Está en la página 1de 3

Soy soldado raso del Señor

“Soy soldado raso del Señor”

Mi nombre es Francisco Xavier y soy un simple soldado raso del Señor. Fui ordenado sacerdote
católico hace aproximadamente 29 años y nunca he ocupado algún cargo “importante” en la
jerarquía eclesial, y en verdad se lo agradezco a Dios porque así he podido ser un poco más
libre. Difícil libertad cuando nos llenan de condecoraciones o títulos (militares o eclesiales) que
pueden poner cadenas al pensamiento. 

A decir verdad el cargo más alto eclesialmente que he tenido fue hace 29 años cuando me
nombraron “cuasi-párroco” de la iglesia de cartón del Valle de Chalco, Beato Juan Diego por tres
años, y luego “cuasi-párroco” por dos años en las Antenas, Parroquia Nuestra Señora de
Guadalupe. Entiéndase por las palabras “cuasi-párroco” igual a “cuasi-nada”. Eran parroquias tan
pobres, que gocé de gran libertad pastoral en aquellos años. Normalmente la inquisición no se
para en parroquias marginadas y olvidadas por el paso del progreso económico. 

Recuerdo que trabajé con chavos banda, cree alguna biblioteca y con la ayuda de jesuitas también
una cancha de futbol rápido. Impulsé las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). No tenía tarifas
para las misas y diseñé un sistema de entregar un sobre a cada persona que iba a apuntar alguna
misa y adentro iban caricaturas de Mafalda, que explicaban a la gente que la misa no tiene valor
económico, que su valor es grandísimo y el dinero no alcanzaría nunca para pagar el sacrificio de
Cristo muerto en la Cruz. Pero que en la Iglesia teníamos gastos para el sacristán, secretaria,
alimentación, etc., y que para sufragar esos gastos que ellos pusieran en el sobre lo que ellos
pudieran dar. Recuerdo con una sonrisa que algunas personas decían en aquel tiempo que yo era
comunista. Un insulto que ahora también se le podría aplicar a mi Maestro Cristo. 

Fui feliz siendo “cuasi-cura” en dos “cuasi-parroquias” haciendo lo que se me daba mi “regalada
gana”. En aquellos años estaba yo tan loco que quise dar un premio a la persona de la parroquia
que durante el año hubiera hecho algo en favor de los Derechos humanos. Para el primer año
invité al Padre Chinchachama para que hiciera el honor de entregar el premio. Disculpen la frase
que leyeron de hacer lo que se me daba mi regalada gana. Pero creo que siempre mi reglada gana
tenía que ver con anunciar a Cristo, no tanto cuestiones dogmáticas y oficiales. 

Bueno con lo que han leído hasta ahora, ya podrán ir entendiendo por qué yo siempre he sido un
simple soldado raso. Amo a los soldados rasos (aunque estoy contra la violencia, pero lo manejo
aquí de manera simbólica), porque ellos son los que están en la trinchera, los que sudan, los que
lloran, los que salen mutilados, los que sangran, los que mueren. Los soldados rasos son los
olvidados de la historia. Difícilmente se encuentra en las ciudades algún homenaje al “soldado
desconocido”, pero casi siempre están llenas de homenajes a generales, comandantes, etc. No se
si hayan visto la película tan cruda de Steven Spielberg, “Rescatando al soldado Rayan”, sobre el
desembarco del ejercito estadounidense en Normandía, Francia, “el día D”, se las recomiendo. Es
aterradora por el pánico de los soldados que saben que mucho se ellos van a morir bajando de los
barcos. 

Bueno ¿y por qué digo todo esto? Porque el día de ayer sábado 28 de Junio recibí mis resultados
sobre el COVID y he salido positivo. Hace todavía un par de meses me sentía yo súper bien, estaba
yo corriendo casi todos los días dentro del atrio de la parroquia y grababa yo 2 capsulas semanales
en Facebook, sobre literatura, poesía, rock and roll, etc. Y me daba yo el gusto de comentar mis
charlas con alguna copita de mezcal o de vino tinto (no hay que despreciar ninguna bebida etílica
que el Señor en su infinita bondad nos ha obsequiado). Pero hace como un mes en la noche tuve
un dolor tremendo en la espalda y al día siguiente también, desde allí comenzaron mis males, todo
fue demasiado rápido. Dolor de cabeza intenso, cansancio, algo de fiebre, etc. Yo en aquel
momento pensé que me habían regresado los síntomas de la depresión que desde hace como 20
años padezco y que me comenzó mientras realizaba yo mis estudios en Francia. Pero no era eso.
Hablé con mi psiquiatra y me recomendó aumentar la dosis de mi antidepresivo y me recetó gotas
para dormir, pero no era eso. Entonces comencé a sospechar que tal vez podría ser COVID porque
desde que comenzó la pandemia no dejé de visitar enfermitos y asistir a funerales, creo que en su
gran mayoría por causas de COVID. 

Hago una pausa aquí para reconocer la hermosa labor de mi jefe P. Marquitos Monroy, él no es
soldado raso como yo, porque él es el párroco de la Iglesia de las Nieves, pero desde que inició la
pandemia no ha dejado de visitar enfermitos y asistir a funerales. Lo mismo hay que decir del
sacristán Hugo Morales que se ha ganado su asenso entre los grandes sacristanes de Dios. Entre el
P. Marquitos, Hugo y yo, hemos de haber estado atendiendo por lo menos como 5 enfermos para
los santos oleos y como 5 misas de funeral, cada uno de los dos padres cada semana, con nuestro
fiel escudero Hugo.   

Nunca nos negamos para dar los santos oleos o celebrar misas de exequias. Para mí han sido de
los momentos más intensos y tristes de mi vocación sacerdotal. Tengo muchas anécdotas
increíbles. Por ejemplo aquella señora que cuando fui a su misa de exequias todavía estaba
acostada en su cama, ya tenía como 4 horas que había fallecido pero no quisieron, o no pudieron
económicamente hospitalizarla. Una familia demasiado pobre, hacía un calor tremendo en ese
cuarto donde habíamos como 20 personas apretadas y el único que llevaba cubre-bocas era yo
(ese día Hugo no fue conmigo). O esa misa en la que primero fui a poner los santos oleos al papá
que estaba agonizando y luego celebré la misa por su hijo que tenía 20 horas de haber fallecido, la
esposa y madre estaba destrozada. Y así muchas historias más. ¿Y yo qué hacía? Nada
extraordinario, simplemente cumplir con mi deber de soldado raso del Señor. Hay veces que me
aguantaba las lagrimas para no acentuar más el dolor de las familias. Algunas solo habían recibido
las cenizas y a otras les habían entregado el cuerpo del difunto en un ataúd sellado totalmente con
papel cristal. Varios no tuvieron tiempo de despedirse de sus seres queridos. Por lo tanto le pedía
a Dios inspiración y daba mis mejores palabras en mi homilía para infundirles fe en la resurrección
del Señor, si había niños recordaba la película Coco, y les pedía que se reconciliaran con su
difunto. 

Creo que fue en alguno de esos sacramentos que se me pegó el COVID. No me arrepiento de nada.
Sólo hice mi deber de soldado raso. Trabajo para Cristo y Él me ha puesto justo en los lugares
donde yo tendría que estar. Mi última misa que celebré el sábado 27 de Junio en la Iglesia fue muy
difícil, ya no podía casi hablar y solo leí un extracto del evangelio y casi no dije homilía, me faltaba
respiración. 

Ahora mis resultados han dado positivo y con sinceridad doy gracias a mi Maestro por haberme
permitido compartir “algo” del destino de mi pueblo. Yo no soy mejor ni peor que cualquiera de
mis hermanos/as, también soy vulnerable en todos los aspectos. Y de esta enfermedad pienso dos
posibles soluciones y las dos son hermosas. O bien me gana la enfermedad y en ese caso pienso
que el Señor me recibirá de manera exprés en su Reino. He cometído varios errores sacerdotales
pero creo que si yo llegara a fallecer, las pocas personas que he atendido estos últimos meses y
que ya se nos adelantaron a la casa del Padre, al verme en la fila del Juicio final intercederían por
mí ante mi Maestro por haberles dado el último consuelo espiritual. Y el Maestro dejaría a un lado
todos mis errores y me recibiría con un fuerte abrazo sin tomar ni Él ni yo nuestra sana distancia. Y
en caso de que yo le gane la batalla a esta enfermedad creo que seré más humilde y centrado en
las cosas que realmente valen la pena: abrazarnos, perdonarnos, tomar vino, correr y disfrutar de
la naturaleza.

Disculpen este largo texto. Les pido de favor que me acompañen con sus oraciones para que mi
Maestro tome la decisión que más le convenga conmigo. Yo no soy sino un soldado raso del Señor
y he tratado de estar en el frente de batalla en estos tiempos de guerra. Gracias amado Señor por
haberme llamado a tu servicio. Y ahora con esta enfermedad te vuelvo a repetir: ¡Heme aquí.
Envíame a mi!”

Termino agradeciendo a mis hermanos Jesús, Benjamín y Lupita todo su apoyo en estos días de
confinamiento en casa de Jesús. Él ha pedido a su esposa y a sus dos hijos irse a la casa de su
suegro para quedarse solo conmigo y poder atenderme. Conmigo está aprendiendo a inyectar y le
doy un 10 de calificación. Y la fortaleza de mis padres, en particular de mi madre ha sido
extraordinaria.

Vista Hermosa, Tlalnepantla, estado de México, 28 de Junio de 2020

También podría gustarte