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FACULTAD TEOLÓGICA PONTIFICIA Y CIVIL DE LIMA

FACULTAD DE TEOLOGÍA

MIJAILO BOKAN GARAY

LA CONFORMACIÓN CON SEÑOR JESÚS

POR LA PIEDAD FILIAL MARIANA

Profesor: Pbro. Dr. MICHAEL STICKELBROECK

Fecha de entrega: 25 de octubre de 2017


LA CONFORMACIÓN CON SEÑOR JESÚS

POR LA PIEDAD FILIAL MARIANA

Introducción

Hablar de la conformación1 con el Señor Jesús por la piedad filial mariana nos lleva a
comprender el sentido último de la vocación humana2, y el camino que se descubre en la
contemplación e interiorización de la relación personal que Santa María tiene con el Verbo
Encarnado3, y en Él con la Trinidad Toda, y con cada uno de nosotros. Este camino de asumir
la forma de Cristo nos conduce a amarla con un corazón de hijos en el Hijo. Nos dice San Juan
Pablo II que “toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y consagrados a
Jesucristo, la más perfecta de las devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une
y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de todas
las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más
consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que
cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo”.4

Ciertamente todo cristiano debe mirar a María, aprender de ella y tenerla como modelo de
respuesta a la gracia y como compañía en nuestro peregrinar, como guía segura. Como diría
bellamente San Bernardo: “En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María,
invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los
sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud. No te extraviarás si la
sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su
mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás
felizmente al puerto, si Ella te ampara”.

1
Basados en el dato escriturítico paulino de Rom 8, 29, la conformación con el Señor Jesús es un tema
recurrente en la reflexión patrística y a lo largo de la historia de la teología, especialmente en los grandes
místicos. Recomendamos para este punto la lectura del estudio de Charles André Bernard, I Dio dei mistici,
Tomo II: La conformazione a Cristo, San Paolo, Milano 2000, el de Inos Biffi, Il mistero dell’esistenza
cristiana, Conformi all’immagine del Figlio, Jaca Book, Milano 2012, y el de Mons. Luis F. Ladaria, S.J.,
Antropologia teologia, Gregorian & Biblical press, Roma 2012.
2
Ver Gaudium et spes, 22.
3
Ver AA.VV., Maria persona in relazione, Rivista Theotokos, Anno XV, N. 2, Edizioni AMI, Roma 2007.
4
San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 15.
Por ello, debemos recordar que el Concilio Vaticano II nos dice a la Bienaventurada Virgen
María hay que comprenderla dentro del misterio de Cristo y de la Iglesia5. La vida de María y
su misión maternal no pueden ser separadas del misterio de Cristo que se encarnó para
revelarle al hombre su identidad y misión 6, para mostrarle que su identidad es la de ser hijo y
para enseñarle cómo serlo de verdad. Por eso, antes de contemplar lo que significa la piedad
filial mariana y la misión maternal de Santa María profundicemos brevemente en el don de la
filiación divina que es la vocación última de todo cristiano7.

I. Ser y amar como Jesús es la vocación de los hijos de Dios

a. Llamados a ser hijos en el Hijo

Con dolor de corazón somos testigos de un mundo divido, de una rebeldía frente a Dios
mismo, un mundo donde la cultura de lo útil y lo descartable prima, donde muchos jóvenes
vagan sinsentido, un mundo donde la belleza se ha alejado de la verdad y donde el amor se ha
visto rebajado a formas que poco tienen que ver con lo que anhela el corazón de las personas.
Un mundo que parece haberse alejado de la casa paterna. Pero en medio de este valle de
lágrimas ¿no somos capaces también de percibir el amor de Dios? ¿Alguno de nosotros, aquí
presentes, puede negar haber experimentado el amor de Dios? Algunos lo experimentan como
paz, otros como consuelo, quizá como alegría, fortaleza, esperanza. Algunos lo experimentan
en la relación personal con Él en la oración, otros por la caridad recibida o dada hacia el
prójimo, otros en el asombro por la creación. Todas estas expresiones de cómo nosotros los
hombres percibimos el amor de Dios se pueden resumir en una verdad fundamental de Dios y
de nosotros mismos. Dios es verdaderamente nuestro Padre y nosotros somos verdaderamente
sus Hijos.

El cristiano no es llamado hijo de Dios únicamente por una ficción jurídica y extrínseca, sino
que es realmente hijo de Dios. La filiación adoptiva entre los hombres consiste solamente en la
comunicación exterior de un derecho entre el adoptante y el adoptado. En cambio, la filiación
adoptiva divina consiste en la participación de una nueva vida, de una nueva naturaleza
semejante a la de Dios, el cual adopta al hombre por medio de un nuevo nacimiento 8. Por esta

5
Ver Lumen Gentium, Capítulo VIII.
6
Ver Gaudium et spes, 22.
7
Ver Gaudium et spes, 24.
8
Ver Santo Tomás, Sum. Teol., 39-3 a.2-4.
razón el evangelista San Juan al recordar a sus lectores el don extraordinario de la filiación
divina exclama maravillado: “Ved qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos suyos,
pue en realidad ¡los somos!” (1Jn 3,1).

Podemos decir que ser llamado, en el lenguaje bíblico, es equivalente al ser, porque, cuando
Dios llama o impone un nombre, realiza lo que ese nombre enuncia, es decir cuando Dios
llama, pronuncia su palabra esta tiene un carácter creador. Recordemos las palabras del
génesis: ¡Hagamos! (Gen 1,26) Por consiguiente, los cristianos llamados hijos de Dios lo
somos realmente. Nuestra filiación divina no constituye, por lo tanto, una simple metáfora,
sino que es una consoladora realidad.

Ahora bien, debemos preguntarnos ¿De dónde nos viene esta filiación? ¿Quién nos enseña a
vivir este estado de filiación? ¿Quién nos revela el amor al que estamos llamado a entrar en
comunión? Nos dice San Pablo en su carta a los Gálatas: "Pero, al llegar la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se
hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos
es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!"
(Gál 4, 4-6). El Hijo Eterno del Padre, verdadero Dios y verdadero hombre, se ha hecho uno
de nosotros, se ha solidarizado con la humanidad, ha realizado lo que los Padres llamaban el
“admirabile commercium”, es decir, un admirable intercambio entre la divinidad y la
humanidad: “El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios”9. Cristo, con su
encarnación, nos dice el Concilio Vaticano II, “se ha unido, en cierto modo, con todo hombre.
Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de
hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno
de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado Cordero inocente, con la
entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él, Dios nos reconcilió consigo y con
nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de
nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí
(Gal 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además abrió el
camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”10.

El Señor Jesús, en quien el misterio de Dios Uno y Trino nos ha sido plenamente revelado, se
manifiesta ante los hombres como Hijo Unigénito del Padre. Asimismo, se manifiesta como el
único camino para llegar al Padre (Jn 14, 8-11). Es necesario que quien quiera encontrar al
9
San Atanasio, De Incarnatione, 54, 3.
10
Gaudium et Spes, 22
Padre crea en el Hijo, pues mediante Él Dios nos "comunica su misma vida, haciéndonos hijos
en el Hijo"11.

Para ser verdaderamente hijos debemos ser cómo Jesús no se trata sólo de buscar imitar sus
conductas, sino más bien hacer nuestros sus sentimientos, pensamientos y acciones. Ser y
amar como Jesús es conformarnos con él. San Pablo nos dice que Dios: "a los que de
antemano conoció, también los predestinó a reproducir la forma de (conformarse con) su Hijo"
(Rom 8, 29). En otras palabras, nos dice que Dios que nos ha creado por amor y para el amor
nos invita a que Jesús viva en nosotros a que nuestro ser se identifique cada vez más con el ser
de Jesús, para poder decir junto con el Apóstol: “ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo
que vive en mi” (Gál 2, 20).

Al hablar de la conformación al Señor Jesús tocamos, lo que considero es, el corazón de la


vida cristiana. Como discípulos del Maestro nuestra máxima aspiración es ser como Jesús.
Configurarnos con Él es, pues, abrirnos desde lo más profundo de nuestra realidad a la acción
del Espíritu Santo para que nos transforme interiormente según la medida de Cristo, el Señor.
Justamente es el Espíritu Santo la Persona divina enviada por el Hijo junto al Padre que
transforma el interior de todo hombre o mujer que lo reciben, cumpliéndose así la antigua
promesa del Señor: "Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis
preceptos y observéis y practiquéis mis normas" (Ez 36, 27). Éste es el mismo Espíritu que
lleva a exclamar, a quienes lo reciben, con profunda confianza y ternura filial: Abbá. (Gal 4, 6;
Rom 8, 15).

Como cristianos nuestro camino de configuración con el Señor Jesús se inicia cuando
recibimos el don del Bautismo. Este sacramento realmente nos ha transformado interiormente.
Somos hechos partícipes, de un modo misterioso, pero absolutamente real, de la misma
Muerte del Señor Jesús y de su gloriosa Resurrección, recibiendo así el don de la filiación
divina, hechos nuevas creaturas en Él. Como dice San Gregorio de Niza: “Enterrémonos con
Cristo por el Bautismo, para resucitar con Él; descendamos con Él para ser ascendidos con Él;
ascendamos con Él para ser glorificados con Él”12.

Puesto que ser cristiano significa ante todo vivir en Cristo Jesús y como Él vivió, tal vez la
primera exigencia a la que nos vemos invitados es la de conocer cada vez más al Señor Jesús.
“No puede amarse aquello que se ignora” dice San Agustín. Y es verdad. Si queremos
conformarnos con Jesús, si queremos amarlo cada vez más, debemos buscar conocerlo cada
11
San Juan Pablo II, Audiencia general, 13 de enero 1999.
12
San Gregorio de Nisa, Orat. 40, 9.
vez más. Ahora bien, ¿de qué conocimiento se trata? Se trata de un conocimiento integral, en y
desde el amor: “el que me ama, será amado de mi Pare; y yo le amaré y a él me daré a
conocer” (Jn 14, 21). Conocer a Jesús es encontrarse con Él, porque Él está vivo. Jesús es
Alguien con quien uno se encuentra y cuando entre en intimidad con él descubre que su
corazón reboza de Amor.

A continuación, voy a explicar brevemente algunos lugares o espacios dónde todo cristiano
puede conocer y encontrarse con Jesús. Seguramente hay más, pero quisiera concentrarme en
estos 5 que considero son de mucha importancia:

 En primer lugar, en el contacto con la Sagrada Escritura. Nos dice la carta a los
hebreos: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al
que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del
mundo” (Heb 1,1-2). El Verbo de Dios, “La Palabra eterna, que se expresa en la creación
y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre
nacido de una mujer (Gál 4,4) […] Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús.
Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad” 13.
Debemos acercarnos a las Escrituras, de manera particular a los Evangelios, para
descubrir allí la Vida del Hijo de Dios, para ver como Jesús pensaba, sentía y obraba. Pero
no sólo para conocer cosas, también para encontrarse allí con la Palabra Viva de Dios,
para dejarse interpelar con la Palabra, para entrar en un diálogo de amor.

 En segundo lugar, la Liturgia y los Sacramentos. Nos dice el Concilio Vaticano II:
“Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente
en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por
ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea sobre todo
bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos […]
Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los
hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia,
que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre Eterno […] Por lo tanto, toda
celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es
acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no
la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”14. Cuando participamos de cada sacramento, en
13
Benedicto XVI, Verbum Domini, 11.
14
Sacrosamtum Concilium, 7.
especial del Sacramento del Amor, que es la Eucaristía, recibimos la misma vida de Dios
que es Cristo. Recibir esta gracia no es solo una fuerza particular. Cada sacramento es
encuentro con Cristo mismo en medio de su Iglesia, que es el lugar por excelencia donde
podemos encontrarle.

 En tercer lugar, en la oración. Nos dice el Catecismo que la “oración es la relación viva
de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el
Espíritu Santo […] La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se
extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf
Ef 3, 18-21)”15. Pongamos atención en las palabras “relación viva” de los hijos de Dios
con la Trinidad. En la oración (sea de bendición, de adoración, de petición, de intercesión,
de acción de gracias o de alabanza) podemos establecer una relación viva, de comunión
con Cristo, podemos establecer una amistad con Él, podemos hablarle y escucharle,
podemos hacer silencio y experimentar su presencia.

 En cuarto lugar, en el encuentro con el prójimo, en especial con los más necesitados.
El Papa Francisco visitando una Casa de la Caridad en África, viendo a los enfermos y a
quienes los cuidaban decía: “Está aquí presente, Jesús, porque Él siempre dijo que estaría
presente entre los pobres, los enfermos, los encarcelados, los desheredados, los que
sufren. Aquí está Jesús […], precisamente en aquellos que servimos, se revela cada día y
prepara la acogida que esperamos recibir un día en su Reino eterno”16. Quien quiere ver a
Jesús tiene que aprender a verlo en el prójimo, tiene que ser capaz de percibir la presencia
de Jesús en los demás. ¿Cuántas veces Jesús se ha hecho presente en nuestras vidas de
manera mediada, a través de los otros? Podemos conocer a Jesús a través de las personas
que se han encontrado con Él (especialmente los santos). Pero especialmente Jesús mismo
nos dice que lo debemos buscar en los demás necesitados, que allí le veremos. Cuando le
preguntan: “¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”, Él responde:
“En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicisteis” (Mt 25, 39-40). Cristo se nos revela en el rostro del que sufre, del que
necesita, del que es desechado porque Él mismo ha sufrido, ha necesitado y ha sido
desechado haciéndose solidario con nosotros.

 Finalmente, en el encuentro con su Madre. Como veremos más adelante, el corazón


Inmaculado de nuestra Madre reboza de amor por su Hijo. En su corazón maternal
15
Catecismo de la Iglesia Católica, 2565.
16
Francisco, Discurso en la Casa de la Caridad de Nakulokongo, 28 de noviembre de 2015.
aprendemos quién es Jesús, aprendemos a amarle conociendo de primera mano cuáles son
las actitudes que le agradan, cómo dirigirnos a Él, como acompañarle en el dolor y en la
gloria.

b. ¿Cómo vivir nuestra filiación como Jesús?

Decía Santo Tomás que «el que ama al Señor ama a lo que Él ama» 17. Acercándonos al dulce
Corazón de Jesús contemplamos sus tres grandes amores: al Padre, en el Espíritu; a sus
hermanos, los que están en la tierra y los que ya se nos adelantaron a la patria eterna; y a Santa
María, su madre humana.

El primer y fundamental amor del Señor Jesús es su amor al Padre en el Espíritu Santo.
Un amor al Padre, que se expresa en la obediencia a su designio. La acogida dócil y amorosa
de la misión que el Padre le encomienda a Jesús nos enseña a dar una respuesta generosa al
amor divino y misericordioso.

Este amor obediencial de Jesús al Padre en el Espíritu nos ofrece luces sobre cómo debe ser
nuestra propia relación filial con Dios:

 Jesús es consciente de su unidad con el Padre. Jesús mantiene una relación muy
especial con “su” Padre. El evangelio de san Juan subraya que cuanto Él comunica a los
hombres es fruto de esta unión íntima y singular: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30).
Y también: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16, 15). Existe una reciprocidad entre
el Padre y el Hijo, en lo que conocen de sí mismos (cf. Jn 10, 15), en lo que son (cf. Jn 14,
10), en lo que hacen (cf. Jn 5, 19; 10, 38) y en lo que poseen: “Todo lo mío es tuyo y todo
lo tuyo es mío” (Jn 17, 10). Es un intercambio recíproco que encuentra su expresión plena
en la gloria que Jesús obtiene del Padre en el misterio supremo de la muerte y la
Resurrección, después de que Él mismo se la ha dado al Padre durante su vida terrena:
“Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. (...) Yo te
he glorificado en la tierra. (...) Ahora, Padre, glorifícame Tú, junto a Ti” (Jn 17, 1.4 s) 18.
Los cristianos participamos realmente de esta unidad. Por ello, ser hijos significa tener
esta conciencia de unidad, de dependencia para con el Padre. Somos hijos en la medida
que nos mantenemos unidos al Padre del Cielo y ¿cómo nos mantenemos unidos al Padre?
Jesús nos da la respuesta después de haber prometido que iba a enviar su Espíritu: "Aquel

17
Santo Tomás, Sum. Teol., 2-2, q.25, a. 1.
18
Ver San Juan Pablo II, Audiencia general, miércoles 10 de marzo de 1999.
día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que
tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado
de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn, 14, 20-21).

 Jesús es consciente de que es Hijo y esta relación se expresa fundamentalmente en la


oración. Toda la vida de Jesús da testimonio de la conciencia de su relación filial al
Padre. Sus palabras y obras implican una autoridad que supera la de los antiguos profetas
y que corresponde sólo a Dios. Jesús tomaba esta autoridad incomparable de su relación
singular a Dios, a quien él llama “mi Padre” y con quien se relaciona orando “antes de los
momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de Él en su
Bautismo (cf. Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf. Lc 9, 28), y antes de dar
cumplimiento con su Pasión al designio de amor del Padre (cf. Lc 22, 41-44) […] La
oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una entrega,
humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre” 19. Por lo
tanto, para ser verdaderamente hijos debemos rezar, debemos fundamentar nuestra vida en
el coloquio personal con Dios con confianza filial. Nos dice el Evangelio de Lucas que
“estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
Maestro, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). “¿No es acaso, al contemplar a su Maestro en
oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar? Entonces, puede aprender del Maestro
de oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre”20.

 El discernimiento y la obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Desde su niñez


Jesús sabe que la obediencia al Padre del cielo está por encima de todo. Así se lo
manifiesta a José y María, sus padres terrenales: "¿Por qué Me buscaban? ¿Acaso no
sabían que Me era necesario estar en la casa (en las cosas) de Mi Padre?" (Lc 2, 49). Jesús
no tiene más alimento que hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo sus
planes (cf. Lc 4,34); ha descendido del cielo no para hacer su voluntad, sino la voluntad
del que lo envió (cf. Jn 6, 38). Incluso en el momento de prueba su discernimiento pasa
por anteponer el Plan de su Padre a sus propios planes: “Padre, si es tu voluntad, aparta de
mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Finalmente, en el
momento cumbre de la reconciliación dirá: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30), haciendo
referencia a que no se guardó nada con tal de ser obediente hasta el final, llegando a
incluso “a humillarse a sí mismo, y obedeciendo hasta la muerte y muerte en Cruz” (Fil 2,

19
Catecismo de la Iglesia Católica, 2600.
20
Catecismo de la Iglesia Católica, 2601.
8). Jesús se presenta sí como modelo de toda obediencia, como discípulos de Jesús
debemos hacer de la escucha atenta a la voz de Dios el principio de nuestro
discernimiento. Sólo la escucha atenta y la respuesta generosa a la Palabra de Dios es el
signo de que estamos verdaderamente siendo hijos.

En segundo lugar, en el Corazón de Jesús encontramos un amor universal a todos los


hombres, manifestado en su amor fraterno a todo ser humano, de manera especial a los
más necesitados e indigentes. El Señor Jesús es el Dios con nosotros que, desde su
interioridad más profunda, ama a la humanidad y nos educa en un amor fraterno que se
descubre reverente, solícito, preocupado, respetuoso, servicial, generoso, atento, vigilante.
Amar con el amor del Señor Jesús es participar de su infinito amor por todos aquellos por
quienes entregó su vida en la Cruz. Por eso nos dice la primera carta de San Juan: “A Dios
nadie le ha visto jamás. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor
se perfecciona en nosotros”. Es decir, el amor mismo de Dios crece, se esparce, sobreabunda
y puede renovar la tierra. Por el contrario, “si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su
hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede
amar a Dios a quien no ha visto” (Jn 4, 12.20). Algunas conclusiones que podemos obtener de
este segundo amor de Jesús:

 La Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede separarse del
amor del prójimo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma,
y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es
semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 38-39). Este amor al prójimo
empieza por los más cercanos: la familia, los amigos, la comunidad e implica también
estar dispuesto como Él a amar hasta a nuestros enemigos (cf. Mt 5,44).

 Jesús sugiere que sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas
divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Cuando Jesús
ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17,21-22).
Esta semejanza, nos dice la Gaudium et spes 24, “demuestra que el hombre, única
criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”21.

 El Señor Jesús nos pide que amemos a los más necesitados como una prioridad.
Que nos hagamos prójimos del más lejano (cf. Lc 10,27-37). Que amemos a los más

21
Gaudium et spes, 24.
pequeños, (cf. Mc 9,37). A los más frágiles y a los pobres como a Él mismo (ver Cf.
25,40.45)

 Este amor fraterno ilumina también nuestra proyección apostólica, pues nos
recuerda que el amor es fuente y fin de toda acción evangelizadora. Si no es por y para
el amor, el apostolado puede convertirse en fuente de meras compensaciones o un
formalismo estéril e irreverente. La vivencia intensa de la comunión en el amor al
Padre por el Señor Jesús en el Espíritu Santo hace que sea también intensa la comunión
de unos y otros y que arda en nosotros el impulso apostólico y servicial para con todos
los hombres.

Finalmente, al entrar en comunión al Corazón de Jesús nos vemos inmediatamente


impulsados al Corazón de María. Encontramos un amor a María, expresado en su piedad
filial. Contemplando el testamento de la Cruz (Jn 19, 26-27) en que el Maestro manifiesta su
deseo de que amemos a María y que sea ella quien nos eduque, difícilmente podemos dejar de
lado el camino espiritual de la piedad filial. Los rasgos de este amor por la Madre son
plasmados en los relatos evangélicos como cercanía íntima, diálogo silente, sintonía plena de
corazón, acogida servicial, solidaridad afectiva y efectiva, respeto, ternura y atención
reverente22. Nuestra meta es la de amar a Santa María como el mismo Señor Jesús la ama. Se
trata de permitir, de alguna manera, que Él mismo ame a María en nosotros. Este don del amor
filial a nuestra Madre es el camino por el que Dios ha querido introducirnos en la intimidad de
la vida del Señor Jesús.

II. Amar como Jesús por la Piedad filial Mariana

a. Acercarnos a María desde el misterio de Cristo

La Lumen Gentium inicia su exposición sobre la Bienaventurada Virgen María nos recuerda
que el designo de Dios que se nos ha manifestado en Cristo nos revela que Dios ha querido
que, al llegar la plenitud de los tiempos, el Verbo eterno se encarnase en el seno de una Mujer
para la reconciliación de la humanidad. Dios ha, por iniciativa amorosa, ha querido asociar a
la obra de la reconciliación a Santa María. Por ello, se nos invita como Iglesia a venerar “en

22
Camino hacia Dios, 50, http://www.caminohaciadios.com/chd-por-numero/77-50-el-senor-jesus-paradigma-
de-vida-plena.
primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor
Jesucristo”23.

Gracias al Misterio de la vida del Señor Jesús nos encontramos con la presencia de Santa
María. La dinámica gracia divina y la cooperación humana, nos permite que los estados,
actitudes y relaciones fundamentales de Jesús se conviertan en nuestros. Este es el origen de
la relación con María, es el Señor que donándonos la fe nos invita a ser hijos de María como
Él es Hijo. Por ello debemos evitar caer con tanto “en toda falsa exageración cuanto de una
excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios”24.

Aparece claramente en el Magisterio de la Iglesia la presencia de María en la historia de la


Reconciliación es subordinada25. Nos aproximamos a María teniendo a Cristo como Centro.
María depende de la Persona, hechos y dichos del Hijo y de la acción del Espíritu Santo en su
propia vida. Ella, la llena de gracia (Lc 1, 28), he recibido el don de la Inmaculada
Concepción, siendo preservada inmune de la mancha del pecado original, por singular gracia
y privilegio de Dios, en atención a los méritos de su hijo Jesucristo 26. Su presencia maternal,
no busca quedarse solo en una veneración de su vida, sino que, nos conduce siempre a su
Hijo, toda mediación e influjo salvífico de María sobre nosotros nos viene gracias al “divino
beneplácito y la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste,
depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder”27.

Por ello debemos ver a cuáles son las disposiciones de Jesús para con su Madre, de esta
manera podemos crecer en nuestra piedad filial mariana. Un pasaje que muestra
particularmente estas disposiciones lo encontramos en el Calvario. Jesús, después de haber
confiado el discípulo Juan a María con las palabras: "Mujer, he ahí a tu hijo", desde lo alto de
la cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: "He ahí a tu madre" (Jn 19, 26-27). Con esta
expresión, revela a María la cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador, también
es la madre de los redimidos, de todos los miembros del Cuerpo místico de su Hijo. La Virgen
acoge en silencio la elevación a este grado máximo de su maternidad de gracia, habiendo
dado ya una respuesta de fe con su "sí" en la Anunciación. Jesús no sólo recomienda a Juan
que cuide con particular amor de María; también se la confía, para que la reconozca como su

23
Misal Romano, en el Canon. Citado en Lumen Gentium, 52.
24
Lumen Gentium, 63.
25
Lumen Gentium, 62.
26
Pio IX, Ineffabilis Deus, 4. Ver Lumen Gentium, 53.
27
Lumen Gentium, 62.
propia madre. Las palabras: "He ahí a tu madre" expresan la intención de Jesús de suscitar en
sus discípulos una actitud de amor y confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a
su madre, la madre de todo creyente. En estas palabras podemos reconocer que Jesús tenía
con su Madre una cercanía íntima y sintonía plena de corazón, una ternura reverente, un
diálogo silente, un coloquio que va más allá de las palabras y también una solidaridad afectiva
y efectiva.

b. Amar a María nos lleva a ser verdaderamente hijos como Cristo.

Hemos vista que la presencia de María está subordinada al designio de Dios, comunión de
Amor. Pero ello no reduce la figura de la Virgen Madre a un rol Pasivo. “El Padre de la
misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada,
para que, de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer
contribuyese a la vida”28. María responde al don de Dios con su amorosa obediencia, y
“obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género
humano”29. Es por eso que la Tradición, análogamente a Cristo, nuevo Adán, ve en ella a la
nueva Eva gracias a la cual “el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado […] lo atado
por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante su fe”30.

Ante el don de la gracia, debemos resaltar la función de cooperación de la persona de María


en el Plan reconciliador31; decimos cooperación porque Ella no es “la” redentora. Esta
cooperación nos remite, en una mirada general, a lo que María es, la mujer elegida por Dios
para ser Madre de su Hijo y para ser Madre de toda la Iglesia. El actor, el protagonista es Dios
que la elige. Su función, es cooperar con Dios en la realización de su designio, de manera
particular en la Encarnación del Verbo momento histórico en el que Ella asiente con su
“Hágase” (Lc 1, 38), y coopera con el Plan de Dios. Si bien, “su papel en la historia de la
salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y
dolorosa participación en la muerte y resurrección de su Hijo”32, este momento tiene una
importancia particular respecto de su función maternal pedagógica del Señor Jesús. Da a luz y
lo cuida. Ella es madre y pedagoga. Por todo ello, María no es un modelo exterior a imitar.
28
Lumen Gentium, 56.
29
San Ireneo, Ad. haer. III, 22, 4.
30
San Ireneo, ibid.
31
San Juan Pablo II, Catequesis, 9 de abril de 1997.
32
Benedicto XVI, Homilía durante la misa en la fiesta de la Presentación del Señor, 2 de febrero de 2006.
Ella es una persona real que entra en relación con cada uno de sus hijos para ayudarlos a
seguir los pasos de su Hijo, para moldear sus corazones según el Sagrado Corazón de su Hijo.

El munus de María con respecto el hombre es un rol de mediación dinámica, porque Ella
intercede activamente por nosotros. Es una intercesión activa al tiempo que también nos
ofrece un ejemplo vital. Su vida es un ejemplo que guía nuestra vida cristiana. Nos remite y
conduce a un encuentro más pleno con el Señor Jesús. Por ello decía San Pio X que: “No hay
camino más seguro y más fácil que María por donde los hombres puedan llegar hasta
Jesucristo”33. Así también lo afirma el Concilio Vaticano II: “Uno solo es nuestro Mediador
según la palabra del Apóstol: Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los
hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por
todos (Tim 2, 5-6). Pero la función maternal de María hacia los hombres de ninguna manera
oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia 34.
María se apoya en la mediación de Cristo, depende de ella, y de la misma saca todo su poder.
Fomenta la relación con Cristo. Hay que entender que la función dinámica se enmarca en la
economía de la salvación, la acción de Dios que se desarrolla en la historia.

Santa María es verdadera Madre de Jesús y verdadera Madre nuestra; hay una relación
estrecha entre la maternidad espiritual o eclesial 35 y la maternidad divina. La Anunciación-
Encarnación del Verbo es el fundamento de la maternidad divina y es además el fundamento y
origen de la maternidad espiritual, aunque esta se encuentra todavía en germen. En la Cruz
(Ver Jn 19, 25-27) se explicita esta maternidad para la que fue preparada por Dios 36. En virtud
de la maternidad divina es que María recibe el título de “Madre de la Iglesia” 37 ya que ella “es
verdadera madre de los miembros (de Cristo) […], por haber cooperado con su amor a que
naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza”38.

Santa María es pues, Madre nuestra en el orden de la gracia y como madre es también
educadora39 y puede educar a sus hijos, de manera especial, porque es también modelo. Ella
33
Pio X, Ad Diem Illum, 5.
34
Lumen Gentium, 60.
35
La diferencia entre maternidad espiritual y eclesial es meramente terminológica, pues ambas hablan de lo
mismo. En todo caso un ligero matiz podría ser el decir que el término maternidad eclesial hace alusión a la
Cabeza y al cuerpo juntos, mientras que maternidad espiritual hace alusión solamente a los seres humanos, es
decir al Cuerpo.
36
Ver San Juan Pablo II, Redemptoris Mater 24; Puebla 287.
37
Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 963,
38
San Agustín, De sancta virginitate, 6.
39
Ver LG 61, 63-65.
“fue la primera y más perfecta discípula de Cristo”40 y es modelo de vida cristiana porque nos
enseña en primera persona a vivir el camino de conformación con el Señor Jesús. María nos
enseña desde su Inmaculado Corazón algunas disposiciones que encontramos en el corazón de
María que todo cristiano, todo hijo de Dios, debe cultivar en su corazón:

 Fe en que para Dios no hay imposibles. Desde el momento mismo de la Anunciación


Encarnación a María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada antes. Ella la
acoge con sencillez y audacia. Con la pregunta: “¿Cómo será esto?”, expresa su fe en
el poder divino de conciliar la virginidad con su maternidad única y excepcional. La
virginidad, que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en que el Espíritu
Santo realizará en ella la concepción del Hijo de Dios encarnado. La respuesta del
ángel abre el camino a la cooperación de la Virgen con el Espíritu Santo en la
generación de Jesús. En la realización del designio divino se da la libre colaboración
de la persona humana. María, creyendo en la palabra del Señor, coopera en el
cumplimiento de la maternidad anunciada41. Los Padres de la Iglesia subrayan a
menudo este aspecto de la concepción virginal de Jesús. Sobre todo, san Agustín,
comentando el evangelio de la Anunciación, afirma: “El ángel anuncia, la Virgen
escucha, cree y concibe”42. Y añade: “Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y
la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la
fecundidad maternal”43. El acto de fe de María nos recuerda la fe de Abraham, que al
comienzo de la antigua alianza creyó en Dios, y se convirtió así en padre de una
descendencia numerosa44. La estrecha relación entre fe y salvación, que Jesús puso de
relieve durante su vida pública (cf. Mc 5,34; 10,52; etc.), nos ayuda a comprender
también el papel fundamental que la fe de María ha desempeñado y sigue
desempeñando en la salvación del género humano. María cree de verdad que “para
Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 37).

 Obediencia a la voz de Dios. “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38). «Hágase en


mi según tu palabra» (Lc 1,38), manifiestan en María, que se declara esclava del Señor,
una obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo «hágase» (génoito), que usa san

40
Pablo VI, Marialis cultus, 35.
41
Ver San Juan Pablo II, Audiencia general, 3 de julio de 1996.
42
San Agustín, Sermo 13.
43
San Agustín, Sermo 293.
44
Ver San Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 14.
Lucas, no sólo expresa aceptación, sino también acogida convencida del proyecto
divino, hecho propio con el compromiso de todos sus recursos personales. María es la
“criatura del coraje y la obediencia, es (ahora y siempre) un ejemplo en el que todo
cristiano –hombre y mujer– puede y debe inspirarse”45.

 Anuncio del Evangelio y la prioridad del prójimo. “María se dirigió de prisa a un


pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella quedó
llena del Espíritu Santo”. (Lc 1, 39-41) María, aun teniendo conciencia de la altísima
dignidad que se le había concedido, ante el anuncio del ángel se declara de forma
espontánea “sierva del Señor”. En este compromiso de servicio ella incluye también su
propósito de servir al prójimo, como lo demuestra la relación que guardan el episodio
de la Anunciación y el de la Visitación: cuando el ángel le informa de que Isabel
espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y “de prisa” (Lc 1,39) acude
a Galilea para ayudar a su prima en los preparativos del nacimiento del niño, con plena
disponibilidad. Así brinda a los cristianos de todos los tiempos un modelo sublime de
servicio.

 Acogida y discernimiento de la Palabra de Dios. La fe lleva a la Virgen santísima a


recorrer sendas desconocidas e imprevisibles, conservando todo en su corazón (Lc 2,
19), es decir, en la intimidad de su espíritu, para responder con renovada adhesión a
Dios y a su designio de amor. “Mi madre y mis hermanos son estos que oyen la palabra
de Dios y la hacen” (Lc 8, 21). Con esas palabras, Cristo, aun relativizando los
vínculos familiares, hace un gran elogio de su Madre, al afirmar un vínculo mucho más
elevado con ella. En efecto, María, poniéndose a la escucha de su Hijo, acoge todas sus
palabras y las cumple fielmente. La Virgen se convierte así en modelo para quienes
acogen la palabra de Cristo. Ella, creyendo ya desde la Anunciación en el mensaje
divino y acogiendo plenamente a la Persona de su Hijo, nos enseña a ponernos con
confianza a la escucha del Salvador, para descubrir en él la Palabra divina que
transforma y renueva nuestra vida. Asimismo, su experiencia nos estimula a aceptar las
pruebas y los sufrimientos que nos vienen por la fidelidad a Cristo, teniendo la mirada
fija en la felicidad que ha prometido Jesús a quienes escuchan y cumplen su palabra.

45
Joseph Ratzinger, De la mano de Cristo. Homilías sobre la Virgen y algunos santos, Eunsa, Pamplona 1998,
118.
 Vivir la vida cristiana en medio de dolor y alegrías. La vida de María está marcada
por la dinámica del dolor y la alegría. Ejemplo claro de esto es el pasaje de la
Presentación del Señor. En un primer momento, María y José manifiestan su
admiración cuando Simeón proclama a Jesús “luz para alumbrar a las naciones y gloria
de tu pueblo Israel” (Lc 2,32). María, en cambio, ante la profecía de la espada que le
atravesará el alma, no dice nada. Acoge en silencio, al igual que José, esas palabras
misteriosas que hacen presagiar una prueba muy dolorosa y expresan el significado
más auténtico de la presentación de Jesús en el templo. En efecto, según el plan divino,
el sacrificio ofrecido entonces de “un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que
se dice en la Ley” (Lc 2,24), era un preludio del sacrificio de Jesús, “manso y humilde
de corazón” (Mt 11,29); en él se haría la verdadera “presentación” (cf. Lc 2,22), que
asociaría a la Madre a su Hijo en la obra de la redención. A partir de la profecía de
Simeón, María une de modo intenso y misterioso su vida a la misión dolorosa de
Cristo: se convertirá en la fiel cooperadora de su Hijo para la salvación del género
humano.

 La confianza en el Hijo. Cuando Jesús ante el pedido de su Madre de ayudar a los


novios de las bodas de Caná responde: “¿Qué nos va a Mí y a ti? ¿no ha llegado ya Mi
hora?” (Jn 2,4) da a entender a María que Él ya no depende de Ella, sino que debe
tomar la iniciativa para realizar la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de
insistir ante Él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumplir sus
órdenes. En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que Ella ha
dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo la valentía y la docilidad
de su Madre: “Jesús les dice: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta el borde”
(Jn 2,7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribuye a proporcionar vino en
abundancia. La exhortación de María: “Haced lo que Él os diga”, son sus últimas
palabras en todos los Evangelios. Este “testamento” conserva un valor siempre actual
para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto
maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo
cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.

 La firmeza en la prueba. María esta firme junto a la Cruz de su Hijo. “Junto a la cruz
de Jesús estaba su madre” (Jn 19, 25). En particular, el hecho de "estar erguida" la
Virgen junto a la cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía
para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe,
que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la
vida pública de Jesús. El Concilio recuerda que “la bienaventurada Virgen avanzó en la
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” 46.
Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padre, que Jesús expresa en
sus últimas palabras en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,
46), ella da así, como observa el Concilio, un consentimiento de amor “a la inmolación
de su Hijo como víctima” 47. En este "sí" de María resplandece la esperanza confiada en
el misterioso futuro, iniciado con la muerte de su Hijo crucificado. La esperanza de
María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en
muchos corazones: ante el sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia
y de la humanidad48.

 Mujer del Espíritu. En los Hechos se menciona a María en uno de los sumarios que
describen la vida de la Iglesia naciente: "Todos perseveraban en la oración, con un
mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus
hermanos" (Hch 1,14). Presente como protagonista en los comienzos de la vida terrena
del Hijo con la disponibilidad total de su fe, María está igualmente presente en la
comunidad orante de la Iglesia naciente, sobre la que desciende el Espíritu Santo. Los
discípulos viven con María la experiencia del Espíritu Santo, que ella ya ha tenido en
la Anunciación. Son muchas las analogías entre la Anunciación y Pentecostés: A María
se le promete el Espíritu Santo como "potencia del Altísimo", que "descenderá" sobre
ella (Lc 1,35); a los apóstoles se les promete igualmente el Espíritu Santo "como
potencia" que "descenderá de lo alto" sobre ellos (Hch 2,8). Y, recibido el Espíritu
Santo, María comienza a proclamar, con lenguaje inspirado, las grandes obras
cumplidas por el Señor en ella (Lc 1,46.49); igualmente, los apóstoles, recibido el
Espíritu Santo, comienzan a proclamar en varias lenguas las grandes obras de Dios
(Hch 2,11). Y todos aquellos a quienes María es mandada son tocados, movidos, por el
Espíritu Santo (Lc 1,41; 2,27). Es ciertamente la presencia de Jesús la que irradia el
Espíritu, pero Jesús en María, obrando a través de ella. Ella aparece como el arca o el
templo del Espíritu, figurado en la nube que la ha cubierto con su sombra.

46
Lumen Gentium, 58.
47
Ibid.
48
Ver San Juan Pablo II, Audiencia general, 2 de abril de 1997
III. Conclusión y Retos para el futuro

En toda la vida de María resplandece la luz de Cristo, en Ella vemos un modelo acabado de
humanidad. Ella ha respondido a la vocación de toda persona humana a participar de la
comunión divina de amor. En Ella encontramos el paradigma de la plena humanidad
reconciliada. Por ello, el Concilio afirma, con palabras de San Ambrosio, “que la Madre de
Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con
Cristo”49. Es modelo de fe integral que ante todo escucha la voz de Dios. Es la Virgen oyente.
En María se percibe la orientación recta de la libertad según el Plan de Dios que la lleva a
vivir la caridad con los demás. Al ver a María “la Iglesia experimenta concretamente lo que es
y debe ser […] Ella es su espejo, la medida pura de su ser, porque es totalmente a la medida
de Cristo y de Dios, está plenamente habitada por él” 50. De cara a la misión evangelizadora de
la Iglesia “la Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la
vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de
Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De
este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de
María”51.

Tener una relación cercana con la Virgen María es una tarea de todo hijo de la Iglesia,
fundamental para su santidad y para su apostolado. Vivir la espiritualidad de María, es un don
que hemos recibido del Espíritu Santo los miembros de la Familia Sodálite. Dios ha querido,
en su infinita misericordia que nos hagamos más hijos siguiendo los pasos de la Madre. El
don que hemos recibido de Dios es también una responsabilidad que debemos cultivar, que
debemos cuidar y hacer crecer. Por eso, quisiera enumerar algunos retos que considero
debemos tener en cuenta para el hoy y para el futuro:

 Una comprensión más profunda de la teología de nuestra filiación adoptiva que será la
base de una vivencia más interior de nuestros compromisos bautismales. Creo que
debemos cultivar una profundización de lo que significa ser hijos tanto en la exegesis
escriturística, como en los textos patrísticos y los escritos magisteriales. Considero que
una formación en este ámbito ayudará a profundizar en nuestra propia experiencia de
filiación y aportará categorías esenciales para la comprensión de la vida y misión del
cristiano en su relación con Dios Padre.

49
Lumen Gentium, 63.
50
Joseph Ratzinger - Hans Urs von Balthasar, María, Iglesia naciente, Encuentro, 2006, p. 50.
51
Francisco, Homilía durante la misa de la Solemnidad de María, Madre de Dios, 1 de enero de 2014.
 Profundizar en la categoría teológica de Reconciliación como central en la vida de
Nuestra Madre, no sólo en su aspecto soteriológico y su condición de primera
reconciliada, sino también en cuanto a clave hermenéutica de comprensión de la acción
de Dios en su vida y la vivencia de sus relaciones fundamentales que se expresa en una
renovada compresión de la relación entre gracia y libertad, entre Plan de Dios y
realización personal, entre la caridad con uno mismo y la caridad con el prójimo, el
amor como donación y en la cual queda de manifiesto que la persona es más en la
medida que más se dona. Los dogmas marianos pueden ser leídos también bajo esta
clave de comprensión: La Madre de Dios como el arca en el cual se unen el cielo y la
tierra; la virginidad perpetua como expresión de reconciliación entre la consagración
personal y la vocación a la maternidad; la Inmaculada Concepción como primicia de
recepción de la Buena Nueva del Reconciliador y cómo este don se expresa en su vida
y función; la Asunción como primicia de la humanidad reconciliada, como prenda de
lo que esperamos.

 Profundización mucho rica del rol de María en el Plan de Dios desde las categorías de
persona y relación52. María, lo hemos visto, no es un instrumento o una pieza más en el
Plan “mecánico” de Dios. María es realmente una persona, y como persona es madre.
Así se quiere relacionar con cada uno de nosotros. En su relacionalidad María no
pierde su autonomía y su libertad. Así sucede en su relación con el Verbo encarnado y
también en su relación con nosotros. Las categorías de persona y relación ayudan a
comprender mejores realidades como: la maternidad espiritual, la función dinámica de
María, la relación entre gracia y cooperación humana. Para explicar este misterio,
Ratzinger aplica aquí su bagaje personalista: “La doctrina de la Inmaculada testimonia
por tanto que la gracia de Dios ha sido suficientemente poderosa para suscitar una
respuesta; que gracia y libertad, gracia y ser uno mismo, renuncia y plenitud, se
contradicen tan solo de modo aparente, mientras en realidad una cosa condiciona la
otra”53.

 Reflexionar en un itinerario de discernimiento cristiano desde categorías marianas.


Este itinerario de discernimiento marcará un itinerario cristiano. Un camino a seguir:
María es la mujer del Espíritu y por lo tanto su espiritualidad señala un derrotero para

52
Ver Stefano De Fiores, Maria nella teologia contemporanea, Centro Di Cultura Mariana «Madre Della
Chiesa», Roma 1991.
53
Joseph Ratzinger - Hans Urs von Balthasar, María, Iglesia naciente, Encuentro, 1999, pp. 63.
el discernimiento. Las categorías de obediencia como escucha atenta, de libertad, de
conservar en el corazón, de la custodia de la Palabra, de prontitud para el servicio, de
anuncio de la palabra unida al encuentro de las necesidades del prójimo, de
disponibilidad para el sacrificio, de la dinámica del dolor y la alegría, de la sintonía de
corazón con Cristo, y de dejarse inhabitar por el Espíritu y dejarse guiar por Él.

 Renovación en la afectividad de las prácticas de piedad mariana. Considero que


podemos aprender a relacionarnos con nuestra Madre desde el corazón. Corazón
entendido, en este caso, particularmente como el mundo afectivo. Hay una dimensión
afectiva que tienen que desarrollarse y vivirse intensamente en la relación madre-hijo.
Así mismo se debe reflexionar si no es esta dimensión la primera en deber cultivarse,
puesto que la relación con nuestra madre siempre empieza por el ámbito emotivo antes
que el cognoscitivo. Esta profundización también abre una veta para la profundización
del papel de María en aquellos que han asumido los compromisos evangélicos en
especial el celibato apostólico por el Reino de Dios54.

 Renovación en la creatividad de las prácticas de piedad filial mariana. La repetición de


algunas prácticas marianas sin una comprensión teológica profunda y un despliegue
del ámbito afectivo puede llevar a que la piedad se marchite. En este sentido junto a las
prácticas tradicionales de piedad, creo que debe haber de parte del cristiano una
creatividad en la relación con Santa María, enriquecer las prácticas tradicionales y
ensayar otras que sean verdaderas manifestaciones de devoción, ternura y cariño. Así
mismo creo que es importante compartir con otros las prácticas personales de devoción
mariana para enriquecernos mutuamente.

 Conocimiento y promoción de las manifestaciones de piedad mariana en la cultura de


cada pueblo. Considero que es importante recuperar la piedad popular en la que están
fundadas muchas de nuestras culturas. En la Evangelización Constituyente del
continente americano el rol de Santa María fue muy importante. Como sugieren los
últimos pontífices una nueva evangelización debe rescatar este tesoro, promoverlo y
renovarlo55.

Quisiera terminar estas reflexiones marianas con unas hermosas palabras que el Papa
Benedicto XVI pronunció en el 2006 al final del rezo del Santo Rosario en la gruta dedicada

54
Ver Jean Galot, Presencia de María en la vida consagrada, San Pablo, Bogotá 1992.
55
Ver Benedicto XVI, Discurso en Santuario de Aparecida, 13 de mayo de 2007.
de Nuestra Señora de Lourdes que está los jardines vaticanos: “¡Cómo no notar que, en el
encuentro entre la joven María y la ya anciana Isabel, el protagonista oculto es Jesús! María lo
lleva en su seno como en un sagrario y lo ofrece como el mayor don a Zacarías, a su esposa
Isabel y también al niño que está creciendo en el seno de ella. "Apenas llegó a mis oídos la voz
de tu saludo —le dice la madre de Juan Bautista—, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1,
44). Donde llega María, está presente Jesús. Quien abre su corazón a la Madre, encuentra y
acoge al Hijo y se llena de su alegría. La verdadera devoción mariana nunca ofusca o
menoscaba la fe y el amor a Jesucristo, nuestro Salvador, único mediador entre Dios y los
hombres. Al contrario, consagrarse a la Virgen es un camino privilegiado, que han recorrido
numerosos santos, para seguir más fielmente al Señor. Así pues, consagrémonos a ella con
filial abandono”56.

56
Benedicto XVI, Discurso, miércoles 31 de mayo de 2006.

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