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¡Sal de las tinieblas!

Qué hacer cuando la vida


pierde sentido
Benedict J. Groeschel. C. F. R.
Índice

- Agradecimientos
Capítulo 1: ¡Sal de las tinieblas!
Capítulo 2: Cuando fallan los amigos
Capítulo 3: Cuando nuestra seguridad se
ve amenazada
Capítulo 4: Cuando la Iglesia nos ha
defraudado
Capítulo 5: Cuando nos convertimos en
nuestros peores enemigos
Capítulo 6: Cuando la muerte nos roba un
ser querido
Capítulo 7: ¿Cómo actuar cuando todo se
derrumba?
- Epílogo: El Remedio que siempre
funciona
- Oraciones y pensamientos para los
tiempos de oscuridad
- Lecturas aconsejadas
Agradecimientos

Agradezco mucho a quienes, en cierto


modo, a lo largo de los años, me han
ayudado a escribir este libro, por el
ejemplo de coraje y amor misericordioso
cuando han debido afrontar grandes
dificultades. También agradezco a los
autores espirituales quienes me han
ayudado a enfrentar los desafíos de la
vida, a los cuales menciono en este libro.
Agradezco a un amigo por pasar en
limpio el manuscrito, que ha preferido
permanecer anónimo, y a Bárbara
Valenzuela del equipo de la Catedral de
San Agustín de Tucson, Arizona, quien
me ayudó con los detalles finales.
También estoy agradecido a Catherine
Murphy, nuestra secretaria en Trinidad,
por su generosa ayuda y a John Lynch por
la sugestiva pintura de la tapa del libro.
Vaya también mi agradecimiento a la Hna.
Catherine Walsh del grupo de la librería
del Seminario de San José, Dunwoodie, y
a David Burns, como así también a los
correctores de San José.
Agradezco además la gentileza de las
editoriales Doubleday y Tan Publicaciones
por autorizarme a utilizar largas citas de
los trabajos del P. Caussade, como
también a las ediciones Templegate por el
permiso para usar las citas de los escritos
de Julián de Norwich.
Finalmente, agradezco profundamente
a todos los que rezan por mí y por el fruto
de mi trabajo, especialmente a la Hna.
Mary de la Presentación de las hnas. del
Santísimo Sacramento en Yonkers, Nueva
York, quien me tiene en el primer lugar de
su lista de oraciones y quien a menudo, en
el pasado, me ha ayudado a levantarme de
las tinieblas.
P. Benedict J. Groeschel. C.F.R.

Fraternidad San Crispín


Bronx, Nueva York
Domingo de Ramos, 1995.
CAPÍTULO 1: ¡SAL DE LAS TINIEBLAS!

Una joven mujer estaba sentada a


escasa distancia de mí. Silenciosamente
dejaba correr lágrimas que indicaban un
estado de indescriptible desolación
interior. Una semana antes su esposo había
muerto en lo que normalmente se dice un
“accidente estúpido”, dejándola con dos
hijos pequeños y un enorme vacío en su
vida. Mientras caminaba a su trabajo en
Wall Street, un trozo de cemento que cayó
inexplicablemente de un edificio bien
mantenido, lo golpeó. Las compañías de
seguro a veces se refieren a estos hechos
como “cosas de Dios”.
La pareja había logrado consolidar un
buen matrimonio, a pesar de los
innumerables desafíos que implica
comenzar una nueva familia. De hecho,
eran “dos en una sola carne”. Por eso ella,
en un instante, perdió la mitad de su vida.
Sus dos pequeños hijos -un niño de cinco
y una niña de tres- miraban sin
comprender. Nunca volverían a ver
nuevamente a su papito. Los amigos -
tenían muchos- intentaban decir algo que
fuese consolador, aunque en verdad no
sabían qué decir. Los padres del esposo
estaban sumergidos en su propio dolor, y
la familia de ella observaba sin esperanza,
tratando de dar sentido a lo que no lo
tenía. El sacerdote que predicó en el
funeral hizo lo mejor que pudo, tal como
apareció en los diarios locales. Atrajo la
atención de todos para que reflexionasen
sobre la promesa de Cristo: la vida eterna.
Sus compañeros en el sacerdocio, al
enterarse del funeral, dieron gracias a Dios
por no haber sido ellos los encargados de
predicar.
Pasado el funeral, la mayoría de los
conocidos, estaban realmente conmovidos
y “se sentían muy mal por lo ocurrido”,
pero siguieron adelante con sus propias
vidas. Muchos miembros cercanos de la
familia se comprometieron con distintos
tipos de ayuda, pero sus vidas continuaron
como de costumbre. Mientras que la joven
viuda quedó en la oscuridad. Cada rincón
de la casa se pobló de recuerdos. La
alegría que antes reinaba, se convirtió en
corona de espinas. Los objetos se cargaron
de contenido: la foto de bodas, su taza de
café favorita, su agenda. El desayuno que
solían compartir muy temprano, antes de
que él se dirigiera caminando a la estación
de tren, se convirtió en un constante
revivir el último desayuno y la posterior
llamada de la policía. Ni siquiera quería ir
a la iglesia pues le recordaba las escenas
del funeral. No quería encontrarse con el
sacerdote que fue a su casa cuando supo la
noticia y luego predicó en el funeral. Ella
no podía recordar el sermón porque en
realidad ni siquiera le había prestado
atención.
Tú que estás leyendo estas líneas, te
conmueves al leerlas pues sabes bien que,
cambiando algunos detalles, podrían haber
sido escritas para ti. Estas líneas están
escritas para ti... y también para mí. Están
escritas para todos nosotros.

¿Por qué Dios lo permitió así?


Los sacerdotes y los ministros de
cualquier denominación cristiana escuchan
a menudo esta pregunta. Y ciertamente no
pueden dar una respuesta. La evitamos,
pues ordinariamente no es una pregunta,
sino más bien un lamento de dolor en
forma de súplica confusa y a menudo
penetrada de cierta rabia. Como veremos,
este lamento mezclado con rabia dirigido
al Dios misterioso, es comúnmente la
oración más sincera y atenta que muchos
nunca antes habían elevado a Dios.
Mientras manejaba por un suburbio,
algo me llamó la atención, y de hecho me
detuve en una casa en la que había policí-
as, una ambulancia, y los vecinos
agrupados mirando hacia la casa. Pregunté
a una mujer que llevaba un delantal qué
había sucedido. Ella dijo entre sollozos:
“Su primer hijo está muerto en la cuna”.
El apellido que se veía en el buzón de
correo era italiano. Pregunté si el
sacerdote ya había venido. Ella me
respondió que no. Estacioné el auto y
entré en la casa. En medio de una gran
confusión, los familiares consolaban una
mujer, mientras otra mujer mayor la
abrazaba y besaba. Cuando ella me vio
con mi hábito de religioso, se precipitó
sobre mí, me agarró fuertemente del
cuello, y tiró de mi hábito, mientras
gritaba: “¿Por qué?” Esto no era una
pregunta. No tenía tampoco respuesta para
darle. Sabía que ese horrible momento
pasaría, que ella se calmaría, y que muy
probablemente podría tener aun más hijos.
Pero la pregunta continuaría por el resto
de su vida: “¿Por qué?”
No intentaré responder esta pregunta.
Creo que ninguna mente humana es capaz
de dar una respuesta satisfactoria a esta
pregunta. ¿Por qué sucede el mal? ¿Por
qué Dios, que hizo el mundo tan hermoso,
permite que alguien sea lastimado con tan
terribles heridas? ¿Por qué Dios, que es
Luz, permite tales tinieblas?

Comenzó medio siglo atrás


La redacción de este libro comenzó
hace más de medio siglo, cuando un
pequeño niño tuvo que enfrentar la primer
gran tragedia de su vida. Su padre era
constructor de defensas durante la II
Guerra Mundial. Por eso el niño tuvo que
ir a más de una docena de escuelas en
diferentes lugares. Este niño, llamado
Pedro, tenía dos fieles compañeros que lo
acompañaban a todos los lugares donde su
padre fue transferido. Muchas veces esto
implicaba cambiar de escuela dos veces al
año, dejando atrás los inicios de algunas
amistades que no pudieron crecer en tan
corto tiempo. Estos leales compañeros
eran dos perros escoceses, la madre y su
cachorro, quienes murieron con pocos
meses de diferencia, dejando al niño en el
más profundo lamento. No te rías. Muchas
veces para las personas que deben afrontar
tales circunstancias, las mascotas se
convierten en una compañía muy
importante para sus vidas. Para un niño, la
muerte de sus mascotas, puede ser una
herida profunda similar a la muerte de un
ser humano. Recuerdo haber rezado por
esos perritos escoceses, preguntando en mi
soledad: “¿Por qué Dios me los quitó?”
Desde entonces, como todo niño que
crece, he sufrido tragedias peores. Durante
todo ese tiempo, este libro ha ido
madurando en mí, ya que un verdadero
libro es una realidad viva, como un árbol
que da frutos a su debido tiempo. Como ya
dije, creo que en este mundo no hay una
respuesta satisfactoria que sea capaz de
responder a la pregunta “¿por qué?” Habrá
una respuesta en la eternidad cuando
nuestras mentes sean iluminadas para
entender el misterio del mal porque
entonces seremos transformados (1 Cor
15, 15).

Una guía-no una respuesta


Este libro, más que una respuesta, es
una guía para quienes se encuentran en
tinieblas. Se trata de avanzar a pesar de las
tinieblas, de sobrevivir, y de saber usar los
ineludibles momentos de tinieblas que hay
en nuestras vidas, para crecer. En verdad
no hay nada nuevo en lo que propongo. La
solución que intentaré dar, no la respuesta,
ya está enunciada en los Evangelios y en
la vida de los grandes santos, héroes y
heroínas, como también en la vida de las
personas comunes que bien conocemos.
Muchos de estos textos se han escrito para
quienes se encontraban en lucha con el
misterio del mal. Este es el tema de una
gran parte de la literatura de la humanidad.
Pero en cada generación la pregunta
retorna. Cada época tiene su propio
trasfondo de tinieblas, en el cual, la lucha
por seguir adelante y encontrar un sentido
debe ser conquistada de nuevo. En cada
época, hombres, mujeres y niños no sólo
se preguntan “¿Por qué?” sino también
“¿cómo puedo hacer para salir de las
tinieblas?” Este es el tema que trataré en
mi libro.
El diseño que aparece en la tapa fue
ideado por John Lynch, quien ha hecho
varios diseños para mis libros. Me dijo
que esta pintura surgió casi
espontáneamente, cuando estaba
atravesando un momento de oscuridad.
Fue totalmente imprevista. Ilustra una
mujer enceguecida por el dolor, la
destrucción y confusión. La imagen
permanece de pie, signo de su
determinación de avanzar, aún cuando las
razones para seguir viviendo permanecen
oscuras, en la ceguera de ese momento. En
el corazón de la mujer hay una luz
marcada por la Cruz, es la fe que la
sostiene, la verdad que se descubre en los
dolores de Cristo. En el fondo hay una
visión de la Ciudad Celestial. Como todas
esas visiones, es sólo un símbolo de una
realidad que trasciende todas las imágenes
humanas. John también propuso el título
para este libro tomado a partir de su
pintura, ¡Sal de las Tinieblas! Eso es lo
que la figura está haciendo y aquello por
lo que todos debemos luchar con la ayuda
de la gracia divina que brilla en lo más
profundo de nuestro ser.
Como veremos, la respuesta cristiana al
problema del mal y del sufrimiento
comenzó con la Cruz de Cristo. Un
cristiano no puede encontrar respuesta
fuera de la Cruz de Cristo, fuera del
encuentro personal de Cristo con el mal y
su triunfo sobre él, su resurgir de las
tinieblas. La respuesta es la lucha por la
esperanza. Pero ¿cómo? ¿dónde? ¿por
qué? En estas reflexiones he intentado
evocar los más frecuentes sufrimientos y
penas: la infidelidad de nuestros amigos,
la inseguridad económica y personal, las
fallas de la Iglesia, nuestro
comportamiento inconstante y
autodestructivo, la muerte de los seres
queridos, y la inevitable pérdida que todos
experimentamos en este mundo, cuando
todo aquello en lo que confiábamos se nos
escapa de las manos. La consideración de
cada una de estas dolorosas experiencias
nos brinda la oportunidad para
examinarlas a la luz de la fe en Cristo. Y
lo que es más importante, podremos
aprender, a partir de la experiencia de
otros, cómo han logrado resurgir de las
tinieblas con la fuerza de la fe y la
esperanza.
Voy a esbozar estas lecciones a partir
de la vida de las personas que he conocido
o de aquellas de quienes he escuchado
hablar. Cuando sea necesario proteger su
identidad alteraré algunos detalles, pero
sin cambiar la esencia de lo que les ha
sucedido. Hago esto para proteger a
quienes no necesitan que les sean abiertas
de nuevo sus heridas. En cambio otros me
han dado autorización para usar sus
experiencias e incluso sus mismas
palabras.
¿Quién debería leer este libro y quién no?
Alguno de mis lectores puede que se
esté diciendo a sí mismo: “Esto es muy
duro para mi en este momento. Las cosas
ahora van un poco mejor, y espero que
sigan así”. Si piensas de este modo, no
leas por ahora este libro. Déjalo para el día
en que tal vez lo necesites. Otros se dirán:
“La cosas van bien para mí en este
momento, sin embargo, quisiera ser
misericordioso con los demás, compartir
sus dolores, aún cuando mi vida esté
bastante tranquila”. Quizás quieras
compartir este libro con quien se
encuentra ahora en medio de tinieblas,
tinieblas que al menos alguna vez a todos
nos cubren.
Este libro está escrito expresamente
para quienes atraviesan un momento de
tinieblas y dolor. Traté de buscar, con
cuidadosa atención, una solución adecuada
a la pregunta “¿Por qué?”, y encontré sólo
respuestas parciales. Estoy convencido
que los creyentes, que no temen hacer el
esfuerzo, sabrán qué hacer, aún cuando
sean incapaces de comprender lo que les
sucede. El qué hacer es más fácil de
encontrar que la respuesta al por qué. Ese
qué no puede ser expresado en una
plegaria o en una frase. Se experimenta en
una simple mirada a la Cruz, la
contemplación del Calvario y la
Resurrección, pero esta mirada debe ser
esbozada en palabras y aplicada a las
situaciones difíciles que originan tinieblas
y dolor. Imagínate a ti mismo en un
bosque, una noche oscura. A lo lejos se
percibe una luz. Todo lo demás es tiniebla.
No hay duda sobre cuál es el camino que
se debe seguir, el que lleva directo a la luz.
Pero entre ti y esa luz hay un terreno
desconocido, zanjas, obstáculos, una cerca
que puede lastimarnos con sus alambres
de púa. ¿Cómo podrás encontrar el camino
a la luz? Estás agotado, asustado,
preferirías tan sólo quedarte sentado allí,
en las tinieblas, con la esperanza de que el
cielo se iluminará. Podrías tan sólo
esperar.
Pero si te sientes con valor de afrontar
el desafío, de salir de las tinieblas, de
seguir la luz, de encontrar el camino, de
aprovechar el precioso tiempo de tu vida,
entonces este libro está escrito para ti.

El primer paso: superar la Gran Mentira


Existe una increíble mentira en nuestro
mundo tecnológicamente desarrollado,
que se enseña a los niños cuando crecen, y
es esta: que la mayoría de las personas
tiene grandes probabilidades de vivir sin
que haya en sus vidas tiempos de
sufrimiento o dolor, tiempos de tinieblas.
Esta es una falsa ilusión creada por los
medios, sobre todo por la publicidad (con
su mundo de “finales felices”), por la
educación que se imparte en las escuelas,
por las costumbres que forman los hábitos
sociales de nuestra gente, e incluso por un
cierto tipo de pensamiento religioso. Se
supone que la vida de cada hombre estará
llena de radiante sol. Y cuando no es así,
la suerte cambiará, todo irá bien, y
volverán tiempos mejores... No hay por
qué preocuparse, todo será color de rosa.
Esta falsedad no es una mentira
deliberada, más bien es la total negación
de la realidad de las cosas. No es un
engaño que debe condenarse, sino una
falsa ilusión que debe ser disipada.
Debemos hacerlo si es que queremos
llegar alguna vez a poseer un maduro
sentido de relativa paz y seguridad en este
mundo. Quien lea estas líneas ya habrá
tenido verdadera experiencia de tiempos
de tinieblas en su vida. Todos las tendrán
que experimentar en un futuro, a menos
que mueran pronto. En este preciso
instante, muchos están sumergidos en la
oscuridad, y es por eso que están leyendo
este libro. Si uno no enfrenta este hecho
evidente: que hay tiempos inevitables de
dolor, de sufrimiento y dificultad, uno
tendrá que atravesar neuróticamente la
vida como un animal asustado. Es
probable entonces que uno sufra una gran
desilusión y una profunda depresión o que
engendre un gran rencor o rabia. Muy
probablemente esta ira se dirigirá como un
reproche contra Dios; Él debería haber
hecho del mundo un lugar mejor.
Si no escapamos de los problemas o no
intentamos evitarlos completamente ¿qué
se supone que debamos hacer?
Obviamente lo primero es tener la
convicción, la aceptación mental de que
los problemas y el dolor son una parte
inevitable de la vida. Les sobrevienen a
todos, y especialmente a quienes intentan
desesperadamente protegerse del
sufrimiento. Las personas que más se
desilusionan son aquellas que piensan que
esta vida breve y frágil, iba a darles el
gozo reservado a los santos en el cielo.
Una vez que hayas rechazado esa falsa
ilusión de que la vida es ciertamente
deleitable para la mayoría de las personas
(y de que tú esperabas estar incluido entre
ellas), entonces estarás preparado para
enfrentar los tiempos de tinieblas. Algunos
deciden hacer esto con estoica
determinación, generalmente manteniendo
un digno silencio, e intentando no
involucrar a otros en sus penas. Esta
actitud puede ser causa de madurez, pero
también puede llevar a cierta silenciosa
desesperación, a la falta de humor y a una
fría actitud ante la vida. Un estoico amigo
mío, describía la vida como un viaje desde
las tinieblas hacia el olvido. Este tipo de
valoración omite algo importante: la
apreciación de nuestra propia vocación
eterna, la cual nos permite superar las
penas de este mundo.
Esa actitud estoica está profundamente
arraigada en los hábitos sociales de mucha
gente de Europa del Norte y de sus
“parientes” a lo largo de América del
Norte, Australia y Nueva Zelanda.
También se puede percibir en Japón y en
la clase alta de la India. Para todos ellos, el
progreso tecnológico debería hacer
innecesario el dolor, y al sufrimiento
convertirlo en un absurdo. Por eso, admitir
el sufrimiento se convierte en algo
socialmente inaceptable (“incorrecto”).
Poner “cara de pocos amigos” durante
los períodos de dolor y desilusión, puede
en apariencia, convertir la relación con
nuestros vecinos como más placentera. Sin
embargo, vale la pena observar que las
naciones antes mencionadas, se
caracterizan, no sólo por la negación del
dolor sino que también son lugares donde
la neurosis y la psicoterapia que requiere,
se han convertido en algo muy común
(ahora que la psicoterapia se ha
transformado en una panacea). Leí
recientemente en alguna parte, que la
psicoterapia solo lleva a la gente a pasar
de una vida miserable, a una vida infeliz.
La apariencia, la negación y el
resentimiento son las causas de las
neurosis que caracterizan al así llamado
“primer mundo”. Los únicos países en el
Oeste que parecen evitar este estoicismo
neurótico y la falsedad, son los países
latinos. Recordarás, si ya tienes cierta
edad, a tus parientes inmigrantes que no
fueron afectados por la falsedad del primer
mundo. Cuando se lo preguntes, ellos te
dirán abiertamente como se sienten
realmente.
Es un hecho evidente: todos sufren.
Prácticamente todos deben atravesar por
períodos de profundo sufrimiento y
tinieblas. Algunos, inexplicablemente,
parecen experimentar más sufrimiento que
otros. Si estás viviendo en las tinieblas,
admite el hecho que son muchos quienes
en esto te acompañan. Si antes no has
admitido la experiencia universal del
sufrimiento, el reconocerla debería
llevarte, al menos en un futuro, a tener
más compasión y ser más sensible a los
ocultos sufrimientos de tanta gente. Si
rechazas el peligroso engaño de pensar
que “a todos les va mejor que a mi”, te
convertirás en un ser humano más abierto,
más sensible a los sufrimientos de los
demás, y desearás escucharlos y
ayudarlos. Pero, lo que es más importante,
no verás esta forma cristiana de actuar
como un peso o una pura obligación. Aun
cuando todo vaya bien, la compasión por
los demás te recordará constantemente que
en la vida no siempre brilla el sol. En un
mundo herido, marcado por el misterio del
pecado original de los hombres, la vida no
puede ser siempre hermosa, aunque pueda
siempre estar llena de sentido.

Salir significa superar


No basta simplemente sobrevivir a las
pruebas de la vida. Hay que superarlas. En
momentos de inesperado dolor (como el
profundo y repentino sufrimiento de las
dos mujeres que mencioné más arriba),
pensar en un crecimiento a través del dolor
es totalmente incompresible. La mera
insinuación de tal pensamiento sólo puede
causar rabia y rechazo. Pero la bronca
intensa, que es una reacción predecible
ante una amenaza, abrirá el camino a la
decisión de seguir adelante, de vivir con
ese dolor, e incluso, crecer a partir de él.
Esto es lo que los santos quieren decir
cuando hablan del misterio de la Cruz, un
misterio unido esencialmente a la
Resurrección. Así como la Pascua es
incomprensible sin el Calvario, el Calvario
es incomprensible sin la victoria de la
tumba vacía.
Si estás leyendo este libro en un
momento de intenso dolor, necesitas
aprender a dominarte, a soportar en
silencio, aún sin comprender el por qué.
Pero si el dolor ya se ha aliviado un poco,
si ya has convivido con él por un tiempo,
y estás intentando cumplir tus deberes
para con los demás, si ya empiezas a poner
las cosas en su lugar, necesitas reflexionar
seriamente sobre el misterio de la Cruz. El
mensaje de la muerte y Resurrección de
Cristo es éste: con fe podemos muchas
veces caminar por esta vida usando las
mismas derrotas y fracasos como una
oportunidad para atraer la gracia de Dios
que nos ayude a sobrevivir. En Génesis 32
se nos narra cómo Jacob luchó con un
ángel de Dios durante la noche. Aún
cuando quedó herido y rengueando,
recibió la bendición y continuó su camino.
San Pablo, que se jactaba en medio de sus
sufrimientos y desilusiones, expresa muy
bien el misterio de la Cruz (2Cor 11,21-
12,10). Algo de lo que todos debemos
estar orgullosos, proclamarlo como algo
propio, son nuestras debilidades y
fracasos, pero sólo podemos gloriarnos
“en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”
(Gal 6, 14). Cuando hemos sido golpeados
y rechazados por la vida, abandonados de
los amigos, traicionados por aquellos en
quienes creíamos que se podía confiar,
hastiados de nuestras propias estupideces,
e incluso cuando enfrentamos la misma
muerte, es cuando podemos tomar la Cruz
y aplicarla a ese dolor, a la tristeza, y a la
muerte. Debemos estar orgullosos de la
Cruz. Me parece que es una actitud
valiente decir, cuando nos enfrentamos a
aquello que podría vencernos: “Miren
todos la Cruz, y sepan que no seré
vencido, porque el Señor de la Vida me
acompaña y vive en mí, y me acompañará
incluso a través del oscuro valle de la
muerte”.
Las palabras de Julián de Norwich,
apacible místico inglés y santo de gran
vigor, lo sintetiza muy bien. Hablando de
Cristo escribió:
Cuando estemos sumergidos en gran
dolor, problemas y angustias, que nos
parece que no podemos pensar en otra
cosa que no sea en cómo estamos y lo
que sentimos, tan pronto como
podamos, debemos superarlo, y
considerarlo como si nada hubiese
pasado. ¿Por qué? Porque Dios quiere
que entendamos que, si lo conocemos y
amamos y lo tememos con reverencia,
encontraremos reposo y estaremos en
paz. Y nos alegraremos en todo lo que
Él hace.
Entendí perfectamente que nuestra
alma jamás alcanzará la paz en las cosas
de aquí abajo, y aun cuando en todas las
cosas creadas lo encontremos a Él,
nunca debemos quedarnos en ellas, sino
levantar la mirada al Creador de todas
estas cosas, que habita en lo más íntimo
de ellas.
Él no dijo: «Nunca enfrentarán una
violenta tempestad, nunca estarán
cargados de trabajos y angustias, nunca
vivirán descontentos». Sino que dijo:
«nunca serán vencidos». Dios quiere
que conservemos estas palabras para
que siempre permanezcamos firmes en
la confianza, tanto en el dolor como en
la alegría.

Oración
Señor Jesucristo, hace tiempo, en el
bautismo me hiciste tu hijo y discípulo.
Muchas veces renové mi decisión de
seguirte lo mejor que pude, a pesar de
todas mis falencias y mis contradicciones.
Soy muy débil y estoy confundido, y
cuando las tinieblas me invaden, me siento
sin fuerzas, vencido, como si fuese
rechazado por Ti. Me siento como un
vagabundo a lo largo de los caminos en
ruinas de la vida. Olvidé que la mayoría de
mis compañeros de viaje, si es que no
todos, algunas veces, experimentaron los
mismos sentimientos, las mismas
dolorosas pruebas.
Quédate conmigo en los momentos de
tinieblas, y dame, te ruego, un signo, un
indicio de tu presencia. Cuando el camino
se haga largo y difícil, y me sienta
totalmente sólo, envíame un rayo de
esperanza. Envíame, al menos, tu Santo
Espíritu para que de algún modo me de
cuenta que aun cuando todo esté en
tinieblas, Tú estas conmigo. Amén.
CAPÍTULO 2: CUANDO FALLAN LOS
AMIGOS

En el Evangelio de San Juan leemos


estas dolorosas palabras de nuestro Señor
en la Última Cena: “Mirad que llega la
hora (y ha llegado ya) en que os
dispersaréis cada uno por vuestro lado y
me dejaréis solo” (16, 32). Jesús habla a
sus discípulos y les predice que, a pesar de
sus manifestaciones de fidelidad, todos lo
dejarían solo. ¿Por qué Jesús experimentó
la ausencia, la traición, la falla de sus
amigos? ¿Cómo pudieron fallarle? ¿Cómo
pudieron hacerle esto precisamente a
quien fue tan bueno con ellos? Muchos
autores cristianos han notado que Cristo
en su pasión soporta todo tipo de
sufrimiento, todos los dolores, todas las
humillaciones, todas las penas que pueden
aquejar la vida de los hombres. Y por eso
Jesús debe sufrir también esto: la traición
de sus amigos, experimentar el abandono.
Debió soportar todo esto para que nos
diésemos cuenta que Dios puso sobre Él
todo el dolor y sufrimiento de los
hombres.
La experiencia de que nos fallen los
amigos, es algo qua a todos nos sucede.
Ésta muy dolorosa experiencia de la vida
puede incluir la pérdida de la familia:
padres, esposos, e hijos, así como amigos
queridos. De pronto nos hemos quedado
solos. Con esto no quiero decir que
nuestros seres queridos nos fallen a
propósito, o que necesariamente estén en
falta. Muchas veces los amigos fallan
cuando deberían acompañarnos,
simplemente porque son seres humanos.
Tal vez han muerto. Tenemos una
desesperante necesidad de ellos, pero ellos
ya no están porque la muerte se los llevó.
No existe ningún adulto que no sepa de lo
que estoy hablando. Buscamos el apoyo en
quienes consideramos nuestros seres
queridos, y ellos se han ido. Si tenemos
una fe firme y fuerte podemos decir: “Sí,
ellos ahora están rezando por mi desde allá
arriba”, y estaremos en lo cierto. Pero ya
no podrás sentarte a compartir un café con
ellos. Ya no puedes llamarlos por teléfono
y decirles: “¡Qué día el de hoy!”.
Muchos nos fallan también por otras
razones. En primer lugar, nuestros amigos
cambian como también cambiamos
nosotros. ¿Te has puesto a pensar cuántos
amigos has perdido ya, simplemente
porque ellos cambiaron o porque tú
cambiaste? Muchas veces, en los
encuentros de AA (soy un “alcohólico
honorario”), escuché decir: “Me sumé a
AA, y de lo primero que me di cuenta es
que perdí a mis amigos alcohólicos”. Es
por eso que AA rápidamente viene al
rescate (como en el resto del programa de
los “doce pasos”) con un nuevo grupo de
amigos.
En todas las circunstancias de la vida,
los amigos cambian. No es culpa de nadie.
Mi mejor amigo de la secundaria se hizo
también sacerdote. Pero él ha cambiado;
ya no es sacerdote. Nos encontramos casi
todos los años, hablamos de muchas cosas,
pero nuestras vidas son increíblemente
diferentes, nuestras metas y propósitos son
muy distintos. Un día abrí un álbum de
fotos. Estaba mirando una foto de Madre
Teresa, en nuestra casa de retiro. Era
durante la bendición con el Santísimo
Sacramento. Arrodillado a mi lado estaba
un joven sacerdote a quien había conocido
muy bien durante el seminario, un amigo;
pero ha salido, ha cambiado. Todos
cambiamos. Nuestros intereses cambian.
Nuestros deseos cambian. Nuestras
energías cambian. Si vives todavía unos
años más, posiblemente pierdas un gran
número de amigos, simplemente porque te
estás volviendo viejo, y ellos también irán
envejeciendo. Nadie dice: “No te veré de
nuevo hasta el más allá”, pero sabemos
que muchas veces puede ser nuestro
último encuentro aquí sobre la tierra. Las
cosas cambian, la gente se muda, surgen
circunstancias, y ocurren los cambios. Lo
que una vez estuvo lleno de sentido, ya ha
pasado, arrastrado por las olas del tiempo.
A veces perdemos amigos y familiares
por rivalidades o por sentimientos heridos.
Desgraciadamente vivimos en una
sociedad muy competitiva. Como
consecuencia hay un mundo de celos,
donde incluso ya a los niños se les enseña:
“Tienes que progresar, tienes que
triunfar”. Siempre hay una competencia,
una contienda, o algo semejante, aunque
no se anuncie como una competencia. A
veces ganamos o perdemos amigos en el
camino, a veces ellos nos ganan o nos
pierden. Generalmente nadie lo reconoce y
nadie tiene la culpa, pero para todos
significa una pérdida.
La pérdida de amigos es más dolorosa
en las relaciones familiares. Los niños
crecen juntos. Juntos disfrutan de todo;
sufren, lloran, se ríen, y juegan juntos, y
así pasan los años. En nuestra época,
hermanos y hermanas posiblemente vivan
en continentes diferentes, en mundos
separados. Se encontrarán algunos años
después y difícilmente se reconocerán. En
cierto sentido, podemos decir que alguna
vez hubo una amistad, pero ahora ya no
existe, quedando tan sólo una relación
biológica. Si agregas a esto las rivalidades
por discusiones sobre herencias y
propiedades o simples celos,
comprenderás cómo lo que alguna vez fue
una familia se ha convertido en una herida
supurante. Lo que antes fue un manantial
de amor se ha transformado en una cadena
de odio.
También perdemos seres queridos por
resentimiento. Todos pretendemos ser
amados de una manera especial, y a veces
nuestros familiares, incluso los más
cercanos, o nuestros mejores amigos, no
nos aman de esa manera especial que
pensábamos necesitar. ¿Y por qué
“necesitamos” eso? Porque estamos
centrados casi exclusivamente en nosotros
mismos. No tenemos ningún derecho a ser
amados de modo tan especial como
reclamamos, así cuando no recibimos esa
atención especial, huimos.
Perdemos amigos porque Dios nos
llama a hacer algo diferente. Algunos han
perdido amigos y familiares porque han
experimentado una profunda conversión
religiosa, o al contrario, porque han
perdido su fe. La fe religiosa mantiene
unidas las personas, pero también las
separa. Algunos creen haber sido llamados
a emprender un camino distinto al de sus
amigos y familiares.
Conocí una hermana que abandonó su
comunidad religiosa después de haber
estado en ella por veinte años y se unió a
otra a la cual se sintió llamada. Fue muy
doloroso para ella y para su comunidad.
Le dije que sabía como se sentía ella. A mi
me pasó lo mismo. Tuve hermanos que
fueron mis amigos casi la mitad de mi
vida y ahora sienten que los he
abandonado.
El día en que dejamos nuestra primera
comunidad, leí un texto del Cardenal
Newman llamado “La partida de los
amigos”. Newman escribió éste ensayo
cuando abandonaba la Iglesia Anglicana y
se despedía de sus amigos más cercanos.
Pertenecía a un grupo admirable, llamado
“el movimiento de Oxford”. Era un círculo
de unos veinte amigos que de diverso
modo cambiaron la Iglesia Anglicana y la
mayoría de las Iglesias Cristianas en el
mundo anglo-parlante, incluyendo la
Iglesia Católica. Algunos de ellos se
hicieron católicos, algunos no. El Dr.
Pusey y John Keble eran amigos íntimos
de Newman pero siguieron siendo
anglicanos. Y Newman era alguien que
amaba la amistad. Él dijo que consideraba
el haber tenido buenos amigos como la
mayor bendición de su vida. Pero, al
convertirse al catolicismo, perdió sus
mejores amigos. El siguiente párrafo nos
da una visión del dolor interior de
Newman y la pena de sus amigos. El
“alguien” al que se refiere es él mismo.
O mis queridos hermanos, o amables y
queridos corazones, o amados amigos,
deben saber que alguien que ha tenido
la suerte, sea por sus escritos, sea por
sus palabras, de ayudarlos de algún
modo a actuar; si alguna vez les ha
dicho lo que ya sabían sobre ustedes, o
lo que no sabían; si les ha leído sus
deseos y sentimientos, y los ha
reconfortado por esta simple mirada; les
ha hecho sentir que hay una vida
superior a esta vida diaria, y un mundo
más brillante que el que ahora ven; o los
ha alentado, o absorto, o abierto un
camino a la búsqueda, o suavizado su
perplejidad; si lo que ha dicho o hecho
alguna vez los ha llevado a interesarse
por él, y sentir buenos afectos hacia él,
recordadlo así en el tiempo que se
aproxima, a pesar de que ya no lo oigan,
y recen por él, para que en todas las
cosas pueda conocer la voluntad de
Dios y en todo tiempo esté listo para
cumplirla1.

1
JOHN HENRY NEWMAN, Sermons Bearing on subjects of
the Day, Sermón 26. (New York: Longman, Green, 1902),
395.
Darse cuenta de quien es un amigo
Muchas veces nos damos cuenta de
quiénes son realmente nuestros amigos
recién cuando se están yendo o ya se han
ido. Hace poco he tenido una experiencia
amarga y dulce a la vez. Un buen
sacerdote de la arquidiócesis de Nueva
York, P. James McGuire, párroco en la
Iglesia de San Juan y Santa María en
Chappagua, se estaba muriendo. No
éramos íntimos amigos, pero sí habíamos
tenido un trato amigable. Yo le había
predicado un buen número de retiros. Su
sobrenombre era “Jim, el caballero”,
porque siempre era muy gentil, algo
reservado, pero afable y muy inteligente.
Siempre se mostraba agradecido por lo
que hicieras por él. El diácono de la
parroquia gentilmente me llamó y me dijo:
“A Jim le gustaría verlo, está cercano a la
muerte”. Cuando llegué a la rectoría, vi
que tenía un cáncer muy extendido en una
parte de su rostro. Su mandíbula se
mantenía en su lugar, por la ayuda de un
soporte. Fue la más hermosa visita. La
enfermedad lo había vuelto menos
reservado y más espontáneo. Cuando yo y
el novicio que me acompañaba nos
despedíamos, el novicio pidió la bendición
al padre, y Jim nos dio una hermosa, larga
y cordial bendición. Cuando nos
detuvimos, nos dijo: “Saben, acaban de
ver lo que el sufrimiento puede hacer. Les
he dado una bendición «Protestante»”.
(para la bendición Católica solíamos decir
“En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”; pero cuando hacíamos
una bendición más espontánea para alguna
ocasión, la llamábamos la “bendición
protestante” porque los ministros
protestantes están acostumbrados a dar
este tipo de bendiciones). Jim fue muy
franco y muy claro en manifestar sus
sentimientos. Me dijo algo que fue
realmente hermoso. Él dijo: “¿Sabes,
Ben?, he estado ya tres veces a punto de
morir con esto” (refiriéndose al cáncer), “y
cada vez que me hundía, él estaba
conmigo. Y cada vez que me recuperaba,
también él me acompañaba. Y sé que me
acompañará cuando me llegue el momento
de partir”. Para un hombre muy reservado,
esto fue revelador en extremo. No había
visto a Jim por años, pero en el crisol de
sufrimientos compartidos, muchas cosas
se hicieron posibles. Las barreras se
habían levantado. Nos volvimos sinceros y
no meramente gentiles.
¡Qué ocultos estamos los unos a los
otros! “¿Cómo estás?”, “O, muy bien”.
Aún cuando nos estemos muriendo
diríamos: “O, muy bien”. Cuando uno está
con los pobres y preguntas a uno de ellos:
“¿Cómo estás?”, si se está muriendo, te
dice: “me estoy muriendo, estoy
asustado”. En los suburbios cuando
preguntas: “¿Cómo estás?”, te dirán:
“Estoy bien, tengo un cáncer al cerebro,
pero estoy bien”. Tememos decir la verdad
sobre nosotros mismos, incluso a nuestros
amigos, porque tenemos miedo de
perderlos. Mi amigo Mons. Bob Brown
murió hace ya algunos años, pero él era
diferente. Estaba muy enfermo y vivió seis
años con cáncer. Si le preguntabas: “Bob,
¿cómo estás?”, la respuesta hubiese sido:
“Espectacular, para un tipo que se está
muriendo de cáncer”. La primera vez que
me lo dijo quedé sin palabras. Tememos
compartir aquellas cosas que acercarían
más a los otros y que nos acercarían más a
ellos. Tenemos miedo de compartir
nuestros sufrimientos. Deberíamos
recordar que nuestro Señor Jesucristo no
tenía miedo de compartir sus
padecimientos. Todavía hoy los comparte.
Eso es lo que nos enseña el crucifijo.
La pérdida del Hijo de Dios
La separación de los seres queridos y
amigos es algo que experimentó el Hijo de
Dios. Piensa en el Hijo de Dios, la
segunda Persona de la Santísima Trinidad,
en cuanto es Persona divina, no tanto
como el Hijo de María, sino simplemente
como el Hijo de Dios. Él existe como Hijo
desde toda la eternidad. Antes de venir a
este mundo, Él era llamado con un nombre
indecible que nosotros traducimos como
“el Hijo de Dios, el Hijo Unigénito”. Él
vivía en esa inefable, inimaginable
relación con su Padre celestial y con el
Espíritu Santo. Nosotros tenemos sólo una
vaga idea de todo eso, pero lo que sí
entendemos es que desde toda la eternidad
existía una intimísima relación. El Dios
que Es, no estaba solo. No era una mente
aislada que pensaba por sí misma. Sino
que había una Divina Inteligencia y Ser en
tres Personas. Esto es un total misterio. La
gente a veces me dice: “¿Qué agrega la
Trinidad?” Ella cambia todo en el mundo,
sobre lo que tú puedes pensar sobre las
relaciones, porque existía una desde toda
la eternidad. De alguna manera, el Hijo
deja oculta esa relación y viene a la tierra.
El Evangelio de San Juan la dice en un
griego muy colorido: “puso su Morada
(tienda) entre nosotros” (Jn 1, 14). (Poner
su morada es una expresión griega para
decir que está viviendo cerca de alguien).
Él vino para estar con nosotros.
Experimentó de algún modo la separación,
aunque siempre estuvo misteriosamente
unido con su Padre.
Sin intentar resumir los valiosos
comentarios y escritos teológicos sobre su
venida entre nosotros, deberíamos
detenernos en meditar por un momento en
esas palabras y aprovechar algo acerca de
esa especie de “anodadamiento” del Hijo
de Dios. Esta “humillación” tuvo lugar,
cuando el Hijo de Dios se encarnó, y como
Hijo de María, vivió entre nosotros
durante tres décadas de su vida terrena.
Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que Cristo: El cual, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el
ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí
mismo tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y
se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta
la muerte y muerte de cruz (Flp 2, 5-8).
La Palabra era la luz verdadera que
ilumina a todo hombre que viene a este
mundo. En el mundo estaba, y el mundo
fue hecho por ella, y el mundo no la
conoció. Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron. Pero a todos los que la
recibieron les dio poder de hacerse hijos
de Dios, a los que creen en su nombre; la
cual no nació de sangre, ni de deseo de
hombre, sino que nació de Dios. Y la
Palabra se hizo carne, y puso su Morada
entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad
(Jn 1, 9-14).
Junto al “anodadamiento”, Jesús
experimentó las falencias y limitaciones
de sus amigos humanos. Quienes lo
conocían desde la niñez, y sus amigos de
Nazaret, intentaron matarlo. Fueron sus
mismos vecinos de un pequeño y solitario
pueblo. Muchos eran parientes suyos. Lo
agarraron y lo llevaron a lo alto de una
colina para arrojarlo.
La falencia de sus discípulos al fin de
su vida es algo increíble. Casi supera toda
imaginación. ¿Cómo puede ser que
aquellos hombres que vivieron con Él por
tres años, lo abandonaran completamente
en la hora de más necesidad? Sí, cierto,
Juan regresó después de huir, pero no
olvidemos que pasaron varias horas en las
cuales todos habían huido. Totalmente
abandonado cuando fue juzgado, azotado,
coronado de espinas, y condenado a
muerte... totalmente solo. Justo antes de su
Pasión, Cristo les había dicho: a vosotros
os he llamado amigos, porque todo lo que
he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer (Jn 15, 15). En poco espacio de
tiempo, estos amigos ya no estarían con Él
en sus dificultades. Lo abandonarían, y
aun así Él rezaría por ellos: Os he dicho
estas cosas para que tengáis paz en mí (Jn
16, 33). Rezó por ellos fervientemente
(cfr. Jn 17). Predijo que lo abandonarían.
Mirad que llega la hora (y ha llegado ya)
en que os dispersaréis cada uno por
vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no
estoy solo, porque el Padre está conmigo
(Jn 16, 32). Estos hombres eran sus
amigos, pero esa amistad tenía sus
limitaciones. Él tuvo que pasar todo solo,
cuando más los necesitaba. Hay solo una
admirable excepción al hecho de que Jesús
fue abandonado completamente. La
excepción está constituida por las Santas
Mujeres. Las mujeres permanecieron con
Él. De todas maneras, hay un hermoso
detalle que pone ese apoyo de las mujeres
en una luz inusual. A una mujer judía no
le estaba permitido hablar a ningún
hombre excepto a su padre, su esposo, sus
hermanos, y los miembros más cercanos
de su familia. Ella no podía hablar con
otros hombres. Por lo tanto, las mujeres
que siguieron a Jesús, muy probablemente,
han tenido con Él conversaciones muy
limitadas. Esto no lo podemos entender
del todo porque no hemos vivido en un
ambiente Judío Ortodoxo. Los judíos
ultra-ortodoxos aun conservan esta
separación tan rígida de los sexos. Tal vez
no haya sido tan estricta en los tiempos de
Jesús, pero algo podemos entrever en la
sorpresa de la mujer Samaritana cuando
Jesús le habla en el pozo de Jacob (cfr. Jn
4, 9. 27).
Esto significa que, las pocas personas
que hubieran podido consolarlo, tan sólo
pudieron sollozar y lamentarse a la
distancia. Ellas podían estar cerca, pero no
habrían podido hablarle directamente,
salvo su Madre y la hermana de su Madre,
María, la esposa de Cleofás.
Probablemente María Magdalena nunca
haya tenido una conversación prolongada
con el Señor. Las costumbres sociales no
lo permitían. Mientras Jesús estaba
sufriendo, no había manera de que alguna
mujer, excepto su Madre y su tía, se le
pudiesen acercar y tocarlo. Y por eso el
Señor pudo estar rodeado de fieles
seguidoras que, sin embargo, poco podían
hacer para consolarlo. Estas santas
mujeres reciben un importante
reconocimiento en la Escritura, pero opino
que hoy, en la Iglesia, no se les da el
suficiente reconocimiento. Junto a la cruz
de Jesús estaban su madre y la hermana
de su madre, María, mujer de Cleofás, y
María Magdalena y la esposa de Zebedeo
y Salomé y otras mujeres que habían
salido con Él desde Galilea (Mt 27, 55;
cfr. Mc 15, 40; Jn 19, 25).
Las costumbres sociales de aquel
tiempo pueden ayudar a explicar un pasaje
extraño. Jesús ha resucitado de la muerte.
La pobre María Magdalena está
conmovida. Se acerca al Resucitado, pero
Él le recuerda que no debe tocarlo.
Cuando yo era seminarista, solía comer en
un restaurante que tenía un nombre poco
común: “El 42 de la calle Glatt”. Glatt
significa completamente “kosher” (=
puro). Esta palabra significa que incluso la
leche que se servía no había sido ordeñada
de las vacas en día Sábado. Una vez pedí
un “knish”. La mesera no podía hacerme
ninguna pregunta pues le estaba prohibido
hablarme. Finalmente tomó el menú y me
señaló las dos clases de “knishes” que
había. Conocer esta costumbre puede dar
un idea de la soledad de Jesús en su
muerte.
Jesús fue abandonado de sus
discípulos, mientras que sus fieles
seguidores, la mayoría mujeres, no le
podían brindar ningún consuelo debido a
las costumbres sociales de su tiempo.
Estaba allí completamente solo. Su muerte
solitaria siguió a la patética escena del
Huerto donde es abandonado por sus
apóstoles, quienes se quedan dormidos
justo cuando Él más los necesita. Deberías
leer este pasaje con mucha atención:
Van a una propiedad, cuyo nombre es
Getsemaní, y dice a sus discípulos:
«Sentaos aquí, mientras yo hago oración».
Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y
comenzó a sentir pavor y angustia. Y les
dice: «Mi alma está triste hasta el punto
de morir; quedaos aquí y velad». Y
adelantándose un poco, caía en tierra y
suplicaba que a ser posible pasara de él
aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!;
todo es posible para ti; aparta de mí este
cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo
que quieras tú». Viene entonces y los
encuentra dormidos; y dice a Pedro:
«Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has
podido velar? Velad y orad, para que no
caigáis en tentación; que el espíritu está
pronto, pero la carne es débil». Y
alejándose de nuevo, oró diciendo las
mismas palabras. Volvió otra vez y los
encontró dormidos... (Mc 14, 32-39).

Parte de la condición humana


¿Te ha pasado esto alguna vez? Ahora
una pregunta incluso más dolorosa: ¿te
“quedaste dormido” justo cuando un
amigo tuyo te necesitaba? Esta es una
pregunta que nos turba. Puedo fácilmente
darme cuenta cuando un amigo me ha
fallado, pero normalmente no cuando yo
les he fallado. ¿Por qué Cristo pasó por
todo esto? Lo hizo por ti y por mí, para
que pudiéramos tener un ejemplo que nos
sirva de guía cuando seamos abandonados,
una de las situaciones más comunes y
dolorosas de la vida. Nos ayuda saber que
Jesús pasó por todo esto antes que
nosotros. Su ejemplo nos dará la sabiduría
para preguntar con objetividad: “¿Por qué
fallan los amigos?” Porque somos
humanos. Porque tenemos el pecado
original. Porque crecemos “viejos” y
débiles, y estamos demasiado preocupados
por nosotros mismos. ¿Por qué fallaron los
apóstoles? Porque todo eso era demasiado
para ellos. Estaba más allá de sus fuerzas.
Prepárate para el momento en que te fallen
tus amigos y también para el momento,
aún más doloroso, en que un amigo te
diga: “Me fallaste”.
En este mundo hay almas
extraordinarias que nunca han fallado a
nadie, y Dios las ha bendecido. Pero aun
esas personas, un día morirán, y ya no
estarán ahí para acompañar a sus amigos.
Esto es parte de la condición humana: que
experimentemos las fallas de nuestros
amigos, de seres amados, de esposos, de
padres, de hijos. Alguno de los que leen
estas líneas ha experimentado la falla de
sus padres. Pienso que es el sufrimiento
más grande que uno puede experimentar
en esta vida. He hablado con gente que ya
están en sus 50 o 60 años, y que todavía
están espantados por cosas que les
sucedieron medio siglo atrás, cuando sus
padres les fallaron. La gente suele ser
lastimada por sus mismos hermanos y
hermanas, por sus esposos, por sus hijos, y
no sólo de sus verdaderos hijos sino de
todos aquellos para los cuales hayan sido
verdaderos padres.
Mejor es amar y perder
¡Atención! Ama y serás herido. Pero es
mejor para nosotros amar y perder, que no
amar, porque estamos en camino hacia una
experiencia eterna de amor. Cuando la
vida pierde sentido, el creyente debe
recordar que estamos de camino hacia una
experiencia de amor mucho más real y sin
fin. ¿Te das cuenta que tú y yo somos
parte de la extrema minoría de seremos
humanos que aun estamos vivos en este
momento? Piensa en el gran número de
personas que ya han muerto. Si
pudiéramos traer desde la eternidad a
todas las personas que vivieron en Nueva
York, difícilmente podríamos movernos
por la multitud inmensa que sería. Piensa
en todos los que vivieron en Europa, o en
Asia. La gran mayoría de todos esos
hombres ya han muerto. Tú y yo somos
parte de esta cómica minoría que se mueve
de aquí para allá pensado que somos
terriblemente importantes. Un
pensamiento que es aun más sorprendente,
es el inmenso número de gente que no ha
nacido aun y viene en camino.
Caminaba por un sendero en Irlanda, y
un primo mío, el padre Dohaney, me dijo:
“¿Te diste cuenta que nuestros
antepasados han caminado por este
sendero durante miles de años?” Pude
imaginar entonces todas esas generaciones
de parientes encerradas es ese pequeño
pueblo.
Cada año llevo a nuestros jóvenes
religiosos a una expedición maravillosa.
Vamos a la Isla Ellis, al museo de la
inmigración en el puerto de Nueva York.
Encontré allí una foto de irlandeses
esperando abordar un barco hace 125 años
atrás. Cada vez que miro esos hombres
extraños con sus barbas y las mujeres
usando chales y ropa de lana, siempre me
digo: “Son mis antecesores, mi familia”.
Una visita a este museo es una maravillosa
experiencia espiritual. Cien millones de
americanos, casi la mitad de la población,
son descendientes de gente que alguna vez
pasó por la Isla Ellis, o por el edificio que
está delante. Hay un sinnúmero de fotos
conmovedoras de una inmensa multitud de
gente, y todos ellos están ya muertos.
Todos se han ido al otro mundo, a la
eterna felicidad o a la espantosa
condenación. Casi la mayoría de ellos
sufrieron la experiencia de haber sido
abandonados alguna vez en sus vidas. La
mayoría de ellos, es lo que uno espera,
viven ahora en la paz eterna y en el gozo
porque no tuvieron miedo de amar y
perder.

Darse cuenta de dos verdades cruciales


No nos gusta pensar en el hecho
inevitable de que la vida humana es una
experiencia que rápidamente pasa, un río
que corre veloz. Reconocer este hecho es
parte de la respuesta a la pregunta: “¿Qué
hacer cuando la vida pierde sentido?”
Debemos morder la realidad, todas las
cosas que experimentamos pasan, incluso
las más preciosas: el amor de la familia y
amigos. Toda herida y pena que provocan
las fallas de nuestros seres queridos
también pasan. Sin embargo, la vida
simplemente no pasa. Ella corre hacia algo
mucho más hermoso o más horrible, la
salvación o la condenación eterna. Si
somos verdaderamente creyentes, los
propósitos que tengamos en la vida y
nuestra actitud frente a ella, deben estar
claramente delimitados por estas verdades.
Lo segundo, de lo cual debemos darnos
cuenta, es que Jesús ha soportado y
santificado el dolor, causado por las fallas
de los amigos mediante su propia vida y
por haberles perdonado sus fallas. Los
reprochó, pero no los abandonó. Durante
la Última Cena, a la declaración de
fidelidad incondicional de s. Pedro,
respondió así: «¡Simón, Simón! Mira que
Satanás ha solicitado el poder cribaros
como trigo; pero yo he rogado por ti, para
que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando
hayas vuelto, confirma a tus hermanos».
El dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir
contigo hasta la cárcel y la muerte». Pero
él dijo: «Te digo, Pedro: No cantará hoy
el gallo antes que hayas negado tres veces
que me conoces» (Lc 22, 31-34).
¿Cómo se hace para unir estas dos
cosas: lo pasajero de la experiencia
humana y el perdón ejemplar de
Jesucristo? La respuesta, según los
místicos, tiene un nombre: el misterio de
la Cruz. Este misterio no es una abstracta
idea intelectual o un argumento, sino más
bien una realidad que se experimenta. De
hecho uno puede entrar en la profundidad
de este misterio sólo cuando está sufriendo
o ha sufrido. En nuestro caso estamos
considerando la falla de nuestros amigos.
Vemos que Jesucristo soporta esas fallas y
supera esa pena de dos modos: perdona
anticipadamente a Pedro, en la víspera de
su Pasión, antes de que los hechos tengan
lugar. Él abraza el dolor, pero también
muestra que, su Padre, de los males sacará
bienes. Al final de la Última Cena,
inmediatamente después de la profecía de
la negación de Pedro, Jesús dice: «Todos
vosotros vais a escandalizaros de mí esta
noche, porque está escrito: “Heriré al
pastor y se dispersarán las ovejas del
rebaño”. Mas después de mi resurrección,
iré delante de vosotros a Galilea» (Mt 26,
31-32).
En la gran oración que eleva al inicio
del capítulo 17 de san Juan, Jesús reafirma
con más fuerza aún, su confianza en que
su Padre sacará bienes del mal: «Padre, ha
llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para
que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según
el poder que le has dado sobre toda carne,
dé también vida eterna a todos los que tú
le has dado» (1-2).
Ya hemos mencionado al Cardenal
Newman, un hombre capaz de profunda
amistad y en consecuencia familiarizado
con el sufrimiento. Ambas realidades van
juntas. Las siguientes frases de Newman
sintetizan muy bien la urgencia de utilizar,
cuando se mira la vida, el prisma del
misterio de la Cruz. Cito estas frases para
ayudar a tu meditación, a pesar de que
Newman las usó circunstancialmente hace
ya más de un siglo:
Como comprender la vida
Mil cosas pasan ante nosotros en el
transcurso de la vida, una después de
otra, ¿y qué pensamos de ellas? ¿Qué
coloración les damos? ¿Acaso miramos
todas las cosas de manera graciosa y
alegre? ¿o de modo melancólico?
¿desanimados o llenos de esperanza?
¿Ponemos luz a las cosas de la vida, o
tratamos seriamente todas las cosas?
¿Agrandamos las pequeñas cosas o
empequeñecemos las grandes?
¿Mantenemos nuestra mente fija solo en
el pasado, o miramos solo al futuro, o
estamos totalmente absorbidos por el
presente? ¿Cómo enfrentamos las
cosas? [en un lenguaje más actualizado
deberíamos decir: “¿Cuál es nuestra
actitud frente a la vida?”] Esta es la
pregunta que toda persona observadora
se hace, y la responde cada una a su
manera. Desean guiarse por normas; por
algo que tienen dentro, que pueda
armonizar y ajustarse con lo que está
fuera. Esa es la necesidad que sienten
quienes reflexionan. Pero permite que te
pregunte: ¿cuál es la llave verdadera,
cuál es el modo cristiano de interpretar
este mundo? ¿Qué se nos ha dado por la
revelación para ponderar y medir este
mundo? El evento de este tiempo
(litúrgico), la Crucifixión del Hijo de
Dios.
Nuestra gran lección de cómo pensar
y cómo hablar de este mundo, es la
muerte de la Palabra Eterna de Dios
hecha carne. Su Cruz ha dado su justo
valor a cada cosa que vemos: todas las
fortunas, las ventajas, los rangos, las
dignidades, los placeres, la lujuria de la
carne y de los ojos, y la soberbia de la
vida. Ha puesto un precio a las
inquietudes, rivalidades, esperanzas,
miedos, deseos, esfuerzos, triunfos del
hombre mortal. Ha dado sentido al
variado y cambiante curso de la vida, a
las pruebas, las tentaciones, los
sufrimientos. Ha unido y afianzado todo
lo que parecía discordante y sin sentido.
Ha enseñado cómo vivir, cómo usar de
este mundo, qué esperar, qué desear, en
qué confiar. Es el tono en el cual los
discordantes sonidos de este mundo
finalmente se armonizan... La doctrina
de la Cruz de Cristo no hace sino
anticiparnos la experiencia del mundo.
Es verdad, la cruz aún en medio de
todas las sonrisas y brillo que nos rodea,
nos mueve al dolor de nuestros pecados.
Y si no le prestamos atención, al fin nos
veremos forzados a llorar por ellos,
sufriendo sus temibles castigos. Si no
reconocemos que este mundo se ha
vuelto miserable por el pecado, a los
ojos de Aquel sobre quien fueron
cargados nuestros pecados, ¡lo
experimentaremos convirtiéndonos en
miserables por el rechazo de esos
pecados contra nosotros mismos!2

2
JOHN HENRY NEWMAN, Parochial and Plain Sermons,
VI, Sermon 7 (San Francisco: Ignatius Press, 1987), 1229-
30, 1232.
Lo que dice el Cardenal Newman es:
más allá de que seas creyente o no, más
allá de que aceptes la Cruz e intentes a
través de ella vivir armonizando las penas,
molestias, alegrías, y dolores de la vida; o
que rechaces la Cruz y des la espalda a la
fe, de todas maneras llegarás a la misma
conclusión respecto al mundo. Esto es así
porque la vida es como una persona
absolutamente honesta que debe pagar una
deuda. Al fin, la vida paga justamente el
salario que cada uno ha ganado. Quienes
vivieron haciendo el bien, a pesar de que
hayan sido muy pobres y sujetos a muchas
injusticias, estarán preparados para el
Reino de Dios. Quienes han vivido en el
mal se encontrarán también con el
mensaje de la Cruz, pero será para su
condena. ¡No lo dudes! Ricos y pobres,
justos e injustos, criminales y virtuosos,
niños, toda la multitud, todos nosotros, los
buenos y los malos, pasaremos por el
mismo juicio. Pero para los buenos, los
inocentes, para quienes han luchado, para
quienes están arrepentidos, los sonidos
discordantes y penosos de la vida, se
transformarán en música de eternidad. No
amontonéis tesoros en la tierra, donde hay
polilla y herrumbre que corroen, y
ladrones que socavan y roban.
Amontonaos más bien tesoros en el cielo
(Mt 6, 19-20). No dudes ni por un
momento que todas las cosas desfilarán
bajo los brazos de la Cruz. Hay muchos
que sin culpa propia, no conocen el
nombre de Jesucristo, o a quienes no se les
presentó de manera atrayente el mensaje
cristiano. Hay quienes que, sin culpa
propia, han buscado honestamente a Dios,
pero no han recibido la abundancia de
gracias que tú y yo hemos recibido.
Nuestro Señor dice de ellos: También
tengo otras ovejas, que no son de este
redil; también a ésas las tengo que
conducir y escucharán mi voz; y habrá un
solo rebaño, un solo pastor (Jn 10, 16).
Durante el tiempo en que he estado
pensando en este libro, nos ha conmovido
a todos los espantosos sufrimientos de
musulmanes y cristianos en Bosnia y los
increíbles padecimientos de la población
de Ruanda. Algunas de estas personas no
eran cristianas, pero estoy seguro de que
nuestro Salvador Crucificado estuvo en
medio de ellos, y que sus tormentos, sus
penurias, su búsqueda de Dios, no serán
desperdiciadas para la eternidad. Rezo
para que ellos se salven. Muchos son
cristianos de una fe muy simple. Ellos son
bendecidos al unirse en sus padecimientos,
de modo bien conciente, con Cristo.
Pero del otro lado están quienes cargan
sobre sí, casi estúpidamente, el terrible rol
de ser los enemigos de la Cruz. Aparecen
en televisión todos los días. Entran en tu
misma casa para enturbiar las enseñanzas
de Cristo y rebajar su Iglesia. Rezo por
ellos, porque están en un peligro mucho
mayor que la gente de Ruanda y Bosnia.
Están en un peligro eterno. Yo mismo,
vivo como dice San Pablo, con temor y
temblor (1Cor 2, 3). Nuestro Señor enseña
que aquellos a quienes se les ha dado
mucho, se les exigirá mucho. Miro mi
vida, y veo momentos en los que fallé
miserablemente. He fallado a mis amigos,
a mi familia. Fallé muchas veces. Por esto,
cuando otros me fallan, digo: “Bueno, esto
es en penitencia por mis propias fallas”.
El Cardenal Newman termina su
ensayo con estas luminosas palabras:
“Solo aquellos que comienzan a partir del
mundo que no se ve, son verdaderamente
capaces de disfrutar de este mundo. Solo
ellos disfrutan de lo que antes se han
abstenido... Sólo lo heredan quienes toman
las cosas como sombras del mundo que
viene, y que por ese mundo que se
avecina, han abandonado el mundo
presente” (p. 1235).

El amigo que no cambia


Todos hemos experimentado la falla de
nuestros amigos. De una manera u otra
ellos no estuvieron ahí cuando los
necesitábamos. Sabemos que pase lo que
pase, si nos volvemos a Él, hay un Amigo
que nunca falla, que siempre está ahí.
Nuestra fe nos lleva constantemente a ese
Amigo que nunca cambia. En esto, la
oración es esencial, ya que es la única
manera de encontrar nuestro Amigo. Él no
cambia porque ya no camina más por este
mundo que cambia. En Él también nos
ponemos en contacto con aquella multitud
de amigos nuestros que han partido antes
que nosotros a ese mundo espléndido
donde Él nos espera: la casa de su Padre.
Aun si debes rezar en medio de tus penas
y agonía, como Él lo hizo en el Huerto,
pronto lo encontrarás allí en las tinieblas.
La oración, una profunda oración personal
que surge de lo más íntimo de nuestro ser,
es la manera con la cual podemos abrazar
y ser abrazados por el Amigo que no
cambia.

Oración
O Señor Jesucristo, te doy gracias por
haberme dado los ejemplos de tu dolor y
de tu soledad en el Huerto de los Olivos.
Sin esos ejemplos me resultaría
muchísimo más difícil seguir adelante
cuando no hay nadie que me acompañe.
Te agradezco por todos aquellos a quienes
has puesto en mi camino como amigos
queridos y también por la tarea que me has
encomendado de ser un amigo para otros.
Tarde o temprano todos debemos caminar
solos, y siempre queda un lugar en mi
corazón donde nadie puede entrar excepto
Tú. Sin tu presencia, la soledad interior se
vuelve opresiva, incluso devastadora,
como una tierra desierta de vientos
aterradores y noches oscuras. Pero cuando
Tú estás ahí conmigo, y sólo Tú puedes
estar allí, toda mi vida se llena de luz y
puedo caminar aun en medio de las
grandísimas pruebas.
Quédate conmigo, Señor, en los
tiempos de oscuridad, y permite que salga
de las tinieblas ya que Tú estás ahí. Sé ese
amigo que me devuelve todo aquello que
pueda haber perdido: el amor de una
madre y de un padre, de un hermano o
hermana, de un amigo o maestro. Cuando
las horas finales de este viaje se acerquen
y tenga que dejar todo atrás, ven conmigo
por ese sendero que no tiene escalones ni
tiempo. Protégeme de los enemigos de mi
alma y de la voz amenazante del acusador.
Dame tu mano y seré salvo.
Además, permite que sea un amigo fiel
para quienes tengan que atravesar
momentos difíciles en sus vidas, y
permíteme ser justo y capaz de perdonar a
mis enemigos. Ayúdame a no esperar más
de mis amigos de lo que ellos puedan
darme, pero concédeme darles más de lo
que ellos esperan. Concédeme no esperar
demasiado de aquellos que, como yo,
combaten bajo el peso de la vida, y
permite que llegue a ser lo mejor que
pueda, un amigo que no falla. Haz que
podamos ser amigos en Ti, el Amigo que
nunca falla.
CAPÍTULO 3: CUANDO NUESTRA
SEGURIDAD SE VE AMENAZADA

¿Qué podemos hacer cuando nuestra


vida pierde sentido porque nuestra
seguridad económica o personal es
amenazada o incluso desaparece? Todos
sabemos muy bien que nuestro Señor
Jesucristo tuvo muy poca o más bien
ninguna seguridad en su vida. Ciertamente
que desde el principio no tuvo seguridad
personal, tal como nosotros la
entendemos. Después que ellos se
retiraron (los magos), el Ángel del Señor
se apareció en sueños a José y le dijo:
«Levántate, toma contigo al niño y a su
madre y huye a Egipto; y estate allí hasta
que yo te diga. Porque Herodes va a
buscar al niño para matarle» (Mt 2, 13).
La vida de Cristo comenzó con un gran
peligro y la inseguridad lo siguió paso a
paso en su camino. La inseguridad
económica fue su constante compañera.
Aún más, Él no hizo nada para alentar a
quienes tenían posesiones a sentirse
seguros en este mundo. De hecho, lo que
sí hizo, fue desalentar sus sentimientos de
seguridad. Por ejemplo, la parábola del
granjero rico, habla de un hombre que es
llamado al Juicio Final justo después de
construir nuevos graneros. El hombre se
dijo a sí mismo: Alma, tienes muchos
bienes en reserva para muchos años.
Descansa, come, bebe, banquetea. Pero
escucha estas palabras: ¡Necio! Esta
misma noche te reclamarán el alma (Lc
12, 20). Esta parábola, como muchas
otras, no hace nada para acrecentar el
sentimiento de seguridad basada en las
riquezas. El mensaje, tanto de las
parábolas de Cristo como de su vida, es el
siguiente: si intentas dar sentido a tu vida,
es decisivo que no pongas tu seguridad en
este mundo o en lo material, porque es una
falsa ilusión. Convéncete hoy mismo que
si buscas seguridad y una situación
perfectamente segura en esta vida, estás
buscando algo que en sí mismo es muy
inseguro, e incluso totalmente irreal.

Un falso sentimiento de seguridad


La inseguridad e incertidumbre son
hechos de la vida. Obviamente, la gente
tiene derecho a cierta seguridad
económica nacida de lo que gana con su
trabajo y de lo que gasta prudentemente.
De todos modos, este derecho se ve más
precisamente como una obligación de
cuidar de nosotros mismos, para no
convertirse en una carga para los demás.
Lo que ha pasado en las naciones ricas es
que la seguridad se ha convertido en un
falso dios. Cuando estudié psicología,
hace ya veinticinco años, los encargados
de personal me comentaron que los recién
graduados estaban buscando trabajo y
averiguando los trámites de la jubilación.
Sobre todo, tal sentimiento de seguridad se
ha convertido en una trampa. Ha hecho
que la gente se olvide que los éxitos de
este mundo ciertamente pasan y son
temporales. Nada es tan obvio como el
hecho que no estaremos aquí para siempre.
Si te sientes seguro en este mundo, te
sientes seguro de un modo insensato y
apoyado en una sombra. Nuestra
superioridad económica sobre otras
naciones nos causa esa falsa sensación de
seguridad. Recientemente los programas
del gobierno de pensiones y seguros
sociales pasaron por una profunda crisis
financiera. Dicen que es cerca de un trillón
de dólares. Todos descansan sobre esos
fondos. Lo mismo sucede con los seguros
de salud. Las expresiones “seguro de vida
y de salud” son parte del gran engaño
existente respecto a la seguridad. En
realidad son seguros de enfermos y
muertos. Sólo se cobran cuando estás
enfermo o te mueres. Los seguros de
trabajo solían ser el gran tesoro en Estados
Unidos. Hace poco hablé con un hombre
que estaba retirando una canasta que se da
a los pobres. Me dijo: “He trabajado por
veintinueve años para una gran empresa, y
ahora estoy buscando un trabajo. Nunca
pensé que tendría que buscar trabajo en
toda mi vida”.
Otro hecho doloroso es que Estados
Unidos se está convirtiendo en un país
relativamente pobre. Eso es muy claro si
viajas más allá del océano. Como
predicador itinerante me di cuenta muy
rápido de eso. Recuerdo los días en que, si
viajabas a otro país con dólares
estadounidenses, podías almorzar por un
dólar y aun te quedaba dinero para dejar
una linda propina. El dólar estadounidense
tenía gran poder adquisitivo. Cuando
estuve en Londres, hace no mucho tiempo,
me di cabalmente cuenta que el dinero
estadounidense ya no tiene el peso que
antes tenía. Por tres días seguidos almorcé
en un lugar de comidas al paso al estilo
americano. Todos los días comí lo mismo,
un sándwich de pollo gomoso y una taza
de te al doble de lo que me hubiese
costado en Nueva York.
En 1991 tuve que pasar por el
aeropuerto de Narita de Tokyo, pero ya
iba preparado de antemano. Tenía una
escala de 5 cinco horas, que incluía el
mediodía, por lo que llevaba conmigo mi
almuerzo y una lata de gaseosa. Me senté
allí, y mientras escribía los sermones,
masticaba mis sándwiches de atún,
mirando atónito una propaganda de café
cuyo precio era siete veces mayor al de
Estados Unidos. No hubiese podido ni
siquiera solventar el pasar hambre en
Japón.
Salvo contadas excepciones de quienes
recuerdan la Crisis Económica de Estados
Unidos, los estadounidenses, en su gran
mayoría, no están preparados para pensar
en la inseguridad económica. Esta falta de
preparación y sano temor puede llegar a
ser, tarde o temprano, para muchos la
ocasión de convertirse a Dios. Robert
Bellah, quien a menudo aporta valores
cristianos a sus análisis de la vida
estadounidense, observaba:
“Cualquiera haya sido el rol que una
vez Estados Unidos asumió estando a la
vanguardia, poniendo su confianza en
empleadores, o simplemente manteniendo
los empleados, la realidad de los ‘90 se ve
cada vez más clara: se acabó el negocio.
[Antiguamente] había un contrato
implícito, ‘tú nos das tu fidelidad, y
nosotros te damos seguridad’. [Ahora]
como corporación, Estados Unidos
merma, se consolida y por otra parte paga
los costos, está exprimiendo más gente
con trabajo, y exigiendo más trabajo de la
gente, como nunca antes” 3.
Si estás leyendo estas páginas después
que la crisis de 1990 haya pasado, quizás
sean tiempos de prosperidad como a fines
de los ‘80, pero recuerda que lo que es
verdad en física también lo es en
economía: “Todo lo que sube, baja”.
Aun si una persona parece tener un
gran negocio que le da una aparente
seguridad económica, ¿qué se pude decir
sobre su salud? ¿Qué decir de las
particulares vicisitudes de su vida? ¿Qué
decir de los cientos de posibles
calamidades que pueden llegarle en
cualquier momento y hacer que uno pierda
toda seguridad? Pérdida del empleo, de la
propia casa, peligro de perder la salud, el

3
ROBERT N. BELLAH, “Small Face-to-face Christian
Communities in a Mean-Spiritied & Polarized Society”,
New Oxford Review 60 (June 1992), 17-18.
envejecimiento y, en los últimos años de
la vida, las enfermedades crónicas, todas
estas cosas demuestran la mentira
encubierta del falso sentido de seguridad.
¿Cuál es la verdadera respuesta?

Serenidad en medio de la inseguridad


La respuesta obvia es la enseñanza de
Cristo, no poner nuestra seguridad en las
cosas que uno posee. No está mal sentirse
más cómodo cuando uno se encuentra más
seguro de lo que estaba. Eso está bien.
Supongo que el niño Jesús se sintió más
seguro y a gusto cuando José y María
regresaron a su casa en Nazaret después de
la muerte de Herodes. De ninguna manera
está mal gozar de un poco de seguridad y
tranquilidad mental, pero no pongas tu
confianza última en las cosas que pasan.
No te sorprendas cuando tu seguridad
terrena se pone a prueba, porque siempre
es algo muy tenue, aunque no siempre nos
demos cuenta. Desde el momento en que
la seguridad en este mundo es puesta a
prueba todos los días, sea por las
enfermedades, los contratiempos,
accidentes, ¿qué debemos hacer?
Debemos seguir el ejemplo de Cristo y
confiar solo en Dios. Esto nos permitirá
tener paz y confianza en Dios aun cuando
experimentemos la inseguridad, porque ya
sabemos que la sensación de seguridad en
este mundo es una falsa ilusión.

Qué significa confiar realmente en Dios


Confiar en Dios no significa que todo
va a salir como nosotros queremos, que
todo será color de rosa. Confiar en Dios no
significa que Él vaya a restablecer el falso
sentido de seguridad que antes teníamos.
Significa que, pase lo que pase, creemos
que Dios está con nosotros, y si estamos
“colgamos” de Él, sacará bienes de los
males, aun del mal que ha permitido que
nos pase. Debo preparar mi mente ahora
para que, aun en los momentos más
oscuros de la vida, crea que Dios está
conmigo. Y yo creo que Él estará contigo
y con todos los que se conviertan a Él, y
aun quienes no sepan bien como
convertirse a Él. Esta vida, con sus
mejores y peores cosas, pasa rápido, pero
Dios siempre está ahí. Al final, los buenos
y los malos caminan por el estrecho
umbral de la muerte física. Pasan más allá
de la apariencia física y se presentan ante
Dios, donde cada uno debe rendir cuentas
y confiar en la misericordia de Dios.
Piensa en todo esto por un momento.
Una persona anciana está muy enferma,
enferma terminal. Recuerdo una buena
amiga, la Hna. Cuthbert de las Hermanas
del Sagrado Corazón de María en
Tarrytown, Nueva York. Trabajó como
secretaria y recepcionista en las oficinas
de la arquidiócesis hasta que se enfermó,
pasados ya sus setenta años. Ahora estaba
al borde de la muerte. Cuando ya me
estaba yendo de lo que, los dos bien
sabíamos, sería mi última visita, al ver mis
lágrimas dijo: “No esté triste padre. Sé que
nuestra Señora vendrá pronto a buscarme
y me llevará a casa”. ¡Qué hermosas
palabras, que maravillosa confianza! Ella
sabía con gran certeza que iba a pasar por
el estrecho corredor de la muerte, desde
este lugar de dolor hasta las manos de
Dios. Había sido una religiosa devota de
nuestra Señora durante medio siglo,
obviamente la Madre de Cristo la
acompañaría. Estoy seguro de su
salvación. Era del tipo de personas que
trabajan por ser amigos fieles de Dios y
seguidores de Cristo, y Cristo no se olvida
de sus amigos.
Piensa ahora en un mártir, en alguno
que por la tortura se enfrenta con la
muerte. Recuerdo con frío
estremecimiento cuando caminaba por el
tumultuoso barrio bajo de Kyoto, Japón.
La guía turística mencionaba que en esas
mismas calles, los mártires de Nagasaki
(que eran católicos conversos de Kyoto)
habían sido condenados a muerte por un
“shogun”. A pesar de que la Iglesia haya
trabajado abiertamente por un tiempo en
Japón, los “shogun” se volvieron contra
Ella. Veintiséis personas, incluyendo
sacerdotes, religiosos y laicos, fueron
condenados a muerte por tortura. Sus
orejas fueron rebanadas, y hacia el fin del
invierno fueron llevados en marcha
forzada casi por un mes, yendo de pueblo
en pueblo en Japón, para infundir miedo
en aquellos que quisiesen unirse a la nueva
religión. Ellos sabían qué suerte les
esperaba al final del camino: muerte por
crucifixión. Esa helada marcha concluyó
cuando fueron crucificados mirando hacia
Nagasaki. Era el 5 de febrero de 1597.
Esos mártires permanecieron firmes a
través de esa interminable tortura. Con su
último aliento, colgando de la cruz, se
gritaban unos a otros, alentándose con
palabras de fe y confianza en Dios. No
esperaban que Dios los librara de la
muerte física. No esperaban que el cielo se
abriera y un ángel bajara hacia ellos para
sacarlos de la Cruz. No, ellos esperaban
pasar de este mundo a la vida eterna.
Cualquier oración que puedan haber hecho
para que se les mitigase el dolor,
aparentemente no les fue concedida, pero
murieron con una fe gigantesca y dieron a
los japoneses un maravilloso ejemplo de
martirio y coraje. Ya sean los antiguos
mártires arrojados como alimento a las
fieras, una muerte espantosa y horrible, ya
sea alguno de los asesinados en nuestros
tiempos en un campo de concentración
[San Maximiliano Kolbe, Santa Edith
Stein...], atravesaron la delgada pared de
la muerte hacia la realidad donde no hay
cambio, ni dolor ni sufrimiento, ni tiempo
tal como nosotros lo conocemos. Aun sin
el dolor y la gloria del martirio, nosotros
seguiremos el mismo camino y pasaremos
por la misma puerta de la muerte. Tal vez
primero debamos pasar por el Purgatorio
(al cual los santos nos enseñan a no temer,
porque allí ya estaremos en las seguras
manos de Dios) a fin de preparar nuestras
almas a quedar totalmente abiertas a la
salvación de Cristo y a la gloriosa realidad
de la vida eterna. Realidad de la cual ni
siquiera nuestro Señor pudo describirnos,
porque va más allá de la capacidad de la
mente humana.

Lo que verdaderamente se debería temer


Está también la otra cara sobre la cual
también debemos pensar. Muy rara vez
escribo sobre este tema porque es muy
doloroso. ¿Qué pasa con los malvados?
Por algún motivo, tiempo atrás,
pretendíamos que nadie era realmente
malvado. Se supone que todos son
verdaderamente amables, gentiles, y todos
pretendemos serlo. Pero no, hay gente
malvada a nuestro alrededor. En algunos
es obvio, como los asesinos contumaces
que no se arrepienten. Pero pensemos
también en todos aquellos que han privado
a millones de personas de sus ahorros
mediante el chantaje, el robo, y la
industria de los préstamos y la usura. La
Biblia nos dice que privar a la gente
normal o a los pobres de su jornal es un
crimen que clama al cielo por venganza
(cfr. Dt 24, 14-15). Una buena mujer me
decía hace poco con lágrimas en sus ojos:
“Trabajé por veinticinco años para tal y tal
empresa, y se declararon en bancarrota, y
fueron absueltos, y todos los fieles
empleados nos quedamos sin trabajo y
secos... Sí, ellos se declararon en
bancarrota, pero muchas personas de
rango sacaron grandes ventajas, mientras
la mayoría quedó en la calle”. Este tipo de
cosas claman a Dios por venganza, incluso
cuando en ocasiones se lleguen a hacer
maniobras legales para cubrir un terrible
crimen. De hecho, en vez de sentir rencor
hacia tales personas que hacen eso, uno
debería más bien sentir compasión porque
deberán rendir cuentas de eso en el Día del
Juicio.
Las Escrituras nos advierten acerca de
nuestra actitud hacia aquellos que se
enriquecen injustamente. Estas son las
palabras del Salmo 37, que transcribo
libremente:
No se preocupen por lo malvados. No
envidien a los que hacen el mal, pues ellos
desaparecerán pronto como el pasto y
como hojas secas. Confía en el Señor y
haz el bien, y así vivirás en la tierra
gozando de seguridad. Regocíjate en el
Señor, y Él colmará los deseos de tu
corazón. Ponte en las manos del Señor,
confía en Él, y Él actuará. Te dará justicia
en la luz, y tus derechos brillarán como el
sol al mediodía. Preséntate en silencio
ante el Señor y espera pacientemente por
Él. No te amargues por los que prosperan
en su camino, y llevan a cabo malos
planes. No te angusties y te dejes vencer
por la rabia. Los malvados serán
destruidos pero quienes esperan en el
Señor poseerán la tierra. Un poco de
tiempo y los malvados ya no estarán.
Aunque los veas a salvo en su casa, ya no
la habitarán. Los mansos poseerán la
tierra y se deleitarán en abundante
prosperidad. El Señor conoce los caminos
de los inocentes, y su herencia durará por
siempre. No serán humillados en el tiempo
malo. En tiempo de hambre serán
alimentados hasta saciarse, pero los
malvados perecerán.
Esta es una enseñanza extremadamente
importante, de la que parece, nos hemos
olvidado. De un modo o de otro, la gente
de nuestro tiempo ha olvidado que Dios
promete equilibrar la balanza al final, pero
sólo cuando esta vida que fluye haya
pasado. Permite que lo diga de este modo:
Si un ángel se te aparece, y tu has sido
víctima de injusticias sociales y
financieras, y te dice: “¿Quieres tus
derechos ahora, o los quieres en la
eternidad?” Por Dios, no digas que los
quieres ahora; pues alguien vendrá la
semana próxima y te los robará. ¿Para qué
los quieres ahora en este valle de
lágrimas? La eternidad dura para siempre.
Es lo que aprendemos de la vida de Cristo,
de Nuestra Señora y de los apóstoles.
Nuestro Señor Jesucristo confió en Dios.
Sus enemigos lo atormentaron en la Cruz.
A otros salvó y a sí mismo no puede
salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora
de la cruz, y creeremos en él (Mt 27, 42).
Jesús confió en que su Padre lo
salvaría. Murió y fue sepultado. Su
divinidad no necesitaba la resurrección.
Nosotros necesitábamos la Resurrección.
Nosotros necesitábamos la Gloriosa
Resurrección de nuestro Señor Jesucristo
para que pudiésemos saber con certeza
que los malvados no triunfarán, para que
aprendamos bien a no poner nuestra
confianza en los poderes de este mundo.
Los que somos seguidores de Cristo no
deberíamos confiar en la seguridad de este
mundo, porque estaríamos construyendo
castillos sobre arena. Jesús como bebé,
como niño y como adulto, tuvo gente que
complotó contra su vida. Se podría decir
que pasó toda su vida como un fugitivo y
que casi nunca conoció la seguridad de la
que casi la mayoría de nosotros gozamos.
Pero a Él se le otorgó la victoria sobre
todo mal.

Seguridad verdadera en el Mundo Real


Necesitamos creer que, del otro lado de
la delgada pared material del mundo que
percibimos con nuestros sentidos, hay un
mundo sin tiempo ni ambigüedad. Es un
mundo que no está sometido al proceso de
la muerte. En este mundo estamos
temporalmente en un lugar temporal de
insatisfacción, de aventura, de ilusiones
parciales. A pesar de que sea
incomprensible, las posibilidades del
mundo venidero son muy claras. Hay o
una vida eterna o una perdición eterna. No
se tú, pero yo no quiero condenarme
eternamente. Y sospecho que tú como yo,
querrás ver a tus seres queridos en la vida
eterna del mundo futuro. Estoy seguro,
que como todos los demás, tú no quieres
que las cosas buenas que has tenido en
este mundo desaparezcan para siempre. El
mensaje de la Gloriosa Resurrección de
Jesucristo es que, aquello que hemos
amado no desaparecerá, que las cosas
buenas durarán para siempre. Esa
esperanza es el sentido de la confianza en
Dios. Muchos cristianos a lo largo de los
siglos, incluyendo muchos miembros del
clero y de órdenes religiosas, han confiado
en este mundo y al mismo tiempo han
intentado confiar en la eternidad. Tienen
un pie de ambos lados. Es un error. El
Cardenal Wolsey, que sirvió al Rey
Enrique VIII tan fielmente, cuando murió
sin el favor del Rey, seguramente se habrá
dicho: “He servido a mi Dios tan bien
como a mi rey, el cual no me abandonará
en mi ancianidad, indefenso ante mis
enemigos”. Sí, él, como muchos otros,
intentaron [inútilmente] apostar en ambos
mundos.
Pero debes saber que hay mucha gente
normal que tiene muy en claro donde han
puesto su seguridad. Tiempo atrás estaba
revisando una enorme cantidad de
correspondencia y me encontré con esta
carta. Es una carta asombrosa. Hay una
línea aguda hacia el final que me golpeó
cuando la leí. Llamé a la mujer y le
pregunté si podía usar su carta. Me dio
permiso para citar su carta textualmente.
Decía:
“Estoy muy contenta de escucharlo
hablar sobre la vida y lo que ella
significa. Es una vergüenza que el
mundo no lo vea, no importa cuan joven
o viejo uno sea. Ud. verá, yo también
creo muy firmemente en la vida.
Teníamos dos hijos con una parálisis
total. Perdimos uno hace ya seis años,
cuando tenía 24 años de edad, justo un
mes antes de que cumpliera 25. Nuestro
otro hijo va a cumplir 29 el próximo
agosto. Damos gracias a Dios, no
importa lo que pase. Entiendo que los
médicos me preguntaran si queríamos
tratarlos médicamente o dejarlos morir.
Esos que se llaman expertos. Sin
alimentación e hidratación hubieran
simplemente muerto. Verá, mi hijo está
conectado a una máquina que lo
alimenta. Tiene dos tubos en su
estómago, uno para alimentarlo y otro
para drenar. Además recibe 12
diferentes tipos de medicación, y muy a
menudo necesita sangre. Está postrado.
Como Ud. se dará cuenta parece un
vegetal. Pero todavía hay vida, no
importa cómo. No está en nuestras
manos eliminar una vida. Cuando el
Señor lo llame, será el momento de que
vaya a casa. Sé que se supone no me
tengo que enojar, pues es un pecado,
pero sé que no lo puedo remediar
cuando escucho que ellos quieren
quitarle la vida, y no alimentarlos a
través de un tubo de alimentación.
Dicen esto porque quieren darles algo
de dignidad. Es una sarta de disparates.
Y todo porque no quieren cuidarlos, y
ellos se preocupan más del
‘todopoderoso dinero’ que de la vida en
sí misma. ¿Por qué no son capaces de
ver la belleza de la manera en que lo
hizo nuestro Señor cuando caminaba
entre nosotros? Como Jesús nos cuidó y
nos amó. Jesús dijo: ‘No juzguéis si no
quieres ser juzgado’. ¿Cómo puedo
juzgar, sabiendo que ellos se equivocan
respecto a la vida? Vea Ud., yo cuido de
mi hijo en mi casa, y también de mi
madre. Yo sigo adelante porque como
ud. sabe, se que Jesús siempre está en
mi corazón y en mi alma no importa lo
que pase. Y Jesús me da su fuerza para
hacer lo que debo hacer. Mi esposo aun
se encuentra trabajando en otra
provincia. Y a pesar que estos dos hijos
no son hijos nuestros, sino adoptados,
los siento como míos. He estado
cuidando de este chico por diez años, y
con la ayuda del Señor, siempre lo haré.
Aunque sea un trabajo duro, nunca
pondré a mi hijo ni a mi madre en una
casa orfanato o geriátrico”.
Esta es una carta sorprendente, ¿o no?
Estos niños inválidos no son sus hijos.
Esta mujer sabe lo que es importante, y
tiene un sentido muy real de la seguridad.
Su seguridad no está puesta en este
mundo, sino en el mundo que vendrá, la
verdadera seguridad. No estoy intentando
promocionar la inseguridad, sino que
intento señalar que hay una falsa
seguridad en este mundo, una seguridad
que se desvanece, no importa cuan rico,
cuan poderoso, cuan joven, cuan talentoso,
cuan sana pueda ser una persona. “Esta
noche se te pedirá tu alma”. Estas
palabras las puede oír cualquiera, y en
cualquier momento.
Vivimos en Nueva York, en una ciudad
con extremos increíbles, es un lugar
apocalíptico. Sólo me quedo acá porque
creo que es donde Dios quiere que esté, y
después de sesenta años he aprendido a
vivir con sus locuras y con sus asombrosas
místicas atracciones. La noche de Navidad
paso siempre este momento especial con
gente que no tiene nada más que aquello
que trae en unas pequeñas bolsas de
plástico. Todo lo que tienen es el asilo
“Padre Pío”. Ellos están muy
desprotegidos. Sin embargo tienen una
serena paz y tranquilidad capaz de
hacerles pasar una gran fiesta de Navidad.
Y al mismo tiempo tenemos gente en esta
misma ciudad que tiene millones y
frecuentemente están tristes y encerrados
en sí mismos. Se sienten miserables,
rodeados de comodidad pero no de
felicidad.
Joseph Fitzpatrick, S.J., fue un famoso
sociólogo, un sacerdote modelo, un
verdadero nioyorquino. El único alarde
que hizo fue cuando una vez fue elegido el
“Puertoriquense del año” por su trabajo
con la comunidad hispana. Habló a los
religiosos de un interesante evento de la
vida Benjamin L. Massey, S. J., de su gran
trabajo con los obreros.
En los días cruciales del movimiento
obrero, el padre Massey era llamado
frecuentemente para negociar las huelgas.
Estaba afuera, en las minas de carbón,
cuando John L. Lewis y la Unión de
Mineros estaban enfrentándose a los
propietarios de las minas. El mismo Lewis
estuvo allí con su rostro áspero y con su
gran cabeza cubierta de cabellos blancos,
se veía como un profeta. A la izquierda
estaban los mineros, a la derecha los
propietarios, todos hombres muy
saludables. Y en el medio estaba el padre
Massey y un par de hombres del clero que
intentaban negociar. John L. Lewis se
levantó y dijo, mirando a los mineros:
“Amigos”; luego miró a los clérigos y
dijo: “Romanos”, y finalmente miró a los
propietarios y dijo: “Millonarios”.
Amigos, romanos y millonarios. En
Nueva York tenemos muchos millonarios.
Muchos son muy generosos. Nueva York
tiene muchos hospitales, servicios
públicos, museos, y servicios que esa
gente rica prácticamente donó y sostiene.
De hecho hay una Iglesia en Nueva York
que la llaman “El escape del Fuego”.
Dicen que el hombre que la hizo construir
estaba intentando escapar del infierno
cuando la donó.
Puedo dar testimonio de que hay
mucha gente que ayuda muy
generosamente nuestro trabajo con los
carenciados sin presumir ni pedir a cambio
otra cosa que las oraciones de los frailes,
de las hermanas y de los pobres. Los
frailes estaban intentando recuperar una
muy antigua escuela para convertirla en un
centro de educación religiosa en una zona
muy pobre del Bronx. Cuando mostraba
este proyecto a un abogado muy exitoso,
le mencioné que iba a intentar transformar
el viejo auditorio en un gimnasio. El
preguntó: “¿Cuánto cree que costará hacer
eso?” Le expliqué que había que construir
además los vestuarios y conseguir otros
equipos, por lo que estimaba que serían
unos 50.000 dólares. Me dijo: “Espere un
minuto”, y en el mismo momento hizo un
cheque por esa suma. Por supuesto, tuvo
que llamar una ambulancia para llevarme
al hospital porque me dejó en estado de
shock.
Otra muy fina mujer no tenía idea de
que estábamos intentando amueblar este
centro cuando me escribió sobre su hija.
Nunca había oído de esta mujer, pero le
escribí una pequeña nota sobre una
despareja butaca de avión adaptada donde
habitualmente escribo mi correspondencia.
Le aseguré mis plegarias. Me respondió,
“estamos celebrando con mi esposo
nuestro 45 aniversario de casados, por lo
que aquí tiene un cheque por $45.000”.
Estos son ejemplos de gente que está bien
y relativamente bastante seguros, pero que
también son muy generosos. Debería
haberlos y los hay. A nosotros nos encanta
ayudarlos a ellos así como lo hacemos con
los pobres. Es una ayuda para todos.
Donde sea que trabajes, sea en un
supermercado, sea en un jardín, recuerda
que no estás seguro. Todos estamos
viviendo en el límite, y nos aproximamos
hacia la eternidad siempre a la misma
velocidad: 24 horas al día, 7 días a la
semana. A continuación doy algunas
sugerencias de como vivir esa necesidad
de seguridad en armonía con el Evangelio.

Algunas sugerencias
En primer lugar, pon en orden tus
prioridades. Sé que la mayoría de los
lectores están preocupados por esta
seguridad económica. Otros se preocupan
por su salud física. Lo importante es poner
el tesoro donde debe estar. Repítanse a
Uds. mismos las palabras de Jesús:
Amontonad más bien tesoros en el cielo,
donde no hay polilla ni herrumbre que
corroan, ni ladrones que socaven y roben
(Mt 6, 20). Es una deuda con nosotros
mismos, y lo necesitamos para dar
ejemplo a nuestros familiares y amigos, de
los cuales la mayoría se ha convertido
increíblemente en materialistas. Debemos
recordárselo a través de nuestra frugalidad
en el uso de las cosas, la modestia en lo
que vestimos, y por la simplicidad de las
cosas que usamos. Si eres cristiano, debes
vivir como alguien convencido que aquí
no tenemos una ciudad permanente, sino
que buscamos el Reino de Dios.
En segundo lugar, debemos vencer
nuestros sentimientos de inseguridad
financiera con la generosidad. Hay que ser
generosos cuando estás seguro e incluso
cuando tu seguridad es puesta a prueba. Si
tienes poco para dar, dalo alegremente.
Recuerda a la viuda, a quien el Señor
alabó porque dio todo lo que tenía al
tesoro del templo.
Lo tercero, es que debemos dar
ejemplo de generosidad. Un anciano
sacerdote, que no está ya muy bien, hace
sus compras de Navidad en pocos minutos
y a su vez da un gran ejemplo a toda su
familia. Suele enviarme recuerdos de
todos sus familiares y amigos, y me da
dinero para comprar la comida de los
pobres con el nombre de cada uno de de
sus familiares. Sus parientes a su vez
reciben una nota en la que les avisa que p.
Eduardo arregló pagar con sus nombres
una comida para los pobres en Navidad.
Estas notas no sólo les consiguen las
oraciones de los pobres y de nuestra
comunidad por ellos, sino también que les
dan un gran ejemplo. El Cardenal Cooke
solía decir: “El mejor regalo que un amigo
puede dar a otro es la oración”. Tan sólo
piensa en toda la basura, los juguetes tan
caros (no me refiero a los juguete de los
niños sino a los de los adultos), la basura
que se compra en Navidad y se regala a
gente que no la necesita o ni la quieren o
no saben qué hacer con ella. Nosotros
queremos dar cosas pequeñas que son
atractivas, tal vez un poco inusuales. Eso
es laudable. Pero si miras los precios de
las cosas que se publican en las listas de
propaganda para “la gente que lo tiene
todo”, te das cuenta que no lo tienen todo;
no tienen quienes hagan una oración por
ellos. Algunas de las personas que lo
tienen todo, no tienen alguien que rece por
ellos, y solo acostumbran decir muy pocas
oraciones.
No os amontonéis tesoros en la tierra,
donde hay polilla y herrumbre que
corroen, y ladrones que socavan y roban.
Amontonaos más bien tesoros en el cielo...
(Mt 6, 19-20). Estas no son las palabras de
San Pablo, o San Juan, o San Pedro. Son
las palabras de Jesucristo. Son palabras
sugestivas y sorprendentes. Quienes hayan
seguido esas palabras alcanzarán una
seguridad que nadie se las podrá quitar.
Saben donde están parados, y hacia donde
van, mientras el mundo no sabe donde se
encuentra o hacia donde va. Estamos
parados justo en frente a una pared
invisible. Y al otro lado de esta pared
invisible esta la realidad eterna. El poeta
místico William Blake observó muy bien
que en el otro mundo hay una puerta. De
un lado de esta puerta está la puerta del
Cielo. Del otro lado la puerta del Infierno.
La realidad de Dios no cambia ni puede
ser cambiada, es una realidad
increíblemente tan hermosa e incapaz de
ser explicada con palabras, como la
recompensa para quienes siguen a Dios.
Hay una realidad tan terrible y tan horrible
que es imposible de ser expresada con
palabras, para quienes no siguen a Dios. El
hombre moderno se preocupa de su propia
seguridad. Más bien ellos deberían temer,
porque su mundo se dirige rápidamente
hacia el paganismo, y el paganismo
provoca la ceguera sobre el verdadero
sentido de la vida.

Lo que deberíamos temer


Necesitamos sentirnos inseguros sobre
las cosas “correctas”. Yo me siento muy
inseguro ante la realidad de que no he
hablado suficientemente contra el mal. Me
siento inseguro por las veces que he
colaborado con el mal de una manera
pasiva en algunas oportunidades. Se que
en el Día del Juicio se me pedirá cuenta de
estas cosas. Pero no estoy inseguro sobre
las cosas de este mundo. Es más difícil
para un laico que para mí. Soy un fraile. Si
algún día se me hace un agujero en mis
calcetines, alguien me dará algunos
dólares para comprar uno nuevo. Nuestra
pequeña comunidad intenta seguir
seriamente a San Francisco. No
ahorramos. No tenemos ninguna
propiedad real. Y a pesar de eso estamos
seguros. No nos preocupamos. El Señor
proveerá. Si alguna vez los frailes
llegáramos a decidir invertir y empezar a
ahorrar dinero, me asustaría; pero por
ahora no tengo ningún miedo, porque
estamos confiados en el Señor.
En tu vida, especialmente como laico,
o como sacerdote diocesano, o como
miembro de una comunidad religiosa que
dirige alguna institución, no puedes
confiar en el Señor de la misma manera.
Pero tú, personalmente, debes confiar sólo
en Él. Si tú confías en las riquezas de este
mundo, en las posesiones mundanas, te
decepcionarás. Serás estafado. Aun
cuando tengas enormes posesiones
terrenas, cuando mueras, todas ellas te
engañarán. Tus propiedades te
defraudarán. Ellas constituyen el engaño
más grande de todos. Son ídolos de oro.
Rico o pobre, un buen cristiano es
generoso y, sobre todo, confía en Dios.
San Pablo, quien no tenía nada cuando
viajaba por el mundo, ganando su pan
diario como fabricante de tiendas,
predicando y mendigando un poco,
escribió: Pues estoy seguro de que ni la
muerte ni la vida ni los ángeles ni los
principados ni lo presente ni lo futuro ni
las potestades ni la altura ni la
profundidad ni otra criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 8, 38-
39). La seguridad consiste en esto, y en
nada más.

Oración
O Dios, Padre nuestro, Tú nos das nuestro
pan de cada día. Nos das lo que
necesitamos y muchas veces mucho más
de lo que necesitamos. Nos dices en las
Palabras de tu Divino Hijo que confiemos
en Ti, y nos fiemos de Ti en todas las
cosas. Muchas veces nos llenamos de
miedo. Tememos perder nuestra
seguridad, nuestra posición en la vida,
nuestra salud, nuestra reputación, lo que
nosotros consideramos “importante”.
Tememos vivir y aún más tememos morir.
Danos tu Espíritu Santo para que podamos
encontrar paz en Ti. Fortalécenos en los
momentos de necesidad. Sobre todo, tu
Santo Espíritu nos enseñé a ver lo que es
verdaderamente importante y a renunciar a
lo que no es verdaderamente importante y
que quizás sea un obstáculo en nuestro
camino hacia Ti. El Señor Nuestro
Jesucristo, el pobre carpintero de Nazaret,
el predicador ambulante sin techo que lo
cobijara, el hombre condenado a muerte y
privado de las cosas de esta tierra,
incluyendo la vida, sea nuestro modelo.
Haz que no deseemos estar más seguros de
lo que Él estuvo. Y que cuando las cosas
nos sean quitadas y nuestra seguridad se
desvanezca, sea su ejemplo y vida, una luz
que nos guíe por el breve viaje de esta
vida. Padre Celestial, sólo tú tienes
riquezas que el tiempo no puede arrebatar.
Sólo Tú puedes darnos el Reino que no
perece. Pedimos, Señor, que por el
ejemplo de tu Hijo y la gracia de tu
Espíritu Santo, nosotros y todos nuestros
seres queridos tengamos la verdadera
seguridad basada en la aceptación de Tu
Divina Voluntad. Que tengamos ojos para
ver más allá de este mundo y corazones
para amar aquello que no pasa, sino que
permanece para siempre. Amén.
CAPÍTULO 4: CUANDO LA IGLESIA NOS
HA DEFRAUDADO

Difícilmente pasa una semana en la


cual alguna persona no me diga que la
Iglesia o algún representante suyo lo ha
decepcionado o lastimado gravemente.
Algunas veces estos cristianos heridos
están tristes, pero es más frecuente que
estén muy enojados. A veces, ni siquiera
recuerdan que ni yo ni ningún otro
sacerdote u obispo representan a toda la
Iglesia. Es doloroso para ellos y para
nosotros. A decir verdad, es muy probable
que cuando uno más cercano está a la
Iglesia, más veces se sienta herido por
Ella. Sospecho que quien más a menudo
es lastimado por la Iglesia en este mundo,
es el mismo Papa, porque constantemente
cae bajo las críticas de todos, no sólo
ataques de quienes están fuera de la
Iglesia, sino también por las quejas que
siembran descontento de quienes están
dentro de Ella. La pregunta que a todos
surge, ya sea Papa o párroco, es la
siguiente: “¿Cómo puede la Iglesia
causarnos daño tan frecuentemente y
seguir siendo aun el Cuerpo Místico de
Cristo?”. Seguramente tenemos razón en
esperar una mejor atención por parte de la
representante histórica del Amable
Salvador del mundo.
Parte de nuestro problema es que
usamos la expresión: “la Iglesia” para
describir un sinnúmero de cosas
relacionadas, pero que según diversos
grados, son muy distintas unas de otras. La
palabra “iglesia” adquiere diversos
significados. Así, puede indicar un edificio
material. Puede también significar una
denominación cristiana particular, como
por ejemplo la “Iglesia Luterana”. Puede
aludir a una determinada parroquia o una
diócesis. Así si alguien dice: “Tengo
problemas con la iglesia local”, esto puede
significar que tiene problemas con
cualquier cristiano del mundo, o con algún
católico, es decir, un miembro de “la
Iglesia Católica”. La palabra “católico”
significa “universal”, derivado del griego
kata holos, que significa “de todo el
universo”.
Otra fuente de confusión es qué se
entiende cuando hablamos de “miembro
de la Iglesia Católica”. Por ejemplo,
cuando hablamos de los “católicos de
Estados Unidos”, se suele decir en los
periódicos que el 54 por ciento de los
católicos, para dar un ejemplo corriente,
no están de acuerdo con los obispos en tal
cosa o en tal otra. ¿Quiénes forman ese 54
por ciento? ¿Son un porcentaje de qué
cosa? Quienes hacen las encuestas,
simplemente preguntan a la gente: “¿eres
católico?”. Una vez, cuando era capellán
de un hogar de niños, tuve en mis clases
de catecismo un niño que decía ser
católico y que preparamos para el
Bautismo y la Primera Comunión.
Después, descubrimos que se decía
“católico” porque su primo jugaba al
básquet en el gimnasio de un centro
juvenil católico en Harlem. Ese era el
único tipo de relación que toda la familia
tenía, y por eso pensaban que eran
“católicos”. Los estudiantes contratados
para hacer encuestas llaman por el
teléfono y preguntan: “¿Eres católico?”, si
respondes “sí”, preguntan: “¿Estás de
acuerdo con el Papa sobre el control de la
natalidad?”, algunos responden: “No”. Y
así esta parte de “disidentes” se suma al
porcentaje de los que están en desacuerdo
con el Papa. En realidad no tenemos idea
si estos son católicos sinceros que
defienden a la Iglesia, ni si participan
alguna vez de la Misa.
A una joven de mi familia que iba a
una escuela católica no sólo le enseñaron
que Dios es mujer sino que también
Jesucristo era mujer. Sus maestros
necesitan terapia, una prolongada terapia.
¿Qué se entiende cuando uno dice: “Soy
miembro de la Iglesia Católica”? ¿Qué
significa cuando Phil Donahue o algún
otro periodista dice: “Yo soy católico”, o
cuando Madonna u otra actriz blasfema
dice: “Yo soy católica”? Están abusando
de la Iglesia Católica y pretendiendo tener
una participación activa en ella, mayor de
la que alguna vez han tenido. Por sus
obras, mas bien están ciertamente
atacando a la Iglesia Católica y
blasfemando tanto contra ella como contra
su Fundador. ¿Qué se entiende entonces
por “Iglesia”?

¿Qué significa “Iglesia”?


En primer lugar significa el “Cuerpo
Místico de Cristo”, expresión fuerte usada
por San Pablo: Porque nadie aborrece su
propia carne; antes bien, la alimenta y la
cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la
Iglesia, pues somos miembros de su
Cuerpo (Ef 5, 29-30). Él es también la
Cabeza del Cuerpo, la Iglesia (Col 1, 18).
Existe una realidad espiritual escondida en
la Iglesia visible, es el Cuerpo Místico
unido profundamente de manera espiritual
con todos sus miembros4. Lo que vivifica
4
N. del tr. Con posterioridad a la redacción de este libro,
se publicó el Compendio del Catecismo de la Iglesia
Católica, que por su brevedad, claridad e integridad, se
dirige también a toda persona que quiera conocer el Camino
entregado por Dios a la Iglesia de su Hijo. En el Compendio
se enseña: “¿Dónde subsiste la única Iglesia de Cristo? La
única Iglesia de Cristo, como sociedad constituida y
organizada en el mundo, subsiste (subsistit in) en la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los
obispos en comunión con él. Sólo por medio de ella se
puede obtener la plenitud de los medios de salvación,
puesto que el Señor ha confiado todos los bienes de la
Nueva Alianza únicamente al colegio apostólico, cuya
cabeza es Pedro” (162); y más adelante: “¿Por qué decimos
al Cuerpo Místico es la gracia de Dios. Es
más, la misma Iglesia enseña que sus
miembros no se restringen tan sólo a
quienes están actualmente en estado de
gracia. Eso fue definido en el momento de
la Reforma. Algunos de los reformadores
decían que sólo son miembros de la Iglesia
aquellos que actualmente se encuentran en
gracia. Los obispos de la Iglesia Católica
negaron esta concepción de una “Iglesia
de Santos”. Los que están en pecado no
reciben ningún beneficio del ser miembros
de la Iglesia, pero aun son sus miembros.
Son miembros enfermos. Son miembros
en problemas. Uno no queda excomulgado

que la Iglesia es católica? La Iglesia es católica, es decir


universal, en cuanto en ella Cristo está presente: «Allí
donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica» (San
Ignacio de Antioquía). La Iglesia anuncia la totalidad y la
integridad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de
los medios de salvación; es enviada en misión a todos los
pueblos, pertenecientes a cualquier tiempo o cultura” (168).
de la Iglesia si peca simplemente y por
tanto no está en estado de gracia5.
5
N. de tr. Un texto de Santo Tomás de Aquino presenta
sencillamente esta verdad: “Los miembros del cuerpo
natural coexisten todos al mismo tiempo, no así los del
Cuerpo místico, y ésta es la diferencia entre el cuerpo
natural y el Cuerpo místico de la Iglesia. La no-coexistencia
al mismo tiempo la podemos considerar, ya por relación a
su ser natural –la Iglesia, en efecto, se constituye por los
hombres que existieron desde el principio hasta el fin del
mundo–; ya por relación al ser de la gracia; y así entre los
miembros de la Iglesia, aun entre los que viven en un
mismo tiempo, hay quienes no poseen la gracia, pero que la
poseerán, y hay quienes están privados de gracia,
habiéndola antes poseído Así, pues, se ha de considerar
como miembros del Cuerpo místico no sólo quienes lo son
en acto, sino también aquellos que lo son en potencia. Entre
estos últimos hay quienes jamás han de pertenecer en acto
al Cuerpo místico; pero hay otros que pertenecerán en un
momento dado, según un triple grado: por la fe, por la
caridad en ésta vida, por la bienaventuranza en el cielo. -
Considerando en general todas las épocas del mundo, Cristo
es cabeza de todos los hombres, pero en grado diverso. En
primer lugar y principalmente, es cabeza de quienes
actualmente están unidos a Él en la gloria; en segundo
lugar, es cabeza de aquellos que están actualmente unidos a
Él por la caridad; en tercer lugar, es cabeza de todos
aquellos que están unidos a Él por la fe; en cuarto lugar, es
cabeza de quienes están unidos a Él sólo en potencia y que,
según los designios de la predestinación divina, han de
La mayoría de las veces, cuando
decimos “Iglesia”, nos referimos a su
aspecto visible, externo, guiado por los
obispos y el Papa, e incluso personas que
tienen alguna responsabilidad: el clero, los
religiosos, los laicos activos, el consejo
parroquial, la sociedad de San Vicente de
Paul, etc. Algunos dicen: “yo trabajo para
la Iglesia”. “¿En qué trabajas?” Y
responden: “En el Hospital de Santa
María”. Eso es, para estas personas, la
“Iglesia”. “Yo trabajo para la Iglesia”.
¿Eso significa en el obispado, en una
oficina de la diócesis, o en una parroquia?
Esta es una serie de preguntas que uno
debería tener en mente cuando alguien le
dice que la Iglesia lo decepcionó. En
pertenecer en acto en un determinado momento. Por último,
es cabeza de todos los que están unidos a Él en potencia y
jamás lo han de estar en acto, y tales son los hombres que
viven en este mundo y que no están predestinados. Cuanto a
estos últimos, desde el momento en que abandonen este
mundo, ya no serán miembros del cuerpo de Cristo, pues ya
no estarán en potencia para serle unidos” (STh 3, q. 8, a 3).
realidad, cuando la gente dice que la
Iglesia le falló, se refieren a sus
parroquias, o a su diócesis, o a un obispo
diocesano. Se refieren también a la Iglesia
Católica en los Estados Unidos, o a la “la
Iglesia Estadounidense”, por emplear una
expresión corriente pero totalmente
inaceptable. (No se tú, pero yo no
pertenezco a “la Iglesia Estadounidense”.
Pertenezco a la Iglesia Católica peregrina
en los Estados Unidos. ¿Quién es la
cabeza de esta “Iglesia Estadounidense”?).
Ciertamente que podrás encontrar una
“Iglesia Estadounidense”, pues hay gente
tonta que por su propia cuenta inicia
pequeñas iglesias independientes. Solía
haber una iglesia en Harlem llamada
“Iglesia Católica Independiente de la Rosa
Mística de María”. Era la gestión
empresarial de un hombre del clero que
decidió seguir siendo católico, pero
metiendo sus manos directamente en el
asunto, y sin ningún contacto con el
Vaticano, la Guardia Suiza, etc. Cada
tanto alguien lanza y comienza una
“Iglesia Católica Ortodoxa”, o “la Antigua
Iglesia Católica”. Si alguien me hubiera
dicho tiempo atrás que se venía un cisma
en la Iglesia Católica de Estados Unidos y
que la llamarían así: “la Iglesia Católica de
Estados Unidos”, no me hubiese
asombrado en lo más mismo. Algunas
personas parece que ya han iniciado ese
camino. Y todo terminará en nada.
Más allá de los distintos significados
que puede tener la palabra “iglesia”,
quienes leen este libro pueden decir: “la
Iglesia me ha defraudado”. Pudo haber
sido la parroquia, la diócesis, una escuela
Católica, una institución perteneciente a la
Iglesia, una publicación Católica, o algún
Obispo. Cualquiera podría presentar una
queja semejante. Más o menos casi todos
los sacerdotes o religiosos pueden decir lo
mismo, y tendrían quejas legítimas o
reproches, pues en su larga vida de
servicio a la Iglesia hubo alguna vez o
hubo algún lugar, donde fue dejado de
lado, despreciado o incomprendido. Llevo
ya 45 años como religioso, y te puedo
decir que a menudo me encuentro molesto
con cierto sector de la Iglesia. Las
posibilidades de ser herido son enormes, y
son mayores cuanto más comprometido
está uno. Por ejemplo, gente muy generosa
se acerca a la Iglesia buscando una
posibilidad de poder servir, dar de su
tiempo y energías. Tal vez den sus vidas
en la vocación religiosa. Por años las
cosas van bien, son apreciados o en última
instancia se les da la oportunidad de
trabajar duro y poder hacer algo. Pero en
un cierto momento se produce un cambio.
Aparecen nuevos dirigentes, y los de la
“vieja línea” se van. Se les da un mínimo
o casi ningún reconocimiento por todo el
trabajo que han hecho. Y les viene el
sentimiento que Dios mismo no tiene en
cuenta lo que ellos han hecho. Así ellos,
comprensible pero equivocadamente, se
enojan con Dios, o con toda la Iglesia
Católica, desde el Papa hasta el último
fiel. Es un sentimiento tremendo. Lo sé.
En menor escala eso puede sucederle a
cualquier fiel parroquiano o miembro de la
Iglesia. Han sido generosos hasta el punto
del sacrificio. Han dado aún hasta que les
dolía, pero viene un nuevo párroco o
administrador, y quedan completamente
olvidados. Saben que Dios no hizo eso,
pero emocionalmente sienten que han sido
rechazados. Ecos de esos sentimientos se
pueden entrever en las palabras de los
profetas contra los hebreos, y en los
escritos de San Pablo y San Juan.
Tal vez la peor de todas estas
experiencias sea cuando a alguno de
nuestros seres queridos se los ha
corrompido y se les enseñó el error por
parte de quienes representan a la Iglesia.
He oído esta amarga queja de padres que
se han esforzado por dar a sus hijos una
educación religiosa y descubren que fue
sumamente deficiente o más aun
claramente contraria a las enseñanzas del
Evangelio y de la Iglesia. Y se agrega la
ofensa a la herida, cuando ante las quejas
legítimas, se da una respuesta inadecuada
de parte de las autoridades eclesiásticas.
Debemos reconocer, que las autoridades
muchas veces están limitadas en lo que
puede hacer, mucho más limitadas de lo
que la gente normalmente piensa. Pero aun
así, el sentimiento es: “la Iglesia nos ha
fallado”.

Por qué falla la Iglesia


Cuando podemos pensar claramente,
vemos que si los líderes de la Iglesia nos
fallan no es el Cuerpo Místico o Cristo
quien nos falla. No es nuestro Divino
Salvador quien nos falla. Recuerda esto,
porque sino te enojarás con Dios. “No
estoy yendo más a la Iglesia. Dios me
falló”. Dios no te falló, fulano o mengano
te fallaron. Ellos son quienes te
defraudaron, ellos defraudaron también a
Dios.
La razón por la cual la Iglesia nos falla
es porque está hecha de seres humanos. La
Iglesia es una unidad de seres humanos
con pecado original y su consiguiente
inclinación al mal. No hablo de la Iglesia
Celestial de los santos o de aquello en lo
que la Iglesia permanece intocable en su
integridad que son los sacramentos,
porque es así como Dios los ha instituido
(si recibes el sacramento de un sacerdote
indigno de todas maneras recibes el
sacramento). No me estoy refiriendo a la
Iglesia que nos da la Biblia, la Iglesia que
certificó el Antiguo Testamento e
identificó los libros del Nuevo
Testamento. No me estoy refiriendo a la
enseñanza Apostólica de la Iglesia,
entregada por Cristo y conducida por la
guía del Espíritu Santo.
Es el lado humano de la Iglesia que
puede herir a cualquiera, es más, esta parte
de la Iglesia es la misma que hace un bien
inestimable. Al mismo tiempo, este lado
humano puede romper tu corazón. He
trabajado para la Iglesia toda mi vida.
Unos años atrás, celebré mi 50 aniversario
como monaguillo. Fui herido cuando era
monaguillo: fui corregido cuando no lo
merecía. Concurrí a colegios católicos por
25 años, y he sido herido por algunos de
mis profesores. Pero he sido mucho más
ayudado que herido. Lo mismo puede
decirse de sacerdotes y obispos que he
conocido. He sido herido por algunos,
pero ayudado por muchos más. He sido
herido por comunidades religiosas pero
mucho más ayudado por ellas. El
problema es que cuando estos
representantes de la Iglesia me han herido,
tuve la misma reacción que tienen las
personas que sienten que Dios les ha
fallado. Nos pasa a todos.
Déjenme que les de ejemplos de gente
de nuestros tiempos que han sido
gravemente heridos por la Iglesia. Se
sorprenderán notablemente. El Padre Pío,
el maravilloso sacerdote estigmatizado,
permaneció prácticamente en arresto
domiciliario por décadas por orden de la
Santa Sede. Desde que recibió los
estigmas hasta su muerte, el Padre Pío
nunca dejó el pequeño pueblito donde
vivía, San Giovanni Rotondo. Nunca. Por
años incluso le fue prohibido celebrar la
Misa en público.
El sacerdote capuchino Solano Casey,
ha quien actualmente se lo ha propuesto
para la causa de canonización, nunca oyó
una confesión en su vida. Sólo una o dos
veces predicó un verdadero sermón. Eso
fue porque las autoridades de su
congregación pensaron que no era
suficientemente brillante. Por la misma
razón nunca pudo votar en las elecciones
de su orden. Tal vez el más grande
sacerdote capuchino que haya habido en
los Estados Unidos no pudo predicar ni
confesar. No puedo decir que alguna vez
lo haya visto angustiado por este gran
desprecio, que era totalmente inmerecido.
Tal vez por eso sea declarado santo.
Volviendo a la historia de la Iglesia,
encontramos que San Alfonso de Ligorio,
ahora honrado como Doctor de la Iglesia,
fue obligado a salir de la orden que él
mismo fundó, los Redentoristas, para que
de esta manera no fuera suprimida. Y a él
no se le permitía celebrar Misa en los
Estados Pontificios más allá de que era
obispo. ¡Increíble! Santa Juana de Arco
fue quemada en la hoguera por sentencia
del Obispo de Beauvais y 11 teólogos;
ahora, del otro lado de la torre, se
encuentra el decreto papal que, 20 años
después, la exoneraba y condenaba a los
jueces por su modo de obrar. A pesar de
que ella apeló al Papa, el obispo no dio
lugar a su pedido, y el mismo incurrió en
una censura.
No se sorprendan que incluso los papas
sean lastimados por la Iglesia. Un amigo
personal del Papa Pablo VI dijo que él
esperaba su propia muerte. Sus años como
Papa fueron increíblemente difíciles, en
tiempos de gran tempestad en la Iglesia.
Un obispo que celebró una de las Misas de
responso por el alma de Pablo VI en el
momento de su muerte dijo en su sermón,
“Pablo, nosotros no te amábamos”.

Una historia increíble


Permítanme que les cuente una historia
increíble, de un obispo que fue
terriblemente lastimado por la Iglesia
durante treinta años. Era un obispo que
vivió en Nueva York, Bonaventure
Brodrick. Trabajó como vicario de los
religiosos en la arquidiócesis de Nueva
York desde 1940 a 1943. El obispo
Brodrick se ganó gran parte de su vida
administrando una estación de gasolina.
Hasta que aparecieron las nuevas y súper
modernas estaciones de gasolina, solía
haber un pequeño y simpático artefacto al
final del surtidor que provocaba la
detención automática cuando el tanque
estaba lleno. Este artefacto fue inventado y
patentado por el obispo Bonaventure
Brodrick. Vivió en parte de lo que ganó
gracias a este invento.
He sido capaz de reconstruir esta
historia increíble, que se remonta a los
tiempos posteriores a la guerra hispano –
americana durante la cual Estados Unidos
ocupó Cuba. Por algún motivo se decidió
hacer obispo auxiliar de La Habana a un
sacerdote estadounidense, el padre
Brodrick. El obispo Brodrick fue a Cuba,
y poco después los cubanos decidieron
que no querían un obispo estadounidense.
Lo enviaron de regreso a Nueva York,
pero nadie necesitaba un Obispo Auxiliar.
Por lo que la arquidiócesis debía
encontrarle un trabajo. Lo pusieron a
cargo de la colecta anual para la Santa
Sede, pero nadie quería un obispo en ese
cargo, así que se quedó sin trabajo.
Después de un largo tiempo escribió una
carta sugiriendo que podría resultar
escandaloso para un obispo permanecer
mucho tiempo sin trabajo. Le llegó la
respuesta: “Espere”. Y él esperó. Para
ganarse la vida abrió una estación de
gasolina.
Décadas después, el arzobispo Francis
Spellman fue enviado a Nueva York.
Como cuenta la historia, el Papa Pío XII le
pidió que averigüe lo que había pasado
con el obispo Brodrick. Nadie en la
arquidiócesis sabía lo que había sucedido
con él, pero encontraron una antigua
dirección en un pueblo al norte de Nueva
York. El arzobispo Spellman condujo él
mismo hasta esa dirección. Era una
estación de gasolina. Según sigue la
historia, se bajó y preguntó al que atendía
la estación: ¿Quién es el dueño de esta
gasolinera? El joven contestó “Doc
Brodrick”. El arzobispo preguntó dónde
vivía. El joven le indicó una pequeña casa
cerca de allí. Quien pronto sería
“Cardenal” Spellman fue allí y llamó a la
puerta, y salió un hombre anciano vestido
con un overall. “¿Obispo Brodrick?” El
hombre respondió: “Si”. Él dijo, “Yo soy
el arzobispo Spellman, y vengo a ver si
puedo hacer algo por Ud.” La respuesta
fue: “Pase, lo he estado esperando durante
treinta años”. El arzobispo Spellman lo
hizo obispo auxiliar de Nueva York y
vicario para los religiosos. No conozco
ninguna otra persona que haya sido tan
lastimada por la Iglesia. Me pregunto si
alguien debería introducir la causa de
canonización de Mons. Brodrick y
nombrarlo santo patrono de la paciencia.
Y en vez de ser retratado con un lirio o
algo parecido en las manos podría ser
retratado sosteniendo una manguera de
combustible con el pequeño artefacto en
su extremo que él mismo había inventado.

¿Cómo puede ser que la Iglesia de Cristo


nos defraude?
La pregunta es obvia, ¿cómo puede
suceder esto en una Iglesia que ha sido
fundada por Cristo? La respuesta la
encontraremos en los Evangelios. ¿Qué se
dice en ellos de los Apóstoles? ¿Cómo se
comportaron? ¿Acaso no le fallaron a
Jesús cuando él más los necesitaba? En el
mismo día en que lo hizo sus sagrados
representantes suyos, el día en el cual les
dijo: “haced esto en memoria mía”, en ese
mismo día lo abandonaron. Cada año los
sacerdotes celebran el Jueves Santo como
el aniversario del sacerdocio católico.
También es el día en que los primeros
sacerdotes le fallaron terriblemente a
Nuestro Señor. Aquella tarde habían sido
consagrados como sacerdotes del Nuevo
Testamento. Pero después esa misma
noche, huyeron. ¿Te dice esto algo sobre
la Iglesia? ¿Es esa la verdadera Iglesia? Sí.
Pero en este mundo es un conjunto de
pobres pecadores. Será una Iglesia sin
mancha y sin arrugas o inmaculada, tal
como dice San Pablo, pero en la vida
eterna, no en este mundo. Cristo amó a la
Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla, purificándola mediante
el baño del agua, en virtud de la palabra,
y presentársela resplandeciente a sí
mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e
inmaculada (Ef 5, 25-27).
La Iglesia está construida por cerca de
casi mil millones de personas que
llevamos las consecuencias del pecado
original6. Son muchos males originados
por este pecado. Y esta inmensa cantidad
6
N. del tr. La Iglesia es santa, pero posee miembros
pecadores, necesitados de conversión. En el Compendio se
sintetiza muy bien esta verdad: “¿En qué sentido la Iglesia
es santa? La Iglesia es santa porque Dios santísimo es su
autor; Cristo se ha entregado a sí mismo por ella, para
santificarla y hacerla santificante; el Espíritu Santo la
vivifica con la caridad. En la Iglesia se encuentra la
plenitud de los medios de salvación. La santidad es la
vocación de cada uno de sus miembros y el fin de toda su
actividad. Cuenta en su seno con la Virgen María e
innumerables santos, como modelos e intercesores. La
santidad de la Iglesia es la fuente de la santificación de sus
hijos, los cuales, aquí en la tierra, se reconocen todos
pecadores, siempre necesitados de conversión y de
purificación” (166).
de gente hace cosas extraordinariamente
buenas, y algunos de ellos cosas
extraordinariamente malas. Si la Iglesia
Católica es la verdadera Iglesia de Cristo,
debes esperar ver en ella los más grandes
santos y los peores pecadores en la misma
Iglesia. Esto es lo que sucedió en el
tiempo de Cristo. Algunas iglesias
fundamentalistas tienen la idea que ellos
serán la Iglesia de los Santos. Tenemos,
por ejemplo, los Mormones, que se
proclaman a sí mismos “la Iglesia de los
Santos de los Últimos Días”.
Volaba hacia Salt Lake City, y a mi
lado estaba sentado un hombre que leía el
Libro del Mormón. Estaba muy bien
vestido, todo un caballero. Pidió un
whisky escocés con hielo para el
almuerzo, lo que está absolutamente
prohibido si eres mormón. Alguna vez
alguien me dijo que a esta gente la llaman
“Jack mormón”7. Es un apodo interesante.
Nosotros deberíamos tomarlo prestado
porque hay muchísimos “Jack catholics”
dando vueltas. Nadie vive la vida cristiana
perfectamente. Este mundo está lleno de
absurdos. Un mundo de creyentes y no
creyentes al mismo tiempo. Durante mi
larga vida he conocido jesuitas tontos,
dominicos confusos, capuchinos
orgullosos, franciscanos ricos, y salesianos
que no podían soportar los niños. He
conocido inmisericordes hermanas de la
Misericordia y hermanas de la Caridad sin
caridad e Hijas de la Sabiduría idiotas.
Lamentablemente soy un Franciscano de
7
La expresión “Jack Mormom” es un término acuñado en
el siglo XIX para describir a alguien que, sin pertenecer
oficialmente a los Mormones, era simpatizante de ellos, y
tenía cierto interés en sus creencias. Aplicando la idea,
quienes tienen algún interés en la Iglesia católica, pero que
no viven como la Iglesia católica enseña, o no terminan de
aceptar todas sus enseñanzas, se los podría llamar “Jack
católicos”, o en expresión de nuestro p. Castellani:
“católicos mistongos”.
la Renovación que debe recorrer un largo
camino para llegar a renovarse. Alguien
me preguntó una vez: “¿Qué es lo
renovado en usted?” No tuve respuesta.
Vayan y visiten Roma. Se dice que es la
ciudad donde los comunistas rezan y los
sacerdotes no. Todo en este mundo está un
poco mezclado, y a menudo es mucho
mejor reír que llorar. Cuando creas que en
tu vida ya todo está en su lugar,
seguramente es porque te habrás pasado
por alto algunas de las piezas más
importantes del rompecabezas. La vida es
un misterio.

La Iglesia de los pecadores de los últimos


días
Pienso que se podría dar a la Iglesia
Católica el nombre de “Iglesia de los
pecadores de los últimos días”. Eso es
todo lo que podemos pretender. Hay
algunas iglesias cristianas que se sienten
perfectas. Me dan lástima. Jimmy
Swaggart tuvo por un tiempo una de esas
iglesias, pero no perduró. Quizás fue para
su bien espiritual, el engaño apareció. Los
miembros de esa iglesia se creían santos,
pero es buena cosa saber que no lo eran.
Jesucristo no vino a salvar a los justos. Él
vino a salvar a los pecadores. Porque no
he venido a llamar a justos, sino a
pecadores (Mt 9, 13). Jimmy se proclamó
un penitente desde el momento en que
cayó en desgracia. Eso fue muy sabio.
Debería haberlo hecho antes, todo el
tiempo. Todos los seguidores de Cristo
son pobres, y si son sabios se confiesan
pecadores. He tenido el privilegio de
conocer personas que tal vez algún día
sean canonizados como santos, y todos
pensaron que eran pobres pecadores.
Es de esperar que esos pobres
pecadores, que forman parte de la Iglesia,
recibirán heridas y se herirán unos a otros.
Haber sido defraudado por algunos
hombres de Iglesia no es una razón para
abandonarla, es como haber sido
lastimado por algún miembro de la propia
familia, lo cual no es una razón para
abandonarla y huir a una isla desierta.
¿Acaso existe alguien que no haya sido
herido por algún miembro de su familia?
En su “Ciudad de Dios”, San Agustín
señala sabiamente que rompe el corazón
de cualquier persona buena el ver que
incluso, aun en su propia casa, no hay un
lugar seguro y que allí puede ser atacada
por un enemigo que se hace pasar por
amigo, o por algún enemigo que en otro
tiempo fue un ser querido8. Si cada uno de
nosotros renunciara a la raza humana
porque hemos sido lastimados por algún
ser humano, deberíamos trasladarnos cada
uno a planetas distintos.

8
SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, libro XIX, cap. 5.
¿Qué hacer?
Todos hemos sido heridos por algunas
personas de la Iglesia, quizás incluso por
sus autoridades. Cuando esto ocurre, lo
primero que hay que hacer es serenarse.
De hecho, es una buena medida cuando
has sido lastimado por quien sea. Sal a
caminar y cálmate. Los irlandeses tienen
un dicho: “Consúltalo con tu almohada”,
lo cual quiere decir: descansa bien. Luego
pregúntate, cuando estés calmo: “¿Es este
un verdadero problema?” “¿Acaso no
esperé demasiado de un hombre mortal?”
“¿Busco acaso en la Iglesia algo que
legítimamente pueda esperar?” La
respuesta probablemente sea: “Sí”. Y
parece razonable e incluso justo. Pero no
puedo exigir un trato absolutamente
amable y de confianza, ya que Jesucristo
mismo no lo encontró en muchos de los
miembros de la Iglesia que Él mismo
fundó. Como hemos visto, la Iglesia
siempre se edifica con personas débiles.
Cuando somos heridos por algún miembro
de la Iglesia, debemos reconocer que el
problema es que “la Iglesia” puede ser
incoherente. Las personas en la Iglesia
pueden ser agradables un día y malvadas
al día siguiente. Más aún, durante el
mismo día y en la misma parroquia, viven
quienes son extremadamente caritativos
junto con quienes son casi brutales en el
trato con los demás.
Entonces me tengo que preguntar:
“¿No me apoyo demasiado en los hombres
de Iglesia?” “¿Acaso ese exagerado apoyo
en los hombres no afectó mi abandono y
confianza en Dios y en su Hijo?” Lo sabes
muy bien, hay muchas personas que tienen
experiencias muy positivas en la Iglesia.
Fueron a una escuela católica, aprendieron
muchísimo. Fueron parte de algún grupo o
movimiento de Iglesia, y eso fue lo más
positivo que han hecho en toda su vida.
Piensan que eso va a durar para siempre.
Es lo que se llama la “luna de miel”, pero
no dura para siempre. Todo pasa. No te
apoyes demasiado en un grupo particular
de la Iglesia. Confía en Dios.

El Santo que no quería nada


La vida de San Juan de la Cruz, el
místico carmelita, es un caso modelo de lo
que acabamos de decir. Este buen hombre
estuvo siempre en problemas. Era muy
brillante, un hombre extremadamente
piadoso y espiritual. Bajo la dirección de
Santa Teresa de Ávila, construyó en una
oportunidad un noviciado para los frailes
carmelitas de la reforma. Cuando ella fue
a verlo, había cruces por todas partes. Ella
dijo: “Demasiadas cruces. Saquen
algunas”. Era muy directa y mucho mayor
que San Juan de la Cruz. Él ya había
sufrido mucho por la reforma que ella
quería llevar adelante. Juan de la Cruz,
porque observaba la antigua regla de los
Carmelitas, fue arrestado, encarcelado en
el monasterio, y golpeado tan duramente
en el refectorio que llevó las cicatrices a
su tumba. Inició la nueva comunidad bajo
la guía de Santa Teresa, y después de la
muerte de Santa Teresa, sus propios frailes
lo intentaron echar de la comunidad. Santa
Teresa no pudo venir en su rescate. ¿Te lo
puedes imaginar?
San Juan de la Cruz da este consejo a
los religiosos: vive en el mundo como si
vivieras allí sólo tú con Dios. No busques
nada. No te involucres en los negocios del
mundo que van y vienen. No tengas
grandes expectativas. Tan sólo haz lo que
debes hacer y di tus oraciones9. Suena un
poco severo, ¿no? De todas maneras hay
mucha verdad en sus palabras. Siempre
nos lastiman las personas queridas. Las
9
Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ, Puntos de amor, en Obras
completas de San Juan de la Cruz, La Plata 1944, 423-429.
personas que no amamos no nos pueden
lastimar mucho.
San Juan de la Cruz no murió como un
amargado, aunque sus hermanos
intentaron expulsarlo de la orden
acusándolo de idiota, precisamente a quien
se convirtió en un gran Doctor de la
Iglesia. No se cuando decidieron expulsar
a alguien por ser estúpido. Nadie defendió
a San Juan de la Cruz. Eran todos frailes, a
quienes él como maestro de novicios,
había educado. Les había enseñado lo
necesario para la vida espiritual, y aun así
ninguno lo defendió. Pienso que podrías
afirmar que “la Iglesia”, o una parte de la
Iglesia que para él era la más importante,
le falló. Sin embargo él permaneció sereno
y en paz. Ocupó esos momentos finales en
escribir sus magníficos libros y
aconsejando a laicos en dirección
espiritual, ya que ninguno de los frailes lo
hubiese escuchado.
El Hombre Menos Comprendido
Y llegamos a San Francisco de Asís.
Todos estamos familiarizados con sus
imágenes y la de sus frailes. A decir
verdad, San Francisco de Asís vivió los
últimos años de su vida en el exilio. Tenía
pocos compañeros, y su orden era
gobernada por un hombre, Elías de
Cortona, quien ciertamente fue su peor
enemigo. Elías ni siquiera murió como
franciscano.
San Francisco sufrió porque muy pocas
personas compartían su visión de las
cosas. Algunos de sus seguidores,
incapaces de vivir según su increíble
ejemplo, se desviaron hacia estúpidas
interpretaciones. Otros se desviaron hacia
el fanatismo. Algunos eligieron un
aspecto, otros otro, como la parte de su
mensaje a la cual querían dar más énfasis.
Al final casi todos lo abandonaron, y sin
embargo todos lloraron en su funeral.
Paralizados entre una actitud indulgente y
la arrogancia, entre sentimentalismo y
fanatismo, jamás entendieron a este
hombre santo, que se consideraba a sí
mismo como un simple. Al final de su
vida fue herido por quienes de hecho lo
amaban, pero que no lo comprendieron.
Aprendamos tanto de San Juan de la Cruz
como de San Francisco a no depender
demasiado de ninguna persona particular
de la Iglesia, sino a poner nuestra
confianza en Dios.
Si la Iglesia te hiere, siéntate y
pregúntate: “¿No me habré olvidado que
la Iglesia está compuesta por seres
humanos marcados con las huellas del
pecado original?” “¿No me habré olvidado
que ella es como una gran red que fue
arrojada al mar?” “¿Me habré olvidado
que en cualquier momento puedo
encontrar en la Iglesia algunas de las
mejores personas y también algunas de las
peores?” Empieza a mirar la Iglesia de
otro modo. San Francisco, hablando sobre
la posibilidad de ser perseguido por el
clero, escribió:
“Después me dio el Señor, y da tanta
fe en los sacerdotes que viven según la
forma de la Iglesia Romana, por el
orden que tienen, que si me persiguieran
quiero recurrir a ellos. Y si yo tuviese
tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo y
hallase a los pobrecillos sacerdotes de
este mundo en las parroquias donde
moran, no quiero predicar contra su
voluntad. Y a ellos y a todos los otros
quiero temer, amar y honrar como mis
señores; y no quiero en ellos considerar
pecado, porque al Hijo de Dios
discierno en ellos y son mis señores. Y
por esto lo hago, porque no veo ninguna
cosa corporalmente en este mundo de
aquel altísimo Hijo de Dios sino su
santísimo cuerpo y sangre, que ellos
reciben y sólo ellos administran a los
otros”10.

Cuando hay que cambiar


En algunas oportunidades vienen a mí
personas que me dicen: “No soporto más
mi parroquia. Los sermones realmente no
son una enseñanza auténtica de la fe
católica”. Tristemente, esto puede ocurrir
en nuestros días. Ya ha ocurrido antes en
la historia de la Iglesia. Basta considerar
que sólo uno de treinta obispos en
Inglaterra permaneció fiel a la Iglesia en
tiempos de Enrique VIII, por lo tanto es
muy probable que vayas a una iglesia
católica y escuches una enseñanza que no
es auténticamente católica. Y por eso me
preguntan: “¿Qué hago?” Si tienes un
auto, maneja un poco más lejos. Si no
10
Testamento de San Francisco de Asís, en Escritos
Completos de San Francisco de Asís, Madrid 1965, 34.
tienes uno, consíguete una bicicleta, o un
caballo, o lo que sea o ve con un amigo.
Cambia de lugar, o compra boletos de
ómnibus. Ve a alguna otra parte. Estamos
en un mundo donde abundan los
transportes. Si estás en una parroquia
donde te encuentras incómodo porque
piensas que quienes están a cargo no son
fieles entusiastas de la enseñanza de la
Iglesia Católica, tal como es interpretada
por el Obispo de Roma, cambia de lugar.
La gente me pregunta: “¿Qué debo
hacer?” Muévete a otra parte.

Hazte oír
Si las cosas no están tan mal, pero son
algo inquietantes, haz ruido
inteligentemente. Lamentablemente, la
mayoría de las veces, las manifestaciones
que la gente hace, no son muy inteligentes.
Lo aprendí porque muchas veces tuve que
oír las quejas de la gente, y al fin y al
cabo, la mitad de las quejas no tenían
sentido. Son tontas o triviales o
desproporcionadas. A veces las quejas son
justificadas, pero quien se queja llega con
un hacha en mano. Mientras tú haces todo
lo posible por ayudar a la Iglesia local,
intentando representar el Cuerpo Místico
de Cristo en este mundo estropeado en el
cual vivimos, aparece alguno molesto
porque un sacerdote usa ornamentos
azules en tiempo de adviento o algo
parecido. Muchos católicos devotos pero
confundidos, no saben como distinguir
entre algo herético y algo simplemente
ridículo.

La vez que rompí una regla


A veces la gente se angustia por
pequeñas cosas. Si eres sacerdote, tarde o
temprano tendrás que romper alguna regla
por el bien de las almas. Quebrantar una
ley no siempre es un pecado. De hecho,
puede ser un pecado no romper una regla.
Las reglas de la Iglesia, incluso los
cánones, a menudo admiten excepciones.
Les daré un ejemplo de haber roto una
regla bastante importante. Al mismo
tiempo, de haber cometido una pequeña
falta legal. Estaba a punto de celebrar la
misa de cincuenta aniversario de un
matrimonio muy devoto portorriquense.
Tenían hijos, nietos y bisnietos, todos
bautizados y confirmados, una familia
maravillosa. Los visité el día anterior, y
les pregunté: “¿Es mañana el día exacto
del aniversario?” Silencio sepulcral. Había
unos doce parientes en la habitación. Dije:
“Bueno, ¿cuándo es la fecha exacta? ¿Se
acuerdan del día en que se casaron, así lo
puedo mencionar mañana en el sermón?”
Finalmente una de las hijas habló y dijo:
“Padre, ellos se casaron ante Dios”.
Bueno, ¿quién soy yo para mejorar lo que
Dios hizo? Ellos eran pobres y nunca
pudieron asistir a una ceremonia, por eso
en lugar de ser un simple aniversario, tuve
que celebrar una boda. Es una ley de la
Iglesia y también del Estado que un
sacerdote no puede hacer un matrimonio
sin la autorización civil. Hacerlo es un
delito menor. Por lo tanto, con cincuenta
años de retraso, llame a la cancillería de la
curia y dije: “Escuche, son
aproximadamente las tres de la tarde aquí,
y vendrán unas cien personas mañana; si
quiere que lleve esta anciana pareja al
registro civil y que los obligue a hacer los
análisis médicos correspondientes…
¡Habría que pensar en otra solución!” El
canciller, actualmente obispo,
simplemente me dijo: “Asegúrese de
recibir la delegación del párroco para que
sea un matrimonio canónicamente válido”.
Hice el matrimonio sin la licencia civil.
Pueden venir a buscarme. Si esto se
descubre, nunca llegaré a ser un abogado.
He confesado públicamente el único delito
menor que recuerdo haber cometido.

Los cristianos no deben ser fariseos


No debemos ser fariseos. Los fariseos
no obraron bien. Gastaron todo el tiempo
y energías observando la ley, pero no
reconocieron al Hijo de Dios. Estuvieron
en el Calvario, pero del lado equivocado.
Al contrario, debemos ser honestos e
íntegros. Es necesario saber distinguir
entre un dogma y una costumbre. Si vas a
objetar algo que está fuera de lugar, debes
primero discernir cuan importante es
realmente. En los años ’60 fui castigado
siendo un joven sacerdote, por haber
predicado, con autorización escrita del
Obispo, en sinagogas e Iglesias
Protestantes. La gente me ridiculizó,
criticó, escribió a la cancillería en mi
contra, aun cuando siempre tuve la
autorización del Cardenal Spellman. Años
más tarde pude ver al Papa Juan Pablo II
predicando en la sinagoga de Roma. Fui
criticado por algo que, veinte años
después, haría el Papa.
Son tiempos difíciles, tiempos de
cambio. Debemos mantener las
prioridades en su correcto orden. Si
disientes o te quejas, hazlo sabiamente,
con caridad, y bien. Es inteligente y
caritativo hacer una distinción entre un
abuso, una excepción, y un resentimiento
personal. Algunas personas “devotas”
deberían recordar que Cristo no existe
para la Iglesia, sino que la Iglesia existe
para Cristo y con Cristo. Él es el Supremo
Pastor de la Iglesia. El Santo Padre no es
el Supremo Pastor de la Iglesia, sino que
es el Vicario de Cristo. Él lo representa en
este mundo. Cristo es el Supremo Pastor,
no sólo en los días en que Él caminó sobre
la tierra, sino que por Divina Providencia
e inspiración del Espíritu Santo, también
lo es hoy. Él guía su Iglesia. Hay personas
en la Iglesia que estropean las cosas. Los
apóstoles fallaron incluso cuando Cristo
estaba vivo. Ellos dudaron y cometieron
errores cuando Él aún estaba con ellos. Y
así continuará hasta el fin del mundo.
Sugiero que seas paciente con quienes
guían la Iglesia, porque estamos en
tiempos extremadamente difíciles,
confusos y paganos. Es necesario no
perturbar innecesariamente la paz de la
Iglesia.
He predicado retiros a cientos de
obispos. Ellos tienen una misión muy
difícil. Como tú y como yo, ellos, en su
mayoría, no estaban preparados para los
tiempos en que vivimos. Ellos crecieron
en tiempos en que la religión era muy
positiva y aceptada como parte de la vida
estadounidense. La religión era popular y
tenía gran influencia en la cultura.
Estamos viviendo en tiempos
totalmente inesperados y tenemos que ver
cosas que nunca nos hubiéramos
imaginado. He visto como arrestaban
religiosas ya ancianas (de unos setenta u
ochenta años) por protestar frente a
lugares donde se asesinan a los niños. Y
me preguntaba para mis adentros: “¿Es
esto Estados Unidos?” He visitado en la
cárcel a obispos y sacerdotes. Mis amigos,
el obispo Austin Vaughn y el obispo
George Lynch, fueron ambos a la cárcel
por varios días. En el caso del obispo
Lynch, estuvo por varias semanas. De
nuevo me pregunté: “¿Está pasando esto
realmente en los Estados Unidos?” Ellos y
otros miembros del clero fueron arrestados
por protestar contra lo que, pocas décadas
atrás, era un crimen muy serio en Estados
Unidos. Veinticinco años atrás una
persona que cometía un aborto era
considerado un criminal. La Asociación
Americana de Medicina los consideraba
como criminales de baja categoría por
quitar la vida a niños todavía no nacidos,
pero de pronto esto no sólo es actualmente
aceptado, sino incluso pagado con los
impuestos que el Estado recauda de los
bolsillos de todos los ciudadanos.

Sé fiel, aun cuando te hayan herido


Actualmente hay grandes peligros que
se ciernen sobre la Iglesia. Lo que lo fieles
necesitan es ver las cosas en su real
perspectiva. Quienes se quejan por la
música mientras la Iglesia enfrenta un
huracán que la sacude por todos lados, me
hacen acordar a los pasajeros que jugaban
sobre la cubierta del Titanic mientras éste
se hundía. Es un tiempo en el cual hay que
ser fiel a la Iglesia. Trabajé para el
Cardenal Terence Cooke, un hombre que
amó la Iglesia Católica. Como su
predecesor el cardenal Spellman, y su
sucesor, el Cardenal O’Connor, trabajó
por ella incansablemente, trabajo y fatiga;
noches sin dormir (2Cor 11, 26-27).
Actuó por encima de toda expectativa
humana, incluso cuando estaba muriendo.
Amaba a todo el pueblo de Dios, no sólo a
los católicos, sino también a los cristianos
ortodoxos, a los protestantes, a los judíos,
y a los musulmanes. Cuando fue
nombrado arzobispo dijo, “reconozco mi
responsabilidad como obispo sobre todas
las personas de esta ciudad, incluso sobre
aquellas que no creen en Dios. Las serviré
lo mejor que pueda en la medida en que
ellas me permitan servirlas”. Es más, le oí
decir en la Catedral de San Patricio estas
palabras: “Déjennos amar nuestra Iglesia.
Trabajemos por la Iglesia. Suframos por la
Iglesia y defendamos a la Iglesia”.
Quizás la Iglesia te ha lastimado. La
Iglesia me ha herido a mí. Ha herido a
mucha gente cercana a ella por largo
tiempo, pero no ha sido toda la Iglesia,
sino una parte de ella. Te aseguro que tú y
yo veremos, al final de nuestros días, a la
gran Iglesia que es el Cuerpo Místico de
Cristo cuando llegue a su plenitud. Es
decir, la vida eterna, cuando todos los que
se hayan salvado de cualquier nación, raza
y condición, se reúnan en el Cuerpo
Místico de Cristo. Ahora nos preparamos
para la Iglesia Celestial, pero nuestra vida
espiritual será muy floja y mezquina si no
combatimos en este mundo fielmente por
la Iglesia y nos esforzamos por ser fieles a
Ella, aun cuando otros no lo sean. En el
día del Juicio Final nadie te preguntará
qué han hecho los demás por la Iglesia,
sino sólo lo que tú y yo hemos hecho
personalmente, como miembros de la
Iglesia de Cristo en este mundo herido.
San Pablo, quien amó a la Iglesia y sufrió
por ella, escribió: Ahora me alegro por los
padecimientos que soporto por vosotros, y
completo en mi carne lo que falta a las
tribulaciones de Cristo, en favor de su
Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he
llegado a ser ministro, conforme a la
misión que Dios me concedió en orden a
vosotros para dar cumplimiento a la
Palabra de Dios, al Misterio escondido
desde siglos y generaciones, y
manifestado ahora a sus santos, a quienes
Dios quiso dar a conocer cuál es la
riqueza de la gloria de este misterio entre
los gentiles, que es Cristo entre vosotros,
la esperanza de la gloria, al cual nosotros
anunciamos, amonestando e instruyendo a
todos los hombres con toda sabiduría, a
fin de presentarlos a todos perfectos en
Cristo (Col 1, 24-28).

Oración
O Señor Jesús, cuando caminaste por este
mundo experimentaste mucho rechazo... el
rechazo de tus familiares en Nazaret y el
de las personas que encontraste en Israel, e
incluso la traición de tus propios
Apóstoles. Esto no te detuvo, a pesar de
que lloraste por Jerusalén y te lamentaste
profundamente por la defección de tus
amigos. Los amaste hasta el fin. Nos diste
también la Iglesia y la llamaste tu Iglesia.
Sufriste y moriste por la realidad mística
que llamamos tu cuerpo, la unión de
quienes en la vida eterna estarán salvados
y unidos a Ti. Ayúdanos, Señor, cuando
algún miembro de la Iglesia nos hiera.
Ayúdanos a no vivir amargados, a no
rebelarnos, a no esperar demasiado de los
hombres, sino que siguiendo tu propio
ejemplo y el de tus santos, permítenos
amar sin rebelarnos. Ayúdanos a aceptar y
a corregir sin amargura. Ayúdanos a servir
sin esperar una recompensa a cambio. En
este tiempo difícil, derrama tu gracia sobre
los hijos de tu Iglesia para que podamos
enfrentar de pie los ataques y escándalos
de nuestros tiempos. Por tu gracia llama a
quienes son enemigos de tu Iglesia a
convertirse en sus amigos y miembros, así
como en otro tiempo llamaste a Pablo para
ser siervo de tu Iglesia. Ayúdanos, Señor,
en medio de toda esta confusión, a creer
en tus palabras enseñadas por medio de tus
Apóstoles a toda la Iglesia. “He aquí que
yo estaré con vosotros hasta el fin del
mundo”. Amén.
CAPÍTULO 5: CUANDO NOS
CONVERTIMOS EN NUESTROS PEORES
ENEMIGOS

Hemos considerado los problemas que


podemos tener con otros y nuestras
dificultades con la Iglesia. Ahora debemos
fijar nuestra atención en los problemas que
tenemos con nosotros mismos. Si miras
dentro de tu propia vida (especialmente
cuando te vuelves viejo) podrás descubrir
que una de las cosas más importantes de
las cuales nos damos cuenta en el proceso
de maduración, es que la causa de muchos,
si es que no de la mayoría de nuestros
problemas, somos nosotros mismos.
Cuando las cosas van perdiendo sentido, a
menudo es porque nosotros no le dimos
sentido a las cosas. Puede ser un consuelo
saber que esta es una experiencia común a
todo ser humano. Uno encuentra, aun en
las vidas de los santos, la tendencia a
crearse problemas a uno mismo. Aún los
santos, esas personas tan especiales, al
igual que nosotros, causaron muchos de
sus propios problemas. Pocos hay
exceptuados de haber sido sus propios
enemigos, al menos por un tiempo. Los
santos, los pecadores, los personajes
bíblicos, incluso las celebridades
modernas, todos podrían reunirse bajo un
gran estandarte que diga: “Hundamos
nuestro propio barco”. Este es uno de los
más obvios y universales signos del
pecado original, que con una serie de
movimientos premeditados, considerados
atentamente, prudentemente estudiados, y
llevados a la práctica con gran solicitud e
incluso habiendo rezado, hundimos
nuestro propio barco, santos y pecadores
por igual.
En muchos casos, basta con ser un
poquito pecador para convertirse en el
peor enemigo de uno mismo. Aunque esto
no es absolutamente necesario. Puedes
hacerlo aún en el caso que seas devoto,
entonces lo harás un poquito más
piadosamente. Todos podemos decir con
bastante convicción que “hemos
encontrado al enemigo: nosotros mismos”.

Caminar en la fe
Tan sólo piensa en alguna de las
formas en que una persona puede
complicarse. La más obvia es el obrar
precipitado, tan sólo darle para adelante y
hacer cosas sin considerar sus
implicancias y todas las cosas que se
seguirán como consecuencia. Mucha gente
devota dice: “No lo puedo resolver, así
que voy a dar un gran salto en pura fe y
arrojarme... en una piscina vacía”. He oído
decir: “¡Voy a dar un paso en la pura fe!”
¿Por qué no das, al mismo tiempo, un paso
en el sentido común? No culpes a Dios si
estás caminando al borde de un precipicio.
El error opuesto consiste en pensar las
cosas tan detalladamente y ser tan cautos
que dejamos de hacer lo que se supone
debemos hacer. Como cristianos se supone
que caminemos guiados por la fe, pero a
menudo nos quedamos sentados en la
confusión. Algunos, por no saber qué
hacer, simplemente no hacen nada. A esta
peligrosa actitud la llamo: “el fenómeno
Titanic”. En el Titanic, la tranquila noche
de invierno, cuando el mar estaba muy
calmo, el gran buque chocó contra un
iceberg, mucha gente prudente no se subió
a los botes salvavidas. Se dijeron a sí
mismos: “Este es una gran barco, no
puede hundirse”. A pesar de que no había
suficientes botes salvavidas para todos,
sobraron al menos doscientos lugares sin
ocupar cuando el Titanic se hundió.
Supongo que algunos de los que sí
subieron a los botes salvavidas, se habrán
dicho a si mismos: “voy a aparecer
totalmente ridículo cuando vuelvan a subir
del mar este botecito al barco, dentro de
unas seis horas, y yo haya estado
esperando aquí en el mar”. Sin embargo,
esas personas vieron cómo el gran barco
se hundió. Es difícil saber qué hacer.
Puedes rezar muy fervorosamente y aun
así cometer grandes errores. Lo más
misterioso es que aun cuando cometemos
grandes errores, de todas maneras, ocurren
cosas buenas. No es fácil ser un hombre
responsable. La razón para explicar todo
esto, muchas veces la olvidamos, y es el
pecado original.

Negar la realidad
Otra forma efectiva de hundir el propio
barco es negar el peligro evidente y
caminar hacia él. En psicología hablamos
de mecanismos de defensa, modos
inconscientes de deformar las realidades
con las cuales creemos no poder lidiar.
Considera al profesional exitoso que fuma
dos paquetes de cigarrillos por día. Le han
dicho miles de veces: “Eso es muy
peligroso para tu salud”. Y él responderá:
“Sabes, Golda Meir solía fumar dos
paquetes diarios y vivió hasta los setenta”.
Este fumador empedernido ignora el
ejército de personas que fumaron dos
paquetes diarios y ni si quiera llegaron a
los cincuenta. Todos negamos los peligros
evidentes. En este mismo momento hay
resquebrajamientos aterradores y grietas
en la Iglesia, muchos signos de desunión.
Sin embargo, muchos de los responsables
niegan estos peligros. Fingen que no están
allí. Lo mismo podría decirse del estilo de
las democracias del Oeste cuando ignoran
los reclamos y necesidades del Tercer
Mundo.
Hace algunos años, se hizo un estudio
sobre el modo de promover vocaciones en
las comunidades religiosas de Estados
Unidos. Escribí a la conocida agencia que
financió este estudio. El sacerdote que
dirigió este estudio era bastante objetivo y,
en consecuencia, muy crítico respecto a
los programas vocacionales. La persona de
esa oficina que respondió a mi llamado
sostenía que ese estudio nunca se había
hecho. Sin embargo lo leí en varios
periódicos a la vez. El autor comenzaba su
artículo diciendo que había una sola
palabra para describir el trabajo
vocacional actual: “catastrófico”. ¡Todas
las congregaciones que estudió le dijeron
que tenían la mejor propaganda
vocacional! Esto se llama negar la
realidad. El mecanismo de defensa de la
negación es una de las formas más
peligrosas del comportamiento humano.
Fue Neville Chamberlain, el primer
ministro inglés, quien volvió a su casa
después de su encuentro con Hitler y dijo:
“habrá paz en nuestros tiempos”. Negó la
evidencia de sus sentidos.
Hay quienes dicen que la Iglesia está
obrando espléndidamente. Están todos
muy contentos. Mira desde el puerto. La
sustancia azul que ves no es cielo. Es
agua. Las cubiertas están a flor de agua.
Hemos perdido prácticamente el 50 por
ciento de los católicos practicantes en
treinta años. Lo que sea esté sucediendo,
la dirección no es buena. Muchas de las
órdenes religiosas que nos formaron, están
en vías de extinción. Sin embargo piensan
que les está yendo de maravillas.

Como evitar convertirnos en nuestros


peores enemigos
La falla en ordenar nuestro
comportamiento respecto a nuestra meta
eterna y lo que nuestro Dios ha señalado
como propósito para nuestra vida, nos
convierte en los necios de los que Cristo
habla en sus parábolas. Deberíamos
ordenar nuestras vidas en vistas a la
eternidad, para evitar la auto-destrucción.
No digo que todos deban entran en un
monasterio. Es una vocación particular.
Pero digo que, en cualquier cosa que
hagamos, no importa lo que otras personas
puedan decir, deberíamos vivir cada día
conscientemente y con un propósito que
ayude a nuestra salvación eterna. Un
ejemplo puede servir. He escrito las cartas
de dispensa para más de 180 sacerdotes.
Debo tener el récord mundial al respecto,
es parte de mi trabajo. Algunas veces estos
hombres tenían que irse. Era el único
camino que quedaba para ellos que
resultara honesto y bueno moralmente.
Pero siempre les decía a estos sacerdotes
cuando terminábamos nuestras entrevistas:
“cualquier cosa que hagas, hazlo para tu
salvación eterna. Tal vez nadie más lo
pueda entender, pero deja para tu
salvación. Trabaja en tu vida espiritual”.
Muchos me miraban sorprendidos cuando
les decía esto, porque en nuestra sociedad,
en el orden de importancia, la salvación
está entre las últimas noventa y nueve
cosas. Aun cuando es la única tarea que se
presenta ante nosotros que durará para
siempre. Nuestro Señor lo dice muy
claramente: Pues ¿de qué le sirve al
hombre ganar el mundo entero si arruina
su vida? (Mc 8, 36). Claramente, uno de
los caminos más rápidos hacia la auto-
destrucción es fallar en la estructurar la
vida en orden a la salvación eterna.

Otro camino cuesta abajo: Ir en contra de


Dios
Otro camino muy popular hacia la
auto-destrucción consiste en la auto-
indulgencia en cosas que están prohibidas.
Conocí a muchos que decían que
realmente quisieran cumplir con la
voluntad de Dios y ser tenidos por
cristianos, pero... y entonces venía la
excusa. Por supuesto que todos pecamos,
y a menudo, sea por nuestra debilidad, sea
por la concupiscencia, sea por falta de
fuerzas, y la confusión. Podemos incluso,
en un momento de estupidez, pecar con
deliberada voluntad. Pero, permanecer en
un estado que uno sabe es contrario a la
ley de Dios, consciente y deliberadamente,
es abrir las puertas al desastre. Eso no es
otra cosa que el propósito de seguir
pecando. Muchos autores, desde San
Pablo a Shakespeare y el novelista
Flannery O’Connor, han dicho la misma
cosa: “benditos son los que caminan de
acuerdo a la ley del Señor y malditos los
que no”.
Incluso algunos creyentes en nuestros
tiempos no quieren oír esta verdad.
Conozco un sacerdote que fue amonestado
por la autoridad del lugar por decirles a la
gente que, ciertas cosas, son pecado, actos
que la Iglesia enseña que son
pecaminosos. Las autoridades le dijeron
que era muy negativo en sus sermones.
¡Basta de estas estupideces! Es
extremadamente auto-destructivo para los
cristianos negar, ir en contra, cambiar, o
alterar la ley de Dios, sea directamente,
diciendo “Dios no quiso decir eso”, o
indirectamente, interpretando la ley de
Dios de tal modo que quede sin ningún
sentido.
La Iglesia Católica se ha convertido, en
los Estados Unidos, en una religión que
está en contradicción con la cultura
imperante. Un periódico que
habitualmente culpa a los “católicos
críticos” publicó recientemente una
editorial en contra de los “católicos
críticos”. El editor los llamó críticos
católicos bellacos. Permite que te diga que
él debería mirarse al espejo. Él anunció
que el único grupo en los Estados Unidos
contra el cual uno puede tener
respetuosamente prejuicios es contra los
católicos. Yo lo hubiera hecho extensivo a
los Protestantes Evangelistas y a los
Judíos Ortodoxos. Estamos todos en el
mismo barco. Y podemos recibir
fácilmente gran presión si nos
pronunciamos contra el aborto o la
conducta homosexual como si fuese
equivalente al matrimonio y si nos
quedamos callados respecto a la eutanasia.
No tenemos que estar de acuerdo con los
secularistas. Según ello tendríamos que
quedarnos quietitos, dar la vuelta para no
ver lo que pasa, y hacernos la gallina
distraída.
Quedé sorprendido recientemente por
la controversia anual por la marcha de San
Patricio en Nueva York, pues se le
permitía a los manifestantes gay participar
y no precisamente para honrar a San
Patricio. En respuesta a esta contradicción,
un grupo de Judíos Ortodoxos anunció que
si a los militantes gay se les permitía
caminar en la marcha por el día de San
Patricio, los Judíos Ortodoxos
participarían durante la marcha gay por la
liberación, llevando grandes pancartas en
las que se leyera: “la sodomía es pecado”.
Este es un ejemplo de actuar en positivo
en vez de ser auto-destructivos.
Muchos dirigentes y agitadores en la
Iglesia están asumiendo una postura de
prudente aceptación de la equivocada
dirección que los Estados Unidos ha
tomado en las últimas décadas. Recuerdo
un antiguo dicho de los filósofos paganos:
“Los graneros de los dioses trituran
lentamente, pero lo hacen
extraordinariamente bien”. Hay también
una sentencia en la Sagrada Escritura:
Dichosos los que van por camino perfecto,
los que caminan en la ley del Señor (Sal
119, 1). Y en el Nuevo Testamento están
las palabras de nuestro Salvador: Porque
todo aquel que se declare por mí ante los
hombres, yo también me declararé por él
ante mi Padre que está en los cielos (Mt
10, 32).
Hay otras admoniciones en el Nuevo
Testamento, especialmente las de Nuestro
Señor y las de San Pablo, aconsejándonos
a no conformarnos con el espíritu del
mundo. Conformarse con el mundo en
desintegración es el mensaje contenido en
muchos de los medios de comunicación
del sector secular e incluso de
instituciones religiosas. No os acomodéis,
dice San Pablo, al mundo presente (Rom
12, 1), porque el que siembre en su carne,
de la carne cosechará corrupción (Gal 6,
8). Si hay algo obvio en el Nuevo
Testamento es que, comprometerse con
los principios del mundo, no sólo es
traicionar a Dios, sino renunciar a la
propia causa, y atraer sobre uno mismo
toda clase de desastres, no por parte de
Dios sino de uno mismo.
Los cristianos deben leer la historia de
lo que hicieron las Iglesias en Alemania al
tiempo que surgió Hitler. Muchos de ellos
permanecieron callados, asumiendo que
un loco no podría permanecer mucho
tiempo en el poder. Incluso el Papa Pío
XI, creyendo que Hitler pronto caería,
firmó un concordato con Alemania, pero
luego reconoció haberse equivocado.
Jamás digan que, en este tipo de cosas, los
Papas no pueden equivocarse. En 1937, el
Papa Pío XI escribió una encíclica en
contra de Hitler, cuyas primeras palabras
indicaban que había juzgado mal la
situación. Comenzó así: “Es con profunda
ansiedad y creciente sorpresa que
Nosotros hemos estado siguiendo las
dolorosas pruebas de la Iglesia y las
crecientes vejaciones que afligen a los que
permanecieron leales en sus corazones y
sus acciones...”11. El Papa Pío XI lamentó
lo que hizo al inicio, después de eso no se
quedó callado. Condenó con muy claras
expresiones a los Nazis y a su
antisemitismo.

Fiestas lamentables y reuniones de


resentimiento
Otra manera muy eficaz de destruirse a
uno mismo es mantener vivo todo tipo de
sentimientos de rencor. Los Faraones
Egipcios solían recolectar sus lágrimas y
mantenerlas guardadas en lugares
sagrados. Eran enterrados en las pirámides
con sus lágrimas. Los faraones no son los
únicos. Si quieres vivir de los
resentimientos y sentimientos de rencor,
tendrás una dieta muy anti-saludable por

11
Papa PÍO XI, Mit brennender Sorge (Sobre la presente
posición de la Iglesia Católica sobre el Imperio de
Alemania), Marzo de 1937.
el resto de tu vida, puro colesterol
psicológico. ¿Cuánta gente gasta gran
parte de sus energías en lamentarse, llorar,
estar tristes o volviéndose literalmente
locos por vivir con resentimientos hacia
quienes de algún modo les han fallado? Sí,
la gente nos falla. Algunos ni siquiera
saben que nos fallaron; otros no les
importa el habernos fallado. Algunos están
tan preocupados con sus propios
problemas, que ni siquiera saben lo que
hacen. Y a alguno ni les interesa. El lema
de los seguidores de Cristo debe ser:
“Sigue adelante. No mires atrás”. Si
nuestro Señor Jesucristo hubiera sido de
los que se preocupaban por sus propios
sentimientos heridos, ninguno de nosotros
hubiese sido salvado.
Misericordiosamente, Dios no nutre
ningún sentimiento de rencor. Para nuestro
bien espiritual, como también psicológico,
debemos perdonar a aquellos que nos han
ofendido.

Hacer la guerra contra uno mismo


Todos alguna vez nos vemos
involucrados en algo que, en psicología
tiene un nombre peculiar: “la agresión
pasiva”. Es muy insidiosa. No nos damos
cuenta que está trabajando dentro nuestro,
pero nos disponemos inconscientemente a
nosotros mismos para el desastre. Nos
involucramos en algo bueno o malo que
no conduce a ninguna parte. Hay gente
que parece hace toda una carrera para ser
“agresores pasivos”. Así, si les prestas tu
auto, ya sabes que lo destrozarán, y así
sucede. Necesitas alguien que vaya a
buscar más helado para tu fiesta, y una de
estas personas es la más cercana que
encuentras. Le das el dinero diciendo: “ve,
consigue algunos kilos de helado barato”.
El vuelve con escabeche porque estaban
en oferta. ¿De quién fue el error? ¡Tuyo!
Todos podemos ser autodestructivos
por las más eficaces razones. He aquí un
ejemplo. Por las condiciones de mi
corazón tomo un anticoagulante. Si recibo
un golpe, rápidamente se convierte en un
hematoma. Son muy incómodos. Se
inflaman y duran semanas. Me
recomendaron poner calor sobre uno que
me hice no mucho tiempo atrás. Pero
como me gusta hacer las cosas
eficazmente y rápido, fui a una farmacia y
descubrí las nuevas bolsas para dar calor
que se calientan en el micro hondas. Estas
bolsas tienen todo tipo de advertencias:
“Sea cuidadoso, o tenga cuidado con...
Asegúrese que haya alguien cerca. No las
use por muy largo tiempo”. Cuando saqué
la bolsa del micro hondas no sentí mucho
calor. Me la coloqué, y me hice una
quemadura de segundo grado. Dicen que
lo mejor que hay que hacer con una
quemadura es dejarla expuesta al aire. Así
que la quemadura se me infectó. Fui seis
veces al médico y tuve que usar
antibióticos. ¿Por qué me hice esto a mi
mismo? Para ahorrar tiempo. Realmente
no me gusta tomar medicamentos, ni ir a
las farmacias. Ni me importa el
pensamiento de la muerte, sólo quiero que
no dure mucho (tan sólo lo suficiente para
preparar unos videos más con conferencias
y prepararme a la muerte). Porque quería
ahorrar tiempo, terminé visitando todos
esos simpáticos doctores en diferentes
ciudades. Lo que finalmente más me
ayudó fue el siempre leal hidrógeno de
peróxido. Es más barato que una botella
de agua mineral. No tengo dudas.
Escondido detrás de esta tonta
experiencia, había una cierta cuota de
auto-destrucción. Estaba todo bien
planeado para que sea un accidente. Decía
para mis adentros: “He sido enfermero por
años. Sé hacer vendajes. Sé todo sobre
infecciones. Conozco sobre microbios”.
¿Cómo hice esto? Me lo hice porque
generalmente no me preocupo por mi
propia salud.
Miseria, masoquismo, no te engañes a
ti mismo. Cuando te encuentras justo
detrás del punto del problema, siéntate y
examina el plan inconsciente que hiciste
para realizarlo tan eficazmente. Este tipo
de auto-destrucción se ve con frecuencia
en la Biblia. Moisés, el gran varón santo,
termina de hacer sumo sacerdote a su
hermano Aarón. Aarón debe haber sido un
idiota. Moisés sube al monte Sinaí para
encontrarse con Dios. El lugar temblaba,
rayos, relámpagos, terremotos, ¿y qué está
haciendo su hermano Aarón? Está
construyendo un becerro de oro con
colgantes fundidos. Debe haber sido
realmente estúpido. Y Moisés, por
supuesto, no era un agresor pasivo contra
sí mismo, así que cuando bajó de la
montaña, rompió el becerro, lo quemó e
hizo que Aarón y sus hijos bebieran las
cenizas en agua amarga (cfr. Ex c. 32).
Esto no fue agresión pasiva, sino una
agresión activa. ¿Cómo pudo estar
involucrado con este idiota?
Otro santo del Antiguo Testamento
estaba siempre preparándose para el
desastre, Jonás, el profeta. Dios finalmente
le dice que termine con su dolor de
estómago: “Por favor Jonás, tu ni siquiera
has plantado el ricino que murió, te estás
lamentando por ti mismo” (Jon 4, 10;
traducido libremente).
En ocasiones predico retiros a los
obispos. Solía predicar mucho más, pero
en la medida que avanzo en edad, me
estoy volviendo un poco más honesto, así
que ya no recibo tantas invitaciones. Los
obispos, cosa que uds. no deben saber, son
un grupo muy sacudido y golpeado.
Cuando doy un retiro para obispos, debo
ser muy educado porque ellos saben mejor
que nadie cuan miserables son realmente
las cosas. Años atrás, los obispos nunca
escuchaban la verdad. Ahora nunca
escuchan nada bueno ni agradable.
Siempre que predico un retiro a los
obispos, trato de recordarles que ellos son
los sucesores de los apóstoles. Pero
recuerden lo que les pasó a los apóstoles.
Los doce apóstoles estuvieron allí durante
la Gran Pascua del Nuevo Testamento, y
todos huyeron. ¡Huyeron! ¿Esto no les
dice nada? San Agustín siempre recordaba
a sus hermanos obispos que ellos no se
vuelven impecables por el sólo hecho de
ser ordenados obispos. Los obispos deben
estar vigilantes mucho más que
cualquiera, porque a quien más se ha dado,
más se espera.
En el Nuevo Testamento encontramos
muchos ejemplos de gente que hunde su
propio bote, San Pedro, Judas, los sumos
sacerdotes. Los sumos sacerdotes se
equivocaron respecto al Mesías, por ser
muy expeditivos. ¿No somos los seres
humanos unas creaturas muy peculiares?
Creo que tanto Pedro como Judas por un
lado, y los sumos sacerdotes por otro,
obraban por resentimiento. Pedro y Judas
estaban resentidos con el Señor por no
haberse instaurado como un Mesías
temporal, político. Jesús no vino a
Jerusalén y no convirtió en oro sus
puertas, ni en manteca las armas de los
soldados romanos. Permaneció en Galilea,
curando a los leprosos y los siro-fenicios y
predicando en lugares como Nahim, que
hasta el día de hoy, ni siquiera tiene una
calle principal. Pedro y Judas dijeron:
“¿Por qué no bajas a Jerusalén? ¿Qué estás
haciendo aquí?” Y cuando finalmente
decidió bajar a Jerusalén era en el
momento equivocado, según lo que ellos
pensaban. Ellos estaban resentidos con
Jesús porque fue a Jerusalén aun cuando
sabía que iba a ser asesinado.
El no creyente podría hacer una
interesante pregunta. ¿Fue Jesús auto-
destructivo? Hay formas de piedad y
devoción que parecen sugerir que lo fue.
Yo creo que mucha gente proyecta su
propia poderosa auto-destrucción sobre
nuestro Señor. Lo hacen aparecer auto-
destructivo, pero esto es bíblica y
teológicamente absurdo. ¿Acaso nuestro
Señor no argumentó con la gente para que
lo aceptasen? Trató de convertirlos, y si Él
hubiera tenido éxito en convertir el
mundo, entonces hubiésemos sido
salvados por su vida y no por su muerte.
Pero sabía cómo iba a terminar su vida
humana (siempre lo supo con su
inteligencia divina, pero misteriosamente
también con su ciencia humana12). Sabía
que no lo iban a aceptar, y enfrentó
12
N. del tr. Sobre la auto-consciencia que Jesús tenía de sí
y de su misión de Salvador, conviene recordar un reciente
documento del Magisterio: «Jesús, el Hijo de Dios hecho
carne, goza de un conocimiento íntimo e inmediato de su
Padre, de una “visión”, que ciertamente va más allá de la fe.
La unión hipostática y su misión de revelación y redención
requieren la visión del Padre y el conocimiento de su plan
de salvación. Es lo que indican los textos evangélicos ya
citados (cfr. Mt 11,25-27; Lc 10,21-22). - Esta doctrina ha
sido expresada en diversos textos magisteriales de los
últimos tiempos: “Aquel amorosísimo conocimiento que
desde el primer momento de su encarnación tuvo de
nosotros el Redentor divino, está por encima de todo el
alcance escrutador de la mente humana; toda vez que, en
virtud de aquella visión beatífica de que gozó apenas
acogido en el seno de la madre de Dios” [Pío XII, Carta
Enc. Mystici Corporis, 75: AAS 35 (1943) 230; DH 3812].
- Con una terminología algo diversa insiste también en la
visión del Padre el Papa Juan Pablo II: “Fija [Jesús] sus
ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la
experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este
momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del
pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza
plenamente, valora profundamente qué significa resistir con
el pecado a su amor” [ Carta Apost. Novo Millennio
Ineunte, 26: AAS 93 (2001), 266-309]. - También el
Catecismo de la Iglesia Católica habla del conocimiento
inmediato que Jesús tiene del Padre: “Es ante todo el caso
firmemente lo inevitable, lo que los
apóstoles no pudieron enfrentar. Mirad
que subimos a Jerusalén, y el Hijo del
hombre será entregado a los sumos
sacerdotes y escribas; le condenarán a
muerte y le entregarán a los gentiles, para
burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al
tercer día resucitará (Mt 20, 18-19).
Nunca olviden estás últimas frases, porque
fue a través de las más terribles torturas y
muerte que Él dio todo.

del conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios


hecho hombre tiene de su Padre” [473]. “El conocimiento
humano de Cristo, por su unión con la Sabiduría divina en
la persona del Verbo encarnado gozaba de la plenitud de la
ciencia de los designios eternos que había venido a
revelar”[474]. - La relación de Jesús con Dios no se expresa
correctamente diciendo que era un creyente como nosotros.
Al contrario, es precisamente la intimidad y el
conocimiento directo e inmediato que él tiene del Padre lo
que le permite revelar a los hombres el misterio del amor
divino. Sólo así nos puede introducir en él» (SCDF,
Notificación sobre las obras del P. Jon SOBRINO S. J.,
26.11.2006, n. 8).
Hay autores que pretenden interpretar a
Jesús como si fuese meramente un ser
humano, olvidando su divinidad, y
entonces les parece auto-destructivo.
Nuestro Señor no experimentó las
patologías que los seres humanos caídos
experimentamos. El quería ser aceptado en
orden a convertir el mundo. Desde que eso
no fue posible, aceptó la herencia de todos
los seres humanos buenos que fallan. No
buscó librarse de lo que era inevitable, que
debía padecer y ser asesinado. La raza
humana, en su estado de naturaleza caída,
siempre odia y mata a dos tipos de
personas: a los muy malos y a los muy
buenos. Esos son los más vulnerables.

La figura más trágica


Probablemente la figura más triste de
todas es la de Judas. Olvidamos que Judas
era uno de los apóstoles. Con sinceridad y
entusiasmo una vez decidió seguir al
Mesías. Podríamos pensar que
malinterpretó a Cristo, pero lo mismo les
pasó a todos. Judas tuvo una maravillosa
oportunidad, de volverse atrás justo en el
umbral del desastre. Cuando Cristo le dijo:
“¿Entregas al Hijo del Hombre con un
beso?”, él podría haber dicho: “¡No!”. Él
se podría haber dado vuelta y haber
gritado a los soldados: “Váyanse a sus
casas, todos ustedes están locos”.
Entonces, en vez de tirar el dinero en el
templo lo hubiese tirado a los sacerdotes.
Pudo haber ido con Jesús al Sanedrín y
ante Poncio Pilatos y decir: “Entregué a un
hombre inocente. No ha hecho las cosas
de las cuales lo acusan”. Nuestro Señor
podría haber sido liberado por Pilatos. Sus
enemigos hubieran tenido que prenderlo
en otra oportunidad. Hubiéramos tenido
algunas parábolas más, algunos milagros
más, algunas hermosas páginas más en los
Evangelios. Pero Judas permaneció siendo
su peor enemigo hasta el fin, yendo más
allá del lugar de la crucifixión y
colgándose. Tuvo que caminar cerca del
Calvario, ya que esa zona no es muy
extensa. Habiendo destruido su
reputación, el compromiso de toda su
vida, él hubiese podido volverse e ir al
calvario, arrodillarse a los pies del Señor y
haber pedido perdón. Todos los artistas del
mundo hubieran pintado la escena. Habría
pinturas de esta escena en casi todas la
Iglesias del mundo, San Judas Iscariote
arrodillándose cerca de Juan a los pies de
la Cruz. En cada gran ciudad habría una
Iglesia llamada “San Judas el Penitente”.
Su fama sería el tema de muchas obras de
literatura. Su conversión es la página que
no se escribió, porque Judas se destruyó a
sí mismo, lleno de odio contra sí mismo,
lleno de resentimiento, lleno de
desesperación.
A lo largo de la historia de la Iglesia
puedes encontrar mucha gente bien
intencionada, que muchas veces obró con
los mejores motivos, pero que terminan
traicionando la causa a la cual consagraron
sus mejores energías. En general son
personas muy bien intencionadas y están
muy cerca de Dios, pero los santos
también pueden cometer errores. Por
ejemplo, San Francisco cometió un gran
error en su vida. Lo hizo con total buena
intención e inocencia. Aceptó cualquier
Fulano, Mengano y Sultano que se le
acercaba y quería unirse a su orden. Hacia
el fin de su vida había cinco mil hombres
en su orden, de los cuales quizás la mitad
de ellos debería haber regresado a sus
casas. Ellos traicionaron a San Francisco.
Eligieron a Elías, su peor enemigo, para
ocupar su lugar como superior de la orden.
Admitió que entrasen muy fácilmente en
su orden demasiados hombres. No piensen
que sólo los pecadores comenten errores.
El santo Papa Pío V excomulgó a la
reina Elizabet I de Inglaterra. Ella nunca
había sido educada como católica, aunque
fue bautizada católica. Excomulgándola,
Pío V absolvió a los católicos ingleses de
sus deberes de fidelidad a la Reina,
poniéndolos en el riesgo de caer en la
traición. Al principio Elizabet no tuvo
sentimientos anticatólicos muy fuertes.
Pero fue puesta en una situación política
por un papa muy santo, pero que muchos
piensan, se equivocó. Los católicos
ingleses podrían decir que provocó
muchos martirios innecesariamente.
La historia de la Iglesia Católica en
Estados Unidos está llena de acciones
torpes. Un siglo atrás, miles de
inmigrantes de Ucrania y de Carpathia
vinieron a los Estados Unidos. Pertenecían
al rito ucraniano y ruteno de la Iglesia
Católica. Por antiguas costumbres, a sus
sacerdotes diocesanos, se les permitía
casarse y tener una familia. En aquellos
tiempos no había diócesis de rito oriental,
por lo cual estos devotos inmigrantes
estaban bajo el cuidado del Obispo de Rito
Latino. Algunos de los obispos más
conservadores, la mayoría de ellos
inmigrantes irlandeses y alemanes,
siguieron adelante y aceptaron aquella
tradición por más que la encontraron
extraña a sus costumbres. Sin embargo, el
líder del movimiento americanizador de la
Iglesia, el arzobispo John Ireland de San
Pablo (considerado entonces como un gran
progresista), trató tan mal a los católicos
del rito oriental que cientos de miles de
ellos dejaron la Iglesia y se volvieron
ortodoxos. He oído muchas veces que el
arzobispo Ireland es llamado el fundador
de la Iglesia Ortodoxa en Estados Unidos,
porque le faltó una visión más amplia de
la Iglesia.
Conocí una vez a un gran cardenal que
sería el primero en el mundo en reconocer
que cometió errores. Sus dos frases
favoritas eran: “Gracias”, y, “Lo siento”.
El Cardenal Cooke no tenía ningún
problema en admitir sus errores. Sabía
reírse de sí mismo. Prácticamente las
últimas palabras que me dirigió en este
mundo fueron: “Fue mi culpa, no fui lo
suficientemente claro en explicar mi
posición”. Reconocer que uno comete
errores, incluso aceptando que los podría
haber evitado, es en definitiva aceptar que
uno es un ser humano. Este es inicio del
camino para salir de la auto-destrucción.

Hacer frente a nuestras tendencias auto-


destructivas
¿Qué hacer con nuestros propias
tendencias auto-destructivas? Lo primero
y obvio es admitir que ciertamente somos
auto-destructivos. Si piensas que no
puedes convertirte en tu peor enemigo, te
engañas muy fácilmente. Pensar que no
puedes estar engañado, es ya estar
engañado, como sabiamente lo señaló San
Juan de la Cruz.
La primer cosa que tienes que hacer es
intentar reconocer esas tendencias en ti
mismo y hacerles frente. Tratar de
desenredar la maraña de todas esas
tendencias auto-destructivas puede resultar
una pérdida de tiempo. Pero intentar de
reordenarlas y controlarlas, es una forma
eficaz de combatir contra ellas.
Desafortunadamente, cuando tratamos de
reordenar nuestras tendencias de auto-
engaño, corremos el riesgo de caer en la
oposición bien intencionada de nuestros
amigos. Soy un anticuado, siempre adicto
al trabajo. Pero hago ciertas cosas para
moderar este vicio. Me tomo una o dos
horas para hacer algo interesante o
educativo. Salgo y doy un retiro de modo
que pueda recobrar algo la calma y dormir
normalmente. Inevitablemente siempre
aparece quien dice: “no deberías hacer
eso”, o incluso sugiere o exige algunas
actividades que serían contraproducentes.
Muchas veces veo esa actitud con los
padres y los hijos. Los padres intentando
hacer lo mejor que pueden, muchas veces
tienen alguna tendencia auto-destructiva, y
los hijos, sin darse cuenta, refuerzan esas
tendencias. La madre está agotada, y
necesita algunos minutos de descanso.
Seguramente alguno de los niños dirá: “no
estabas cuando te necesité”. Elijo el rol de
la madre para ilustrar este punto, porque
realmente es el rol más exigente de todos.
Pero podemos elegir cualquier otro, el del
padre, del doctor, del maestro, del párroco.
Cierto que siempre tiene que haber alguien
disponible en determinadas situaciones,
pero no siempre tiene por qué ser la
misma persona. Incluso las madres desean
y necesitan algún momento libre. Una vez,
en una clase de psicología, nos dijeron que
las madres siempre deberían estar prontas
para asistir a sus hijos. Pensé para mis
adentros: “Si la madre siempre tiene que
estar pronta, pronto desfallecerá”.

Dios trabaja con nosotros


Dios es infinitamente bueno y trabaja
contra nuestras tendencias auto-
destructivas. Él de ninguna manera las
favorece, a pesar de que sus representantes
puedan hacerlo accidentalmente. Cristo
dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”,
lo que implica que tú no debes odiarte a ti
mismo y no debes auto-destruirte. A pesar
de eso, por otra parte, si después de
algunos intentos bien planeados ves que
igual te estás cayendo, Dios estará allí
para ayudarte. Él nunca, nunca abandona a
quienes se dejan ayudar por Él. Él
permanece allí para ayudarnos incluso si
(equivocadamente) lo culpamos a Él de
nuestros problemas. Solemos hacer
nuestra propia voluntad y nos
convencemos a nosotros mismo que es la
voluntad de Dios. No era la voluntad de
Dios. Somos como los ladrones cuando
oyen que la policía está afuera y se
arrodillan para rezar para que no los
atrapen. No podemos esperar que Dios nos
salve cuando nosotros hacemos cosas
estúpidas, pero podemos esperar en Él
cuando reconocemos lo que hemos hecho.
Él estará allí. Nuestro Padre Celestial sabe
mucho mejor que nosotros que tenemos
impulsos neuróticos y auto-destructivos.
Tendrá piedad de nuestra inmadurez.
Estará ahí, a nuestro lado. Nunca esperes
hacer algo a la perfección, excepto el ser
perfectamente estúpido, pero sí, espera
que quienquiera invoque el nombre del
Señor, lo encontrará. El Señor dijo a
Moisés cuando condujo a los israelitas
fuera de Egipto: No tengas miedo ni te
acobardes, porque Yahveh tu Dios estará
contigo dondequiera que vayas... He aquí
que yo voy a enviar un ángel delante de ti,
para que te guarde en el camino... Si
escuchas atentamente su voz y haces todo
lo que yo diga, tus enemigos serán mis
enemigos y tus adversarios mis
adversarios (Jos 1,9; Ex 23, 20. 22). Pero
Moisés cometió sus errores. ¿Lo abandonó
Dios? No. San Pedro cometió sus errores.
¿Lo abandonó Dios? No. No importa lo
que hagamos, Dios estará con nosotros. Él
es inmensamente misericordioso y
bondadoso.

Nuestro Padre se apiadará de nuestra


inmadurez
Llamamos a Dios “Padre nuestro”
porque Él reveló este título. Nuestro Señor
lo usa con mucha frecuencia. Es algo
absolutamente cierto que nuestro Padre
celestial no es un ser humano masculino.
Y es igualmente cierto que abarca
igualmente las cualidades de un padre y de
una madre. Lo llamamos Padre, pero
tenemos miedo de dejar que sea nuestro
Padre. No logramos comprender que
como cualquier verdadero padre, Él se
hará cargo con misericordia de nuestros
errores, de nuestra inmadurez, incluso de
nuestras locuras. Existe un poema que
muy hermosamente ilustra el amor
bondadoso de Dios Padre. Fue escrito por
un poeta católico devoto hacia el final del
siglo XIX, Coventry Patmore, cuya esposa
había muerto recientemente, dejándolo
solo para educar su familia, incluyendo su
pequeño hijo, que constituye el tema de su
poema. Creo que de este poema
aprenderás mucho acerca de Dios.
Los juguetes
Mi pequeño hijo, que miró con sus ojos
pensativos
y que se movió y habló con crecida
sabiduría,
habiendo desobedecido mis órdenes siete
veces,
lo reprendí, e lo hice subir a su habitación,
con duras palabras y sin besarlo.
Su madre, que era paciente, estaba muerta.
Pero, temiendo que su pena no lo dejara
dormir,
lo fui a ver a su cama.
Pero lo encontré profundamente dormido,
con sus cejas oscurecidas y sus pestañas
aun humedecidas por sus últimos sollozos.
Y yo, con pena,
besando sus lágrimas, deje caer otras de
mis ojos;
A su lado, sobre una mesita a la altura de
su cabecita,
había colocado, entre sus cosas,
un caja con piedritas y pequeñas rocas
rojas,
un trozo de vidrio recogido en la playa,
y seis o siete ostras,
un botella con campanitas azules,
dos monedas francesas, colocadas allí
con cuidadoso arte,
para confortar su triste corazón.
Entonces en la noche
cuando recé a Dios, lloré y dije:
Ah, cuando finalmente estemos tendidos
en nuestro último aliento,
no Te disgustes en la muerte,
y Tú nos recuerdes los juguetes
con que hicimos nuestros juegos,
cuan débilmente comprendimos,
tu mandamiento grande y bueno,
entonces, no menos paternalmente
que yo, Tú que nos has modelado del
barro,
Tú dejarás de lado tu justa ira, y dirás:
“Tendré piedad de sus chiquilinadas”.13
Si lo buscamos sinceramente y
deseamos agradarle en todas las cosas,
Dios nos aceptará y trabajará con los
errores que cada uno de nosotros, santos o
pecadores, cometemos. Frecuentemente
esto requiere perdonar; y su misericordia
está siempre ahí para abrazarnos, aun en
los peores momentos. Conozco gente que
arruinaron completamente sus vidas, pero
después, encontraron a Dios en la cárcel.
Dios estaba allí para abrazarlos. Y por eso
este extraño tema de la auto-destrucción,
tantas veces experimentado, discutido tan
frecuentemente, termina con esta
aclaración: No tengas miedo ni te
acobardes, porque Yahveh tu Dios estará
contigo dondequiera que vayas... (Jos 1,
9). Si todavía no es lo suficientemente

13
COVENTRY PATMORE, “The Toys”, Anthology of
Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y.:
Doubleday, Image Books, 1955), 195.
clara, Jesús lo dijo a sus confundidos y
auto-destructivos apóstoles: No se turbe
vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14,
27). Yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). No
importa lo que pase, cree que esto es
verdad.

Oración
Padre Celestial, no suelo rezarte con
mis propias palabras, uso en cambio la
oración que nos enseñó tu Hijo. Ahora,
reconociendo mi propia auto-
destructividad, mi propia tendencia a
cometer verdaderos errores que intento
evitar, me vuelvo hacia Ti en busca de
ayuda. Tu sabiduría sabe, más allá de lo
que podamos pensar, que somos los hijos
de una raza caída, que llevamos heridas
misteriosas que nos causan daño o incluso
destruyen las cosas que realmente nos
traerían paz y gozo. Tú nos enviaste a tu
Hijo Único para salvarnos a todos, aun a
aquellos que conspiraron para destruirlo.
A pesar de que lo amo y confío en Él, me
pregunto qué hubiera hecho yo si hubiese
estado entre aquellos que el desafió y
llamó a ir más allá de sus estrechos,
egoístas asuntos. Nada en mi vida me
convence de que yo hubiese estado entre
los pocos que permanecieron de pie a su
lado. Y por lo tanto, reconozco, que
muchas veces le fallo aun ahora, y dejo sin
usar y desaprovecho las oportunidades que
me da para servir mejor a Él y a quienes lo
necesitan, y que lo representan tan bien.
Padre, quédate conmigo cuando fallo y les
fallo a quienes me han sido dados para
servirles. Corrige mis errores. Ilumina mi
oscuridad. Endereza mis caminos. Y sé
paciente con mis necedades. No te pido
que impidas mis errores, pero sí que me
ayudes a ser paciente con los demás, como
Tú eres paciente conmigo. Amén.
CAPÍTULO 6: CUANDO LA MUERTE NOS
ROBA UN SER QUERIDO

Llegamos inevitablemente al tema más


doloroso de este libro, que en cierto modo
hace tambalear un poco a los creyentes en
la firmeza en su fe, y provoca que muchos
débiles en la fe, tropiecen. La muerte de
aquellos seres muy queridos, en quienes
nos hemos apoyado, es la peor pena de la
vida. Debemos considerar, al mismo
tiempo, lo inevitable de la muerte – la
muerte de quienes amamos y nuestra
propia muerte. Lo primero que hay que
decir es que es algo totalmente inútil
pretender huir de la muerte. No existe
lugar donde se pueda huir de ella. Cada
uno de nosotros, del más joven al más
anciano, está muriendo exactamente a la
misma velocidad: veinticuatro horas por
día, siete días a la semana. Nos movemos
en la vida acompañados por el tick-tack de
los relojes. Huir de la muerte, pretender
por un momento que no existe, es un
engaño totalmente inútil, la decepción más
grande. La muerte debe ser enfrentada
cara a cara muy directamente y con
firmeza, donde sea que estés y seas quien
seas.
No es una tarea fácil. Prácticamente
todo en nuestra cultura pretende
fingidamente que las cosas deben
funcionar bien y que no hay misterios o
problemas insolubles. Todo en nuestra
cultura nos dice engañosamente que la
muerte no nos alcanzará, a pesar de que,
paradójicamente, los medios están siempre
preocupados, en relatarnos un sin número
de asesinatos, guerras, y muertes
violentas. Ernest Becker en su libro La
negación de la muerte14, analizó las
actitudes modernas de los habitantes de
14
ERNEST BECKER, The denail of Death [La negación de
la muerte (Nueva York, Prensa Libre, 1973)].
Estados Unidos respecto a la muerte y
concluyó que, gran parte de nuestra
cultura, es simplemente una falsa
pretensión de que todos, excepto uno
mismo, van a morir. De una manera u otra,
tú y yo, no estaríamos incluidos, ese es el
engaño.
Un amigo mío que es encargado de una
empresa fúnebre me contó que la gente, ya
sea sencilla o sofisticada, han solicitado
que sus muertos sean vestidos con los
pijamas con que han muerto y que
inmediatamente se los lleven pronto al
crematorio, y que las cenizas sean llevadas
al cementerio sin ningún rito funeral.
Simplemente que desaparezcan. Como si
nunca hubiesen existido. Este es el tipo de
funeral “que está de moda”. ¿No es algo
tremendo?
Algo casi tan malo, consiste en ir a un
funeral religioso que se parece más a una
fiesta de bodas. Todos están felices,
Aleluyas por todas partes, vestimentas
blancas, incienso y flores. Esto también es
una negación de la muerte, y mucho peor,
priva a quienes se encuentran apenados, de
la oportunidad de manifestar su dolor por
los seres queridos. (He advertido a mis
frailes: “cuando muera, recuéstenme con
mi hábito de fraile con una estola morada;
y si alguien canta ‘Aleluya’, volveré.
Volveré en medio de la noche, arrastrando
cadenas”). No sólo las celebraciones de
funerales “felices” constituyen un insulto
hacia el difunto, sino que dejan a los
deudos reales con una gran carga de dolor
en sus corazones, que permanece sin poder
expresarse. En el momento de la muerte,
todos debemos enfrentarnos con el dolor.
Esto significa que todos tenemos que
considerar la muerte como una realidad de
nuestra vida, antes de que repentinamente
nos debamos enfrentar con ella.
Lo que se pierde con la muerte
La muerte tiene muchos aspectos
oscuros. El primero es nuestro dolor por el
ser querido que se está muriendo o ya ha
muerto. Esto es especialmente cierto, si la
muerte llega a causa de alguna complicada
y dolorosa enfermedad o por algún
horrible suceso repentino, como un
accidente o un incendio. Sufrimos con
aquellos que amamos y nos sentimos
profundamente frustrados porque no
fuimos capaces de hacer algo por ellos. En
nuestras lágrimas, pesar, dolor, y
frustración, decimos a Dios: “¿Qué
sentido tiene todo este sufrimiento? ¿Por
qué a esta persona inocente? ¿Por qué a
este niño?” Esto ciertamente es parte de lo
que San Pablo llama el aguijón de la
muerte (1Cor 15, 56). El poderoso
ejemplo de este sufrimiento es la Madre
dolorosa de Cristo, que nos conmueve
tanto en la escultura de Miguel Ángel
llamada “La Piedad”, una imagen del
dolor por alguien amado.
El siguiente poema fue escrito por
Coventry Patmore después de la muerte de
su hija pequeña. Expresa en modo
conmovedor el dolor que hace a uno
prorrumpir en un grito de angustia a Dios,
a quien uno ama pero que pareciera no
tener misericordia.
“Si hubiese muerto yo”
Si yo hubiese muerto, tú alguna vez
dirías, ¡Pobre Niña!
Los queridos labios, temblando
mientras hablabas,
Y las lágrimas brotan
de los ojos, que, para no
apesadumbrarme, sonríen brillantemente.
¡Pobre Niña, Pobre Niña!
Me parece oír tu risa, tu conversación,
tu canto.
No es cierto que el amor no haga daño.
¡Pobre Niña!
¿Y pensaste, que cuando así llorabas y
reías,
como yo, en las noches solitarias,
permaneceré despierto,
y con esas palabras consumar tu plena
venganza?
¡Pobre niña, pobre niña!
Y ahora, inútil será
que esos dulces reproches por tres
veces repetidos lleguen a ti,
¡O Dios, no has tenido misericordia
conmigo!
¡Pobre niña!15

El oscuro valle
Otra fuente de dolor es la misteriosa y
oscura puerta de la muerte, la sombra de la
muerte, el entierro del cuerpo, el silencio
de la tumba, la ausencia de respuesta por

15
CONVENTRY PATMORE, “If I Were Dead”, Anthology of
Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y.,
Doubleday, Image Books, 1955), 197.
parte del ser querido que ha muerto, el
hecho que incluso entre creyentes devotos
haya muy pocos casos conocidos de
comunicación de los muertos con este
mundo. Aunque estos casos no sean tan
extraños como uno puede pensar, sí son
raros; y a menudo, cuando suceden, hay
un natural escepticismo por el hecho que,
la gente experimenta a menudo aquello
que necesita experimentar, especialmente
cuando están sufriendo. Algunas personas
sanas, educadas, con los pies sobre la
tierra, me han contado de alguna
experiencia o clara impresión acompañada
de algún signo de confirmación, que
provenía aparentemente del ser amado
muerto. Sería un prejuicio sin fundamento
el desechar simplemente estas
advertencias como si fuesen producto de
la lucha desesperada de la mente para
consolarse. Por otra parte, ninguna de
estas experiencias ha sido algo que
podamos utilizar como una prueba de la
inmortalidad del alma. Carecen de la
claridad de los relatos de la Resurrección
de Cristo, y además casi nunca fueron
percibidos por otras personas al momento
en que ocurrieron. Para la mayoría de los
vivos, la muerte es un oscuro camino por
el cual el ser querido ha pasado al silencio.
La fe es la única luz que ilumina ese
camino, como una pequeña lámpara que
señala un largo túnel, que revela muy
tenuemente la realidad que está del otro
lado.

Llorar por los vivos


Probablemente constituye un dolor
mayor, la pérdida de quien ha sido un gran
apoyo, incluso parte integrante de la vida
de una persona. Obviamente, participamos
en funerales de muchas personas que
hemos conocido y admirado, pero rara vez
nos encontrábamos con ellas, y nunca
fueron una parte integral de nuestras
luchas diarias. En cualquier funeral,
puedes distinguir fácilmente el gran grupo
de quienes se lamentan y han llegado para
dar sus respetuosas condolencias, o
incluso a pagar una deuda de gratitud;
estos son quienes experimentan
profundamente la pérdida de esta persona
que ejerció una particular influencia en sus
vidas. Para el grupo más reducido de los
profundamente dolidos, el dolor es dolor
de la pérdida. Puede ser un padre que llora
la perdida de un hijo pequeño, o un hijo
por su padre, un esposo por su esposa o un
amigo íntimo que ha sido parte de otro,
durante toda la vida. Hay unos pocos que
no experimentan la muerte como algo que
les ha robado, como alguien que llega sin
ningún derecho y nos priva de lo que,
quizás, desesperadamente necesitamos.
Ese fue el profundo pesar que llevó a San
Agustín a realizar el siguiente comentario:
“Lloren por los vivos; no lloren por los
muertos”. Es la pérdida dolorosa de los
que amamos, la que nos hace considerar la
muerte como un ladrón, porque, sin una
razón aparente, nos quita a alguien que
necesitamos. Podemos enojarnos con Dios
que ha llamado a alguien que nosotros
necesitábamos tanto. Teniendo en cuenta
todas estas cosas, intentemos buscar algún
sentido a la muerte para que sepamos qué
hacer cuando se nos acerque “como un
ladrón en la noche”.

El aguijón de la muerte
Repetidas veces, San Pablo,
especialmente en la Epístola a los
Romanos, afirma que la muerte es una
consecuencia del pecado. Por tanto, como
por un solo hombre entró el pecado en el
mundo y por el pecado la muerte y así la
muerte alcanzó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron (Rom 5, 12). Pues el
salario del pecado es la muerte; pero el
don gratuito de Dios, es la vida eterna en
Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 6, 23).
Una enseñanza extraña, ¿no es cierto?
¿Significa esto que si el mundo no hubiera
caído, si nuestros primeros padres no
hubiesen pecado, no habría tales cosas
como la muerte, y viviríamos sin fin en
este mundo? Esa es una idea desagradable.
¿O significa que alguna grandiosa carroza
descendería alguna vez ocasionalmente, y
aquellos que estuviesen listos para partir a
la vida más allá de esta, podrían subirse, y
los familiares y amigos podrían estar allí
para despedirse, algo así como los barcos
para turistas de los primeros tiempos?
Consecuentemente, el proceso biológico
de la vida en este mundo, hubiese tomado
su costo. Pero en un mundo que no
hubiese caído, todos se darían cuenta que
los que irían al más allá, entrarían
inmediatamente en el Reino de Dios. Sería
motivo para festejar. En tal mundo, la
gente no estaría tan dependiente
emocionalmente y en consecuencia no
quedarían heridos por sus seres queridos.
El pasaje de un ciudadano del mundo no
caído sería muy semejante a una
graduación. Todos sabrían hacia donde va,
y que simplemente hizo falta una pequeña
prueba para llegar allí. También habría
lágrimas como las de aquellos que se
despiden en el puerto de sus familiares que
parten en un crucero de diez días para
festejar sus bodas de oro.

Una muerte festejada


Aun en este mundo caído, muy de vez
en cuando, asistirás a la muerte de alguien
que estaba completamente preparado para
partir. Este es el único tipo de funerales al
cual podrías asistir al menos un poco
contento. Recuerdo el funeral de mi
querida amiga, la Madre María de Jesús,
de las hermanas del Santísimo Sacramento
en Yonkers. Ella tenía noventa y cuatro
años y estuvo en el claustro desde 1916.
Obtuve autorización para ingresar al
claustro y visitarla poco tiempo antes de
su muerte. Estaba recostada en cama,
ciega, débil, y maravillosamente cuidada
por sus hermanas en religión. Anuncié mi
llegada preguntando: “Madre, ¿cómo está
usted?” Ella respondió: “Bueno padre, tú
sabes lo que Benjamín Franklin solía
decir”. (Esta mujer estaba llena de
sorpresas. ¿Cuántas religiosas de claustro
podrían citar a Benjamín Franklin?).
Prudentemente respondí: “En verdad no”.
Con un guiño de sus ciegos ojos,
respondió con esta acotación: “Él solía
decir cuando estaba viejo, «Todavía vivo
en la casa, aunque el techo ya se haya
caído»”. Esta era una mujer que estaba
lista para partir. ¿Irías llorando al funeral
de una persona como esta? Tal vez si la
extrañases como parte de tu vida. Pero
esta monja estaba lista para irse.
Frecuentemente, gente anciana devota
están ya listos para dejar este mundo. El
funeral de semejantes personas no debería
ser ocasión de gran dolor. Sin embargo, si
hay quienes dependen profundamente de
esa alma, sentirán el dolor de la pérdida, a
pesar de la edad de sus seres queridos que
mueren.
Fuera de esta rara excepción de las
almas santas, me desagradan los funerales
que son una especie de canonización,
especialmente de quien, con mi mayor
estima, va a pasar un largo tiempo en el
Purgatorio comiendo migajas y bebiendo
calor, goma de mascar con sabor a
gaseosa. ¡Por favor! Cuando me vaya, por
favor lloren un poco. Si vienes a mi
funeral, llora, aun cuando tengas que
fingir un poco. Al menos muéstrate un
poco triste. Cualquier cosa que hagas, por
favor no cantes “Aleluya”. No quiero ir y
venir del purgatorio para perseguir gente.

Preparándose para el Cielo


Es el momento de decir algo acerca de
la doctrina sobre el Purgatorio, que ha sido
muy mal entendida e incluso negada, y
que los Ortodoxos orientales llaman: el
lugar de expiación. Desafortunadamente,
al Purgatorio se le ha dado muy mala
prensa. Mucha gente ha crecido con una
imagen del Purgatorio como si fuese
hediondas piscinas de fuego en las cuales
las almas santas desnudas suben y bajan
como papas fritas en una casa de comidas
rápidas al paso. El Concilio de Trento
condenó el transformar el castigo temporal
del Purgatorio en algo horroroso. (“La
Iglesia da el nombre de Purgatorio a
aquella purificación final de los elegidos,
que es completamente diferente al castigo
de los condenados”16). Santa Catalina de
Génova, quien escribió un maravilloso
libro sobre el Purgatorio, mantuvo sobre la
base de sus experiencias místicas que
consiste en un gran avance sobre la
condición de ésta vida, y que las almas
santas no tienen más lamentos que el de
aún no haber llegado finalmente a su lugar
en el cielo.
“Así como con el paraíso, Dios no le
ha puesto puertas. Quien quiere puede
entrar allí. Dios sumamente
misericordioso nos espera allí con sus
brazos abiertos para recibirnos en su
Gloria. También veo, sin embargo, que
la divina esencia es tan pura y llena de
luz, mucho más de lo que podemos
imaginar, que el alma que tenga la
mínima imperfección se arrojaría a mil
infiernos antes que presentarse de esa
manera ante la presencia divina. La
16
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1030-1031.
lengua no puede expresar ni el corazón
comprender, el significado pleno del
Purgatorio que el alma acepta
voluntariamente como un acto de
misericordia, sabiendo que el
sufrimiento que allí padece no tiene
importancia comparado con la remoción
del impedimento que le dejó el pecado.
El mayor sufrimiento de las almas en el
Purgatorio, así me parece a mí, es el
conocimiento de que algo en ellas
desagrada a Dios, que han ido
deliberadamente en contra de su
grandiosa bondad. En estado de gracia,
estas almas captan perfectamente el
sentido de lo que les impide llegar hasta
Dios. Esta convicción es tan fuerte, de
lo que he comprendido hasta este
momento en mi vida, que por
comparación toda palabra, sentimiento,
imagen, idea sobre la justicia o la
verdad, me parece completamente falsa.
Estoy más confundida que satisfecha
con las palabras que he usado para
expresarme, pero no encontré nada
mejor para expresar lo que he
experimentado. Todo lo que he dicho es
nada en comparación con lo que siento
en mi interior, el testimonio de la
correspondencia del amor entre Dios y
el alma; cuando Dios ve al alma tan
pura como cuando estaba en sus
orígenes, se acerca a ella con una
mirada, la toma y la une a Él con tan
fuerte amor que podría aniquilar al alma
inmortal. Actuando así, Dios transforma
al alma en sí mismo, que ya no conoce
otra cosa sino a Dios, y Dios continúa
atrayendo al alma hacia su fuerte amor,
hasta que Él la restituye en un estado
tan puro como en el que fue creada
originalmente. Mientras Dios va
atrayendo al alma hacia sí, ella se siente
como derretirse en el fuego de ese amor
de este Dios tan dulce, que Él no cesará
hasta que lleve al alma a su perfección.
Esta es la razón por la cual el alma
busca erradicar cualquier tipo y todo
género de impedimento, para poder ser
elevada hasta Dios; y estos
impedimentos son la causa de los
sufrimientos de las almas del
Purgatorio. Estas almas no se detienen
en sus sufrimientos, sino que más bien
en la resistencia que sienten en sí
mismas contra la voluntad de Dios,
contra su intenso y puro amor
determinado totalmente a atraer hacia sí
al alma. Y veo rayos de luz partiendo
del amor divino hacia la creatura, tan
intensos y fuertes como para aniquilar
no sólo el cuerpo, sino también, si esto
fuese posible, al alma. Estos rayos
purifican y por eso en cierto modo
aniquilan. El alma se transforma como
el oro que se vuelve cada vez más puro
cuando más se lo somete al fuego, y se
le quita toda impureza”17.
Cambiaría a Nueva York en cualquier
día de la semana por el Purgatorio. Es
claramente superior a Nueva Jersey, donde
comencé mi vida. Y en verdad lo busco
con esperanza, porque me gusta viajar y
conocer nuevos lugares, y tengo ya
muchos amigos en el Purgatorio. Una vez
allí, estás seguro de la vida eterna, lo cual
lo convierte en algo mucho más gozoso
que nuestro terrorífico viaje aquí, al cual,
de acuerdo a San Pablo, deberíamos
realizarlo con temor y temblor.
Los Protestantes siempre han
malinterpretado el sentido del Purgatorio,
a pesar de que hoy en día pareciera
oírseles rezando por los muertos en los
17
Catherine of Genoa: Purgation and Purgatory, The
Spiritual Dialogue (Catalina de Génova, Purgación y
Purgatorio, Diálogo Espiritual), ed. Serge Hughes and
Benedict j. Groeschel (Nueva York, Pualist Press, 1979),
78-79.
funerales. (No tiene sentido rezar por las
almas si no hay Purgatorio, porque
entonces el alma o estaría en el cielo o en
el infierno). La Iglesia siempre ha
enseñado que sólo Cristo nos salva y
merece nuestra salvación. Nosotros
ciertamente no hacemos eso en el
Purgatorio. Nunca nadie enseñó que así
fuera. El argumento más sucinto que he
oído una vez sobre el Purgatorio provenía
de un caballero Protestante, el Dr. Samuel
Johnson. En una de sus numerosas
discusiones con Boswell, le dijo en
respuesta a una pregunta:
“¿Qué piensa usted sobre el Purgatorio,
tal como lo consideran los Católicos
Romanos?” Johnson: “¿Por qué pregunta
eso? es una doctrina inofensiva. Existe la
opinión que, gran parte de la humanidad,
no es tan obstinadamente malvada como
para merecer el castigo eterno, ni que es
tan buena como para merecer ser
admitidos en la sociedad de los espíritus
bienaventurados; y por eso es que Dios es
tan bondadoso de permitir un estado
intermedio, donde puedan ser purificados
por ciertos grados de sufrimiento. Como
usted verá, no hay nada de irrazonable en
esto”. Boswell: “Pero, entonces, ¿las
misas por los muertos?” Johnson:
“¿Porqué lo pregunta? Si una vez se ha
establecido que hay almas en el
Purgatorio, es propio rezar por ellas, como
lo hacemos por nuestros hermanos que
aun están en esta vida”.
Santa Catalina de Génova, siendo una
mística y no una literata como el Dr.
Johnson, nos dio una visión más profunda.
Para ella, el Purgatorio, es un don de la
misericordia de Dios que nos permite
cooperar con su gracia para remover todos
los obstáculos que ponemos entre nosotros
y su amor. En las siguientes frases de su
libro, Catalina nos da la explicación a
aquellas imágenes distorsionadas que
parecen contradictorias con las palabras de
la Sagrada Escritura que afirma que: las
almas de los justos están en las manos de
Dios (Sab 3, 1).
“Veo que los sufrimientos de las
almas en el Purgatorio, pueden ser
soportadas por dos motivos. El primero
es la voluntad de sufrir, la certeza que
Dios ha sido más misericordioso con
ellas a la luz de lo que merecían y lo
que Dios les ofrece. Si la misericordia
de Dios no atempera su justicia, la
justicia que fue satisfecha por la Sangre
de Jesucristo, un solo pecado hubiese
merecido mil infiernos eternos.
Entonces, sabiendo que sufren
justamente, estas almas aceptan el orden
establecido por Dios y no se les
ocurriría hacerlo de otra manera. El otro
motivo que sostiene a estas almas es un
cierto gozo que siempre es deficiente,
pero que de todas maneras, aumenta
cada vez más en la medida que se
acercan a Dios. Se regocijan por lo que
Dios ha ordenado, por su amor y su
misericordia, en la cual cada alma ve
según su capacidad. Estas visiones no
son esfuerzos propios de las mismas
almas. Son vistas en Dios, en quien
están más absorbidas que en sus propios
sufrimientos, pues la breve visión de
Dios sobrepasa por mucho todo gozo o
padecimiento humano”18.
Difícilmente podemos pintar una
imagen horrible del Purgatorio y, al
mismo tiempo, sostener que las almas de
los muertos que están en su viaje hacia la
realidad eterna, están seguras en las manos
de Dios. Un hecho interesante tuvo lugar
en la vida de la Fundadora de las
Hermanas del Cenáculo, Santa Marie
Thérèse Couderc. Pocos días antes de su
18
Catherine of Genoa, 84.
muerte, sus oídos se llenaron con cantos
de hermosos coros celestiales. Lo
describió así:
“No se lo que está pasando... Uno
podría pensar que la enfermedad me ha
sacado de mis cabales. Desde ayer, me
encuentro rodeada de una multitud que
incesantemente reza y reza, con tonos
penetrantes, y una reverencia tal como
jamás he conocido. Cantan también
himnos con tonos solemnes, salmos, y
oraciones litúrgicas. Suplican, se
lamentan con dolor, adoran a la Divina
Majestad. Adoran a la Majestad con una
unidad, armonía, fe, esperanza y amor
inefables. Creo que son las almas del
Purgatorio. Alguna vez por horas fui
elevada junto a ellas, pues a pesar de mi
misma, estoy como obligada a unirme a
ellas. Por momentos tengo miedo, pero
ellas me envuelven, se avecinan muy
cerca de mí. Están sufriendo y ellas se
ven con un corazón rendido. Preferiría
ser librada de esto, se lo he pedido a
nuestro Señor, pero Él no me oye”19.
Cuando la santa, que estaba muriendo,
le dijo esto a su Superiora General, esta le
aconsejó que hablara de esos cantos con su
director espiritual. La Superiora General
escribe:
“Cuando la visité de nuevo, me miró
con una sonrisa y me dijo: «El padre me
dijo que no temiera. Él cree que son las
almas del Purgatorio. Ellas son amigas
de Dios, porque lo aman y Él las ama,
están ante Sus Ojos como una sociedad
bendita. No he dormido esta noche. No
me lo permitieron. He visto entre ellas a
varias de las nuestras. He visto también
muchos sacerdotes y religiosos. Cuando
esta mañana recibí la Santa Hostia, ellas
19
HENRY PERROY, A great and Humble Soul: Mother
Thérèse Couderc, Foundress of the Society of Our Lady of
the Retreat in the Cenacle (1803-01885), trad. John J.
Burke (Nueva York, Prensa Paulina, 1933), 220-21.
entonaron el Te Deum. En el cuarto
verso, a pesar de mi esfuerzo de estar
atenta como siempre a mi Señor, me vi
forzada a seguirlas y a cantar con ellas:
Santo, Santo, Santo, el Señor Dios de
Sabaoth.
Fue algo muy hermoso. Tendría que
vivir muchos, pero muchos años, antes
de poder olvidar aquella armonía, esos
acentos, esa reverencia con la cual nada
en la tierra puede dar ni siquiera una
pequeña insinuación. Cada verso era
cantado con un sentimiento adecuado a
la adoración o para significar lo que se
expresaba. Cuando llegaron al último
verso -En Ti, Señor, he esperado, no
permitas que sea confundido
eternamente- la cantaron por lo menos
diez veces, con tal humildad y ardor, y
una confianza desbordante de amor.
Están allí todo el tiempo. No puedo
entender porque ustedes no las oyen.
¿Acaso no las escuchan ahora?»
De nuevo me dijo: «Son una multitud.
Entre ellas hay voces de hombres, voces
de mujeres, voces de niños... ¡O, como
rezan: como cantan! ¡Si pudiéramos
rezar como ellas lo hacen! Que bajo,
que inferior en comparación es nuestro
modo de rezar. ¿Dónde está nuestra
reverencia?»”20
Si uno piensa en la muerte, es útil
pensar en lo que viene después de ella. En
el argumento del Dr. Johnson, señala, que
la mayoría de nosotros seremos llevados al
Purgatorio, así que no es una mala idea
gastar un poco de tiempo en pensar en la
maravillosa preparación para nuestra
entrada final en el Reino de Dios. Si tú
fueses un santo canonizable, no te hará
falta, pero si no lo eres, pienso que es un
tiempo bien empleado.
20
Ibid., 221.
La muerte es asombrosa
A pesar de la seguridad que nos da la fe
y que nuestro Divino Salvador dio a los
Apóstoles, la muerte permanece un evento
asombroso. Asusta. Tengo amigas, aquí en
Nueva York, las hermanas Dominicas de
Hawthorne, quienes literalmente viven con
la muerte. Su comunidad se hace cargo
sólo de quienes se están muriendo de
cáncer, especialmente la gente pobre que
no puede afrontar los gastos. Piensa en
eso. Si enseñas en una escuela, tus
alumnos vivirán más de lo que tú lo harás,
y, tú esperas que alguno de ellos recordará
algo de lo que le has enseñaste. Para estas
hermanas, el éxito final en su apostolado
es ver a una persona morir en paz, y
santamente. Es una vocación maravillosa,
pero sumamente desafiante, porque
incluso para estas hermanas, la muerte es
un ladrón de las personas que han
conocido y con las cuales han trabajado.
Sin embargo, si uno visita una de sus
varias casas para moribundos, uno no
saldrá con un terrible miedo a la muerte.
Las hermanas deben enfrentar
constantemente las mismas preguntas que
tú y yo debemos afrontar: ¿Por qué? ¿Por
qué una joven madre muere de cáncer?
¿Por qué gente que ha vivido una vida tan
útil debe morir de manera tan dolorosa?
Esto nos lleva a las sorprendentes
preguntas sobre la muerte. Frecuentemente
la muerte llega de una manera terrible,
completamente imprevisible y para
quienes son totalmente inocentes. Cuando
por primera vez escribía estos artículos, un
conductor de camión llevando un gran
tanque de gasolina ingresó en el cruce del
ferrocarril y se encontró con un gran tapón
de tránsito delante de él. De repente la
campana comenzó a sonar, avisándole que
el tren se aproximaba. No pudo quitar el
camión de las vías lo suficientemente
rápido. Intento ir hacia atrás, pero las
barreras habían bajado sobre el camión. El
maquinista lo vio, y puso el motor en
reversa, pero el tren no se pudo detener tan
rápidamente y golpeó al camión de
gasolina a una velocidad de más de 55
Km. por hora. El conductor murió
quemado junto con otras cinco personas
que esperaban en el cruce. Un hombre
anciano fue arrojado del auto, y se lo vio
corriendo en llamas por la calle, mientras
que su amada esposa nunca pudo salir del
auto. ¿Por qué? No lo sé.
La muerte nos enfrenta a un elemento
misterioso en la vida. En la sociedad
contemporánea, negamos la existencia de
lo misterioso. Hay muchas cosas
misteriosas – la vida, el amor, las
tinieblas- pero ¿qué más misterioso que la
eternidad? Si no puedes afrontar el
misterio, esta vida te volverá loco, o te
hará cínico, o te llevará a una terrible
depresión. La vida está llena de preguntas
sin respuesta. Para ser honestos, si no
buscamos respuestas a estas preguntas,
seríamos todos corderos. El misterio da al
sufrimiento humano su gran dignidad. La
muerte nos lleva directa e inevitablemente
a confrontarnos con lo misterioso de la
vida. Esto es verdad, ya sea la muerte
previsible o inesperada, sea que se la
reciba bien como la muerte de una persona
muy enferma que desea ir a su casa, o sea
que se la mire como la peor cosa posible –
como la enfermedad de un pequeño niño o
una persona que tiene toda la vida por
delante. Por eso la muerte, casi siempre, es
algo misterioso. Pero ¿qué debemos hacer
en el caso de este misterio? Personas de
cualquier religión y en todo el mundo, de
cada grupo racial, de cualquier cultura,
¿qué hacen cuando llega la muerte?
Rezan. Aún los no creyentes rezan. Puede
que no recen en ningún otro momento,
pero rezan ante la presencia de la muerte,
porque la muerte le da a la vida ciertas
dimensiones, su misterio y su significado.
La muerte es el marco de la vida. Mientras
transitamos por la vida necesitamos
aprender las lecciones que la muerte nos
pueda enseñar. Para los cristianos, el
acercarse de la muerte contiene un gran
mensaje: Jesucristo quiso identificarse con
nosotros hasta tal punto que estuvo
dispuesto no sólo a morir, sino también a
soportar una muerte terrible y dolorosa.

La muerte de una estrella


Descubrí un hermoso testimonio que
nos revela el sentido de la muerte, y
estaba, entre todos los lugares posibles, en
la sección deportiva del New York Times.
Arthur Ashe, la estrella del tenis que
contrajo Sida por una transfusión de
sangre, en un artículo escrito después de
su muerte, se testifica lo que dijo a un
grupo de estudiantes de una escuela en su
período terminal:
“Poseo la fe religiosa. He crecido en
el sur, entre familias de color y teniendo
a la Iglesia como punto central de mi
vida... Y recordé algo que Jesús dijo en
la Cruz: «Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?» Recuerda, Jesús fue
pobre, humilde, de una minoría
marginada... Y Jesús de hecho hizo esta
pregunta, por qué el inocente debe
sufrir. Yo no soy inocente, quiero decir
que estoy lejos de ser un ser humano
perfecto. Pero ustedes se preguntarán:
«¿Por qué yo?», y entonces yo pienso:
«¿Por qué no yo?».
¿Por qué no tendría que sufrir lo que
otros también han sufrido? Y debo
pensar todas las cosas buenas que han
sucedido en mi vida: el tener un esposa
maravillosa, una hija, una familia y
amigos, de haber ganado Wimblendon y
el Abierto de los Estados Unidos, y
haber jugado y dirigido el equipo de la
Copa Davis, haber recibido una beca
para la UCLA, todo tipo de cosas
buenas. Se preguntarán: «¿por qué yo?»
A veces no hay explicación para las
21
cosas, sobre todo las que son malas”.
Arthur Ashe no era un líder religioso,
pero era un hombre de fe. Estoy tan
agradecido que un laico y una estrella tan
respetable, haya hablado sobre el tema
para los cristianos. Hay que concentrar la
atención en la muerte, el hecho de que el
Hijo de Dios vino y no murió de una
muerte cómoda, rodeado de sus santos
discípulos como San Francisco o Gautama
Buddha, o incluso p. Damián rodeado de
sus queridos leprosos, los santos

21
“The changing Faces of Arthur Ashe: From Private
Pain to Public Servicio”, en New York Times, Sección
Deportiva, Domingo 25 de Octubre de 1992.
frecuentemente han tenido una hermosa
muerte rodeados de discípulos que
cantaban y rezaban al Señor. Sin embargo
Jesús murió rodeado de sus enemigos y
soportó por nosotros la muerte más difícil.
Eso fue una verdad consoladora para
Arthur Ashe, y también puede serlo para
ti.

La muerte no es para siempre


Cuando pienses en la muerte de tus
seres queridos, ten presente que la muerte
no te los roba para siempre. Nos roba
ahora alguien que amamos y necesitamos
mucho. Podemos estar muy enojados
contra la muerte y contra Dios quien
permite que ella nos los robe. Recuerda
que Dios mismo vino y tomó sobre sí la
pesada carga de una dolorosa, miserable y
horrible muerte por tortura. Mientras nos
quejamos, sabemos que Él lo sufrió antes
que nosotros. Esto no responde todas las
preguntas, pero la Cruz pone estas
preguntas en su justa perspectiva.

Aprendiendo de la muerte
La muerte es una influyente maestra y
tiene muchas lecciones para darnos.
Aprende de la muerte que nada en este
mundo dura para siempre, que en esta vida
todo pasa. Aprende de la muerte a no
apegarte a nada de tal manera que no
puedas irte sin eso. En cambio, aprende a
dirigir todas tus cosas a la eternidad. No te
sientas tan cómodo con nada en este
mundo, porque no estarás preparado para
dejarlo. La fe nos da el inmenso consuelo
de saber que todas las cosas buenas, cosas
que tuvimos en esta vida, nos serán
restituidas al otro lado de la tumba pero de
un modo inmensamente más hermoso. Es
natural que le tengamos miedo. No
sabemos cómo es la muerte. Ni el ojo vio,
ni el oído oyó, ni al corazón del hombre
llegó, lo que Dios preparó para los que le
aman (1Cor 2, 9). Pero sabemos, pues
Cristo nos dice: En la casa de mi Padre
hay muchas mansiones (Jn 14, 2).
Deseo tanto, en atención a los
creyentes y a los que buscan saber sobre
esto, al punto que he suplicado por una
prolongada enfermedad terminal. Espero
que el Señor me de tiempo para grabar
algunas reflexiones sobre la actitud
cristiana ante la muerte mientras me esté
muriendo. Ese tipo de testimonios
deberían ser convincentes. Ya hablé con
las hermanas de San Pablo, que publican
videos, y con las Dominicas de
Hawthorne, que cuidan a los moribundos,
y tal vez podamos llegar a un acuerdo.
Ellas traerían las cámaras, mientras me
reciben en la casa del Rosario. Veremos si
para entonces estoy lúcido como ahora.
Debería contraer cáncer lo más pronto
posible, si es que voy a contraer algo, para
poder ir a la casa del Rosario. Quisiera dar
este mensaje: «No huyas de la muerte. No
luches contra la muerte. Y cuando la
muerte te esté robando algún ser cercano,
por Dios, reza. Reza prolongadamente,
reza bien, reza incluso desesperadamente,
reza desde lo más profundo de tu corazón.
Es patético asistir a funerales en los cuales
nadie reza».

Dolor bien asumido


Cuando Santa Mónica estaba
muriendo, sus dos hijos, Agustín y
Navigius, dijeron algo al respecto:
“Madre, soporta. Tomaremos un barco y
te llevaremos de regreso a África así
podrás ser sepultada en tu tierra natal”.
Mónica no estaba interesada en los
funerales, estaba interesada más bien en
las oraciones y especialmente en que
ofrecieran el sacrificio del Cuerpo y
Sangre de Cristo por su alma. Agustín
recuerda:
“Porque ella cuando sintió la muerte
no pensó en que su cuerpo fuera
suntuosamente sepultado ni
embalsamado con aromas; no deseó que
se le alzara ni se preocupó de ser
inhumada en su tierra natal. Nada de
eso nos mandó, y su único deseo fue
que la recordáramos ante tu altar, en el
que ella sirvió sin faltar una vez cuando
sabía que en alguna parte se iba a
ofrecer la víctima santa por cuya
inmolación fue anulado el decreto que
nos era contrario (Col 2, 14) y fue
dominado el enemigo que lleva cuenta
de nuestros pecados para enrostrarnos
con ellos, pero nada puede en aquel por
quien lo vencemos... A este sacramento
de redención ligó su alma tu sierva con
el vínculo de la fe. Que nadie le quite tu
protección; que no se interpongan el
león ni el dragón, ni por la fuerza ni por
la insidia; porque ella no va a responder
que nada te debe, ya que si tal dijere
refutaría y la tendría consigo mañoso
acusador. Dirá, en cambio, que sus
pecados le han sido perdonados por
aquel Señor, al que nadie puede
devolver lo que pagó por nosotros sin
obligación.
Que descanse pues en paz, con su
marido único, pues ni antes ni después
de él se casó con otro; con el marido a
quien sirvió y a quien como fruto de su
paciencia ganó para ti. Y tú, Señor y
Dios mío, inspira mis hermanos, hijos
tuyos y señores míos a quien sirvo con
la voz, con la pluma y con todo el
corazón; inspira a quienes esto leyeren
que se acuerden ante tu altar de su
sierva Mónica y de Patricio, el que fue
su esposo; pues por la obra de carne de
los dos me trajiste a esta vida de un
modo que no conozco. Que se acuerden
los que fueron mis padres en esta vida
transitoria de los que son mis hermanos
en la Santa Madre, la Iglesia Católica,
siendo tú nuestro Padre común; y
también mis compatriotas en la
Jerusalén eterna por la cual suspira tu
pueblo peregrino desde la partida hasta
el retorno; para que lo que mi madre me
pidió en su último deseo le sea dado con
creces por la oración de muchos, lo
mismo que por estas mis confesiones y
mis asiduas plegarias”22.
Que cosa más amable y benéfica puede
uno hacer por un difunto que ofrecer el
Sacrificio de Cristo por él. Que hermoso y
consolador es rezar por el difunto en su
viaje. No tenemos idea como será ese
viaje. No sabemos si ya serán santos en la
maravillosa realidad mística del cielo, por
eso recemos con ellos. Los Santos viven
22
SAN AGUSTÍN, Confesiones, L. IX, c. 13.
en la celebración del Misterio Pascual del
cual la Liturgia de la Misa en este mundo
es sólo su reflejo sustancial. En la liturgia,
en que ellos participan, Cristo es el Sumo
Sacerdote. Aquí, en este mundo, nosotros
pobres hombres llamados sacerdotes
estamos en su lugar, siguiendo su
mandato.
Acomoda tu mente para considerar la
muerte como se supone que lo hagamos.
Ella puede elevar tus ojos hacia la
eternidad. Y cuando se trata de una muerte
dolorosa, una muerte que puede hacerte
enojar, que parezca injusta e inmerecida –
por ejemplo, una persona inocente
asesinada por malicia- lo más importante
es rezar. Debemos recordar entonces que
este inocente ha recorrido un muy corto
pasaje hacia la luz de Dios. A pesar de
cuan dolorosa pueda ser su muerte, no
importa cuan atormentados sean sus
cuerpos con el sufrimiento, los muertos
pasan a través de un muy corto pasillo. Si
están preparados, entran inmediatamente
en la vida eterna. Rezamos por nuestros
queridos difuntos en su viaje, para que ya
puedan estar en paz con Dios. E incluso
nos dice la hermana Faustina, la mística de
la Divina Misericordia, que ella cree que
Cristo dialoga con el alma en su camino
hacia la perdición. Ella escribe que le fue
revelado que cuando ninguna voz humana
puede hablar con el moribundo, Cristo
mismo viene y llama esa alma23. Yo lo
creo. Cristo no murió en la Cruz, no
soportó lo que soportó en su vida, para que
las personas se pierdan. Si yo estuviera en
camino de perderme [y San Pablo dice que
deberíamos “trabajar” por nuestra
salvación con temor y temblor (Fil 2, 12)],
podría mirar a los ojos misericordiosos de

23
Rev. George Kosicki, C.S.B.; Now is time for Mercy
(Ahora es tiempo para la Misericordia) (Steubenville,
Ohio; Universidad de Prensa Franciscana, 1991), 8-11.
Cristo y decir: “¿No?” La respuesta es que
no me puedo salvarme a mí mismo, pero
debo dar mi consentimiento a mi propia
salvación. De qué modo Dios llama a dar
este consentimiento es algo muy
misterioso. Deberíamos estar
esperanzados incluso por los que han
llevado una vida de pecado. No estés
celoso de ellos. Nosotros hemos recibido
mucho más que ellos. Muchos
aparentemente no han recibido mucho. Tal
vez fueron ricos, tal vez sus vidas
estuvieron llenas de placer, pero era tan
sólo una hueca burbuja. Tú y yo somos las
personas verdaderamente ricas. Si tenemos
la fe y los sacramentos, somos
verdaderamente ricos, con un tesoro que
no perece.
San Juan de la Cruz enseña que el sol,
la luna, las estrellas, la tierra, el mar, el
tiempo, la eternidad y la Madre de Dios,
todo nos pertenece. No podemos ser
pobres. No podemos ser completamente
desafortunados. Tenemos a los ángeles y
santos por amigos. ¿Quién posee la tierra?
Nuestro Padre Celestial. Nosotros no
somos pobres. Los mundanos, los no
creyentes, los manipuladores, los que
usurpan, ellos sí son pobres. Han invertido
sus vidas en basura. Invierte tu vida en la
eternidad si eres un creyente. Fíjate que
los que tienen salud y son verdaderamente
creyentes actúan de la misma manera que
los otros creyentes. Son generosos con lo
que tienen. Tienen ante sus ojos muy claro
que sólo se llevarán con ellos lo que hayan
dado.

La muerte nos llega a todos


Este capítulo ha sido dedicado al dolor
que experimentamos cuando la muerte nos
arrebata a aquellos que amamos y
necesitamos, pero finalmente la muerte
nos llega a todos. Si quieres puedes
mirarlo no como un robo sino como un
envío. La muerte nos llega a todos. Es
nuestro pastor, tanto tuyo como mío. En
esto debemos tener esperanza. Jesucristo
nos muestra que los más pobres de los
pobres pueden ser salvados. El salvó un
ladrón en el momento que moría en la
Cruz. Este sólo hecho debería darnos una
gran esperanza. Quizás algún lector haya
sido estafado. El tío de alguna persona
puede haber sido un embaucador. Alguien
en nuestra familia fue un borracho... No
pierdas la esperanza. Recuerda al buen
ladrón; él estaba colgando en la Cruz
cuando fue salvado. Santa Ángela de
Folingno, la mística franciscana, escribe
que ella cree que hay personas que a
algunos podría parecerles que se han
perdido en el infierno pero fueron
elevadas al cielo.
¿Y qué decir sobre tu muerte, mi
muerte? Asusta. Nunca hemos estado allí
antes. Los efectos físicos de la muerte son
desastrosos. Una vez llevé a un niño
pequeño de la Villa de los Niños al funeral
de su hermano, que había sido asesinado.
Él me preguntó: “Cuándo él esté aquí en el
cajón ¿me podrá hablar?”. Me resultó tan
triste que le tuve que explicar que su
hermano ya no podía hablar.
Hace no mucho tiempo atrás, celebré
un funeral en el barrio de Harlem, para
una anciana mujer llamada Vivian. Era
una mujer muy devota, amable, gentil y
vivía en un pequeño negocio frente a la
Iglesia. En su avanzada edad estuvo
verdaderamente muy enferma como para
poder salir. Su familia estaba anotada en
nuestra lista de familias para distribuir
canastas de alimento, y por eso me
llamaron para hacerle el funeral. Fui
caminando hacia el lugar del funeral con
su esposo, un digno y amigable caballero.
Yo no sabía el primer nombre de ambas
personas porque estaba acostumbrado a
llamarles “abuelo” o “abuela”. Tenían
suficientes años como para que pudiera
decirles así. Entonces el “abuelo” y yo
entramos juntos en la casa funeraria, y nos
detuvimos al lado del féretro. “Ella era la
mujer más fina del mundo... la mujer más
fina del mundo”. Él repetía y repetía eso.
Al final de la breve ceremonia, los invité a
rezar por la “abuela” en su viaje. Ellos
pensaron que era algo razonable que
debíamos hacer. El “abuelo” se acercó al
ataúd antes de que nos fuéramos.
Permaneció allí parado con gran
simplicidad con sus manos sobre el ataúd
repitiendo una y otra vez: “te amo”. Fue
hermoso y solemne. No olviden esto:
algún día será tu funeral. Asegúrate
entonces de vivir de tal modo que sea a la
vez dolorosa y hermosa para quienes dejes
atrás.
Hace poco un hombre se me acercó
después de una conferencia y me susurró:
“mi esposa no sabe esto, pero me estoy
muriendo de cáncer”. Le respondí: “Yo
me estoy muriendo de vivir, así que
recemos el uno por el otro”. Todo tenemos
una enfermedad terminal. Se llama vida.
La muerte aparece delante de nosotros
como una gran puerta. Es asombrosa
porque es mucho mayor que cualquier otra
realidad que alguna vez hayamos tenido
que enfrentar. Resume todo lo que ha
sucedido y lleva a su fin todo lo que
podría haber sucedido. Es una puerta
grande y silenciosa. Pero para la persona
de fe, se convierte en un misterio
atrayente. Cuando pasan los años, uno se
cansa de los conflictos y dolores. Uno
desea fuertemente la realización de los
más profundos anhelos del corazón
humano, la paz para los conflictos de fuera
y de dentro, un lugar libre de peligros y
decepciones, relaciones no disturbadas por
cambios y libres del egoísmo. Uno espera
ver, al fin, la belleza de Dios, que nos ha
convocado a lo largo de la vida, brillando
aquí y allí. Las palabras del Salmo
adquieren, mientras uno se va poniendo
viejo, un gran significado: amo, Yahveh, la
belleza de tu Casa, el lugar donde reside
tu gloria (Sal 26, 8). Uno quisiera abrazar
de nuevo seres queridos que se han ido
hace ya tiempo, desde la niñez y la
adolescencia. La muerte se vuelve una
posibilidad de regresar a la casa de nuestro
Padre. Para los creyentes, empieza a
perder el sabor amargo y punzante del cual
San Pablo habló, y comienza a asemejarse
a lo que la muerte debió haber sido antes
de la Caída, el paso a un lugar mejor, un
llegar a casa después de un muy largo
viaje.
El Cardenal Newman, quien vivió
hasta sus noventa años, escribía con
frecuencia acerca de la muerte. En esta
oración, llamada “Dios, el único que
permanece para siempre”, nos muestra un
gran trato con Dios y con la eternidad.
“Oh mi Dios, eres siempre tan nuevo,
a pesar de que eres también el más
antiguo. Sólo Tú eres el alimento para
la eternidad. Yo he de vivir para
siempre, no por un breve tiempo, y no
tengo poder sobre mi propio ser; no
puedo destruirme, incluso si estuviera
tan fuera de mi que quisiese hacerlo.
Debo seguir viviendo, con inteligencia
y conscientemente por siempre, a pesar
de mi. Sin Ti, la eternidad sería otro
nombre de la eterna miseria. Solo en Ti
puedo tener aquello capaz de
sostenerme para siempre; sólo Tú eres
el alimento de mi alma. Sólo Tú eres
inextinguible y siempre me ofreces algo
nuevo por conocer, algo nuevo para
amar. Al final de millones de años
podré conocerte un poco, que me
parecerá estar recién comenzando. Al
final de millones de años encontraré en
Ti la misma, o mejor, mayor ternura que
al inicio, y me parecerá entonces sólo el
principio del gozar de Ti; y así por toda
la eternidad me parecerá ser un niño
pequeño a quien siempre se le enseña
los rudimentos de tu Infinita Naturaleza
Divina. Porque Tú mismo eres la sede y
centro de todo lo que es bueno, la única
sustancia en este universo de tinieblas, y
el cielo en el cual los espíritus
bienaventurados viven y se gozan.
Mi Dios, te elegí como mi heredad,
mi porción. Por simple prudencia doy
las espaldas al mundo para dirigirme a
Ti; lo dejo por Ti. Renuncio a lo que él
promete por Aquel que lo formó. ¿A
quién más debería ir? Quiero
encontrarte aquí y alimentarme de Ti;
deseo alimentarme en Ti, Jesús, mi
Señor, que has resucitado, ascendido a
lo alto, y que aun permaneces con los
tuyos en la tierra. Miro hacia Ti, miro al
Pan Vivo que está en el cielo; que viene
del cielo. Dame siempre de este Pan.
Destruye esta vida, que pronto perecerá;
a pesar de que Tú no la destruyas, y
cólmame de la vida sobrenatural que
24
nunca muere” .
Esto es algo como para pensar cuando
vayas a un funeral. Mira al cadáver y di:
“¿Dónde está tu alma?”. Tal vez el difunto
ha entrado, como los santos,
inmediatamente en su lugar para siempre;
recuerda, uno debe ser completamente
puro e inocente para ir al lugar de la
absoluta inocencia y pureza. Por eso, si
piensas evitar el Purgatorio, puedes
llevarte una gran desilusión. Nos

24
John Henry Newman, Meditations on Christian
Doctrine, XXIII, Prayers, Verses and Devotions, XXIII,
(San Francisco 1989), 443-44.
esforzamos por aceptar completamente la
salvación cuando estamos en la tierra, pero
la mayoría de nosotros nunca hemos
abierto el corazón completamente a la
salvación. Esto es lo que sucede en el
Purgatorio. Dios no cambia mientras
nosotros estamos en el Purgatorio. Somos
nosotros quienes cambiamos.

¿A qué se parece?
Puede que sean algunos, o muy pocos,
o incluso que, ninguno de los que nosotros
queremos, entre en la vida eterna. Es
realmente demasiado terrible escribir algo
sobre eso. Es una realidad tan
estremecedora como el que Jesucristo
haya muerto para que seamos salvados del
infierno. Prefiero más bien dirigir la
atención hacia nuestra meta eterna. Frank
Sheed solía decirme: “He oído una docena
de buenos sermones sobre el infierno, pero
nunca escuché un buen sermón sobre el
cielo”. Y el Señor sabe, que yo no podría
predicar uno. Ese antiguo gran apologista
católico decía: “Todos los predicadores
me parecen capaces de celebrar una
liturgia eclesial eterna, que no resulta muy
atractiva. (He estado en liturgias eclesiales
que me parecían interminables). Puedes
imaginarte un sin número de monaguillos
llevando incienso en una procesión o el
Coro Mormón en una grabación
interminable. Ninguna de estas cosas es
algo terriblemente atractivo”. ¿A qué se
parece el cielo? No te lo puedo decir, pero
tenemos un indicio y está precisamente en
la Biblia. Estas palabras son,
lamentablemente, poco familiares a la
gente. Recientemente estuve presente en
las exequias de un hombre que murió de
Sida pero que había sido un carismático
muy activo. Fue un hombre muy devoto
desde que volvió a la Iglesia y aun no
sabía que ya tenía Sida por su vida
anterior. Estaba bien preparado. Cuando
leí estas palabras, había otros carismáticos
presentes, y nadie parecía saber en que
parte de la Biblia se encontraban estas
palabras. Inclusive los Protestantes
Evangélicos que estuvieron presentes no
parecían estar familiarizados con estas
palabras. Yo estaba sorprendido. Yo las
leo seguido. Están en las últimas palabras
de la Biblia. Nos dicen algo sobre a que se
parece el Reino de Dios.
Luego vi un gran trono blanco, y al
que estaba sentado sobre él. El cielo y
la tierra huyeron de su presencia sin
dejar rastro. Y vi a los muertos, grandes
y pequeños, de pie delante del trono;
fueron abiertos unos libros, y luego se
abrió otro libro, que es el de la vida; y
los muertos fueron juzgados según lo
escrito en los libros, conforme a sus
obras. Y el mar devolvió los muertos
que guardaba, la Muerte y el Hades
devolvieron los muertos que guardaban,
y cada uno fue juzgado según sus obras.
La Muerte y el Hades fueron arrojados
al lago de fuego - este lago de fuego es
la muerte segunda - y el que no se halló
inscrito en el libro de la vida fue
arrojado al lago de fuego.
Luego vi un cielo nuevo y una tierra
nueva - porque el primer cielo y la
primera tierra desaparecieron, y el mar
no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la
nueva Jerusalén, que bajaba del cielo,
de junto a Dios, engalanada como una
novia ataviada para su esposo. Y oí una
fuerte voz que decía desde el trono:
«Esta es la morada de Dios con los
hombres. Pondrá su morada entre ellos
y ellos serán su pueblo y él Dios - con -
ellos, será su Dios. Y enjugará toda
lágrima de sus ojos, y no habrá ya
muerte ni habrá llanto, ni gritos ni
fatigas, porque el mundo viejo ha
pasado». Entonces dijo el que está
sentado en el trono: «Mira que hago un
mundo nuevo». Y añadió: «Escribe:
Estas son palabras ciertas y
verdaderas». Me dijo también: «Hecho
está: yo soy el Alfa y la Omega, el
Principio y el Fin; al que tenga sed, yo
le daré del manantial del agua de la
vida gratis. Esta será la herencia del
vencedor: yo seré Dios para él, y él será
hijo para mi» (Ap 20, 11-; 21, 1-7).
¡Yo creo esto! Yo lo creo completa y
absolutamente, a pesar de las palabras
mismas, porque son palabras humanas,
incapaces de comunicar o contener la
realidad completa. Pero cuando la vida
pierde su sentido, cuando las cosas
parecen totalmente imposibles, y todo está
perdido, y experimento una de esas
pequeñas muertes que nos preparan a
todos para la gran muerte, cuando esto
sucede, pienso en esas palabras. Y digo:
Yo sé que mi Redentor vive, y que en el
último día, resucitaré del polvo (cfr. Job
19, 25). Amen.

Oración
Oh Santo Espíritu, ilumina mi mente
para que la muerte no sea mi enemiga, que
no la tema de una manera no conveniente
para un cristiano, que no huya de la
muerte, para que cuando la muerte llegue
y se lleve a mis seres queridos, pueda
recibirla bien, como una liberación de esos
seres de este valle de lágrimas, a pesar que
yo mismo quede profundamente
conmovido, e incluso privado, por su
partida de este mundo. Permíteme saber
que la muerte nos recuerda a cada uno de
nosotros la infinita realidad de la vida
junto a ti. Permíteme ver todas las cosas
en la perspectiva de la muerte y de la vida
eterna. Y no dejes que me llene de temor
ante la previsión de mi muerte o la
experiencia de la muerte de mis seres
queridos. Más bien, fortalece mi fe, para
que en medio de este mundo que cambia
yo pueda estar siempre más cerca de Ti,
que nunca cambias y que me esperas a mí,
y a mis seres queridos junto con el Padre y
el Hijo en la vida sin fin. Amén.
CAPÍTULO 7: ¿CÓMO ACTUAR CUANDO
TODO SE DERRUMBA?

¿Qué hacer cuando todo se viene


abajo? Esto pasa al menos una vez en la
vida de casi todas las personas.
Experimentamos un mes, o un año, o un
período de tiempo cuando nada cobra
sentido. Las cosas por las cuales hemos
trabajado duramente para proveer de lo
necesario a otros, se destruyen en una
noche.
Puede que existan algunas personas a
las cuales parece que se les ha ahorrado
esta experiencia. Parecería que en sus
vidas todo está en su lugar, todo tiene
sentido, todo es placentero, o casi
maravilloso. Pero, como hemos visto, esto
es una falsa ilusión, porque en verdad no
ocurre en la vida de nadie. Forma parte de
antiguas costumbres inglesas, que definen
nuestras costumbres, el no compartir los
dolores y sufrimientos con otros. Así
vivimos con la ilusión de que los demás
están viviendo un tiempo magnífico.
Pregunta a los demás cómo se sienten, y te
dirán: “Bien”. Y ellos te preguntarán a ti:
“¿y tú?”, y tú les dirás: “Bien”. Ninguno
de nosotros está completamente bien.
Trabajar con los pobres es una bendición,
ellos no dicen: “Bien”. Pregúntale cómo
andan sus cosas, y te dirán: “¡Horrible!”.
Ocurre con frecuencia que quienes han
hecho lo mejor, pueden encontrarse
arruinados en sus vidas por un colapso
económico, por un fracaso familiar –tal
vez un matrimonio en el cual, al inicio,
dieron todo para toda la vida, pero ahora
se derrumba; o alguien en quien confiaban
les falla completamente. Algunos entraron
en la vida religiosa y tan sólo alcanzaron a
ver cómo se arruina la comunidad a la cual
sirvieron. Uno vive rodeado por gente que
ha sido castigada por la vida, de un modo
que no tiene ningún sentido. Tal vez exista
por allí aquella extraña persona
(estadísticamente esto puede suceder)
cuya vida se desarrolle estupendamente y
que finalmente tenga una buena
jubilación. Pero también él morirá. A
todos algo les falla, ¿o no? Los que hemos
experimentado momentos duros en
nuestras vidas decimos: “Oh, sólo falta
una muerte más: la mía”. Estamos
preparados para eso. Pero alguien para el
cual la vida ha sido gentil y plácida (de los
cuales hay muy, pero muy pocos) la
muerte será tan conmovedora, tan
aterradora que apenas sabrá qué hacer. En
las notas del Cardenal Cooke encontré una
breve línea que decía: “El hombre que ha
sufrido no temerá la muerte”.

Un tiempo para creer


Cuando se pierde todo y todo parece
haber quedado en ruinas, cuando la
terrible pregunta: “¿Qué hacer cuando
nada tiene sentido?” entra en tu casa, la
respuesta es: ha llegado el moemnto de
madurar. Es tiempo para la fe. En el
sentido más fuerte que esa palabra tiene en
el Nuevo Testamento, uno debe creer. Uno
debe aferrarse a Dios. No es algo abstracto
como decir: “Creo que tiene que haber un
Dios porque hay árboles hermosos y
estrellas. ¿De dónde proviene todo esto?”
No, no es de este modo. Es algo muy
fuerte. Es algo que quema: “Dios, tu estás
ahí y yo no tengo nada más de donde
colgarme”. Uno tendría que ser capaz de
poder decir: “Creo que la bondad de Dios
sacará algún bien mas grande de este
terrible momento. No puede haber un bien
mayor para mi en este mundo, pero habrá
un bien mayor en alguna parte, en algún
lugar, tal vez para aquellos que amo y ya
están en el mundo futuro”.
Mi principal trabajo en la vida me pone
en contacto con cierto número de personas
cuyas vidas se ha arruinado. Tenía la
expectativa de trabajar como sacerdote-
psicólogo con jóvenes delincuentes. ¡Oh si
volviesen aquellos días fáciles! Tuve que
enfrentarme con problemas sencillos como
jóvenes ladrones de autos y bancos.
También fui director espiritual teniendo
que enfrentar bellos y agradables
problemas, tales como escrúpulos y aridez
en la oración, o sacerdotes que no se
llevaban del todo bien con sus párrocos.
Esos son problemas sencillos. En los años
más recientes, con los ataques de los
medios contra la Iglesia y el fenómeno de
los abusos sexuales y otras formas de
desastres morales, mi vida como psicólogo
se ha convertido en un extraordinario
desafío. Hace poco, estuve con un grupo
de psicólogos, muchos de ellos con más
experiencia que yo. Todos coincidimos
que una década atrás, uno hubiera podido
trabajar como psicólogo por cinco años sin
escuchar nunca un caso de abuso sexual.
Ahora lo oímos por todas partes. Se estima
que una décima parte de las mujeres
adultas de los Estados Unidos pueden
recordar algún episodio de abuso en su
niñez, por parte de algún familiar, o
vecino o amigo. Los terapeutas se
preguntan: “¿Cómo es que nadie habló
sobre esto antes?” Diez años atrás no
conocí a nadie que me haya mencionado
algún abuso sexual.
Un área en la cual no estaba advertido,
era el de las fallas sexuales de algunos
clérigos, fallas en la observancia del
celibato. Supe que muchos sacerdotes
querían la dispensa para casarse, pero de
repente oí hablar de malos
comportamientos sexuales con
adolescentes. La mayoría de las veces,
cuando esto ocurre, incluso las mismas
personas responsables se horrorizan.
Generalmente se sienten destruidos, aún
cuando nadie lo sepa. Pero la experiencia
más angustiante de todas fue trabajar con
las víctimas. ¿Qué puede uno decir para
mitigar sus sufrimientos?
Me encontraba en medio de tales
sufrimientos y desastres, cuando comencé
a pensar en las experiencias que tantos han
tenido, de que se les ha destruido la vida.
Sea por enfermedades terminales o por la
muerte de un ser querido, o una tragedia
personal, incluso si no podemos responder
a la pregunta, “¿Por qué?”, debemos
preguntarnos, “¿Qué hacer?” Tiene que
haber algo que uno pueda hacer para
ayudar.

La Divina Providencia
En cualquier ocasión en que llegan
hasta mi, personas que se les ha arruinado
la vida, siempre recurro a uno de mis
libros favoritos: Abandono a la Divina
Providencia, de Jean-Pierre de Caussade,
S.J.25
Te recomiendo vivamente que consigas
este libro y medites en él, si estas en
cualquier situación desesperada. El padre
de Caussade (+1751) dejó escritas una
serie de conferencias a religiosas de
clausura sobre la total confianza en Dios
durante los tiempos de conmoción y
escándalos morales en la Francia del siglo
XVIII. Estas conferencias y algunas cartas
han sido publicadas. Soy uno de los
cientos de miles que, a lo largo de los
años, se han beneficiado inmensamente de
sus conferencias y cartas. Su enseñanza se
encuentra resumida en la siguiente carta a
una religiosa.
“Experimento aquí el constante
cuidado de la Divina Providencia, tan
25
JEAN-PIERRE DE CAUSADE, S.J., Tratado del Santo
abandono a la Divina Providencia, .
pronto como sacrifico todo a Dios, que
Él encuentra un remedio para todo y me
hace encontrar lo que necesito. Cuando
me encuentro sin recursos, me pongo
completamente en manos de la Divina
Providencia. Espero todo de Ella, he
recurrido a Ella en todo y para todo;
agradezco a Dios incesantemente por
todo, recibiendo todo de su divina
mano. Y nunca nos falla, siempre que
pongamos toda nuestra confianza en su
protección. Pero ¿qué hace la gente
comúnmente? Intentan sustituir con su
propia ceguera e impotente previsión la
infinitamente sabia y bondadosa
providencia de Dios; se apoyan en sus
propios esfuerzos, y haciendo esto se
ponen ellos mismos fuera del orden del
amor divino y pierden toda la ayuda que
hubieran tenido de haber seguido ese
orden. ¡Qué necedad! ¿Cómo podemos
dudar de que Dios entienda nuestros
intereses mucho mejor que nosotros
mismos, y que sus disposiciones de los
hechos con respecto a nosotros sea
mucho más ventajosas, aun cuando no
las entendamos? ¿No bastaría un poco
de sabiduría para decidirnos a permitir
ser guiados con docilidad por su
Providencia, más allá de que no
alcancemos a entender todos las
secretas fuentes que Dios pone en
acción, o los fines particulares que Él
tiene en mente?”26.
En tu vida, cuando las cosas comienzan
a derrumbarse, aparentemente hechos que
suceden fortuitamente, tal vez por mala
voluntad de algunos, o por una
enfermedad terminal, o la muerte, o la
inseguridad económica, o la pérdida de
una posición, cuando las cosas comienzan
26
JEAN-PIERRE DE CAUSSADE, SJ, Self Abandonment to
Divine Providence and Letters, (Autoabandono a la Divina
Providencia y Cartas) trad. Algar Thorold (Rockford, III.:
Tan Books, 1959), 115.
a desmoronarse, ¡por Dios, reza! Pero no
la oración que te sirva para decirle a Dios
lo que Él debe hacer. Esa no es una
oración que ayude mucho. Dios ya sabe lo
que tiene que hacer. Sino reza la oración
que te de la confianza de que estás en las
manos de Dios.
En una Semana Santa, oí confesiones
en la isla Riker, la penitenciaria de Nueva
York. Estaba en la sección que llamada “el
Bing”, que es la sección para gente que ha
sido rechazada incluso de la zona de
máxima seguridad. Los internos pasan 23
horas diarias en sus celdas. Sin radio,
nada, tan sólo una celda. La mayoría de
estos pobres hombres estaban en camino
hacia “el Bing” antes de haber puesto un
pie sobre la tierra. Casi todos provienen de
las más difíciles circunstancias, y aun así
algunos saben como rezar. Debo admitir
que sus oraciones parecen como si
quisieran involucrar a Dios en algo. Rezan
como estafadores, porque es el modo en el
cual hacen todo. Muchos están
cumpliendo sentencia de por vida, en
plazos ahora de cinco años, luego de diez.
Mi sermón fue muy simple: “Mantengan
sus ojos abiertos, sus bocas cerradas, sus
manos en sus bolsillos, y caminen, no se
escapen de los coches de la policía; y
recen”. De algún modo, misteriosamente,
aun estos hombres desesperados saben
cómo rezar. Tú sabes cómo rezar.
Ciertamente el rezar, es algo que todos
llevamos dentro. No me refiero a las
bonitas oraciones o meditaciones, sino a la
oración nacida de una fe desesperada. Tú,
yo, todos sabemos cómo rezar en los
momentos de tinieblas.
Uno de mis autores espirituales
favoritos, el beato Julián de Norwich,
resume hermosamente este pensamiento:
“Cuando el alma esta agitada por la
tempestad, atribulada y desgarrada por
las preocupaciones, entonces es tiempo
de rezar. De tal manera que vuelve al
alma deseosa y capaz de responder al
llamado de Dios. Pero no existe ningún
tipo de oración que pueda hacer a Dios
más atento para ayudar al alma, porque
Dios esta siempre atento a socorrernos.
Y por eso he visto que siempre que
sentimos la necesidad de rezar, el Buen
Dios nos continúa sosteniendo en
nuestro deseo. Y cuando por una
especial gracia suya, lo vemos
claramente, sabiendo que no
necesitamos nada más, entonces lo
seguimos y Él nos atrae hacia sí por el
amor. Ya lo tengo visto, este es el
incesante y maravilloso trabajo de Dios
en todo, que así sucede, que lo hace
bien, que su trabajo lo realiza tan
sabiamente y con tal poder que está más
allá de lo que podemos imaginar, o
sospechar, o pensar”.27
Recuerdo un hombre con quien he
estado trabajando, en una situación
devastadora, me mencionó la situación en
la que se encontraba cuando renunció a su
trabajo. Un hombre de profunda oración y
penitencia, dijo: “Es mejor perder una
posición que perder el alma”. Es
importante hacer lo que ese hombre hizo
cuando la vida se derrumba. Es
sumamente importante creer que aun en
las situaciones más espantosas, Dios está
trabajando por nuestra salvación. Por
medio de la oración, las buenas obras, de
una vida de entrega, cargando la Cruz, uno
puede dar a Dios la posibilidad de sacar
bienes del mal. Es tan sólo por un mal uso
del misterioso poder de la voluntad

27
Daily Readings with Julian of Norwich, ed. Robert
Llewelyn, trad. Sheila Upjohn (Springfield, III.:
Templegate, 1985), cap. 43, n. 14.
humana, que podemos detener a Dios para
que no saque bienes de los males. ¿No es
eso lo que la Pasión y Muerte de
Jesucristo nos dicen?
Estamos todos preocupados por la
Iglesia de nuestros tiempos. Créanme,
hubo un tiempo en que estuvo peor. El
peor día para la Iglesia Católica fue el
primer Jueves Santo. En ese día Judas
Iscariote traicionó a Jesús por treinta
piezas de plata. Los otros apóstoles
huyeron. Sólo las santas mujeres,
empezando por Nuestra Señora,
permanecieron fieles a Cristo. ¿Qué
hicieron? Permanecieron en vigilia orante
cerca de Cristo. Parecían impotentes, pero
fueron fieles. Tuvieron fe.

Que insondables sus caminos


Déjame compartir contigo un hecho
que demuestra cómo Dios esta allí en los
peores momentos. Voy a usar la historia
de este hombre como un ejemplo porque
fue deshonrado públicamente por la
televisión. Este sacerdote era conocido por
ser muy amable, siempre dispuesto a
ayudar, y servicial, haciendo cosas de
extraordinaria cortesía, más allá de sus
posibilidades, exigiéndose a sí mismo.
Sucedió en una solitaria parroquia de
campo que una mujer, anteriormente
casada, quedó deslumbrada con él y le
insistió repetidamente, con intentos de
suicidio, que se casara con él. Este
sacerdote no sabía como decir “No”. Esto
lo llevó al borde de un quiebre mental.
Llegó a mi puerta en un estado de extremo
agotamiento y fatiga emocional. Se había
casado con esa mujer, días atrás, ante un
juez de paz, incluso sin haber avisado a
nadie que iba a abandonar el sacerdocio,
porque el día anterior a que esto pase, él
no tenía intención de hacerlo. Pareció que
había sido automáticamente expulsado del
sacerdocio, suspendido de todas sus
funciones eclesiásticas, y expulsado de su
orden religiosa. Estuvo con esta mujer
sólo un día. La dejó y fue inmediatamente
a ver un amigo, quien me llamó y me
pidió que lo ayudara. Hablé con algunos
canonistas, poniendo atención en que todo
había ocurrido bajo coacción. El
matrimonio era moral, canónicamente, e
incluso probablemente, también
civilmente inválido. Este matrimonio
aparente se había realizado bajo una
extrema presión psicológica. Él no tenía
intención alguna de regresar con esta
mujer. No creo que haya tenido intención
de estar con ella desde el principio, pero
temió que ella llevara a cabo sus amenazas
de suicidio.
Hizo un retiro con nosotros. Porque el
matrimonio era tan dudoso, con el consejo
de un par de canonistas, acepté que
concelebrara en las Misas durante ese
retiro. Tuve ciertos escrúpulos en permitir
esto, pero como verán, fue la cosa justa
que había que hacer. En el último día del
retiro, hablé a los sacerdotes sobre las
postrimerías –juicio, infierno y cielo. (No
tengo fama de ser el “Doctor que hace
sentir bien”). Hablé sobre la vida y la
muerte. El día anterior, este hombre
estuvo todo el día sentado en la capilla
llorando. Sus años como sacerdote, al
menos como un sacerdote activo,
probablemente habían terminado. Cuando
por la tarde volví de dar clases, una
ambulancia se estaba alejando de la casa
de retiro. La presión de todo esto lo llevó a
la muerte. Sufrió un fatal ataque al
corazón, sobrevivió tan sólo lo suficiente
para que otro sacerdote le diera los últimos
sacramentos. Literalmente, su vida no sólo
había sido arruinada; sino que había sido
destruida. Había rezado
desconsoladamente con muchas lágrimas
de arrepentimiento. En sus misteriosos
caminos, Dios lo libró de lo que tal vez la
Iglesia no lo hubiera podido librar. Hay
cosas peores que la muerte.
En este preciso momento, alguno de
mis lectores estará luchando con cargas
extraordinariamente pesadas, como
consecuencia de sus errores, errores que
pueden haber sido muy pequeños a los
ojos de Dios. Hay una antigua expresión
irlandesa: “a los ojos de Dios”. “No están
casados a los ojos de Dios... No es
correcto a los ojos de Dios”. ¿Quién sabe
lo que hay en los ojos de Dios? Yo nunca
pretendí ver algo con los ojos divinos. Los
ojos de la Iglesia son algo más, como
bifocales. Nosotros pobres y simples
hombres a quienes se nos dejó el encargo
de continuar la misión de los apóstoles –
obispos, sacerdotes y diáconos-, no
podemos ver las cosas con los ojos de
Dios. En una oportunidad cuando estaba
dirigiendo un encuentro, dije: “Saben, no
estoy del todo seguro lo que debemos
hacer en este caso”. Alguien me miró e me
hizo notar que nuestro Señor siempre
estaba seguro de lo que Él debía hacer. Yo
le contesté que nuestro Señor caminó
sobre el mar, convirtió el agua en vino, y
resucitó muertos. Yo soy más bien como
la Iglesia: camino titubeante. Voy adelante
con muchas dificultades.
En tu vida llegarán tiempos de
tinieblas. Si son muy oscuros y amargos,
debes saber que tienes muchos
compañeros. Imagínate que un ángel se
me apareciera y me dijera: “Benedict, ya
has tenido suficientes problemas hasta
ahora, por lo tanto de ahora en más tendrás
un vida encantadora, como en la película
«Sound of Music». De ahora en más todo
será fácil y feliz. No se convertirá todo en
oro, pero será llevadero. Ya no tendrás
más grandes problemas, desde ahora hasta
tu fatal ataque al corazón. ¡Todo será
maravilloso! ¿Aceptarás esto?” Yo diría:
“¡No! ¡Oh Dios, líbrame de eso!” No lo
aceptaría ni siquiera por un minuto.
Tomaría agua bendita y la arrojaría sobre
el ángel, gritando: “Tu vienes de parte del
demonio. ¡Fuera! ¡Largo de aquí!”. No
quisiera separarme de los dolores y
sufrimientos de los demás. Rechazaría
absolutamente esa horrible tentación
“recubierta de chocolate”. El Señor ya ha
oído mi oración, porque de hecho, cuando
eres sacerdote, difícilmente tienes tiempo
para tus propios problemas. No puedo
arreglarlos. Estoy buscando el día en que
pueda poner el siguiente mensaje en mi
contestadora automática: “Este es el padre
Benedict. No vuelva a llamar, porque
acabo de morir. Espero estar rezando por
usted en el Purgatorio”.
Los mártires, testigos del bien sacado del
mal
¿Qué puede sernos más penoso sino la
muerte de los inocentes? Ya sea un
cristiano en la antigua Roma, o los judíos
en Auschwitz, o la víctimas de las bombas
de Londres o Hiroshima, sin mirar a quien
lo haya provocado y por qué lo ha hecho,
la muerte de un inocente es la extrema
abominación. Y para la gente esto es tan
común, tan normal. La inanición, el
aborto, maquinaciones políticas, todo eso
está gritando que hay algo que anda
terriblemente mal. Esto es especialmente
cierto cuando la víctima es un niño, una
Santa María Goretti o una Ana Frank.
Un grupo de víctimas, los mártires,
proclaman el mensaje que los creyentes
deben permanecer de pie aun en las peores
situaciones. A menudo pensamos en ellos
como testigos de la fe, y ciertamente que
dan un poderoso testimonio de la vida
después de la muerte. Pero también nos
recuerdan que Dios saca bienes de los
males. Incontables personas inocentes han
muerto porque estaban en el camino y
parecían inútiles, o por la codicia, o por la
perversidad del hombre. Los mártires
enseñan que la pérdida de la vida no es el
peor desastre. Necesitamos escucharlos
para poner nuestras experiencias de la vida
en su correcta perspectiva. Los mártires
nos siguen recordando que Dios continúa
sacando inmensos bienes de los males. En
años recientes, hemos sido horrorizados
por tremendos crímenes contra apóstoles
generosos, por ejemplo, en América
Central, el asesinato del Arzobispo
Romero, el asesinato de sacerdotes
jesuitas, el asesinato de religiosas, una
hermana de Maryknoll, de la cual fui su
profesor. Han existido tantos en este siglo.
Fueron hechos horribles, tremendos,
sangrientos, horrendos. Pero a partir de
estas cosas, que tan sólo fueron permitidas
por Dios y llevadas a cabo por la libre
voluntad del hombre, Él puede sacar
inmensos bienes. Como dice la Escritura:
“Su sangre clama”.
Como alguien apenado y horrorizado
por el holocausto del aborto en nuestro
país, estoy obligado a creer que de esta
tremenda realidad Dios sacará algún bien.
No puedo decir cómo. Tengo un rabino
amigo que perdió su familia a manos de
los nazis en Auschwitz, y él me solía
decir: “No lo entiendo, pero el
Todopoderoso traerá algún bien de eso”.

Un hecho sin sentido


He decidido culminar este libro con
una descripción de un asesinato absurdo,
llevado a cabo por un gobierno. Es algo
que no tiene sentido. Una de las cosas más
peculiares en los tiempos modernos ha
sido la persecución a la Iglesia Católica y
a la religión en general en México. La
República de México fue fundada por un
sacerdote católico, el padre Hidalgo. Él es
su George Washington. México de
muchas maneras se fue asentando y
creciendo en el mundo moderno gracias a
la Iglesia Católica. El mayor número de
personas convertidas en un solo evento fue
la conversión de los aztecas por la
aparición de nuestra Señora de Guadalupe.
En un período de veinte años, ocho
millones de personas entraron en la
Iglesia. Pero de algún modo, el gobierno
de México, una tierra en la que el 95 por
ciento es católica, por cien años llevó
acabo la más depravada y cruel
persecución contra la Iglesia Católica,
incitada, siento tener que decirlo, por el
gobierno de los Estados Unidos. Los
Estados Unidos fueron de muchos modos
cómplice de esta persecución, que fue
guiada por una forma de masonería
particularmente violenta anti-católica y
anti-religiosa, que fue introducida en
México por un embajador estadounidense
en el siglo pasado.
En el siglo XX la persecución a la
Iglesia en México se volvió más violenta y
depravada. En 1925 todas las propiedades
de la Iglesia fueron confiscadas; todas las
ceremonias religiosas, incluso las
realizadas en privado, fueron prohibidas
como si fuesen actos criminales.
Sacerdotes y obispos fueron exiliados del
país, y algunos de los que se negaron a
irse fueron fusilados.
En medio de todo esto, un joven
Jesuita, el padre Miguel Pro, regresó
después de sus estudios en Europa, y
disfrazado, ingresó inadvertido a la
Ciudad de México. Pasó sus siguientes dos
años, en un apostolado fantástico,
combinando celo y coraje con un humor
admirable en despistar la policía. Como
era joven y vital y aparentemente ya
sentenciado a muerte, pienso que decidió
ir al cielo en primera clase. Hizo
bautismos y matrimonios en la plaza
delante del palacio de gobierno, casa de
uno de los enemigos más encarnizados de
la Iglesia, Plutarco Calles. El presidente
mirando por la ventana, estaba asombrado
por el picnic que estaban haciendo en la
plaza. En realidad era el padre Pro
haciendo un bautismo en un recipiente de
ponche. Usaba muchos disfraces,
incluyendo aquellos de los inspectores de
policía o de un borracho. En una
oportunidad, habiendo apenas escapado de
la casa en que había ofrecido Misa,
regresó a la casa disfrazado de inspector
de policía y reprendió a los oficiales por
no haber capturado al padre Pro, ¡un total
atrevimiento! En 1927, finalmente fue
capturado, y junto con su hermano,
fusilado por un escuadrón en el cuartel de
la policía. Rechazando la venda que le
taparía los ojos, enfrentó al escuadrón de
fusilamiento con un crucifijo en la mano y
un rosario en la otra, con sus brazos
extendidos en forma de cruz. Cuando le
preguntaron cuál era su ultimo deseo, dijo:
“Dios tenga misericordia de todos ustedes.
Dios los bendiga. Señor, Tú sabes que soy
inocente. De todo corazón perdono a mis
enemigos”. En el momento que los
soldados levantaron sus fusiles dijo con su
último aliento: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva
Cristo Rey por siempre!”.
¿Fue este el final trágico de un joven
generoso o la victoria de un mártir? Se
dice que la obra de un mártir comienza, no
termina, el día en que muere. Hace poco
me sentí profundamente conmovido al
ofrecer la misa en la tumba del Padre
Miguel Pro en la Ciudad de México. Tal
vez pocas personas en México puedan
explicarte quien fue Plutarco Calles. La
gran mayoría, especialmente los granjeros
y campesinos, puede que ni siquiera haya
escuchado su nombre. Pero sin dudas ellos
saben quien fue el padre Pro. Ahora es el
beato Miguel Pro, y espero pronto será
declarado santo. Y si el mundo sigue por
mil años más (si nos arreglamos como
para no hacer volar todo antes), son
muchas las posibilidades de que no sólo en
México, sino en todo el mundo, el padre
Pro se lo siga conociendo, y su nombre sea
puesto entre aquellos de los mártires
antiguos y los que habrán de venir. Inés,
Cecilia, Edith Stein, Maximiliano Kolbe,
Miguel Pro, cada uno de ellos representa
un sin número de otras personas. La beata
Edith Stein y San Maximiliano Kolbe
representan los millones de inocentes que
murieron en la Segunda Guerra Mundial.
En las afueras del aeropuerto de Seúl,
Corea, hay una gran iglesia construida en
honor de los mártires coreanos. Está
ubicada en un risco del mar donde diez
mil hombres, mujeres y niños fueron
arrojados a la muerte en un mismo instante
por su fe católica. Este gran santuario nos
recuerda “que la sangre de los mártires es
la simiente de la Iglesia”. Nos recuerda
también que Dios saca bienes de los
males.
Tú y yo, probablemente, no seamos
martirizados. No hemos ganado tan
glorioso destino. Pero probablemente
moriremos de lo que ordinariamente toda
la gente muere, golpes, ataques al corazón,
cáncer, ser atropellados por un automóvil
o incluso, en este mundo loco, por una
bala perdida. Pero moriremos, y la
mayoría de nosotros sabremos que
estamos muriendo cuando estemos
muriendo. Eso nos dará la misma
oportunidad que han tenido los mártires,
de ofrecernos libremente a Dios. El último
mal natural de esta vida es la muerte,
termina nuestra existencia biológica. Es
también la oportunidad de la victoria final,
que es la vida eterna. San Pablo lo dice
muy bien, ¿Dónde está, oh muerte, tu
victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? (1Cor 15, 55). El último mal
lleva al mayor bien. Sí, la puerta a la
eternidad es una baja y oscura puerta
llamada muerte. El túnel hacia el otro lado
es aparentemente muy corto, en verdad tan
breve que los más santos a menudo
describen la llegada de su muerte con las
siguientes palabras: “El Señor viene por
mi”.

Mi Redentor Vive
Hablé con una querida alma santa, una
hermana de clausura que es muy viejita y
está muriendo de cáncer. Ella dijo: “Estoy
lista para irme. Estoy ansiosa por
encontrarme con nuestro Señor”. Esta es la
respuesta que necesitamos recordar
cuando todo se derrumba. Y todo se
derrumbará. ¡La respuesta se llama Fe! Se
que mi redentor vive y lo veré en el último
día (Job 19, 25). La mayoría de la veces
no hay como explicar o comprender los
problemas o padecimientos de esta vida.
La vida es un misterio. Pero Jesucristo,
por su venida al mundo, ha traído la
respuesta al misterio de la vida. Es una
respuesta práctica, no teórica. ¿Por qué la
vida es así? No lo sé. Cuando finalmente
pase más allá de mi Purgatorio y tenga
ante mis ojos aquella realidad que Cristo
llamó la casa de su Padre, entonces lo
sabré. Por ahora la respuesta práctica es
que creo y sé que mi Redentor vive. O en
las poderosas palabras del Cardenal
Newman:
“El creador del hombre, la Sabiduría
de Dios, ha venido, no recubierto de
fortaleza sino de debilidad... En vez de
rico, se hizo pobre; en vez de honrado,
soportó la ignominia; en vez de la
felicidad, vino a sufrir... Él... ha
derramado toda su sangre en
satisfacción [por nuestros pecados]
cuando una sola gota hubiera bastado”.
Y luego el Cardenal suplica:
“O Jesús,... Tú eres aun un misterio... a
pesar de Tu [asombrosa] naturaleza, y
las nubes y oscuridad que la rodean, Tú
puedes pensar en mí con un afecto
particular. Tú has muerto para que yo
pueda vivir... [Ahora] como os adoro,
oh Amador de las almas, en tu
humillación, podré entonces admirarte y
abrazarte en tu infinito y eterno
poder”.28
Mi Redentor –tu Redentor- tiene el
derecho de ser llamado así porque sufrió
con nosotros como también por nosotros.

28
JOHN HENRY NEWMAN, Discourses to Mixed
Congregations, nn. 302-4, 315; en The Heart of Newman,
ed. Przywara (Londres: Burns and Oates, 1968), 156-58.
Dios nos podría haber salvado de una
manera más simple, menos terrible que
sujetándose a lo peor que los seres
humanos podrían hacer, pero Él quiso que
conocieras cuanto nos ama cuando
estamos en medio del dolor y del
sufrimiento. Seguramente la salvación no
necesitaba llegar por medio de la muerte
del Mesías. Pero es así como llegó, para
que supiéramos, en todos los sufrimientos
y penas de esta vida, que nuestro Creador
es también nuestro Redentor, que sacará
alegría de las penas, esperanza de la
desesperación, amor del odio, vida de la
muerte, eternidad del tiempo. Esa es
nuestra esperanza. Sólo esto tiene sentido.
EPÍLOGO
El Remedio que siempre funciona

En la experiencia humana hay muy


pocos remedios que siempre dan buenos
resultados. En caso de una grave
desilusión e intenso sufrimiento, hay un
remedio que funciona infaliblemente,
cuando este remedio es aplicado cuidadosa
y constantemente. Consiste en salir de si
mismo y ayudar a alguien más. Hace poco
mencioné una frase que encontré en algún
lugar: “Salva el alma de otra persona, y
eso salvará la tuya”. Pienso que este
cuidarse a si mismo, implícito en esa frase
armoniza muy bien con la advertencia del
Señor: “Ama a tu prójimo como a ti
mismo”. Las obras de misericordia son
como una especie de dosis medicinal para
el corazón herido.
Cuando hemos perdido a nuestros seres
queridos o los fracasos desvanecen
nuestros esfuerzos, encontramos que todo
nos incita a replegarnos en la caverna de la
auto-compasión y a relamer nuestras
heridas. “¿Por qué tenemos que pensar en
los demás? Nadie piensa en nosotros.
Nadie me ama, por eso me amaré a mi
mismo, y el mundo puede continuar por su
camino”.
Tal comportamiento parece muy
apropiado cuando uno ha sido
profundamente herido, pero es totalmente
inútil y se opone al ejemplo y a las
palabras de Cristo. El mensaje del
Evangelio es que Dios nos amó aun
cuando nosotros no lo amábamos. Cristo
dio su vida por sus amigos aun cuando
sabía que ellos lo iban a abandonar. Su
profecía de la Pasión y su sentido para la
salvación del mundo -“Cuando sea
levantado en alto, atraeré a todos hacia
mi” -, significó su misericordia
incondicional ardiendo en medio de las
oscuras tinieblas. Su oración desde la Cruz
pidiendo el perdón: “Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen”, es la
expresión más perfecta de lo que te estoy
diciendo, el remedio para el sufrimiento y
los fracasos es el amor misericordioso.
Tú puedes muy bien creer (y puedes
estar acertado) que las heridas causadas
por la falta de alguno de tus seres queridos
nunca sanarán. Tendrás que luchar para
poder perdonar un mal que te hicieron y
sabes que nunca serás capaz de olvidarlo,
pero el ejemplo de Cristo te puede
arrancar de ti mismo. El magnífico
consejo de San Juan de la Cruz lo dice de
modo muy eficaz: “Donde no hay amor,
pon amor, y sacarás amor”.
El primer paso en tiempos de
desolación es volver a tus tareas, cuidar de
quienes dependen de ti. A veces se hace
casi con repugnancia. La depresión hunde
nuestros pasos y sumerge todo lo que está
a nuestro alrededor. Una voz desde
adentro, la voz del amor propio herido,
grita, “Déjenme solo, déjenme llorar y
enojarme”. ¡No prestes atención a esa voz!
El paso siguiente es responder a las
especiales necesidades de quienes están
desesperanzados o apesadumbrados. Si es
el caso de alguien que haya muerto en tu
familia, uno es verdaderamente sabio si se
preocupa de los demás, si tiene cuidado de
que todas las cosas salgan bien. Descubrí
esto cuando estaba con un gran desánimo,
encontré uno que estaba peor que yo, solo,
rechazado, enfermo, y muriéndose. Resistí
al impulso de preocuparme de mi mismo e
intenté ayudar a la otra persona.
Probablemente no le fui de mucha
utilidad, y me hice un bien más grande a
mí que a él, si bien la otra persona lo
agradeció, o al menos lo aceptó.
Generosidad, misericordia, gentileza,
preocupación por los demás, incluso la
paciencia son modos de poner en práctica
el consejo de Jesús de amar al prójimo
como a nosotros mismos y de ser
misericordiosos como Dios es
misericordioso. En un momento así
nuestros nervios estarán destrozados, y
podemos irritarnos contra alguien.
Entonces debemos estar dispuestos a pedir
disculpas, lo cual es gran acto de caridad y
atención con los demás, y en lo cual
pensamos muy poco. ¡Que noble es ver a
alguien agobiado por un gran peso que
lleva también el peso de los demás! ¿Qué
puede ser más admirable que la compasión
y misericordia de los que perdonan a los
demás mientras que ellos no reciben
consolación ni nadie se apiada de ellos?

Un ejemplo iluminador
Al estar por concluir este pequeño
libro, pienso en el gran ejemplo de un
amigo, el Cardenal Terence Cooke, quien
luchó silenciosamente con un cáncer por
casi una década. Se agolpan en mi
memoria un calidoscopio de escenas: él
parado debajo de la lluvia para saludar a la
gente que salía de la Misa pocas semanas
después que recibió la noticia de su
enfermedad terminal (desconocida para
todos nosotros), su paciencia ante las
críticas, su misericordioso perdón para sus
enemigos, su libertad frente a todo deseo
de venganza, su preocupación por el bien
de quienes estaban atribulados. El último
período de su enfermedad debió ser más
corto de lo que fue, sus últimos meses
deberían haber sido un tiempo de deterioro
gradual, sin embargo continuó trabajando
duramente por el bien de la Iglesia y de
todos quienes vivían en su esfera de
influencia. Durante las últimas semanas de
vida dividió su tiempo entre largos ratos
de oración y el escribir cartas importantes
sobre cuestiones relevantes, tales como la
vida y la paz en el mundo. Incluso escribió
una carta de consuelo para la archidiócesis
de Boston en ocasión de la muerte del
Cardenal Madeiros.29
Había un gran olvido de sí en este
hombre de verdadera sensibilidad. Uno no
podía notar su sensibilidad por alguna
queja suya, sino por su habilidad para
percibir los sentimientos de los demás,
para anticiparse a sus necesidades, y para
intentar evitar todo lo que hubiese sido
ofensivo para ellos. Muy pocas veces
habló de sus dolores y heridas, pero
inmediatamente y por costumbre ponía su
atención en las necesidades de los demás.
Recuerdo esto, en mi última visita cuando
él yacía moribundo en su residencia. Fue
el más tierno y cariñoso encuentro, y él
olvidó tanto sus sufrimientos presentes

29
Ver B. GROESCHEL Y T. WEBER, Thy Will Be Done: A
spiritual Portrait of Terence Cardinal Cooke, (Nueva
York,: Alba House, 1991).
como las heridas del pasado. Al día
siguiente me internaron en el hospital para
una operación del corazón, y él pidió a su
hermana y a un sacerdote amigo suyo que
me visitaran y me trajesen un regalo.
Mientras tanto el Cardenal mismo estaba
cercano a la muerte. Toda su vida trató de
vivir las bienaventuranzas, especialmente
el amor misericordioso: “Bienaventurados
los misericordiosos, porque obtendrán
misericordia”.
El ejemplo de la vida de Terence
Cooke, como tantos otros siervos de Dios,
nos enseña el hecho de que la caridad es la
mejor de las medicinas. Es la medicina del
alma. El amor misericordioso no sólo
vence todo, sino que cura todo. Para
quienes quieran intentarlo, aun cuando sea
con resistencia y rechazo interior, sus
efectos serán duraderos y muy
beneficiosos.
Otro gran obispo tuvo que enfrentar
por dos veces la muerte: una siendo
arrollado por un camión enemigo y dejado
al costado de la ruta; y en otra ocasión
habiendo sido herido por una bala asesina.
Él escribió acerca del sentido del amor
misericordioso. Juan Pablo, Papa, en su
encíclica “Dives in Misericordia”, escribe:
“Jesucristo nos enseñó que el hombre no
sólo recibe y experimenta la misericordia
de Dios, sino también que está llamado a
practicar la misericordia hacia los demás...
Todas las bienaventuranzas... indican el
camino de la conversión y la reforma de la
vida, pero la que se refiere particularmente
a la misericordia es sumamente elocuente
en este tema. El hombre alcanza la
misericordia del amor de Dios, su
Misericordia, en cierto punto para que
también se muestre transformado
interiormente en el amor hacia los
demás”.30

30
Papa JUAN PABLO II, Dives in Misericordia, 41-42.
ORACIONES Y PENSAMIENTOS PARA
TIEMPOS DE OSCURIDAD

Cuando uno está atravesando tiempos


de oscuridad y tribulación, suele ser muy
útil aferrarse a la oración o a un buen
pensamiento. Estamos demasiado
absorbidos como para pensar en algo
complicado. Necesitamos más bien algo
simple que vaya a lo esencial. Las
siguientes oraciones y pensamientos,
ordenadas de acuerdo a los temas de los
cuales hemos hablado, pueden ser de
ayuda.

DIOS ESTÁ CONMIGO

Sólo en Dios, Sal 62, 6-9


En Dios sólo descansa, oh alma mía,
de él viene mi esperanza;
sólo él mi roca, mi salvación,
mi ciudadela, no he de vacilar;
en Dios mi salvación y mi gloria,
la roca de mi fuerza.
En Dios mi refugio;
confiad en él,
oh pueblo, en todo tiempo;
derramad ante él vuestro corazón,
¡Dios es nuestro refugio!

Desde lo más profundo, Sal 130


Desde lo más profundos grito a ti,
Yahveh:
¡Señor, escucha mi clamor!
¡Estén atentos tus oídos
a la voz de mis súplicas!
Si en cuenta tomas las culpas, oh
Yahveh,
¿quién, Señor, resistirá?
Mas el perdón se halla junto a ti,
para que seas temido.
Yo espero en Yahveh, mi alma
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor
más que los centinelas la aurora;
mas que los centinelas la aurora,
aguarde Israel a Yahveh.
Porque con Yahveh está el amor,
junto a él abundancia de rescate;
él rescatará a Israel
de todas sus culpas.

No tengas miedo, Is 41, 10-13


No temas, que contigo estoy yo; no
receles, que yo soy tu Dios. Yo te he
robustecido y te he ayudado, y te tengo
asido con mi diestra justiciera. ¡Oh! Se
avergonzarán y confundirán todos los
abrasados en ira contra ti. Serán como
nada y perecerán los que buscan querella.
Los buscarás y no los hallarás a los que
disputaban contigo. Serán como nada y
nulidad los que te hacen la guerra.
Porque yo, Yahveh tu Dios, te tengo asido
por la diestra. Soy yo quien te digo: «No
temas, yo te ayudo».

No te preocupes, Mt 6, 25-34
«Por eso os digo: No andéis
preocupados por vuestra vida, qué
comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué
os vestiréis. ¿No vale más la vida que el
alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo: no siembran, ni
cosechan, ni recogen en graneros; y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No
valéis vosotros más que ellas? Por lo
demás, ¿quién de vosotros puede, por más
que se preocupe, añadir un solo codo a la
medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué
preocuparos? Observad los lirios del
campo, cómo crecen; no se fatigan, ni
hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en
toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Pues si a la hierba del campo, que hoy es
y mañana se echa al horno, Dios así la
viste, ¿no lo hará mucho más con
vosotros, hombres de poca fe? No andéis,
pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos
a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué
vamos a vestirnos? Que por todas esas
cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe
vuestro Padre celestial que tenéis
necesidad de todo eso. Buscad primero su
Reino y su justicia, y todas esas cosas se
os darán por añadidura. Así que no os
preocupéis del mañana: el mañana se
preocupará de sí mismo. Cada día tiene
bastante con su propio mal.
CUANDO TODO PARECE TINIEBLAS

Altísimo y buen Dios


Altísimo y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame una fe recta,
una esperanza cierta
una y caridad perfecta,
y sabiduría,
para que pueda cumplir
tu mandamiento santo y verdadero.
-SAN FRANCISCO DE ASÍS-

Y Job dijo... Job 3, 2-6; 20-26.


Perezca el día en que nací, y la noche
que dijo: «Un varón ha sido concebido!»
El día aquel hágase tinieblas, no lo
requiera Dios desde lo alto, ni brille sobre
él la luz. Lo reclamen tinieblas y sombras,
un nublado se cierna sobre él, lo
estremezca un eclipse. Sí, la oscuridad de
él se apodere, no se añada a los días del
año, ni entre en la cuenta de los meses.
¿Para qué dar la luz a un desdichado,
la vida a los que tienen amargada el alma,
a los que ansían la muerte que no llega y
excavan en su búsqueda más que por un
tesoro, a los que se alegran ante el túmulo
exultan cuando alcanzan la tumba, a un
hombre que ve cerrado su camino, a quien
Dios tiene cercado? Como alimento viene
mi suspiro, como el agua se derraman mis
lamentos. Porque si de algo tengo miedo,
me acaece, y me sucede lo que temo. No
hay para mí tranquilidad ni calma, no hay
reposo: turbación es lo que llega.

Oración de una persona muy enferma


Señor, el día declina, y como todos los
demás días, me deja con el sabor de una
completa derrota. No hice nada por Ti: ni
siquiera he podido decir una oración
consciente, no hice ninguna obra de
caridad, ninguna trabajo, el trabajo que es
sagrado para todo cristiano que comprende
su significado. Ni siquiera he sido capaz
de controlar mi infantil impaciencia y
todos mis estúpidos rencores que
frecuentemente ocupan el lugar que
debería ser el tuyo en “esa tierra de nadie”
que son mis sentimientos. Es inútil que te
prometa obrar mejor. Mañana no será
diferente, ni tampoco pasado mañana.
Cuando repaso el curso de mi vida, me
sobreviene la misma impresión de estar
desubicada. Te he buscado en la oración, y
en el servicio de mis hermanos porque no
podemos separarte de nuestros hermanos
como no podemos separar nuestro cuerpo
de nuestra alma. Pero buscándote a Ti, ¿no
me busqué a mi misma? ¿No he deseado
dar satisfacción a mi misma? Estas tareas
que secretamente terminé bien y
santamente, desparecen a la luz de la
eternidad que se acerca, y ya no me atrevo
a confiarme en esos apoyos que ya han
perdido su estabilidad.
Incluso los sufrimientos actuales no me
dan alegría porque los soporto mal. Tal
vez todos somos así: incapaces de
discernir nada excepto nuestra propia
miseria y nuestra desesperada cobardía
ante la luz del más allá que va creciendo
en nuestro horizonte.
Pero, puede ser, oh Señor, que esta
impresión de vacío sea parte de un plan
divino. Tal vez ante tus ojos, la
autocomplacencia es la más odiosa de
todas las vanidades, y debemos llegar a Ti
desnudos de manera que Tú, solamente
Tú, nos cubras.31
–MARGUERITE TEILHARD DE CHARDIN.

31
The Soul Afire, ed. H. A. Reinhold (Nueva York,
Doubleday, Image Books, 1973), 109. Margarita de
Chardin fue la fundadora de la Unión de los Enfermos en
Francia durante los años 1930s.
CONFIANDO EN DIOS
La Roca de Refugio
La anchura, la solidez y la firmeza de
la piedra, sólo se encuentran en la vasta
extensión de la voluntad divina, que se
presenta sin cesar bajo el velo de las
cruces y acciones más ordinarias. Es en la
sombra de éstas donde Dios esconde su
mano para sostenernos y conducirnos.
Esta convicción debe bastar a un alma
para llevarla al más sublime abandono. Y
en el momento en que así lo hace, queda
ya a cubierto de la contradicción de las
lenguas, pues el alma no tiene nada que
decir ni hacer en su defensa, puesto que su
obra es la obra de Dios, y no en otra parte
puede hallarse su justificación. Además,
sus efectos y consecuencias le justificarán
suficientemente, y bastará con dejar que
todo vaya adelante. «El día al día le pasa
el mensaje» [Sal 18,3].
[Impulso continuo de gracia]. Cuando
uno no se gobierna por sus propias ideas,
no necesita defenderse con palabras.
Nuestras palabras no pueden expresar más
que las ideas que concebimos; y si no
existen estas ideas, tampoco hay palabras,
porque ¿para qué servirían? ¿Para dar
razón de lo que se hace? Pero si es que el
ama no conoce esa razón, que permanece
oculta en el principio que le hace actuar, y
del que sólo siente el impulso de una
manera inefable. Es preciso, pues, dejar
que cada momento sostenga la causa del
momento siguiente; y todo se sostiene en
este encadenamiento divino, todo resulta
firme y sólido, y la razón de lo que
precede se ve por el efecto de lo que le
sigue.
Quedó atrás una vida de pensamientos,
imaginaciones, una vida de palabras
múltiples. Ya no es todo eso lo que ocupa
al alma, lo que la alimenta y entretiene. Ya
ella no se mueve ni se sostiene con esas
cosas. El alma no ve ni prevé ya por dónde
habrá de avanzar. No se ayuda ya con
reflexiones para animarse al trabajo y
aguantar las incomodidades del camino, y
va pasando por todo en el sentimiento más
íntimo de su debilidad. El camino se va
abriendo a su paso, entra en él, y por él
marcha sin ninguna vacilación. Esta alma
es pura y santa, simple y verdadera:
camina por la línea recta de los
mandamientos de Dios, en una continua
adhesión al mismo Dios, que
incesantemente encuentra en todos los
puntos de esta línea.32
-JEAN PIERRE DE CAUSSADE, S. J.
32
El abandono en la divina Providencia, c. 4. (ed. M.
Olphe-Galliard, trad. J. M. Iraburu - B. Aguerrea, en
Fundación GRATIS DATE, Pamplona 1999). Existen
varias traducciones: Tratado del santo abandono a la
providencia divina, Apostolado de la Oración, Buenos
Aires 1983; Apostolado Mariano, Sevilla 1998; todas estas
ediciones traducen la obra de Caussade en la versión de
Ramière.
El Guía Silencioso
El alma es empujada hacia adelante sin
ver el camino abierto ante sus ojos. No va
ni por donde ella ha visto, ni según lo que
ha leído. Así es como va la acción propia,
y no puede ir de otro modo, ni asumir
otros riesgos. Pero la acción divina es
siempre nueva, no vuelve nunca sobre sus
antiguos pasos, y va abriendo siempre
caminos nuevos. Las almas que ella
conduce no saben dónde van, y sus
senderos no están ni en los libros ni en sus
reflexiones. La acción divina les va
abriendo camino continuamente y entran
en él empujadas por su impulso.
[Un guía amigo nos guía en la noche].
Cuando uno es conducido por un guía a
través de un país desconocido, de noche,
por los campos, sin camino, según su
instinto, sin tomar consejo de nadie, y sin
querer descubrir sus planes, ¿puede
tomarse otra actitud que la del abandono?
¿Sirve de algo mirar dónde está uno,
interrogar a los que pasan, consultar el
mapa o a otros viajeros? El plan y, por
decirlo así, el capricho del guía, que quiere
que se confíe en él, se verían contrariados
por todo eso. Le agrada poner a prueba la
inquietud y la desconfianza del que es
conducido, pues lo que pretende es que se
confíe totalmente a él; y si se asegura de
que es bien guiado, ya no habría ahí ni fe
ni abandono.
La acción divina es esencialmente
buena, y no quiere en absoluto ser
cambiada o controlada. Comenzó a obrar
desde la creación del mundo y, desde
entonces, fecunda e inagotable, obra sin
limitación alguna, dando cada día y
momento nuevas pruebas de su poder.
Hacía esto ayer, y hoy hace esto otro. Es la
misma acción que se va aplicando a todos
los momentos por medio de efectos
siempre nuevos, y así se irá desplegando
eternamente.
[Dios conduce en la noche a sus
santos]. Esa acción divina es la que ha
hecho a Abel, Noé, Abraham, bajo
modelos diferentes. Isaac es un original
suyo, y Jacob no es una copia ni de José ni
de él. Moisés no ha tenido a nadie
semejante entre sus antepasados. David y
los profetas son todos distintos de los
patriarcas. San Juan Bautista es más
grande que todos ellos.
Jesucristo es el primogénito: los
apóstoles obran más por la moción de su
espíritu que por la imitación de sus obras.
Y Jesucristo no se ha imitado a sí mismo,
ni ha seguido a la letra sus propias
doctrinas. El Espíritu divino inspira
siempre su santa alma, y él, abandonado
siempre a su inspiración, no tiene
necesidad de consultar al momento
precedente para dar forma al siguiente. La
moción de la gracia da forma a todos sus
instantes siguiendo el modelo de las
verdades eternas, que la Santísima
Trinidad guarda en su invisible e
impenetrable sabiduría. El alma de
Jesucristo recibe en cada momento las
órdenes y las realiza, haciéndolas visibles.
El Evangelio nos va mostrando la
continuidad de estas verdades en la vida
de Jesucristo, y Él mismo, siempre vivo y
operante, vive y obra continuamente,
también hoy, nuevas cosas en las almas
santas.
[Abandono perfecto de Jesucristo]. Así
pues, si queréis vivir evangélicamente,
vivid en pleno y puro abandono a la
acción de Dios. Jesucristo es la fuente de
este abandono, y «Él era ayer, es hoy
mismo y lo será eternamente» [Heb 13,8],
para continuar siempre su vida y no para
recomenzarla. Lo que Él hizo, hecho está,
y lo que resta, lo va haciendo en todo
momento. Cada santo recibe una parte de
esta vida divina. Jesucristo es siempre el
mismo, aunque sea diferente en cada uno
de sus santos. La vida de cada santo es la
misma vida de Jesucristo, es un Evangelio
nuevo.33
- JEAN PIERRE DE CAUSSADE, S.J.-

No puedo ser abandonado


1. Dios era totalmente completo y santo
en sí mismo, pero fue su voluntad crear el
mundo para su gloria. Él es
Todopoderoso, y podría haber hecho todas
las cosas por si mismo, pero fue su
voluntad llevar adelante sus propósitos por
medio de los seres que él creó. Todos
fuimos creados para su gloria, fuimos
creados para hacer su voluntad. Yo soy
creado para hacer algo o ser algo para
quien ningún otro ser es creado; yo tengo
un lugar en el plan de Dios, en el mundo
33
El abandono en la divina Providencia, c. 11.
de Dios, que nadie más tiene; sea pobre o
rico, despreciado o estimado por los
hombres, Dios me conoce y me llama por
mi nombre.
2. Dios me ha creado para hacerle
algún servicio bien preciso; me ha
encomendado algún trabajo que no le ha
encomendado a ningún otro. Tengo mi
misión, puede que no la conozca en esta
vida, pero que me será revelada en la
futura. En cierto modo soy necesario para
su plan, tan necesario en mi lugar como un
Arcángel en el suyo; si en efecto fallo, él
puede hacer aparecer otro así como puede
hacer de las piedras hijos de Abrahán. Si
tengo parte en esta gran obra; soy un
eslabón en una cadena, un nudo de
conexiones entre personas. No me ha
creado en vano. Haré el bien, haré su obra;
seré un ángel de paz, un predicador de la
verdad en mi propio lugar, aun cuando no
me lo proponga, pero si lo hago observaré
sus mandamientos y lo serviré en mi
llamada.
3. Por eso confiaré en Él. Sea lo que
sea, esté donde esté, jamás seré
abandonado. Si estoy en la enfermedad,
mi enfermedad puedo servirlo; si en la
perplejidad, mi perplejidad puede servirlo;
si estoy en el dolor, mi dolor puede
servirlo. Mi enfermedad o perplejidad, mi
dolor puede ser la causa de un gran fin,
que está muy por encima de nosotros. Él
no hace nada en vano; Él puede prolongar
mi vida, o la puede acortar; Él sabe lo que
quiere. Puede quitarme mis amigos, puede
dejarme entre extraños, me puede hacer
sentir desolado, hacer que mi espíritu se
hunda, ocultarme el futuro, aun así sabe lo
que quiere.
Oh Adonai, oh Señor de Israel, Tú que
guiaste a José como un rebaño, oh
Emmanuel, oh Sabiduría, me entrego a Ti.
Confío en ti plenamente. Pues Tú eres más
sabio que yo, me amas más de lo que yo a
mi mismo. Dígnate llevar a su plenitud en
mi tus elevados planes, cualquiera que
sean, obra en y a través de mi. He nacido
para servirte, para ser Tuyo, para ser tu
instrumento. Permíteme ser un
instrumento ciego. No te pido ver, no te
34
pido saber, sólo te pido ser usado.
- CARDENAL JOHN HENRY NEWMAN

34
Meditations on Christian Doctrine, I, en Prayers,
Verses, and Devotions, (San Francisco: Ignatius Press,
1989), 338-39. Esta oración fue escrita en 1848, cuando
Newman experimentaba algunos fracasos y malos
entendidos.
ORACIONES PARA TIEMPOS DE
ENFERMEDAD

Pronto debo ir hacia Dios


Carta escrita tiempo atrás
No rezo para que seas librado de tus
dolores, sino que rezo a Dios seriamente
para que Él te de fortaleza y paciencia para
soportarlos tanto cuanto a Él le plazca.
Consuélate a ti mismo con Él que te
mantiene sujeto a la cruz. Él te dejará ir
cuando lo crea conveniente. Felices los
que sufren con Él. Acostúmbrate a sufrir
de esta manera, y busca en Él la fuerza
para soportar tanto, y por el tiempo que Él
juzgue necesario para ti. Los hombres del
mundo no comprenden estas verdades, ni
siquiera hay que asombrarse de esto, ya
que sufren como lo que son y no como
cristianos. Consideran la enfermedad
como una pena para la naturaleza, y no
como un favor de Dios; y viéndolo sólo
bajo esta luz, no encuentran nada sino
dolor y aflicción. Pero aquellos que
consideran la enfermedad como
proveniente de la mano de Dios, como
efecto de su misericordia, y como medios
que Él emplea para su salvación, estos
encuentra en ella gran dulzura y apreciable
consolación.
Desearía que tu pudieras convencerte
que Dios es frecuentemente (en cierto
sentido) más cercano a nosotros, y más
eficazmente presente junto a nosotros, en
la enfermedad que en la salud. No confíes
en otro médico; ya que, según mi modo de
entender, Él se reserva tu curación para sí
mismo. Pon, entonces, toda tu confianza
en Él, y pronto encontrarás los efectos en
tu recuperación, que comúnmente
retrasamos poniendo más nuestra
confianza en los médicos que en Dios.
Cualquiera sean los remedios que uses,
tendrán éxito tan sólo en la medida que Él
lo permita. Cuando nos vienen penas de
parte de Dios, tan sólo Él puede curarlas.
A veces manda enfermedades corporales
para curar las espirituales. Confórtate con
el Médico Soberano del cuerpo y del alma.
Confórmate con la condición en la que
Dios te coloque: aunque puedas
considerarme feliz, te envidio. Los dolores
y sufrimientos serían un paraíso para mi
mientras deba sufrirlos con mi Dios, y los
mayores placeres serían un infierno para
mi si pudiera gozarlos sin Él. Todo mi
consuelo sería sufrir algo por Él.
En poco tiempo debo ir a Dios. Lo que
me consuela en esta vida es que ahora Lo
veo en la fe; y Lo veo de tal manera que a
veces me puede hacer decir: “ya no creo
más, sino que veo”. Siento lo que la fe nos
enseña, y en tal seguridad y tal acto de fe
viviré y moriré con Él.
Continúa entonces, siempre con Dios;
es el único sostén y alivio para tus
aflicciones. Le rogaré para que esté
contigo. Ofrezco mi servicio. 35
-HERMANO LAWRENCE-

35
The Practice of the Presence of God, carta 11, (Old
Tappan, N.J.; Fleming H. Revell, Spire Book, n.d.), 55-57.
Hay muchas ediciones disponibles. El hermano Lawrence,
un carmelita laico francés del Siglo XVII, nos ofrece
muchas hermosas palabras sobre la confianza en Dios, muy
apreciadas en la literatura espiritual.
ORACIONES DE UN PASTOR DE ALMAS36

Por una persona Enferma


Omnipotente Dios, dador de la salud y
sanador, concede a tu siervo una
experiencia palpable de tu presencia y una
perfecta confianza en Ti. En el sufrimiento
pueda él poner en Ti su cuidado, de tal
modo que, envuelto en tu amor y poder,
pueda recibir la salud y la salvación de
acuerdo a tu generosa voluntad. Por Cristo
nuestro Señor. Amén.

Por uno mismo cuando está enfermo


Amado Señor, Tú eres el mejor
médico. Me vuelvo a Ti en mi enfermedad
y te pido me ayudes. Pon Tu mano sobre
mi como lo hiciste por tu pueblo hace ya
36
Atribuidas al Cardenal Terence Cooke, Prayers for
today, 2da ed. (Nueva York, Alba House, 1991), 55ss. Estás
oraciones fueron halladas en una antología que el Cardenal
publicó, y como no se le atribuyen a nadie más, se asume
que le pertenecen a él.
muchos años y permite que de Ti me
vengan la salud y la integridad. Me pongo
bajo tu cuidado y reafirmo mi fe que
incluso ahora tu maravillosa gracia
sanadora me está de nuevo volviendo
bueno y fuerte.
Se que te pido más de lo que merezco,
pero Tú nunca mides nuestros beneficios
de esta manera. Tan solo por tu amor nos
devuelves la salud. Haz eso conmigo. Lo
pido insistentemente y trataré de servirte
más fielmente. Lo prometo por Cristo
nuestro Señor. Amen.

Oración para cuando se está


preocupado
Amado Señor, estoy preocupado y
lleno de temor. Ansiedad y recelo llenan
mi mente. ¿Puede ser que mi amor por Ti
sea débil e imperfecto y como resultado
esté lleno de preocupaciones?
He intentado convencerme que no hay
nada por lo cual preocuparse. Pero tal
convencimiento no parece serme útil. Se
que debería abandonarme confiadamente
en Tu guía y cuidado amorosos. Pero
estaba demasiado turbado incluso para
rezar. Hazme sentir, amado Señor, tu paz,
y ayuda mi alma atribulada a saber que Tú
eres Dios y no debo temer ningún mal.

Antes de una intervención quirúrgica


Padre amoroso, me confío a Tu
cuidado en este día; guía con sabiduría y
habilidad las mentes y manos de aquellos
que curan en Tu nombre. Concédeme que
con cada mal que causa mi enfermedad
que me sea removido, pueda yo volver a la
salud y aprenda a vivir en mejor armonía
contigo y con mi prójimo. Por Jesucristo.
Amén.

Después de una intervención quirúrgica


Amado Salvador, Te agradezco haber
pasado esta operación. Y ahora descanso
en tu presencia que inhabita dentro de mi,
relajando cualquier tensión, abandonando
toda preocupación y ansiedad, recibiendo
más y más tu vida sanadora en cada parte
de mi ser. En momentos de dolor, me
vuelva a Ti para obtener fuerzas; en
momentos de soledad, sienta Tu amable
cercanía. Concede que Tu vida, Tu amor y
Tu alegría, puedan brotar de í para sanar a
otros en Tu nombre. Amen.

Por un paciente aprensivo


Cristo dijo a sus amados: “Yo estoy
con vosotros, no teman, no estén
ansiosos”. Pueda yo confiar, que en las
pruebas y cruces de mi vida, Tu, Oh
Señor, serás mi constante compañero.
Cuando no pueda levantarme, Tú me
llevarás amablemente en tus brazos.
Que no tema lo que pueda pasar
mañana. Que el mismo Padre eterno que
cuida de mi hoy, me cuidará mañana y así
por el resto de mis días. Tú, Oh Señor, me
protegerás del sufrimiento o me darás la
fuerza para soportarlo pacientemente.
Pueda yo estar en paz, y dejar de lado
todos los pensamientos inútiles, todas las
ansiedades y preocupaciones. Amen.

Por los pacientes depresivos


¡Alabanzas a Ti, Oh Cristo, honor y
gloria! En el momento que Tu Pasión se
acercaba, comenzaste a experimentar
ansiedad y depresión. Así tomaste sobre Ti
mismo las debilidades de la naturaleza
humana de manera que Tú pudieras
fortalecer y consolar a quienes temen a las
graves enfermedades. Te pido que me
liberes de todo desaliento y ansiedad.
Concede que todo lo que soporte sea para
tu Gloria y para el perdón de mis pecados.
Líbrame del desfallecimiento y los
temores infundados, y une mi corazón
firme y resueltamente a Ti. Amen.
EL AMIGO QUE NO CAMBIA

La amistad de Jesús
Estándome sola, sin tener una persona
con quien descansar, ni podía rezar ni leer,
sino come persona espantada de tanta
tribulación y temor de si me había de
engañar el demonio, toda alborotada y
fatigada, sin saber qué hacer de mí. En
esta aflicción me vi algunas y muchas
veces, aunque no me parece ninguna en
tanto extremo. Estuve así cuatro o cinco
horas que consuelo del cielo ni de la tierra
no había para mí, sino que me dejó el
Señor padecer temiendo mil peligros.
¡Oh, Señor mío, cómo sois Vos el
amigo verdadero, y como poderoso,
cuando queréis podéis, y nunca dejáis de
querer si os quieren! ¡Alaben os todas las
cosas, Señor del mundo! ¡Oh, quién diese
voces por él para decir cuán fiel sois a
vuestros amigos! Todas las cosas faltan;
Vos, Señor de todas ellas, nunca faltáis.
Poco es lo que dejáis padecer a quien os
ama. ¡Oh, Señor mío, qué delicada y
pulida y sabrosamente los sabéis tratar!
¡Oh, quién nunca se hubiera detenido en
amar a nadie sino a Vos! Parece, Señor,
que probáis con rigor a quien os ama, para
que en el extremo del trabajo se entienda
37
el extremo de vuestro amor .
-SANTA TERESA DE ÁVILA-

El pequeño sendero del amor


En el tiempo de la ley del temor, antes
de la venida de nuestro Señor, el profeta
Isaías, decía ya, hablando en nombre del
Rey de los Cielos: “¿Puede una madre
olvidar a su hijo? Pues bien, aun cuando
una madre olvidara a su hijo, Yo no os
olvidaré jamás” [Is 49, 15]. ¡Que
encantadora promesa! ¡Ah! ¿Cómo no
37
Libro de la Vida, c. 25, 17, en Obras Completas,
Burgos 2006, 252-253.
aprovecharnos de los amorosos anticipos
que nos da nuestro Esposo, nosotras, que
vivimos en la ley del amor? ¿Cómo temer
a Quien “se deja prender en uno de los
cabello que vuelan sobre nuestro cuello”?
[Cant. 4,9]. Sepamos, pues, retener
prisionero a este Dios que se hace
mendigo de nuestro amor. Al decirnos que
es un cabello lo que puede obrar este
prodigio, nos manifiesta que las más
pequeñas acciones, hechas pro amor, son
las que cautivan su corazón. ¡Ah, si
hubiese que hacer grandes cosas, cuánto se
nos debiera compadecer!... ¡Pero qué
felices somos, puesto que Jesús se deja
encadenar pro las más pequeñas!38.

Con las manos vacías


38
Obras completas de Teresa de Lisieux, Burgos 1980,
579, carta del 12 de julio de 1896. Santa Teresa, una santa
del Siglo XIX, religiosa carmelita, informalmente enseñó
“El pequeño sendero del amor” como un camino a Dios.
Ella escribió esta carta a su hermana Leonia.
Una oración a Cristo Crucificado
Llego ante Ti con las manos vacías,
todos los secretos tesoros de gracia que
derramo en los corazones necesitados,
llorando en las amargas noches de miedo y
soledad. Pródigos de Tu amor, pongo ante
mi Tus Manos vacías, desgarradas por
gruesos clavos de cuyos huecos surgieron
ríos de misericordia, hasta que toda Tu
sustancia fue derramada. Así, yo, mi
Jesús, con manos vacías por tu amor, estoy
de pie, confiada ante Tu Cruz, emblema
vivo de tu amor. Es el vacío lo que es
llenado: aquellos que se han convertido en
pródigos sólo por Ti, llena a la última de
tus hermanas mientras somos saciadas por
Tu amor, que cuanto más y más vacías
más se llenarán de Ti39.
–SANTA TERESA DE LISIEUX-

39
Tarjeta de oración: Santa Teresa de la Trinidad,
“Meditations based on Writings of St. Thérèse of Lisieux”
(Carmel of Terre Hauste, Ind.).
Una parábola sobre la Cruz
Todas las personas que han vivido
fueron reunidas ante el trono de Dios.
Entristecidos por su herencia. Todos tenías
quejas, y comenzaron a murmurar entre sí:
“¿Quién se cree acaso que es Dios?”
Uno de los grupos estaba compuesto
por judíos que habían sufrido
persecuciones. Algunos habían muerto en
cámaras de gas y campos de
concentración, y se quejaban, ¿cómo
puede conocer Dios el sufrimiento por el
que han pasado? Otro grupo era de
esclavos, hombres y mujeres negros con
marcas en sus frentes, una gran multitud
de ellos, que sufrieron degradaciones de
manos de aquellos que se llamaban a sí
mismos “Los dioses de las personas”,
¿Qué puede saber Dios de su condición?
Había largas filas de refugiados exiliados
de sus tierras, gente sin hogar, que no
tenían donde reclinar sus cabezas. Y había
gente pobre que nunca sobre esta tierra
fueron capaces de encontrar una
satisfacción plena. Había enfermos y
quienes habían sufrido todo tipo de
dolores, cientos de grupos, cada uno con
una queja contra Dios. ¿Qué puede Él
saber lo que los seres humanos han tenido
que soportar?
De cada grupo se eligió un líder y se
formó una comisión para llevar el caso
contra el Todopoderoso mismo. En vez de
Dios juzgarlos a ellos, ellos comenzaron a
juzgarlo. Y el veredicto fue que Dios
debía ser sentenciado a vivir en la tierra
como un ser humano, sin protección a su
Divinidad. Y escribieron un testamento
con puntos particulares a cumplirse:
Que nazca judío. Que soporte la
pobreza en su nacimiento. Que la
legitimidad de su nacimiento sea también
puesta en duda. Que realice trabajos
forzosos y sufra la pobreza para que
conozca su aguijón. Permítase que su
propia gente lo rechace. Que tenga por
amigos sólo aquellos que se mantienen en
el desprecio. Que sea traicionado por uno
de sus amigos. Que sea acusado de falsos
cargos, juzgado por un jurado prejuicioso,
condenado por un juez cobarde. Que sea
abandonado por sus amigos y experimente
lo que es encontrarse terriblemente solo.
Que sea torturado, y que muera en manos
de sus enemigos.
Mientras cada grupo anunciaba la
sentencia contra Dios, rugidos de
aprobación vinieron desde las multitudes.
Cuando el último terminó, el ruido ronco
se volvió casi ensordecedor... y cada uno
se volvió hacia el trono. Y de repente el
cielo se llenó de un conmovedor silencio
penitencial. Pues allí donde había un
trono, ahora se podía ver una Cruz.40
–ANDREW ARMSTRONG-

Encontrar reposo en Cristo


Hemos de reposar en Cristo sobre todo
bien y don.
Discípulo: Alma mía, descansa sobre
todas y en todas las cosas siempre en Dios,
que es el eterno descanso de los Santos.
Concédeme Tú, dulcísimo y amantísimo
Jesús, que descanse en Ti sobre todas las
cosas criadas; sobre toda salud y
hermosura; sobre toda gloria y honra;
sobre todo poder y dignidad; sobre toda la
ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas
y artes; sobre toda alegría y gozo; sobre
toda la fama y alabanza; sobre toda
suavidad y consolación; sobre toda

40
No he podido encontrar ninguna información sobre el
autor, pero seguramente que un cristiano capaz de escribir
algo así se regocijará de compartirlo. BJG.
esperanza y promesa; sobre todo
merecimiento y deseo; sobre todos los
dones y regalos que puedes dar y enviar;
sobre todo gozo y dulzura que el alma
puede recibir y sentir; y en fin, sobre todos
los ángeles y arcángeles, sobre todo
ejercito celestial; sobre todo lo visible e
invisible; y sobre todo lo que no es lo que
eres Tú, Dios mío.
Porque Tú, Señor, Dios mío, eres
bueno sobre todo; Tú solo potentísimo; Tú
solo suficientísimo y llenísimo; Tú solo
suavísimo y agradabilísimo. Tú solo
hermosísimo y amantísimo; Tú solo
nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las
cosas, en quien están, estuvieron y estarán
todos los bienes junta y perfectamente. Por
eso es poco e insuficiente cualquier cosa
que me das o prometes, o me descubres de
Ti mismo, no viéndote ni poseyéndote
cumplidamente. Porque no puede mi
corazón descansar del todo y contentarse
verdaderamente, si no descansa en Ti
trascendiendo todos los dones y todo lo
criado.
¡Oh esposo mío amantísimo Jesucristo,
amador purísimo, Señor de todas las
criaturas! ¿Quién me dará alas de
verdadera libertad para volar y descansar
en Ti? ¡Oh! ¿Cuando me será concedido
ocuparme en Ti cumplidamente, y ver
cuán suave eres, Señor Dios mío?
¿Cuándo me recogeré del todo en Ti, que
ni me sienta a mí por tu amor, sino a Ti
solo sobre todo sentido y modo, y de un
modo manifiesto a todos? Pero ahora
muchas veces gimo y llevo mi infelicidad
con dolor. Porque en este valle de miserias
acaecen muchos males que me turban a
menudo, me entristecen y anublan;
muchas veces me impiden y distraen,
halagan y embarazan para que no tenga
libre entrada a Ti y no goce de tus suaves
abrazos, los cuales sin impedimento gozan
los espíritus bienaventurados. Muévate
mis suspiros, y la grande desolación que
hay en la tierra.
¡Oh Jesús, resplandor de la eterna
gloria, consolación del alma que anda
peregrinando! Delante de Ti está mi boca
muda, y mi silencio te habla. ¿Hasta
cuándo tarda en venir mi Señor? Venga a
mí, pobrecito tuyo, lléneme de alegría.
Extienda su mano, y libre a este miserable
de toda angustia. Ven, ven; pues sin Ti
ningún día ni hora será alegre; porque Tú
eres mi gozo, y sin Ti está vacía mi mesa.
Miserable soy, y como encarcelado y
preso con grillos, hasta que Tú me recrees
con la luz de tu presencia, y me pongas en
libertad, y muestres tu amigable rostro.
Busquen otros lo que quisieren en lugar
de Ti, que a mí ninguna otra cosa me
agrada, ni agradará, sino Tú, Dios mío,
esperanza mía, salud eterna. No callaré, ni
cesaré de clamar hasta que tu gracia
vuelva y me hables interiormente.
Jesucristo: Aquí estoy, a ti he venido, pues
me llamaste. Tus lágrimas, y el deseo de
tu alma, y tu humildad, y la contrición de
tu corazón me han inclinado y traído a ti.
Discípulo: Y dije: Señor, yo te llamé, y
deseé gozar de Ti, dispuesto a
menospreciarlo todo por Ti. Pero Tú
primero me despertaste para que te
buscase. Seas, pues, bendito, Señor, que
hiciste con tu siervo este beneficio, según
la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué
tiene más que decir tu siervo delante de Ti,
sino humillarse mucho en tu acatamiento,
acordándose siempre de su propia maldad
y vileza? Porque no hay semejante a Ti en
todas las maravillas del cielo y de la tierra.
Tus obras son perfectísimas, tus juicios
verdaderos, y por tu providencia se rige el
universo. Por eso alabanza y gloria a Ti,
¡oh sabiduría del Padre! Alábete y
bendígate mi boca, mi alma, y juntamente
todo lo creado. 41 - TOMÁS DE KEMPIS-

41
Imitación de Cristo, L III, c 21. Tomás de Kempis. Hay
muchas versiones disponibles. Este gran clásico espiritual
ha caído en desgracia por su estilo y su espiritualidad
intransigente. Tanto bien puede aun encontrarse en él.
LA MISERICORDIA DE DIOS

Salmo 57, 2-4


Tenme piedad, oh Dios, tenme piedad,
que en ti se cobija mi alma;
a la sombra de tus alas me cobijo
hasta que pase el infortunio.
Invoco al Dios Altísimo,
al Dios que tanto hace por mí.
Mande desde los cielos y me salve,
confunda a quien me pisa,
envíe Dios su amor y su verdad.

Salmo 143, 1-8


Yahveh, escucha mi oración,
presta oído a mis súplicas,
por tu lealtad respóndeme, por tu justicia;
no entres en juicio con tu siervo,
pues no es justo ante ti ningún viviente.
Persigue mi alma el enemigo,
mi vida estrella contra el suelo;
me hace morar en las tinieblas,
como los que han muerto para siempre;
se apaga en mí el aliento,
mi corazón dentro de mí enmudece.
Me acuerdo de los días de antaño,
medito en todas tus acciones,
pondero las obras de tus manos;
hacia ti mis manos tiendo,
mi alma es como una tierra que tiene sed
de ti.
¡Oh, pronto, respóndeme, Yahveh,
el aliento me falta;
no escondas lejos de mí tu rostro,
pues sería yo como los que bajan a la
fosa!
Haz que sienta tu amor a la mañana,
porque confío en ti;
hazme saber el camino a seguir,
porque hacia ti levanto mi alma.

Sabiduría 15, 1-3


Mas tú, Dios nuestro, eres bueno y
verdadero, paciente y que con
misericordia gobiernas el universo.
Aunque pequemos, tuyos somos, porque
conocemos tu poder; pero no pecaremos,
porque sabemos que somos contados por
tuyos. Pues el conocerte a ti es la perfecta
justicia y conocer tu poder, la raíz de la
inmortalidad.

Una oración de confianza


Vuelo hacia Tu misericordia, Dios
compasivo, ya que sólo Tú eres bueno. A
pesar de que mi miseria es grande, y mis
ofensas muchas, confío en Tu
misericordia, porque Tú eres el Dios de la
Misericordia; y desde tiempos
inmemoriales, nunca se ha oído que, ni lo
recuerden el cielo ni la tierra, un alma que
en Ti confía se haya visto desilusionada.
Oh Dios de compasión, solo Tú puedes
justificarme, y nunca me rechazarás,
cuando contrita, me acerco a Tu corazón
misericordioso, donde nunca nadie ha sido
rechazado a pesar de que haya sido el peor
de los pecadores.42
-BEATA FAUSTINA KOWALSKA-

No sabemos lo que es bueno para


nosotros
Oh, Señor, no sabemos lo que es bueno
para nosotros, ni lo que es malo. No
podemos predecir el futuro, no sabemos
cuando nos vienes a visitar, en que forma
vendrás. Por eso, ponemos todo en Ti. Haz
lo que te agrada con nosotros y en
nosotros. Haz que siempre te miremos a ti,
y Tú míranos a nosotros, y danos las
gracias de tu amarga Pasión y Cruz, y
consuélanos en el modo que Tú quieras y
en el tiempo que Tú quieras.43
–CARDENAL JOHN HENRY NEWMAN-
42
Jesus, I Trust in You, (Cracovia, Polonia; Basílica de la
Divina Misericordia, 1994), 62. La Beata Faustina
Kowalska (S. XX) fue una religiosa y mística polaca.
43
Citado en Erich Przywara, S.J., The heart of Newman k,
(Londres, Burns and Oates, 1963), 197.
EN EL MOMENTO DE LA MUERTE DE LOS
SERES QUERIDOS

Ellos no nos olvidan


Poco después, empero, de nuestra
conversión y regeneración por vuestro
santo Bautismo, se hizo también él
católico cristiano y, vuelto al África, vivió
entre sus parientes, observando
continencia y castidad perfecta, habiendo
hecho cristianos a todos los de su casa,
cuando fuisteis servido de sacarle de esta
vida, y ahora vive en el seno de Abraham.
Sea lo que fuere lo que se entiende y
significa por aquel seno, en él vive mi
Nebridio, allí vive mi dulce amigo, a quien
Vos, Señor, primeramente sacasteis de la
sujeción de esclavo y después le hicisteis
hijo adoptivo vuestro. Porque ¿qué otro
lugar correspondía a un alma como la
suya? Ahora, pues, vive él en aquel seno,
acerca del cual solía él preguntarme
muchas cosas siendo yo un hombrecillo
ignorante y sin experiencia de ellas. Ya no
aplica sus oídos a mi boca para escuchar
mis respuestas, sino que, como
eternamente bienaventurado, pone la boca
de su alma a la fuente inagotable de la
vida, que sois Vos, y bebe cuanto quiere y
cuanto puede de vuestra infinita sabiduría.
Pero juzgo que por mucho que se
embriague bebiendo sin cesar de ella, no
se ha de olvidar de mí, cuando Vos, Señor,
que sois esa misma fuente de que él bebe,
os acordáis de mí.44
–SAN AGUSTÍN-

Mirando adelante
Muchos siglos antes de Cristo, miles tal
vez, tal era el modo de mirar las cosas,
sobrevivir a la miseria de solo existir. Así
lo sintieron los judíos del Antiguo
44
Confesiones, L. IX, c. 3.
Testamento; así lo sintieron los grandes
griegos.
Pero yo no. Cristo nos dijo que se ha
ido a prepararnos un lugar para que donde
Él está podamos estar nosotros. Su palabra
de bienvenida cuando lleguemos allí será:
“Entra en el gozo de mi Padre”. ¿Este
gozo está más allá de lo que puedo ahora
comprender? Así lo espero, no quiero
quedarme en mi nivel actual.
Pero Dios estará allí, finalmente visto
con una visión directa; Cristo estará allí y
su Madre y todos quienes no lo han
rechazado. Para quienes he amado aquí
tendré un amor sin manchas, el gozo que
he sentido en ellos lo tendré allí, radiante.
Hay un pequeño asunto que me resulta
peculiar. He escrito tanto sobre la
Santísima Trinidad: la visión del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo ¿hará que
desee regresar a la tierra y llorar por lo que
escribí? Siento también cierta
incertidumbre acerca de encontrarme con
San Agustín cuyas “Confesiones” traduje.
Solo puedo esperar que él piense mejor
que yo acerca de mis traducciones. Pero
tal vez, ahora él piense que su propio libro
es bastante malo, y mi traducción no
mucho peor.
Se, porque lo he visto, que cuando se
acerca la muerte, hay una disminución del
flujo de energía del alma al cuerpo, una
pérdida del lazo entre ellos, una ansiedad
que puede producir una verdadera
angustia. Espero que cuando ese tiempo
llegue un sacerdote esté allí para escuchar
mis pecados y absolverme en el nombre de
Cristo y darme la santa Eucaristía (la cual
la Iglesia amablemente llama viaticum –
viático, provisiones para el viaje) y me
unja especialmente los sentidos a través de
los cuales, desde el inicio de mi vida, el
mundo me ha inundado.
Pero con todo esto, no puedo concebir
una vida futura sin la posibilidad de una
purificación (lo cual se significa con la
palabra purgatorio), no porque yo lo he
merecido, sino porque lo necesito. Me
repugna el pensamiento de entrar a la
presencia del Dios totalmente puro siendo
yo un objeto manchado. Hay elementos de
mi mismo aun no dominados, como el
hecho de que yo quiera lo que quiero tan
sólo porque yo lo quiero. Sanar es una
palabra más acorde que purificarse. Mi
voluntad necesita ser rectificada; y esto no
puede hacerse sin dolor, no el dolor del
castigo, pena de separar la voluntad del
hábito que creció como una segunda
naturaleza. Aquí o allí, con la ayuda de
Dios debo querer rectificar mi propia
voluntad. Él me ayudará a hacerlo. Pero Él
no lo quiere hacer por mi.
Difícilmente haya conocido a alguien
que quiera ir al Cielo. Yo sí. Pero no ya.
No hoy. Tal vez la próxima semana.
Hay por lo tanto una evasión.
Claramente soy un rompecabezas que no
he sido aún plenamente resuelto.45
–FRANK SHEED-

La despedida de la Comunidad Cristiana


Querido hermano (hermana), te
encomiendo a Dios todopoderoso, y te
dejo al cuidado de quien te ha creado, para
que, cuando por tu muerte hayas pagado el
débito al cual todo hombre está sujeto,
puedas retornar a tu hacedor, a Aquel que
te formó del barro de la tierra. Entonces
cuando tu alma se aleje de tu cuerpo, se
acerque a ti la radiante compañía de los
ángeles. Que la asamblea de los apóstoles,
nuestros jueces, te reciba. Que el ejército
45
Death into life (Nueva York, Arena Letters, 1977), 132-
134. Frank Sheed (+ 1981) fue un gran apologista.
victorioso vestido con vestiduras blancas
de los mártires te encuentren en tu camino.
Que la brillante multitud de confesores,
resplandecientes como lirios, se unan a ti.
Que te reciba el coro glorioso de las
vírgenes. Que los patriarcas te envuelvan
en la paz abrazadora de aquel lugar. Que
san José, amado patrono de los
moribundos, te aumente la esperanza, y
que la Santísima Madre de Dios, la Virgen
María, vuelva sus ojos amorosos hacia ti.
Entonces, manso y glorioso, aparezca
nuestro Señor Jesucristo ante ti, y te
asigne un lugar entre aquellos que
permanecen en su presencia para siempre.
Que Cristo, que fue crucificado por tu
salvación, te salve del dolor insoportable,
te libere de la muerte que nunca acaba.
Que Cristo, Hijo de Dios Padre Amoroso,
te ubique en el siempre fresco amor de su
paraíso, y que Él, el verdadero Pastor, te
reconozca como uno de los tuyos. Te libre
de todos tus pecados y te indique un lugar
a su derecha en la compañía de sus
elegidos. Que puedas ver a tu Redentor
cara a cara, permaneciendo en su
presencia para siempre, y puedas ver con
ojos llenos de gozo la Verdad revelada en
su plenitud. Y así, habiendo tomado un
lugar en las filas de los santos, puedas
disfrutar del gozo de la contemplación
divina por la eternidad. Amén.46
-RITUAL ROMANO-

Oración por un alma que se despide


Oh Señor Jesucristo, tu dijiste a través
de la boca del Profeta, “Te he amado con
amor eterno, por lo tanto con compasión te
he atraído hacia Mi”. Dígnate, te lo
imploro, de ofrecerte y presentarte a Dios,
Padre Todopoderoso, en nombre de tu
siervo, N.N., que Tu amor te condujo a
46
Ritual Romano, (Nueva York, Benziger Brothers, 1946)
204.
bajar del cielo a la tierra para soportar
todos Tus amargos padecimientos. Líbralo
(la) de todos los dolores que él(ella) teme
y merece por sus pecados, y concédele la
salvación de su alma en el momento que
tenga que partir. Ábrele las puertas de la
vida, y dale el gozo junto a tus santos en la
gloria sin fin. Y Tú, amantísimo Señor
Jesucristo, que nos has redimido por tu
preciosa sangre, apiádate de Tu siervo(a),
N.N., y guíalo(la) a los amables lugares
del paraíso siempre nuevos para que pueda
vivir contigo con amor indiviso, y nunca
se separe de Ti y de quienes Tú eliges. Tú,
que con el Padre y el Espíritu Santo vives
y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
-RITUAL ROMANO-

Oración por quien se ha quitado su


propia vida
Salvador Crucificado, no hay otro lugar
para mi para ir que a los pies de Tu Cruz.
Siento la desolación, el fracaso, los
engaños, los rechazos. Lo intenté. Intenté
detener la marea, calmar el terremoto, de
encender la alarma de incendios. No sabía
ni siquiera cuan desesperado estaba. No
hay consuelo, no hay respuestas, ni alivio
a mis dolores. Estoy en completas
tinieblas. Suplico por mi querido amigo (o
familiar), por lo que fue y por lo que pudo
haber sido. ¿Es la vida tan tremenda que
toda batalla debe terminar, que el fracaso
era inevitable? No hay más que silencio en
derredor y lágrimas en el interior. Sé que
la herida sanará, pero ahora ni siquiera lo
quiero. Sé que habrá una gran cicatriz en
su lugar. Esa cicatriz será todo lo que me
quede.
Estoy lleno de terror por uno a quien
amé y cuidé. Salvación. Si tan sólo yo
estuviera seguro de la salvación de la
persona que se ha ido, vencido por esta
vida. No hay nadie a quien pueda ir sino a
Ti, el Crucificado. Tu oración de
abandono, que siempre me ha intrigado, es
ahora la única cosa que tiene sentido para
mi. Ponto en tus manos, a mi ser querido,
cuyo cuerpo ha sido destruido. Desciende
de la Cruz y abraza a esta alma herida y
despedazada. Tú descendiste al infierno.
Busca a nuestro amigo que está al borde y
rescátalo. No tenemos lugar donde ir en el
mundo, en todo el universo sino a Ti, a Tu
cruz, es nuestra única esperanza. En tus
manos, Oh Señor, encomendamos su
espíritu. Amen.47

Oraciones para los que están junto a la


tumba
47
El suicidio de un ser querido es uno de los dolores más
grandes a los cuales uno pueda enfrentarse. Se experimente
una angustia que sólo pueden comprenderla quienes lo han
vivido. He experimentado un suicidio tiempo atrás, escribo
esta oración por aquellos que conozco. A pesar de que este
perturbado joven se quito la vida varios años atrás, cuando
su novia lo abandonó, el disparo aun resuena en mi mente.
BJG.
Oremos
Concede, Oh Señor, te pedimos, que
mientras lamentamos la partida de nuestro
hermano(a), Tu siervo, de esta vida,
podamos tener presente en nuestras
mentes que seguiremos su mismo camino.
Dadnos la gracia de estar listos para aquel
último momento por medio de una vida
devota, y protégenos de una repentina e
imprevista muerte. Enséñanos como velar
y orar, para que cuando llegue tu llamada,
podamos dirigirnos al encuentro del Novio
y permítenos entrar con Él en la vida
eterna. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

II
Padre todopoderoso y misericordioso,
tu conoces la debilidad de nuestra
naturaleza. Inclina tu oído con compasión
por tus siervos, sobre quienes has dejado
la pesada carga del dolor. Quita de sus
almas el espíritu de rebelión, y enséñales a
ver tus buenos propósitos actuando en
todas las pruebas que les envías. Concede
que no desfallezcan en infructíferos e
inútiles lamentos, ni dolor como aquellos
que no tienen esperanza, sino que con sus
lágrimas miren dócilmente a Ti, el Señor
de la Consolación. Por Cristo Nuestro
Señor. Amén.
–RITUAL ROMANO-

En el Paraíso
Que los ángeles te conduzcan al
paraíso; que los mártires se adelanten a
darte la bienvenida en tu camino, y te
guíen hacia la ciudad santa, Jerusalén. Que
el coro de los ángeles te reciba y que
descanses con Lázaro para siempre, que
una vez fue pobre.
–RITUAL ROMANO-
LECTURAS SUGERIDAS

Se han escrito muchos libros para las


personas que atraviesan arduos momentos
de prueba. Junto con los libros ya
mencionados en este libro, los siguientes
me parecen que pueden serles muy útiles.
Una hermosa y estimulante enseñanza
sobre el sentido del dolor es la Carta
Apostólica del Papa Juan Pablo II,
Salvifici Doloris, publicada en febrero de
1984. Mi amigo Peter Kreeft ha escrito
sobre este penetrante asunto en sus libro:
Making sense Out Suffering (sobre el
sentido del sufrimiento).
El libro The Humility and Suffering in
God (L'humilité de Dieu; La souffrance de
Dieu) de François Varillon nos explica
mucho como para aprender sobre la visión
de Dios sobre la historia. Siempre me ha
parecido muy iluminador y conmovedor el
libro de Romano Guardini, El Señor. La
Tristeza de Cristo de Santo Tomás Moro
es una grandiosa meditación, como un
gran número de libros y cassettes del
Obispo Fulton J. Sheen.
Uno de los libros más comunes sobre
este punto es Cuando a La Gente Buena
Le Pasan Cosas Malas (Vintage 2006))
escrito por el rabino Harold S. Kushner.
Este sensible libro de un hombre
compasivo nos trae la experiencia de las
Escrituras Judías, a pesar de que también
el Rabino Kushner menciona la
perspectiva única que los sufrimientos de
Cristo deben dar a los padecimientos de
los cristianos. Algo sobre el mismo tema
es el libro de Bartholomew Gottemoller,
monje trapense, titulado Why Good People
Suffer (Por qué sufre la gente buena)
(Nueva York, Vantage Press, 1987). Otro
libro, Where is God when you need Him?
(¿Dónde está Dios cuando lo necesitas?)
(Nueva York: Alba House, 1992), por
Karl Schultz, une la historia de Job con las
enseñanzas de Cristo en una manera muy
útil y meditada.48
Cuando todo está dicho y hecho, las
más poderosas enseñanzas alguna vez
escritas sobre el dolor y la muerte están en
las Sagradas Escrituras. Es por esto que
cada año durante Semana Santa la Iglesia
nos conduce a través de la solemne
conmemoración de la Pasión, Muerte y
Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

48
N. tr. a modo de sugerencia nos permitimos agregar: P.
Miguel Fuentes, El dolor salvífico - Acompañando a
nuestros enfermos y ancianos con la reflexión y la plegaria
(2ª Ed.); el film de Mel Gibson, La Pasión; y el sitio web
sobre la Sábana Santa: www.sindone.org.

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