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Ejemplo de pensamiento vertical: el descubrimiento del planeta Neptuno.

El problema inicial no consistía en contemplar el cielo en búsqueda de un nuevo objeto, sino en explicar la
“anomalía” que presenta el movimiento aparente de Urano. Esa “anomalía” era simplemente una discrepancia
entre los valores observados y los valores calculados de las posiciones de ese planeta. Puesto que los valores
calculados eran ligeramente erróneos, las hipótesis empleadas en el cálculo tenían que tener algún defecto. Estas
hipótesis eran principalmente las siguientes: el sistema solar es un objeto en lo esencial auto-determinado, a
causa de la gran distancia que lo separa de los demás cuerpos celestes (h1); Urano es el planeta más externo, por
tanto, sólo el Sol y los demás planetas influyen en su movimiento (h2); las leyes newtonianas del movimiento
(h3, una conjunción de hipótesis); y la ley gravitatoria de Newton (h4). El problema de explicar la “anomalía”
del movimiento de Urano consistía en descubrir el componente falso de la conjunción h1 & h2 & h3 & h4.
Debido al gran éxito de las hipótesis generales h3 y h4 dentro y fuera del sistema solar, se hacían sospechosas las
hipótesis h1 y h2, más específicas; de esas dos, h1 no podía ser culpable en este caso: en efecto, si la “anomalía”
se debiera a una influencia procedente de fuera del sistema solar, ¿por qué iba a presentarla sólo Urano entre
todos los planetas? F. W. Bessel conjeturó que h2 podía ser falsa, y propuso, aunque sin elaborarla, su negación
—-h2, o sea, “Urano no es el planeta más externo”, o su equivalente “Hay al menos un planeta más allá de
Urano”. No se trataba de una conjetura infundada, pues el descubrimiento de Urano mismo había sido precedido
por la conjetura de la existencia de una “estrella errante”; además, h2 no tenía mas apoyo que la débil evidencia
de observación. Dicho brevemente: h2 era una hipótesis plausible sin contrastar.
—-

Algún tiempo después, J. C. Adams (1843) y U.J.Le Verríer (1846) elaboraron (teoréticamente), con
independencia el uno del otro, la hipótesis plausible h2, para lo cual tuvieron que introducir varias hipótesis

auxiliares, la principal de las cuales era que el nuevo planeta se movía en el plano de la eclíptica. Su problema
consistía pues en hallar la órbita, la velocidad y la masa del nuevo planeta hipotético, de tal modo que el haz de
hipótesis diera razón del movimiento “observado” de Urano. La única “evidencia” era en este caso la
discrepancia entre los datos de observación y las predicciones hechas sobre la base de h2: los datos mismos no
imponían hipótesis alguna. Los cálculos hechos sobre la base de h2 y con la ayuda de la teoría matemática de

las perturbaciones incluía una consecuencia contrastable, a saber, la dirección precisa en la cual habría que
apuntar un telescopio una noche determinada para ver el hipotético planeta. Se eligió la noche del 23 al 24 de
septiembre de 1846; el astrónomo J.Galle observó el lugar previsto y vio el nuevo planeta, al que se dio el
nombre de Neptuno; pero cualquier otro astrónomo habría podido conseguir la misma confirmación de la
predicción teorética. Con esto la hipótesis plausible —h2, de débil fundamento y sin contrastar, pasó aquella
noche a la categoría más alta: se convirtió en una hipótesis convalidada. Después se hallaron también anomalías
en la órbita de Neptuno, se forjó la hipótesis de otro planeta más, Plutón, y por último se descubrió este planeta
(1930).

Ejemplo de pensamiento lateral: La causa de las fiebres puerperales.


Nuestro segundo ejemplo se refiere a I. Semmelweis, el físico vienés que explicó en 1847 la mortal fiebre
puerperal como una consecuencia del transporte involuntario, por comadronas y médicos, de “material cada -
vérico” manejado en la sala de disección. Propuso consiguientemente que todo el personal de la maternidad se
lavara y desinfectara las manos antes de pasar de una sala a otra. Esto bastó para reducir la mortalidad de un 12
% a un 1 lo cual dio un robusto apoyo empírico a la hipótesis de Semmelweis. Pues bien: no se le creyó, se le
~,

combatió y se le llevó finalmente a la locura. Ahora nos es muy fácil condenar a sus críticos contemporáneos,
incluyendo entre ellos al gran patólogo R. Virchow; pero la actitud de éstos, aunque dogmáticos, no era
infundada. La hipótesis de Semmelweis entraba en conflicto con la teoría patológica dominante, según la cual la
enfermedad se desarrolla y reside en nuestros cuerpos (teoría de los factores endógenos). Esta teoría había sido
de una fecundidad enorme, porque había orientado a los médicos al estudio del cuerpo humano, en vez de
permitirles contentarse con aludir a vagos factores exógenos, como los demonios, los miasmas y los gérmenes.
La teoría de los gérmenes, que había explicado la malaria en la Antigüedad y la tuberculosis y la peste en los
siglos XVII y XVIII, había quedado desacreditada por buenas razones: en primer lugar, no había sido
corroborada independientemente, pues no se habían identificado ni aislado los gérmenes que suponía; en
segundo lugar, aconsejaba la resignación ante lo inevitable, más que la investigación y la lucha, mientras que la
semifalsa teoría del origen citológico de la enfermedad había dado un impulso poderoso a la citología y a la
patología. Además, Semmelweis no había ofrecido explicación alguna del mecanismo contagioso: para esto
hubo que esperar hasta Pasteur y su escuela, que mostraron que los microbios pueden reproducirse a enormes
velocidades. En resolución: la hipótesis de Semmelweis carecía de justificación torética y contradecía una teoría
aceptada y fecunda: era sólo una feliz ocurrencia que no se aceptó hasta que quedó inserta en la teoría de los
gérmenes patógenos.

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