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Rafael Darío Aparicio Rubio

I de Teología.

El amor ha salido a nuestro encuentro en Jesucristo.


En nuestro contexto cultural, es normal ver para estos tiempos un espacio
propicio para decorar nuestras casas, unirnos en familia, compartir un regalo,
desear algo agradable a nuestros vecinos, o simplemente aprovecharlo como
tiempo de descanso para viajar, conocer o distraernos, al punto de correr el riesgo
de perder su significado espiritual y quedar relegado a la celebración de unos ritos
que a pocos involucra. Pero, ¿Significa realmente esto la navidad?

La radicalidad del hijo de Dios que nace en medio de la historia y que al


hacerse hombre pide ser acogido por nosotros, ¿puede ser reducido simplemente
a una alegría exterior?
Aun hoy en nuestra cultura globalizada, el amor del niño nacido en el pesebre
parece no haber sido acogido como don, ya hace más de dos mil años esa luz
“vino a los suyos, y los suyos no la recibieron” (Jn 1,11) de este modo, hombres y
mujeres aun hoy siguen cerrando sus posadas, dicen un NO a Dios con sus actos,
con su pensamiento, con su corazón.
Cuando sentimos los estragos de la violencia, y el peso de ideas egoístas que
atentan contra el mismo hombre, no nos es difícil sentirnos indignados por todos
aquellos que asesinan y destruyen la imagen de Dios en el hombre; con el solo
propósito de tomar la justicia por sus manos y defender ideas y conceptos
individuales. Es por ello que todo hombre hoy se ve invitado a volver su mirada
sobre el Niño nacido en Belén, hemos de volver nuestra mirada sobre la sagrada
familia; hemos de volver nuestra mirada a Cristo y desde Él vernos a nosotros
mismos.
Pues en el espejo del Verbo Encarnado (cf. Gaudium et Spes 22) cada uno de
nosotros está llamado a comprenderse como hijo en el Hijo, está llamado a verse
como hijo de un único padre y por tanto hermano de todos los hombres.
Hoy no basta con tener buenos deseos hacia las personas o hacia los grupos
sociales, se hace necesario construir la humanidad desde la fraternidad, desde el
reconocimiento del otro y, más aún, desde la aceptación del don de Dios, del
¡Dios que nos sale al encuentro, y decide por amor quedarse en medio de
nosotros!
Son muy dicientes las palabras del Papa Francisco cuando nos recuerda que “con
Jesucristo nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium 1), de este modo, el tiempo
de navidad es una grandiosa oportunidad para profundizar en el misterio siempre
nuevo de la encarnación del Hijo de Dios; del cristo que camina con nosotros, que
es Igual a nosotros.
Pues, realmente él es el Dios con nosotros el “Emmanuel”, el hijo de Dios (cf. Is 7,14;
Mt 1,23), sin embargo el papa emérito Benedicto XVI nos recuerda que “la navidad
no es una simple fiesta de cumpleaños… sino algo más profundo, porque supone
la entrada de Dios en nuestra historia” Y así, es la entrada en la historia personal
Rafael Darío Aparicio Rubio
I de Teología.

del hombre de hoy, Cristo realmente se hace presente y nos invita a ver la historia
con otros ojos. ¿Cómo recibes el don de Dios?
La novedad cristiana de la fe en el hijo de Dios, enviado por el Padre, es un
mensaje valido para los hombres de hoy, hemos de vivir con gran profundidad
este misterio para que el mundo sepa que realmente el hombre que acoge a Dios
en su vida, es un hombre salido de las tinieblas. Pues hoy hemos de seguir siendo
los grandes altavoces que griten y anuncien la llegada de “un sol que nace de lo
alto para iluminar los que viven en tinieblas” (Lc. 1, 78).Esta luz. “luz que alumbra a las
naciones” (Lc.2, 32). Es la manifestación del don pleno del amor, Dios entra en nuestra
historia porque nos ama, y nos dice hoy con más fuerza ve tú y has lo mismo. (cf.: Lc
10,37)
Contemplar el pesebre, es contemplar el regalo de un don que no se me impone,
sino que pide que con humildad y amor lo acoja entre mis brazos, este mismo niño
nacido en la sencillez de un establo es el Salvador, el Rey del universo y el amor
puesto en un madero. La fe en el Hijo de Dios hecho hombre no se impone, no se
lucha, no es violenta o con armas, antes bien, de nuestras espadas forjarán
arados (cf. Is 2,4), más aún, el Hijo de Dios desde su propio misterio nos atrae y
nos seduce a vivir revolución de la ternura y el amor.
Se ha hecho pequeño para engrandecernos, se ha abajado a la condición humana
para llevarnos a Dios ¡gran misterio! Pero surge la pregunta ¿habrá lugar para
Dios hoy?, vivimos en un mundo de la comunicación pero estamos
incomunicados, a los cables les falta personas. ¿Tienes a Dios en tu corazón?
¿Estás dispuesto o dispuesta a recibirlo? ¿A dejar que entre en tu hogar y tu
familia?
Pues cuando no hay espacio para Dios tampoco hay espacio para los hermanos,
tampoco para el que sufre, tampoco para el que es distinto, cuando Dios no está
hay indiferencia, y ésta conduce a la violencia. Si él (Dios) sale del horizonte del
hombre se parcializa la realidad, se absolutiza el hombre individual y el tú sale de
mi horizonte, ¡volvamos a Dios, volvamos a Cristo! y con él a nosotros mismos,
pues “si la luz de Dios se apaga, se extingue también la dignidad divina del
hombre”. (HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI, misa de noche buena/ Basílica Vaticana lunes 24 de
diciembre de 2012)

Pues solo cuando la luz de Dios brilla en el hombre, cuando es conocido y amado,
cuando no es fruto casual ni de la evolución, sino don del amor que crea, es
cuando su dignidad se hace inviolable. Es hora de vivir este tiempo de navidad
con una nueva disposición, Dios que ha entrado a nuestra historia, está a
nuestra puerta y llama, si le abres él entrará y cenará contigo (cf. Ap 3,20).
Es tiempo de abrir nuestro corazón a Dios, es tiempo de desarmar nuestro
corazón de palabras y acciones que causen mal a nuestros hermanos, es tiempo
de cambiar las bombas y armas por ayudas para los que pasan hambre, es
tiempo de construir la paz que es un don y una tarea, para que así, de este
Rafael Darío Aparicio Rubio
I de Teología.

modo, las decoraciones y los gestos exteriores sean signo de una profundidad
interior, ¡la alegría de querer compartir el mensaje!
¡Es tiempo de navidad, es tiempo de salvación! El amor ha salido a nuestro
encuentro en Jesucristo.

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