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Naturaleza humana, sociabilidad y cultura

1. LA NATURALEZA HUMANA Y LA VIDA SOCIAL:

Una de las primeras y principales premisas sociológicas hace referencia al carácter funda-
mentalmente social del comportamiento humano. La consideración del ser humano como un
“animal social” es anterior a la sociología, pero con el nacimiento de esta disciplina esta afirma-
ción deja de ser puramente especulativa para tener un fundamento científico.
Dos frases con similar significado ilustran esta evolución. La primera, de Aristóteles, filósofo
griego del año 300 a.C., dice así: “El hombre encuentra su lugar entre los animales y los dioses
en tanto que zoon politikon1”. La segunda, de Durkheim, sociólogo francés del siglo XIX, sos-
tiene: “El hombre no es hombre más que porque vive en sociedad”.

1 Animal político.
Naturaleza humana, sociabilidad y cultura

Aristóteles considera que el ser humano (“el hombre”) es un animal político, es decir, un ani- mal
cívico cuya vida tiene sentido en la dinámica ciudadana, en la vida en sociedad. Sin embar- go, el
filósofo necesita encontrarle un lugar entre el mundo mítico de los dioses (para él, tan real como el
mundo humano) y el mundo natural. El ser humano no puede definirse de manera autónoma a los
animales y los dioses, ha de encontrársele un lugar entre los primeros y los segundos. Durkheim,
por el contrario, prescinde de ambos mundos para definir al ser humano: la existencia de éste sólo
puede identificarse dentro y desde la realidad social. De hecho la afirma- ción del sociólogo es mucho
más radical: no hay ser humano fuera de la sociedad.
Esto, llevado a sus últimas consecuencias, implica que, más allá de nuestra naturaleza bioló-
gica de Homo Sapiens, es la sociedad la que nos hace humanos. Se trata de un planteamiento que
pone en cuestión buena parte de los mitos que gobiernan nuestra existencia: el mito de la “natu-
ralidad” de ciertos comportamientos o de ciertas divisiones sociales (como las basadas en las
diferencias biológicas). La mayoría de la gente considera que buena parte de su conducta es
natural, especialmente en lo que se refiere a aquellos aspectos en los que interviene la biología:
las relaciones sexuales, la alimentación, etc. O se piensa, por ejemplo, que las diferencias entre
hombres y mujeres son básicamente naturales, puesto que se trata de sexos distintos. La pers-
pectiva sociológica desmiente radicalmente estos mitos y desvela cuánto hay de intervención de
la sociedad en estas supuestas realidades naturales: lo condicionadas que están nuestras prefe-
rencias y conducta sexual y alimentaria por la educación recibida, lo variables que son los mode-
los de hombre y mujer en las distintas sociedades, de modo que resulta difícil saber cuál es el
“verdadero”.
En consecuencia, si la sociedad es la que “fabrica” al individuo, nada hay de natural en nues-
tra conducta. Todo es aprendido, “artificial”. Los seres humanos somos sociables en un doble
sentido. Por una parte, lo somos en la medida en que nuestra dependencia de los demás huma-
nos es muy intensa. No sólo es material, sino también afectiva. Por otra parte, nuestra sociabi-
lidad se manifiesta en la dependencia de la sociedad para modular nuestro comportamiento.
Estas últimas afirmaciones tienen una base científica consolidada. El estudio riguroso de la
vida humana en sus distintas dimensiones permite afirmar que, efectivamente, la naturaleza
humana está determinada básicamente por la sociedad. Y esto es así, aunque pueda parecer una
paradoja, porque el ser humano está genéticamente diseñado para depender de la misma. La
evolución biológica del ser humano desde sus antepasados remotos implica una progresiva
autonomía de los instintos y una creciente necesidad de patrones sociales para orientar su com-
portamiento. Somos sociables, por así decirlo, “por naturaleza”.

1.1. El caso de los niños aislados

¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿Acaso es nuestra forma humana? ¿Cuánto hay de bio-
lógico y cuánto de social –o, dicho de otro modo, cuánto de innato y cuánto de adquirido– en
el comportamiento de un ser humano? Para responder a esta cuestión de manera fehaciente
sería necesario llevar a cabo lo que conocemos como el “experimento prohibido”: habría que
aislar a un bebé desde su nacimiento y comprobar qué tipo de evolución experimenta.
Obviamente, este tipo de estudio no es posible.
Naturaleza humana, sociabilidad y cultura

Los casos de niños aislados que se llevan documentando desde hace al menos dos siglos
tienen otro origen: el abandono o encierro por parte de los progenitores, bien sea por causa de
catástrofes o guerras o por otras razones (como pensar que se tiene un hijo discapacitado). Dado
lo dramático de las circunstancias del aislamiento (en no pocas ocasiones acompañado de algún
tipo de maltrato) es necesario tomar estos casos con prudencia. Pero por ello no deja de ser un
material de gran interés para analizar el papel de la sociedad configuración de la naturaleza
humana. Dos casos muy conocidos, el de Víctor, “el niño salvaje de Aveyron”, y el de Genie, se
presentan a continuación.

1.1.1. Víctor, “el niño salvaje de Aveyron”

Víctor es el nombre supuesto para un niño que fue encontrado en 1800 en un bosque en
Francia. Aparentaba tener unos diez o doce años, pero era incapaz de hablar: sólo emitía
chillidos. Defecaba allí donde le parecía y no podía llevar ropa y zapatos. Víctor era incapaz de
reconocerse en un espejo y parecía insensible al frío y el calor extremos.
El niño fue puesto al cuidado de Jean Itard, un joven médico que se propuso “civilizar” a
Víctor, enseñándole el lenguaje, hábitos, vistiéndole y calzándole. El éxito fue relativo: el niño
pudo comprender muchas palabras y de asumir algunos hábitos, como el de llevar ropa. Pero
nunca llegó a desarrollar completamente el lenguaje, ni a adaptarse a la sociedad de su tiempo.
Murió, a los 40 años, internado en una institución para sordomudos (Giddens 1993, 94- 95).

1.1.2. Genie

Genie, en inglés, significa “genio”. Sus cuidadores le pusieron este nombre supuesto porque
salió de la nada, como de una botella o de una lámpara mágica, el 4 de noviembre de 1970. Fue
encontrada en su casa atada a una silla con orinal por trabajadores sociales. Su padre había deci-
dido cuando nació que era retrasada y la aisló en una habitación. Apenas tenía otro contacto con
su familia que para comer y ser aseada.
Cuando fue localizada la niña apenas podía andar y a sus trece años pesaba apenas veinte
kilos. Mostraba una indiferencia total hacia los demás y no sabía hablar. Tampoco era capaz de
controlar sus esfínteres. Escupía constantemente.
Genie fue internada en un hospital y sometida a un intenso programa de aprendizaje por
parte de un equipo muy cualificado de especialistas (lingüistas, psicólogos, médicos) que inten-
taron sacarla de su aislamiento y ayudarla. Durante los primeros años realizó grandes progre-
sos en su aprendizaje: fue capaz de ampliar de manera importante su vocabulario, aprendió el
lenguaje de los sordomudos, desarrolló varias relaciones afectivas con miembros del equipo.
Pero al cabo de cuatro años de tratamiento este progreso se ralentizó. Las disputas entre los
especialistas que la trataban por la dirección que debía llevar el trabajo y las querellas entre la
madre y el hospital que la trataba, que acabaron con el regreso de la niña con su progenitora,
complicaron aún más su aprendizaje. Genie vive hoy en un hogar para adultos discapacitados
mentales (Giddens 1993, 95- 96).
1.1.3. Conclusiones

Es necesario ser cautelosos a la hora de apuntar conclusiones definitivas en casos como estos, puesto que el
aislamiento no se ha producido sin la concurrencia de otros factores con- dicionantes –pensemos en los malos
tratos recibidos con seguridad por Genie–. Esto condicionó, sin duda, las posibilidades de aprendizaje posterior
de ambos. Sin embargo, hay un hecho claro que nos permite avanzar en nuestra reflexión: los niños aislados
no han tenido una infancia humana. Sus condiciones de vida (ya sea al aire libre, como en el caso de Víctor, o
encerrada en su propio domicilio, como en el de Genie) se caracterizan por una casi total ausencia de con-
tacto con humanos. No han podido interiorizar ni desarrollar lo que para cualquiera de nos- otros, a la edad
en que fueron encontrados, sería algo perfectamente “natural”: el lenguaje con sentido gramatical, hábitos y
pautas de conducta que regulen su vida, una dependencia afectiva de los demás, unos valores respecto a lo
que está bien o mal… Por no hablar de los conoci- mientos que cualquier niño o niña tiene a los 10 ó 12 años.
Todos estos rasgos característicos del comportamiento humano necesitan ser aprendidos, y en el caso de no
hacerlo, no se desarro- llan de una manera espontánea. No están en nosotros al nacer, sino fuera, en el mundo
social. Nos son transmitidos a lo largo de años de manera tan cotidiana que nos parecen naturales.

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