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Cuent

os de
navid
ad
Luis Angel Huaracha
4ºA
INDICE
1. Prologo 4
2. El regalo de los reyes magos
6
3. Regalos de navidad
13
4. La historia se repite
16
5. Una navidad perfecta
19
6. Olga
25
7. Los regalos del niño Jesús
28
8. El nacimiento del niño Jesús
30
9. Jesús en la Navidad
34
10. Clara y el belén de Navidad
36
11. Un hueco en el belén
40
12. La pequeña Estrella de Navidad
43
13. ¡¡Feliz Navidad!!
47
14. El hombre de jengibre
48
3
15. Una lección para Jaime
49
16. El arbolito de navidad
50
17. Castañas pasadas por agua
52
18. Caos mágico
54
19. Cambio de planes
57
20. El niño descalzo
63
21. El niño Manuelito 68
22. La estrella que no perdió la fe 71

PROLOGO
Yo Luis Angel Huaracha les presento esta antología que
tiene como propósito el darles varias perspectivas que
tiene la navidad sin embargo todos tiene un tema en
común que es la unión que tenemos a dios ya sea la
representación como papa Noel o Jesús que todos
llevan a él.
Espero que les guste y entienda el verdadero sentido de
la navidad que es a lo que vamos.

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Dedicado a esas persona que quieren entender ese significado
de la navidad.

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El regalo de los reyes magos
Cuento de O. Henry

Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y


sesenta centavos estaban en peniques. Centavos
ahorrados de uno en uno y de dos en dos a base de
avasallar al tendero y al verdulero y al carnicero hasta
que las mejillas ardían por la silenciosa imputación de
parsimonia que implicaba ese trato tan cercano. Della
lo contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete
centavos. Y al día siguiente sería Navidad. Estaba claro
que no había nada que hacer más que dejarse caer en
el pequeño y destartalado sofá y aullar. Así que Della lo
hizo. Lo que instiga la reflexión moral de que la vida se
compone de sollozos, mocos y sonrisas, con predominio
de los mocos. Mientras la dueña del hogar va pasando
de la primera planta a la segunda, echa un vistazo a la
casa. Un piso amueblado a dólares por semana. No
mendigaba exactamente la descripción, pero
ciertamente tenía esa palabra al acecho de la brigada
de mendicidad. En el vestíbulo de abajo había un buzón
en el que no entraba ninguna carta, y un botón
eléctrico del que ningún dedo mortal podía sacar un
anillo. También había una tarjeta con el nombre de
“Mr. James Dillingham Young”. El “Dillingham” había
sido arrojado a la brisa durante un período anterior de
prosperidad, cuando su poseedor cobraba dólares por
semana. Ahora, cuando los ingresos se redujeron a
dólares, las letras de “Dillingham” parecían borrosas,
como si estuvieran pensando seriamente en contraerse
a una modesta y discreta D. Pero cada vez que el Sr.

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James Dillingham Young volvía a casa y llegaba a su
piso de arriba era llamado “Jim” y le abrazaba mucho
la Sra. James Dillingham Young, ya presentada a
ustedes como Della. Lo cual está muy bien. Della
terminó su llanto y atendió sus mejillas con el trapo de
polvo. Ella estaba de pie al lado de la ventana y miraba
apagadamente a un gato gris que caminaba una cerca
gris en un patio trasero
gris. Mañana sería el día de
Navidad, y ella tenía
solamente $. Con los cuales
comprar a Jim un regalo.
Había estado ahorrando
cada centavo que podía
durante meses, con este
resultado. Veinte dólares a
la semana no dan para
mucho. Los gastos habían
sido mayores de lo que
había calculado. Siempre lo
son. Sólo , dólares para
comprarle un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado
muchas horas felices planeando algo bonito para él.
Algo fino, raro y de buena calidad, algo que estuviera
cerca de merecer el honor de ser propiedad de Jim.
Había un espejo de muelle entre las ventanas de la
habitación. Tal vez haya visto un espejo alto de pared
en un piso de dólares. Una persona muy delgada y muy
ágil puede, observando su reflejo en una rápida
secuencia de tiras longitudinales, obtener una
concepción bastante exacta de su aspecto. Della,
siendo delgada, había dominado el arte. De repente, se
apartó de la ventana y se puso delante del cristal. Sus
ojos brillaban con intensidad, pero su rostro había
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perdido el color en veinte segundos. Rápidamente, se
soltó el pelo y lo dejó caer en toda su longitud. Había
dos posesiones de los James Dillingham Youngs de las
que ambos se sentían muy orgullosos. Uno era el reloj
de oro de Jim que había sido de su padre y de su
abuelo. La otra era el cabello de Della. Si la Reina de
Saba hubiera vivido en el piso de enfrente, Della habría
dejado colgar su pelo por la ventana algún día para que
se secara, sólo para depreciar las joyas y los regalos de
Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el conserje,
con todos sus tesoros amontonados en el sótano, Jim le
habría sacado el reloj cada vez que pasaba, sólo para
ver cómo se arrancaba la barba de envidia. Así que
ahora el hermoso cabello de Della caía a su alrededor,
ondulando y brillando como una cascada de aguas
marrones. Le llegaba por debajo de la rodilla y se
convertía casi en una prenda para ella. Y luego se lo
volvió a recoger nerviosa y rápidamente. Una vez vaciló
durante un minuto y se quedó quieta mientras una o
dos lágrimas salpicaban la gastada alfombra roja. Se
puso su vieja chaqueta marrón; se puso su viejo
sombrero marrón. Con un remolino de faldas y con el
brillo de sus ojos, salió volando por la puerta y bajó las
escaleras hasta la calle. Donde se detuvo, el cartel
decía: “Mme. Sofronie. Artículos para el cabello de
todo tipo”. Un tramo más arriba, Della corrió y se
recogió, jadeando. La señora, grande, demasiado
blanca, fría, apenas parecía la “Sofronie”. “¿Compraría
mi pelo?” preguntó Della. “Compro el pelo”, dijo
Madame. “Quítate el sombrero y echemos un vistazo a
su aspecto”. La cascada castaña se onduló hacia abajo.
“Veinte dólares”, dijo Madame, levantando la masa con
una mano practicada. “Dámelos rápido”, dijo Della. Y
las dos horas siguientes pasaron con alas rosadas.
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Olvídese de la metáfora de la prisa. Ella estaba
registrando los almacenes para el regalo de Jim.
Finalmente ella lo encontró. Seguramente había sido
hecho para Jim y para nadie más. No había otro igual
en ninguna de las tiendas, y ella les había dado la
vuelta a todas. Era una cadena de platino de diseño
sencillo y casto, que proclamaba adecuadamente su
valor sólo por la sustancia y no por la ornamentación
meretricia, como deberían hacer todas las cosas
buenas. Incluso era digna de la Guardia. En cuanto la
vio, supo que debía ser de Jim. Era como él.
Tranquilidad y valor: la descripción se aplicaba a
ambos. Le pidieron veintiún dólares por él y se
apresuró a volver a casa con los ochenta y siete
centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim podría estar
debidamente preocupado por la hora en cualquier
compañía. Por muy grande que fuera el reloj, a veces
lo miraba a escondidas debido a la vieja correa de
cuero que utilizaba en lugar de la cadena. Cuando
Della llegó a casa, su embriaguez dio paso a la
prudencia y la razón. Sacó sus rizadores y encendió el
gas y se puso a trabajar para reparar los estragos que
había hecho la generosidad sumada al amor. Lo que
siempre es una tarea tremenda, queridos amigos, una
tarea descomunal. En cuarenta minutos, su cabeza
estaba cubierta de rizos diminutos y apretados que le
daban un aspecto maravilloso de colegial ausente. Miró
su reflejo en el espejo de forma prolongada, cuidadosa
y crítica. “Si Jim no me mata”, se dijo a sí misma,
“antes de echarme un segundo vistazo, dirá que
parezco una corista de Coney Island. Pero qué podría
hacer… ¡oh! ¿qué podría hacer con un dólar y ochenta y
siete centavos?” A las siete en punto el café estaba
hecho y la sartén estaba en la parte trasera de la
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estufa caliente y lista para cocinar las chuletas. Jim
nunca llegaba tarde. Della dobló la cadena de la
lengüeta en su mano y se sentó en la esquina de la
mesa cerca de la puerta por la que él siempre entraba.
Entonces ella oyó su paso en la escalera lejos abajo en
el primer piso, y ella dio vuelta blanca por apenas un
momento. Tenía la costumbre de rezar pequeñas
oraciones silenciosas sobre las cosas más sencillas de la
vida cotidiana, y ahora susurró: “Por favor, Dios, haz
que piense que todavía soy bonita”. La puerta se abrió
y Jim entró y la cerró. Parecía delgado y muy serio.
Pobre hombre, sólo tenía veintidós años, ¡y tener que
cargar con una familia! Necesitaba un abrigo nuevo y
estaba sin guantes. Jim se detuvo dentro de la puerta,
tan inmóvil como un cazador al olor de la codorniz. Sus
ojos estaban fijos en Della, y había una expresión en
ellos que ella no podía leer, y la aterrorizaba. No era
ira, ni sorpresa, ni desaprobación, ni horror, ni ninguno
de los sentimientos para los que ella estaba preparada.
Simplemente la miraba fijamente con aquella peculiar
expresión en el rostro. Della se levantó de la mesa y
fue hacia él. “Jim, querido”, gritó, “no me mires así.
Me he cortado el pelo y lo he vendido porque no podía
pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Volverá a
crecer; no te importará, ¿verdad? Tenía que hacerlo. Mi
pelo crece muy rápido. Di “¡Feliz Navidad! Jim, y
seamos felices. No sabes qué regalo tan bonito y
agradable tengo para ti”. “¿Te has cortado el pelo?”
preguntó Jim, laboriosamente, como si no hubiera
llegado a ese hecho patente aún después del más duro
trabajo mental. “Lo corté y lo vendí,” dijo Della. “¿No
te gusto igual de bien, de todos modos? Soy yo sin mi
pelo, ¿no?” Jim miró alrededor del cuarto
curiosamente. “ ¿Dices que tu pelo se ha ido?” él dijo,
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con un aire casi de la idiotez. “ No necesitas buscarlo,
“ dijo Della. “Está vendido, te digo, vendido y
desaparecido, también. Es Nochebuena, muchacho. Sé
bueno conmigo, ya que fue para ti. Tal vez los cabellos
de mi cabeza estuvieran contados”, continuó con
repentina y seria dulzura, “pero nadie podría contar mi
amor por ti. ¿Pongo las chuletas, Jim?” Fuera de su
trance, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a
su Della. Durante diez segundos miramos con discreto
escrutinio algún objeto intrascendente en la otra
dirección. Ocho dólares a la semana o un millón al año,
¿qué diferencia hay? Un matemático o un genio te
darían la respuesta equivocada. Los Reyes Magos
trajeron regalos valiosos, pero eso no estaba entre
ellos. Esta oscura afirmación se iluminará más
adelante. Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo
y lo arrojó sobre la mesa. “No te equivoques, Dell”,
dijo, “sobre mí. No creo que haya nada en la forma de
un corte de pelo o un afeitado o un champú que pueda
hacer que me guste menos mi chica. Pero si
desenvuelves ese paquete puede que veas por qué me
has hecho pasar un mal rato al principio”. Dedos
blancos y ágiles rasgaron la cuerda y el papel. Y luego
un grito extasiado de alegría; y luego, ¡ay! Un rápido
cambio femenino a lágrimas y lamentos histéricos, que
hicieron necesario el empleo inmediato de todos los
poderes reconfortantes del señor del apartamento.
Porque allí yacían Las Peinetas: el conjunto de
peinetas, de lado y de espalda, que Della había
adorado durante mucho tiempo en un escaparate de
Broadway. Hermosas peinetas, de puro caparazón de
tortuga, con bordes enjoyados: el tono justo para lucir
en el hermoso cabello desvanecido. Eran peines caros,
lo sabía, y su corazón simplemente los había ansiado y
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anhelado sin la menor
esperanza de poseerlos.
Y ahora, eran suyas,
pero las trenzas que
deberían haber
adornado los codiciados
adornos habían
desaparecido. Pero ella
los abrazó contra su
pecho, y al final fue
capaz de mirar hacia
arriba con ojos tenues y
una sonrisa y decir: “¡Mi
pelo crece tan rápido, Jim!” Y entonces Della saltó
como una gatita chamuscada y gritó: “¡Oh, oh!”. Jim
aún no había visto su hermoso regalo. Ella se lo tendió
ansiosamente sobre su palma abierta. El metal precioso
y opaco parecía brillar con un reflejo de su espíritu
brillante y ardiente. “¿No es un encanto, Jim? He
buscado por toda la ciudad para encontrarlo. Ahora
tendrás que mirar la hora cien veces al día. Dame tu
reloj. Quiero ver cómo se ve en él”. En lugar de
obedecer, Jim se tumbó en el sofá, se puso las manos
bajo la nuca y sonrió. “Dell”, dijo, “guardemos
nuestros regalos de Navidad y conservémoslos un
tiempo. Son demasiado bonitos para usarlos ahora.
Vendí el reloj para conseguir el dinero para comprar
tus peines. Y ahora supongamos que te pongas las
chuletas”. Los Reyes Magos, como sabes, eran hombres
sabios -muy sabios- que llevaron regalos al Niño en el
pesebre. Ellos inventaron el arte de hacer regalos en
Navidad. Al ser sabios, sus regalos eran sin duda sabios,
y posiblemente llevaban el privilegio del intercambio
en caso de duplicación. Y aquí les he relatado, sin
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esfuerzo, la crónica de dos niños tontos en un piso que
sacrificaron muy imprudentemente el uno por el otro
los mayores tesoros de su casa. Pero como última
palabra para los sabios de estos días, digamos que de
todos los que hacen regalos, estos dos fueron los más
sabios. De todos los que dan y reciben regalos, ellos
son los más sabios. En todas partes son los más sabios.
Son los Reyes Magos.

REGALOS DE NAVIDAD
Autor. Pedro Pablo Sacristán

La Conferencia
de Regalos de
Navidad de
aquel año
estaba llena
hasta la
bandera. A ella
habían acudido
todos los
jugueteros del mundo, y muchos otros que no eran
jugueteros pero que últimamente solían asistir, y los
que no podían faltar nunca, los repartidores: Santa
Claus y los Tres Reyes Magos. Como todos los años, las
discusiones tratarían sobre qué tipo de juguetes eran
más educativos o divertidos, cosa que mantenía
durante horas discutiendo a unos jugueteros con otros,
y sobre el tamaño de los juguetes. Sí, sí, sobre el
tamaño discutían siempre, porque los Reyes y Papá
Noel se quejaban de que cada año hacían juguetes más

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grandes y les daba verdaderos problemas transportar
todo aquello…
Pero algo ocurrió que hizo aquella conferencia distinta
de las anteriores: se coló un niño. Nunca jamás había
habido ningún niño durante aquellas reuniones, y para
cuando quisieron darse cuenta, un niño estaba sentado
justo al lado de los reyes magos, sin que nadie fuera
capaz de
decir cuánto
tiempo
llevaba allí,
que seguro
que era
mucho. Y
mientras
Santa Claus
discutía con
un importante juguetero sobre el tamaño de una
muñeca muy de moda, y éste le gritaba
acaloradamente “¡gordinflón, que si estuvieras más
delgado más cosas te cabrían en el trineo!”, el niño se
puso en pie y dijo:
- Está bien, no discutáis. Yo entregaré todo lo que no
puedan llevar ni los Reyes ni papá Noel.
Los asistentes rieron a carcajadas durante un buen rato
sin hacerle ningún caso. Mientras reían, el niño se
levantó, dejó escapar una lagrimita y se fue de allí
cabizbajo…
Aquella Navidad fue como casi todas, pero algo más
fría. En la calle todo el mundo continuaba con sus vidas
y no se oía hablar de todas las historias y cosas

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preciosas que ocurren en Navidad. Y cuando los niños
recibieron sus regalos, apenas les hizo ilusión, y parecía
que ya a nadie le importase aquella fiesta.
En la conferencia de regalos del año siguiente, todos
estaban preocupados ante la creciente falta de ilusión
con se afrontaba aquella Navidad. Nuevamente
comenzaron las discusiones de siempre, hasta que de
pronto apareció por la puerta el niño de quien tanto se
habían reído el año anterior, triste y cabizbajo. Esta
vez iba acompañado de su madre, una hermosa mujer.
Al verla, los tres Reyes dieron un brinco: “¡María!”, y
corriendo fueron a abrazarla. Luego, la mujer se acercó
al estrado, tomó la palabra y dijo:
- Todos los años, mi hijo celebraba su cumpleaños con
una gran fiesta, la mayor del mundo, y lo llenaba todo
con sus mejores regalos para grandes y pequeños.
Ahora dice que no quiere celebrarlo, que a ninguno de
ustedes en realidad le gusta su fiesta, que sólo quieren
otras cosas… ¿se puede saber qué le han hecho?
La mayoría de los presentes empezaron a darse cuenta
de la que habían liado. Entonces, un anciano
juguetero, uno que nunca había hablado en aquellas
reuniones, se acercó al niño, se puso de rodillas y dijo:
- Perdón, mi Dios; yo no quiero ningún otro regalo que
no sean los tuyos. Aunque no lo sabía, tú siempre
habías estado entregando aquello que no podían llevar
ni los Reyes ni Santa Claus, ni nadie más: el amor, la
paz, y la alegría. Y el año pasado los eché tanto de
menos…perdóname.

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Uno tras otro, todos fueron pidiendo perdón al niño,
reconociendo que eran suyos los mejores regalos de la
Navidad, esos que colman el corazón de las personas de
buenos sentimientos, y hacen que cada Navidad el
mundo sea un poquito mejor…

LA HISTORIA SE REPITE

Autor. Marisa Alonso Santamaría

Era una tarde fría de diciembre. Cuando la pareja entró


en el pueblo empezaba a llover y se estaba haciendo de
noche. La mujer estaba embarazada y parecía muy
fatigada. Él se adelantó unos metros para buscar algún
sitio donde poder descansar.
- ¡José! – la oyó

gritar.
- ¡José, ya está aquí! – repitió – agachándose y
agarrando su vientre.
El hombre se dirigió a la primera casa que había en la
estrecha calle y llamó con urgencia; pero como nadie
abría, empujó la puerta con fuerza, que no ofreció

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resistencia y pasaron a lo que parecía el pajar de la
vivienda. María se tumbó en un hueco debajo de la
escalera. Estaba muy dolorida y miraba a José
temblando por el frío, y por el temor a que el
parto fuera mal.
El futuro padre, sin saber bien qué hacer, iba de un
lado hacia otro nervioso y preocupado, mientras una
mula, tumbada a
la entrada,
observaba toda la
escena. Antes de
que pudiera darse
cuenta, el llanto
de un niño se
escuchó en el
silencio de la
noche.
Un hombre y una mujer de mediana edad se acercaron
hasta allí al escuchar al niño llorar.
- ¡Oh! ¿Estáis bien? – dijeron al ver a los dos jóvenes
mirando al niño embelesados.
A los pocos minutos volvieron con ropa y pañales para
vestir al niño. El recién nacido, que lloraba de frío, al
sentirse abrigado y calentito, se calló y se quedó
dormido. Pronto corrió el rumor de lo que había
sucedido esa noche, y la gente del pueblo fue llegando
al pajar para agasajar con regalos a los padres
primerizos y dar la bienvenida al niño.
Les llevaron miel y sopas de pan con leche caliente
para que se recompusieran. También un vestido para
María y una manta para José. Todos les demostraban su
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cariño, mientras ellos sonreían muy agradecidos por
tanta ayuda.
María empezó a susurrar al oído de su pequeño
arrullándolo, mientras unos niños cantaban
alegres villancicos en la puerta.
- ¿Cómo se llama tu bebé? – preguntó un pastorcillo a
María.
- Jesús – respondió María, con cara de felicidad.
Alguien gritó entonces:
- ¡Dejad paso a los reyes!
Entonces se hizo el silencio y todos se pusieron a rezar.
La historia se repetía una vez más; llegaba la Navidad.

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UNA NAVIDAD PERFECTA
Autor. Pedro Pablo Sacristán

19
Claudio es un ángel tan generoso y tan dispuesto a
ayudar a los demás, que se olvida de sus propias
tareas. ¿Quieres saber qué le ocurrió? Claudio estaba
encantado con el reparto. De entre todas las cosas que
había que preparar para el nacimiento de Jesús, a él le
había tocado El altavoz. Y no era un altavoz
cualquiera, era el altavoz a través del cual se oirían
las voces de los
ángeles y del
mismo Dios
directamente
desde el Cielo
hasta la Tierra.
Para ser un
angelito normal
había tenido
mucha suerte,
porque la mayoría
de cosas
importantes se les
habían encargado
a los
impresionantes y
magníficos arcáng
eles y otros
ángeles de mayor
nivel. Pero como
todos sabían que Claudio, además de ser un angelito
encantador, era un loco de la tecnología, pensaron que
sería el más adecuado para inventar un aparato tan
complejo.
Claudio tenía en la cabeza mil ideas para el diseño, y
se puso a trabajar de inmediato. Pero cuando solo
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llevaba un ratito, apareció por allí Rafael, uno de sus
arcángeles favoritos.
- ¿Puedes echarnos una mano con el palacio, Claudio?
Necesitamos una puerta que se abra automáticamente
al paso de María y José.
- ¡Claro! – dijo tan dispuesto como siempre – Esto que
estoy haciendo puede esperar.
Varios días le llevó al angelito completar la difícil
puerta, y otros tantos más ir completando los muchos
inventillos que siguió pidiéndole Rafael. Pero el
resultado mereció la pena: construyeron un palacio
digno del mayor
de los reyes que
fuera a pisar la
tierra. Tanto,
que cuando no
miraba nadie,
los ángeles se
asomaban desde
el cielo para
poder
admirarlo.
Andaba Claudio
de regreso para
ponerse con su
altavoz, cuando el arcángel Miguel lo vio a lo lejos.
- Claudio, por favor ¿puedes ayudarnos con unos
retoques de vestuario? Queremos que cuando suenen
los cantos del coro los vestidos de quienes los escuchen
reluzcan con oro, piedras preciosas y luces de colores,

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y que las ropas de María, José y el Niño ondulen al
ritmo de la música.
- ¡Qué idea tan magnífica, Miguel! Eso quedará
estupendo. Voy enseguida a ayudaros.
Tardaron también varios días en completar todos
aquellos efectos de vestuario, pero no podían haber
hecho algo más bonito. Venían angelitos desde todos
los rincones del universo para contemplar aquella
maravilla y felicitar efusivamente a Miguel.
También Gabriel pidió a Claudio que le ayudara con los
efectos de luz y sonido para el coro celestial. Y luego
llegaron los querubines con sus mil peticiones, y otro
montón de ángeles de niveles superiores
con encargos tan importantes que Claudio no podía
dejar de ayudarles. Y todo quedó tan perfecto y
maravilloso, que los ángeles se felicitaban unos a otros
muy satisfechos y orgullosos, y esa misma noche, la
anterior al nacimiento, lo celebraron una gran fiesta.
Pero Claudio no pudo asistir, pues después de tantísimo
trabajo, recordó que su propio encargo, el
altavoz ¡¡aún no estaba ni empezado!!
Allí se quedó solo Claudio, trabajando a toda prisa en
su altavoz, oyendo de fondo la música de la fiesta.
Trabajaba con lágrimas en los ojos, sabiendo que no
iba a llegar a tiempo, y entonces apareció a su lado el
mismísimo Dios.
- Hola, mi querido Claudio, ¿qué haces aquí que no
estás en la fiesta?
El angelito, avergonzado, solo mostró su altavoz a
medio hacer y los ojos llenos de lágrimas.
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- Ya veo. Sé que estuviste ocupado ayudando a otros,
pero ¿no viene nadie a ayudarte?
- Bueno, están celebrando una gran fiesta y se lo
merecen- respondió Claudio-. Han trabajado mucho y
todo ha quedado magnífico. Además, no podrían
ayudarme, aunque quisieran, este invento es muy
complicado.
- Hmmmm- fue lo único que dijo Dios mientras daba
media vuelta. No parecía especialmente contento.
Claudio estaba aterrado. Sabía que solo llegaría a
tiempo si Dios decidiera ayudarle, pero se moría de
vergüenza de pedírselo. Como si leyera sus
pensamientos, Dios se volvió para decirle:
- Bueno, hazlo lo mejor que puedas. Pero, sobre todo,
que suene fuerte.
Claudio no tuvo tiempo. Era justo la hora cuando
terminó de unir todas las piezas, y llegó a su sitio por
los pelos, en el mismo momento en que Gabriel daba la
señal para comenzar. El coro aclaró sus voces y, por un
segundo, todos fijaron sus ojos en Claudio. El angelito
los cerró, dijo una oración, y encendió el altavoz a
toda potencia.
¡¡BOOOOOOM!!

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Una tremenda explosión sacudió el cielo, que se abrió
para dar acceso a la tierra y transmitir el canto de los
ángeles. Pero la fuerza de la explosión fue tan grande
que se extendió como un terremoto y un huracán sobre
la tierra, arrasando todo lo que habían preparado: el
palacio se vino abajo y solo quedaron los restos de
algunas paredes; el lugar apareció frío, incómodo,
sucio y desordenado, e incluso los bellos vestidos de
todos los que verían al
niño volaron por los
aires y quedaron
hechos unos trapos.
En unos segundos, lo
único que quedó de
todo lo que habían
preparado fueron las
voces del coro
celestial, y un destello brillante en el cielo, el del gran
altavoz que ardía lentamente. Nadie en el cielo se
atrevió a decir nada.
Solo miraban al avergonzado Claudio con pena y
decepción, avergonzados ellos mismos por haberle
dejado tan solo. Pero entonces nació el Niño, y en
lugar del llanto que todos esperaban, una alegre risa
inundó el cielo y la tierra. Una risa que se contagió a
todos, y que les hizo saber que Dios estaba encantado
con aquella preparación, mucho más pobre, pero hecha
por Claudio a base de ayudar a los demás olvidándose
de sus problemas.
Y como si esperasen que algo así fuera a suceder, los
tres arcángeles susurraron para sus adentros: ‘Este sí
que es el estilo del Señor. Todo ha salido perfecto’.
24
OLGA
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Autor. Marisa
Alonso
Santamaría

Siempre
había celebrado
las vacaciones
navideñas con
sus abuelos. Era
tradición reunirse toda la familia en la casa que tenían
en el pueblo. Comían cosas ricas, cantaban villancicos,
bailaban, reían y lo pasaban muy bien todos juntos. El
día de Nochebuena, a las doce de la noche iban a la
iglesia para asistir a la Misa de Gallo.
Cuando regresaban de adorar al Niño Jesús los esperaba
un chocolate caliente, turrones, higos, teatros, risas y
más villancicos; recordó Olga dibujando en su cara una
triste sonrisa. La noche de fin de año, los Reyes Magos.
La ilusión que sentía al entrar corriendo en aquella
habitación donde siempre había algún juguete tras la
cabalgata y deseó ser otra vez una niña pequeña.
Ahora todo era diferente. Hacía un año que sus abuelos
ya no estaban y a Olga, que acababa de cumplir
catorce años, ya no le gustaba la Navidad. Para colmo
su mejor amiga, Marina, se había ido a vivir a otra
ciudad unos días antes.
Entró en su habitación y se miró en el espejo. Se vio
flaca y desgarbada. ¡Cómo se iba a fijar Quique en

26
ella!, pensó. Se dejó caer desganada en la cama y se
puso los cascos para aislarse del mundo.
- ¿Me ayudas a poner el
Nacimiento? – le preguntó su
hermano pequeño, Guille,
cuando pasó a su lado.
- ¡No! Tengo que hacer cosas
– le contestó sin mirar al
pequeño y ver su cara
de desilusión.
- ¿Qué zapatos te gustan
más? – le preguntó su
hermana María señalando
una imagen de un catálogo
de revista.
- ¡Ahora no tengo tiempo
para esas tonterías! Me
tengo que ir – contestó.
Y Olga siempre andaba malhumorada en esos días. Se
pasaba horas en su habitación escuchando música sin
participar en la vida familiar.
- ¡Hija, siempre pareces enfadada! ¿Qué te ocurre? ¿No
te alegra estar de vacaciones? – le preguntó su padre.
Olga agachó la cabeza y salió de la habitación con
ganas de llorar.
- ¿Olga, qué te ocurre? – le preguntó su madre a la
mañana siguiente mientras cocinaba.
En los ojos de Olga asomaron dos gruesos lagrimones.

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- ¡Olga, hija! ¿Qué te pasa? – dijo su madre muy
preocupada.
Esta vez la niña dio rienda suelta a sus sentimientos y
se desahogó.
- ¡No me gusta la Navidad! ¡Ya no están los
abuelos! ¡Marina se ha ido a vivir fuera! ¡Ya nada es
igual! – le contó llorando atropelladamente, a su
madre. - ¡Y soy flaca y fea!
- Tienes razón, las cosas han cambiado – le dijo su
madre abrazándola fuerte.
- Todos echamos en falta a los abuelos. Sé el dolor que
te ha causado que Marina se haya ido – continúo
hablando – pero nosotros estamos aquí: Guille, María,
tu padre y yo. La mejor manera de recordar a tus
abuelos es seguir celebrando la Navidad como hacíamos
cuando estaban ellos. Ellos querían eso.
- Cuando comience el curso invitaremos a Marina a
pasar el fin de semana en casa, ¿quieres? – le dijo luego
para animarla-. ¡Ah!, y eres una jovencita preciosa.
Solo estás creciendo.

LOS REGALOS DEL


NIÑO JESÚS
Autor. Estefanía Esteban

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En una pequeña casa de madera, en lo alto de una
montaña de Alemania, vivía una humilde familia,
formada por un leñador, su mujer y sus dos hijos
pequeños: Valentín y María.
La familia apenas tenía para comer, menos aún ese
duro invierno. De hecho, ese día, el 24 de
diciembre, solo tenían cuatro rebanadas de pan para
cenar.
Afuera nevaba sin parar y hacía mucho frío y viento. Y,
a punto ya de comerse sus rebanadas de pan, alguien
llamó a la puerta.
Al abrir, se encontraron con un niño, que temblaba de
frío. Caminaba por la nieve con un abrigo muy ligero y
estaba muy delgado. ¡Tenía tanta hambre!
La familia no se lo pensó dos veces: le ofrecieron una
manta, ropa limpia y sus cuatro rebanadas de pan. Ese
día ellos se quedaron sin cenar.
El leñador salió a cortar un
abeto para tener más leña para
que no se apagara el fuego.
Acomodaron al pequeño, junto
a la chimenea, y se fueron
todos a dormir.
A la mañana siguiente, los niños
se despertaron sobresaltados al
escuchar el dulce sonido de un
arpa. Al entrar en el salón,
apenas podían creer lo que
veían:

29
El niño estaba de pie, vestido con una lujosa túnica
bordada en hilos de oro. Llevaba una corona en la
cabeza y estaba rodeado por ángeles.
El abeto, que el leñador había dejado tumbado junto al
fuego, estaba ahora de pie, erguido, con nuevas y
frondosas ramas, de las que colgaban infinidad de
manzanas, nueces y algún juguete para los niños.
Entonces se dieron cuenta: el niño, hambriento y
cansado era en realidad el niño Jesús, y ese fue su
regalo como recompensa por su gran generosidad.
Desde entonces, en todos
los hogares se coloca un
abeto, y se decora con
cáscaras de nueces
doradas y pequeñas
manzanas de cristal, que
recuerdan el acto
bondadoso de aquella
familia que apenas tenía
nada, en una fría noche de Navidad.

EL NACIMIENTO DEL
NIÑO JESÚS
Autor. Jennifer Delgado
30
Hace más de 2.000 años, María, una doncella judía
prometida con un carpintero llamado José, recibió una
noche la inesperada visita del arcángel Gabriel. El
arcángel era un enviado de Dios y traía un importante
mensaje para María. Le dijo que tendría un hijo al que
tendría que llamar Jesús, que sería hijo de Dios y que
reinaría para siempre. Sorprendida, María se preguntó
cómo podría ser posible si aún no estaba casada, pero
Gabriel le dio que confiara en Dios y que todo iría bien.
Tras esa extraña visita, María le contó lo sucedido a
José, su prometido, quien al principio tuvo dudas y
desconfió de María. Sin embargo, a la noche siguiente
un ángel se le presentó en sueños y le dijo que lo que
le había contado era cierto y que ese niño era hijo de
Dios. Al despertar José había despejado todas las
dudas, así que se armó de valor y le pidió matrimonio a
María para acompañarla durante todo el proceso y
recibir juntos al niño que estaba esperando.

31
Así, pasaron los meses viviendo
muy felices en Nazaret, una
pequeña ciudad situada en
Israel. Pero un día, cuando el
embarazo de María estaba ya
muy avanzado, llegó la noticia
a la ciudad de que todo el
mundo debía acudir a su
ciudad de origen por orden del
emperador romano César
Augusto a quien la ciudad
debía obediencia ya que
formaban parte del inmenso
Imperio Romano.
Así que el 24 de
diciembre María y José, a lomo
de una mula, partieron camino
a Belén, la ciudad en la que
debían personarse. Nada más
llegar a la ciudad María
empezó a encontrarse mal y se
dio cuenta de que el momento
del parto había llegado y que
el bebé ya estaba en camino.
José intentó encontrar sitio en
alguna posada, pero todas
estaban ocupadas.
Finalmente, llegaron a un
establo abandonado, donde
solo había un buey, pero José
ni corto ni perezoso hizo una
cama con paja para que María
se tumbara y pudiera dar a luz.

32
Y así, pocos momentos después nació el niño Jesús en
un establo con la única compañía de una mula y un
buey, su padre y su madre, la Virgen María, quien nada
más nacer lo colocó sobre un pesebre. Allí estaban los
padres junto a su hijo cuando al caer la noche vieron
aparecer en el cielo una estrella muy brillante, la más
brillante de todo el firmamento, que se situó justo
encima del lugar donde estaba al niño.
Mientras, un ángel se presentó a un grupo de pastores
que cuidaban de su rebaño a las afueras de la ciudad y
les dijo que no temieran, que venía a darles buenas
noticias porque en la
ciudad de David había
nacido el Salvador, al
que encontrarían
envuelto en un
pesebre. Los pastores,
sin
pensárselo, acudieron
al establo sobre el que
brillaba la estrella y se
postraron ante el niño
Jesús en señal de
respeto.
Muy lejos de allí, en
Oriente, tres sabios
astrólogos llamados Melchor, Gaspar y Baltasar, vieron
la estrella aparecer y supieron que significaba que un
nuevo rey iba a nacer, así que decidieron seguir la
estrella hasta su lugar de origen para adorar al nuevo
rey.

33
Al llegar a Belén no encontraban al niño, así que fueron
a preguntar al palacio del rey de la ciudad, el malvado
Herodes quien, al saber que un nuevo rey había nacido
y podía destronarle, les pidió a los Tres Reyes Magos
que, una vez encontraran al niño, se lo dijeran para
que él también pudiera ir a adorarle.

Finalmente, Melchor, Gaspar y Baltasar encontraron el


pesebre y se acercaron para rendir honores al niño
Jesús. Antes de salir habían llevado consigo un pequeño
obsequio para el recién nacido, así que aprovecharon
para darle al niño Jesús los regalos que habían traído
de tan lejos: oro, incienso y mirra. Cuando ya se iban,
decidieron salir de la ciudad sin pasar por el palacio a
decirle a Herodes donde estaba Jesús ya que no se
fiaban de él y suponían que iba a hacerle algo malo.
Herodes cansado de esperar noticias sobre el paradero
de Jesús y preocupado por el nacimiento del nuevo
rey, mandó matar a todos los niños recién nacidos de la
ciudad para evitar que alguno le destronara. Sin
embargo, antes de que los soldados pudieran llegar a
donde estaba el niño Jesús un ángel avisó a María y
José, quienes huyeron a tiempo de la ciudad. Cuando
Herodes murió volvieron a Nazaret y allí vivieron toda
la infancia de Jesús.
Por eso, según cuenta la Biblia el 24 de diciembre es
Nochebuena, la noche anterior al nacimiento de Jesús,
que se celebra el 25 de diciembre, la Navidad. Y la
noche del 5 de enero es la víspera de la llegada de los
Reyes Magos que, al igual que llevaron regalos al Niño
34
Jesús, hoy día siguen trayendo regalitos a todos los
niños que se portan bien para conmemorar el
nacimiento del hijo de Dios.

JESÚS EN LA NAVIDAD
Autor. Mónica Esparza Patiño

Jesús en la Navidad es un cuento espiritual de Navidad


de la escritora
Mónica Esparza
sugerido para
lectores de todas las
edades.
Se acercaba la
Navidad y
María armaba el
árbol y el
nacimiento con
mucha ilusión y
entusiasmo
poniendo todo a la
altura de tan
hermosa celebración.
Pero unos días antes de la Navidad ella le pidió al Niño
Dios del nacimiento, que cargaba entre sus manos que
le diera un hijo hombre y que fuera siempre muy
devoto de él.

35
El día de la noche buena todos estaban felices en la
casa escuchando villancicos navideños cuando María se
empezó a sentir muy rara, mareada y cansada.
Entonces supo que el Niño Dios la había escuchado y
que pronto nacería su pequeño hijo a quien llamaría
Cristian de Cristo.
La sorpresa fue grande cuando al nacer su hijo nació
con una belleza indescriptible, un niño que parecía un
ángel. El niño fue creciendo en la fe y de grande se
convirtió en cura y con los años en Cardenal.
Fue entonces que María recordó siempre en
Navidad que cuando uno le pide algo con fe al niño Dios
él siempre se lo cumple.

36
CLARA Y EL BELEN DE
NAVIDAD

autor. Pedro Pablo Sacristán

Clara era toda


una artista con los
belenes de
Navidad. Durante
todo el año
preparaba
bocetos,
materiales y
personajes para
que al llegar la
siguiente Navidad
su nacimiento fuera aún mejor que el del año anterior.
Y el año en que cumplía los 10 años, pensando en
aquello que cantaban los ángeles del Señor “Gloria a
Dios en las alturas...” preparó el belén más precioso
que uno pudiera imaginar. Diseño y fabricó unos
maravillosos trajes para la Virgen María y San José, y
37
una mantita bordada con hilo dorado para el Niño
Jesús. Decoró el establo con pequeñas joyas tomadas
de sus pendientes y anillos, y rodeó el pesebre de las
miniaturas más bellas que encontró. Hasta las figuritas
de los soldados de Herodes eran sombrías y
malvadas, tanto como humildes las de los pastores.
Posiblemente, no hubiera habido antes un belén tan
bonito y cuidado. Era tan especial y único, que había
sido propuesto para varios premios, incluido el gran
premio nacional al mejor belén.
Pero precisamente la mañana en que los jueces debían
visitarlo, Clara descubrió al levantarse la peor de las
tragedias: su obra maestra ¡estaba totalmente
destrozada! Y cuando la sangre le subía por las mejillas
y en su garganta nacía un grito de furia, Cuca, su
hermana pequeña, se acercó a su lado, tiró de su
camisón, y dijo toda sonriente:
- ¿Te gusta más así? ¡Lo he puesto preciosísimo! Cuca
ayuda a Clara.

38
¿Cómo gritar al angelito de Cuca, tan bonita ella, que
sólo había querido ayudar un poco? Clara miró lo que
quedaba de su belén: los vestidos de la Sagrada Familia
adornaban de cualquier forma a unos pastores y su
oveja; la preciosa
manta estaba a los
pies de la viejecita
del río; las plumas del
pesebre flotaban por
todas partes; torpes y
divertidas caras de
payaso eran ahora el
rostro de los malvados
soldados, y el grupo
de pastores que
dormía al raso se veía
embadurnado de
chocolate, en las más
acrobáticas posturas
que los pegajosos
dedos de Cuca, llenos
de saliva y golosinas,
habían permitido;
incluso las pequeñas
joyas y miniaturas de
Clara estaban
esparcidas aquí y allá:
decorando una
casucha, en el bolsillo
de una lavandera, o
en la olla de comida junto al fuego. Y grandes y
brillantes pegotes de color cubrían los montes y el cielo
de aquella Judea destrozada por la ingenuidad de
Cuca.
39
Dos grandes lágrimas rodaron en silencio por las
mejillas de Clara, sabiendo que ya nada se podía hacer.
Y allí se quedó, llorando, y pidiendo perdón a ese Niño
al que tanto quería y por el que tanto se había
preocupado. Pero entonces, al caer sus primeras
lágrimas sobre el Niño, vio cómo este saltaba contento
a atraparlas. Después le guiñó un ojo, sopló sobre sus
lágrimas y las lanzó de regreso a sus ojos, antes de
volver inmóvil a su sitio en el pesebre.
Y en sus ojos, aquellas lágrimas tocadas por el Niño
Dios fueron como unas lentillas que le mostraron todo
tal y como era en realidad. Y comprendió que ni el
Niño ni su familia querían los lujos ni las joyas, ni la
tristeza de los hombres, ni la oscuridad en el corazón
de los malvados, ni un mundo triste y sin color. Y que
precisamente por eso había venido al mundo.
Y sin dudarlo, y con una gran sonrisa de alegría, tomó
en brazos a Cuca, le dio el más largo y sonoro beso y
dijo:
- ¡Claro que sí, Cuca! Así está muchísimo mejor.

40
UN HUECO EN EL BELÉN
Autor. Pedro Pablo Sacristán

Simón era una pequeña figurita de plástico para poner


en cualquier esquina de un belén navideño. Había
nacido en una gran fábrica en china y ni siquiera estaba
muy bien pintado, así que siempre le tocaba estar lejos
del portal, rellenando cualquier hueco o dejándose
mordisquear por los niños de la casa. Pero quería
mucho al Niño, quien todos los días le miraba y sonría
desde el pesebre. Él solo soñaba con que algún año le
colocaran cerca del portal…
Una noche, poco antes de Navidad, María hizo llamar a
todo el mundo.
- Necesitamos vuestra ayuda. Está a punto de empezar
una gran guerra y Jesusito ha tenido que irse para

41
tratar de evitarla. Alguien tiene que sustituirle hasta
que vuelva.
- Yo lo haré - dijo un precioso angelito-. No creo que
sea difícil hacer de bebé.
El angelito ocupó su puesto en el pesebre, así que otro
angelito tuvo que ocupar el lugar que dejó vacío. A ese
otro angelito lo sustituyó un pastorcillo… y así muchas
figuritas tuvieron que cambiar sus puestos. Con los
cambios, Simón terminó haciendo de pastor, mucho
más cerca del portal de lo que le había tocado nunca.
Pero no salió bien. El angelito era precioso y lloraba
como un bebé, pero se notaba muchísimo que no era el
Niño. José tuvo que pedirle que se marchara y buscaron
otro sustituto. Nuevamente las figuritas cambiaron sus
puestos y Simón terminó aún más cerca del portal.
El nuevo sustituto tampoco supo imitar al Niño. Y
tampoco ninguno de los muchos otros que siguieron
probando durante toda la noche. Con los
cambios, Simón llegó a estar bastante cerca del portal.
Emocionado, ayudaba en todo lo que podía: cepillaba
los animales, limpiaba el establo, llevaba el agua,
charlaba con los ancianos, cantaba con los angelitos...
Lo hizo tan bien que, cuando por fin encontraron un
buen sustituto, María y José le dejaron quedarse por
allí cerca.
Era la más feliz figurita del mundo y solo una cosa le
intrigaba: había ido por agua cuando eligieron al
sustituto y no había visto quién era. Siempre que
miraba estaba cubierto por las sábanas y, como nadie
echaba de menos al verdadero Niño, Simón tenía la
esperanza de que fuera el mismo Jesús quien había
42
vuelto. Un día no pudo más y, aprovechando que era
temprano y todos dormían, miró bajo las sábanas…
Cuando sacó la
cabeza una enorme
lágrima rodaba por
su mejilla. María le
miraba
dulcemente.
- No está…
- Lo sé - dijo
María-. No hay
nadie. El sustituto
de Jesús no está en
la cuna. Eres tú,
Simón.
- Pero si yo solo soy
una figurita mal
hecha…
- ¡No estarás tan
mal hecha cuando
has conseguido que nadie se dé cuenta de que no
estaba! Mira, Simón, tú has hecho lo que mejor se le da
a Jesús: querer a todos tanto que se sientan
verdaderamente especiales ¿Verdad que lo sentías
cuando Él te miraba cada día? Y los demás lo sienten
gracias a ti.
Simón sonrió.
- Jesús me ha pedido que sigas guardándole el secreto.
Sigue buscando sustitutos como tú en cada pequeño
rincón del mundo, para convertirlo en un lugar mejor
43
¿Querrías seguir siendo el niño invisible de este
nacimiento?
¡Por supuesto que quería! Y así fue cómo Simón se unió
a la inmensa lista de gente que, como querría Jesús,
celebran la Navidad haciendo que su pequeño mundo
sea un poco mejor.

LA PEQUEÑA ESTRELLA
DE NAVIDAD
Autor. Pedro Pablo Sacristán

De entre todas las estrellas que brillan en el cielo,


siempre había existido una más brillante y bella que las
demás. Todos los planetas y estrellas del cielo la
contemplaban con admiración, y se preguntaban cuál
sería la importante misión que debía cumplir. Y lo
mismo hacía la estrella, consciente de su incomparable
belleza.

44
Las dudas se acabaron cuando un grupo de ángeles fue
a buscar a la gran estrella:
- Corre. Ha llegado tu momento, el Señor te llama para
encargarte una importante misión.
Y ella acudió tan rápido como pudo para enterarse de
que debía indicar el lugar en que ocurriría el suceso
más importante de la historia.
La estrella se llenó de orgullo, se vistió con sus mejores
brillos, y se dispuso a seguir a los ángeles que le
indicarían el lugar. Brillaba con tal fuerza y belleza,
que podía ser vista desde todos los lugares de la tierra,
y hasta un grupo de sabios decidió seguirla, sabedores
de que debía indicar algo importante.
Durante días la estrella siguió a los ángeles, indicando
el camino, ansiosa por descubrir cómo sería el lugar
que iba a iluminar. Pero cuando los ángeles se pararon,
y con gran alegría dijeron “Aquí es”, la estrella no lo
podía creer. No había ni palacios, ni castillos, ni
mansiones, ni oro ni joyas. Sólo un pequeño establo
medio abandonado, sucio y maloliente.
- ¡Ah, no! ¡Eso no! ¡Yo no puedo desperdiciar mi brillo y
mi belleza alumbrando un lugar como éste! ¡Yo nací
para algo más grande!

45
Y aunque los ángeles trataron de calmarla, la furia de
la estrella creció y creció, y llegó a juntar tanta
soberbia y orgullo en su interior, que comenzó a arder.
Y así se consumió en sí misma, desapareciendo.
¡Menudo problema! Tan sólo faltaban unos días para el
gran momento, y se habían quedado sin estrella. Los
ángeles, presa del pánico, corrieron al Cielo a contar a
Dios lo que
había
ocurrido.
Éste, despué
s de meditar
durante un
momento,
les dijo:
- Buscad y
llamad
entonces a la más pequeña, a la más humilde y alegre
de todas las estrellas que encontréis.

46
Sorprendidos por el
mandato, pero sin
dudarlo, porque el Señor
solía hacer esas cosas,
los ángeles volaron por
los cielos en busca de la
más diminuta y alegre de
las estrellas. Era una
estrella pequeñísima, tan
pequeña como un granito
de arena. Se sabía tan
poca cosa, que no daba
ninguna importancia a su
brillo, y dedicaba todo el
tiempo a reír y charlar
con sus amigas las
estrellas más grandes.
Cuando llegó ante el
Señor, este le dijo:
- La estrella más
perfecta de la
creación, la más
maravillosa y brillante,
me ha fallado por su
soberbia. He pensado
que tú, la más humilde y
alegre de todas las
estrellas, serías la
indicada para ocupar su
lugar y alumbrar el hecho
más importante de la
historia: el nacimiento
del Niño Dios en Belén.

47
Tanta emoción llenó a nuestra estrellita, y tanta
alegría sintió, que ya había llegado a Belén tras los
ángeles cuando se dio cuenta de que su brillo era
insignificante y que, por más que lo intentara, no era
capaz de brillar mucho más que una luciérnaga.
“Claro”, se dijo. “Pero cómo no lo habré pensado antes
de aceptar el encargo. ¡Si soy la estrella más pequeña!
Es totalmente imposible que yo pueda hacerlo tan bien
como aquella gran estrella brillante... ¡Que pena! Mira
que ir a desaprovechar una ocasión que envidiarían
todas las estrellas del mundo...”.
Entonces pensó de nuevo “todas las estrellas del
mundo”. ¡Seguro que estarían encantadas de participar
en algo así! Y sin dudarlo, surcó los cielos con un
mensaje para todas sus amigas:
"El 25 de diciembre, a medianoche, quiero compartir
con vosotras la mayor gloria que puede haber para una
estrella: ¡alumbrar el nacimiento de Dios! Os espero en
el pueblecito de Belén, junto a un pequeño establo."
Y efectivamente, ninguna de las estrellas rechazó tan
generosa invitación. Y tantas y tantas estrellas se
juntaron, que entre todas formaron la Estrella de
Navidad más bella que se haya visto nunca, aunque a
nuestra estrellita ni siquiera se la distinguía entre tanto
brillo. Y encantado por su excelente servicio, y en
premio por su humildad y generosidad, Dios convirtió a
la pequeña mensajera en una preciosa estrella fugaz, y
le dio el don de conceder deseos cada vez que alguien
viera su bellísima estela brillar en el cielo.

48
¡¡Feliz Navidad!!
Autor. Pedro Pablo Sacristán

Estaba una vez Dios haciendo limpieza en su querida


Tierra, y rebuscando entre las sobras del mundo
encontró una familia muy pobre, un par de angelitos,
algunos animales, cuatro pastores y una estrella
despistada. Y con esas cuatro cositas, decidió armarla
bien gorda una noche de diciembre, cuando ya todos
creían que aquel año iba a acabar como todos los
demás...
Pero como este cuento ya lo habéis oído mil veces, hoy
sólo quiero agradeceros a todos que sigáis ahí y
desearos de todo corazón: ¡¡FELIZ NAVIDAD!!

49
50
EL HOMBRE DE JENGIBRE
Autor. Rodríguez Palmes

51
Una lección para Jaime
Autor. Rodríguez Palmes

52
EL ARBOLITO DE NAVIDAD
Autor. Irene M. Avalos

Érase una vez, hace mucho tiempo, una isla en la que


había un pueblecito. En ese pueblecito vivía una
familia muy pobre. Cuando estaba próxima la Navidad,
ellos no sabían cómo celebrarla porque no tenían
dinero.
Entonces el padre de la familia empezó a preguntarse
cómo podía ganar dinero para pasar la noche de
Navidad compartiendo un pavo al horno con su familia,
disfrutando de la velada junto al fuego.
Después de mucho
pensar, él decidió que
ganaría algo de
dinero
vendiendo árboles de
Navidad. Así, al día
siguiente se levantó
muy temprano y se
fue a la montaña a
cortar algunos pinos.
Subió a la montaña,
cortó cinco pinos y los
cargó en su furgoneta para venderlos en el mercado.
Cuando solo quedaban dos días para Navidad, todavía
nadie le había comprado ninguno de los pinos.

53
Finalmente, decidió que, puesto que nadie le iba a
comprar los abetos, se los regalaría a aquellas personas
más pobres que su familia. La gente se mostró muy
agradecida ante el regalo.
La noche de Navidad, cuando regresó a su casa, el
hombre recibió una gran sorpresa. Encima de la mesa
había un pavo y al lado un arbolito pequeño.
Su esposa le explicó que alguien muy bondadoso había
dejado eso en su puerta.
Aquella noche el hombre supo que ese regalo tenía que
haber sido concedido por la buena obra que él había
hecho regalando los abetos que cortó en la montaña.

54
Castañas pasadas por
agua
Autor. Azucena Zarzuela

La señora Rabbit todos


los inviernos ponía su
puesto de castañas en el
mismo cruce de la aldea
Animaland. Era un
acontecimiento muy
esperado por todos,
porque era la señal que
anunciaba que en breve
llegaría Navidad.
A todos los pequeños les
gustaba rodear el puesto
de la señora Rabbit para
sentir el calor de la gran
estufa y ver cómo se
asaban las castañas sin
llegar nunca a
quemarse. Y a las cinco
de la tarde, siempre aparecía el señor Fox cargado con
los periódicos del día anterior, con los que la señora
Rabbit hacía divertidos cucuruchos para envolver sus
castañas.

55
Sin embargo, el domingo empezó a llover. Al principio
eran unas pocas gotas, pero poco a poco la lluvia fue
ganando intensidad. Los más valientes, que no querían
quedarse sin sus castañas, se acercaban al puesto bajo
sus paraguas. Pero cada vez los charcos eran más
grandes y apenas se podía ver con tanta lluvia.
Tanto llovió, que el agua destruyó el pequeño puesto y
la tormenta arrastró las castañas calle abajo dirección
al río. La señora Rabbit no sabía qué hacer para salvar
a sus castañas y tenía miedo que ese año la aldea
Animaland no tuviera unas navidades con castañas
calentitas. Preocupada y asustada, gritó pidiendo
ayuda.
El señor Bird, que volaba con su familia bajo el agua
para darse todo un buen baño, escuchó a la pobre
señora Rabbit. Por un momento se puso en el lugar de
la castañera y se dio cuenta de que necesitaba ayuda.
Si él se viera en esa situación, también querría que le
ayudaran. Rápidamente organizó a sus pequeños para
que, desde el cielo, no perdieran de vista el viaje que
habían emprendido las castañas.
Gracias a la ayuda del señor Bird y su familia, que
tuvieron controladas continuamente a todas las
castañas, el señor Fish pudo recuperarlas todas en el
río al conocer su posición exacta.
Las castañas estaban salvadas y entre todos
reconstruyeron el pequeño puesto de la señora Rabbit a
tiempo de celebrar la Navidad. ¡Qué importante es ser
solidario con tus vecinos!

56
Caos mágico
Autor. Azucena Zarzuela

Tan solo faltaba una


semana para la noche de
Navidad y aún quedaba
mucho trabajo por hacer.
En el Mundo de Fantasía se
seguían recibiendo cartas
con peticiones para Papá
Noel. Todos estaban dando
lo mejor de sí mismos, pero
el calendario marcaba en
rojo el día 25 de diciembre
y los nervios hacían pensar que no iban a llegar a
tiempo con todos los regalos empaquetados.
Mamá Noel vivía al borde de un ataque de nervios. Por
sus manos pasaban cientos de cartas a la hora; cartas
que ella debía distribuir entre duendes, enanos, hadas,
gnomos y elfos para que encontraran en el almacén
mágico el regalo solicitado. Después este sería incluido
en el saco mágico con el que Papá Noel surcaría el
cielo montado en el trineo que debía conducir el reno
Rudolf.

57
Todos estaban agotados, apenas tenían fuerzas. Todo
el Mundo de Fantasía estaba lleno de celofán de
colores, cajas de diferentes tamaños, cintas brillantes,
purpurina... ¡reinaba el caos! Las hadas apenas podían
revolotear ya que llevaban días, incluso algunas
semanas, sin dormir. Los enanos no recordaban un
trabajo tan duro, ni cuando en los cuentos tenían que
trabajar en la mina. Todos
empezaban a pensar que
los niños ya no sabían
imaginar, porque cada año
pedían más regalos.
Papá Noel sabía que no
podía decepcionar con
sus regalos a los más
pequeños de las casas. Así
que se le ocurrió una gran
idea. Reunió a todos los
habitantes de Mundo
Fantasía en la Gran Plaza
de los Sueños. Les hizo
mirar al cielo y proyectó
sobre las nubes las caritas de todos los niños del
mundo mientras se escuchaba la risa de estos.
Al instante las fuerzas volvieron a los duendes, enanos,
hadas, gnomos y elfos que rápidamente emprendieron
el trabajo navideño. Todos habían comprendido por
qué trabajaban tan duro. Y es que, la ilusión de un niño
es lo que mantiene vivo al Mundo de Fantasía, a ella le
debe su existencia.
Se dieron cuenta de por qué hay que fijarse siempre en
las pequeñas cosas, porque son los gestos más sencillos
58
los que más ilusionan. ¡Ahí radica la magia! ¡Ese el
verdadero espíritu navideño! Si los niños dejan de
imaginar y de soñar, la fantasía desaparecerá. Si todos

los niños mantienen siempre la ilusión, Papá Noel


acudirá a su cita navideña.
¡HO, HO, HO!

59
Cambio de planes
Autor. Marisa Alonso Santamaría

Era el día de Nochebuena y Carla y Daniel ya estaban


preparados cuando sus padres les avisaron para salir de
viaje hacia la casa
de sus abuelos, a
muchos kilómetros
de allí. Iban a pasar
las ansiadas
vacaciones
de Navidad con
toda su familia.
En la carretera, un extraño ruido empezó a sonar
repentinamente dentro del motor del auto. Decidieron
parar y buscar un taller para ver qué ocurría. Tuvieron
suerte, y encontraron uno en la misma carretera, a la
entrada de un pequeño pueblo junto a un
bonito bosque.
El mecánico, después de mirar detenidamente el
motor, les informó de que no dispondría de la pieza de
recambio necesaria para arreglar el coche hasta última
hora de la tarde, y que era peligroso seguir el viaje en
60
esas condiciones. Les dijo que, como un favor especial,
les arreglaría el coche en la mañana de Navidad y luego
les explicó dónde estaba un pequeño hostal para pasar
la noche.
Fueron a cenar pronto al albergue indicado (que ya
estaba decorado con
ambiente navideño),
atendido por una amable
señora. Tomaron una sopa
caliente que les supo
riquísima y después una
carne asada deliciosa y un
flan casero de postre.
Bien abrigados pasearon por
el pueblo. Todo el mundo
había salido a pesar del frío.
Carla y Daniel iban aburridos
protestando por la mala
suerte de haber caído en ese
pueblo tan
pequeño, mientras que sus
padres, se tomaron el contratiempo con buen humor.
En la plaza del pueblo encontraron un gran árbol de
Navidad y un bonito nacimiento a la puerta de la
iglesia. Jugaron con unos niños un buen rato y
quedaron con ellos para jugar al día siguiente después
de comer.
Asistieron a la misa de gallo, cantaron villancicos y
fueron a adorar al niño Jesús. Y aunque lo pasaron muy
bien, y vivieron la Nochebuena de una manera muy
especial, todos echaron en falta a sus abuelos esa
noche.
61
A la mañana siguiente fueron a dar un paseo por el
campo y vieron cómo se aproximaba un rebaño de
ovejas. El pastor alzó su garrote a modo de
saludo. Llevaba un pequeño cordero en sus brazos y se
lo dejó a Carla para que lo tomara en su regazo. Los
hermanos se turnaron para dar un biberón al recién
nacido. Aquel hombre les contó que todas sus ovejas
tenían nombre y que la oveja negra se llamaba Estrella.
Al corderito, aún sin nombre, le llamaron Lucero. Les
enseñó que había cabras también en el rebaño, y les
contó que los perros se llamaban Pipe y Pipo.
Pasearon luego por el pueblo en el que había
un ambiente muy navideño, y pasaron la mañana muy
entretenidos hasta la hora de comer.
- ¿Papá, podemos salir a jugar ya a la calle? - Dijo
Daniel cuando había terminado su postre.
- No me gusta que estéis solos por ahí - dijo enseguida
su madre.
- Aquí no corren ningún peligro, deje salir a los
chiquillos - dijo guiñando un ojo a los pequeños la
señora del hostal.
- Está bien, podéis salir un rato, pero no os alejéis -
dijeron los padres.
- ¡Sííí! - gritaron contentos Carla y Daniel. Se abrigaron
y salieron a la calle a buscar a Javier y Ana, los niños
con los que habían quedado la noche anterior.
Eran unos niños de edades parecidas a las suyas. Javier
tenía un largo flequillo que le tapaba los ojos y grandes
coloretes. Ana era la más pequeña, tenía el pelo rubio

62
ondulado y unos bonitos ojos azules. La niña
estaba tiritando por el frío.
- ¿Por qué no lleváis abrigos, no tenéis frío? - preguntó,
asombrada Carla al rato.
- Es que no tenemos - dijo Javier con la mayor
naturalidad.
Carla y Daniel se miraron incrédulos.
- ¿No tenéis abrigos? - dijeron a la vez.
[Leer +: Cuentos para niños de Rudolph el reno]
Fue entonces cuando se fijaron en cómo iban vestidos.
Los niños iban limpios, pero llevaban la ropa vieja y
desgastada y sus zapatos estaban rotos.
- Tenemos esta ropa, - dijo Ana señalando su jersey - y
otra por si nos ensuciamos. Mi padre no tiene trabajo y
debemos cuidar lo poco que tenemos.
- ¡Ah! - dijeron los hermanos sin poderlo creer. Ellos
tenían muchísima ropa en su armario y si se manchaba
o se rompía, les compraban más sin ningún problema.
Estuvieron jugando un rato más, pero empezaba a
nevar y se despidieron de sus amigos. Entonces Daniel
llevado por un impulso, se quitó el abrigo y dándoselo a
Javier le dijo:
- ¡Pruébatelo! - Javier vio que le quedaba perfecto y le
miró riendo y acariciando la prenda. Daniel también le
dio el gorro de Navidad, los guantes y la bufanda de
lana.

63
Carla, imitando a su hermano, se quitó también el
abrigo, los guantes y el gorro y se los puso a la pequeña
que, aunque le quedaba un poco grande sonrió feliz,
dejando de temblar por un momento.
- ¡Adióóós chicos! - se despidieron de nuevo - Nos
vamos a pasar las vacaciones de Navidad con mis
abuelos y corrieron al hostal en busca de sus padres a
resguardarse del frío.
[Leer +: Celebrar la Navidad con los niños]
- ¡Ya salíamos a buscaros! - dijeron los padres en la
puerta del hostal.
- ¿Dónde están vuestros abrigos? - preguntaron
extrañados.
Carla y Daniel empezaron a contarles atropelladamente
que habían conocido a unos niños que no tenían
abrigos y les habían dado los suyos.
- ¡No tenían abrigos! - repitió Carla haciendo una
mueca de dolor - ¡Ana tenía mucho frío! - insistió la
pequeña, temiendo la reprimenda.
- Cuando suceda algo así, debéis avisarnos a nosotros -
dijo su padre - ¡Menos mal que tenéis más ropa de
abrigo en la maleta!
Y en lugar de regañarles como los niños temían, les
abrazaron emocionados porque habían demostrado
tener un gran corazón y generosidad.
- Acaba de llamar el mecánico del taller - dijo el padre
- el coche está listo.

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Salieron del pueblo
justo unos minutos
antes de que llegaran
Javier y Ana con su
madre preguntando
por ellos. Estaban
muy agradecidos de
que les hubieran
dado la ropa que
tanta falta les hacía,
y se quedaron
callados mirando a la
carretera con la vista
perdida.
Después de contar
todo lo ocurrido a sus
abuelos y primos,
Carla y Daniel se
fueron a la
cama muy cansados.
Los dos niños
sonrieron en la
oscuridad antes de
dormirse recordando
a sus amigos, el
biberón que habían
dado a Lucero, el
cordero recién
nacido, y pensando
en el divertido día
que habían pasado
en ese pequeño
pueblo que al

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principio les había parecido tan aburrido. Siempre
recordarían ese bonito día de Navidad porque había
sido diferente.

El niño descalzo
Autor. Estefanía Esteban

Pierre era un niño francés muy pobre. No tenía


padres, así que vivía con una tía, una mujer muy
avariciosa y egoísta.

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Sin embargo, el
pequeño, a pesar
de no tener nada
y de no recibir
cariño de parte de
su tía, era
bondadoso y muy
generoso con los
demás.
La tía de Pierre
nunca le
felicitaba por
nada. Ni le daba
besos, ni
abrazos… ni
siquiera le
compraba zapatos.
Así que el pequeño
aprendió a trabajar
el arte de la
madera para tallar
unos zuecos con los
que podía caminar
sobre la fría nieve
en invierno.
El día de Nochebuena, Pierre estaba muy contento y
nervioso. Sabía que esa noche llegaría Santa Claus, y
pensaba poner sus zuecos junto a la chimenea para que
dejara allí los regalos, si es que recibía alguno.
Pero esa noche, al volver a casa después de hacer un
recado para su tía, vio en una esquina, tiritando de

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frío, a un niño muy pobre. Lo cierto es que no le
conocía, así que pensó que debía ser extranjero.
El niño estaba acurrucado al lado de una pared, junto a
una caja de madera con herramientas. Vestía una
túnica blanca, no tenía abrigo… ¡ni zapatos! El pequeño
estaba descalzo, y tenía los pies morados por el frío.
A Pierre le dio mucha pena ese niño, y le regaló uno de
sus zuecos, a pesar de que quería poner los dos para
Santa Claus junto a la chimenea.
La tía de Pierre se dio cuenta de que le faltaba uno de
los zuecos y le regañó:
– ¡Ya has perdido uno de tus zuecos! ¿Cómo eres
tan desastroso? Ahora querrás quitarme un tronco de
madera para tallarte otro. ¡Ni lo sueñes! ¡La madera
cuesta mucho dinero! ¡Esta noche vendrá el Tío
Latiguillo en lugar de Santa Claus!
Pierre se asustó mucho: el Tío Latiguillo llevaba carbón
a los niños que no se portaban bien en Francia. ¿Y si le
castigaban por haber dado aquel zueco al niño?
Pero a la mañana siguiente, el pequeño Pierre se llevó
una gran alegría: junto al zueco que había dejado al
lado de la chimenea, había un montón de regalos: un
abrigo, bufandas, ropa de lana, botas y unos zuecos
nuevos.
Pierre fue a la ventana para ver si aún podía ver a
Santa Claus para darle las gracias. A lo lejos, vio el
trineo de Santa Claus, que se alejaba. Junto a él,
sentado, también vio al niño al que la noche anterior
había regalado su zueco. Y de pronto se dio
cuenta: ¡Era el niño Jesús!
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El niño Manuelito
Autor. Estefanía Esteban
A Manuelito le encantaba jugar con los demás niños
pastores de Belén. Y de vez en cuando ayudaba a su
padre con las ovejas. Su familia vivía gracias a la lana
de estos animales. Todas las primaveras, la vendían en
los puestos del mercado.

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Una noche, Manuelito vio en el cielo una estrella
especial: era más grande y brillante que el resto. Ese
día, estaba jugando con sus amigos pastores, y les
preguntó:
– ¿Habéis visto esa estrella? ¿Por qué luce tanto?
– ¿No lo sabes? Unos ángeles acaban de anunciar que ha
nacido el niño Dios. Vamos a ir a verle, y le llevaremos
regalos. Yo le voy a llevar queso.
– ¿El niño Dios?- preguntó Manuelito-. ¿Dónde está? ¡Yo
quiero ir a verle!
– Dicen que está en el pesebre
del albergue – contestó el
pastor-, y que al pobre solo
pueden arroparle con la paja
del granero. Pero Manuelito, ¿y
tú qué regalo vas a llevarle? Si
tu familia es muy pobre. ¡No
tienes nada!
Manuelito se entristeció. Su
amigo tenía razón: su familia
era tan pobre que no tenía
nada para el niño Jesús. Pero
de pronto, se le ocurrió algo.

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Su amigo había dicho que el niño Jesús no tenía nada
para arroparse… Su padre le había enseñado a esquilar
ovejas. Así que se sentía capaz de hacerlo sin su ayuda.
Y sin que nadie le viera, se acercó a las ovejas de su
padre con unas tijeras de esquilar y les cortó toda la
lana que pudo. Las pobres ovejas tiritaban de frío, pero
Manuelito sonreía y se sentía muy pero que muy feliz.
– Eh, ovejitas, ¡mirad la manta tan hermosa que le voy
a hacer al niño Jesús
con vuestra lana!
Y Manuelito, que
también había
aprendido de su
madre a hilar la
lana, comenzó a
tejer una preciosa
manta. Cuando
terminó, sus padres
le encontraron ya
con la manta en las
manos. Miraron las
ovejas y
descubrieron lo que
acababa de pasar.
– ¡Pero Manuelito, hijo mío! ¿Qué has hecho? - dijo
llorando su madre-. ¿Cómo le has quitado la lana a las
ovejas en pleno invierno? Se morirán de frío y no
tendremos nada que vender en primavera.
– Mamá, es para el niño Jesús. Está desnudo- contestó
Manuelito decidido.

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El padre de Manuelito, al ver aquello, se enfadó
muchísimo.
– ¡Manuelito, sal de esta casa ahora mismo! ¡No quiero
ni verte! ¡Y estarás castigado durante una semana
entera sin jugar con tus amigos!
El pequeño Manuelito estaba muy, pero que muy triste.
Le dolía en el alma ver a su madre llorar y a su padre
tan enfadado. Pero no sabía que iba a ser tan malo
tejer una manta para el niño Jesús. Ya en la calle, fue
a buscar a sus ovejas y se fue con la manta hacia el
pesebre del albergue.
– Vamos, ovejitas, vayamos a conocer al niño Jesús.
Total, ya estoy castigado y no puedo entrar en casa.
Y Manuelito se fue caminando por la nieve hacia el
portal de Belén, con sus ovejas tiritando de frío y el
corazón apenado por lo que acababa de pasar.
Cuando ya estaba a mitad de camino, los padres de
Manuelito pensaron que tal vez habían sido demasiado
duros con él, y fueron a buscarle. Unos pastores le
indicaron por dónde se había ido. La madre de
Manuelito estaba muy asustada y quería encontrarle
cuanto antes.
Manuelito siguió la estela de la brillante estrella y de
los pastores que iban cargados de regalos para el recién
nacido. El pequeño seguía triste, sus ovejas sentían
mucho frío y él tenía las manos y los pies congelados
por la nieve.
El pequeño, después de mucho andar, por fin llegó al
pesebre. El portal estaba lleno de personas y muchos
niños que querían conocer al niño Dios. También pudo
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ver la imponente figura de tres reyes de Oriente, muy
altos y vestidos con lujosas ropas bordadas en oro.
Manuelito pidió que le dejaran pasar, pero apenas tenía
espacio. Entonces, escuchó llorar al pequeño Jesús, y
la dulce voz de su madre que decía:
– No te preocupes, mi niño, es una espina. Se te ha
clavado en el pie por culpa de la paja… Yo te ayudaré a
sacarla.
Manuelito entonces sintió un dolor intenso al escuchar
el llanto del pequeño. Le debía doler mucho esa
espina. Así que, con determinación, apartó a todos
y consiguió llegar hasta la primera fila. Se quitó un
zapato, se clavó una espina en el pie y dijo:
– Mira, Jesús, yo también tengo una espina clavada en
el pie. Ten mi zapato, te lo regalo. Y esta manta, para
que no pases frío. La he tejido con la lana de las ovejas
de mis padres, ¿sabes? Es muy buena lana. Vas a estar
muy abrigadito, y no te clavarás más espinas.
Y entonces sucedió algo increíble: Jesús de pronto dejó
de llorar, miró a Manuelito, que estaba con el pie
extendido y una enorme espina clavada en el dedo
gordo, y sonrió. Su rostro se iluminó tanto o más que la
estrella que anunciaba a todos el lugar en donde se
encontraba.

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El niño Dios miró entonces las ovejas de Manuelito, que
tiritaban de frío al estar peladas. Y se obró el milagro:
nadie sabe cómo, pero de pronto una luz cegadora
envolvió a las ovejas de
Manuelito, y todas ellas
recobraron su lana. Una lana
sedosa, espesa y de una
calidad fabulosa.
Todos miraron al niño Dios, y
se arrodillaron. Y en ese
momento llegaron los padres
de Manuelito, a los que todos
contaron lo que acababa de
pasar.
Los padres de Manuelito
abrazaron a su hijo, le pidieron perdón y se quedaron
un rato adorando al niño Dios.

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LA ESTRELLA QUE NO PERDIÓ
LA FE

Autor. Luis Angel Huaracha

Hola, me llamo Marcelino y les voy a contar mi historia


navideña.
Fue hace años cuando me paso esto, yo solo tenia 10
años cuando ocurrió ese suceso que marco a mi familia
y supongo que a muchas en esos años.
En ese momento no sabia tanto lo que pasaba en el
Perú sin embargo mis papas estaban muy preocupados
(era la hiperinflación en el Perú).
me recuerdo que le pregunte a mi papa:
¿Porque estaba tan preocupado?
El me respondió que todo estaba bien, pero yo no le
creí, porque se notaba que estaba mintiendo.
Bueno siguieron así los días hasta diciembre hasta que
notaba que había menos comida en la casa y mi madre
estaba muy preocupada y de la nada tocaron la puerta
era mi papa trayendo en sus manos una bolsa pequeña
de comida diciendo que era todo lo que pudo comprar
yo estaba enojado ya que tenia mucha hambre y solo
había esa comida al principio pensé que era una broma
pero no eso era lo único que había era medio kilo de
arroz y una o dos papas y un poco de verduras variadas.

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En la tarde Sali a jugar en una cancha de futbol con mis
amigos preguntándoles si comieron, pero ellos tampoco
comieron nada nosotros no entendíamos nada,
pensábamos que nuestros papas nos estaban mintiendo
y ellos se estaban comiendo toda la comida, que
pensamiento más equivocado.
Ya después de jugar futbol volví a mi casa y solo para
escuchar que mis padres estaban peleando yo no sabía
cuál era el problema, pero ni bien me vieron se
calmaron
Yo pensaba que
era mi culpa y me
puse a llorar
disculpándome si
era por mi
comportamiento,
mis papas se
disculparon
diciendo que no
era yo el
problema.
Yo les pregunte un poco lloroso, ¿porque están
peleando? Sin embargo, no me dijeron nada y solo me
llevaron a mi cuarto.
Ya en mi cama le pedí a Dios que se arreglen las cosas.
Pasaron dos semanas con lo mismo no había comida y
cada vez estaba más caro las cosas.
Solo faltaban unos días para navidad y estábamos así
que mi padre nos dijo que nos íbamos a ir de viaje yo
estaba emocionado ya que mi familia no era mucho de

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viaje, mi madre le pregunto que a
donde iban a ir si todo estaba caro
pero mi papa dijo que nos íbamos
con la abuela en la sierra.
Yo no conocía a la abuela solo
había fotos de ella a mi me daba
miedo esas fotos y de la nada mi
mama no quería decía que era muy
lejos pero mi papa le dijo que no
había otra opción ya que en lima
no había solución.
Así que nos fuimos a la casa de la
abuela con lo poco que teníamos.
Cuando llegamos nos acogió el
hermano de mi papa, abrazándolo,
le dijo que ya estaba en casa.
Cuando entré a la casa de abuela
me sorprendí ya que era muy diferente a las casas de
lima esta era mas grande y mas rustica y diferente ya
que había un gran patio verde en el que podía jugar
con mis primos y había muchas plantas, pero mis
primos me dijeron que eso era papa y otras verduras.
Ya era 24 de diciembre y era la cena cuando todos
fuimos a la mesa ahí estaba la abuela, pero la sentía
diferente a las fotos, no parecía una vieja renegona si
no una viejita tierna y dulce.
Ahí entendí que, aunque las cosas no nos favorecían ahí
estaba la familia para apoyarnos y como le pedí a dios

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Yo no sabía lo que iba a pasar después si iba a ser
bueno o malo solo dije gracias dios por no hacerme
perder la fe.

FIN

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