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Mariano Fernández-Enguita
Complutense University of Madrid
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Mariano F. Enguita
157
CIS )]((]
Siglo Veintiuno
de España
Centro de Investigaciones Sociológicas Editores,sa
COLECCIÓN ·MONOGRAFÍAS•, NÚM. 157
INTRODUCCIÓN.......................................................................................... IX
REFERENCIAS............................................................................................... 105
1
1
1
1
INTRODUCCIÓN
l Schumpeter, 1954:62-63.
Dos discíplinas, dos caminos 3
1
'Stinchcombe, 1986b: 4-5.
'Swedberg, !990a: 265.
Dos diJciplinas, dos cmmitos 5
los motivos de las acciones que observa, es decir -lo que, según Ma-
chado, es más difícil-, en estar a la altura de las circunstancias. Extre-
mando el contraste se ha dicho que una y otra profesión se caracterizan,
respectivamente, por sus modelos limpios y sus manos sucias. 8 De ahí
que la economía privilegie el análisis, los métodos formales, la matemati-
zación, mientras que la sociología se reparte entre un conjunto de méto-
dos distintos, incluidas la comparación sincrónica (el método compara-
tivo en sentido limitado) o diacrónica (histórica).''
Uno de los principales reproches no sólo de la sociología, sino tam-
bién desde el mundo práctico de la economía, en particular de la admi-
nistración de empresas, a la ciencia económica es precisamente su ten-
dencia a desligarse de los datos empíricos. Van Mises veía ahí la
fortaleza de la disciplina, en el hecho de que «sus teoremas concretos no
son susceptibles de verificación o falsación alguna en terreno de la expe-
riencia», por lo cual no estarían sometidos a otro tribunal que el de la ra-
zón.10 Para otros economistas, sin embargo, «el entusiasmo acrítico por
las formulaciones matemáticas» era y es más bien un azote de la profesi-
són.u En un lugar intermedio, es una posición bastante común la que
parece seguir el proverbio chino que un ilustre político español importó
entusiasmado hace pocos años: gato blanco o gato negro, lo importante es
que cace ratones~ que podría resumir la idea de quienes suponen que
nada importa que los supuestos de la teoría tengan mucho o poco
que ver con la realidad si se muestran útiles a la hora de hacer prediccio-
nes (lo que suele llamarse la tesis instrumentalista, o de la irrelevencia de
los supuestos). 12 El reproche inverso ha sido hecho desde la economía a
la sociología: su incapacidad para predecir y su tendencia a las teoriza-
dones ad hoc. También en este caso, no obstante, podemos encontrar
voceros de esta crítica en la casa propia, sin necesidad de cruzar al otro
lado de la calle. Merton, por ejemplo, criticó incesantemente la tenden-
cia de la sociología a recurrir a las hipótesis post factum, de <<bajo nivel
probatorio». 13
1
Gedc, 1951.
2
Citado por Nisbet, 1980:350.
lndmtria, ecrmomfa y sociedad 7
1
Saim -Simon, 1820: 17.
' Nisbct, 1980' 358·59.
l Comte, 1830-1842: §57; recogido en Iglesias, Aramberri y Zúñiga, 1980:385-86.
6
Spenccr, 1876.
8 Marimro F. Enguüa
w Durkheim, 1893:416-19.
11 Durkhcirn, 1912:213 el passim.
Industria, economía y sociedad 11
ron así, aunque sin usar la expresión, dos autores que, si bien no pueden
ser considerados sociólogos en modo alguno, no por ello han dejado de
tener, a través de su influencia política directa, una fuerte influencia teó-
rica indirecta sobre la sociología. Me refiero a Lenin y Luxemburg, cuya
idea del imperialúmo como fase superior -y final- del capitalismo gira
en torno a la convicción de que la acumulación de capital encuentra
límites insuperables en las fronteras nacionales que fuerzan a la clase ca·
pitalísta a buscar nuevos mercados fuera de las mismas (Lenin) y arra·
san do los sectores periféricos restantes en su interior (Luxemburg). 12 La
economía marxista posterior, en particular la economía política) insistió
sobre la idea de la creciente inestabilidad, la decreciente rentabilidad y
la menguante racionalidad del capitalismo, bajo denominaciones como
capitalismo monopolúta, 13 capitalismo monopolista de Estado, 14 neocapi-
talismo15 o, de nuevo, capitalismo tardío. 16 Llama la atención cómo cierta
versión de esta idea ha ganado adeptos entre autores caracterizados por
una oposición frontal al marxismo pero que, al mismo tiempo, son pro-
fundos conocedores de la obra de Marx y reconocen en ella una buena
caracterización de la sociedad de su época, a la vez que participan de su
fascinación ante el ímpetu del capitalismo victoriano. Es el caso, creo
que puede afirmarse, de Schumpeter y Bell. El primero, que no tuvo
nunca empacho en declararse prosaicamente partidario del capitalismo
(el sistema es tremendo pero produce riqueza, que es de lo que se trata)
y poco amigo del socialismo, se mostró convencido de que «emergerá
inevitablemente alguna forma de sociedad socialista a partir de una no
menos inevitable descomposición de la sociedad capitalista>>, 17 cuyas
causas veía, como Sombart, en la pérdida de peso de los emprendedores
en favor de los burócratas entre los empresarios y en el desplazamiento
de los valores por el racionalismo en la cultura. Bell recoge y refuerza el
argumento, si bien en otros términos y sin pronunciarse sobre el desen-
lace, al plantear que el capitalismo genera una cultura modernista que
mina su propia base moral, los valores de la modernidad. 18
Una línea distinta, que podría enlazar mejor con la preocupación
weberiana por la burocracia -aunque sin necesidad de inspirarse di-
27
Schmitter, 1974; Panitch, 1981; Solé, 1988b.
2
Renner, 1953; Goldthorpc et alit; 1968a, 1968b, 1969.
R
29
Vid González Blasco, 1989.
Kcrr el t1lii 1960; Lipsct, 1960; Bell, 1961; Aron, 1962.
H)
1
'Kahn y Wicner, 1967; Richra, 1968; Tourainc, 1969; Bcll, 1973. Y también Dah-
rcndorf, 1957.
12
Kahn y \'V'iencr, 1967.
Industria, econumia y sociedad 15
B Toumine, 1969.
34 Etzioni, 1968.
15
BrLezinski, 1970.
16
Boulding, 1964.
n Tofflcr, 1980.
Js Masuda, 1981.
~s Richta, 1968.
~9 Tofflcr, 1980.
5
° Forester, 1987.
51
Gershuni, 1978; Gersbuni y Miles, 1983.
n Gorz, 1988; Aznar, 1991.
n Van Parijs, 1994, 1995.
3. LA SOCIOLOGÍA INDUSTRIAL (Y DE LA EMPRESA)
1
Por ejemplo Geck, 1955:320.
' Dahrendorf, 1962:33.
1
Navillc, 1957.
4 Marx, 1844:1; Engels, 1845.
La sociología industritll (y de la empresa) 19
tbe one be.rt way. Taylor contempla al trabajador como una máquina
biológica, 7 como «adjunto a la máquina>>. 8
Del taylorismo se ha dicho que fue más bien una «antisociología in-
dustrial>>, por su «olvido o desprecio de los aspectos personales o socia-
les>> del trabajo,' aunque quizá fuera más adecuado decir que Taylor no
los olvidó ni menospreció sino que les concedió gran importancia y tra-
tó, por ello mismo, de borrarlos. Cabe decir que veía la empresa como
una gran conspiración dirigida de abajo hacia arriba en la que todos se
esforzaban por disminuir su carga de trabajo, y concibió su propio siste-
ma como una ofensiva de arriba abajo para obtener el mayor rendimien-
to posible apoyándose en dos patas: un estricto control interno y una
gradación de los estímulos externos. Sin duda representaba una forma
de entender los intereses del capital (controlar la fuerza de trabajo -lo
que podríamos llamar el principio Ure-- y abaratar su coste global--el
principio Babbage- a través de la división de tareas y la descualificación
de los puestos), como ha sostenido la corriente marxista que sustenta la
idea de la degradación del trabajo, 10 pero también, en no menor medi-
da, los de los ingenieros como profesiónll y, en particular, su sueño de
prescindir de la falible máquina humana. 12
En paralelo al empeño de Taylor en racional&tzr la dirección del trabajo,
de este lado del océano se producía el intento de codificar la racionaliza-
ción de la dirección misma. Si la empresa familiar tradicional pudo funcio-
nar con todo el mando concentrado en la propiedad y en un pequeño
grupo de confianza, la empresa moderna necesitaba una organización más
sistemática de la capacidad decisoria, y eso es lo que intentó Fayol con su
teoría de las funciones empresariales: comercial, financiera, de seguridad,
contable, administrativaY Este aspecto de la organización empresarial,
la estructuración de la dirección, sería luego casi por entero descuidado
por la sociología, obstinadamente concentrada en los aspectos informales
de la organización, 14 pero nunca ha sido abandonado por los teóricos del
management ni por los estudiosos de la historia de la empresa. 15
7 Miller y Form,1963: 706ss.
8
March y Simon, 1958: 13.
'} Martín López, 1997: 51.
10 Bmverman, 1974; Frevssenet, 1977.
u Meiksins, 1984. -
12
Aunque no referido expresamente a Taylor, véase Noble, 1984.
B Fayol, 1916.
14 Perrow, 1970: 93.
11
Por ejemplo, Drucker, 1954; Urwick y Brech, 1945; Pollard, 1965; Chandler,
1977. .
La sociología iudustrr(Jl (y de la empresa) 21
18
Castillo Castillo, 1966: 15.
19
Mottez, 1971: 25ss.
20
Rodríguez Aramberri, 1984:221.
21
Barnard, 1938.
22
Polanyí, 1944.
13 LeClair y Schneider, 1968; Godelier, 1974.
2
~ Moore, 1946.
25
Dahrendorf, 1962: 48.
26 WarneryLow, 1947.
27
Simon, 1947.
"MilleryFonn, 1951:11.
La sociología imlusLrial (y de id empresd) 23
19
Caplow, 1954; March y Simon, 1958.
30
LópezPintor, 1986:41
2~ Mariano F. En guita
JJ Rov, 1954.
32
Br;verman, 1974.
31
Freyssenet, 1977.
H Piore v Sabcl, 1984.
jJ Joncs YSvejnar, 1982.
36
Becattini, 1987; Bagnasco, 1988.
La sociologia industrial (y de la empresa) 25
1
Mottez, 1971: 6.
Las especialidades limítrofes 27
2
Dahrendorf, 1962:5.
3
Friedmann, 1961: 30.
28 Marimw E En guita
~ MillervForm, 1963:7-8.
'1-lugh~, 1952:423.
(>Kcrr y Fischcr, 1957.
7
Etzioni, 1958: 133.
Las especialidades limítrofes 29
8
Parsons, 1939; Hughes, 1963.
'' Castillo, !996: 42-43.
10
Dahrendorf, 1962.
JO Mariana F. En guita
n Barnard, 1938:73.
12 Etzioni, 1958: 131.
1
' Michels, 1911; podríamos considemr también a Mosca, 1939.
14
!vlarx, 1843, 1844b; \X'cber, 1922: 1" pane, III/Il.
Las especialidades limftro/es J1
15
Caplow, 1954.
32 Mariano F. Enguita
21
Dahrcndorf, 1962:3
34 Mariano F. En guita
mente los mercados de capital y los mercados entre empresas. Los pri-
meros son sencillamente ignorados, algo perfectamente comprensible
para la sociología del trabajo pero no tanto para la sociología industrial
(y de la empresa). Los segundos suelen ser ignorados por la sociología
industrial (¡y de la empresa!), precisamente por su proximidad con la
sociología de las organizaciones (que ba de ignorarlos por definición,
salvo que se consideren éstas como sistemas abiertos), pero ya no pue-
den serlo por la sociología del trabajo, la cual se encuentra, por ejemplo,
cara a cara con la imposibilidad de abarcar la división del trabajo si no
es, además de como división interna a la empresa, como división del tra-
bajo entre empresas, considerando el proceso de producción de cual-
quier bien o servicio corno un todo.25
En el descuido o la renuencia de la sociología a adoptar el mercado
como objeto de estudio no hay otra cosa que el fetichismo del mismo
compartido con la economía, la idea de que es un mecanismo automáti-
co e impersonal, en el que cualquier mano es invisible, una idea llamati-
vamente compartida por la economía clásica liberal (aunque algunos
autores clásicos, concretamente Smith, tenían sus reservas al respecto,
éstas han sido ignoradas por la posteridad), tanto más por la neoclásica y
neoliberal, y la economía marxista, con su peculiar visión neutral del
"velo de la circulación". Pero si, en lugar de suponer que el mercado es
lo que tanta gente dice que es, nos preguntamos si realmente lo es, en-
tonces aparece con claridad el hecho de que, sea lo que sea, existe una
amplia subesfera de la economía distinta del trabajo en cualquier terre-
no -en la empresa, por cuenta propia o en el mercado- y distinta de la
«mano visible» 26 en la empresa u organización. Es la esfera de la distri-
bución, es decir, de la asignación y el intercambio, y ha sido ya, aunque
sólo de forma tentativa e incipiente, estudiada por la sociología econó-
mica. No hay, en cambio, un trabajo ni una industria (o empresa) que
queden fuera de la economía. Si algún trabajo lo hiciera sería otra cosa:
actividad de ocio, actividad política o religiosa o cualquier otra forma de
acción social pero no económica, es decir, no sería trabajo. Si alguna em-
presa lo hiciera sería solamente una organización -una organización de
tipo no económico. La sociología económica se ocupa, pues, por defini-
ción, de un ámbito algo más amplio que el de otras sociologías especia-
les como son la industrial (y de la empresa) o la del trabajo: eso no la
hace ni mejor ni peor, no la convierte en principio ni síntesis de nada,
25
Castillo, 1988:26.
J~> Cbandler, 1977.
Lu especialidades limítrofes 37
27
Robbins, 1932, recogido en LeClair y Schneider, 1968: 97,
38 Mariano F. En guita
23
Polanyi, 1957b: 270.
Las espt·cialidades limítrofes 39
1
Hirscbman, 1977.
2
Boulding, 1970: 134.
; Sen, 1973:46.
42 Mariano E Enguita
21
Bcckcr, 1976: 119.
" Elster y Hyllund, 1986b, 2.
2J Me refiero a Dahrcndorf, 1958.
24
Sobre la variante fundonalista, véase Wrong, 1961.
2
~ Sobre la marxista, Thompson, 1978.
26
Sorokin, 1928.
17
Bowles y Gintis, 1986: 146.
18
Coleman, 1990:241-42.
46 Mariano F. En guita
0
' Lovejoy, 1961:64.
;¡\X'eber, 1922: I, 20.
u Boudon y Bourricaud, 1982: 196.
48 Marímw F. Enguitd
51
Marx, 1845:666.
'í; Véanse Kohn, 1969; BourJieu, 1979.
6. LA ECONOMÍA NO MONETARIA
8
Chayanov, 1924:84.
'! Lewis, 1954.
60 Mariano F. En guita
10 Véase, por elegir un clásico, Moore, 1965: 36; más en Enguita, 1990: 77-78.
11 Gardiner, 1973;Enguita, 199Jn.
12 Enguita, 1996b.
11 Pahl, 1984: 402.
La ecmwmiá no monetarla 61
14
Mingione, 1991:40.
1
-; Hayek, 1988:64.
7. EL MERCADO COMO INSTITUCIÓN SOCIAL
del mercado, fuera del mercado o como supuesto del mercado) es algo
obvio. Así lo escribió Lerner: «Una transacción económica es un pro~
blema político resuelto. La economía se ha ganado el título de reina de
las ciencias sociales por haber escogido como terreno el de los proble-
mas políticos resueltos.>>3 Para la sociología, en contrapartida, quedarían
los problemas irresueltos, como quería Hicks;1 por no decir los insolu-
bles. El caso es que la sociología industrial, al concentrarse sobre las re-
laciones sociales en el interior de las organizaciones y dejar de lado las
que tienen como escenario el mercado, al problematizar una y otra vez
la naturaleza de la organización pero dar por sentada la del mercado,
aceptó esta divisoria entre los problemas políticos y los técnicos, entre la
normatividad y la racionalidad, liberando de la primera a la economía y,
de paso, desproblematizando una institución absolutamente problemá-
tica: el mercado. En el proceso de su maduración y desarrollo, verdad
es, <<la Sociología Industrial va progresivamente dejando de ser sociolo-
gía de las sociedades industriales para transformarse en Sociología de las
organizaciones industriales, que es algo muy diferente.>>' La sociología
industrial, ciertamente, pasaba así de las graneles generalidades al terre-
no intermedio de las instituciones y las teorías de medio alcance; pero, al
mismo tiempo, y podría asegurarse que sin apercibirse de ello, renuncia-
ba precisamente a la institución que se considera central en nuestra rea-
lidad económica: el mercado.
En el argot de la nueva economía institucional, las organizaciones, o
jerarquías, surgen para cubrir de la forma menos mala posible los fallos
del mercado (externalidades, bienes públicos, oportunismo, racionali-
dad limitada, etc.). De este modo, la sociología, al limitarse al estudio ele
las organizaciones, se confma a sí misma a estudiar ese second best, esa
segunda opción, que serían éstas frente al indiscutible one best way, el
mercado. Aunque el uso y abuso de la expresión "fallos del mercado" es
relativamente nuevo, la idea es ya vieja, y éste es el tipo ele razonamiento
implícito en la tan frecuente visión residual de la sociología que aparta a
ésta de los campos abordados por otras disciplinas más restrictivas en
sus supuestos y más formalizadas en su aparato metodológico; razona-
miento como el que, entre resignado y despreocupado, presentaba uno
de los primeros manuales de sociología industrial: <<La sociología, como
ciencia especial, se ocupa de ciertas clases de datos que otras ciencias o
J Lerner, 1972:259.
~ Hieles, 1936.
~ Campo, 1987: ix.
64 Mariano F. En guita
() Schncider, 1957:29.
7 Lazonick, 1991:8.
E 1-Iayek, 19-!5.
'' Willimnson, 1975:
w Marx, 1857a: I, 19-!; Il, 153.
hl mercado como inslitución maid 65
11
Bergcr y Luckmann, 1973; Sohn-RCLbd, 1972.
12 \'V'eber, 1922: TI, 699.
11
Weber, 1922: l, 82.
66 Mariano F. EnguiM
14 Durkheim, 1912:213.
15
Simmcl, 1908: I, cap. 4.
l~> Mosca, 1939:201.
El mercado como úrstitución wcial 67
21 Simmel, 1900.
21 Harris, 1983.
23 Enguita, 1996a.
2• Titmuss, 1971.
25
Parsons, Fax y Lidz, 1973.
~~. Zelizer, 1978, 1979.
El mercado como imtítuáón socir~l 69
1
Burrcll y Morgan, 1979: 204, 388.
72 Marimw F. Enguita
7
D.1lton, 1959.
H Mechanic, 1962.
'! Crozicr, 1963.
10
Cyen y March, 1963; 1-Iickson, 1971.
" Clegg, 1979, l04.
74 Mariano F. Enguita
12
Sin ir m:ís lejos, Lópcz Pintor, 1986: 37.
!l Etzioní, 1958: 135.
La ubicuülad cid poder y el conflicto 75
H Bmvermnn,1974:54,57.
n Baldamus, 1961: 108.
"' Brighr, 1958, !966.
76 Mariano F. Enguitu
17
Freyssenet, 1977.
1
~ Coriat, 1984.
19
Manacorda, 1976.
20
Aronowitz, 1978; Edwards, 1978; Bura\\'oy, 1981, entre otros.
21
Krnft, 1977; Glenn y Fddberg, 1979; Coolcy, 1980; \Xfnllacc y Kallcbcrg, 1982.
La ubicuidad del poder y d conflicto 77
21
Heilbroncr, 1988:40.
10
E<~
el problema implícito en Bcrle y Mcans, 1932.
Lr1 ubicuidad del poder y el crm/licto 8!
31
Stigler, 1968: 181.
12
Enguita, 1997a.
9. LAS TRAMAS DE LA DESIGUALDAD
1
~rzner, 1976:72,
' Bou!Jing, 1970: 17-18.
84 Marimm F Enguittl
1
Véase Enguira, 1992.
' Weber, 1922, ll, 1061
Las tramas de la desigualdad 85
7 DahrenJorf, 1957.
8
\'idEpstein, 1986; Schrager, c1986
9
Berlc, 1959: 59ss.
Las tramas de la desigualdad 87
10
Wright, 1985, 1989.
11
Como Poulantzas, 1974.
12
Enguita, 1994a.
88 Mariano F. En guita
15
Enguita, 1994b.
90 Mariano F. En guita
16
Enguita, 1997 c.
17
Enguita, 1997b.
'" Bell, 1976: 220.
Lu tmmas de la desigualdad 91
19
Delphy y Leonard, 1992:42.
20
Enguita, 1993b.
92 Mariano F. En guita
21
Gordon, Edwards y Reich, 1982.
22
Simpson y Simpson, 1969.
23
Davidson, 1992.
2
~ Kanter, 1977.
25
Srone, 1974.
26
Osterman, 1980.
" Guillemard, 1986.
Las tramas de la desigualdad 93
Mucho tiempo antes, sin embargo, Marx ya había clamado con insis-
tencia casi obsesiva contra la economía política, es decir, contra la teoría
económica de su tiempo, acusándola de no reconocer el carácter históri-
co y, por tanto, social, de las relaciones económicas, empezando por las
más elementales. Para ella, recuérdese, «ha existido la historia, pero ya
no la hay.>>7 «La economía política pa1te del hecho de la propiedad priva-
da, pero no lo explica. [ ... N] o nos proporciona ninguna explicación so-
bre el fundamento de la división de trabajo y capital, de capital y tierra.
[... O]tro tanto ocurre con la competencia [.. .].>>8 Proudhon es criticado
por no entender que «esas relaciones sociales [de producción] son tan
producidas por el hombre como la tela, ellíno, etc. Al adquirir nuevas
fuerzas productivas los hombres cambian su modo de producción, y al
cambiar el modo de producción, la manera de ganar su vida, cambian to-
das sus relaciones sociales.>>9 Es difícil encontrar un llamamiento más en-
cendido a relativizar las relaciones económicas, todas ellas declaradas
<<productos históricos y transitoriOJ>>, 10 pero el problema está en que sólo
es un llamamiento limitado a estudiarlas. No sólo la producción debe ser
estudiada y merece, por tanto -añadimos nosotros-, su sociología in-
dustrial y de la empresa, sino que otro tanto puede decirse de la distribu-
ción, el cambio y el consumo, que merecerían así, también -ampliaría-
mos nosotros-, sus respectivas sociologías de la estratificación social o
de las ocupaciones, de los mercados y del consumo, e incluso-sintetiza-
ríamos nosotros- una sociología económica unificada. Pero, para Marx,
todas las otras esferas se reducen a la producción: <<La organización de la
distribución se halla completamente determinada por la organización de
la producción.>> 11 <<El cambio aparece así, en todos sus momentos, como
comprendido directamente en la producción o determinado por ella.>> 12
En otras palabras: el camino parte siempre de la producción. No hay un
lugar específico, independiente, para el estudio de los mercados, de la
distribución de la renta, etc., sino que todos estos campos están práctica
y teóricamente subordinados a la producción. <<La verdadera ciencia de
la economía moderna sólo comienza cuando la consideración teórica
pasa del proceso de la circulación al proceso de la producción.>> 13
De ahí a los setenta tuvo lugar la travesía del desierto, pero con dos
notabilísimas excepciones. Una es Schumpeter, un economista atípico,
perfectamente integrado por un lado eu la tradición del análisis econó-
mico pero enormemente atento, por otro, a la contribución real o po~
tendal de otras ciencias sociales que la economía al estudio de la reali-
dad económica. Schumpeter no sólo hizo él mismo notables
contribuciones a la sociología económica 14 sino que defendió con toda
claridad la idea de que la realidad a la que la economía analítica aplica
sus modelos teóricos y sus instrumentos técnicos es parte de una socie-
dad de la que tienen que dar cuenta la historia y la sociología. «Todo tra·
tado de economia que no se limite a enseñar técnica, en el más estricto
sentido de la palabra, cuenta con una introducción institucional que
pertenece a la sociología más que a la historia económica como tal.>> 15
Schumpeter criticó la ambición de la economía política de abarcar la
economía como un todo, y en particular la pretensión de explicar lapo·
lítica y la cultura a partir de la economía, como sería el caso del manás-
m o -aunque el principal atractivo de éste para el lego residiría precisa-
mente ahí: en ofrecer una imagen completa y ordenada de la realidad-.
Creía que el conocimiento de la economía (el análisú económico, en sns
términos) avanzaba a través del desarrollo de campos especializados, y
mencionó como los tres fundamentales la teoría económica (lo que hoy
llamaríamos precisamente análisú), la estadística y la historia económi-
ca, pero comprendió que entre los tres sólo daban una versión parcial,
incompleta y fragmentaria de la realidad económica, y que el deseo de
encajar las piezas era lo que se reflejaba en la empresa totalizante de la
economía política. <<Al añadir nuestro "cuarto campo fundamental", la
sociología económica, reconocemos parcialmente la verdad que parece
contenida en este programa.>> 16 Y definió la disciplina en unos términos
que podrían tomnrse hoy como una declaración programática: <<el análí-
sis económico estudia las cuestiones de cómo se comporta la gente en
cualquier momento dado y cuáles son los fenómenos económicos que
producen al comportarse así; la sociología económica trata la cuestión
de cómo es que la gente se comporta como lo hace. Si definimos el com-
portamiento humano con la suficiente amplitud para que incluya no
sólo acciones, motivos y propensiones, sino también las instituciones so-
ciales que importan para el comportamiento humano -como el gobier-
14
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