Está en la página 1de 13

See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.

net/publication/313621609

El canon prehispánico y la etnografía

Chapter · January 2013

CITATIONS READS

0 272

1 author:

Pedro Pitarch
Complutense University of Madrid
57 PUBLICATIONS   200 CITATIONS   

SEE PROFILE

All content following this page was uploaded by Pedro Pitarch on 12 February 2017.

The user has requested enhancement of the downloaded file.


LA CARA OCULTA
DEL PLIEGUE
ensayos de antropología indígena
LA CARA OCULTA
DEL PLIEGUE
ensayos de antropología indígena

La cara oculta del pliegue. Ensayos de antropología indígena Pedro Pitarch


Primera edición, 2013.

Edición: Margarita de Orellana


Coordinación editorial: Gabriela Olmos
Dirección de arte: Alejandra Guerrero Esperón
Diseño y formación: Karina Torres Vega
Corrección: Edith Vera
Asistencia editorial: José Acevez, Verónica Gómez Martínez
Fotografía de portada: Marco Pacheco
Interiores: Pedro Pitarch, excepto:
Kees Grootemboer, página 155

DR. © Del texto: Pedro Pitarch, 2013.


DR. © Artes de México y del Mundo S.A. de C.V., 2013.
Córdoba 69
Col. Roma, C.P. 06700
México, D.F.

ISBN:

Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de


esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el
tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la autorización por escrito
de la editorial Artes de México y del Mundo, S.A. de C.V.

Impreso en México
A Gemma
Índice

Prefacio ◆ 11

Agradecimientos ◆ 17

i. El pliegue del cuerpo ◆ 19

ii. Los dos cuerpos ◆ 37

iii. Sobre el mal del texto. Lenguaje, escritura, enfermedad ◆ 65

iv. Conjeturas sobre la identidad de los santos tzeltales ◆ 95

v. La montaña mágica: dos puntos de vista ◆ 117

vi. La conversión de los cuerpos ◆ 141

vii. Infidelidades indígenas ◆ 165


viii. Los extravíos de la traducción: una versión tzeltal de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos ◆ 181

ix. El canon prehispánico y la etnografía ◆ 209

Bibliografía ◆ 221
ix El canon prehispánico y la etnografía

L a etnografía de las culturas indígenas de México está afectada por un cier-


to malestar. Aunque se trata de un sentimiento más sobreentendido que
directamente expresado o abordado, podría formularse de la siguiente mane-
ra: la percepción, cada vez más extendida, de que algunas de las dificultades
que experimenta la etnografía mesoamericana guardan relación con la “de-
pendencia” que muestra ésta respecto de los estudios prehispánicos. La
sombra de la historia prehispánica impediría el desarrollo y la autonomía de
la etnografía.
En su forma clásica (una postura con la que me identifico), la etnografía
se interesa —no sólo, pero sí principalmente— por la diferencia cultural, la
diferencia como parte de la diversidad. El interés de las culturas indígenas
americanas reside en su diferencia, su singularidad. No es que otras pobla-
ciones o sectores no representen gamas de diferencia. Pero en el caso de las
culturas indígenas estamos ante algo distinto: una distancia de otra magnitud,
otra lógica cultural, que señala una discontinuidad respecto de la nuestra. Es
esto, por cierto, lo que las convierte en lugares particularmente aptos para
pensar la diferencia y, por tanto, para pensarnos a nosotros mismos. Las
ideas indígenas acerca de la naturaleza, de la sociedad, de la persona, de la
política, de lo sagrado son lo suficientemente distintas como para obligarnos
a tensar nuestra imaginación y a forzar nuestros hábitos intelectuales in-
conscientes, a reconsiderar aquello que damos por sentado. Nos obligan a
interrogarnos incesantemente. ¿Qué es un cuerpo, por ejemplo, en cierta
lengua indígena? ¿Cuántos cuerpos tiene una persona? ¿Cuántas personas
tiene un cuerpo?
Hay otra orientación en los estudios indígenas —más reciente, y cada vez
más vigorosa en la medida en que está muy influida por los estudios culturales
estadounidenses— que se interesa por cuestiones de política de la cultura:
los indígenas como grupos subalternos: campesinos, mujeres, pobres, etcéte-
ra. Es una perspectiva que tiene la virtud de subrayar los estados de injusticia
y de arrancar del anonimato a sus víctimas. Pero frecuentemente tiende tam-
bién a proyectar sobre los indígenas expectativas políticas bastante irreales.
Como si el precio de una antropología políticamente motivada —aunque por
supuesto esto no tiene porque ser así— fuera el de convertir a los indígenas
210 el canon prehispánico y la etnografía 211

en encarnaciones de modelos europeos: honestos cristianos, buenos revo- incomodan. Tratamos de conjurar esta inseguridad mediante la remisión, ca-
lucionarios, demócratas liberales y mujeres feministas. La pretensión de si inconsciente y cuanto más directa mejor, a algún dato precolombino. En
una antropología así es ser juzgada por sus presuntas virtudes morales o sus ocasiones, la constatación supuesta de que una práctica, un objeto o una idea
supuestos efectos políticos, “como si la verdad de otras sociedades necesaria- aparecen ya “antiguamente” constituye en sí misma la explicación etnográfi-
mente consistiera en nuestra propia corrección política” (Sahlins 2001: 340). ca. A veces, en lugar de contextualizar los datos, reconocer su significado y
No una antropología política, sino una política de la antropología. establecer comparaciones controladas, extrapolamos detalles aislados del pe-
En una perspectiva así la definición de lo indígena no resulta problemáti- riodo prehispánico para sustentar el argumento (como sucede a la inversa).
ca; la diferencia cultural es algo que se da por sentado. La “cultura” equivale Más que una explicación, buscamos una constatación. Es como si mediante esa
aquí a lo que los grupos indígenas ponen en funcionamiento para proteger, repetición nos quisiéramos convencer de algo de lo que estamos sólo semicon-
resistir, impulsar (o hacer lo que sea que haga) una supuesta identidad y vencidos: que los indios son verdaderamente “indios”.
autonomía. El problema de este tipo de visión no reside en proyectar nuestras Aun así, tampoco debemos exagerar. En la actualidad los estudios etnográ-
preocupaciones morales y políticas sobre los indígenas, pues ¿cuándo ha sido ficos organizados en función exclusivamente de la continuidad con el pasado
esto un freno para la antropología? Consiste más bien en llegar a creer verda- prehispánico son casi inexistentes. Ni siquiera las etnografías “clásicas”, por
deramente que los indígenas tendrían una especie de inclinación espontánea más que estuvieran permeadas por la retórica comparativa con las civilizacio-
por estas mismas preocupaciones. Una antropología atenta a la diferencia nes precolombinas, se regían exclusivamente, ni siquiera principalmente, por
nos coloca en la posición de tener que resistir tanto el impulso por exotizar las este criterio. Por lo demás, el hecho de que trabajos relativamente tempranos
culturas indígenas en función de nuestras imágenes formularias, como la ten- como los de Judith Friedlander (1977) (aunque un poco exagerados, en mi
dencia a convertirlas en formas de racionalidad esencialmente iguales a la opinión) denunciaran el aztequismo etnográfico demuestra que ésta no es una
nuestra. El valor de la diferencia indígena no reside en representar una alterna- preocupación nueva.
tiva política o moral a la nuestra mediante la encarnación de nuestros valores Pero es cierto que, en conjunto, el inconsciente de la etnografía indígena
morales más preciados, sino en su capacidad de multiplicar nuestros puntos está asediado por el fantasma del déficit de “indianidad”. En este contexto, “in-
de vista.1 dianidad” equivale a “prehispanicidad”, y ésta a “integridad”. Lo indígena es
Para volver a la etnografía clásica (o “posclásica” ¿o quizá “clásica tardía”?) lo prehispánico, o lo que de lo prehispánico sobrevive en la actualidad. El mun-
interesada por la diferencia, lo que se nota en ella, sin embargo, es que en la do prehispánico representaría el máximo de integridad, la vara de medir de la
práctica este interés se ha reducido en favor de la construcción de una identidad indianidad, un listón respecto del cual los indígenas contemporáneos ocupa-
cultural mesoamericana. Hay, en efecto, una predisposición en la etnografía rían una posición ambivalente. Por un lado, atestiguarían que ese mundo no ha
de las culturas indígenas de México a enfatizar el grado actual de semejanza desaparecido por completo, pero, por otro, que también se ha mezclado, con-
y continuidad con el mundo indígena prehispánico, y una suerte de ansiedad fundido, esto es, en cierto modo, degradado.
por identificar aquellos aspectos que confirmen su carácter “indígena”. En este Dicho de otro modo, para la etnografía, las culturas prehispánicas represen-
contexto, lo indígena es lo prehispánico.2 Para la etnografía, los datos que re- tan el canon. Un modelo considerado como perfecto: la cultura, en muchos
miten al mundo prehispánico tranquilizan, los que aparentemente no lo hacen, sentidos ideal que fraguaron para la posteridad los escritos de los cronistas
europeos y que funciona como la norma culta. El valor de la etnografía con-
1 He desarrollado este punto de vista sobre el reclutamiento político de la voz indígena en varios temporánea tiende a medirse, en consecuencia, por el grado de identidad
trabajos, cfr. Pitarch 2003, 2005, 2007. que muestre con respecto de este canon. Pero lo que en realidad debemos
2 Por cierto que esta equivalencia también es postulada tácitamente por quienes adoptan la postura
preguntarnos es por qué las culturas prehispánicas representan, o han ve-
inversa: las culturas indígenas estarían tan modificadas por la historia de la dominación europea que
considerarlas propiamente indígenas resultaría una mistificación. En ambos casos se presume una nido a constituirse en el canon de la etnografía, y si en verdad debemos
“pureza” original que la historia habría terminado, en mayor o menor grado, por corromper. considerar el mundo prehispánico —o más exactamente, los estudios sobre
212 el canon prehispánico y la etnografía 213

el mundo prehispánico— como el modelo de comprensión y resultado para por qué representar un problema legítimo para ellas. En consecuencia, la in-
la etnografía. formación de campo tiende a mostrar una incoherencia y una ambigüedad
Desde luego no soy especialista en los estudios prehispánicos, pero me incómodas. Sólo mediante un enorme esfuerzo de reducción y limado de apa-
parece difícil creer que podamos conocer mejor la cultura y pensamiento in- rentes contrasentidos nuestros escritos alcanzan un aire lo suficientemente
dígenas precolombinos que los contemporáneos. Hay en esta consideración ordenado como para resultar inteligibles. Pero en todo ello hay una buena
una obviedad que a menudo olvidamos: la obviedad de que no es lo mismo dosis de infidelidad (la del traductor, por supuesto), y no dejamos de saberlo.
tratar con los vivos que con los muertos. Por más extensas y fiables que sean las Como cualquier otra, nuestra disciplina se basa no sólo en lo que muestra
fuentes de que disponemos, es una información o bien culturalmente mediada sino, por encima de todo, en lo que excluye, el conjunto de ocultamientos que
o bien que carece de una exégesis indígena, o ambas cosas. Con los vivos es otra hace de ella lo que es.
cosa: podemos dialogar, conocer no sólo su creencia, sino su opinión —tanto Por el contrario, la historia prehispánica aparenta proporcionar formas
mejor si es en lengua indígena. Podemos interrogarles por el sentido de una mucho más coherentes: un estado de la cultura tendencialmente ordenado,
acción, y si, como suele suceder, nos responden que no lo saben o que “es la unánime, libre de discordancias. No hay opiniones, sólo creencias. Unos seres
costumbre”, esta respuesta (especialmente la segunda) será mucho más signifi- humanos con un grado de adhesión a los principios culturales y de reflexividad
cativa que lo que nos pueda decir cualquier interpretación académica. Todo sobre sus prácticas aparentemente inasequibles a las poblaciones indígenas co-
esto resulta bastante evidente. Pero si es así, ¿por qué confiamos entonces, im- loniales o contemporáneas. Es posible que la historia, por su naturaleza, tienda
plícita, a veces abiertamente, más en las fuentes históricas que en las actuales? a producir versiones canónicas. La historia —hasta donde se pueda hablar de
¿Por qué nos parecen aquéllas más sólidas y coherentes? ¿Por qué, en fin, de- una cosa tan vasta— aspira a ser positiva. Esto quizá guarde relación con el
biéramos conceder más crédito y valor a lo que escribió un tal Bernardino, del privilegio mismo de la escritura, de su auctoritas, con la posibilidad de fijar
pueblo de Sahagún, en Castilla, que a las palabras dichas por un indígena qui- definitivamente unas versiones y no otras. La escritura facilita la ortodoxia. En
ché u otomí, por más que esas palabras hayan sido pronunciadas en un Vips de cambio, la etnografía, que trabaja esencialmente con materiales orales y una
la ciudad de México? pluralidad de versiones, dificulta la estabilidad y la autoridad. Quizá el rasgo
La etnografía trabaja sobre un terreno movedizo. Los indígenas, como nos característico común a la antropología, aquello que la mantiene unida como
sucede al resto de los miembros de la especie, no siempre tienen las ideas claras, disciplina pese a la vertiginosa heterogeneidad de sus temas de estudio, resulte
se contradicen; sus opiniones varían. Si las culturas indígenas no sienten ne- ser precisamente su caracter antiautoritario, tomando esta palabra en sentido
cesidad de interpretar una práctica (o explicar un texto), es probablemente estricto. La actividad etnográfica nos predispone, o así debiera ser por princi-
porque suponen que tales prácticas no son un producto humano, sino inma- pio, a impedir la fijación de lo canónico, los imperativos prescriptivos. De ahí,
nentes. Puede recordarse la observación de Wittgenstein en sus comentarios a quizá, la dificultad de la etnografía para establecerse como modelo canónico
la Rama dorada de Frazer, según la cual el hecho de que los participantes de sí misma.
adscriban significados contradictorios, o simplemente ninguno, a un ritual, En el caso del estudio de las culturas prehispánicas la atracción por la
no indica en absoluto que en los tiempos antiguos ese ritual poseyera un sen- “canonicidad” resulta de una intensidad particular. Pero esa apariencia de
tido intrínseco (Needham 1995: 162-163). Dicho de otro modo, no estamos seguridad y esa “naturalidad” me parecen ilusorias. Responden a la fabrica-
viendo las ruinas de algo que en su día tuvo una forma y un significado intac- ción de un modelo magistral. Estoy convencido de que, si pudiéramos hacer
tos. Lo más probable es que nunca haya tenido un significado. trabajo de campo en una ciudad o una aldea precolombina de Mesoamérica,
En definitiva, el conocimiento local elabora ciertos campos y no otros. Pero nos encontraríamos con las mismas dificultades de comprensión con que nos
sobre todo, no es fácil reconocer qué problemas se plantean como tales las cul- encontramos con los indígenas contemporáneos. Tendríamos las mismas di-
turas indígenas, del mismo modo que los problemas que se plantea nuestra ficultades para entender las categorías de identidad colectiva, el sentido de los
cultura —más específicamente, nuestra pequeña cultura académica— no tienen rituales, las formas de memoria del pasado o, para mencionar algo que me
214 el canon prehispánico y la etnografía 215

queda más próximo, qué cosa son las “almas” y cuántas hay. En otras pala- Octavio Paz en su lúcido comentario sobre el sentido ideológico del edificio
bras, tendríamos la misma dificultad, si no es que más, para confeccionar una (1950)— es penetrar en una arquitectura hecha de la materia solemne del
descripción cultural. Más aún, como sucede con toda buena etnografía, su Mito”. Toda la organización de las salas de la historia prehispánica está dis-
estudio debiera conducirnos a la discusión de los conceptos, de su pertinencia puesta en función de la exaltación del antiguo México-Tenochtitlan. El museo
y posibilidad de traslación: “identidad”, “mito”, “naturaleza”, “cuerpo”, “divini- se convierte así en un templo que da culto al origen, un origen que representa
dad”…. Baste con recordar el desconcierto e irritación que produjo en los la fuente de poder y legitimidad. Y si bien Paz no hace mención del segundo
cronistas españoles del siglo xvi, acostumbrados como estaban a una sola piso del museo, donde se encuentra la exposición de las culturas indígenas
versión canónica del pasado, la Biblia, el escuchar de los indígenas versiones actuales, el lugar que ocupan éstas en la “arquitectura del Mito” se desprende
tan distintas y contradictorias de su pasado —lo que llamamos ahora “mitos”. fácilmente de su comentario. Su lugar es, por así decir, “estratégicamente
La situación que refleja el trabajo de campo, en suma, no es resultado de la marginal”. Los indígenas contemporáneos se encuentran justo encima de las
degradación de las culturas indígenas actuales, sino, muy por el contrario, el culturas prehispánicas, sobrepuestos a ellas. (Desde luego, el museo se ha
estado natural de las cosas. En particular, el estado de las cosas entre personas tragado el piso intermedio del periodo virreinal y de la república prerrevolu-
nada preocupadas por la ortodoxia, la doctrina y el dogma. Nuestra compren- cionaria, es decir, del periodo preindigenista, aunque, en última instancia, el
sión de las culturas indígenas depende de un ingente esfuerzo de traducción vacío de esa ausencia vuelve más evidente su existencia.) Pero encontrarse
que no sucumba ni a la reducción ni en la simple transposición; y desde mi estratigráficamente arriba no es un lugar de honor. Los pocos visitantes que,
punto de vista en este tipo de trabajo no hay diferencia entre el estudio del pa- después de un recorrido deslumbrante y agotador por las magníficas salas de
sado y el presente indígena. la historia prehispánica del primer piso, todavía se animan a subir a la sección
En definitiva, no hay razones científicas o factuales como para que la histo- etnográfica quedarán quizá un poco decepcionados. Se encontrarán ahora en
ria prehispánica funcione como precepto de la etnografía. Las razones por las salas mucho menos lujosas, más pequeñas y de techos —esto es quizá lo más
cuales aquélla se ha constituido en el canon de ésta son de otro tipo. En general, importante, pues es lo que fija el estrato— más bajos. Por añadidura, las vi-
sabemos que la tradición Occidental tiende a fabricar pasados ideales. Nada trinas exponen —al menos así era hasta hace algunos años cuando visité el
hay de extraño en ello: forma parte de la llamada “invención de la tradición”. museo por última vez— un escenario sin mácula de modernización. No hay
Como ha recordado con ironía Marshall Sahlins (1993), durante los siglos xv y trastes de plástico, ni radios, ni maniquíes de mujeres calzadas con tenis, ni
xvi un grupo de intelectuales europeos se dedicó a formular un canon basado hombres con playeras de propaganda del pri, ni mucho menos jóvenes ha-
lejanamente y de manera selectiva en la antigüedad grecolatina. Conocemos esa blando por celulares.
operación como Renacimiento. Casualmente se produjo cuando los turcos es- Como tantas otras exposiciones etnográficas del siglo xx, la del Museo
taban a las puertas de Europa. En el caso de México, evidentemente el canon Nacional de Antropología recurre a un tipo de procedimiento mimético —lo
prehispánico es en parte resultado del desarrollo de la ideología nacionalista. que Kirshenblatt-Gimblett (1991) llama una aproximación in situ— donde se
Octavio Paz (1950) observó hace ya tiempo que la legitimación posrevoluciona- procura expandir los límites del objeto etnográfico para tratar de incluir el
ria del Estado mexicano dependía de su vinculación con el pasado prehispánico. contexto cultural que fue dejado atrás. Pero en el caso del Museo Nacional de
La Conquista pasó a representar una usurpación; la Independencia y, sobre Antropología, lo que fue dejado atrás no son sólo los pueblos y aldeas indí-
todo, la Revolución, una restauración. No es casual, por supuesto, que el “canon genas contemporáneos donde fueron adquiridos los objetos, sino también y
prehispánico” etnográfico se base en las culturas del México central inmedia- sobre todo las civilizaciones precolombinas que se encuentran bajo los pies
tamente anterior a la Conquista. de los maniquíes. El segundo piso debiera ser un reflejo del primero. Aunque,
El Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México representa a decir verdad, excepto por su contigüidad espacial, el visitante no acaba de ver
una metáfora particularmente reveladora de la relación entre la etnografía y cómo se refleja uno en el otro: qué relación hay entre la monumentalidad de
el canon prehispánico. “Entrar en el Museo de Antropología —escribe las estelas, las enormes maquetas de ciudades, las cabezas “colosales” y demás
216 el canon prehispánico y la etnografía 217

(todo aquí tiene una proporción desmesurada), con las humildes y sobre todo prehispánico ideal. En este caso, sin embargo, me parece que intervienen ra-
pequeñas chozas, metates y “artesanías” del piso superior. (No hace falta decir zones más bien de carácter romántico que institucionales (aunque sabemos
que nada hay más complejo; pongamos por caso, que una pintura huichola o que entre ambas también existe cierta relación; podría resultar muy revelador
un bordado tzotzil, pero esto no tiene por qué resultar evidente para el visitan- pensar por qué los estadounidenses marcan como modelo la civilización ma-
te.) Y sin embargo, desde el punto de vista de su sentido, el edificio del museo ya, mientras que los mexicanos señalan la de los “antiguos nahuas”). En todo
estaría incompleto sin la exposición etnográfica. En conjunto, el objeto de ésta caso, esto sugiere que el canon prehispánico no puede explicarse exclusivamente
no son tanto los indígenas contemporáneos en sí mismos cuanto lo que su por razones de legitimación política, y que parecen existir razones más difusas
presencia afirma: que el pasado precolombino no ha desaparecido por comple- que tienen que ver, como observaba antes, con un sentimiento más general de
to, que es un pasado-presente. idealización del pasado. No obstante, también los etnógrafos extranjeros parecen
La investigación etnográfica en México —el estudio de las culturas indí- haber sido con frecuencia encantados por el indigenismo de las instituciones
genas— ha estado estrechamente vinculada con la acción gubernamental y, mexicanas. Jan Rus (2004), por ejemplo, ha mostrado cómo el lanzamiento del
como parte de ésta, a las formas ideológicas de legitimación del Estado. Esto proyecto Harvard-Chiapas en la década de 1940 estuvo determinado, al menos
ha sido algo ya bien analizado (cfr. Bartra 2007, Lomnitz 1998, Viqueira 2002). en sus inicios, por las necesidades ideológicas del Instituto Nacional Indigenista
Pero hay que reconocer que las implicaciones que ha tenido esta condición para (ini); y de hecho, si no hubiera sido por el ini el proyecto probablemente no
la etnografía en términos de su contenido científico son algo menos pensado. hubiera existido.
Por una parte, no sabemos exactamente cuánto y en qué forma el conocimien- Entre las consecuencias que ha tenido para la etnografía mesoamericana su
to de las culturas indígenas de México es el resultado de esta subordinación posición de instrumento de la ideología nacionalista (por supuesto, junto con
instrumental. ¿Sería muy distinta la imagen que tenemos de ellas si la etnogra- el resto de las actividades culturales y científicas institucionalizadas) se encuen-
fía hubiera dependido menos de la acción indigenista? Por otra parte, casi más tra la elaboración de lo que he llamado el canon prehispánico. La idea de que
significativo es el escaso reconocimiento del hecho mismo, es decir, cómo el una de las funciones implícitas de la etnografía indígena consiste en mostrar
contenido científico de la etnografía ha sido determinado por su papel insti- que el pasado existe en el presente. Que la “usurpación” no ha sido completa
tucional. Tengo la impresión de que éste ha sido un aspecto reprimido en las porque hay un núcleo oculto, subterráneo, que permanece en el México con-
discusiones sobre la etnografía, al menos hasta hace poco tiempo, aunque temporáneo. Lo “indio” no sólo es pensado en los márgenes sino en la esencia
esto haya comenzado a cambiar rápidamente. de la nación, una esencia que en momentos de crisis sale a la superficie. El úl-
En cierto artículo, Roberto Da Matta (1994) observa que aquello que timo episodio de esta propiedad, acaso el episodio final (pero puede que no),
cuando se trata en la etnografía de otras culturas es simplemente una descrip- fue el fantástico eco de la rebelión zapatista de Chiapas, cuando durante cierto
ción, cuando se trata en la propia se convierte en una política. Ciertos temas tiempo la “cuestión indígena” pasó al primer plano del debate nacional como
no son neutros; desatan emociones, sentimientos y actitudes, especialmente un espejo en el que se miraba todo el país (“En ese espejo —dice Paz (1950)—
actitudes políticas. A menudo, por una suerte de censura inconsciente, es pre- no nos abismamos en nuestra imagen, sino que adoramos la Imagen que nos
ferible mantenerlos fuera de discusión. Quizá por ello, los grandes centros aplasta”.) Después, una vez superada la crisis de identidad, el espejo fue nueva-
de antropología de Estados Unidos y Europa tienden a inhibir los estudios de mente velado y la cuestión indígena desapareció del debate nacional. Ahora
su cultura, especialmente si es por parte de estudiantes extranjeros: demasia- bien, el requisito para identificar una cultura indígena esencial a la nación, y por
do discutibles, poco “científicos”. ¿Qué departamento inglés de antropología tanto inmune a la transformación histórica, consiste precisamente en fijarla
animaría a estudiar la institución de la monarquía británica a un estudiante museísticamente —para tomar la frase de Roy Wagner (1981: 28), metaforizar
africano? la vida en “cultura”. No es otra la función del canon prehispánico en etnografía:
Por lo demás, también la etnografía estadounidense y hasta cierto punto la no describir (y extraer sus consecuencias), sino prescribir cómo debe ser la
europea de las culturas mesoamericanas han tendido a invocar un modelo cultura indígena.
218 el canon prehispánico y la etnografía 219

Me parece, en fin, que la etnografía indígena se caracteriza no tanto, (1987) pensando en la antropología estadounidense— nos hace olvidar
como suele afirmarse, por la preocupación de la continuidad cultural, nuestras adquisiciones más valiosas. Pero un peso excesivo de la convención
cuanto por el apuntalamiento del canon. El modelo prehispánico ofrece el produce también reiteración, falta de ligereza, una pesantez que impide
respaldo de un mundo prestigioso. A cambio de reducir y “naturalizar” los arriesgarse e imaginar posibilidades y perspectivas distintas. La etnografía
conceptos indígenas, el canon ha ofrecido a la etnografía seguridad y sentido, de regiones como las tierras bajas sudamericanas o de Melanesia, que care-
mientras que ésta ha contribuido activamente a fabricar y mantener esa ima- cen de un modelo autoritativo, parece estimular un estado de efervescencia
gen preceptiva del pasado prehispánico. Pero la aceptación de este modelo intelectual, de prueba y error, que las convierte en áreas de referencia de la
ideal deja a la etnografía cautiva en un círculo vicioso. La historia prehispá- teoría etnológica. En la etnografía mesoamericana, en cambio, ciertos temas
nica produce un tipo de expectativa que la etnografía no puede alcanzar. Y y problemas se reproducen durante décadas con monótona reiteración. A veces
esto acentúa la ansiedad por encontrar fragmentos de ese modelo en la ac- parece que se estudian simplemente porque es “lo que debe estudiarse”. Sólo
tualidad, lo que fuerza a remitirse incesantemente a un pasado garante de la ahora estamos comenzando a superar la travesía del desierto de los estudios de
“corrección”. la “identidad indígena”.
Ni qué decir tiene que esta crítica del canon no debe confundirse con un Durante décadas las culturas indígenas han representado un patrimonio
rechazo de la historia. Por el contrario, pienso que uno de los mayores pri- cultural del nacionalismo que el indigenismo, y con él la etnografía, debían
vilegios de los estudios mesoamericanos, en relación con otras regiones gestionar. Pero los cambios en el Estado mexicano y en la ideología nacionalista
etnográficas del mundo, es el disponer de una perspectiva temporal milena- han vuelto esta función innecesaria. (Sin “raza nacional” no hay ya “mestizos”,
ria. Etnógrafos e historiadores podemos identificar continuidades y cambios y sin esta categoría tampoco hay “indios”.) En cierto modo, la etnografía, tal y
en las culturas indígenas durante largos periodos. Cuestiones de interés como la conocemos, se está quedando desempleada. Pero esto permite dispen-
contemporáneo —pautas de consumo de alcohol, procesos de conversión sarla de la carga instrumental que le fue asignada. Es probable que esto implique
religiosa, etcétera— pueden ser rastreados en el tiempo e iluminar las prácti- cierto grado de marginación de la disciplina en el espacio público: de estar en
cas actuales. Las culturas indígenas representan así momentos de un proceso una posición relativamente central (aunque tampoco hay que exagerar), pasa-
en el tiempo. Desde hace tiempo, la etnografía histórica es el campo de estu- ría a una posición más, por así decir, académica.
dio que probablemente ha hecho una mayor contribución a la transformación En compensación, la etnografía podría desembarazarse de la rigidez de la
del objeto de la antropología y a la manera en que pensamos la cultura. convención y explorar perspectivas y posibilidades de trabajo más estimulan-
Pero es evidente que un verdadero desarrollo de la etnografía (incluida tes. En otras palabras, podemos rehusar la equivalencia tácita entre “indígena”
la etnografía histórica o historia etnográfica) no puede producirse desde la y “prehispánico”. Podemos pasar de considerar a las culturas indígenas como
férula de un modelo prescriptivo del pasado. Las convenciones del respeto una cápsula del tiempo que constituye la esencia o el basamento de la nación
a lo canónico impiden el juego del cuestionamiento, de la impugnación, de —fósiles culturales políticamente útiles— a formas culturales diferenciadas
la revisión, en definitiva, de la crítica, que es por supuesto el requisito prin- cuyo interés reside, entre otras cosas, en su propia diferencia. Toda la perspec-
cipal para el desarrollo del conocimiento. La creatividad de la duda y por tiva etnográfica puede girar sobre sí misma. Puede cambiar, por ejemplo, la
tanto de la búsqueda queda ahogada por la conformidad con lo que deber flecha del tiempo. En lugar de ser pensadas casi exclusivamente en relación
ser. En última instancia, la sumisión al canon desemboca en la esterilidad con el pasado, podríamos pensarlas también en relación con la modernidad.
intelectual. Desde luego, este no es el caso de la etnografía mesoamericana. ¿Qué dice la modernidad de las culturas indígenas? ¿Y qué dicen las culturas
Pero tengo la impresión de que este respeto por el modelo la ha circunscrito indígenas de la modernidad? ¿Cómo interpretan o —para tomar la expresión
en unos márgenes de interpretación y consenso intelectual demasiado estre- de Marshall Sahlins (1993)— “indigenizan” la modernidad? En última ins-
chos. Es una actitud que tiene la ventaja de evitar la tontería de la novedad tancia, una perspectiva así permitiría probablemente contribuir a disolver
por la novedad, de la moda transitoria, que —como advirtió Louis Dumont la insidiosa dicotomía “tradicional” / “moderno” que subyace en buena parte
220 bibliografía 221

—, 2000. Le sein du père: Abraham et la paternité


del pensamiento social contemporáneo.3 Éste me parece un reto fascinante Bibliografía dans l’Occident médiéval. Gallimard, París.
para una etnografía de las culturas indígenas que ya no debe cargar con la pe- Baudez, Claude-François, 2008. “Le jaguar, su-
sada losa de la autoridad del pasado. ◆◆ jet et objet du sacrifice maya”, en Journal de la
Annis, Sheldon, 1987. God and Production in a Société des Américanistes 94 (1), pp. 177-189.
Guatemalan Town. University of Texas Press, Benson, Elizabeth, 1997. “The Lord, the Ruler:
Austin. Jaguar Symbolism in the Americas”, en Ni-
Ara, fray Domingo de, 1986 [1571]. Vocabula- cholas Saunders (ed.), Icons of Power: Feline
rio de lengua tzeldal según el orden de Copa- Symbolism in the Americas. Routledge, Lon-
nabastla, en Mario H. Ruz (ed.), Universidad dres, pp. 53-78.
Autónoma de México (unam), México. Berlin, Brent, et al., 1974. Principles of Tzeltal
Ayala Falcón, Maricela, 2002. El bulto ritual Plant Classification: An Introduction to the
de Mundo Perdido, Tikal. unam, México. Botanical Ethnography of Mayan-Speaking
Barrera Vásquez, Alfredo, 1948. El libro de People of Highland Chiapas. Academic Press,
los libros del Chilam Balam. Fondo de Cultura Nueva York.
Económica (fce), México. —, 1978. Tzeltal Numeral Classifiers. Mouton,
—, Juan Ramón Bastarrachea, et al., 1980. Dic- La Haya.
cionario Maya Cordemex. Ediciones Corde- — y Terrence Kaufman (con la ayuda de Luisa
mex, México. Maffi), 1990. Un diccionario básico del tzeltal
Barthes, Roland, 1982. “Lesson in Writing”, de Tenejapa, Chiapas, México. Programa de
en Susan Sontag (ed.), A Barthes Read. Noon- Colaboración sobre Medicina Indígena Tra-
day Press, Nueva York. dicional y Herbolaria a.c. (Procomith), San
—, 2007. El Imperio de los signos. Seix Barral, Cristóbal de las Casas.
Barcelona. Berlin, Eloise A. y Brent Berlin, 1996. Medi-
Bartolomé, Miguel y Alicia Barabas, 1982. cal Ethnobiology of the Highland Maya of
Tierra de la palabra. Historia y etnografía de Chiapas. The Gastrointestinal Diseases. Prin-
los chatinos de Oaxaca. Instituto Nacional de ceton University Press, Nueva Jersey.
Antropología e Historia (inah), México. Biersack, Aletta, 1996. “Word Made Flesh:
Bartra, Roger, 2007. “Sonata etnográfica en Religion, the Economy, and the Body in the
3 Un reciente estudio de Roger Magazine (2012) demuestra admirablemente cómo un pueblo de la
no bemol”, en Fango sobre la democracia. Tex- Papua New Guinea Highlands”, en History of
región de Texcoco, relativamente cercano a la ciudad de México —lo que solemos llamar un pueblo
“mestizo”— posee una lógica de la participación social sumamente distinta de la de un contexto ur- tos polémicos sobre la transición mexicana. Religions 36 (2), pp. 85-111.
bano (o al menos, a la imagen convencional que tenemos de ese contexto). Mientras en este último Planeta, México, pp. 85-115. Bobrow-Strain, Aaron, 2007. Intimate Ene-
caso, el objetivo social es la producción de objetos, el fin del primero está dirigido a la producción de Baschet, Jérôme, 1999. “Alma y cuerpo en el mies: Landowners, Power and Violence in Chia-
una “subjetividad activa” basada en la interdependencia, tal y como se presenta, por ejemplo, en la Occidente medieval. Una dualidad dinámica, pas. Duke University Press, Durham.
participación en los cargos. Así pues, el reconocimiento y la comprensión de lógicas sociales distintas
entre pluralidad y dinamismo”, en Jérôme Brandes, Stanley, 2002. Staying Sober in Mexi-
de las consideradas como “modernas” (es decir, propias de la racionalidad occidental) en ámbitos que
no pueden ser calificados como propiamente indígenas, representa —me atrevo a decir— una vía Baschet, Pedro Pitarch y Mario H. Ruz (eds.), co City. University of Texas Press, Austin.
significativa para una antropología concernida por la diferencia sociocultural. Encuentro de almas y cuerpos entre la Europa me- Breton, Alain y Aurore Becquelin-Monod,
dieval y el mundo mesoamericano. Universidad 1989. “Mais j’ai transmis l’espérance...”: Étude
Autónoma de Chiapas (Unach), Tuxtla Gu- d’une prière de guérison tzeltal (Maya du Chia-
tiérrez, pp. 41-85. pas, Mexique), en Amerindia 14 (suplemento).
Este capítulo fue publicado en la revista Nexos (Pitarch 2007a) con el título “El imaginario prehispánico”.

View publication stats

También podría gustarte