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EL SUJETO DEL CONOCIMIENTO Pensar al ser humano como sujeto del conocimiento
nos lleva a sus orígenes. Al nacer, todo niño se encuentra en un mundo desconocido desde
donde le llegan estímulos que le producen sensaciones caóticas. No tiene un conocimiento
de sí ni del mundo; le es imposible diferenciar la actividad materna, los cuidados y el cuerpo
materno de sus propios movimientos, destinados a reducir la tensión, producto de la pérdida
del estado de equilibrio intrauterino. La noción de adentro - afuera se construirá
paulatinamente en una secuencia de experiencias
LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO El aprendizaje en el primer período de la vida está
dominado por la fragmentación, la precariedad y la inestabilidad. Poco a poco, van
surgiendo por maduración y por el mismo aprendizaje niveles más complejos de
organización de la experiencia. No hay en el inicio noción de objeto, espacio, tiempo y
causalidad. Sucesivamente, las percepciones se organizan en dos polos: uno es el pecho
materno, el cuerpo materno, el placer; el otro es ausencia de esos objetos, el displacer, lo
cual le produce intensas emociones que comúnmente llegan al adulto como angustia y
llanto. Estas asociaciones primitivas son antecedentes de un registro de causalidad, de una
secuencia temporal, como un registro del otro - objeto diferente y externo. La representación
interna de un objeto sería, en este caso, una constelación de sensaciones y emociones sin
significado e impactantes en el nivel perceptual. El niño sólo decodifica sensaciones de
malestar y dolor o placer y satisfacción, externas e internas, producto de la saciedad de sus
necesidades. En la satisfacción de dichas necesidades interviene otra persona de cuyos
cuidados depende el niño y que al estar o no en su función genera la calma o la exitación
displacentera. Este juego de presencia - placer, ausencia - displacer, permitirá, en ese
sujeto de la necesidad, la posibilidad de representar, evocando en ausencia
El psicoanálisis propone un primer modelo de cognición: frente al aumento de los impulsos
provocado por las distintas necesidades (hambre, abrigo, sed, etc.), y dirigidos a un tipo de
objeto específico, se genera, debido a la ausencia de este objeto, el primer intento de
descarga de la tensión displacentera a través de una satisfacción alucinatoria. Pero esta
alucinación, como primer esbozo de idea cae, ya que la necesidad persiste. Se plantea
entonces un segundo modelo de cognición: frente al aumento de los impulsos y a la
ausencia del objeto de la necesidad, se produce una demora de descarga con la
consecuente operación sobre el medio (pedido, llanto, llamado) y la posterior satisfacción
concreta (acción satisfactoria del otro que cuida y simboliza -da sentido- al pedido); el niño
es capaz de expresarse hacia otra persona, la cual se hará cargo de la demanda que es
simbólica (así los primeros llantos cobran significados, que, en general, los adultos
interpretan, lo cual permite que el niño se socialice y aprenda, a su vez, un lenguaje) (1). En
el lapso de demora de la descarga, en esas primeras alucinaciones de objeto, se ubica la
posibilidad de pensamiento. Este modelo explicativo vincula el conocer con la posibilidad de
tolerar la frustración de haber perdido una completud narcisista (entendiendo el narcisismo
como la propia valoración positiva del yo al sentirse completo y omnipotente) (2). Toda
búsqueda de saber y toda acción en la realidad nos remiten a nuestra imperfección y nos
muestran nuestros límites como seres humanos. Tanto la gratificación como la frustración
llevan al pensamiento.
EL SUJETO PULSIONAL Suponemos al sujeto con una tendencia básica hacia la
satisfacción. Denominaremos a esta tendencia pulsión (3) para poder distinguirla del
instinto, que es un esquema de comportamiento heredado y determinado genéticamente. La
energía psíquica, de carácter sexualizado, llamada libido (4); tiene la capacidad de investir
(5) y unirse a los objetos confiriéndoles importancia e interés. La pulsión es la
externalización y el recorrido de dicha energía producto del soma, curerpo biológico, y sus
impulsos y del psiquismo propiamente dicho. La pulsión es un concepto límite entre lo
psíquico y lo somático, en la medida en que es el representante psíquico de una necesidad
corporal. Otra definición de la caracteriza como una medida de exigencia impuesta a lo
anímico como resultado de su conexión con lo somático. Se compone de una
representación y un afecto ligado a ella. Distinguimos varios componentes de la pulsión: una
fuente u origen constituida por las zonas erógenas (zonas corporales privilegiadas de
producción de placer) (6), un fin que es la satisfacción, una fuerza que es la energía, y un
objeto o cosa con la que se satisface. Esencialmente, ningún objeto logra una satisfacción
permanente de la pulsión, dado que el objeto no es fijo sino variable. Es por eso que
hablamos de pulsión y no de instinto. El instinto es tendencia animal que sí se satisface con
objetos fijos, por ejemplo el alimento.
Esta variabilidad del objeto hace que entre el objeto buscado y el encontrado haya siempre
un hiato imposible de salvar, de modo tal que el objeto alcanzado nunca permite la
satisfacción plena. Entonces, entre la tendencia a la satisfacción de la pulsión y el objeto
deseado (que no es fijo sino variable), media un resto de satisfacción que da lugar al factor
pulsionante; es decir a la permanencia de la tendencia misma. El objeto de deseo hacia el
cual tiende la pulsión esta relacionado con la primera experiencia de satisfacción, estado
primitivo y mítico en el que la necesidad habría sido satisfecha, y sobre el que se
apuntalarán los objetos posteriores. Entre los destinos que puede alcanzar la pulsión, hay
uno que interesa especialmente en el campo educacional: ese destino es la sublimación.
Entre los mecanismos defensivos del yo para mantener su cohesión, está la sublimación,
como una actividad creativa que permite las descargas pulsionales inconscientes. A través
de la sublimación, la pulsión se satisface en un objeto no sexual sino cultural, es decir, que
el fin de la pulsión (que es su satisfacción) no se alcanza con un objeto erótico sino con una
meta cultural. Todas las producciones intelectuales, artísticas y científicas, resultan de la
posibilidad de sublimar la pulsión. La teoría psicoanalítica explica la actividad intelectual y el
aprendizaje humanos como una capacidad de desear y realizarnos y por eso resulta muy
útil para entender las relaciones entre el sujeto y el objeto del aprendizaje escolar.
El Yo, como instancia psíquica, cuenta con mecanismos de defensa para hacer
inconsciente aquello que podría desestructurarlo y mantener así su cohesión. Según S.
Freud, los mecanismos de defensa más comunes son la defensa (formación de síntomas) y
la represión (lo displacentero se hace inconciente). El Yo se defiende contra los aspectos
inconscientes del Ello (8) que considera peligrosos mediante los siguientes mecanismos:
• La negación: se niegan elementos displacenteros de la realidad, que pasan a ser
desapercibidos por el sujeto. Por ejemplo, una docente no percibía el consumo de
marihuana por parte de un grupo de sus alumnos, aunque este era recurrente. Sólo tomó
conciencia del fenómeno cuando otro grupo de alumnos le hizo un llamado de atención
formal.
• La proyección: se deposita fuera del sujeto lo displacentero. Tendemos a “culpabilizar” a
otros o al contexto de lo que, en realidad, pueden ser fallos propios. Por ejemplo solemos
buscar las causas del bajo rendimiento de nuestros alumnos en sus problemáticas de base
(insuficientes conocimientos previos, escasa comprensión lectora, limitaciones de
expresión, conducta inadecuada, situación económica difícil, etcétera.), pero no solemos
cuestionarnos, en la misma medida, nuestras estrategias didácticas o nuestros
diagnósticos.
• La introyección: se toma lo bueno del exterior y se internaliza como propio. Este proceso
es común a la identificación. Por ejemplo si una institución o un equipo de trabajo son
considerados de satisfactorio nivel académico o de logro, es usual que sus integrantes
incorporen la característica positiva en su ideal de autoestima (si se pertenece a dicha
institución o equipo es el integrante quien tiene un satisfactorio nivel académico o de logro).
• El aislamiento: se pierde contacto con la realidad o con ciertos elementos de ella a fin de
no tomar conciencia de lo displacentero.
• La anulación o reparación: se produce una acción que simbólicamente repara a otra. Por
ejemplo: se miente y luego se compra un regalo a la persona engañada.
• El control obsesivo: como no se controla cierto aspecto anímico, el sujeto intenta un
control u orden en su medio, o establece una secuencia de actos repetitivos. Por ejemplo un
alumno, que ante una evaluación necesita tener ordenados de cierta manera sus útiles o
contar con cierto muñeco de la suerte o entrar con el pie derecho en e aula, ritos que lo
hacen sentir “mágicamente” seguro o tranquilo.
• La regresión: ante lo displacentero se vuelve a conductas anteriores o ya superadas. En
situaciones vividas emocionalmente como extremas, el descontrol anímico hace perder
procesos de simbolización y surgen conductas no esperadas para cierto momento
madurativo. Por ejemplo un alumno de Nivel Terciario (adulto), que ante una situación de
evaluación si no obtiene la calificación esperada rompe en llanto, o discute caprichosamente
aunque no hay razón para ello.
• La formación reactiva: ante una tendencia determinada, se la sustituye por la contraria.
Por ejemplo, un sujeto enamorado de alguien a quien considera “difícil de conquistar”, ante
la posibilidad de frustración o ansiedad, lo trata despectivamente.
• La sublimación: (ya mencionada) Por ejemplo, un alumno que ha tenido un problema
familiar y que en la clase de Lengua escribe una poesía que expresa su tristeza.
EL CONOCIMIENTO CON LOS DEMÁS Mediante las identificaciones todo sujeto conforma
una autoimagen. Esta autoimagen surge de la relación entre un ideal del yo (lo que uno cree
ser) y un yo ideal (lo que se aspira a ser). Constantemente nos comparamos con otros y
esta comparación es autoevaluatoria de nuestros méritos. Esta valoración se denomina:
autoestima (13) . La autoestima queda entonces ligada a este fenómeno imaginario (soy
como el otro me ve) y empático (veo al otro desde mi subjetividad); corresponde a la medida
en que una persona se aprueba y se acepta a sí misma y se considera como digna de
elogio, ya sea de una manera absoluta, o en comparación con otros. En este modo de
conocimiento interpersonal, la empatía se dirige hacia otro individuo desde un marco de
referencia interno. Hacemos hipótesis y analogías sobre los otros intentando conectarnos
internamente y encontrar significados en el marco de dicha referencia interna de los demás;
buscamos entrar en consonancia con el otro, con lo que le pasa o siente. Se produce así
una experiencia, una corriente parcialmente informe de sensación, ya que no es
enteramente racional, que tenemos en todo momento al estar con otros. Se da de manera
preconceptual con un contenido de significados implícitos, de modo que nuestros
significados personales se forman en esa interacción (14) . Las identificaciones secundarias
comienzan a producirse cuando el niño se ha diferenciado de la madre e incluso registra la
presencia de otros seres significativos, descubriendo así que también existen límites para la
relación con su primer objeto afectivo. El yo se ha conformado, en este contexto, en una
estructura compleja. Debe mediar entre la propia satisfacción y la realidad, adquiere
defensas y reprime las representaciones (15) altamente displacenteras o desestructurantes,
las cuales pasan, junto con las tendencias a la satisfacción, a conformar una estructura
inconsciente de la cual surgen motivaciones que el yo no siempre controla. La
internalización de modelos paternos creará otra instancia con la que el yo negocia. Esta
estructura consiste en la internalización de las exigencias y las prohibiciones parentales,
que conforman una conciencia moral y el ideal del yo. Generalmente tratamos de satisfacer
nuestros deseos. Estos pueden ser socialmente aceptados o reprimidos. El yo no sólo tiene
en cuenta el factor social, sino también los aspectos punitorios de la propia personalidad. La
conciencia moral, la angustia y la culpa son sensaciones que dirigen también la vida
anímica y que dan cuenta de estos aspectos estructurales. Hasta aquí hemos explicado los
aspectos intrasubjetivos del sujeto de conocimiento. A continuación analizaremos dicho
sujeto desde una mirada psicosocial (16)
EL SUJETO COMO SER SOCIAL El desarrollo psicoevolutivo impulsa al sujeto a un lento
proceso de socialización y el sostén materno es la base de dicho proceso.