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Mariano F. Enguita
Catedrático de Sociología
Universidad de Salamanca
2
A la memoria de
Esteban Medina y
Josechu Vicente Mazariegos
3
INDICE
La economía no monetaria
REFERENCIAS
ANEXO BIBLIOGRÁFICO
Manuales y compilaciones de interés general
Sociología y economía.
La industrialización y su contexto.
Macrotendencias socioeconómicas.
Las organizaciones.
La empresa en el capitalismo.
La organización del trabajo.
La economía no monetaria.
Las condiciones de empleo y trabajo.
Economía y cultura.
Cualificación y formación.
Intereses y conflicto.
Trabajo y desigualdad social.
El mercado como institución social.
El consumo.
4
nomía real como parte de su objeto de estudio, sino que, de un modo u otro,
fuese como el objeto directo a analizar (la sociedad industrial, las organizacio-
racional); por otro, sin embargo, la disciplina, y con ella el cuerpo académico
especializado, han mantenido una relación ambigua con la economía como dis-
ciplina próxima y, en buena medida, coextensiva, relación que oscila entre la
que era: como si se hubiera aceptado, siguiendo a Jacob Viner, que “economía
es lo que estudian los economistas”, y que lo que no estudien ellos no podrá
ser considerado tal. Así quedó fuera todo el sustrato de la economía no mone-
taria, cuya débil llama fue mantenida a duras penas por la antropología y por la
económica.
por cierto, su estructura formal), pero que, al mismo tiempo, supuso dejar de
5
lado el mercado. Este quedaría, así, en las exclusivas manos de la teoría econó-
mica como escenario de agregación de las preferencias invididuales, si bien con
dos salvedades. Una, las decisiones de los consumidores, tras cuyos gustos
habría, ahí sí, carnaza para los sociólogos, pero sólo en la trastienda de su ac-
tuación en el mercado: el consumo. Otra, el mercado de trabajo, donde las es-
nomista y las segundas para el sociólogo, llevó a la elisión del problema del po-
der. Por una parte, el mercado quedaba libre de toda sospecha al definirse pre-
cisamente como una relación entre iguales —para lo cual bastaría con que fue-
ran iguales, formalmente iguales, en la relación misma—, tal como llegaría a ex-
presarse de forma diáfana en la terminología hoy tan en uso: jerarquías y mer-
cionalista de la empresa.
oría económica, sino que ha funcionado como linde de los dominios de ésta y ha
hecho importantes incursiones en la teoría sociológica, a menudo presentándo-
clasicismo; incluso terrenos que parecían al margen del measuring rod y del
cash nexus, como la familia, son objeto de las incursiones más audaces. “Todo
lo que se creía permanente y perenne se desvanece en el aire”: Marx dixit, Bec-
ker facit.
del mercado y la eliminación del poder del ámbito de las relaciones económicas.
El noveno apartado está consagrado a la problemática de la desigualdad aso-
clásicas o, si se prefiere, entre la economía política de los siglos XVIII al XIX, par-
co, y todo ello, en gran medida, por la vía de renunciar a una buena parte de los
esfuerzo por ser y parecer una ciencia libre de valores. La sociología, por su
parte, fue ampliando más y más el abanico de sus intereses desde la inicial con-
económica y, sobre todo, dejando a ésta como observadora única del mercado.
les, al menos una vez que éstas conocen ya cierto grado de desarrollo. Por otra
como la sociedad y con nuestro nivel de conocimiento actual sólo puede des-
pegar una ciencia altamente formalizada sobre una base epistemológica y me-
todológica fuertemente restrictiva como la que proporcionan los supuestos de
economía, creo, una huida hacia delante consistente en confiarse cada vez más
cado.
nos— de lo que hace el otro y prefieren usar una sociología primitiva el segun-
a aquellos que en sus filas han intentado plantear los problemas o emplear los
1
Schumpeter, 1954: 62-63.
8
métodos del otro: la Escuela Histórica alemana, Schumpeter y Veblen entre los
economistas o los partidarios de la elección racional entre los sociólogos, por
no poner sino los ejemplos más obvios. El caso más patente es, no obstante el
de Marx, a veces negado por tirios y troyanos: demasiado normativo para los
economistas y demasiado especulativo para los sociólogos, aunque tozudamen-
res o menores grados de detalle y de exhaustividad con los que alinearlas. Aquí
social y los métodos de investigación. Digamos ya, sin embargo, y de una vez
por todas, que no nos referimos ni podemos referirnos de modo exhaustivo a
economía neoclásica, entendiendo por tal la que estudia los estados de equili-
tos más o menos competitivos, lo que incluye desde el núcleo neoclásico hasta
aunque pueda llegar a hacer propia la utilidad ajena o social; el homo sociologi-
cus desempeña su papel social, aunque encuentre espacio para personalizarlo.
A la unilateralidad de la sociedad como agregado de individuos se opone la del
economía trata de cómo las personas llevan a cabo sus opciones, [mientras
pel de los fines últimos comunes y las actitudes que subyacen y se asocian a
cimientos del utilitarismo, aun cuando hayan abundado y hasta prosperado los
esfuerzos por sustituir cualquier idea de utilidad objetiva por la utilidad subjeti-
va, la utilidad individual por la utilidad social (esto sólo de forma ocasional, cier-
tamente) o cualquier tipo de utilidad por el concepto más limitado de las prefe-
rencias reveladas: en todo caso, la acción racional implica preferir más a menos
y fines, siendo sus propósitos maximizadores (o, en el peor de los casos, opti-
sociología, sin embargo, la acción puede obedecer a una gama más amplia y
diversa de motivos, siendo o no racional u obedeciendo a otro tipo de fines, por
2
Duesenberry , 1960: 233, apud Granovetter, 1985: 56.
3
Parsons, 1934: 526-29.
4
Schumpeter, 1908: 90.
5
Boudon y Bourricaud, 1982: 196-98; Dumont, 1977: 145.
10
sociedad (por ejemplo, la utilidad cardinal que obtienen los individuos de los
bienes que adquieren o a los que renuncian, o los mecanismos por los que se
forman sus gustos y que dan lugar a sus preferencias), es algo dado, exógeno,
de la misma forma que lo es, pongamos por caso, la naturaleza para la ciencia
nentemente sociales.
economista— una conducta racional, en todo momento habrá un one best way
de actuar, y, como ser racional en economía es conseguir más por menos, tal
conducta puede ser deducida. Esto implica que que el científico en realidad ni
siquiera necesita observar, sino que puede permitirse deducir y predecir. De ahí
co), para lo cual precisa una mayor base empírica, incluso por el penoso proce-
6
Stinchcombre, 1986: 4-5.
11
de las acciones que observa, es decir —lo que, según Machado, es más difícil—,
limpios y sus manos sucias.8 De ahí que la economía privilegie el análisis, los
métodos formales, la matematización, mientras que la sociología se reparte
los datos empíricos. Von Mises veía ahí la fortaleza de la disciplina, en el hecho
de que “sus teoremas concretos no son susceptibles de verificación o falsación
siasmado hace pocos años: gato blanco o gato negro, lo importante es que ca-
ce ratones, que podría resumir la idea de quienes suponen que nada importa
que los supuestos de la teoría tengan mucho o poco que ver con la realidad si
se muestran útiles a la hora de hacer predicciones (lo que suele llamarse la tesis
7
Swedberg, 1990: 265.
8
Hirsch, Michaels y Friedman, 1990: 7
9
Smelser y Swedberg, 1994: 7.
10
Mises, 1949: 858.
11
Leontief, 1971: 1.
12
Friedman, 1953: 8-14.
12
probatorio”.13
ción..., pero, si así se configura un campo más amplio, también hay que subra-
ta, como von Stein, u optimista, como Comte, y no importa que propongan in-
social con el desarrollo de la industria tout court, en sí y por sí, como la culmi-
13
Merton, 1957a: 103.
14
Geck, 1951.
15
Citado por Nisbet, 1980: 350.
13
Simon asegura que “la revolución está muy lejos de haber terminado, y no ter-
minará más que con la plena realización del fin que el proceso histórico le ha
asignado, con la formación del nuevo sistema político”,16 es decir, con la susti-
tución del sistema feudal, teológico y militar por el industrial, científico y positi-
vo. Como su maestro, “Comte acepta la industria sin dudarlo”, augura para
sión a un posible futuro en que se trabajaría para vivir en lugar de vivir para
trabajar y se dedicaría el tiempo a actividades más elevadas, percibió y quiso
supraindividual alcanzada por los medios de producción, sino de que son objeto
de propiedad privada; no ya de la división del trabajo, sino de la división social a
16
Saint-Simon, 1820: 17.
17
Nisbet, 1980: 358-59.
18
Comte, 1830-1842: § 57; recogido en Iglesias, Aramberri y Zúñiga, 1980: 385-86.
19
Spencer, 1876.
14
económica, la radical afirmación de su carácter social: “Al decir que las relacio-
nes actuales [...] son naturales, los economistas dan a entender que [...] son
leyes eternas que deben regir la sociedad. Por tanto, ha existido la historia, pe-
idea del modo de producción capitalista como un sistema que lleva en sí las
fuerzas que lo destruirán: una clase obrera cada vez más numerosa y depaupe-
nes nunca cumplidas (quizá, en parte, por haber sido formuladas: “la naturaleza
Marx otras aportaciones que son hoy parte irrenunciable del acervo —algunas
20
Marx, 1847: 177.
21
Lamo de Espinosa, 1990: 138.
15
sobre la sociedad.
cuanto como ejemplo paradigmático y punta de lanza del proceso más amplio
que el capitalismo fuese una forma histórica y transitoria, sino por considerar
que sólo sería plenamente viable en las coordenadas culturales creadas en Eu-
ropa por el cristianismo y, en particular, por el ascetismo protestante (hipótesis
hoy también desmentida, esta vez por el rápido desarrollo de las economías
capitalistas del sudeste asiático). Su especial relevencia para el análisis socioló-
gico de la realidad económica viene más bien de otros aspectos que de la ca-
nal o no; cuarto, de su intento de abarcar de modo exhaustivo todos los aspec-
22
Weber, 1922: II, 736-38, 1061.
16
el momento final del proceso económico, el consumo, al que concede una es-
pecial relevancia en la formación de los estamentos en una línea que concuerda
ción social, arrancan tanto las formulaciones todavía más abstractas de Parsons
sobre la diferenciación estructural y las relaciones entre la economía y la socie-
del funcionalismo.
Es impensable dar cumplida cuenta aquí de ellas, en especial por cuanto éste no
es sino un aspecto, y no el central, sea de la Sociología Económica o de la So-
23
Durkheim, 1983: 416-19.
24
Durkheim, 1912: 213 et passim.
17
tificables como tales por su carácter de “escuelas académicas”, sino por los
motivos centrales de sus planteamientos. Me refiero, concretamente, a motivos
ciones que, de un modo u otro, consideran que el capitalismo hace más o me-
nos tiempo que se sobrevive a sí mismo, con el resultado de una creciente pro-
acuñado por Sombart para designar un tercer y último periodo del capitalismo,
tras el primero o temprano y el segundo o pleno, en el que la empresa capitalis-
25
Luxemburg, 1912; Lenin, 1916.
18
del capitalismo (el sistema es tremendo pero produce riqueza, que es de lo que
genera una cultura modernista que mina su propia base moral, los valores de la
modernidad.31
Una línea distinta, que podría enlazar mejor con la preocupación weberia-
dad global. Entre los primeros figuran pioneros como Michels,32 aunque su tra-
Según éstos, así como el sistema fabril puso el trabajo de muchos bajo la auto-
26
Baran y Sweezy, 1966.
27
Sorvina et al., 1984.
28
Gorz, 1964.
29
Mandel, 1972
30
Schumpeter, 1942: xiii.
31
Bell, 1976.
19
organizaciones, si bien hay que decir que el asombro por tal proceso ha sido
más común entre los economistas, que han visto el contraste entre esa realidad
y su concentración casi exclusiva en el estudio del mercado, que entre los so-
ciólogos.34 En un plano más ambicioso, se ha querido ver en la burocratización
entre sistemas sociales. La variante más fuerte de esta visión se produjo en los
años 30 y 40, cuando a los procesos por debajo de burocratización de los par-
tidos y la accionarización de las empresas se superpusieron los procesos por
32
Michels, 1915.
33
Berle y Means, 1932: 3, 8.
34
Por ejemplo, Boulding, 1953, y Hirschman, 1957.
35
Rizzi, 1939; Burnham, 1941; Schachtman, 1962; Jacoby, 1969.
20
ninguna de esas posibilidades, sino a las ideas y teorías que subrayan la coexis-
tencia entre una esfera económica en la que siguen presentes, aunque sea en
otro grado, los conflictos señalados del capitalismo decimonónico, los mismos
arrollan estructuras políticas que los canalizan y los desactivan a la vez, con-
mico. Creo que la irrupción de esta idea puede atribuirse sin discusión a T.H.
Marshall, quien llamó la atención sobre cómo la progresiva implantación de los
los derechos laborales (una especie de segunda ciudadanía industrial) y los ser-
vicios públicos del Estado Social, los segundos, suponía la oposición de la ciu-
dadanía a la clase social.37 Dahrendorf, que también hizo suya la teoría mencio-
nada de Berle y Means (así como la idea de Geiger, siguiendo a Weber, de que la
nencia de clase había sido señalada originalmente por Marx,39 pero éste pensó
36
Mannheim, 1950; Galbraith, 1967; Touraine, 1969.
37
Marshall, 1950.
38
Dahrendorf, 1957.
39
Marx, 1844b.
21
tismo, abunda en el mismo sentido pero con otra interpretación: el sistema so-
cial, económico y político se ha estabilizado no tanto porque la ciudadanía borre
armonía social. La idea de que una saludable clase media es la mejor garantía de
estabilidad del sistema político se remonta a los griegos, pero no hay necesidad
de ir tan lejos. La teoría social del siglo XX ha vuelto una y otra vez sobre la
las teorías sobre las sociedades post que enseguida mencionaremos, es preciso
ciedad de la segunda mitad del siglo XX sean los que se centran en su carácter
cia de las sociedades capitalistas y socialistas en torno al tipo genérico del in-
dustrialismo, a veces asociada a la proclamación del fin de las ideologías.43 Sue-
40
Schmitter, 1974; Panitch, 1981; Solé, 1988b.
41
Renner, 1953; Goldthorpe et alii, 1968a, 1968b, 1969.
42
Vid González Blasco, 1989.
43
Kerr et alii 1960; Lipset, 1960; Bell, 1961; Aron, 1967.
22
puede señalarse que los factores arriba señalados son comunes a todas ellas y,
además, han recorrido por cuenta propia el pensamiento social de buena parte
del siglo XX. El aumento del peso relativo de los servicios al paso del desarrollo
económico fue señalado ya al final del siglo XVII por William Petty, en virtud de
el aumento y consolidación de una nueva clase media han señalado por lo gene-
ral que, lo que tenía de nueva, era el desempeño de ocupaciones profesionales
44
Kahn y Wiener, 1967; Richta, 1968; Touraine, 1969; Bell, 1973. Y también
Dahrendorf, 1957.
45
Kahn y Wiener, 1967.
46
Touraine, 1969.
47
Etzioni, 1968.
48
Brzezinski, 1970.
49
Boulding, 1964.
50
Toffler, 1980.
51
Masuda, 1981.
52
Drucker, 1993.
53
Véase Clark, 1939.
23
como fuerza productiva directa, en crear una mayor proporción del valor añadi-
davía de la aparición de un nuevo Bell que consagre el nuevo lema, aquí y allá
fecías mercadotécnicas tras las que asoma el plumero de alguna que otra pro-
como cuando se predica la educación para una sociedad del ocio, forma en que
54
Renner, 1953; Croner, 1954.
55
Gouldner, 1979.
56
Larson, 1977.
57
Ehrenreich y Ehrenreich, 1971.
58
Mallet, 1963.
59
Poulantzas, 1974; Baudelot, Establet y Malemort, 1974.
60
Wright, 1978.
61
Richta, 1968.
62
Toffler, 1980.
63
Forester, 1987.
64
Gershuni, 1978; Gershuni y Miles, 1988.
24
na, se trata de reflexiones sobre los efectos de un desempleo masivo que cues-
tiona la centralidad del trabajo y rompe el viejo nexo entre medios de vida y
empleo, el work-cash nexus, lo que conduce al estudio de estrategias políticas
más o menos discutibles, pero en todo caso razonables, como el reparto del
ciología sin más (o, como dicen algunos, sociología general) no es por sí misma
otra cosa que sociología a secas con un especial acento sobre el proceso de
industrialización, acumulación de capital, terciarización, cambio tecnológico,
etc. Por sí misma difícilmente se justificaría como una rama especial de la socio-
logía, como lo que se viene proclamando desde principios del siglo una sociolog-
ía especial. Es por ello, sin duda, que el nacimiento de la Sociología Industrial
suele fecharse en relación con investigaciones o publicaciones específicamente
dedicadas a la industria y las condiciones de vida y trabajo a ella asociadas de
modo inmediato. Carecen de interés las fechas en sí, pero no los acontecimien-
tos que datan, ya que ello nos da una idea bastante fiel de lo que los sociólogos
65
Gorz, 1988; Aznar, 91.
66
Van Parijs, 1994, 1995.
25
Hawthorne que, sólo más adelante, darían lugar a la intervención de Elton Mayo
y su equipo y al nacimiento de la llamada Escuela de las Relaciones Humanas.
Sería más prudente descontar los años que tardaron en llegar y sacar conclu-
enfoque ingenieril y biomecánico del trabajo (Taylor) y/o incluso sobre la pers-
trial, sin ir más lejos la de W.E. Moore, Industrial relations and the social order
(1946),67 o adelantarla hasta 1908, a los trabajos de Weber para la Unión para
una Política Social, por haber propuesto “la concepción de una investigación de
la industria social en su objeto, pero científica en su enfoque”.68
la pareja maldita, Marx y Engels, escribe dos obras esenciales por distintos mo-
son, ciertamente, una obra altamente especulativa, pero no más que la de los
un siglo después. Lo que importa subrayar es que en ella aparece ya, de forma
67
Por ejemplo Geck, 1955: 320.
68
Dahrendorf, 1962: 33.
69
Naville, 1957.
70
Marx, 1844a; Engels, 1845.
26
preciso escrito como comprender que, con él, y sobre todo con otros posterio-
res, Marx, como a su manera ya lo había hecho Ure, se coloca en contraposición
introducida por Arkwright—.71 Pero, para Ure, a quien Marx no duda en calificar
de rapsoda de las manufacturas —brillante rapsoda, en cualquier caso—, el
Lo cierto es que habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XX para
que aparezca con fuerza una Sociología de la Empresa más especializada, apo-
yada en el estudio de las condiciones de trabajo y el análisis de las organizacio-
nes. En torno al filo del siglo hay algunos conatos interesantes desde la Verein
ller y el trabajo de campo de una mujer, Marie Bernays, pero no se trata más
que destellos aislados, de menor relevancia que los antes mencionados. El estí-
mulo, o más bien el revulsivo decisivo, surge con la ofensiva de Taylor y su ge-
best way. Taylor contempla al trabajador como una máquina biológica,73 como
“adjunto a la máquina”.74
Del taylorismo se ha dicho que fue más bien una “antisociología indus-
trial”, por su “olvido o desprecio de los aspectos personales o sociales” del tra-
bajo,75 aunque quizá fuera más adecuado decir que Taylor no los olvidó ni me-
nospreció sino que les concedió gran importancia y trató, por ello mismo, de
borrarlos. Cabe decir que veía la empresa como una gran conspiración dirigida
trabajo, y concibió su propio sistema como una ofensiva de arriba abajo para
control interno y una gradación de los estímulos externos. Sin duda representa-
ba una forma de entender los intereses del capital (controlar la fuerza de traba-
jo —lo que podríamos llamar el principio Ure— y abaratar su coste global —el
principio Babbage— a través de la división de tareas y la descualificación de los
puestos), como ha sostenido la corriente marxista que sustenta la idea de la
73
Miller y Form, 1963: 706ss.
74
March y Simon, 1958: 13.
28
degradación del trabajo,76 pero también, sin duda, los de los ingenieros como
profesión77 y, en particular, su sueño de prescindir de la falible maquina huma-
na.78
eso es lo que intentó Fayol con su teoría de las funciones empresariales: co-
tos informales de la organización,80 pero nunca ha sido abandonado por los teó-
ricos del management ni por los estudiosos de la historia de la empresa.81
motivos para pensar que lo más “sociológico” del proceso pudiera no deberse
forma convincente con los supuestos del taylorismo para al sustituir el elemen-
to o el factor humano por el sujeto o actor humano (to bring the man back in,
por decirlo parafraseando la expresión feliz, con otros fines, de otro de los par-
75
Martín López, 1997: 51.
76
Braverman, 1974; Freyssenet, 1977.
77
Meiksins, 1984.
78
Aunque no referido expresamente a Taylor, véase Noble, 1984.
79
Fayol, 1916.
80
Perrow, 1970: 93.
81
Por ejemplo, Drucker, 1954; Urwick y Brech, 1945; Pollard, 1965; Chandler, 1977.
29
propia, pero al margen del grupo y de las relaciones sociales, y ello a pesar del
origen y el fondo psicológicos y psicologistas del propio Mayo. Su principal con-
clusión metodológica fue que hacía falta una perspectiva clínica de las situacio-
clusión sustantiva fue, siguiendo a Durkheim, que todo grupo social debe ase-
ganización”.83 Lo primero era lo que Taylor había intentado lograr mediante in-
ción con la organización. Puede decirse que, frente a Taylor, Mayo representa la
unilateralidad en sentido opuesto: lo informal frente a lo formal. No fueron mu-
cho más allá las aportaciones de la Escuela de las Relaciones Humanas, pero, en
fuese más correcto decir simplemente que Mayo vio un elemento positivo para
este sentido, cabe preguntarse si Mayo debe ser contrapuesto a Taylor o con-
82
Mayo, 1933: 19.
83
Mayo, 1945: 9.
84
Castillo Castillo, 1966: 15.
85
Mottez, 1972: 25ss.
86
Rodríguez Aramberri, 1984: 221.
30
Miller y Form publicaban orgullosos su manual, “el primero que lleva el título de
Sociología Industrial”.94 Esta década sería ya prolija: Dubin y Kornhauser y Ross,
Lipset y Trow y Coleman, Roy, Bendix, Argyris, Stouffer, Lockwood, Gouldner,
Rose, Whyte, Wilenski, Dalton, Touraine, Blau, Crozier, Selznick, Mills, Fried-
mann, Homans, Merton, Drucker, Sargant Florence, Baldamus, Isambert, Naville,
cosas a la vez: en 1954 tuvo lugar la publicación del libro de Caplow, The So-
87
Barnard, 1938.
88
Polanyi, 1944.
89
LeClair y Schneider, 1968; Godelier, 1974.
90
Moore, 1946.
91
Dahrendorf, 1962: 48.
92
Warner y Low, 1947.
93
Simon, 1947.
94
Miller y Form, 1951: 11.
95
Caplow, 1958; March y Simon, 1958.
31
difícil leer que estos tres áreas son, respectivamente, la Sociología del Trabajo,
cio que pueda reportar (los sociólogos también actuamos racionalmente de vez
en cuando). Me parece, no obstante, que pueden señalarse algunas oleadas
que, sin llegar ni mucho menos a agotar la producción de la época en que discu-
rren, sí han llegado a caracterizarla, y lo haré aunque sea sobre la base de sim-
ples impresiones —consolidadas y troqueladas, eso sí, por el paso del tiempo.
Así, creo que el período que corresponde más o menos a la década de los cin-
grupos de trabajo y las empresas; la década de los sesenta, hasta entrados los
96
López Pintor: 41
32
Guerra Mundial) y algún otro estudio posterior, por ejemplo el de Roy sobre la
Barnard, Mechanic..., lo que hace obvio que, en esta etapa, el impulso viene
estudios sectoriales sobre la cualificación que estimuló, pero hay que añadir que
tiempo fluyendo: los efectos de las llamadas nuevas formas de organización del
ductividad101 y las nuevas formas de economía difusa (desde los industrial dis-
97
Roy, 1954.
98
Braverman, 1974.
99
Fresyssenet, 1977.
100
Piore y Sabel, 1984.
101
Svejnar y Jones, 1982.
102
Becattini, 1987; Bagnasco, 1988.
33
debe entenderse como una sucesión de etapas en la que cada una cierra y en-
nueva oleada como un impulso que se superpone al o a los anteriores, pero sin
les. La lista de las posibles afectadas por esta disgresión es larga: empieza por
la propia cópula contenida en la denominación estándar y por el sentido exacto,
ta con posibles campos más restrictivos como los de una eventual sociología de
las relaciones laborales, del mercado de trabajo, del empleo, del mercado, de las
profesiones...
Hay que empezar por decir que no todo el mundo considera que el asun-
to valga la pena, Así, por ejemplo, Mottez asegura que “a despecho de los dis-
cursos a que a veces ha dado lugar, el problema de la extensión y los límites del
34
afirmación, pero no porque piense que posee un especial interés fijar las fronte-
ras entre los territorios académicos, sino porque creo que el problema del obje-
fábricas, tal como se ha desarrollado a fines del siglo XVIII a partir de la revolu-
triales’ para cubrir toda la relación entre patronos y empleados en todas las
ramas de las actividades económicas y administrativas.”105 Aunque es difícil
interpretar de modo inequívoco este texto, pues puede considerarse que sim-
103
Mottez, 1972: 6.
104
Dahrendorf, 1962: 5.
105
Friedman, 1961: 30.
35
blecería sus límites una sociología industrial así definida, o qué servicios respe-
taría como tales: el transporte, ya se sabe (sin duda por la muy alta relación
restrictivos como Dahrendorf hasta por los teóricos marxianos del trabajo pro-
nadamente, es que estas definiciones restrictivas han tenido poco eco. Proba-
trial afirmaba: “En muchos aspectos es lamentable que la mayoría de las inves-
tigaciones en Sociología Industrial se hayan realizado en las fábricas. Ello ha
cial del American Journal of Sociology, de que los que él consideraba sociólogos
del trabajo, los cuales se veían a sí mismos más bien como sociólogos industria-
dad, que por la agricultura, los servicios o la administración, que por entonces
106
Miller y Form, 1963: 7-8.
107
Hughes, 1952: 423.
36
mediado el siglo, cuando puede afirmarse sin lugar a dudas que ya existe una
sociología industrial propiamente dicha, buena parte de ella se dedicaba preci-
Argyris, Lockwood, Janowitz, Stouffer, Sills, Blau, Crozier, entre otros; a no ser,
claro está, que las arrojemos, en exclusiva, al capítulo de la sociología de las
organizaciones).
la industria pura y dura, a la que califica de plant sociology, sociología del taller
etc.?) como no económicas, pero resulta fácil seguir sus huellas hacia la con-
cadas con las organizaciones en que trabajan, como si no hubiera otro personal
Cabe admitir, pues, con Castillo, “que ‘industria’, lo mismo en sus oríge-
108
Kerr y Fischer, 1957.
109
Etzioni, 1958: 133.
110
Parsons, 1939; Hughes, 1963.
37
transformar la naturaleza o las cosas.”111 Pero hay que añadir, primero, que el
problema no es simplemente gramatical, ya que la ambivalencia de los términos
dustrial (y de la empresa).
lado del Atlántico lo que parece es más bien que se utiliza el término industrial
sociology o industrial relations para referirse a los aspectos más teóricos y ge-
nerales de la disciplina, como lo hacen Moore o Whyte, pero se propende a en-
tions u oganizational sociology. De hecho, pues, creo que lo que hay en realidad
es, por así decirlo, una distinción micro-macro (no en cuanto al método, sino en
trial, pero también que abarca otros ámbitos que el interior de la empresa (el
111
Castillo, 1996: 42-43.
112
Dahrendorf, 1962:
38
mercado de trabajo, por mencionar solamente uno), puede que resulte franca-
mente ociosa.
sas sino también todo tipo de organizaciones políticas, religiosas, etc. No obs-
tante, una buena parte de las organizaciones son empresas y otra buena parte
como proponía Etzioni —barriendo para casa—, pensar que “puede ser fructífe-
más lejos, Los partidos políticos,115 pero también los ensayos de Weber o Marx
sobre la burocracia.116
con ésta cierto espacio, pero ambas son siempre más o mucho más que esa
intersección. La sociología del consumo presenta una clara intersección con la
113
Barnard, 1938: 73.
114
Etzioni, 1958: 131.
115
Michels, 1911; podríamos considerar también a Mosca, 1939.
116
Marx, 1843, 1844b; Weber, 1922: 1ª parte, III/II.
39
dos por las dotaciones, en una demanda efectiva que indica a las empresas, a
través de los precios, lo que el público desea que produzcan; o, en sentido con-
trario, las empresas tienen que encontrar o generar mercados para los bienes y
servicios que producen. Por supuesto, el consumo es solamente una parte del
consumidores mucho más que su relación con los proveedores. Por eso la so-
quedan fuera del ámbito de la sociología industrial y que incluso atañen a otras
sociologías especializadas (estratificación social, arte y cultura, etc.). De hecho,
tramos a menudo como sociología del trabajo y las ocupaciones o, con otro
el clásico anglosajón del área, era en gran medida, por cierto, una sociología de
éstas como la parte de las ocupaciones con mayor nivel de cualificación y auto-
117
Caplow, 1954.
40
Sociología general que puede ser titulada con mayor exactitud Sociología de las
como las asociaciones formadas por unos y otros, los medios de negociación,
118
Miller y Form, 1963: 34.
119
Friedman, 1961: 30.
120
Miguélez y Prieto, 1991b: xxii.
121
Marshall, 1950: 104.
41
te, aun sin ignorar el conflicto entre las partes, en los mecanismos instituciona-
les y explícita o implícitamente consensuados como tales: normas sobre em-
modernización o histórica.
logía del trabajo y la sociología económica. Quizá haya que comenzar por decir
ellas a donde quiera que llegase otra, pero no creemos que sea ésta la mejor vía
a elegir. Empecemos por la sociología del trabajo. A la vista salta que el trabajo,
según la antropología, desde que hay humanidad; por otro, hay un sector im-
portante de trabajo en las sociedades industriales (entre otros, pero ahora sólo
nos detendremos éste) que no suele ser abordado por la sociología industrial: el
trabajo doméstico, que representa la mitad o más del trabajo total en cualquier
logía del trabajo... salvo que ésta se defendiera entonces proclamándose res-
ponsable del estudio de toda actividad, incluido el ocio —como en algún viejo
plan de estudios. Mas en este sentido, creo, sí que hay que estar de acuerdo
122
Baglioni, 1982: 24.
42
que queda fuera del ámbito de la sociología del trabajo: la propiedad y la alta
dirección. El análisis del trabajo, por supuesto, parte del hecho de que la mayor-
asalariados. Por otra parte, las formas y concepciones de la dirección del proce-
nes de trabajo, los cuales no podrían comprenderse de manera cabal sin tener-
ridad, mecanismos de promoción, etc.). Pero resulta difícil imaginar, por ejem-
plo, qué puede tener que ver con la sociología del trabajo la problemática de las
123
Dahrendorf, 1962: 3
43
tuales, todas ellas, poco afortunadas, pero no vamos a entrar ahora en esa dis-
cusión). Los directivos que representan al capital pueden ser o no los mismos
te, desde la del trabajo. En suma, debemos decir que hay un amplio campo de
una de estas sociologías especiales tomada por separado, pero también que
Hay algo más, por cierto, que une a la sociología industrial (y de la em-
podría sostener que la sociología industrial puede o debe incluir, por limitada-
mente que sea, el ámbito del consumo (así lo hacen, por ejemplo, algunos teó-
ricos de la organización procedentes del campo de la teoría económica), 124
lo
esa esfera por definición. Más importante es, empero, la esfera de la circulación.
ducto final, antes de circular, ha de ser objeto de apropiación por los partici-
124
Por ejemplo, Hirschman, 1970.
44
pantes.125 Hay que empezar por decir que la apropiación (lo que los economis-
tas suelen llamar “distribución” o “distribución funcional”, es decir, distribución
jeto de conflicto expreso entre los actores, quizá porque se admite que, salvo
que surja éste, viene determinada por las leyes del mercado. La circulación (lo
que los economistas suelen llamar intercambio, pero aquí éste es sólo una de
Sólo en principio, claro está, porque lo que sale o no se permite que en-
tre por la puerta termina entrando por la ventana. En primer lugar, hay un mer-
bre las condiciones de empleo con carácter previo a las condiciones de trabajo,
en la medida en que la sociedad parece alejarse definitivamente —hasta donde
mil formas y fragmentos.126 Pero hay más mercados, concretamente los merca-
dos de capital y los mercados entre empresas. Los primeros son sencillamente
además de división interna a la empresa, como división del trabajo entre empre-
125
Para más detalles, véase Enguita, 1997d.
45
objeto de estudio no hay otra cosa que el fetichismo del mismo compartido con
la economía, la idea de que es un mecanismo automático e impersonal, en el
que cualquier mano es invisible, una idea llamativamente compartida por la eco-
tenían sus reservas al respecto, éstas han sido ignoradas por la posteridad),
visión neutral del “velo de la circulación”. Pero si, en lugar de suponer que el
mercado es lo que tanta gente dice que es, nos preguntamos si realmente lo
es, entonces aparece con claridad el hecho de que, sea lo que sea, existe una
quier otra forma de acción social pero no económica, es decir, no sería trabajo.
ción, de un ámbito algo más amplio que el de otras sociologías especiales como
que queden fuera del ámbito de la sociología económica. Robbins escribió, refi-
126
Maruani y Reynaud, 1993: 4; Prieto, 1994: 20;
127
Castillo, 1988: 26.
46
nización productiva pero no como escenario de acoso sexual contra las muje-
dustrial o la del trabajo. Sin negar a priori, de ningún modo, la utilidad de las
sez) están más presentes en unos contextos que en otros: están menos pre-
social y culturalmente más densos, de manera que choca con enormes dificul-
mostrada por la sociología por estudiar las organizaciones (las empresas), que
128
Chandler, 1977.
129
Robbins, 1932, recogido en LeClair y Schneider, 1968: 97.
47
dios-fines), pero bajo todos los aspectos. Por eso pudo decir Polanyi que “el
ensayo de Lionel Robbins, aunque útil para los economistas, distorsionó fatal-
mente el problema.”130 Si la sociología industrial (y de la empresa), o la socio-
ma, o el tipo de empleo como fuente de status), no será tanto por agotar todo
lo que pueda tener alguna relación con el trabajo sino porque sería sencillamen-
te imposible comprender la relación con el mismo sin tener en cuenta esa di-
130
Polanyi, 1957: 270.
48
Digámoslo una vez más: no se trata de hacerse con esta o aquella parce-
sus efectos sociales en general y de esos nuevos fenómenos que son la fábrica
pectos podemos decir que nace la sociología industrial. La adición del término
que esto divida a una y otra entre la comunidad local (el municipio) y la asocia-
ción productiva (la empresa), sino que —dejando aquí aparte el municipio—
131
Dahrendorf, 1962: 55.
49
han estado siempre ahí, pero las escasas voces que los señalaron estaban con-
trabajo, producto de una gran multiplicidad de factores que no hace falta enu-
merar aquí, pero uno de cuyos efectos derivados es que se puede prestar más
productiva—. Resta añadir que todavía queda una esfera cuya importancia
132
Mottez, 1972: 6.
50
que ésta está formada por actores que persiguen sus intereses individuales de
mucho de ser una concepción espontánea, o eterna: es una idea nacida exclusi-
ficar los supuestos para entregarse con todas las fuerzas a las deducciones ha
cen, hace extraños compañeros de cama, la economía, entonces, los trae fran-
“Habría que tomar varios cursos de economía para encontrar a uno que dejase
entrar siquiera el bienestar de su familia en su función personal de utilidad.”135
racionalidad topa una y otra vez con dificultades para abarcar formas patentes
indicar lo que deberíamos hacer, así como determinar lo que haremos.”136 Ac-
tualizado por un filósofo de la economía: “Toda acción humana se dirige a au-
133
Hirschman, 1977.
134
Boulding, 1970: 134.
135
Sen, 1977: 46.
136
Bentham, 1789: I, §1.
51
el dolor para la persona que la realiza sin tener para nada en cuenta a los de-
mente incómodas. Una forma algo más compleja puede consistir en integrar el
placer y el dolor de los demás, o de algunos entre ellos, como propio, lo que
En estos términos, como resulta obvio, siempre podrá justificarse cualquier ac-
ción humana como útil para quien la realiza, ya que, en realidad, basta para ello
le evita algún tipo de dolor) sea éste físico o moral, egoísta o altruista, etc., lo
que convierte el razonamiento en una simple tautología de valor nulo.139 Más de
lo mismo se obtiene cuando la teoría se limita a afirmar que “hay algo llamado
utilidad —como la masa, la altura, la riqueza o la felicidad— que la gente maxi-
menos, su ordinalidad: más, menos, igual. Tanto más si, de paso, la moral se
justo y de lo injusto.”141
sacudido, incluso desde las propias filas de la teoría económica. Simon sugirió
ya hace tiempo reemplazar la idea de conducta maximizadora u optimizadora
137
Dyke, 1981: 31.
138
Boulding, 1979: 1383.
139
Stigler, 1966: 57.
140
Alchian y Allen, 1983: 40.
52
la realidad), que quienes toman las decisiones lo hacen más bien por un proce-
mente paso a paso —pasito a pasito— de las políticas o los hábitos estableci-
dos,145 comparando alternativas que difieren en pequeña medida, de donde
hasta el punto de borrar por entero la distinción bajo la idea de las probabilida-
des subjetivas. Sin embargo, el mundo no parece estar poblado por tan finos
estadísticos, y la cuestión entonces es cómo se las arregla la gente para deci-
141
Bentham, 1776: Prefacio, §2.
142
Simon, 1957: 198.
143
Simon, 1957: xxiv.
144
Williamson, 1985: 44-47.
145
Lindblom, 1958.
146
Knight, 1911.
53
hacemos cuando no sabemos qué es lo mejor que podemos hacer?” 147 La res-
puesta de Beckert es que, entonces, los agentes que quieren ser racionales (in-
tendedly rational) “no aumentan sus capacidades de cálculo para determinar las
probabilidades con el fin de dominar la incertidumbre. Más bien se apoyan en
abstracción que permite una aproximación a la conducta real “si, dentro de las
áreas en cuestión, no fuese impedido por ninguna otra motivación.”150 “En defi-
nitiva”, como señala Blaug, “Mill opera con una teoría del ‘hombre ficticio’.
Además, subraya también el hecho de que la esfera económica es tan sólo una
parte del área total de la conducta humana.”151 Sin embargo, este hombre ficti-
147
Beckert, 1996: 819.
148
Loc. cit.
149
Heiner, 1983.
150
Mill, 1836: 323.
54
humana.”152 Pero media un abismo entre admitir que algún tipo de concepción
sido— decir: el análisis económico, entendiendo éste como sólo una parte de la
teoría sociológica tampoco faltan hoy los intentos de “encontrar una función
que lleve de un conjunto de preferencias individuales a un orden de preferen-
cias social”,155 pero pueden ser incluso bienvenidos como contrapunto a una
nera se produce el hecho de que los individuos se plieguen a ella. Para Marx y el
marxismo, los seres humanos son parte de grupos cuya posición les asigna unos
151
Blaug, 1980: 82.
152
Becker, 1976: 112.
153
Coleman, 1990: 13-14, 18-19.
154
Becker, 1976: 119.
155
Elster y Haylland, 1986b: 2.
156
Me refiero a Dahrendorf, 1958.
157
Sobre la variante funcionalista, véase Wrong, 1961.
158
Sobre la marxista, Thompson, 1978.
159
Sorokin, 1928.
55
duales como dados e intenta dar cuenta del funcionamiento de los sistemas
sociales, la teoría normativa toma las normas sociales como dadas e intenta dar
este problema nos recuerde otro más viejo: ¿el huevo o la gallina? La diferencia
reside en que la evolución de la sociedad es mucho más rápida que la del plumí-
que puede aceptarse como una forma de negar que existan unos intereses so-
nentes son históricos: primero, el individuo, que tiene que desgajarse vital y
siderarse a sí mismo como la medida de todas las cosas; segundo, la razón ins-
pendiente y acotada del resto de la sociedad, precisamente para que en ella sea
160
Bowles y Gintis, 1986: 146.
161
Coleman, 1990: 241-42.
162
Bentham, 1789: I, §4.
56
condición que puede darse por supuesta sino como algo de existencia contin-
gente, a demostrar.
mente, las madres a las hijas, aunque fuera por otro motivo—, despeja el hori-
zonte y seduce con la promesa de grandes frutos para el trabajo deductivo. Sin
embargo, los buenos deseos no pueden sustituir a la realidad, por mucha que
oría económica en ciertos ámbitos y de forma limitada, ni, sobre todo, sus vir-
caso, sin ir más lejos, de la tipología de la acción de Weber: “La acción social,
como toda acción, puede ser: 1) racional con arreglo a fines: determinada por
163
Lovejoy, 1961: 64.
57
pio y absoluto de una determinada conducta, sin relación alguna con el resulta-
do, o sea puramente en méritos de ese valor; 3) afectiva, especialmente emoti-
los medios de la mejor manera posible para obtener los fines; la maximización,
por supuesto, entra dentro de las posibles acciones racionales con arreglo a
teoría económica otorga a este adjetivo, como sucede con las acciones tradi-
cional y afectiva.
vano ha sido siempre más hostil que la sociología a las teorías de la elección
164
Weber, 1922: I, 20.
58
a una lógica instrumental, sino que son enormemente variables y tienen un ele-
vado componente expresivo,167 idea remachada después por Parsons y Smel-
Por otra parte, hay razones más que abundantes para subrayar el papel
tener los costes de transacción.170 Por un lado, ciertamente, los vínculos mora-
(sobre todo las pequeñas: familia, comunidad local, minoría étnica, pero tam-
bién, en otra forma, las grandes, como el estado del bienestar) resisten a la
lógica del mercado. Por otro lado, sin embargo, la ausencia de la comunidad y la
165
Boudon y Bourricaud, 1982: 196.
166
Véase Katona, 1975.
167
Veblen, 1899.
168
Parsons y Smelser, 1956.
169
Véase Leacock, 1971.
170
Arrow, 1974: 23.
59
ello fue el mismo Adam Smith, parte del grupo de los moralistas escoceses,
morales (la relación entre La riqueza de las naciones y Teoría de los sentimien-
171
Schulze, 1977: 18.
172
Etzioni, 1994: 213.
173
Lindenberg, 1988.
174
Dore, 1983: 460.
60
consecuencias. Sin embargo, lo que resulta una útil abstracción práctica puede
convertirse en una muy perjudicial limitación teórica. Hay dos aspectos, al me-
sus efectos.
Ante toda acción económica hay que preguntarse si, aparte de su finali-
175
O’Brien, 1975: 272.
176
Roy, 1954.
177
Willis, 1978.
178
Thompson, 1963; Montgomery, 1979.
179
Thompson, 1971.
61
común ante las acciones que forman parte de la etapa final del ciclo económico:
las acciones de consumo. Está ya fuera de discusión que, en el consumo, no
abrigo, etc. sino también, incluso hasta el punto de desdibujar aquéllas, cuidar,
crear, alimentar y transmitir una imagen de nosotros mismos. La cuestión es
que este interrogante debe extenderse a las acciones propias de las esferas del
una seña de identidad, lo que Touraine llama “una mezcla de hacer y ser”. De
ordinaria puedan vivirse como una crisis en la que se pierde el principal elemen-
ción frente al precio, etc., elementos todos ellos que, por supuesto, pueden
regir de forma distinta para diferentes culturas, medios, situaciones o personas.
“[L]os individuos son reconocidos (ante sus propios ojos y ante los ojos de los
demás) por sus actos. La personalidad [self] como personalidad social [social
je, heredada del pensamiento liberal, tiene el doble efecto de negar la libertad
180
Enguita, 1989b; Escobar, 1988; Guillemard, 1972.
62
es, en propiedad, otra cosa que una educación prolongada.”183 Marx intentó
encontrar la síntesis entre estas dos visones unilaterales en la praxis como
dad humana o cambio de los hombres mismos” de la tercera tesis sobre Feuer-
libre.185
La economía no monetaria
Una de las mayores limitaciones de la economía, y tras ella, aunque
181
Bowles y Gintis, 1986: 150-51.
182
Bowles y Gintis, 1986:121-51; Enguita, 1988.
183
Helvetius, 1772: VII, 23.
184
Marx, 1845: 666.
185
Véanse Kohn, 1969; Bourdieu, 1979.
63
ducción doméstica. Entiendo por tal el trabajo que realizan para sí los miembros
de un hogar, y entiendo por hogar un grupo de personas que ponen sus recur-
sos en común para la satisfacción de sus necesidades. Puede ser y será típica-
jo y otros recursos que se dan entre hogares de un mismo tronco familiar, so-
para ser más fieles a la realidad). Aunque por los hogares se mueven trabajo,
186
Polanyi, 1957: 270.
64
que el otro adopte una actitud genérica similar: regalos rituales y ocasionales,
limosnas, aportaciones a fines diversos, ayudas ocasionales, etc. Como asisten-
sin contrapartida inmediata, pero de modo que se espera una actitud corres-
zo entre las partes; como sucede, por ejemplo, con entregas ocasionales de
función simbólica (vecinos que se piden pan, azúcar, el periódico, etc.), con el
préstamo para su uso temporal de bienes de mayor valor (un automóvil, una
de reciprocidad para un grupo del que se coparticipa (por ejemplo, para una
pero han tenido gran importancia en el pasado y subsisten todavía bajo formas
social: no son remunerados o lo son sólo simbólicamente para quienes los reali-
zan y suponen algún bien o servicio, aunque sea de carácter público (como la
modo inmediato. A lo largo de una vida, cada individuo realiza ciertas aporta-
ciones al estado (impuestos y, en su caso, prestaciones) y recibe ciertas trans-
públicos, como las carreteras, pero también rentas, como las pensiones no con-
básicos. Al final de una vida o en un periodo dado se pude hacer para cada indi-
comunitaria, pero aun éste resulta relevante al menos en ciertos ámbitos como
el apoyo mutuo entre amas de casa, las actividades asociativas o el trabajo pa-
ra entidades de solidaridad. En general, es probable que represente poco, en
relación con el conjunto de su actividad económica, para los que dan, pero
puede llegar a representar mucho para algunos de los que reciben, de modo
la mitad del producto interior bruto, si bien una proporción importante de las
transferencias públicas no va directamente a las personas sino a las empresas,
ciones, hay que suponer que unos y otras producen algo real, aunque pueda ser
tan inasible como la paz social y no figure en la partida de la renta de las fami-
lias. Pero el capítulo más importante es, con mucho, el de la economía domésti-
ca, más exactamente el del trabajo doméstico. Es difícil computar éste de cual-
quier manera, sea en horas o en precios sombra, pero se ha estimado que, para
centraremos, pues, por ser suficiente para este fin y en aras de la brevedad, en
el trabajo doméstico. Salta a la vista, ante todo, la forma sistemática en que ha
187
Enguita, 1989a: 88.
188
Durán, 1997b: 134.
189
Waring, 1988.
67
podrían ser acumulados y mezclados sin más, pero una cosa es distinguir y
otra, obviamente, ignorar. Este desdén androcéntrico hacia lo doméstico no se
rizadas por esa differentia specifica. La teoría, en fin, alcanza con sus concep-
tos a aquellos que forman parte de su objeto, y el carácter presuntamente no
inconsciente incluso por sus principales protagonistas, las amas de casa, que,
no como tal trabajo, sino como faena, tarea, algo que hay que hacer, una obli-
190
A este respecto, véase Wallerstein, 1974, 1980.
68
cios, sino también bienes elaborados a partir de otros bienes, y si cada vez está
en proporción más dedicado a la producción de servicios no hace con ello sino
tampoco el trabajo por cuenta propia—, ni tan siquiera valor de cambio —como
do. No es más ni menos tradicional que una buena parte de los trabajos extra-
domésticos, tal vez menos que la mayoría de los trabajos agrarios. No es parte
del proceso de reproducción en mayor medida que, por ejemplo, el trabajo en el
aunque sí mayoritario, por mujeres, ni es el único que las mujeres realizan. To-
con él, a los hombres en la parte de la economía y la sociedad que merece ser
menor de lo cotidiano.192
191
Enguita, 1988: 163-64.
69
poderosos, sino a los atomizados hogares. Hay, por supuesto, una división del
trabajo, la más antigua del mundo, pero el impulso para analizarla no ha venido
de ninguna de las sociologías especiales en las que aquí nos centramos sino de
de desempeñar tal o cual tipo de tareas (o tal o cual puesto de trabajo, en par-
Pero sin duda el efecto más negativo que para la interpretación y expli-
que las relaciones, los procesos, las acciones y decisiones en ésta obedecen a
una lógica social intrínseca distinta de la del mercado, y al ignorar esta otra
particular las más importantes, utilizando una lógica por la mañana y otra por la
tarde, una fuera de casa y otra dentro, sino teniendo en cuenta en todo mo-
mento tanto una como otra, ponderadas de distinta forma según el contexto
192
Durán, 1987b: 139.
70
jo”,193 es decir, que —para una composición dada de la fuerza de trabajo (bra-
zos disponibles)— se busca lograr un equilibrio entre esfuerzo y bienestar, un
que la subida del precio del pan, en lugar de provocar una subida de los salarios,
una subida de los salarios tiene como efecto una reducción de la oferta de
fuerza de trabajo cuanto mayor sea el precio que puede obtener por ella, pero
193
Chayanov, 1924: 84.
194
Lewis, 1924.
195
Véase, por elegir un clásico, Moore, 1965: 36; más en Enguita, 1990: 77-78.
71
rios llevará a una mayor autoexplotación del ama de casa, es decir, a una mayor
carga doméstica y a un mayor peso del trabajo doméstico dentro del trabajo
cientes de que alcanzar cierto nivel de calidad de vida se consigue en cada ca-
so, como explica Pahl, “a través de una mezcla característica de todas las for-
mas de trabajo que aportan todos los miembros del hogar.”198 En esta mezcla
etc.). Sólo integrando todas y cada una de estas fuentes de recursos podemos
aspirar a comprender las estrategias individuales, familiares y grupales ante los
196
Gardiner, 1973; Enguita, 1993a.
197
Enguita, 1996b.
198
Pahl, 1984: 402.
199
Mingione, 1991: 40.
72
con una colección de definiciones sobre lo que se tercie (la acción social, la es-
comunicaba, pero pudiera suceder que los sociólogos, tan dados a discutir y
embargo, este vacío ha sido señalado también por diversos economistas, parti-
cularmente entre los nuevos institucionalistas, como un “hecho peculiar”
midad: simplemente está ahí, es como es, no puede ser de otro modo, es un
interferir.
200
Hayek, 1988: 64.
201
Barber, 1977: 30
73
de cualquier cosa que suene a poder o conflicto (sea dentro del mercado, fuera
del mercado o como supuesto del mercado) es algo obvio. Así lo escribió Ler-
ner: “Una transacción económica es un problema político resuelto. La economía
se ha ganado el título de reina de las ciencias sociales por haber escogido como
que tienen como escenario el mercado, al problematizar una y otra vez la natu-
raleza de la organización pero dar por sentada la del mercado, aceptó esta divi-
pero, al mismo tiempo, y podría asegurarse que sin apercibirse de ello, renun-
económica: el mercado.
rarquías, surgen para cubrir de la forma menos mala posible los fallos del mer-
cado (externalidades, bienes públicos, oportunismo, racionalidad limitada, etc.).
De este modo, la sociología, al limitarse al estudio de las organizaciones, se
confina a sí misma a estudiar ese second best, esa segunda opción, que serían
202
Citados por Swedberg, 1994: 257-59.
203
Lerner, 1972: 259.
204
Hicks, 1936.
205
Campo, 1987: ix.
74
éstas frente al indiscutible one best way, el mercado. Aunque el uso y abuso de
la expresión “fallos del mercado” es relativamente nuevo, la idea es ya vieja, y
la sociología que aparta a ésta de los campos abordados por otras disciplinas
más restrictivas en sus supuestos y más formalizadas en su aparato metodoló-
ciencia especial, se ocupa de ciertas clases de datos que otras ciencias o igno-
ran o los consideran como secundarios.”206 Sin embargo, la cosa podría verse
precisamente al revés. Donde algunos ven fallos del mercado es posible ver
precedieron con mucho a los mercados. Son más bien los fallos de la organiza-
ción, es decir, su incapacidad para coordinar a gran escala (con los medios de
tratamiento de la información disponibles) o, si se prefiere, sus rendimientos
206
Schneider, 1957: 29.
207
Lazonick, 1991: 8.
208
Hayek, 1945.
75
económica, tenía algo o bastante que decir sobre el mercado. No Marx, paradó-
jicamente, a pesar de ser el más radical crítico del capitalismo, pues considera-
un proceso que ocurre por detrás de ella”, “es una nebulosa tras la cual se es-
conde un mundo entero, el mundo de los nexos del capital.”210 Marx llevó a ca-
por la sociología del conocimiento (por ejemplo, por Berger y Luckmann, Sohn-
209
Williamson, 1975:
210
Marx, 1857a: I, 194; II, 153.
211
Berger y Luckmann, 1973; Sohn-Rethel, 1972.
212
Weber, 1922: II, 699.
76
inicial de las dotaciones, porque para él, como para Weber, era, en lo esencial,
un escenario de lucha no violenta: “[P]ara que cada uno sostenga lo que es su-
yo en esta especie de duelo del que surge el contrato, y en el curso del cual se
fijan los términos del intercambio, las armas de las partes contratantes deben
coincidir tanto como sea posible. [...] Si, por ejemplo, uno contrata para obte-
ner algo de lo que vivir, y el otro sólo lo hace para obtener algo con lo que vivir
mejor, resulta claro que la fuerza de resistencia del último excederá con mucho
la del primero, dado que puede abandonar la idea de contratar si no consigue
los términos que desea. El otro no puede hacer esto. Está, por tanto, obligado
ntro, por cierto, del capítulo de su Sociología titulado “La lucha”.215 Incluso
Mosca vio con claridad el mercado como escenario de conflicto, lejos del inter-
mientras que está admitido luchar con libras y peniques, los mejores puestos son
ques.”216
análisis del mercado?. No, en mi opinión, porque sin negarle una importancia
similar decidiera dedicarse tan sólo a las relaciones internas a la empresa, al
213
Weber, 1922: I, 82.
214
Durkheim, 1912: 213.
215
Simmel, 1908: I, cap. 4.
216
Mosca, 1939: 201.
77
igual que si hubiese decidido estudiar la industria pero no los servicios, como
sugiere en solitario Dahrendorf. No, entre otras cosas, porque, de hecho, ni la
mayor o menor medida, del mercado de trabajo; la sociología del consumo, por
su parte, siempre hubo de ocuparse al menos de una orilla del mercado de bie-
mente de la faz de la tierra, salvo las pocas excepciones bien conocidas, y, con
ca. Es como si, dando la vuelta a la caracterización por Polanyi del error eco-
tácita y sin discusión tanto el monopolio como objeto de estudio cuando la de-
finición del mercado como puro mecanismo, más que impersonal asocial, por
mación —el surgimiento y desarrollo del mercado— hizo notar que el mercado
era una institución históricamente fechada, y de fecha muy reciente, así como,
78
una parte absolutamente vital del sistema económico. Pero el mercado, la tierra
falso en relación a ellos. El trabajo es sólo otro nombre para la actividad huma-
na [...]; la tierra es sólo otro nombre para la naturaleza [...]; el dinero actual,
por último, [...] alcanza su existencia a través del mecanismo financiero banca-
atrás que no siempre habían existido y que no habían sido la única forma de
circulación de los bienes. No en vano Malinowsky, había descrito el kula,218
da en el mercado.220
creo, el del grado en que la sociedad o los grupos e instituciones que la forman
dinero son poderosos mecanismos que socavan las jerarquías y los vínculos
simo: [...] quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las
217
Polanyi, 1944: 72.
218
Malinowski, 1922.
219
Mauss, 1925.
220
Firth, 1951.
79
como refugio) respecto de la sociedad industrial, por más discutible que sea su
nes comerciales entre sus miembros, a diferencia de con los payos, o dentro del
ciertos bienes y servicios, en particular los que, por un motivo u otro, se consi-
deran más esenciales al ser humano, desde los bienes religiosos extra commer-
cium o el amor y el sexo hasta la sangre,224 los trasplantes225 o los seguros de
vida.226
Por otra parte, y dejando de lado el caso obvio del mercado de trabajo
tampoco todos los otros mercados son iguales, ni responden al modelo de im-
personalidad, competitividad, etc. de la teoría económica. El mercado ideal, de
ción de ningún bien en el mercado (i.e., que todos sean price-takers y no price-
makers), que el producto sea homogéneo, que haya información perfecta, que
no existan barreras a la entrada y que no haya costes de transacción. Va de
suyo que estas condiciones nunca se cumplen. Lo más parecido que puede en-
contrarse son las bolsas de valores, y aun éstas presentan, cuando menos, ba-
221
Simmel, 1900.
222
Harris, 1983.
223
Enguita, 1996a.
224
Titmuss, 1971.
225
Parsons, Fox y Lidz, 1973.
226
Zelizer, 1978, 1979.
80
dedor. Esta diferencia corresponde en parte a la señalada por Okun entre “pre-
recen o lo hacen sólo de manera muy limitada en los mercados anteriores: mer-
consumo.
una particular atención a las llamadas redes (networks), es decir, a las relacio-
contratos. En cierto modo, este enfoque las contempla como una respuesta
informal a los mismos problemas de especificación insuficiente de los contratos,
227
Okun, 1981: 42.
81
Baker. White sostiene que el mercado de producción típico consiste en una do-
vigilándose los unos a los otros.”229 Baker, estudiando las transacciones concre-
que estas redes logran es, sobre todo, aumentar el grado de confianza entre
preferiría otros como cliques, clanes o círculos, resulta útil, en todo caso, en
cuanto que señala la existencia de agrupamientos de individuos o empresas y
probablemente sea el mercado de trabajo. Sin contar con las formas más insti-
rales y la cooptación por parte de las profesiones con base en las organizacio-
nes. Sin embargo, creo que una investigación realmente fructífera de los mer-
cados debe ir más allá, partiendo de la simple hipótesis de una multiplicidad de
228
Swedberg y Granovetter, 1992: 9.
229
White, 1981: 543.
230
Baker, 1984.
231
Castillo, 1994: 55.
82
tipos,233 es decir, de que el término mercado no pasa de ser una abstracción del
mismo tipo que, por ejemplo, organización u hogar, y que existe un enorme
sólo en parte subordinada a sus objetivos formales; el conflicto sería algo in-
herente, inevitable y positivo, permitiendo el reajuste interno y externo del sis-
tema; el poder, en fin, sería una variable crucial, pero repartido entre una plura-
motor del cambio, aunque susceptible de ser reprimido; el poder sería un fenó-
meno integral y de suma cero, desigualmente distribuido.234 A pesar de la sim-
plicidad de la distinción, creo que es útil para considerar la forma en que han
no sólo como tres opciones sino también, hasta cierto punto, como tres etapas
sucesivas y como tres estratos acumulables (en el sentido de que ningún enfo-
232
El clásico es Bonacich, 1973.
233
Zelizer, 1992.
234
Burrell y Morgan, 1979: 204, 388.
83
aunque sin duda más interesante y menos ingenuo, es el trabajo de Merton so-
lectivo tras un objetivo pero su logro puede verse dificultado por la mala inte-
235
Véase Weber, 1947.
236
Barnard, 1938: 73.
237
Parsons, 1956: 33.
238
Parsons, 1956: 47.
239
Merton, 1957b: 53.
84
terés es un salario más alto y escuchar los cantos de sirena de sus iguales, y la
de Mayo, para quien el ambiente de trabajo y el grupo informal son, sencilla-
que, detrás de la ley de hierro de la oligarquía, hay toda una discusión sobre el
240
Dalton, 1959.
241
Mechanic, 1962.
242
Crozier, 1963.
243
Cyert Y March, 1963; Hickson, 1971.
85
sea, sobre la distribución inicial de éstos o sobre los mecanismos por los cuales
son objeto de apropiación.244
escrito hasta la saciedad que la moderna sociología industrial se inicia con Mayo
tura formal y la informal. La dimensión formal, a menudo estudiada por los ad-
ministradores, es de poco interés en sí misma para el sociólogo de las organiza-
rarían tal a Etzioni, sino más bien un sociólogo de las otras organizaciones, a
estas alturas debe de resultar ya sobradamente claro que no comparto esa de-
todo caso un importante sociólogo de la economía; last but not least, lo que
dad industrial, y, sea como sea, creo que refleja una disposición bastante gene-
ralizada en el conjunto de la sociología industrial, disposición que se refleja, ya
244
Clegg, 1979: 104.
245
Sin ir más lejos, López Pintor, 1986: 37.
246
Etzioni, 1958: 135.
86
como portavoz, hagamos notar que resulta difícil imaginar cuál sería el funda-
mento científico por el que los procesos informales (por ejemplo, la restricción
de cuotas) serían más reales que los formales (por ejemplo, la norma de pro-
ducción o la autoridad del capataz); o por qué la estructura formal sería sola-
mente una especie de escenario, como quien dice un paisaje, para los procesos
no es, por parte del sociólogo, muy distinto de lo que hace el economista cuan-
más o de que estos otros no son sino sus epifenómenos o metástasis. La va-
riante, digamos, indiferenciada consiste en señalar el conflicto donde se supone
que tiene que estar en una organización: entre los que tienen la autoridad y los
que no. Así pueden entenderse la ley de hierro de Michels para toda organiza-
ción. Pero creo que el enfoque radical por excelencia, o la variante fuerte de
ropa. El problema planteado por Braverman es que “lo que el trabajador vende,
y lo que el capitalista compra, no es una cantidad acordada de trabajo, sino la
capacidad de trabajar durante un periodo acordado de tiempo.” “Lo que [el ca-
pitalista] compra es infinito como potencial, pero como realización está limitado
por el estado subjetivo de los trabajadores. [...] Habiéndose visto forzados a
87
damus, quien consideró que la incongruencia entre los salarios y el esfuerzo era
tiempo, no tuvo, desde luego, el impacto que tendría años más tarde la de Bra-
todo sucedía como si no hubiera otra posibilidad para el capital y como si éste
hubiese conseguido imponer por entero sus designios, lo cual hizo que fuera
criticado tanto por aceptar como portavoz fiel de la clase capitalista a Taylor,
propios ni que los capitalistas pudieran tener otras opciones u otros valedores,
como por tomar por una realidad ineluctable lo que en principio no podía ser
247
Braverman, 1974: 54, 57.
248
Baldamus, 1951/61: 108.
249
Bright, 1958, 1966.
250
Freyssenet, 1976.
251
Coriat, 1984.
252
Manacorda, 1976.
88
más que una tendencia y no dejar ningún margen a la resistencia de los trabaja-
dores frente a los planes de ingenieros y patronos.253 Lo importante, sin em-
flicto laboral había sido visto, en general, como un conflicto en torno a qué
compensación (qué salario, para simplificar), por una cantidad de trabajo dada
del proceso de trabajo —en la producción— en vez de en los términos del in-
quiera que fuera el juicio que mereciesen sus conclusiones, no podía sino susci-
tar el reconocimiento unánime de la sociología marxista; o, más en general, de
nos aquí, fue cuestionar una y otra vez el concepto mismo de cualificación y
253
Aronowitz, 1978; Edwards, 1978; Burawoy, 1981, entre otros.
254
Kraft, 1977; Glenn y Feldberg, 1979; Cooley, 1980; Wallace y Kalleberg, 1982.
255
Durand, 1978; Coriat, 1979; Manacorda, 1976.
256
Berg, 1971; Marglin, 1973; Gorz, 1973.
89
vez de como un ukase impuesto por una de las partes sobre la otra: por ejem-
plo, en los trabajos de Edwards, Burawoy, Maurice et al., Wilkinson y otros.257
En general puede decirse que ha faltado una visión más radical y menos
nexo entre ellas está en una posición de poder frente a ellas y gracias a ellas: es
que se trate de una organización, no importa de qué tipo, por lo que un análisis
de las organizaciones no pude depender por entero, como en la perspectiva
nomía rigen los derechos de la propiedad y en esfera del estado los derechos
de la persona, o que lo relevante en la primera es un acuerdo liberal y en la se-
257
Edwards, 1979; Burawoy, 1979, 1985; Maurice, Sellier y Sylvestre, 1982; Wilkinson,
1985.
258
Perrow, 1971: 18.
90
indiferencia de March y Simon, y qué abarca esta zona) y de los derechos de-
mocráticos (qué capacidad se reconoce a los trabajadores, si es que se les re-
desde la simple penalización del abuso de autoridad fuera del ámbito estricto
de la producción hasta las restricciones sobre movilidad, horarios, tipo de tare-
continua que recorra, por ejemplo, las etapas de la taylorización (mejora er-
que, cualquiera que sea la sucesión histórica de sus combinaciones, son dos
259
Bowles y Gintis, 1986: 27ss, 66ss.
260
Berlin, 1958.
261
Tezanos, 1987b.
91
otras— que son una cesión limitada de poder para los segundos.
del conflicto ni del poder. Este hecho suele ser ignorado, a pesar de su carácter
elemental, por dos razones. Por un lado, el mercado, como ya se ha dicho, es
za trabajo porque ésta puede producir un valor superior al suyo propio. Por otro
lado, puesto que el trabajador —sobre todo el trabajador poco o nada cualifica-
mayor parte de estos conflictos no tienen por objeto la producción misma sino
apropiación, pero, la mayoría, ni siquiera eso, sino que se da por sentada la or-
vas a las cualitativas, es decir, de las recompensas por el trabajo a las condicio-
nes de trabajo, o sea, de la apropiación a la producción).
factores en un sentido físico. Puede hacerse per capita, pro laborem o por cual-
quier otro procedimiento, pero en todo caso decidir y aplicar ese procedimien-
to, sea de forma explícita o implícita, entraña un conflicto de intereses entre las
partes en el que cada una de ellas hará valer hasta donde pueda, si lo tiene, el
escribe Heilbroner— es que las ganancias de cualquier origen van a parar nor-
pues en la década de los ochenta los propietarios del capital cobraron clara
conciencia de que, si bien su pugna por el producto con los trabajadores estaba
de que la apropiación por los propietarios del capital no es algo inevitable o in-
262
Heilbroner, 1988: 40.
93
por los tiburones financieros de los ochenta se hizo bajo esta divisa: dar al capi-
tal lo que le corresponde, los beneficios, en lugar de que fuera apropiado por
dominios.263
rales escasos, pero, dado que los recursos naturales libres son ya irrelevantes,
podemos dejar de lado esta parte.) La otra, que tiene a ésta como precondi-
asignación de recursos y bienes por el estado, tal como es —no tal como qui-
sieran que fuera—, está mediado por las relaciones de poder, concretamente
por la capacidad de cada individuo o grupo para influir en las decisiones públi-
cas, en la public choice. La segunda, sí, puesto que, como ya vimos en el apar-
tado anterior, tanto la teoría económica predominante, por activa, como la so-
qua non para que los participantes en el mercado se vean obligados, como
quiere la teoría, a aceptar los precios — entonces cabría preguntar: si todos
son precio-aceptantes, ¿quién cambia los precios? Pero también vimos que no
salarios, beneficios, etc., pero también entre distintos tipos de salarios), su ex-
presión en el intercambio es el precio.
263
Es el problema implícito en Berle y Means, 1932.
264
Stigler, 1968: 181.
94
menos, ahorrar más o menos, etc., o de circunstancias fuera del alcance de to-
dos, o sea, del azar. Otra parte puede considerarse, tal vez, como un instru-
mento del sistema, es decir, de todos, para generar crecimiento, para aumentar
las dimensiones de la tarta, etc.; esto es, como un incentivo libremente acorda-
do o, en el peor de los casos, razonablemente consentido. Pero, descontado
esto, todavía hay sin duda una parte importante de la desigualdad por explicar:
desigualdad en el acceso a los recursos (a la propiedad, a la autoridad, a la cua-
suelen ignorar por el sencillo expediente de suponer que, puesto que las tran-
darán al precio en que se igualen las utilidades marginales de los que participan
en ellas. Por otra parte, estas utilidades subjetivas, que se suponen ahí por el
hecho mismo de tener lugar la transacción —y así el razonamiento, como las
pescadillas, se muerde la cola— serían la única medida aceptable del valor (Pa-
reto). Este modo de razonar es tan confortable que algunos economistas han
265
Enguita, 1997a.
95
formulada por el obispo Whately, quien sugirió que, reducida a una ciencia del
cambio, la economía (economics) debería denominarse ciencia cataláctica (ca-
tallactics).266 Suscitó el mayor entusiasmo, tal como cabía esperar, entre algu-
nos miembros de la escuela austríaca para quienes el centro de la economía era
el mercado, como von Mises y Hayek (éste prefería llamarla catalaxia). (La ha
samente el poder sobre los recursos, entendiendo por tales las cosas y accio-
nes que sirven para producir más cosas y acciones, y los intereses versan en
último término sobre los bienes y servicios, que son las cosas y acciones que
ción de las dos. Se han intentado otras vías a la industrialización —hoy fracasa-
mezcla cada vez más masiva de ambos tipos de entramado económico: la mer-
266
Kirzner, 1976: 72.
96
mente en el mercado son empresas, puesto que también lo hacen los producto-
res autónomos (si bien es cierto que éstos últimos suelen ser clasificados como
yen por todo sistema: materia, energía e información. Ahora bien, para que se
nes más: primero, que se precisen y se empleen como tales factores, pues lo
de disposición sobre ellos sea lo bastante desigual como para que, sobre esa
miento sustantivo de estos procesos, por otra parte más propios del análisis de
267
Boulding, 1970: 17-18.
268
Véase Enguita, 1992.
269
Weber, 1922: II, 1061
97
blema del poder, sino que se limita a reducirlo a una forma indirecta, mediante
rizan porque la gran mayoría de las transacciones (la inmensa mayor parte en
palabras de un autor muy alejado de él: “El resultado final es que dos partes
que comienzan con derechos nominalmente iguales, pero acuden con recursos
monial) por su dilución en las filas del proletariado y, en menor medida, su as-
barrer del mapa a las pequeñas, o al menos a las más pequeñas, lo cierto es que
270
Coleman, 1982: 22-23.
98
las relaciones organizativas o laborales que debe ser tenida en cuenta en cual-
quier análisis de la desigualdad, pues las condiciones de empleo (estabilidad,
cambia su relación con otras fuentes de poder. Esto último tiene lugar porque,
271
Bagnasco, 1988; Segenberger, 1988; Castillo, 1991.
99
propiedad por acciones separó primero la posesión (en manos de los directivos
jar por cuenta propia, y porque una cantidad creciente de riqueza se concentra
en unas pocas manos —y además, claro está, porque existen las fórmulas insti-
acciones—, cada vez más gente tiene que trabajar para las organizaciones y
272
Dahrendorf, 1957.
273
Vid Epstein, 1986; Schrager, c1986
274
Berle, 1959: 59ss.
100
capacidad de decisión sobre los usos del capital, incluidas las opciones de inver-
tir o desinvertir, repartir o no beneficios, absorber o desprenderse de empresas,
recoger bajo distinciones como, por ejemplo, la que separa la propiedad jurídica
estremecerse a un jurista.
así sea. Cuando ascendemos desde la base hasta la cúspide de una organiza-
y asignación, pero puede haber y hay casos de autoridad sin autonomía —por
275
Wright, 1985, 1989.
276
Como Poulantzas, 1974.
277
Enguita, 1994.
101
capacidades que posee con independencia de cuáles tenga realmente que ejer-
cer en su puesto de trabajo, y la del puesto mismo, o el conjunto de capacida-
des necesarias para desempeñarlo con independencia de otras que pueda pose-
278
E.g. Davis y Moore, 1949.
102
tanto la limitada movilidad funcional del trabajador, sin tener en cuenta la cual
todo por cuanto que buena parte de la literatura sobre la descualificación o de-
la dinámica de las profesiones —en el sentido fuerte del término, sean de ejer-
cicio liberal o de base en las organizaciones—. Los mismos conceptos en apa-
279
E.g. Gouldner, 1959.
280
Enguita, 1994b.
103
aunque para ello haya que contar con una teoría del valor, es decir, con una
otro recibe más de lo que da, entonces hay explotación en un sentido económi-
más general —ya que no depende de que la producción como tal sea exceden-
taria—, apropiación disproporcional.281
entrar ahora en la larga casuística de los colectivos que deben ser excluidos de
281
Enguita, 1997c.
104
tal objeto de la sociología económica. Como señaló hace tiempo Daniel Bell, es
un “hecho extraordinario [...] que no tengamos una teoría sociológica del hogar
público [public household]”.283 Puesto que las relaciones no son en él bilatera-
en términos agregados; sin embargo, que la explotación a través del estado sea
por su parte, puede resultar oscurecido por la dificultad de hallar y acordar cri-
basadas en cualquier idea objetiva del valor. Pero, mientras alguien descubre la
forma de hacer esto, es difícil encontrar un término más adecuado que el de
porcional del producto que tienen lugar en él, precisamente por ser una “pala-
formas más importantes de discriminación son, que duda cabe, genérica, étnica
282
Enguita, 1997b.
283
Bell, 1976: 220.
284
Delphy y Leonard, 1992: 42.
105
cia señalar que además, junto a o antes que la explotación en sus diversas for-
mas, están las distintas formas de discriminación, pero carece de sentido equi-
parar una y otra, como sucede, por ejemplo, cuando se repite el sambenito so-
ponde a cada individuo determinar qué forma de desigualdad le resulta más da-
ñina o más llevadera (como cuando una mujer rompe al menos parcialmente su
discriminación en el hogar —estar confinada en él— para salir a ser explotada
en la fábrica o la oficina).
—otra cosa será lo que digan los resultados— para el análisis tanto de las orga-
nizaciones como de los mercados —y, entre éstos, de los mercados de trabajo
rio, los trabajos peor pagados, etc., se ha señalado, por ejemplo, que el análisis
típicas de género, etnia y edad;286 que la dinámica de las profesiones y las se-
285
Enguita, 1993b.
106
carreras de los cuadros y directivos288 y marcan sus relaciones con los subordi-
yores.292
ga que conformarse con empleos temporales o a tiempo parcial, tal vez incluso
crianza, y en todo caso que sea contemplada como una elección menos segura
dios propios como base para una eventual independencia. En otras palabras,
286
Gordon, Reich y Edwards, 1982.
287
Simpson y Simpson, 1976.
288
Davidson, 1992.
289
Kanter, 1977.
290
Stone, 1974.
291
Osterman, 1980.
292
Guillemard, 1986.
293
Hartmann, 1979.
107
ción —con independencia, en ambos casos, de que sea o no, además, de explo-
tación—, y las dos formas de discriminación se refuerzan mutuamente.294 No
obstante lo cual, hay que añadir que la disminución de las desigualdades extra-
cada vez más claro para la investigación. En particular, hay que señalar la orien-
tación creciente de los análisis de las relaciones raciales o, en un sentido más
xenofobia entre los sectores más marginales de la etnia dominante, como suce-
los blancos más pobres del sur de los Estados Unidos, protagonistas de la ma-
yor hostilidad hacia los negros), sino incluso las estrategias de solidaridad étni-
294
Enguita, 1993, 1997a
295
Weber, 1922: I, 315-16.
296
Weber, 1922: I, 276, 317.
297
Castles y Kosack, 1978; Miles y Phizacklea, 1984.
298
Enguita, 1996a: 67ss.
108
escasas. El uso que hago del término generación, pues, es claramente distinto
suficiente para ser invocada en el reparto y las políticas dirigidas hacia la juven-
tud y la vejez gravitan hacia la política de empleo. Las primeras como políticas
te los diez años anteriores [a 1990] que ya estaban maduras las condiciones
confirmada en el producto.”303
299
Mannheim, 1928.
300
Rose, 1984; Dubar, 1987.
301
Walker, 1981; Gaullier, 1990.
302
Parsons y Smelser, 1956: xvii.
303
Smelser y Swedberg, 1994: vii.
109
Lo que iba de siglo para Parsons y Smelser iba, en realidad, más o menos
desde Weber, fallecido en 1920 y cuya Economía y sociedad se publicaría en
1922 (si bien fue escrita, en su casi totalidad, en los años inmediatamente an-
el caso, por supuesto, de Weber, pero también el de Sombart, con sus grandes
lianos, a Pareto, pero creo que, si bien puede ostentar con todo derecho el do-
ble título de economista y sociólogo, fue las dos cosas de forma independiente
objeto real que la ciencia económica, si bien definiéndola de otro modo como
objeto teórico.
parte tercera del Grundriss der Sozialökonomik, los textos que luego, al quedar
304
Sombart, 1913a,b,c.
305
Simmel, 1900, 1922.
306
Veblen, 1899, 1904, 1919, 1923.
110
políticos modernos.”307 Chocará sin duda la inclusión, y la amplitud con que tie-
importancia otorgada por Weber a las ideas religiosas, las ciudades (que asocia
mercado. Queda claro, pues, que, con independencia del juicio que merezca
Mucho tiempo antes, sin embargo, Marx ya había clamado con insistencia
social, de las relaciones económicas, empezando por las más elementales. Para
política parte del hecho de la propiedad privada, pero no lo explica. [...N]o nos
Proudhon es criticado por no entender que “esas relaciones sociales [de pro-
307
Citado por Winckelmann, 1955: ix-x.
308
Marx, 1847: 177.
309
Marx, 1844a: 104.
111
ducción] son tan producidas por el hombre como la tela, el lino, etc. Al adquirir
nuevas fuerzas productivas los hombres cambian su modo de producción, y al
ducción.”312 “El cambio aparece así, en todos sus momentos, como comprendi-
do directamente en la producción o determinado por ella.”313 En otras palabras:
ducción.”314
De ahí a los setenta tuvo lugar la travesía del desierto, pero con dos no-
mente integrado por un lado en la tradición del análisis económico pero enor-
310
Marx, 1847: 161.
311
Loc. cit.
312
Marx, 1857b: 262.
313
Marx, 1857b: 267.
314
Marx, 1867: III/1, 430-31.
112
una sociedad de la que tienen que dar cuenta la historia y la sociología. “Todo
tratado de economía que no se limite a enseñar técnica, en el más estricto sen-
ía, como sería el caso del marxismo —aunque principal atractivo de éste para el
disciplina en unos términos que podrían tomarse hoy como una declaración
porta la gente en cualquier momento dado y cuáles son los fenómenos econó-
portamiento humano con la suficiente amplitud para que incluya no sólo accio-
nes, motivos y propensiones, sino también las instituciones sociales que impor-
tan para el comportamiento humano —como el gobierno, la herencia de la pro-
315
Schumpeter, 1942, 1951.
316
Schumpeter, 1954: 56.
317
Schumpeter, 1954: 58.
113
piedad, los contratos, etc.—, entonces esa frase nos dice realmente todo lo
que necesitamos precisar.”318
medida en que esto funciona para suministrarle los medios de satisfacer sus
rosos autores más adecuado para dar cuenta de unas instituciones y procesos
llegada de la sociedad moderna, cuando señala que no existe para los miembros
318
Schumpeter, 1954: 57.
319
Polanyi, 1944.
320
Polanyi, Arensberg y Pearson, 1957.
321
Polanyi, 1957a,b.
322
Polanyi, 1957a: 243
323
Polanyi, 1957a: 71
114
las cuales juegan un papel determinante la dinámica del capital y/o la relación
tes a los que debemos diversos estudios de gran interés sobre la articulación
interna del capital (por ejemplo, Zeitlin),324 el papel del estado en el proceso de
acumulación del capital (por ejemplo, O’Connor),325 las relaciones entre trabajo
al capital, la presunción de que existe una clase obrera con intereses homogé-
de otras relaciones que ésta, desaparece a partir de los ochenta sin que por ello
324
Zeitlin, 1989; Useem, 1983.
325
O’Connor, 1973; Gough, 1979; Offe, 1984; Esping-Andersen, 1985, 1990.
326
Delphy, 1976; Delphy y Leonard, 1992; Harrison, 19173.
327
Chevalier, 1983; Vergopoulos, 1978.
328
Therborn, 1986.
329
Goldthorpe y Hirsch, 1987; Lindberg y Maier, 1985.
330
Castells, 1985, 1989.
331
Braverman, 1974; Aglietta, 1976; Palloix, 1977.
115
creo, tres tipos de estudios. Los más clásicos son los que, en la onda de la so-
primer Etzioni.332 Un segundo tipo está formado por los que, recuperando de
modo explícito o implícito el énfasis de Weber sobre la importancia de la cultura
racional, han iniciado una floreciente saga de análisis sobre las condiciones cul-
turales en las que es posible el florecimiento de las instituciones económicas del
lanyi y muestra un interés particular por los mercados, con lo cual han entrado
como los números monográficos dedicados por revistas como Current Sociolo-
332
Etzioni, 1961, 1964.
333
Dore, 1983; DiMaggio, 1990.
116
los cuales nacionales, cuatro —entre ellos los de los autores más veteranos—
estén dedicados al análisis del discurso de algún clásico propio o ajeno —Mises,
ésta como una sociología especial junto a otras, tal como se hace en los prólo-
gos de todas las recopilaciones ahora mencionadas pero también y más a fondo
en trabajos de algunos de los representantes más claros de la corriente, tales
alcance con apoyatura empírica en datos de nivel micro, por contraste con la
Hay que mencionar, en fin, otras voces y otros ámbitos a tener en cuen-
ta, sea como comilitantes o como concurrentes. Me refiero, del lado de la disci-
racional. Del imperialismo económico —que quizá sería mejor llamar imperialis-
mo paradigmático340— me parecen particularmente interesantes las incursiones
de la escuela de Chicago en torno a temas como la discriminación, el capital
334
Martinelli y Smelser, 1990.
335
Zukin y DiMaggio, 1990.
336
AA.VV., 1994; AA.VV, 1997.
337
Friedland y Robertson, 1990; Swedberg, 1990; Granovetter y Swedberg, 1992;
Swedberg, 1993; Smelser y Swedberg, 1994; Swedberg, 1996.
338
AA.VV., 1996.
339
Granovetter, 1985; Etzioni, 1988; Swedberg, 1990, 1991.
340
Salvati, 1993: 209.
117
nes —de momento, todo lo contrario—, sí creo, no obstante, que plantean pro-
económica ni por las otras sociologías especiales dedicadas a los campos afec-
rriente denominada de la elección racional en sociología, creo que hay que dis-
tinguir entre una corriente dura encarnada principalmente por autores como
pocas nueces, ya que los esfuerzos por articular modelos formales y matemáti-
cos a la búsqueda de la partícula sociológica elemental no se corresponden,
creo, con los resultados; los segundos, más moderados en sus pretensiones,
ponder mejor a los procesos reales de decisión y tener un alto valor heurístico.
Finalmente, hay que considerar como una fuente específica los estudios
341
Becker, 1957, 1964, 1976, 1981.
342
Alchian y Demsetz, 1972.
343
Williamson, 1975, 1985;
344
Tullock, 1983 1986.
345
Lindenberg, 1985; Hechter, 1983; Coleman, 1973, 1990.
346
Boudon, 1977; Elster, 1979, 1986; Elster y Hylland, 1986; Van Parijs, 1981.
118
tos rótulos designa, sin lugar a dudas, un ámbito más amplio que el que aquí
nos interesa, hay que señalar que todos ellos tienen en común apuntar a un
las empresas y el estado. Si, como dicen los chinos, las mujeres sostienen la
mitad del cielo, podemos asegurar sin miedo que la economía doméstica sostie-
ne la mitad de la tierra en la sociedad avanzada actual y mucho más en todo el
resto y en toda la historia anterior. No es casual, por otra parte, que en todos
el resto de la realidad social y, en cierto modo, también entre las disciplinas, i.e.
entre la sociología y la economía, sea bajo la bandera de la economía política o
esencial, obra de los economistas marxistas o radicales, según de qué lado del
de los sociólogos son, en gran medida, pequeños islotes aislados dentro de una
347
Sahlins, 1974.
119
Marx y Weber. Sin embargo, no hay razón para exagerar ni motivo para deses-
perar. Ni los unos son tan culturalistas ni los otros tan economicistas. El tiem-
po, que todo lo desgasta, ha limado sin lugar a dudas las aristas de las dos es-
también complementarias.
348
Gardiner, 1973.
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ANEXO BIBLIOGRÁFICO
instrumento útil para el estudioso interesado en ellos o para el profesor que los incluya,
selectiva, aunque no dudo de que habrá mil buenas razones para incluir trabajos que no
ellas, lo cual creo haber conseguido en buena medida con los libros pero no así, dada la
dificultad de manejar bases de datos adecuadas en nuestra lengua, con los artículos.
mfe@gugu.usal.es
He tratado de que las referencias sean lo más breves posibles, de modo que he
omitido cualquier información redundante y he optado siempre por la más concisa, por
ejemplo renunciando a las páginas de principio y fin de los capítulos en libros colectivos
(no dudo que el lector sabe buscar en los índices), o de artículos en revistas de las que
laciones que figuran como tales en el bloque primero, formado por manuales y recopila-
dicho bloque.
Las fechas de las obras corresponden siempre, la primera de ellas (entre parén-
tesis tras el nombre del autor o editor) a la edición original y, la siguiente, dentro de la
te, y dada la tendencia creciente de los editores a distinguir entre nuevas ediciones y
reimpresiones, he optado por improvisar una notación en superíndice, tal que, por
gunda edición.
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Teoría de la contingencia. Teoría informacional. Teorías de la agencia y de los costes de transacción. Teoría
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6. La organización del trabajo. División del trabajo intra e interempresarial. Jerarquía y división
funcional. ‘Taylorismo’ y ‘fordismo’. Hawthorne y sus secuelas. Teorías X, Y y Z de la empresa. Las ‘nuevas
formas de organización del trabajo’. Las vías de la flexibilidd: organización y mercado. El ‘toyotismo’. La
‘especialización flexible’. El ‘distrito industrial’. División internacional y especialización local. Globalización y
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7. La economía no monetaria. La lógica económica de subsistencia: la horda, el campesino y el ama de
casa. El trabajo doméstico. Redes solidarias: parentesco, comunidad, cooperación. Los servicios públicos. La
dinámica de la redistribución estatal. La economía del hogar y la combinación de recursos. Producción y
reproducción en la familia patriarcal. La distribución de las tareas en el hogar. El trabajo voluntario.
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9. Economía y cultura. Religión y economía. Modernización y desarrollo. La mentalidad de lucro. El
emprendedor. El ethos empresarial. La subcultura del taller. Imágenes de la sociedad: gradación polarización.
La dimensión expresiva del trabajo. Trabajo e identidad personal. Actitudes ante el trabajo. Tiempo libre y ocio.
Trabajo y estereotipos sexuales. Etnicidad y vida económica. Culturas nacionales y sistemas de relaciones
industriales. Los valores de la organización.
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11. Intereses y conflicto. Sindicatos. Patronales. Organizaciones profesionales. Las estructuras
representativas. La resistencia en el trabajo. La huelga. La negociación colectiva. Participación en la empresa.
El papel del estado en las relaciones industriales. Sistemas de relaciones industriales. Políticas de rentas, de
empleo, de formación. Concertación social. Asociaciones de consumidores y usuarios. La empresa y la
comunidad. Las profesiones y su público.
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12. Trabajo y desigualdad social. Justicia económica. Recursos naturales, productos del trabajo y
recompensas. ¿Igualdad vs. eficacia? Recursos y oportunidades. La explotación. Propiedad, autoridad y
cualificación. Las clases sociales. Discriminación genérica, generacional y étnica. Escasez y reparto del trabajo.
La inserción de los jóvenes. Las mujeres y la actividad. Los trabajadores mayores y la inactividad. Inmigración,
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290
13. El mercado como institución social. Simetría, centricidad y oikos. Circuitos no mercantiles.
Intercambio entre comunidades. Mercados locales y a larga distancia. Tipos de mercado: de consumo, de
capital, interempresarial, de trabajo. El intercambio. Formas de competencia. La determinación del precio.
Mercados de subasta y de clientela. Los requisitos políticos y morales del mercado. Confianza y costes de
transacción. Redes y clanes.