros mismos que volvíamos al futuro. No vimos nada. No hay modo de saber si esta expedición
fue un éxito, si cazamos nuestro monstruo, o si todos nosotros, y usted, señor Eckels, salimos con vida.
Eckels sonrió débilmente.
—Dejemos esto —dijo Travis con brusquedad—. ¡Todos de pie! Se prepararon a dejar la Máquina. La jungla era
alta y la jungla era ancha y la jungla era todo el mundo para siempre y para siempre. Sonidos como música y sonidos
como lonas voladoras llenaban el aire: los pterodáctilos que volaban con cavernosas alas grises, murciélagos
gigantescos nacidos del delirio de una noche febril. Eckels, guardando el equilibrio en el estrecho sendero, apuntó
con su rifle, bromeando.
—¡No haga eso! —dijo Travis.— ¡No apunte ni siquiera en broma, maldita sea! Si se le dispara el arma...
Eckels enrojeció.
— ¿Dónde está nuestro Tyrannosaurus?
— Lesperance miró su reloj de pulsera.
—Adelante. Nos cruzaremos con él dentro de sesenta segundos. Busque la pintura roja, por Cristo. No dispare
hasta que se lo digamos. Quédese en el Sendero. ¡Quédese en el Sendero!
Se adelantaron en el viento de la mañana.
— Qué raro —murmuró Eckels—. Allá delante, a sesenta millones de años, ha pasado el día de elección. Keith
es presidente. Todos celebran. Y aquí, ellos no existen aún. Las cosas que nos preocuparon durante meses, toda una
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vida, no nacieron ni fueron pensadas aún.
—¡Levanten el seguro, todos! —ordenó Travis—. Usted dispare primero, Eckels. Luego, Billings. Luego, Kramer.
—He cazado tigres, jabalíes, búfalos, elefantes, pero esto, Jesús, esto es caza —comentó Eckels —. Tiemblo
como un niño.
— Ah —dijo Travis.
—Todos se detuvieron.
Travis alzó una mano.
—Ahí adelante —susurró—. En la niebla. Ahí está Su Alteza Real.
La jungla era ancha y llena de gorjeos, crujidos, murmullos y suspiros. De pronto todo cesó, como si alguien
hubiese cerrado una puerta.
Silencio.
El ruido de un trueno.
De la niebla, a cien metros de distancia, salió el Tyrannosaurus rex.
— Jesucristo —murmuró Eckels.
—¡Chist!
Venía a grandes trancos, sobre patas aceitadas y elásticas. Se alzaba diez metros por encima de la mitad de los
árboles, un gran dios del mal, apretando las delicadas garras de relojero contra el oleoso pecho de reptil. Cada pata
inferior era un pistón, quinientos kilos de huesos blancos, hundidos en gruesas cuerdas de músculos, encerrados en
una vaina de piel centelleante y áspera, como la cota de malla de un guerrero terrible. Cada muslo era una tonelada
de carne, marfil y acero. Y de la gran caja de aire del torso colgaban los dos brazos delicados, brazos con manos que
podían alzar y examinar a los hombres como juguetes, mientras el cuello de serpiente se retorcía sobre sí mismo. Y
la cabeza, una tonelada de piedra esculpida que se alzaba fácilmente hacia el cielo, En la boca entreabierta asomaba
una cerca de dientes como dagas. Los ojos giraban en las órbitas, ojos vacíos, que nada expresaban, excepto hambre.
Cerraba la boca en una mueca de muerte. Corría, y los huesos de la pelvis hacían a un lado árboles y arbustos, y los
pies se hundían en la tierra dejando huellas de quince centímetros de profundidad. Corría como si diese unos
deslizantes pasos de baile, demasiado erecto y en equilibrio para sus diez toneladas. Entró fatigadamente en el área
de sol, y sus hermosas manos de reptil tantearon el aire.
—¡Dios mío! —Eckels torció la boca—. Puede incorporarse y alcanzar la luna.
— ¡Chist! —Travis sacudió bruscamente la cabeza—. Todavía no nos vio.
—No es posible matarlo. —Eckels emitió con serenidad este veredicto, como si fuese indiscutible. Había visto
la evidencia y ésta era su razonada opinión. El arma en sus manos parecía un rifle de aire comprimido—. Hemos
sido unos locos. Esto es imposible.
—¡Cállese! —siseó Travis.
—Una pesadilla.
—Dé media vuelta —ordenó Travis—. Vaya tranquilamente hasta la máquina. Le devolveremos la mitad del
dinero.
—No imaginé que sería tan grande —dijo Eckels—. Calculé mal. Eso es todo. Y ahora quiero irme.
—¡Nos vio!
—¡Ahí está la pintura roja en el pecho!
El Lagarto del Trueno se incorporó. Su armadura brilló como mil monedas verdes. Las monedas, embarradas,
humeaban. En el barro se movían diminutos insectos, de modo que todo el cuerpo parecía retorcerse y ondular,
aun cuando el monstruo mismo no se moviera. El monstruo resopló. Un hedor de carne cruda cruzó la jungla.
—Sáquenme de aquí —pidió Eckels—. Nunca fue como esta vez. Siempre supe que saldría vivo. Tuve buenos
guías, buenos safaris, y protección. Esta vez me he equivocado. Me he encontrado con la horma de mi zapato, y lo
admito. Esto es demasiado para mí.
—No corra —dijo Lesperance—. Vuélvase. Ocúltese en la Máquina.
—Sí.
Eckels parecía aturdido. Se miró los pies como si tratara de moverlos. Lanzó un gruñido de desesperanza.
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—¡Eckels!
Eckels dio unos pocos pasos, parpadeando, arrastrando los pies.
—¡Por ahí no!
El monstruo, al advertir un movimiento, se lanzó hacia adelante con un grito terrible. En cuatro segundos cubrió
cien metros. Los rifles se alzaron y llamearon. De la boca del monstruo salió un torbellino que los envolvió con un
olor de barro y sangre vieja. El monstruo rugió con los dientes brillantes al sol.
Eckels, sin mirar atrás, caminó ciegamente hasta el borde del Sendero, con el rifle que le colgaba de los brazos.
Salió del Sendero, y caminó, y caminó por la jungla. Los pies se le hundieron en un musgo verde. Lo llevaban las
piernas, y se sintió solo y alejado de lo que ocurría atrás.
Los rifles dispararon otra vez. El ruido se perdió en chillidos y truenos. La gran palanca de la cola del reptil se
alzó sacudiéndose. Los árboles estallaron en nubes de hojas y ramas. El monstruo retorció sus manos de joyero y
las bajó como para acariciar a los hombres, para partirlos en dos, aplastarlos como cerezas, meterlos entre los
dientes y en la rugiente garganta. Sus ojos de canto rodado bajaron a la altura de los hombres, que vieron sus propias
imágenes. Dispararon sus armas contra las pestañas metálicas y los brillantes iris negros.
Como un ídolo de piedra, como el desprendimiento de una montaña, el Tyrannosaurus cayó. Con un trueno, se
abrazó a unos árboles, los arrastró en su caída. Torció y quebró el Sendero de Metal. Los hombres retrocedieron
alejándose. El cuerpo golpeó el suelo, diez toneladas de carne fría y piedra. Los rifles dispararon. El monstruo azotó
el aire con su cola acorazada, retorció sus mandíbulas de serpiente, y ya no se movió. Una fuente de sangre le brotó
de la garganta. En alguna parte, adentro, estalló un saco de fluidos. Unas bocanadas nauseabundas empaparon a
los cazadores. Los hombres se quedaron mirándolo, rojos y resplandecientes.
El trueno se apagó.
La jungla estaba en silencio. Luego de la tormenta, una gran paz. Luego de la pesadilla, la mañana.
Billings y Kramer se sentaron en el sendero y vomitaron. Travis y Lesperance, de pie, sosteniendo aún los rifles
humeantes, juraban continuamente.
En la Máquina del Tiempo, cara abajo, yacía Eckels, estremeciéndose. Había encontrado el camino de vuelta al
Sendero y había subido a la Máquina.
Travis se acercó, lanzó una ojeada a Eckels, sacó unos trozos de algodón de una caja metálica y volvió junto a
los otros, sentados en el Sendero.
—Límpiense.
Limpiaron la sangre de los cascos. El monstruo yacía como una loma de carne sólida. En su interior uno podía
oír los suspiros y murmullos a medida que morían las más lejanas de las cámaras, y los órganos dejaban de funcionar,
y los líquidos corrían un último instante de un receptáculo a una cavidad, a una glándula, y todo se cerraba para
siempre. Era como estar junto a una locomotora estropeada o una excavadora de vapor en el momento en que se
abren las válvulas o se las cierra herméticamente. Los huesos crujían. La propia carne, perdido el equilibrio, cayó
como peso muerto sobre los delicados antebrazos, quebrándolos.
Otro crujido. Allá arriba, la gigantesca rama de un árbol se rompió y cayó. Golpeó a la bestia muerta como algo
final.
—Ahí está— Lesperance miró su reloj—. Justo a tiempo. Ese es el árbol gigantesco que originalmente debía
caer y matar al animal.
Miró a los dos cazadores: ¿Quieren la fotografía trofeo?
—¿Qué? —No podemos llevar un trofeo al futuro. El cuerpo tiene que quedarse aquí donde hubiese muerto
originalmente, de modo que los insectos, los pájaros y las bacterias puedan vivir de él, como estaba previsto. Todo
debe mantener su equilibrio. Dejamos el cuerpo. Pero podemos llevar una foto con ustedes al lado.
Los dos hombres trataron de pensar, pero al fin sacudieron la cabeza.
Caminaron a lo largo del Sendero de metal. Se dejaron caer de modo cansino en los almohadones de la
Máquina. Miraron otra vez el monstruo caído, el monte paralizado, donde unos raros pájaros reptiles y unos insectos
dorados trabajaban ya en la humeante armadura.
Un sonido en el piso de la Máquina del Tiempo los endureció. Eckels estaba allí, temblando.
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—Lo siento —dijo al fin.
—¡Levántese! —gritó Travis.
Eckels se levantó.
—¡Vaya por ese sendero, solo! —agregó Travis, apuntando con el rifle—. Usted no volverá a la Máquina. ¡Lo
dejaremos aquí!
Lesperance tomó a Travis por el brazo. —Espera...
—¡No te metas en esto! —Travis se sacudió apartando la mano—. Este hijo de perra casi nos mata. Pero eso no
es bastante. Diablo, no. ¡Sus zapatos! ¡Míralos! Salió del Sendero. ¡Dios mío, estamos arruinados Cristo sabe qué
multa nos pondrán. ¡Decenas de miles de dólares! Garantizamos que nadie dejaría el Sendero. Y él lo dejó. ¡Oh,
condenado tonto! Tendré que informar al gobierno. Pueden hasta quitarnos la licencia. ¡Dios sabe lo que le ha hecho
al tiempo, a la Historia!
—Cálmate. Sólo pisó un poco de barro.
—¿Cómo podemos saberlo? —gritó Travis—. ¡No sabemos nada! ¡Es un condenado misterio! ¡Fuera de aquí,
Eckels!
Eckels buscó en su chaqueta.
—Pagaré cualquier cosa. ¡Cien mil dólares!
Travis miró enojado la libreta de cheques de Eckels y escupió.
—Vaya allí. El monstruo está junto al Sendero. Métale los brazos hasta los codos en la boca, y vuelva.
—¡Eso no tiene sentido!
—El monstruo está muerto, cobarde bastardo. ¡Las balas! No podemos dejar aquí las balas. No pertenecen al
pasado, pueden cambiar algo. Tome mi cuchillo. ¡Extráigalas!
La jungla estaba viva otra vez, con los viejos temblores y los gritos de los pájaros. Eckels se volvió lentamente a
mirar al primitivo vaciadero de basura, la montaña de pesadillas y terror. Luego de un rato, como un sonámbulo, se
fue, arrastrando los pies.
Regresó temblando cinco minutos más tarde, con los brazos empapados y rojos hasta los codos. Extendió las
manos. En cada una había un montón de balas. Luego cayó. Se quedó allí, en el suelo, sin moverse.
—No había por qué obligarlo a eso — dijo Lesperance.
—¿No? Es demasiado pronto para saberlo. —Travis tocó con el pie el cuerpo inmóvil.
—Vivirá. La próxima vez no buscará cazas como ésta. Muy bien. —Le hizo una fatigada seña con el pulgar a
Lesperance—. Enciende. Volvamos a casa. 1492. 1776. 1812.
Se limpiaron las caras y manos. Se cambiaron las camisas y pantalones. Eckels se había incorporado y se paseaba
sin hablar. Travis lo miró furiosamente durante diez minutos.
—No me mire —gritó Eckels—. No hice nada.
—¿Quién puede decirlo?
—Salí del sendero, eso es todo; traje un poco de barro en los zapatos. ¿Qué quiere que haga? ¿Que me arrodille
y rece?
—Quizá lo necesitemos. Se lo advierto, Eckels. Todavía puedo matarlo. Tengo listo el fusil.
—Soy inocente. ¡No he hecho nada!
1999, 2000, 2055.
La máquina se detuvo.
—Afuera —dijo Travis.
El cuarto estaba como lo habían dejado. Pero no de modo tan preciso. El mismo hombre estaba sentado detrás
del mismo escritorio. Pero no exactamente el mismo hombre detrás del mismo escritorio.
Travis miró alrededor con rapidez.
—¿Todo bien aquí? —estalló.
—Muy bien. ¡Bienvenidos!
Travis no se sintió tranquilo. Parecía estudiar hasta los átomos del aire, el modo como entraba la luz del sol por
la única ventana alta.
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—Muy bien, Eckels, puede salir. No vuelva nunca.
Eckels no se movió.
—¿No me ha oído? —dijo Travis—. ¿Qué mira?
Eckels olía el aire, y había algo en el aire, una sustancia química tan sutil, tan leve, que sólo el débil grito de sus
sentidos subliminales le advertía que estaba allí. Los colores blanco, gris, azul, anaranjado, de las paredes, del
mobiliario, del cielo más allá de la ventana, eran... eran... Y había una sensación. Se estremeció. Le temblaron las
manos. Se quedó oliendo aquel elemento raro con todos los poros del cuerpo. En alguna parte alguien debía de
estar tocando uno de esos silbatos que sólo pueden oír los perros. Su cuerpo respondió con un grito silencioso. Más
allá de este cuarto, más allá de esta pared, más allá de este hombre que no era exactamente el mismo hombre
detrás del mismo escritorio..., se extendía todo un mundo de calles y gente. Qué suerte de mundo era ahora, no se
podía saber. Podía sentirlos cómo se movían, más allá de los muros, casi, como piezas de ajedrez que arrastraban
un viento seco...
Pero había algo más inmediato. El anuncio pintado en la pared de la oficina, el mismo anuncio que había leído
aquel mismo día al entrar allí por vez primera.
De algún modo el anuncio había cambiado.
SEFARI EN EL TIEMPO. S. A. SEFARIS A KUALKUIER AÑO DEL PASADO USTE NOMBRA EL ANIMAL NOSOTROS LO
LLEBAMOS AYI. USTE LO MATA.
Eckels sintió que caía en una silla. Tanteó insensatamente el grueso barro de sus botas. Sacó un trozo,
temblando.
—No, no puede ser. Algo tan pequeño. No puede ser. ¡No!
Hundida en el barro, brillante, verde, y dorada, y negra, había una mariposa, muy hermosa y muy muerta.
—¡No algo tan pequeño! ¡No una mariposa! —gritó Eckels.
Cayó al suelo una cosa exquisita, una cosa pequeña que podía destruir todos los equilibrios, derribando primero
la línea de un pequeño dominó, y luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco dominó, a lo largo de los años,
a través del tiempo. La mente de Eckels giró sobre sí misma. La mariposa no podía cambiar las cosas. Matar una
mariposa no podía ser tan importante. ¿Podía?
Tenía el rostro helado. Preguntó, temblándole la boca:
— ¿Quién... quién ganó la elección presidencial ayer?
El hombre detrás del mostrador se rió.
—¿Se burla de mí? Lo sabe muy bien. ¡Deutscher, por supuesto! No ese condenado debilucho de Keith.
Tenemos un hombre fuerte ahora, un hombre de agallas. ¡Sí, señor! —El oficial calló—. ¿Qué pasa?
Eckels gimió. Cayó de rodillas. Recogió la mariposa dorada con dedos temblorosos.
—¿No podríamos —se preguntó a sí mismo, le preguntó al mundo, a los oficiales, a la Máquina,— no podríamos
llevarla allá, no podríamos hacerla vivir otra vez? ¿No podríamos empezar de nuevo? ¿No podríamos...?
No se movió. Con los ojos cerrados, esperó estremeciéndose. Oyó que Travis gritaba; oyó que Travis preparaba
el rifle, alzaba el seguro, y apuntaba.
El ruido de un trueno.
Ray Bradbury
en Las doradas manzanas del sol,
Editorial Minotauro

• Resolve las siguieñtes coñsigñas:

1) Teñieñdo eñ cueñta el apartado “Elementos propios de la ciencia ficción” (pag. 33 de


este mismo modulo), elabora uñ cuadro similar coñ los dos cueñtos añteriores.

Por ejemplo, lo podes orgañizar así:

41
ROBOT-MASA EL RUIDO DE UN TRUENO

Tema
Conflicto
Lenguaje

Personajes

IX. POESÍA
La poesía se caracteriza por el empleo de la función estética del lenguaje. La forma en que se combinan las palabras, el
sonido que con ellas se produce y la posibilidad de darles nuevos sentidos son elementos fundamentales de este tipo de texto.
Si bien a simple vista se reconoce una poesía por estar compuesta por versos, que pueden, a su vez, agruparse en estrofas,
existe una enorme variedad en cuanto a las estructuras, temáticas y recursos que este género abarca.

En la poesía, la voz que enuncia el discurso se conoce como yo lírico. De esta manera, se construye una figura dentro del
texto que no tiene por qué coincidir con el autor, si bien es muy común que exista algún grado de similitud con la vida del poeta.

EL ROMANCE Y EL SONETO

Algunas formas poéticas que se reiteran con una misma estructura o temática adquieren una denominación propia, por
ejemplo, el romance y el soneto.

• El romance. Es una composición poética que comenzó en España en el siglo xv. Los romances formaban parte de la poesía
popular, por lo que tenían un origen oral. Se caracterizan por narrar una historia y por tener versos de ocho sílabas que
riman en los versos pares.
• El soneto. Es una composición poética que se introdujo en España durante el Renacimiento. Consta de catorce versos
endecasílabos (de once sílabas) distribuidos en dos cuartetos (estrofas de cuatro versos) y dos tercetos (estrofas de tres
versos).

Los recursos expresivos

Las palabras y sus sonidos son herramientas fundamentales para transmitir sensaciones, vivencias y formas particulares de
percibir el mundo. Esto es expresado en las poesías por medio de:

• Recursos fónicos o sonoros (la métrica y el ritmo).


• Recursos sintácticos (las relaciones de las palabras en la oración).
• Recursos semánticos (los significados posibles de las palabras y oraciones).

RECURSOS EXPRESIVOS o FIGURAS LITERARIAS o RETÓRICAS

ALITERACIÓN El ruido con que ronca la ronca tempestad. (José Zorrilla)


Repetición de un sonido o grupo de
sonidos, de una manera clara, en un
verso, una estrofa o una frase.
Recursos
fónicos ONOMATOPEYA En el silencio sólo se escuchaba
Se produce cuando la aliteración un susurro de abejas que sonaba. (Garcilaso de la Vega)
pretende imitar sonidos o ruidos de
la realidad.
PARONOMASIA Presa del piso, sin prisa,
Pasa una vida de prosa. (Miguel de Unamuno)

42
Uso de palabras de pronunciación
muy parecida que, al combinarse,
originan sorprendentes
modificaciones del significado.
ANÁFORA
Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,
Repetición de una o más palabras al
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra. (Vicente Aleixandre)
principio de un verso o de una frase.
ASÍNDETON
Omisión deliberada, con fines Acude, corre, vuela,
rítmicos o estéticos, de los enlaces traspasa el alta sierra, ocupa el llano. (Fray Luis de León)
que unen palabras u oraciones.
El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la
ENUMERACIÓN
serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud
Acumulación de palabras para
del espíritu, son grande parte para que las musas más estériles
describir un lugar, un objeto...
Recursos se muestren fecundas... (Miguel de Cervantes)
sintácticos HIPÉRBATON
Consiste en alterar el orden normal Era del año la estación florida... (Luis de Góngora)
de las palabras en un enunciado.
PARALELISMO
Repetición de una misma estructura Los suspiros son aire y van al aire,
a lo largo de dos o más versos, las lágrimas son agua y van al mar... (Bécquer)
enunciados, etc.
Recursos ANTÍTESIS O CONTRASTE Y es justo en la mentira ser dichoso
semánticos Consiste en contraponer dos quien siempre en la verdad fue desdichado. (Juan Boscán)
palabras o ideas de significado Yo velo cuando tú duermes, yo lloro cuando tú
contrario. cantas. (Cervantes)
APÓSTROFE
Invocación a una persona o a un ser Para y óyeme, ¡oh sol!, yo te saludo. (Espronceda)
inanimado.
COMPARACIÓN O SÍMIL
Relación de semejanza entre un ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
término real y otro imaginado que como el pájaro duerme en las ramas! (Gustavo Adolfo Bécquer)
aparecen unidos por una partícula.
EPÍTETO
Adjetivo explicativo, innecesario y
Por ti la verde hierba, el fresco viento,
que destaca una cualidad que ya
el blanco lirio y colorada rosa... (Garcilaso de la Vega).
está implícita en el nombre al que
acompaña; suele ir antepuesto.
HIPÉRBOLE
Exageración de la realidad,
La cama tenía en el suelo y dormía por lado por no gastar las
destinada a engrandecer o
sábanas.(Quevedo)
empequeñecer el concepto que se
expresa.
IRONÍA
Afirma lo contrario de lo que se Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. (Quevedo)
quiere dar a entender.
METÁFORA
Ríanse las fuentes
Identificación de dos términos, uno
tirando perlas (=gotas de agua)
real y otro imaginario. Esta
a las florecillas
identificación se fundamenta en la
que están más cerca. (Lope de Vega)
semejanza entre ambos términos.
METONIMIA Un Picasso (en lugar de un cuadro de Picasso)

43
Sustitución del nombre de una cosa
por el de otra con la que guarda una Conceder la mano; cabeza (por hombre). Ejemplos de
relación de proximidad. sinécdoque
Una forma especial es la
sinécdoque, que consiste en
nombrar la parte por el todo o el
todo por la parte:
PARADOJA
Formulación de una contradicción Muriendo naces y viviendo mueres. (Quevedo)
aparente.
PROSOPOPEYA (PERSONIFICACIÓN)
La noche llama temblando al cristal de los balcones... (Federico
Atribución de cualidades humanas a
García Lorca)
seres inanimados.
SINESTESIA Cuando el silencio clarea se escuchan los oscuros presagios. (Mía
Atribución de las cualidades propias Couto)
de un sentido a otro. ¡Qué tranquilidad violeta! (Juan Ramón Jiménez)
Auditiva: “Desgrana la lluvia su límpido acento.” Miguel R.
Utrera (“Paisaje”)

Visual: “En el cénit azul, una caricia rosa”. Juan Ramón Jiménez

IMÁGENES SENSORIALES Táctil: “Muevo el cuerpo sobre la montura y me froto las manos
Son aquellas palabras que sugieren enguantadas. Los dedos me duelen de frío”. Carlos B. Quiroga
o evocan un sentido, por eso (”El viento blanco”)
pueden ser de tipo auditivo, visual,
táctil, gustativo y olfativo. Gustativa: “el sabor aún reciente de ese primer sorbo”. Marcel
Proust (En busca del tiempo perdido)

Olfativa: “sueño con el olor de un país” María Elena Walsh (“El


jardinero”)

Fuente: http://agrega.juntadeandalucia.es/repositorio/11032015/ff/es-an_2015031113_9132900/ODE-426a224a-1245-3c51-9582-
e0368a8960e7/14_recursos_expresivos_de_la_lengua_literaria.html

La musicalidad de los poemas

La musicalidad de los poemas es producto de la métrica y la rima.

Métrica. Dado que en muchas composiciones poéticas los versos tienen igual o similar cantidad de sílabas, se
crea un ritmo especial. Para medir un verso, es necesario tener en cuenta algunas reglas. Cuando una palabra
termina en vocal y la siguiente comienza en h o vocal, las sílabas se unen en una sinalefa. Por ejemplo:

Al contar las sílabas de cada verso se debe agregar una si la última palabra es aguda o monosílaba. En cambio,
se resta una sílaba si es esdrújula. Por ejemplo:

• Mañanita de San Juan, 7+1= 8 sílabas (Juan es monosílaba)


• La misma noche que hace blanquear los árboles 15-1 = 14 (árboles es esdrújula)
• Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos 14 sílabas (mismos es grave)
44
Rima. Es la presencia, total o parcial, de sonidos iguales a partir de la última vocal acentuada de cada verso. De
acuerdo con las coincidencias de estos sonidos, la rima puede ser:

• Consonante. Coinciden las vocales • Asonante. Solo coinciden las


y consonantes. Por ejemplo: vocales. Por ejemplos:

Desmayarse, atreverse, estar furioso, A A ella como hija de reyes,


áspero, tierno, liberal, esquivo, B la entierran en el altar, a
alentado, mortal, difunto, vivo, B a él como hijo de conde
leal, traidor, cobarde y animoso; A unos pasos más atrás. a

Cuando no hay coincidencia de sonidos en la finalización de los versos, se dice que hay rima libre o blanca.

Fuente: Indart, Ma. Inés y otros; LENGUA 2 - Prácticas del Lenguaje; Editorial Mandioca; Buenos Aires, 2011.

ACTIVIDADES:
• Lee los poemas que estañ a coñtiñuacioñ:

ROMANCE DEL CONDE OLINOS


De autor anónimo (siglo XVII)

Madrugaba el Conde Olinos, -¡No lo mande matar, madre;


mañanita de San Juan, no lo mande usted matar,
a dar agua a su caballo que si mata la conde Olinos
a las orillas del mar. juntos nos han de enterrar!
Mientras el caballo bebe -¡Que lo maten a lanzadas
él canta un dulce cantar: y su cuerpo echen al mar!
las aves que iban volando Él murió a la media noche;
se paraban a escuchar; ella, a los gallos cantar.
caminante que camina A ella, como hija de reyes,
olvida su caminar; la entierran en el altar,
navegante que navega y a él, como hijo de condes,
la nave vuelve hacia allá. unos pasos más atrás.
Desde la torre más alta De ella nace un rosal blanco;
la reina le oyó cantar: de él, un espino albar.
-Mira, hija, cómo canta Crece el uno, crece el otro,
la sirenita del mar. los dos se van a juntar.
-No es la sirenita, madre, La reina, llena de envidia,
que esa no tiene cantar; ambos los mandó cortar;
es la voz del conde Olinos, el galán que los cortaba
que por mí penando está. no cesaba de llorar.
-Si por tus amores pena De ella naciera una garza;
yo lo mandaré matar, de él, un fuerte gavilán.
que para casar contigo Juntos vuelan por el cielo,
le falta sangre real. juntos vuelan par a par.

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DESMAYARSE, ATREVERSE, ESTAR
FURIOSO De Lope de Vega (1609)

Desmayarse, atreverse, estar furioso, huir el rostro al claro desengaño,


áspero, tierno, liberal, esquivo, beber veneno por licor suave,
alentado, mortal, difunto, vivo, olvidar el provecho, amar el daño;
leal, traidor, cobarde y animoso;
creer que un cielo en un infierno cabe,
no hallar fuera del bien centro y reposo, dar la vida y el alma a un desengaño;
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, esto es amor, quien lo probó lo sabe.
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

POEMA 20 De Pablo Neruda (1925)


Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

PUEDO escribir los versos más tristes esta noche. Mi alma no se contenta con haberla perdido

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos". Como para acercarla mi mirada la busca.

El viento de la noche gira en el cielo y canta. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. La misma noche que hace blanquear los mismos
árboles.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,


Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

46
• Resolve las coñsigñas:

1) Ideñtifica el tema de cada poema.


2) Determiña el tipo de métrica y rima de cada uño de ellos.
3) ¿Hay eñtre estos poemas alguñ soneto, alguñ romance o alguño que ño sea ñi uña cosa ñi la
otra? Si es así, señala a que tipo perteñece cada uño.
4) Marca, al meños, ciñco (5) recursos poetico difereñtes eñ cada uño de ellos?

ÍNDICE

I. EL CUENTO REALISTA 2
II. CLASES DE PALABRAS: EL SUSTANTIVO 8
III. CLASES DE PALABRAS: EL ADJETIVO 9
IV. RELATO POLICIAL: SI MURIERA ANTES DEL AMANECER 10
V. NOVELA REALISTA: RELATO DE UN NÁUFRAGO 23
VI. TEXTO EXPOSITIVO: EL CINE 3D 24
VII. CUENTO FANTÁSTICO: “TWICE-TOLD “ ; “LA SOGA” 27
VIII. CIENCIA FICCIÓN: “ROBOT-MASA”; “EL RUIDO DE UN TRUENO” 31
IX. POESÍA: CARACTERÍSTICAS; SELECCIÓN DE POEMAS 42

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