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¡Jesús, Señor de los Milagros, tu amor

nos ilumine para actuar con sabiduría!

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a
su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él.”

Es octubre, el mes morado, tiempo en el que Jesús, el Señor de los Milagros,


enciende la fe, la esperanza y el amor en los corazones de nuestro pueblo
peruano. La devoción por el Cristo de Pachacamilla se extiende desde nuestra
nación al mundo, superando las barreras de los días de confinamiento por la
pandemia.

La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo nos debe llevar a
contemplar la imagen del Señor de los milagros para aumentar nuestro amor a
Él en nuestros hermanos, especialmente los más pobres. En este sentido, el
documento Aparecida nos dice: “La mirada del peregrino se deposita sobre una
imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene,
contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve,
derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que
fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a
la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede.”

“La piedad popular penetra delicadamente la existencia personal de cada fiel y,


aunque también se vive en una multitud, no es una “espiritualidad de masas”.
En distintos momentos de la vida, muchos recurren a algún pequeño signo del
amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende para
acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre
lágrimas, una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa
dirigida al Cielo, en medio de una sencilla alegría.”

Somos testigos de que la sociedad globalizada de nuestros días nos hace más
cercanos, pero, en cambio, no nos hace más hermanos, ni tampoco nos
humaniza. Se puede decir que hoy estamos mejor conectados virtualmente
pero no hemos mejorado en la buena comunicación real, sincera y honesta y,
sobre todo, en una comunicación personal e íntima confidencial basada en el
clima de la confianza. Sin embargo, en el cristianismo es posible entablar y
crecer en un dialogo íntimo y personal con Cristo vivo que nos escucha
siempre cuando rezamos y meditamos con fe, esperanza y humildad.
En la oración Dios transforma nuestro corazón y nuestras intenciones para
obrar rectamente y crecer en amor a él y al prójimo, atendiendo a sus
necesidades espirituales y corporales. Conociendo a Jesucristo somos más
humanos y divinos, sensibles a la realidad social y cultural de nuestro tiempo.
Es decir que «El misterio del hombre ―dice el Concilio― solo se esclarece en
el misterio del Verbo encarnado».

Sí, el Verbo encarnado, que, reflejado en la imagen del Señor de los Milagros,
nos recuerda el profundo amor que tiene por la humanidad; por cada uno de
nosotros de manera personal, incondicional y misericordiosa, capaz de
concedernos lo que pidamos en oración, tal cual lo afirmó con sus palabras:
“Así que yo les digo: pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se
les abrirá la puerta. Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra; y
al que llama, se le abre”.

Este mensaje del Hijo de Dios se actualiza en la devoción a nuestro Cristo


Morado, que justamente en octubre, pasa por las casas para recoger las
súplicas de su pueblo; por ello, precisa reconocer que Jesús es el médico del
cuerpo y del alma, que sana nuestras heridas del pecado, perdonándonos
siempre en su misericordia infinita.
Además, interiorizando estas palabras de Cristo y despojándonos de nuestro
egoísmo, nuestra plegaria se eleva para pedir por todos los enfermos del
mundo que padecen los sufrimientos de la Covid-19, para que Jesús sea su
medicina y consuelo. También, le suplicamos que su presencia amorosa,
acompañe a quienes se sienten solos, encarcelados, abandonados y en las
calles mendigando. Asimismo, pedimos el milagro de la reconciliación, la paz y
la unidad en nuestro país. Que seamos personas buenas y que en nuestra
sociedad reinen la justicia, la paz, la honestidad.
Jesús, el Señor de los Milagros, está aquí y ahora; así Él mismo lo afirma: “He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré
a él, y cenaré con él y él conmigo”. No le dejes fuera de tu hogar, recíbele,
acógele, háganse uno con Cristo en la familia para que la nación se fortalezca
y juntos construyamos un país más fraterno, solidario, cristiano.
En este contexto de fe y amor, hagamos nuestra esta oración: “Oh Dios y
Padre nuestro, en tu Hijo Unigénito, que es para nosotros el Señor de los
Milagros, nos ofreces una ayuda y protección singular; perdona y acoge a tus
hijos suplicantes, para que quienes nos sentimos agobiados por los
sufrimientos, experimentemos constantemente tu clemencia y la paz de tu
perdón.”
Jesús, Señor de los Milagros, postrados en oración te prometemos que, con
paso firme de buen cristiano, haremos grande nuestro Perú. Unidos todos
como una fuerza, te imploramos, nos des tu luz, para lograrlo.

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