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Quién es el Cristo de la Navidad

Escrito por Charres Stanley

Si entendiéramos en realidad lo que sucedió en Navidad, la noche en que Jesús


nació, no titubearíamos en nuestra devoción a Él. Nunca querríamos ser menos
que lo que Él nos ha llamado a ser. Y tampoco buscaríamos lograr más de lo que
el Señor ha dispuesto.

El concepto de tener lo máximo de


todo nos parecería extraño.

La idea de tener fama y fortuna palidecería frente a la de vivir para siempre en la luz
del santo amor de Dios. Adoraríamos al Salvador, no simplemente con nuestras
precipitadas oraciones sino con todo nuestro ser.

La verdad es que nuestro mundo va a un rítmo diferente al descrito en el salmo 84.


Aquí, el salmista sólo puede pensar en estar frente a la presencia de Dios. Está
concentrado en el Altísimo, y viviendo en un estado de adoración. Escuchemos la
manera como describe su pasión por el Creador: "Anhela mi alma y aun
ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios
vivo… Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos.

Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de
maldad. Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará
el bien a los que andan en integridad. Jehová de los ejércitos, dichoso el hombre que
en ti confía." (Salmo 84:2, 10-12).

La perspectiva equivocada

Nuestra cultura enseña que la humildad es una señal de debilidad, y que la agresividad
es la que triunfa. Por tanto, pugnamos por lograr mucho más de lo que Dios se
propuso, y después nos preguntamos por qué nos agotamos y por qué nuestras vidas
no tienen control. Hemos perdido de vista el pesebre. Hemos ignorado el mensaje de
la Palabra de Dios que Él nos dio a través de la vida de Su Hijo, y al hacer esto no
hemos notado la gloria de Su presencia.

Al ver las noticias de la TV, podemos entender sin dificultad el porqué la gente cree
que nuestro mundo está desenfrenado. Es fácil olvidar que en el momento que
empezamos a conducirnos por las leyes de una sociedad opuesta a Dios, sentimos el
efecto. Los pensamientos de caos comienzan a entorpecer nuestra devoción al Señor,
y también la capacidad de pensar con claridad.

Se levantan conflictos en nuestros corazones, que no nos dejan ver el interés de Dios
por nosotros y su amor incondicional. La confusión bloquea nuestro deseo de tener
una relación más profunda con la única Persona que puede llenar nuestros corazones
con una paz permanente –la paz que nació esa primera noche navideña. La
incertidumbre por el futuro nos impide hacer lo que Dios anhela que hagamos, es
decir, permanecer en Su amor, descansar en Su consuelo y buscarle por sobre todas
las demás cosas.

Muchas personas no son capaces de entender lo que Dios nos ha dado por medio de la
vida de Su Hijo. La inseguridad caracteriza sus vidas, y la ansiedad y las dudas llenan
sus mentes porque no han llegado al punto de confiar al Salvador todas las áreas de su
vida.

Pero no tenemos que vivir un minuto más con estos sentimientos, porque Dios nos ha
dado la manera de conocer y experimentar Su gracia y misericordia: recibir a Su Hijo
por fe. Él no es "simplemente un bebé más" que nació aquella noche en Belén. Es el
Hijo de Dios, Emanuel, que vino a la tierra para estar con nosotros.

Estoy convencido de que si entendiéramos de verdad lo que Dios hizo por nosotros
por medio del nacimiento de Su Hijo, caeríamos de rodillas delante de Él en
adoración. Nos abrumaría el hecho de saber que el Dios de este universo nos ama
tanto que envió a Su Hijo a la tierra para vivir y, al final, morir por nosotros.

Cuando Cristo nació, los cielos estallaron en cánticos, alabanzas y adoración: "¡Gloria
a Dios en las alturas", cantaron los ángeles, "y en la tierra paz, buena voluntad para
con los hombres!" (Lucas 2:14). Y la reacción de los pastores, maravillados por lo que
habían visto, fue alabar al Señor yendo de prisa al lugar de Su nacimiento.

Una esperanza segura

Piense en esto: El anuncio más sagrado de todos no fue hecho a personas de alta
categoría. Los gobernantes no tuvieron la oportunidad de ponerse en fila para verlo.
Los ricos no escucharon el canto de los ángeles. Por el contrario, Dios decidió dar Su
primer mensaje de salvación a quienes iban a aceptarlo –a aquellos que Él sabía que
dirían: "Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor
nos ha manifestado" (Lucas 2:15).

El Señor veía sus corazones. Aunque los líderes religiosos de ese tiempo los
consideraban inmundos e indignos hasta de traspasar la puerta del templo, Dios vino a
ellos, así como viene a nosotros ahora mismo. Desde el momento que Él entró en la
esfera de la humanidad, el Señor comenzó a relacionarse con aquellos que creían no
ser nadie en este mundo.

El apóstol Pablo resumió el nacimiento de Cristo con estas palabras: "Pero cuando
vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo
la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu
de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si
hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo" (Gálatas 4:4-7).

Dios reconcilió al mundo consigo mismo en el momento preciso. Lo que el pecado


había separado, Él lo restauró. Lo que la soledad y el sufrimiento habían dañado, el
Señor lo sanó. Y lo que Satanás había tratado de establecer por medio de la muerte,
Jesús lo derrotó.
Muchas veces, cuando la gente piensa en la escena del pesebre, imagina a un bebecito
envuelto en pañales, acostado en una suave cama de paja. Pero el nacimiento de
Cristo tiene un significado mayor. Jesús vino para que usted y yo pudiéramos conocer
personalmente al Padre (Juan 14:10, 11), y su presencia en la tierra fue el
cumplimiento de la promesa divina hecha en el huerto del Edén (Génesis 3:15). Dios
iba a redimir a la humanidad por medio de Su Hijo. El nacimiento de Jesucristo es
uno de los acontecimientos más significativos de la humanidad, igualado sólo por Su
crucifixión y resurrección, que pueden considerarse como el "coronamiento" de la
obra que Dios comenzó la noche que nació Su Hijo.

Hasta ese momento, los hombres deseaban ganar el perdón de Dios, pero no podían
lograr Su aceptación por guardar la Ley. De repente, con el anuncio del nacimiento
del Salvador, podían tener una relación con el Dios Altísimo, una relación basada en
Su gracia, misericordia y amor incondicionales.

Cristo no sólo cambió la forma mediante la cual podíamos llegar a conocer a Dios,
sino que también abolió la necesidad de los sacrifícios físicos. Su muerte en la cruz
fue el sacrificio perfecto por todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros. El
castigo por el pecado fue pagado por medio de Jesucristo. Más aun, Su resurrección
fue la prueba de Su poder absoluto sobre todas las cosas; el pecado no podía
aprisionarlo, y la tumba no podía retenerlo.

Y todo eso comenzó con un rústico pesebre hecho a mano, algo que desde la
perspectiva humana jamás debió haber sido la cuna del Salvador de este mundo. Pero
desde la perspectiva divina, ésta era la puerta perfecta hacia la vida eterna. La
pregunta es: ¿Cree usted en Él? ¿Cuál es el propósito del culto personal que usted
rinde? ¿Está persiguiendo los dioses de estos tiempos, tras la meta de un fantasma o
de un sueño que piensa que le traerán paz, alegría y felicidad? ¿Piensa, como tantos:
Si sólo pudiera lograr ese ascenso, esa relación, ese reconocimiento… sería feliz y no
tendría que preocuparme por más nada? Pero estas cosas jamás pueden dar
satisfacción duradera.

Conozco a un hombre que batalló por tener una mejor posición en su compañía,
seguro de que eso iba a significar el fin de su ansiedad. Pero las cosas no salieron
como él esperaba, porque junto con el ascenso vinieron también nuevas presiones
para poder tener éxito y más razones para sentirse preocupado. Entonces comenzó a
preguntarse: Supongamos que alguien más joven, más activo y más preparado se
presentara. ¿Podría yo seguir conservando lo que tengo ahora? Tales preocupaciones
se esfuman cuando uno está cubierto por el amor de Dios. Usted nunca perderá el
regalo eterno que Él le da por la fe en Su Hijo Jesucristo.

Jesucristo es nuestra seguridad eterna. Ningún éxito puede dar la sensación de paz que
Él ofrece. Pase lo que pase en su vida, Dios le ama y tiene un plan maravilloso para su
futuro (Proverbios 24:14). No importa que usted tenga ocho u 88 años de edad, dígale
a Jesús: "Señor, te necesito. Sin Ti no puedo hacer nada. En esta Navidad, te ruego
que abras los ojos de mi corazón para que yo pueda verte y experimentar la gloria de
Tu nacimiento".
En el mismo instante que confiese su necesidad de Él, algo sucederá dentro de usted.
Dios comenzará a hacerse presente en su vida. En vez de sentirse amenazado y
ansioso, sentirá alivio, sabiendo que el mismo Dios que tiene su vida en Sus manos no
se adormece ni se duerme jamás (Salmo 121:4). Jesús –no el bebé que nació en Belén
ni tampoco el motivo para los himnos y villancicos, sino el Hijo de Dios – es el regalo
de vida eterna y Alguien que es digno de toda nuestra adoración y alabanza.

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