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Mariana Karol
“La sociabilidad no es ni un accidente ni una contingencia; es la definició n misma de la
condició n humana” (Tzvetan Todorov).
Este trabajo recupera algunos conceptos bá sicos elaborados desde el psicoaná lisis sobre la
constitució n subjetiva del niñ o, que nos permiten entender lo que está en juego en cada niñ o y
el importante lugar que ocupa la escuela. No se trata de hacer una transposició n de conceptos
que pertenecen a un á mbito teó rico específico, sino de “ponerlos a trabajar” para dar cuenta de
una realidad compleja como la escuela, que requiere una mirada mú ltiple. Sabemos de
la dificultad que significa aproximarse a un “lenguaje” propio de un cuerpo teó rico, en el
cual los conceptos adquieren una significació n distinta de la que les damos en el uso cotidiano,
pero pensamos que debemos hacer el esfuerzo de encontrarles sentido dentro de su propia
trama teó rica y que eso puede enriquecer nuestro aná lisis sobre las instituciones
educativas.
La pregunta por las condiciones de constitució n subjetiva de un sujeto, por las condiciones
mínimas y necesarias que permiten que un niñ o piense, fantasee, represente o
simbolice lleva implícita la siguiente afirmació n: no existe un sujeto dado desde los orígenes.
El bebé deberá pasar por un complejo proceso para constituir su psiquismo, es decir,
para transformarse en un sujeto cognoscente. La pregunta sobre lo que caracteriza a lo
estrictamente humano, sobre lo que nos hace ser algo má s que un cuerpo bioló gico, es muy
antigua y ha dado lugar a debates filosó ficos tan controvertidos como interesantes. Muchas
veces la literatura nos enfrenta con este tipo de interrogantes; es así como la producció n
literaria sobre los “niñ os ferales” u “hombres lobos” nos recuerda las preguntas clá sicas de la
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Ilustració n: la naturaleza del hombre, su diferencia respecto del reino animal, los criterios que
permiten identificar a la especie humana.
Como se sabe, los “niñ os ferales” son aquellos encontrados en los bosques, sin lenguaje, sin
palabra y alejados de los seres humanos. Es el caso de Víctor, “el salvaje de Aveyron”
encontrado en 1797 en los bosques de la Bassine francesa que, a principios del 1800, produjo
uno de los debates má s interesantes sobre el tema. Las posiciones antagó nicas fueron
representadas, por un lado, por Philippe Pinel, médico y filó sofo reconocido como uno de
los grandes renovadores de la psiquiatría, y por el otro, por Jean Itard, también médico y
especializado en la reeducació n de sordomudos, quien se dedicó durante casi 10 añ os a
trabajar con Víctor, nombre con el que él mismo lo bautizó . La polémica sobre el diagnó stico de
Víctor y las reflexiones que desencadenó ponen de relieve la pregunta por las
condiciones de constitució n de un sujeto, el papel del lenguaje, el lugar de lo social y las
creencias en dicho proceso.
En el momento en que Víctor fue capturado – uso esta palabra, que es la que está en la
bibliografía sobre el tema, ya que el adolescente fue expuesto en la plaza pú blica antes de que
volviera a escaparse al bosque, lugar donde después fue nuevamente capturado –, tenía
entre 12 y 13 añ os. Algunos informes de la época llegan a afirmar que podría alcanzar los 15
añ os. Desde un ser en estado de naturaleza pura hasta un desgraciado sin cuidados de la
humanidad, desde un salvaje hasta un sordomudo, el diagnó stico y las esperanzas puestas
en Víctor sobrepasaron la temá tica del diagnó stico para producir una discusió n má s filosó fica.
Pinel e Itard diferían en cuanto al diagnó stico, que para el primero era de “idiotez”. En un
informe realizado para la Société des Observateurs de l’ Homme, Pinel advirtió acerca de
las dificultades que podrían encontrar aquellos que creían que el caso era propicio para
estudiar el cará cter primitivo del hombre y para conocer las ideas y los sentimientos morales
que son independientes del estado social. La privació n absoluta de palabra que sufrió el
niñ o era uno de los obstá culos señ alados por Pinel.
El informe de Pinel concluye así: “Conocemos todos los demá s detalles sobre su vida desde que
comenzó a formar parte de la sociedad. Pero su discernimiento, siempre limitado a los objetos
de sus primeras necesidades, su atenció n, que só lo fija su vista en las sustancias alimenticias o
en los medios para conseguir un estado de independencia al que se encuentra muy
acostumbrado, la ausencia total de desarrollo adicional de los facultades morales en relació n
con cualquier otro objeto, ¿no muestran que debe ser considerado como los niñ os que
muestran idiotez y demencia, y que no existe ninguna esperanza fundada de obtener éxito
mediante una enseñ anza metó dica y duradera?” Con este diagnó stico, Pinel da su veredicto
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sobre el caso.
Para Itard las cosas eran distintas. É l rechazaba el diagnó stico de idiotez. Creía plenamente en
las posibilidades de “reeducar” a Víctor, pese a sus fracasos en esa empresa. Su tratamiento
“médico pedagó gico” no le dio grandes satisfacciones, aunque invirtió muchos añ os en él. A
pesar del empeñ o puesto en su reeducació n –registrado en sus Memorias –, Víctor no llegó a
adquirir el lenguaje hablado.
Lo que Itard llamara su “terapia moral”, o educació n de “El salvaje de Aveyron”, constaba de
cinco objetivos principales: vincularlo a la vida social, despertar su sensibilidad nerviosa
mediante estimulantes má s enérgicos, ampliar su campo de ideas creá ndole nuevas
necesidades y multiplicando sus relaciones, inducirlo al uso de la palabra a partir de la
imitació n y bajo la ley de la necesidad, y ejercitar las operaciones má s simples del espíritu.
Como señ ala Augusto Montanari, el nudo del concepto, la cuestió n estaba en la función
simbólica, que parece inaccesible a las posibilidades de Víctor. Como veremos má s adelante, la
escuela ocupa un lugar privilegiado en la vida de los niñ os para el despliegue de esta funció n,
en la medida en que oferta símbolos socialmente consensuados que permiten relacionarlos con
acciones, pensamientos o afectos que los niñ os tienen, de tal modo que puedan representarlos
para sí mismos y para los demá s.
Los escritos de ltard son interesantes y conmovedores. El vínculo que estableció con Víctor
mereció un artículo del psicoanalista francés Octave Mannoni en el que se trabaja la idea de
que ltard no podía advertir que cada peso de los hechos cuestionaba su saber, porque había
tomado a Víctor como una misió n. Esto le daba la certeza de que con él se podían hacer aú n
muchas cosas. Resulta interesante pensar la diferencia entre posicionarse, en el caso del
docente, como representante de un acervo cultural cuya tarea es la transmisió n de contenidos
y valores de un mundo pú blico, y creer en una “misió n”, con lo que se pierde el objetivo mismo
de la relació n docente-alumno.
Por supuesto que la conservació n del cuerpo bioló gico es condició n necesaria para la
complejizació n psíquica, pero no es condició n suficiente. El propio Spitz hace referencia al
estado de prematuració n e indefensió n del recién nacido del siguiente modo: “Una y otra vez
nos recuerda Freud que el lactante, durante este período de su vida, está desamparado, siendo
incapaz de conservarse vivo por sus propios medios. Todo aquello de que carece el infante, lo
compensa y lo proporciona la madre”. Esta observació n vuelve a hacer hincapié sobre
la imposibilidad estructural del recién nacido de sobrevivir sin la asistencia de Otro. Lo
escribimos con mayú sculas porque se trata de Otro peculiar, significativo, y no de cualquier
otro; Otro que no garantiza el éxito de su funció n por el lazo bioló gico con el bebé, sino por su
posicionamiento con respecto a él. De allí que lo diferenciemos de “otros” utilizando la
mayú scula, para remarcar su cará cter estructurante, ú nico y singular.
Respecto de la prematuració n del recién nacido, Silvia Bleichmar sostiene: “Los prerrequisitos
estructurales del cerebro son entonces, en mi opinió n, insuficientes para hacer sobrevivir al ser
humano. Estos prerrequisitos estructurales del cerebro só lo son soportes para la fabricació n
del sujeto humano tal como los conocemos en el interior de los vínculos libidinales con el otro”.
Veremos, entonces, qué otras vicisitudes deberá n producirse para que se constituya un sujeto
humano.
Es la posibilidad de que sobre ese cuerpo bioló gico se introduzca otro tipo de
“energía” la que obliga a ese psiquismo incipiente a hacer algo con ella, a intentar aliviar la
tensió n y el displacer que ese exceso de cantidades produce en su interior. Un “interior” que
aú n no tiene los recursos para decidir qué hace con ello. Esta energía tiene que ver con la
sexualidad, con la libido y la pulsió n. Cuando hablamos de sexualidad, lo hacemos en el
sentido psicoanalítico, diferenciá ndola de la genitalidad y haciendo referencia a un peculiar
tipo de energía libidinal que el Otro inscribe en el cachorro y que será condició n de posibilidad
de constitució n. Cuando hablamos de cachorro humano o de infans, como lo define Piera
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Aulagnier, es para dar cuenta de su posibilidad de devenir sujeto, pero también de su
incapacidad de estar dotado desde el origen, “por la naturaleza”, para serlo.
(O. Paz).
Los teó ricos han utilizado diferentes conceptos para dar cuenta de que no hay un sujeto desde
los orígenes, sino que éste será producto de complejos procesos de transformaciones
subjetivos que le permitan devenir sujeto. Trabajaremos, fundamentalmente, los
desarrollos de dos psicoanalistas que han producido teoría sobre el tema de los orígenes de la
constitució n subjetiva.
Por un lado, Silvia Bleichmar, quien se refiere al recién nacido como “cachorro humano” o
“cría humana”, en tanto posibilidad de lo humano y, por otro, Piera Aulagnier, que utiliza el
concepto de infans para dar cuenta de este estado de indefensió n originaria y de sus
posibilidades de estructuració n.
Es interesante esta idea de que só lo el “recuerdo” puede refigurar lo que hay de antiguo en lo
nuevo. La posibilidad de “recordar”, la “memoria” y hasta el olvido implican profundas
transformaciones psíquicas. Só lo puede “recordar” un sujeto, y hay cosas sobre las que ni
siquiera el sujeto puede recordar. A lo sumo, tendrá marcas, huellas de aquellas épocas
arcaicas de las cuales nada sabe sino por el “relato” y la construcció n que los otros
significativos puedan hacer sobre sus primeros tiempos. Esta consideració n nos
introduce en un tema fascinante y constitutivo en el sujeto, que es la posibilidad
de historizarse. Lo que Freud sostiene es que en la vida anímica no hay cortes
radicales ni sepultamientos absolutos de lo anterior, pero sí la condició n de que la
represió n opere sobre aquello que tiene que quedar reprimido en el inconsciente,
aquello que no es accesible a lo consciente y que pertenece a lo que Laplanche llama los
fondos del inconsciente”. Cuando hablamos de inconsciente aquí, hacemos referencia a uno de
los sistemas que Freud define como aquella parte del aparato psíquico cuyos
contenidos permanecen reprimidos y tienen vedado el acceso al otro sistema del
preconsciente-consciente.
Función materna
Decíamos que en los orígenes de la constitució n subjetiva se encuentra el Otro, como condició n
y como posibilidad. Este Otro que nutre, asiste, arrulla, mima, toca, abriga, habla, imagina a su
bebé, acompañ a el cuidado de sus necesidades bá sicas como só lo otro ser humano con una
subjetividad constituida puede hacerlo. En esta asistencia de lo autoconservativo, el “Otro”
introduce algo radicalmente distinto de lo bioló gico, que será el motor de la complejizació n
psíquica.
Es interesante resaltar algunas cuestiones nodales a las que Freud remite en esta cita. Por un
lado, este encuentro boca-pecho fundante, primario, destinado a quedar reprimido, y
por otro, la exigencia que produce lo que este encuentro provoca, esta “exigencia
libidinosa”. Sin embargo, no es la situació n de encuentro la que garantiza la circulació n de
lo sexual, sino la fuerza de intromisió n sexualizante ofrecida por la madre. Un pecho se
puede ofrecer al modo de un objeto y una mamadera puede ser acompañ ada por un conjunto
de condiciones que instalen en el cachorro una “vivencia de satisfacció n” que ponga a circular
lo sexual en el otro. Cuando Freud remite a esta exigencia libidinosa que se le presenta al alma
– alguna vez habló de “aparato del alma” para dar cuenta del aparato psíquico– nos permite
volver al tema de las cantidades que el Otro instaura en el cachorro ya la libido como la energía
de la pulsió n sexual.
Cuando hacemos referencia a estas cantidades en términos de “excitació n” cabe distinguir ésta
del concepto de estímulo. Entramos entonces de lleno en el concepto de pulsió n. Esta pulsió n
es efecto de la intromisió n sexualizante del otro, que se define en su origen como una
excitació n interna, constante, de la cual es imposible huir. Es justamente esta imposibilidad de
fuga lo que marcará su lugar en el origen de las verdaderas elaboraciones.
Esta violencia primaria presupone la asimetría radical que mencionamos antes. Se trata de
una violencia que só lo es legítima en un momento de la vida y que después pasa a ser
obturante en la posibilidad de un sujeto de crear sus propias significaciones. Al exceso de
violencia interpretativa se lo llamará “violencia secundaria”; es aquella que no cesa de
imponer su propia significació n, de violentar sentidos, y que atenta contra el funcionamiento
del Yo y de sus posibilidades de autonomía.
Función paterna
La funció n paterna es imprescindible en la constitució n subjetiva del niñ o. Al igual que la
materna, es una funció n simbó lica y no bioló gica. Con esto queremos decir que no
necesariamente la existencia de una “madre” o de un “padre” garantiza el ejercicio de la
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funció n, así como su ausencia en lo real no significa que no haya un efectivo ejercicio de ésta.
Debemos pensar la ley en su cará cter estructurante, ordenador y constitutivo del psiquismo.
Posibilitadora de la terceridad, la funció n paterna garantiza que el discurso materno
no emane de un poder abusivo, sino que se sostenga en un discurso social que lo avale. Dice
Piera Aulagnier: “En la estructura familiar de nuestra cultura, el padre representa el que
permite a la madre designar, en relació n con el niñ o y en la escena de lo real, un referente que
garantice que su discurso, sus exigencias, sus prohibiciones, no son arbitrarias y se
justifican por su adecuació n a un discurso cultural que le delega el derecho y el
deber de transmitirlas”. Podemos pensar que la escuela, por ser portadora de una legalidad
distinta de la del cerco familiar, por ser una institució n que posee sus propias reglas y
normativas, muchas veces opera en los niñ os con una funció n ordenadora y de Ley.
El yo y la significación
“El proceso secundario, es decir, la actividad de pensar como obra del yo (je), es un prodigioso
trabajo de interpretación operado sobre el conjunto de lo percibido”.(Piera Aulagnier)
La posibilidad de crear los propios enunciados presupone, por parte de la pareja parental y su
discurso, un acto de nominació n que le permita al niñ o “nombrar” el afecto sentido que, hasta
ese momento, carece para él de nominació n. Ese acto de nominació n por parte del sujeto es, al
mismo tiempo, un acto de enunciació n, de interpretació n y de auto denominació n de su yo.
La característica propia del yo es lo decible, porque para él todo se traduce en un “flujo
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pensante”. La pregunta a plantearse es có mo opera el pasaje de “afecto” a “sentimiento” por
medio de lo que la autora va a conceptualizar como lenguaje fundamental. ¿Quién define el
nombre de las vivencias? ¿Quién le dice a un niñ o que esto es la alegría, la tristeza, el amor, la
furia...? Aquellos significativos para él que van nominá ndole el conjunto de sus
manifestaciones; a su vez, no es arbitraria ni antojadiza la manera en la que estos otros
significativos nominan los afectos, sino que lo hacen de acuerdo con una ley preexistente que
liga un significante compartido a otros significados.
Así, cuando hablamos de tristeza, todos sabemos de qué estamos hablando. Sin embargo, un
sentimiento es ú nico y singular en cada sujeto. Aquello que es transmisible de la
tristeza lo es por la significació n compartida que todos tenemos del concepto, por las
características que le otorgamos, porque el acto del lenguaje le confiere un estatuto de sentido.
Dijimos que cuando un niñ o llora, ríe o protesta, la primera significació n vendrá del otro. Es
necesario que así sea. El niñ o podrá comenzar a ser su propio intérprete, su propio enunciante,
a partir de la adquisició n del lenguaje. Que lo incognoscible adquiera sentido será una
conquista inconmensurable. Este pasaje de nominació n del afecto es lo que Piera Aulagnier
llama sentimiento. El sentimiento, empero, es má s que un acto de enunciació n, es su
interpretació n. Dice la autora: “Lejos de reducirse a la designació n de un afecto, el sentimiento
es su interpretación en el sentido más vigoroso del término, que liga una vivencia
incognoscible en sí a una causa que se supone acorde a lo que se vivencia”.
Dice Piera Aulagnier: “La historia por la cual un sujeto se cuenta y se asume como tal exige, el
igual que toda historia, que el primer capítulo no sea una serie de hojas en blanco; a falta de
ello, el conjunto de las demá s correría el riesgo de que un día una palabra, al inscribirse, las
declarase pura falsedad. Su particularidad establece que ese capítulo só lo pueda escribirse
après coup y gracias a los testimonios de aquellos que pretenden saber y ser los ú nicos que
recuerdan lo que el autor ha visto, percibido, escuchado, en ese tiempo lejano en que se lo
escribió . 'Yo nací...';de ese primer momento, necesario para que exista la historia, el sujeto no
puede saber nada má s, como tampoco puede prescindir de ese saber: de ahí que tome
necesariamente prestado del discurso de los otros”.
El relato sobre el origen en la vida de un sujeto siempre está escrito “por una mano extranjera”,
relato constitutivo para que pueda existir un yo. Piera Aulagnier dirá que ese relato só lo puede
ser revelado a ese sujeto en constitució n por esos otros significativos, porque ese sujeto deberá
estar inscripto en una memoria que no es la suya.
La ausencia de este relato fundante deja al sujeto en formació n expuesto a graves peligros en lo
que respecta a las posibilidades de la constitució n de su yo.
Es la posibilidad de nominar, de interpretar los objetos del mundo, de dar
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significació n al “afecto sentido” lo que permite al yo su existencia. Apelamos otra vez al campo
de la literatura para pensar la relació n que existe entre relato e identidad. Dice Rosa Montero:
“Hay quien cree que la mú sica es el arte má s bá sico, y que desde el principio de los
tiempos y la primera cueva que habitó el ser humano hubo una criatura que batió las
palmas o golpeó dos piedras para crear ritmo. Pero yo estoy convencida de que el arte
primordial es el narrativo, porque, para poder ser, los seres humanos nos tenemos
previamente que contar. La identidad no es má s que el relato que nos hacemos de nosotros
mismos”.
Piera Aulagnier dice del proyecto: “El efecto del proyecto es tanto ofrecer al yo la imagen
futura hacia la que se proyecta como preservar el recuerdo de los enunciados
pasados, que no son nada má s que la historia a través de la cual se construye como relato”.
Muchas veces, quizá s intuitivamente o desde diferentes marcos teó ricos, hacemos referencia a
la socializació n, al lugar del grupo de pertenencia, al sistema de valores y creencias
con que el niñ o crece como si fueran momentos “segundos”, como si se pudieran observar
“objetivamente” sobre un sujeto que “ya es”. En cambio, desde esta otra perspectiva, el sujeto
puede constituirse só lo a partir de que lo social se inscribe en él, y a riesgo de adelantarnos un
poco, él se inscribe en lo social. ¿0 podríamos pensar lo social sin el conjunto de
sujetos que lo habitan, lo transforman, lo definen? ¿0 podríamos pensar a los sujetos sin estar
“habitados” por el conjunto de instituciones que componen lo social?
Dice Castoriadis: “Los individuos devienen lo que son absorbiendo e interiorizando las
instituciones; en cierto sentido, ellos son la encarnació n principal de esas
instituciones. Sabemos que esta interiorizació n no es en modo alguno superficial: los modos de
pensamiento y acció n, las normas y los valores, y, finalmente, la identidad misma del individuo
dependen de ella...”. El individuo social se constituye para Castoriadis en la medida en
que las cosas y los individuos sean para él significativos, pasibles de ser cargados
libidinalmente. Esto tiene que ver con el proceso de la sublimació n, que él considera como el
proceso de socializació n de la psique, con la sustitució n de objetos privados cargados
libidinalmente por objetos pú blicos que sean soportes de placer para el sujeto. El autor define
la sublimació n de lo siguiente manera: “Desde el punto de vista que aquí nos
interesa, la sublimació n es el proceso a través del cual la psique es forzada a reemplazar sus
objetos 'privados o propios' de carga libidinal (comprendida su propia imagen) por objetos que
son y valen en y por su institució n social, y convertirlos en 'causas', “medios' o 'soportes' de
placer para sí mismo”.
Silvia Bleichmar, como vimos, señ ala el lugar de la cultura como fundante en la estructuració n
psíquica. No es só lo la intromisió n sexualizante del Otro, sino que esa intromisió n se produce
en el marco de la cultura. La cultura no “contextualiza” al Otro, sino que lo define. Del
mismo modo, esta autora plantea que “el inconsciente no es un existente desde los
orígenes, sino que su fundació n es efecto de la represió n producto de las improntas de
cultura que el semejante instaura en el sujeto psíquico”.
En la asistencia que la madre brinda a su bebé se hacen presentes las marcos de su propia
subjetividad y de su medio sociocultural de referencia. De su sistema de valores y creencias, de
las ofertas de objetos del mundo exterior que realiza como valoradas o subvaluadas para abrir
la salida a un mundo exogá mico de ofertas sustitutivas.
Como vimos antes, la funció n paterna está muy comprometida en la oferta de objetos del
mundo social y de trozos de filiació n social para el niñ o. No se trata del valor “ideoló gico” de lo
que se oferte, sino de que “lo social” – entendiendo por ello el grupo social de pertenencia –
tengo la capacidad de garantizar este pasaje de objetos primarios y privados por objetos
pú blicos y compartidos.
Esta cita nos conduce a pensar varias cuestiones. Por un lado, lo que corresponde a la
continuidad de lo social y que creemos que no se reduce a una condena para el sujeto a
“repetir” idénticamente el modelo sociocultural, pero sí a una necesidad de transmisión sobre
lo social que torna estructurante y fundante para él. De lo que se trata es de la existencia
de un discurso que sostenga la necesidad de la continuidad de lo social, de sus
fundamentos.
Por otro lado, aparece la idea de “sustitució n” para el sujeto, la exigencia del
alejamiento de las figuras parentales como ú nicos y exclusivos referentes
identificatorios. El conocimiento será posible en la medida en que el sujeto pueda
alejarse de las figuras de base y encontrar en el discurso social objetos (cuando
hablamos de objetos nos referimos a ideas, emblemas o creencias) que le hagan posible
enunciar un proyecto futuro, y que éstos sean objetos de placer.
Hemos trabajado con anterioridad el concepto del yo en su cará cter de historizante, de auto
teorizante; el concepto de transmisió n es muy fecundo para pensarlo en relació n con el yo y su
tiempo historizado. Es muy interesante lo que este autor plantea, diferenciando lo que es
transmisió n de lo que es tradició n. El hecho de que los niños aprendan cuestiones
relacionadas con nuestra tradición cultural no significa necesariamente un acto de
transmisión, pues pueden resultarles ajenas en tanto no se inscriban en una genealogía
que les permita hacerlas propias.
Es necesario reflexionar sobre este mandato imposible asociado con la figura del maestro y
peligroso desde la constitució n subjetiva de los niñ os. No se trata de que la escuela
reproduzca lo primario, ni de que se redoblen las figuras parentales, sino de que ofrezca
otra cosa, distinta de la que oferta el grupo familiar, centrándose en su tarea específica.
Bleichmar define para el psicoaná lisis la problemá tica del conocimiento en el marco de las
relaciones que se puedan establecer entre lo inscripto primariamente en el sujeto y el objeto a
reconocer. Esta autora sostiene que lo que se ofrece como objeto no puede ser ni totalmente
idéntico a lo inscripto – nadie sale a la bú squeda de lo que ya tiene –, ni absolutamente
ajeno a lo que trae, ya que el sujeto carecería de recursos para aprehenderlo. En este
difícil equilibrio se inscribe la institució n escolar, entre la recuperación de la singularidad
y la transmisión de lo universal, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo conocido y lo desconocido.
En la misma línea del “contrato”, Aulagnier hace referencia a la necesidad de que el “discurso
del conjunto” mantenga un punto incuestionable, de certeza, referido al origen del modelo, que
llama “enunciado del fundamento”. Enunciado que garantice un nú cleo no cuestionable, un
discurso de protecció n frente a una interrogació n sin fin. Discurso que todo colectivo social
genera sobre su origen, sea un discurso mítico, sagrado o científico. Al igual que los sujetos
singulares, las sociedades se constituyen sobre el enunciado de su origen, desde la teoría de la
evolució n hasta la de los truenos o la de la divinidad.
Dice Piera Aulagnier: “Hemos visto que ocurre lo mismo con ese conjunto de
pensamientos mediante los cuales el sujeto piensa y habla la realidad humana que lo rodea.
Para que estas dos realidades sean pensables, decibles y comunicables a los demá s, es
necesario que el sujeto haya podido preservar esos puntos de certeza compartidos por todos,
ese fundamento de los enunciados que no son ni su creació n, ni el resultado de una
demostració n que podría repetir todas las veces que lo deseare, sino algo dado – impuesto por
el discurso de los demá s –, certezas que le permiten asegurarse de que se ha impuesto un
límite a un cuestionamiento ya una duda que deben hallar este punto de detenció n. En estos
términos yo había formulado una de las clá usulas de lo que había llamado el contrato
narcisista, firmado por el conjunto de los sujetos y el recién nacido, ese recién llegado que
viene a unirse a ellos”.
Sin embargo, si bien la autora expone posibilidades extremas para la ruptura del “contrato
narcisista”, nuestro desafío es volver a pensar en la modalidad en que se instaura y se
desarrolla. Entre la ausencia de ley en lo social y la descatectizació n por parte de la pareja
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parental del mundo social, la complejidad está en pensar y reflexionar en el interior de estos
má rgenes extremos.
La pregunta que hay que plantearse respecto de ese contrato invisible pero
fundante inscripto en cada sujeto, es de qué manera la institució n escolar facilita u obstaculiza
su establecimiento. No se trata de declarar su inexistencia, sino de recuperarlo asumiendo su
diversidad.
Para terminar, quisiera retomar una frase de Piera Aulagnier que nos permite
interpelar las características de lo social en su funció n de constituir sujetos y a los sujetos nos
coloca en el desafío de crear y reinventar nuevos emblemas en lo social. Dice la autora: “La
pregunta que le plantearemos al discurso cultural puede, entonces, formularse de la
siguiente manera: ¿cuá les son las referencias identificatorias que ese discurso,
inevitablemente, debe asegurar para que el yo (je) pueda preservar su funció n? ¿Qué
sucede cuando esas referencias son desinvestidas por el yo (je)?” No se trata só lo
de declamar la crisis de la significació n, sino de reinventarla, de recuperar viejos
sentidos, de dejar otros. Quizá no se trata de significaciones ú nicas, sino de mú ltiples
significaciones; el yo só lo puede constituirse a partir de una puesta de sentido sobre sí
mismo y el mundo que lo rodea. Las instituciones pierden su razó n de ser si no
está n sostenidas por la significació n que el conjunto les aporta, y así las crea.