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La Colección Ciencia, Innovación y Desarrollo reúne la
producción académica, producto de las investigaciones
relacionadas con las ciencias básicas y aplicadas, el
desarrollo tecnológico, la innovación y el emprendedurismo.
Los cambios tecnológicos y en los procesos propios del
capitalismo de los últimos treinta años hacen necesario
repensar los estudios sobre el trabajo y su relación con los
procesos de valorización. A lo largo del siglo XX, la teoría del
valor-trabajo fue excluida del ámbito de la economía
convencional por otras teorías, aunque siguió motivando
reflexiones de filósofos, economistas y pensadores
marxistas que la consideraban relevante para explicar la
generación de riqueza en las sociedades capitalistas.
El proceso de trabajo y su relación con el cambio
tecnológico se vieron afectados por la emergencia de las
nuevas tecnologías de la información y la comunicación en
los años setenta. Esos cambios constituyeron el primer paso
de una ruptura mayor de las lógicas de generación del valor
y habilitaron a hablar de una nueva etapa –que ya no es
esencialmente industrial– referida a una sociedad y una
economía del conocimiento, a un capitalismo posindustrial
informacional o cognitivo.
A lo largo del libro, Míguez muestra cómo la teoría valor-
trabajo sigue teniendo vigencia, pero de manera algo
diferente, puesto que la valorización supone –y a la vez
excede– los propios procesos de trabajo.
Pablo Míguez es doctor en Ciencias Sociales por la
Universidad de Buenos Aires (UBA), licenciado en Economía
y licenciado en Ciencia Política por la misma universidad. Es
investigador del Conicet-Universidad Nacional de San
Martín, investigador-docente del Instituto de Industria de la
Universidad Nacional de General Sarmiento y docente en la
UBA. Es autor de numerosos artículos de economía política y
estudios del trabajo.
Míguez, Pablo
Trabajo y valor en el capitalismo contemporáneo : reflexiones sobre la
valorización del conocimiento / Pablo Míguez. - 1a ed . - Los Polvorines :
Universidad Nacional de General Sarmiento, 2020.
Libro digital, EPUB - (Ciencia, innovación y desarrollo ; 14) Archivo Digital:
descarga y online ISBN 978-987-630-491-7
1. Capitalismo. 2. Economía. 3. Nuevas Tecnologías. I. Título.
CDD 306.342
Introducción
Capítulo 1. Trabajo y valor en la obra de Karl Marx
Capítulo 2. Trabajo y valor en el capitalismo industrial
industrial
Capítulo 4. Proceso de trabajo y cambio tecnológico en el capitalismo
contemporáneo
Bibliografía
Dedicado especialmente a Luca, por existir.
A Malvina y a León.
A la memoria de Marcelo Matellanes.
Agradecimientos
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1374351061.1579309286.
Y luego agrega:
La influencia de Ricardo
El acercamiento inicial de Marx a la economía política,
alentado por Engels, se debió, en buena medida, a la
influencia de David Ricardo sobre muchos de los movimientos
socialistas de Gran Bretaña de la década de 1830. Estos
socialistas ricardianos eran influyentes en los incipientes
sindicatos y encontraban en la obra de Ricardo, por primera
vez, la constatación de la falta de armonía entre las clases y
del antagonismo entre ellas, representado en los intereses
contradictorios de capitalistas y terratenientes. El propio
Engels había valorado positivamente el trabajo de Ricardo en
el Esbozo para una crítica de la economía política, y Marx se
interesó por su obra desde que se acercó a la disciplina.
Desde 1843, Marx se había puesto a estudiar seriamente a
Smith, a Ricardo y la economía política británica. Ya en los
Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 se refiere a
Ricardo, y también en numerosas ocasiones a lo largo de su
obra: en los cuadernos sobre Ricardo, de 1850-1851, en la
Contribución a la crítica de la economía política, de 1859, en
El capital y, especialmente, en las Teorías de la plusvalía,
donde le dedica numerosas páginas a la teoría ricardiana de
la renta, a la teoría de la plusvalía y a la teoría de la
ganancia.
El peso de la obra de Ricardo es reconocido por el propio
Marx, especialmente la idea del valor como trabajo
incorporado, el antagonismo entre las clases, la teoría de la
crisis y el estancamiento de la acumulación. Incluso, en el
siglo XX, muchos economistas han sugerido no solo que la
obra de Ricardo fue fundamental para la crítica de la
economía política de Marx, sino que este fue apenas un mero
continuador de ella, y que sus teorías ya estaban en ciernes
en la obra de Ricardo. Esta fue la posición de muchos
economistas seguidores de Piero Sraffa en los años sesenta,
cuyos presupuestos explicamos un poco más adelante en
este capítulo.
No hay dudas de que Ricardo es una influencia
determinante en la obra de Marx, sin embargo, hay tantos
reconocimientos de parte de Marx como señalamientos muy
críticos hacia muchas de las posiciones de Ricardo. Del
mismo modo, son múltiples las contribuciones de Marx que
no están para nada sugeridas en Ricardo.
En los Principios de economía política, de 1817, Ricardo fue
más allá que Smith al afirmar que el valor de una mercancía
depende de la cantidad relativa de trabajo que ha sido
necesaria para producirla, y, de hecho, fue tomada como
base por Marx para explicar el capitalismo. A su vez, Ricardo
señala que los intereses del capital, del trabajo y de los
terratenientes existen en antagonismo, y que estos luchan
entre sí para repartirse ese valor (Callinicos, 2000: 74).
Ricardo coloca así la lucha de clases en un lugar central.
En Miseria de la filosofía, Marx todavía muestra un gran
apego hacia los argumentos de Ricardo acerca del valor, del
intercambio, de la proporción del intercambio, de su
determinación por la oferta (por la producción) antes que por
la demanda, y del efecto nulo de la renta sobre el valor
relativo de los productos. Y también del efecto del
antagonismo de clase. Como resultado de este antagonismo,
será desigual la retribución entre el trabajo inmediato y el
capital o trabajo acumulado: “En el instante mismo en que
comienza la civilización, la producción empieza a
establecerse sobre el antagonismo de las órdenes, de los
Estados, de las clases, y sobre el antagonismo del trabajo
acumulado y el trabajo inmediato. Sin antagonismo no hay
progreso” (2005: 48).
Según Marx, Ricardo ha explicado bien la determinación
del valor por el tiempo de trabajo y el movimiento real de la
producción burguesa que constituye el valor:
Y agrega:
5. El trabajo en El capital
Entre 1864 y 1865, Marx escribe los manuscritos de los
tomos I, II y III de El capital. No pudo trabajar en el tomo IV,
pero, como mencionamos antes, algunas secciones de los
Manuscritos de 1861-1863 fueron publicados tras su muerte
con el nombre de Teorías de la plusvalía. En esos años, Marx
había contribuido enormemente a fundar en Londres la
Primera Asociación Internacional de Trabajadores, en la que
cumple un rol fundamental desde 1864 hasta su disolución
en 1872, luego de diversos sucesos derivados de la caída de
la Comuna de París en 1871.
En 1866, se la pasó editando el tomo I de El capital,
publicado en 1867, que es considerado la obra cúlmine del
pensamiento de Marx por numerosas razones. Se encuentran
allí condensados los trabajos preparatorios y, por tratarse de
una obra inconclusa, las bases para posteriores desarrollos de
los puntos oscuros o que no fueron completamente resueltos.
Marx no empieza su obra directamente por el trabajo.
Como señalamos en la introducción, en El capital, Marx
comienza su estudio por la mercancía, que es la forma de
manifestación fundamental de la riqueza en las sociedades
capitalistas. Pero esta mercancía es el resultado del carácter
dual del trabajo, del hecho de ser un trabajo concreto de
producción de valores de uso y de un trabajo abstracto,
producto de valor.
En los primeros capítulos del tomo I, el único revisado y
publicado en vida por Marx, se condensan conceptos,
categorías fundamentales (mercancía-dinero-capital) y
procesos (de trabajo y de valorización), cuyas dinámicas
expansivas Marx irá desplegando luego con más detalle en El
capital. No es nuestro interés discutir aquí las razones del
método elegido por Marx, cuestión muy discutida y que
excede ampliamente los objetivos que nos propusimos en
este libro. Veamos con detenimiento algunos de estos
conceptos en el siguiente recuadro.
Conceptos fundamentales de los primeros
capítulos de El capital
Marx comienza la obra El capital partiendo de la unidad
básica de análisis del capitalismo: la mercancía. Ese es
el título del primer capítulo de esta importante obra, en
cuya primera oración se lee: “La riqueza de las
sociedades en que domina el modo de producción
capitalista se presenta como un enorme cúmulo de
mercancías, y la mercancía individual como la forma
elemental de esa riqueza” (Marx, 2002 [1867]: 43). La
mercancía presenta un carácter dual. Por un lado,
presenta una utilidad, sirve para satisfacer una
necesidad humana. El cuerpo de la mercancía es un
valor de uso que constituye el contenido material de la
riqueza. Por otro lado, presenta un valor de cambio,
esto es, una relación cuantitativa con otros valores de
uso, de los que representa una proporción, con los
cuales se intercambia.
El valor de cambio es la forma de manifestación del
valor de la mercancía, en cuanto cristalización de una
sustancia social común a todas ellas, el trabajo
humano. El valor no es el precio de la mercancía.
Existen valores de uso que no son valores, ya sea
porque no son productos del trabajo humano, aunque
tengan precio (el aire, la tierra), o porque, siendo
productos del trabajo, no están destinadas al
intercambio.
La magnitud de ese valor está dada por su duración
por el tiempo de trabajo socialmente necesario, lo que
dependerá de la productividad del trabajo (y, por tanto,
de factores relativos al nivel medio de destreza de un
obrero, el nivel de la ciencia y la tecnología, la escala
de producción, etcétera). Por eso, a mayor
productividad del trabajo, menor será el valor
contenido en cada bien producido y mayor será la
cantidad de bienes producidos (hay mayores valores de
uso, pero no cambia el valor).
Pero la dualidad de la mercancía se deriva en
realidad de la dualidad del trabajo: “Todo trabajo es,
por un lado, gasto de fuerza humana de trabajo en
sentido fisiológico, y es en esta condición de trabajo
humano igual, o de trabajo abstractamente humano,
como constituye el valor de una mercancía. Todo
trabajo, por otra parte, es gasto de fuerza humana de
trabajo en forma particular y orientada a un fin, y en
esta condición de trabajo útil concreto produce valores
de uso” (p. 57). En el idioma inglés existen dos
palabras diferentes para marcar la diferencia que
remite a la dualidad del trabajo: work, para referirse al
trabajo que crea valores de uso (determinado
cualitativamente), y labour, para referirse al trabajo
que crea valor (pasible de medirse cuantitativamente).
Así como las mercancías son diferentes, los trabajos
son cualitativamente diversos. La condición para que
exista producción de mercancías es la división social
del trabajo, la existencia de trabajos autónomos
(cualitativamente distintos) y recíprocamente
dependientes, aunque se ejerzan independientemente
unos de otros. En el capítulo I de El capital, Marx señala
que el trabajo útil es el que crea valores de uso,
mercancías: “Como creador de valores de uso, como
trabajo útil, pues, el trabajo es, independientemente de
todas las formaciones sociales, condición de la
existencia humana, necesidad natural y eterna de
mediar el metabolismo que se da entre el hombre y la
naturaleza, y, por consiguiente, de mediar la vida
humana” (p. 53). La existencia de un enorme cúmulo
de mercancías –como dice la primera oración de El
capital, en el que se presenta la riqueza en las
sociedades capitalistas– indica entonces que existen
múltiples trabajos útiles y, por tanto, una división social
del trabajo, esto es, trabajos privados autónomos y
recíprocamente dependientes. En el intercambio no
solo se contraponen las mercancías, sino los trabajos.
Más aún, esa es la razón por la cual se pueden
contraponer las mercancías, porque en la sociedad
capitalista existen trabajos realizados de forma
autónoma y recíprocamente dependientes. Por el hecho
de que las mercancías representan trabajos útiles
diferentes es que se pueden contraponer como tales:
“En su calidad de valores, la chaqueta y el lienzo son
cosas de igual sustancia, expresiones objetivas del
mismo trabajo. Pero el trabajo del sastre y el del
tejedor difieren cualitativamente” (ídem). Pero dejemos
de lado el tipo de trabajo: “Si se prescinde del carácter
determinado de la actividad productiva y, por tanto, del
carácter útil del trabajo, lo que subsiste de este es el
ser un gasto de fuerza de trabajo humana. Aunque son
actividades productivas cualitativamente diferentes, el
trabajo del sastre y el del tejedor son gasto productivo
del cerebro, músculo, nervio, mano, etcétera,
humanos, y en este sentido uno u otro son trabajo
humano” (p. 54; el destacado es del original). De ahí la
centralidad del trabajo para comprender la lógica del
capital, y que nosotros colocamos aun antes que las
leyes de la acumulación.
Cuando el hombre trabaja, realiza un metabolismo
con la naturaleza. Esta última es fuente de riqueza (en
cuanto suma de valores de uso) pero no de valor (solo
el trabajo es fuente de valor). Marx define el trabajo
como gasto de fuerza de trabajo humana, gasto
productivo de cerebro, músculo, nervios, manos, en
una definición sustantivista o fisiológica del trabajo.
Trabajo humano es gasto de fuerza de trabajo simple
que, término medio, todo hombre común, sin
necesidad de un desarrollo especial, posee en su
organismo corporal, y está dado para una determinada
sociedad. Si no se necesita ningún desarrollo especial
para su realización, se trata de un trabajo simple. El
trabajo complejo es trabajo simple potenciado o
multiplicado, equivale a una cantidad mayor de trabajo
simple y, por ello, es considerado como un múltiplo de
trabajo simple. El valor que representa una mercancía
siempre puede ser reducido, por tanto, a trabajo
simple. Dice Marx: “Por más que una mercancía sea el
producto de un trabajo más complejo, su valor lo
equipara al producto del trabajo simple y, por
consiguiente, no representa más que una determinada
cantidad de trabajo simple. Las diversas proporciones
en que los distintos tipos de trabajo son reducidos al
trabajo simple como su unidad de medida, se establece
a través de un proceso social que se desenvuelve a
espaldas de los productores y que, por eso, a estos les
parece resultado de la tradición. Para simplificar, en lo
sucesivo consideraremos toda clase de fuerza de
trabajo como fuerza de trabajo simple, no
ahorrándonos con ello más que la molestia de la
reducción” (p. 55; el destacado es del original). Luego
veremos algunos problemas derivados de ello.
Marx quiere mostrar cómo se llega de la forma
simple de valor a la forma de dinero. En ello consiste el
apartado del capítulo I destinado a la forma del valor,
es decir, a mostrar esta metamorfosis, este cambio de
forma.
Así como el valor de uso recibe una expresión en la
mercancía, el valor recibe una expresión en la forma de
dinero. El par mercancía-dinero ocupa los tres primeros
capítulos de El capital. Marx analiza, a partir del
capítulo IV, las condiciones para que ese dinero circule
de tal modo que pueda ser considerado formalmente
como capital (mercancía, dinero y capital, como
conceptos en serie lógica y derivables uno del otro,
habían sido expuestos de ese modo en los trabajos
preparatorios de El capital). Veamos el pasaje de la
forma simple a la forma de dinero, aspecto importante
para cuando analicemos el problema de la forma del
valor en el apartado siguiente.
La forma simple permite comparar el valor de dos
mercancías, A y B (el lienzo y la chaqueta, por
ejemplo), ya que el valor de una mercancía solo se
puede expresar relativamente, esto es, en otra
mercancía. Estas mercancías no se pueden comparar
cualitativamente si no pueden ser reducidas a una
misma unidad: la fuerza de trabajo humano empleada
para su producción. En la producción de una chaqueta
se ha empleado fuerza de trabajo bajo la forma del
trabajo del sastre, se ha acumulado trabajo humano y
esa chaqueta no expresa su propio valor, sino el
equivalente material de otra mercancía, el lienzo, que
es la forma relativa porque su valor se expresa en la
mercancía B. El propietario de la mercancía A descubre
lo que vale cambiándolo por B, no puede saberlo antes.
La mercancía A se relaciona con un aspecto de sí
misma (el hecho de ser valor, ser producto del trabajo
humano) a través de otra mercancía, en el hecho de
que es intercambiable por otra. Pero la forma simple no
expresa el valor de un modo completo, ya que no
muestra la conexión de cada mercancía con todas las
demás mercancías. La forma se despliega
dialécticamente a través de las contradicciones. Se
preserva la forma anterior dentro de la forma más
compleja (niega y conserva dentro de sí la forma
anterior).
En la forma total o desplegada, el valor se muestra
como una “gelatina” de trabajo abstracto
indiferenciado, la mercancía A entra en relación con el
mundo de las mercancías, con las múltiples clases de
trabajo contenidas en los distintos cuerpos de las
mercancías. Ello ocurre cuando el intercambio es
habitual, no ocasional, como en la forma simple. Pero la
forma total es interminable, tiende a la infinitud, pero
sigue sin expresarse la interacción universal que
produce el trabajo abstracto, ya que las mercancías B,
C, D, etcétera, no están relacionadas entre sí, sino solo
con la mercancía A.
Para ello debe surgir la forma general, una mercancía
segregada que funcione como equivalente general de
todas las mercancías para que estas, que no pueden
cambiarse directamente entre sí, puedan hacerlo por el
equivalente general. La forma general logra la unión de
los elementos dispares en una totalidad no
fragmentada, y puede ser adoptada por cualquier
mercancía que las demás hubieran separado de sí
mismas en calidad de equivalentes, para devenir
mercancía dineraria y funcionar como dinero.
Históricamente, este papel lo ha cumplido el oro a
partir de la costumbre de, poco a poco, ir funcionado
como equivalente general. Pero si el oro se puede
contraponer como equivalente general es porque
primero se contraponía como una mercancía, porque es
también una mercancía producida por el trabajo
humano. El dinero es expresión de esa totalidad de
mercancías en su papel de equivalente general.
Expresa el dominio del capital en cuanto tiende a
expandirse infinitamente, en cuanto tiende a convertir
las relaciones sociales en relaciones monetarias y los
valores de uso en valores.
Marx dice que los hombres, al equiparar entre sí sus
diversos productos como valores, en el intercambio
equiparan distintos trabajos como trabajo humano. Y,
sin embargo, esto no es un proceso consciente sobre la
conexión entre trabajo y valor, sino que es
independiente de esa conciencia; los hombres no lo
saben, pero lo hacen: “Al equiparar entre sí en el
cambio como valores sus productos heterogéneos,
equiparan recíprocamente sus diversos trabajos como
trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen” (p. 90; el
destacado es del original).
En una sociedad que produce mercancías, las
relaciones entre personas aparecen como relaciones
entre cosas. En esto consiste el fetichismo de las
mercancías: las personas se encuentran bajo el control
de las cosas. Las cosas se convierten en mercancías
porque se producen privadamente y se intercambian. A
diferencia de las sociedades precapitalistas, las
relaciones de poder son más materiales que
personales. La economía burguesa, dice Marx, analiza
la magnitud del valor, el contenido oculto de esas
formas, pero no se pregunta por qué ese contenido
adopta esa forma. Esta cuestión del fetichismo, para
muchos marxistas, es el aspecto principal del
capitalismo, y develar las formas ocultas es la tarea
fundamental de una crítica de la economía política.
Como las mercancías no van solas al mercado para el
intercambio, sino que son llevadas por sus poseedores
para establecer un contrato, esto es, una relación
jurídica voluntaria que presupone la idea de igualdad (e
imposible antes de la idea de igualdad burguesa),
deben acreditarse como valores de uso antes que como
valores, y la repetición del acto de intercambio las va
convirtiendo en mercancía. El intercambio es un acto
aislado, mientras que la circulación es un acto
continuo. Las mercancías circulan gracias al dinero, en
un movimiento que muestra una repetición constante y
monótona del proceso y un constante alejamiento del
punto de partida. El atesoramiento del dinero es lo
opuesto a la circulación, es el retiro de la circulación y
la interrupción de la metamorfosis.
Marx habla del capital recién en el capítulo IV, para
referirse justamente a la transformación del dinero en
capital. Así como había mostrado la conexión entre la
mercancía y el dinero, ahora se impone la conexión
entre el dinero y el capital para mostrar el carácter
expansivo del valor. El dinero, primera forma de
manifestación del capital, puede circular de dos
maneras: 1) Dinero en cuanto dinero: el dinero circula
simplemente como dinero cuando el productor de una
mercancía M, que posee un determinado valor de uso,
vende esta mercancía con dinero y, con este, compra
otra mercancía, que tiene otro valor de uso. La
finalidad de este proceso será el consumo de la
segunda mercancía de la serie M-D-M. El objetivo es
vender para comprar; 2) Dinero en cuanto capital: esto
se da cuando el dinero se usa para adquirir una
mercancía y a continuación venderla. Aquí se compra
para vender, y el dinero es el punto inicial y final del
proceso D-M-D’, donde se produce un aumento
cuantitativo de la suma de dinero inicial (D’ > D). Aquí
el dinero no es gastado, sino adelantado para obtener
una mayor cantidad posteriormente.
La circulación simple M-D-M tenía una finalidad por
fuera de la circulación: apropiarse del valor de uso de
la segunda mercancía para satisfacer una necesidad;
ese es su límite. La circulación de dinero como capital
es un fin en sí mismo, y el aumento del dinero no tiene
límite ni medida. El capital es valor que se valoriza. Los
dos actos de la circulación D-M y M-D’ suponen un
intercambio de equivalentes. La producción de valor
adicional o plusvalor debe darse por una
transformación en la mercancía M entre ambos actos.
El poseedor de dinero debe poder encontrar una
mercancía cuyo valor de uso tenga la propiedad de ser
fuente de valor, de modo que el consumo de esa
mercancía genere valor. Esa es, justamente, la
mercancía fuerza de trabajo, es decir, la capacidad del
hombre para ejecutar un trabajo. Para ello, esta
mercancía debió estar primero disponible como tal,
algo que Marx analiza en el llamado proceso de
acumulación originaria, a partir de la cual se producen
los cambios que permiten la emergencia en Inglaterra
de un mercado de trabajo, a partir de la desposesión
por medios violentos de los medios de producción de
los campesinos, su expulsión a las ciudades y su
necesidad de, carentes de propiedad, ofrecer su fuerza
de trabajo como propietarios libres que entran
voluntariamente en una relación jurídica contractual
con el capital. El trabajo asalariado se da suponiendo la
igualdad jurídica formal de ambas partes, y permite la
relación de capital entre una clase de propietarios y
una clase de obreros doblemente libres.
La fuerza de trabajo es una mercancía que posee
valor de uso y valor. El valor de uso es su aplicación, la
exteriorización de esa fuerza, el trabajo mismo. El valor
está determinado por el tiempo de trabajo necesario
para su producción, esto es, el contenido en los medios
de vida del trabajador (alimento, vestido, vivienda,
etcétera), cuyo valor está determinado en tiempo
desde antes de entrar en la circulación.
El plusvalor surge de la diferencia entre el valor
diario de la fuerza de trabajo y el valor que el
trabajador puede producir nuevamente en un día. El
valor de la fuerza de trabajo debe ser menor al valor
que se puede crear por el consumo de la fuerza de
trabajo en la producción. Se trata de un intercambio de
equivalentes: el obrero recibe su valor, pero crea
mucho más valor del que recibe. Recibe solo una parte
de lo producido, y en ello consiste la explotación. La
idea de explotación no tiene relación con un salario alto
o bajo, y es a Marx a quien se le debe su deducción a
partir de una teoría del valor-trabajo, ya que, en la
economía política clásica, ni Smith ni Ricardo habían
deducido de ella una teoría de la explotación. Lo que
Marx hace es llevar a fondo los presupuestos de una
teoría laboral del valor, y, por eso, a partir de su obra,
defenderla implicaba suscribir a la idea de la
explotación. Si no se comparte la idea de la
explotación, entonces, los economistas deberían
elaborar una teoría del valor diferente, algo que sucede
en la década de 1870 en numerosos lugares y que
originó la llamada revolución marginalista, a partir de
la cual el valor corresponde a una utilidad y
productividad marginal, no solo del trabajo, sino
también del capital.
Volviendo al capital, sus determinaciones formales
prefiguran el comportamiento de las personas. El
capitalista solamente ejecuta la lógica del capital, y si
quiere aumentar su ganancia no es solo por codicia,
sino porque está forzado por la competencia, lo que
sostiene la idea del capital como un sujeto automático,
como el sujeto de la valorización. La producción
capitalista no está destinada a satisfacer necesidades,
sino a la valorización del valor. El proceso de
producción capitalista es una unidad de proceso de
trabajo (producción de valores de uso) y de proceso de
valorización (producción de valor más plusvalor). El
proceso de trabajo es esa actividad orientada a un fin
bajo el control del capitalista, que es además el
propietario del producto, una nueva mercancía cuyo
valor es mayor que el capital adelantado en su
producción.
Si se prolonga la jornada laboral –para un valor dado
de la fuerza de trabajo– se prolonga el tiempo de
plustrabajo bajo la forma de plusvalía absoluta, que
alcanza su límite con la fijación de la duración legal de
la jornada de trabajo, lo que Marx analizó en Inglaterra
en el capítulo VIII de El capital. Pero la forma canónica
de funcionamiento del capitalismo es el aumento de la
productividad del trabajo al inducir el cambio
tecnológico y, por tanto, la reducción del valor de la
fuerza de trabajo, en la medida en que el contenido de
valor de los bienes salariales es cada vez menor. Por lo
tanto, por la vía de la plusvalía relativa, la masa de
plusvalor aumenta por la reducción del tiempo de
trabajo necesario, más que por el aumento del trabajo
excedente. Y la propia competencia obliga a los
capitales a seguir al capitalista individual que da inicio
a un proceso que sucede en todos los sectores, no solo
a los que producen medios de vida. Los capitalistas,
independientemente de su voluntad, obedecen
entonces a una coerción objetiva.
En este libro nos ocupamos centralmente del proceso
de trabajo, y dejamos para otra oportunidad las
derivaciones en términos de valorización desplegadas
por Marx a lo largo de los tres tomos de El capital (en
torno al problema de la dinámica del capitalismo, la
circulación del capital, su tendencia inevitable a la
crisis, los efectos sobre la tasa de ganancia), además
de otros aspectos que ocuparon a muchos economistas
marxistas, siendo conscientes de las múltiples
controversias suscitadas –que aún hoy no alcanzan una
respuesta definitiva– y que mantuvieron relativamente
relegada la cuestión de la relación entre trabajo y valor
antes del problema del valor y del precio.13
Y luego:
Trabajo e información
La digitalización de la información constituyó la base técnica
sobre la cual evolucionó el capitalismo en esta nueva etapa.
Es una técnica abstracta que permite tratar todo tipo de
información como una cadena de signos binarios,
codificados por la lógica booleana, que permite que códigos
sonoros, icónicos, verbales, lógico-matemáticos o
lingüísticos sean todos reducidos a un mismo código y
transportables por un mismo canal. Los sistemas
telemáticos constituyen un conjunto de tecnologías
integradas en una misma plataforma de cristal
semiconductor que unifica y casi anula los tiempos de
retardo de las comunicaciones. La digitalización permitió al
capital reestructurar por completo el trabajo informacional y
recalificar muchas actividades, como las vinculadas al
mundo financiero y a las comunicaciones, pero también a
las artes, a las actividades culturales, a la enseñanza y a la
investigación (pp. 247-248).
Pero Dantas avanza aún más allá en sus estudios,
proponiendo reformulaciones y cambios en la teoría
marxista clásica, al redefinir las nociones de trabajo vivo y
trabajo muerto. En este nuevo contexto, el autor señala:
“Casi todo el trabajo directamente fabril, a partir del
momento en que la máquina opera a plena velocidad, se
reduce a un observar rutinario que solamente se interrumpe
si de él se origina algún evento diferente o información. El
trabajo del obrero será, entonces, asignar significados a
este evento” (p. 23). Por lo tanto, denomina trabajo muerto,
siguiendo a Marx, a la transformación material que realiza la
máquina, mientras que el trabajo vivo es el de
procesamiento de información y producción de significados
que realiza el colectivo de trabajo. Estas consideraciones
tienen algunos puntos de contacto con los aportes de Vatin.
Ambos destacan que los trabajos de Braverman y de sus
seguidores se corresponden con las industrias mecanizadas,
y que sus aportes son poco relevantes para las industrias de
flujo o para los trabajos propios de la etapa nueva,
relacionada con el trabajo informacional. Haciendo un
paralelismo entre la sociología del trabajo y la teoría de la
comunicación, Dantas relaciona el trabajo de Braverman
con el de Claude Shannon, esto es, el modelo emisor-
receptor. Este modelo de comunicación era unilineal, no
contemplaba la posibilidad de ruidos (salvo problemas
técnicos) y tampoco que el código de la fuente emisora
fuera diferente del código del destinatario. Así, el
destinatario no podía reaccionar, no se concebía que no
compartiera el mismo código que el emisor. Estos se
asumían como agentes pasivos de la comunicación, que
absorbían acríticamente la información. Este modelo será
reformulado en los setenta por Bateson, quien propuso un
modelo relacional de comunicación. La comunicación no es
un atributo de un objeto o de un sujeto, sino de una relación
entre ambos. Según Dantas, Braverman reproducía este
error cuando en sus análisis del taylorismo, y de cualquier
forma de organización del trabajo, señalaba la distinción
entre concepción y ejecución del trabajo (p. 233). En otro
texto, Dantas señala que el procesamiento de la
información disipa las energías del cuerpo, y que ello
determina el valor de cambio del trabajo, porque la medida
de esa disipación de energía muestra el quantum de lo que
el trabajador necesita para reponer las energías
consumidas. Con la automatización, el trabajo pierde
relación con la disipación corpórea de energía y otras
demandas vitales; esa regla pierde aplicabilidad (p. 14).
Dantas sugiere que los trabajos de Braverman y de buena
parte de la sociología del trabajo no dan cuenta
adecuadamente de estas transformaciones porque
mantienen una concepción energetista ya superada por el
devenir del trabajo informacional. Para dar cuenta de ello, el
autor establece relaciones entre la física y la teoría de la
información, un punto que analizaremos en detalle más
adelante. Antes de entrar en el punto mencionado,
debemos precisar más pormenorizadamente de qué
estamos hablando cuando nos referimos a la información,
dado que el uso del término no es casual y se presta a
equívocos.
Para algunos autores, la información es asimilable a los
meros datos. Esta visión subyace en los análisis del High
Level Expert Group (HLEG), reunido en 1995 para analizar los
aspectos sociales del pasaje a la sociedad de la información
en el marco de la Unión Europea. Entre sus principales
miembros se destacan Manuel Castells, autor del
voluminoso trabajo La era de la información, Christopher
Freeman, de la Universidad de Sussex, y Luc Soete, de MERIT,
Instituto de la Universidad de Maastricht, especializado en
temas relacionados con la innovación tecnológica. Este
grupo se propuso profundizar los estudios iniciales y
analizar el pasaje de la sociedad de la información a la
sociedad del conocimiento (HLEG, 1997). Para ellos, la
información es un mero conjunto de datos estructurados,
inertes, mientras no sean utilizados por los agentes, que
solo pueden hacerlo si cuentan con un umbral mínimo de
conocimientos. Poseer conocimientos es tener capacidad de
realizar trabajos manuales e intelectuales, y es por ello que
localizar, elegir y seleccionar información susceptible de
transformarse en conocimiento requiere conocimientos
tácitos para lograr su codificación. Las TIC tienen un efecto
ambivalente en la medida en que facilitan el acceso a la
información, pero no garantizan que ello devenga en
conocimiento (Bianco et al., 2003). En estas visiones
subsiste la idea de que el conocimiento es un factor de
producción más, junto con el capital y el trabajo. En el
mismo sentido, para economistas como Enzo Rullani, el
conocimiento es el motor mismo de la acumulación de
capital y está al servicio de la producción desde los mismos
inicios de la Revolución Industrial. Para este autor, el
conocimiento es un factor necesario, tanto como el capital y
el trabajo, ya que almacena valor (gobierna las máquinas,
administra el proceso, genera utilidad para el consumidor,
etcétera) (2000).
Una postura distinta a la de los teóricos europeos de la
sociedad del conocimiento es la que sostiene Dantas. El
autor brasileño señala que “la información es una
modificación de energía que provoca algo diferente en un
medio ambiente cualquiera y produce, en ese ambiente,
algún tipo de acción guiada, si existe algún agente capaz e
interesado en captar y procesar los sentidos o los
significados de aquella modificación” (2002: 35). En los
procesos de trabajo, el nivel diferente de conocimiento o la
experiencia de los distintos trabajadores hace que algunos
eventos sean captados por algunos trabajadores y no por
otros. En suma, se trata de:
Representación numérica
Modularidad
Automatización
Variabilidad
Un objeto de los nuevos medios da lugar a muchas
versiones diferentes, no a una sola secuencia o composición
de elementos textuales, visuales o auditivos, gracias, sobre
todo, a su modularidad. Manovich señala que, en este
sentido, la “industria cultural va realmente por delante de la
mayoría de las industrias” (2006: 83), y que se pueden
crear diferentes interfaces a partir de los mismos datos.
Transcodificación
Y agrega:
La amarga experiencia de los trabajadores de color y de
los de cuello azul en las industrias manufactureras
tradicionales, a lo largo del último cuarto de siglo, es un
augurio de lo que les espera, en el futuro inmediato, a
millones de trabajadores adicionales que quedarán
afectados, cuando no aislados, por el despido tecnológico
masivo (ídem; el destacado es nuestro).