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Índice
- Agradecimientos
Capítulo 1: ¡Sal de las tinieblas!
Capítulo 2: Cuando fallan los amigos
Capítulo 3: Cuando nuestra seguridad se ve amenazada
Capítulo 4: Cuando la Iglesia nos ha defraudado
Capítulo 5: Cuando nos convertimos en nuestros peores enemigos
Capítulo 6: Cuando la muerte nos roba un ser querido
Capítulo 7: ¿Cómo actuar cuando todo se derrumba?
- Epílogo: El Remedio que siempre funciona
- Oraciones y pensamientos para los tiempos de oscuridad
- Lecturas aconsejadas
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Agradecimientos
Agradezco mucho a quienes, en cierto modo, a lo largo de los años, me han ayudado
a escribir este libro, por el ejemplo de coraje y amor misericordioso cuando han debido
afrontar grandes dificultades. También agradezco a los autores espirituales quienes me han
ayudado a enfrentar los desafíos de la vida, a los cuales menciono en este libro.
Agradezco a un amigo por pasar en limpio el manuscrito, que ha preferido permanecer
anónimo, y a Bárbara Valenzuela del equipo de la Catedral de San Agustín de Tucson,
Arizona, quien me ayudó con los detalles finales. También estoy agradecido a Catherine
Murphy, nuestra secretaria en Trinidad, por su generosa ayuda y a John Lynch por la
sugestiva pintura de la tapa del libro. Vaya también mi agradecimiento a la Hna. Catherine
Walsh del grupo de la librería del Seminario de San José, Dunwoodie, y a David Burns,
como así también a los correctores de San José.
Agradezco además la gentileza de las editoriales Doubleday y Tan Publicaciones por
autorizarme a utilizar largas citas de los trabajos del P. Caussade, como también a las
ediciones Templegate por el permiso para usar las citas de los escritos de Julián de Norwich.
Finalmente, agradezco profundamente a todos los que rezan por mí y por el fruto de
mi trabajo, especialmente a la Hna. Mary de la Presentación de las hnas. del Santísimo
Sacramento en Yonkers, Nueva York, quien me tiene en el primer lugar de su lista de
oraciones y quien a menudo, en el pasado, me ha ayudado a levantarme de las tinieblas.
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CAPÍTULO 1: ¡SAL DE LAS TINIEBLAS!
Una joven mujer estaba sentada a escasa distancia de mí. Silenciosamente dejaba
correr lágrimas que indicaban un estado de indescriptible desolación interior. Una semana
antes su esposo había muerto en lo que normalmente se dice un “accidente estúpido”,
dejándola con dos hijos pequeños y un enorme vacío en su vida. Mientras caminaba a su
trabajo en Wall Street, un trozo de cemento que cayó inexplicablemente de un edificio bien
mantenido, lo golpeó. Las compañías de seguro a veces se refieren a estos hechos como
“cosas de Dios”.
La pareja había logrado consolidar un buen matrimonio, a pesar de los innumerables
desafíos que implica comenzar una nueva familia. De hecho, eran “dos en una sola carne”.
Por eso ella, en un instante, perdió la mitad de su vida. Sus dos pequeños hijos -un niño de
cinco y una niña de tres- miraban sin comprender. Nunca volverían a ver nuevamente a su
papito. Los amigos -tenían muchos- intentaban decir algo que fuese consolador, aunque en
verdad no sabían qué decir. Los padres del esposo estaban sumergidos en su propio dolor, y
la familia de ella observaba sin esperanza, tratando de dar sentido a lo que no lo tenía. El
sacerdote que predicó en el funeral hizo lo mejor que pudo, tal como apareció en los diarios
locales. Atrajo la atención de todos para que reflexionasen sobre la promesa de Cristo: la
vida eterna. Sus compañeros en el sacerdocio, al enterarse del funeral, dieron gracias a Dios
por no haber sido ellos los encargados de predicar.
Pasado el funeral, la mayoría de los conocidos, estaban realmente conmovidos y “se
sentían muy mal por lo ocurrido”, pero siguieron adelante con sus propias vidas. Muchos
miembros cercanos de la familia se comprometieron con distintos tipos de ayuda, pero sus
vidas continuaron como de costumbre. Mientras que la joven viuda quedó en la oscuridad.
Cada rincón de la casa se pobló de recuerdos. La alegría que antes reinaba, se convirtió en
corona de espinas. Los objetos se cargaron de contenido: la foto de bodas, su taza de café
favorita, su agenda. El desayuno que solían compartir muy temprano, antes de que él se
dirigiera caminando a la estación de tren, se convirtió en un constante revivir el último
desayuno y la posterior llamada de la policía. Ni siquiera quería ir a la iglesia pues le
recordaba las escenas del funeral. No quería encontrarse con el sacerdote que fue a su casa
cuando supo la noticia y luego predicó en el funeral. Ella no podía recordar el sermón porque
en realidad ni siquiera le había prestado atención.
Tú que estás leyendo estas líneas, te conmueves al leerlas pues sabes bien que,
cambiando algunos detalles, podrían haber sido escritas para ti. Estas líneas están escritas
para ti... y también para mí. Están escritas para todos nosotros.
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preguntan “¿Por qué?” sino también “¿cómo puedo hacer para salir de las tinieblas?” Este
es el tema que trataré en mi libro.
El diseño que aparece en la tapa fue ideado por John Lynch, quien ha hecho varios
diseños para mis libros. Me dijo que esta pintura surgió casi espontáneamente, cuando estaba
atravesando un momento de oscuridad. Fue totalmente imprevista. Ilustra una mujer
enceguecida por el dolor, la destrucción y confusión. La imagen permanece de pie, signo de
su determinación de avanzar, aún cuando las razones para seguir viviendo permanecen
oscuras, en la ceguera de ese momento. En el corazón de la mujer hay una luz marcada por
la Cruz, es la fe que la sostiene, la verdad que se descubre en los dolores de Cristo. En el
fondo hay una visión de la Ciudad Celestial. Como todas esas visiones, es sólo un símbolo
de una realidad que trasciende todas las imágenes humanas. John también propuso el título
para este libro tomado a partir de su pintura, ¡Sal de las Tinieblas! Eso es lo que la figura
está haciendo y aquello por lo que todos debemos luchar con la ayuda de la gracia divina
que brilla en lo más profundo de nuestro ser.
Como veremos, la respuesta cristiana al problema del mal y del sufrimiento comenzó
con la Cruz de Cristo. Un cristiano no puede encontrar respuesta fuera de la Cruz de Cristo,
fuera del encuentro personal de Cristo con el mal y su triunfo sobre él, su resurgir de las
tinieblas. La respuesta es la lucha por la esperanza. Pero ¿cómo? ¿dónde? ¿por qué? En estas
reflexiones he intentado evocar los más frecuentes sufrimientos y penas: la infidelidad de
nuestros amigos, la inseguridad económica y personal, las fallas de la Iglesia, nuestro
comportamiento inconstante y autodestructivo, la muerte de los seres queridos, y la
inevitable pérdida que todos experimentamos en este mundo, cuando todo aquello en lo que
confiábamos se nos escapa de las manos. La consideración de cada una de estas dolorosas
experiencias nos brinda la oportunidad para examinarlas a la luz de la fe en Cristo. Y lo que
es más importante, podremos aprender, a partir de la experiencia de otros, cómo han logrado
resurgir de las tinieblas con la fuerza de la fe y la esperanza.
Voy a esbozar estas lecciones a partir de la vida de las personas que he conocido o de
aquellas de quienes he escuchado hablar. Cuando sea necesario proteger su identidad
alteraré algunos detalles, pero sin cambiar la esencia de lo que les ha sucedido. Hago esto
para proteger a quienes no necesitan que les sean abiertas de nuevo sus heridas. En cambio
otros me han dado autorización para usar sus experiencias e incluso sus mismas palabras.
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Este tipo de valoración omite algo importante: la apreciación de nuestra propia vocación
eterna, la cual nos permite superar las penas de este mundo.
Esa actitud estoica está profundamente arraigada en los hábitos sociales de mucha
gente de Europa del Norte y de sus “parientes” a lo largo de América del Norte, Australia y
Nueva Zelanda. También se puede percibir en Japón y en la clase alta de la India. Para todos
ellos, el progreso tecnológico debería hacer innecesario el dolor, y al sufrimiento convertirlo
en un absurdo. Por eso, admitir el sufrimiento se convierte en algo socialmente inaceptable
(“incorrecto”).
Poner “cara de pocos amigos” durante los períodos de dolor y desilusión, puede en
apariencia, convertir la relación con nuestros vecinos como más placentera. Sin embargo,
vale la pena observar que las naciones antes mencionadas, se caracterizan, no sólo por la
negación del dolor sino que también son lugares donde la neurosis y la psicoterapia que
requiere, se han convertido en algo muy común (ahora que la psicoterapia se ha
transformado en una panacea). Leí recientemente en alguna parte, que la psicoterapia solo
lleva a la gente a pasar de una vida miserable, a una vida infeliz. La apariencia, la negación
y el resentimiento son las causas de las neurosis que caracterizan al así llamado “primer
mundo”. Los únicos países en el Oeste que parecen evitar este estoicismo neurótico y la
falsedad, son los países latinos. Recordarás, si ya tienes cierta edad, a tus parientes
inmigrantes que no fueron afectados por la falsedad del primer mundo. Cuando se lo
preguntes, ellos te dirán abiertamente como se sienten realmente.
Es un hecho evidente: todos sufren. Prácticamente todos deben atravesar por períodos
de profundo sufrimiento y tinieblas. Algunos, inexplicablemente, parecen experimentar más
sufrimiento que otros. Si estás viviendo en las tinieblas, admite el hecho que son muchos
quienes en esto te acompañan. Si antes no has admitido la experiencia universal del
sufrimiento, el reconocerla debería llevarte, al menos en un futuro, a tener más compasión
y ser más sensible a los ocultos sufrimientos de tanta gente. Si rechazas el peligroso engaño
de pensar que “a todos les va mejor que a mi”, te convertirás en un ser humano más abierto,
más sensible a los sufrimientos de los demás, y desearás escucharlos y ayudarlos. Pero, lo
que es más importante, no verás esta forma cristiana de actuar como un peso o una pura
obligación. Aun cuando todo vaya bien, la compasión por los demás te recordará
constantemente que en la vida no siempre brilla el sol. En un mundo herido, marcado por el
misterio del pecado original de los hombres, la vida no puede ser siempre hermosa, aunque
pueda siempre estar llena de sentido.
Oración
Señor Jesucristo, hace tiempo, en el bautismo me hiciste tu hijo y discípulo. Muchas
veces renové mi decisión de seguirte lo mejor que pude, a pesar de todas mis falencias y mis
contradicciones. Soy muy débil y estoy confundido, y cuando las tinieblas me invaden, me
siento sin fuerzas, vencido, como si fuese rechazado por Ti. Me siento como un vagabundo
a lo largo de los caminos en ruinas de la vida. Olvidé que la mayoría de mis compañeros de
viaje, si es que no todos, algunas veces, experimentaron los mismos sentimientos, las
mismas dolorosas pruebas.
Quédate conmigo en los momentos de tinieblas, y dame, te ruego, un signo, un indicio
de tu presencia. Cuando el camino se haga largo y difícil, y me sienta totalmente sólo,
envíame un rayo de esperanza. Envíame, al menos, tu Santo Espíritu para que de algún modo
me de cuenta que aun cuando todo esté en tinieblas, Tú estas conmigo. Amén.
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CAPÍTULO 2: CUANDO FALLAN LOS AMIGOS
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A veces perdemos amigos y familiares por rivalidades o por sentimientos heridos.
Desgraciadamente vivimos en una sociedad muy competitiva. Como consecuencia hay un
mundo de celos, donde incluso ya a los niños se les enseña: “Tienes que progresar, tienes
que triunfar”. Siempre hay una competencia, una contienda, o algo semejante, aunque no se
anuncie como una competencia. A veces ganamos o perdemos amigos en el camino, a veces
ellos nos ganan o nos pierden. Generalmente nadie lo reconoce y nadie tiene la culpa, pero
para todos significa una pérdida.
La pérdida de amigos es más dolorosa en las relaciones familiares. Los niños crecen
juntos. Juntos disfrutan de todo; sufren, lloran, se ríen, y juegan juntos, y así pasan los años.
En nuestra época, hermanos y hermanas posiblemente vivan en continentes diferentes, en
mundos separados. Se encontrarán algunos años después y difícilmente se reconocerán. En
cierto sentido, podemos decir que alguna vez hubo una amistad, pero ahora ya no existe,
quedando tan sólo una relación biológica. Si agregas a esto las rivalidades por discusiones
sobre herencias y propiedades o simples celos, comprenderás cómo lo que alguna vez fue
una familia se ha convertido en una herida supurante. Lo que antes fue un manantial de amor
se ha transformado en una cadena de odio.
También perdemos seres queridos por resentimiento. Todos pretendemos ser amados
de una manera especial, y a veces nuestros familiares, incluso los más cercanos, o nuestros
mejores amigos, no nos aman de esa manera especial que pensábamos necesitar. ¿Y por qué
“necesitamos” eso? Porque estamos centrados casi exclusivamente en nosotros mismos. No
tenemos ningún derecho a ser amados de modo tan especial como reclamamos, así cuando
no recibimos esa atención especial, huimos.
Perdemos amigos porque Dios nos llama a hacer algo diferente. Algunos han perdido
amigos y familiares porque han experimentado una profunda conversión religiosa, o al
contrario, porque han perdido su fe. La fe religiosa mantiene unidas las personas, pero
también las separa. Algunos creen haber sido llamados a emprender un camino distinto al
de sus amigos y familiares.
Conocí una hermana que abandonó su comunidad religiosa después de haber estado
en ella por veinte años y se unió a otra a la cual se sintió llamada. Fue muy doloroso para
ella y para su comunidad. Le dije que sabía como se sentía ella. A mi me pasó lo mismo.
Tuve hermanos que fueron mis amigos casi la mitad de mi vida y ahora sienten que los he
abandonado.
El día en que dejamos nuestra primera comunidad, leí un texto del Cardenal Newman
llamado “La partida de los amigos”. Newman escribió éste ensayo cuando abandonaba la
Iglesia Anglicana y se despedía de sus amigos más cercanos. Pertenecía a un grupo
admirable, llamado “el movimiento de Oxford”. Era un círculo de unos veinte amigos que
de diverso modo cambiaron la Iglesia Anglicana y la mayoría de las Iglesias Cristianas en
el mundo anglo-parlante, incluyendo la Iglesia Católica. Algunos de ellos se hicieron
católicos, algunos no. El Dr. Pusey y John Keble eran amigos íntimos de Newman pero
siguieron siendo anglicanos. Y Newman era alguien que amaba la amistad. Él dijo que
consideraba el haber tenido buenos amigos como la mayor bendición de su vida. Pero, al
convertirse al catolicismo, perdió sus mejores amigos. El siguiente párrafo nos da una visión
del dolor interior de Newman y la pena de sus amigos. El “alguien” al que se refiere es él
mismo.
O mis queridos hermanos, o amables y queridos corazones, o amados amigos, deben
saber que alguien que ha tenido la suerte, sea por sus escritos, sea por sus palabras, de
ayudarlos de algún modo a actuar; si alguna vez les ha dicho lo que ya sabían sobre
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ustedes, o lo que no sabían; si les ha leído sus deseos y sentimientos, y los ha
reconfortado por esta simple mirada; les ha hecho sentir que hay una vida superior a
esta vida diaria, y un mundo más brillante que el que ahora ven; o los ha alentado, o
absorto, o abierto un camino a la búsqueda, o suavizado su perplejidad; si lo que ha
dicho o hecho alguna vez los ha llevado a interesarse por él, y sentir buenos afectos
hacia él, recordadlo así en el tiempo que se aproxima, a pesar de que ya no lo oigan, y
recen por él, para que en todas las cosas pueda conocer la voluntad de Dios y en todo
tiempo esté listo para cumplirla 1.
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JOHN HENRY NEWMAN, Sermons Bearing on subjects of the Day, Sermón 26. (New York: Longman, Green, 1902), 395.
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nos acercarían más a ellos. Tenemos miedo de compartir nuestros sufrimientos. Deberíamos
recordar que nuestro Señor Jesucristo no tenía miedo de compartir sus padecimientos.
Todavía hoy los comparte. Eso es lo que nos enseña el crucifijo.
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Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos
aquí, mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a
sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos
aquí y velad». Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara
de él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí este cáliz;
pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Viene entonces y los encuentra
dormidos; y dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? Velad y
orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. Volvió otra vez y los encontró
dormidos... (Mc 14, 32-39).
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para allá pensado que somos terriblemente importantes. Un pensamiento que es aun más
sorprendente, es el inmenso número de gente que no ha nacido aun y viene en camino.
Caminaba por un sendero en Irlanda, y un primo mío, el padre Dohaney, me dijo:
“¿Te diste cuenta que nuestros antepasados han caminado por este sendero durante miles de
años?” Pude imaginar entonces todas esas generaciones de parientes encerradas es ese
pequeño pueblo.
Cada año llevo a nuestros jóvenes religiosos a una expedición maravillosa. Vamos a
la Isla Ellis, al museo de la inmigración en el puerto de Nueva York. Encontré allí una foto
de irlandeses esperando abordar un barco hace 125 años atrás. Cada vez que miro esos
hombres extraños con sus barbas y las mujeres usando chales y ropa de lana, siempre me
digo: “Son mis antecesores, mi familia”. Una visita a este museo es una maravillosa
experiencia espiritual. Cien millones de americanos, casi la mitad de la población, son
descendientes de gente que alguna vez pasó por la Isla Ellis, o por el edificio que está
delante. Hay un sinnúmero de fotos conmovedoras de una inmensa multitud de gente, y
todos ellos están ya muertos. Todos se han ido al otro mundo, a la eterna felicidad o a la
espantosa condenación. Casi la mayoría de ellos sufrieron la experiencia de haber sido
abandonados alguna vez en sus vidas. La mayoría de ellos, es lo que uno espera, viven ahora
en la paz eterna y en el gozo porque no tuvieron miedo de amar y perder.
Oración
O Señor Jesucristo, te doy gracias por haberme dado los ejemplos de tu dolor y de tu soledad
en el Huerto de los Olivos. Sin esos ejemplos me resultaría muchísimo más difícil seguir
adelante cuando no hay nadie que me acompañe. Te agradezco por todos aquellos a quienes
has puesto en mi camino como amigos queridos y también por la tarea que me has
encomendado de ser un amigo para otros. Tarde o temprano todos debemos caminar solos,
y siempre queda un lugar en mi corazón donde nadie puede entrar excepto Tú. Sin tu
presencia, la soledad interior se vuelve opresiva, incluso devastadora, como una tierra
desierta de vientos aterradores y noches oscuras. Pero cuando Tú estás ahí conmigo, y sólo
Tú puedes estar allí, toda mi vida se llena de luz y puedo caminar aun en medio de las
grandísimas pruebas.
Quédate conmigo, Señor, en los tiempos de oscuridad, y permite que salga de las
tinieblas ya que Tú estás ahí. Sé ese amigo que me devuelve todo aquello que pueda haber
perdido: el amor de una madre y de un padre, de un hermano o hermana, de un amigo o
maestro. Cuando las horas finales de este viaje se acerquen y tenga que dejar todo atrás, ven
conmigo por ese sendero que no tiene escalones ni tiempo. Protégeme de los enemigos de
mi alma y de la voz amenazante del acusador. Dame tu mano y seré salvo.
Además, permite que sea un amigo fiel para quienes tengan que atravesar momentos
difíciles en sus vidas, y permíteme ser justo y capaz de perdonar a mis enemigos. Ayúdame
a no esperar más de mis amigos de lo que ellos puedan darme, pero concédeme darles más
de lo que ellos esperan. Concédeme no esperar demasiado de aquellos que, como yo,
combaten bajo el peso de la vida, y permite que llegue a ser lo mejor que pueda, un amigo
que no falla. Haz que podamos ser amigos en Ti, el Amigo que nunca falla.
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CAPÍTULO 3: CUANDO NUESTRA SEGURIDAD SE VE AMENAZADA
¿Qué podemos hacer cuando nuestra vida pierde sentido porque nuestra seguridad
económica o personal es amenazada o incluso desaparece? Todos sabemos muy bien que
nuestro Señor Jesucristo tuvo muy poca o más bien ninguna seguridad en su vida.
Ciertamente que desde el principio no tuvo seguridad personal, tal como nosotros la
entendemos. Después que ellos se retiraron (los magos), el Ángel del Señor se apareció en
sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y
estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,
13).
La vida de Cristo comenzó con un gran peligro y la inseguridad lo siguió paso a paso
en su camino. La inseguridad económica fue su constante compañera. Aún más, Él no hizo
nada para alentar a quienes tenían posesiones a sentirse seguros en este mundo. De hecho,
lo que sí hizo, fue desalentar sus sentimientos de seguridad. Por ejemplo, la parábola del
granjero rico, habla de un hombre que es llamado al Juicio Final justo después de construir
nuevos graneros. El hombre se dijo a sí mismo: Alma, tienes muchos bienes en reserva para
muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea. Pero escucha estas palabras: ¡Necio! Esta
misma noche te reclamarán el alma (Lc 12, 20). Esta parábola, como muchas otras, no hace
nada para acrecentar el sentimiento de seguridad basada en las riquezas. El mensaje, tanto
de las parábolas de Cristo como de su vida, es el siguiente: si intentas dar sentido a tu vida,
es decisivo que no pongas tu seguridad en este mundo o en lo material, porque es una falsa
ilusión. Convéncete hoy mismo que si buscas seguridad y una situación perfectamente
segura en esta vida, estás buscando algo que en sí mismo es muy inseguro, e incluso
totalmente irreal.
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Esta es una enseñanza extremadamente importante, de la que parece, nos hemos
olvidado. De un modo o de otro, la gente de nuestro tiempo ha olvidado que Dios promete
equilibrar la balanza al final, pero sólo cuando esta vida que fluye haya pasado. Permite que
lo diga de este modo: Si un ángel se te aparece, y tu has sido víctima de injusticias sociales
y financieras, y te dice: “¿Quieres tus derechos ahora, o los quieres en la eternidad?” Por
Dios, no digas que los quieres ahora; pues alguien vendrá la semana próxima y te los robará.
¿Para qué los quieres ahora en este valle de lágrimas? La eternidad dura para siempre. Es lo
que aprendemos de la vida de Cristo, de Nuestra Señora y de los apóstoles. Nuestro Señor
Jesucristo confió en Dios. Sus enemigos lo atormentaron en la Cruz. A otros salvó y a sí
mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él (Mt
27, 42).
Jesús confió en que su Padre lo salvaría. Murió y fue sepultado. Su divinidad no
necesitaba la resurrección. Nosotros necesitábamos la Resurrección. Nosotros
necesitábamos la Gloriosa Resurrección de nuestro Señor Jesucristo para que pudiésemos
saber con certeza que los malvados no triunfarán, para que aprendamos bien a no poner
nuestra confianza en los poderes de este mundo. Los que somos seguidores de Cristo no
deberíamos confiar en la seguridad de este mundo, porque estaríamos construyendo castillos
sobre arena. Jesús como bebé, como niño y como adulto, tuvo gente que complotó contra su
vida. Se podría decir que pasó toda su vida como un fugitivo y que casi nunca conoció la
seguridad de la que casi la mayoría de nosotros gozamos. Pero a Él se le otorgó la victoria
sobre todo mal.
Algunas sugerencias
En primer lugar, pon en orden tus prioridades. Sé que la mayoría de los lectores están
preocupados por esta seguridad económica. Otros se preocupan por su salud física. Lo
importante es poner el tesoro donde debe estar. Repítanse a Uds. mismos las palabras de
Jesús: Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que
corroan, ni ladrones que socaven y roben (Mt 6, 20). Es una deuda con nosotros mismos, y
lo necesitamos para dar ejemplo a nuestros familiares y amigos, de los cuales la mayoría se
ha convertido increíblemente en materialistas. Debemos recordárselo a través de nuestra
frugalidad en el uso de las cosas, la modestia en lo que vestimos, y por la simplicidad de las
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cosas que usamos. Si eres cristiano, debes vivir como alguien convencido que aquí no
tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos el Reino de Dios.
En segundo lugar, debemos vencer nuestros sentimientos de inseguridad financiera
con la generosidad. Hay que ser generosos cuando estás seguro e incluso cuando tu
seguridad es puesta a prueba. Si tienes poco para dar, dalo alegremente. Recuerda a la viuda,
a quien el Señor alabó porque dio todo lo que tenía al tesoro del templo.
Lo tercero, es que debemos dar ejemplo de generosidad. Un anciano sacerdote, que
no está ya muy bien, hace sus compras de Navidad en pocos minutos y a su vez da un gran
ejemplo a toda su familia. Suele enviarme recuerdos de todos sus familiares y amigos, y me
da dinero para comprar la comida de los pobres con el nombre de cada uno de de sus
familiares. Sus parientes a su vez reciben una nota en la que les avisa que p. Eduardo arregló
pagar con sus nombres una comida para los pobres en Navidad. Estas notas no sólo les
consiguen las oraciones de los pobres y de nuestra comunidad por ellos, sino también que
les dan un gran ejemplo. El Cardenal Cooke solía decir: “El mejor regalo que un amigo
puede dar a otro es la oración”. Tan sólo piensa en toda la basura, los juguetes tan caros (no
me refiero a los juguete de los niños sino a los de los adultos), la basura que se compra en
Navidad y se regala a gente que no la necesita o ni la quieren o no saben qué hacer con ella.
Nosotros queremos dar cosas pequeñas que son atractivas, tal vez un poco inusuales. Eso es
laudable. Pero si miras los precios de las cosas que se publican en las listas de propaganda
para “la gente que lo tiene todo”, te das cuenta que no lo tienen todo; no tienen quienes
hagan una oración por ellos. Algunas de las personas que lo tienen todo, no tienen alguien
que rece por ellos, y solo acostumbran decir muy pocas oraciones.
No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y
ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo... (Mt 6, 19-20).
Estas no son las palabras de San Pablo, o San Juan, o San Pedro. Son las palabras de
Jesucristo. Son palabras sugestivas y sorprendentes. Quienes hayan seguido esas palabras
alcanzarán una seguridad que nadie se las podrá quitar. Saben donde están parados, y hacia
donde van, mientras el mundo no sabe donde se encuentra o hacia donde va. Estamos
parados justo en frente a una pared invisible. Y al otro lado de esta pared invisible esta la
realidad eterna. El poeta místico William Blake observó muy bien que en el otro mundo hay
una puerta. De un lado de esta puerta está la puerta del Cielo. Del otro lado la puerta del
Infierno. La realidad de Dios no cambia ni puede ser cambiada, es una realidad
increíblemente tan hermosa e incapaz de ser explicada con palabras, como la recompensa
para quienes siguen a Dios. Hay una realidad tan terrible y tan horrible que es imposible de
ser expresada con palabras, para quienes no siguen a Dios. El hombre moderno se preocupa
de su propia seguridad. Más bien ellos deberían temer, porque su mundo se dirige
rápidamente hacia el paganismo, y el paganismo provoca la ceguera sobre el verdadero
sentido de la vida.
Oración
O Dios, Padre nuestro, Tú nos das nuestro pan de cada día. Nos das lo que necesitamos y
muchas veces mucho más de lo que necesitamos. Nos dices en las Palabras de tu Divino
Hijo que confiemos en Ti, y nos fiemos de Ti en todas las cosas. Muchas veces nos llenamos
de miedo. Tememos perder nuestra seguridad, nuestra posición en la vida, nuestra salud,
nuestra reputación, lo que nosotros consideramos “importante”. Tememos vivir y aún más
tememos morir. Danos tu Espíritu Santo para que podamos encontrar paz en Ti. Fortalécenos
en los momentos de necesidad. Sobre todo, tu Santo Espíritu nos enseñé a ver lo que es
verdaderamente importante y a renunciar a lo que no es verdaderamente importante y que
quizás sea un obstáculo en nuestro camino hacia Ti. Señor Nuestro Jesucristo, el pobre
carpintero de Nazaret, el predicador ambulante sin techo que lo cobijara, el hombre
condenado a muerte y privado de las cosas de esta tierra, incluyendo la vida, sea nuestro
modelo. Haz que no deseemos estar más seguros de lo que Él estuvo. Y que cuando las cosas
nos sean quitadas y nuestra seguridad se desvanezca, sea su ejemplo y vida, una luz que nos
guíe por el breve viaje de esta vida. Padre Celestial, sólo tú tienes riquezas que el tiempo no
puede arrebatar. Sólo Tú puedes darnos el Reino que no perece. Pedimos, Señor, que por el
ejemplo de tu Hijo y la gracia de tu Espíritu Santo, nosotros y todos nuestros seres queridos
tengamos la verdadera seguridad basada en la aceptación de Tu Divina Voluntad. Que
tengamos ojos para ver más allá de este mundo y corazones para amar aquello que no pasa,
sino que permanece para siempre. Amén.
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CAPÍTULO 4: CUANDO LA IGLESIA NOS HA DEFRAUDADO
Difícilmente pasa una semana en la cual alguna persona no me diga que la Iglesia o
algún representante suyo lo ha decepcionado o lastimado gravemente. Algunas veces estos
cristianos heridos están tristes, pero es más frecuente que estén muy enojados. A veces, ni
siquiera recuerdan que ni yo ni ningún otro sacerdote u obispo representan a toda la Iglesia.
Es doloroso para ellos y para nosotros. A decir verdad, es muy probable que cuando uno
más cercano está a la Iglesia, más veces se sienta herido por Ella. Sospecho que quien más
a menudo es lastimado por la Iglesia en este mundo, es el mismo Papa, porque
constantemente cae bajo las críticas de todos, no sólo ataques de quienes están fuera de la
Iglesia, sino también por las quejas que siembran descontento de quienes están dentro de
Ella. La pregunta que a todos surge, ya sea Papa o párroco, es la siguiente: “¿Cómo puede
la Iglesia causarnos daño tan frecuentemente y seguir siendo aun el Cuerpo Místico de
Cristo?”. Seguramente tenemos razón en esperar una mejor atención por parte de la
representante histórica del Amable Salvador del mundo.
Parte de nuestro problema es que usamos la expresión: “la Iglesia” para describir un
sinnúmero de cosas relacionadas, pero que según diversos grados, son muy distintas unas
de otras. La palabra “iglesia” adquiere diversos significados. Así, puede indicar un edificio
material. Puede también significar una denominación cristiana particular, como por ejemplo
la “Iglesia Luterana”. Puede aludir a una determinada parroquia o una diócesis. Así si
alguien dice: “Tengo problemas con la iglesia local”, esto puede significar que tiene
problemas con cualquier cristiano del mundo, o con algún católico, es decir, un miembro de
“la Iglesia Católica”. La palabra “católico” significa “universal”, derivado del griego kata
holos, que significa “de todo el universo”.
Otra fuente de confusión es qué se entiende cuando hablamos de “miembro de la
Iglesia Católica”. Por ejemplo, cuando hablamos de los “católicos de Estados Unidos”, se
suele decir en los periódicos que el 54 por ciento de los católicos, para dar un ejemplo
corriente, no están de acuerdo con los obispos en tal cosa o en tal otra. ¿Quiénes forman ese
54 por ciento? ¿Son un porcentaje de qué cosa? Quienes hacen las encuestas, simplemente
preguntan a la gente: “¿eres católico?”. Una vez, cuando era capellán de un hogar de niños,
tuve en mis clases de catecismo un niño que decía ser católico y que preparamos para el
Bautismo y la Primera Comunión. Después, descubrimos que se decía “católico” porque su
primo jugaba al básquet en el gimnasio de un centro juvenil católico en Harlem. Ese era el
único tipo de relación que toda la familia tenía, y por eso pensaban que eran “católicos”.
Los estudiantes contratados para hacer encuestas llaman por el teléfono y preguntan: “¿Eres
católico?”, si respondes “sí”, preguntan: “¿Estás de acuerdo con el Papa sobre el control de
la natalidad?”, algunos responden: “No”. Y así esta parte de “disidentes” se suma al
porcentaje de los que están en desacuerdo con el Papa. En realidad no tenemos idea si estos
son católicos sinceros que defienden a la Iglesia, ni si participan alguna vez de la Misa.
A una joven de mi familia que iba a una escuela católica no sólo le enseñaron que
Dios es mujer sino que también Jesucristo era mujer. Sus maestros necesitan terapia, una
prolongada terapia. ¿Qué se entiende cuando uno dice: “Soy miembro de la Iglesia
Católica”? ¿Qué significa cuando Phil Donahue o algún otro periodista dice: “Yo soy
católico”, o cuando Madonna u otra actriz blasfema dice: “Yo soy católica”? Están abusando
de la Iglesia Católica y pretendiendo tener una participación activa en ella, mayor de la que
alguna vez han tenido. Por sus obras, mas bien están ciertamente atacando a la Iglesia
29
Católica y blasfemando tanto contra ella como contra su Fundador. ¿Qué se entiende
entonces por “Iglesia”?
4
N. del tr. Con posterioridad a la redacción de este libro, se publicó el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que
por su brevedad, claridad e integridad, se dirige también a toda persona que quiera conocer el Camino entregado por Dios a la
Iglesia de su Hijo. En el Compendio se enseña: “¿Dónde subsiste la única Iglesia de Cristo? La única Iglesia de Cristo, como
sociedad constituida y organizada en el mundo, subsiste (subsistit in) en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y
por los obispos en comunión con él. Sólo por medio de ella se puede obtener la plenitud de los medios de salvación, puesto que
el Señor ha confiado todos los bienes de la Nueva Alianza únicamente al colegio apostólico, cuya cabeza es Pedro” (162); y más
adelante: “¿Por qué decimos que la Iglesia es católica? La Iglesia es católica, es decir universal, en cuanto en ella Cristo está
presente: «Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica» (San Ignacio de Antioquía). La Iglesia anuncia la totalidad y la
integridad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada en misión a todos los pueblos,
pertenecientes a cualquier tiempo o cultura” (168).
5
N. de tr. Un texto de Santo Tomás de Aquino presenta sencillamente esta verdad: “Los miembros del cuerpo natural
coexisten todos al mismo tiempo, no así los del Cuerpo místico, y ésta es la diferencia entre el cuerpo natural y el Cuerpo místico
de la Iglesia. La no-coexistencia al mismo tiempo la podemos considerar, ya por relación a su ser natural –la Iglesia, en efecto,
se constituye por los hombres que existieron desde el principio hasta el fin del mundo–; ya por relación al ser de la gracia; y así
entre los miembros de la Iglesia, aun entre los que viven en un mismo tiempo, hay quienes no poseen la gracia, pero que la
poseerán, y hay quienes están privados de gracia, habiéndola antes poseído Así, pues, se ha de considerar como miembros del
Cuerpo místico no sólo quienes lo son en acto, sino también aquellos que lo son en potencia. Entre estos últimos hay quienes
jamás han de pertenecer en acto al Cuerpo místico; pero hay otros que pertenecerán en un momento dado, según un triple grado:
por la fe, por la caridad en ésta vida, por la bienaventuranza en el cielo. - Considerando en general todas las épocas del mundo,
Cristo es cabeza de todos los hombres, pero en grado diverso. En primer lugar y principalmente, es cabeza de quienes
actualmente están unidos a Él en la gloria; en segundo lugar, es cabeza de aquellos que están actualmente unidos a Él por la
caridad; en tercer lugar, es cabeza de todos aquellos que están unidos a Él por la fe; en cuarto lugar, es cabeza de quienes están
unidos a Él sólo en potencia y que, según los designios de la predestinación divina, han de pertenecer en acto en un determinado
momento. Por último, es cabeza de todos los que están unidos a Él en potencia y jamás lo han de estar en acto, y tales son los
hombres que viven en este mundo y que no están predestinados. Cuanto a estos últimos, desde el momento en que abandonen
este mundo, ya no serán miembros del cuerpo de Cristo, pues ya no estarán en potencia para serle unidos” (STh 3, q. 8, a 3).
30
Iglesia Católica en los Estados Unidos, o a la “la Iglesia Estadounidense”, por emplear una
expresión corriente pero totalmente inaceptable. (No se tú, pero yo no pertenezco a “la
Iglesia Estadounidense”. Pertenezco a la Iglesia Católica peregrina en los Estados Unidos.
¿Quién es la cabeza de esta “Iglesia Estadounidense”?).
Ciertamente que podrás encontrar una “Iglesia Estadounidense”, pues hay gente tonta
que por su propia cuenta inicia pequeñas iglesias independientes. Solía haber una iglesia en
Harlem llamada “Iglesia Católica Independiente de la Rosa Mística de María”. Era la gestión
empresarial de un hombre del clero que decidió seguir siendo católico, pero metiendo sus
manos directamente en el asunto, y sin ningún contacto con el Vaticano, la Guardia Suiza,
etc. Cada tanto alguien lanza y comienza una “Iglesia Católica Ortodoxa”, o “la Antigua
Iglesia Católica”. Si alguien me hubiera dicho tiempo atrás que se venia un cisma en la
Iglesia Católica de Estados Unidos y que la llamarían así: “la Iglesia Católica de Estados
Unidos”, no me hubiese asombrado en lo más mismo. Algunas personas parece que ya han
iniciado ese camino. Y todo terminará en nada.
Más allá de los distintos significados que puede tener la palabra “iglesia”, quienes
leen este libro pueden decir: “la Iglesia me ha defraudado”. Pudo haber sido la parroquia, la
diócesis, una escuela Católica, una institución perteneciente a la Iglesia, una publicación
Católica, o algún Obispo. Cualquiera podría presentar una queja semejante. Más o menos
casi todos los sacerdotes o religiosos pueden decir lo mismo, y tendrían quejas legítimas o
reproches, pues en su larga vida de servicio a la Iglesia hubo alguna vez o hubo algún lugar,
donde fue dejado de lado, despreciado o incomprendido. Llevo ya 45 años como religioso,
y te puedo decir que a menudo me encuentro molesto con cierto sector de la Iglesia. Las
posibilidades de ser herido son enormes, y son mayores cuanto más comprometido está uno.
Por ejemplo, gente muy generosa se acerca a la Iglesia buscando una posibilidad de poder
servir, dar de su tiempo y energías. Tal vez den sus vidas en la vocación religiosa. Por años
las cosas van bien, son apreciados o en última instancia se les da la oportunidad de trabajar
duro y poder hacer algo. Pero en un cierto momento se produce un cambio. Aparecen nuevos
dirigentes, y los de la “vieja línea” se van. Se les da un mínimo o casi ningún reconocimiento
por todo el trabajo que han hecho. Y les viene el sentimiento que Dios mismo no tiene en
cuenta lo que ellos han hecho. Así ellos, comprensible pero equivocadamente, se enojan con
Dios, o con toda la Iglesia Católica, desde el Papa hasta el último fiel. Es un sentimiento
tremendo. Lo sé. En menor escala eso puede sucederle a cualquier fiel parroquiano o
miembro de la Iglesia. Han sido generosos hasta el punto del sacrificio. Han dado aún hasta
que les dolía, pero viene un nuevo párroco o administrador, y quedan completamente
olvidados. Saben que Dios no hizo eso, pero emocionalmente sienten que han sido
rechazados. Ecos de esos sentimientos se pueden entrever en las palabras de los profetas
contra los hebreos, y en los escritos de San Pablo y San Juan.
Tal vez la peor de todas estas experiencias sea cuando a alguno de nuestros seres
queridos se los ha corrompido y se les enseñó el error por parte de quienes representan a la
Iglesia. He oído esta amarga queja de padres que se han esforzado por dar a sus hijos una
educación religiosa y descubren que fue sumamente deficiente o más aun claramente
contraria a las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia. Y se agrega la ofensa a la herida,
cuando ante las quejas legítimas, se da una respuesta inadecuada de parte de las autoridades
eclesiásticas. Debemos reconocer, que las autoridades muchas veces están limitadas en lo
que puede hacer, mucho más limitadas de lo que la gente normalmente piensa. Pero aun así,
el sentimiento es: “la Iglesia nos ha fallado”.
31
Por qué falla la Iglesia
Cuando podemos pensar claramente, vemos que si los líderes de la Iglesia nos fallan
no es el Cuerpo Místico o Cristo quien nos falla. No es nuestro Divino Salvador quien nos
falla. Recuerda esto, porque sino te enojarás con Dios. “No estoy yendo más a la Iglesia.
Dios me falló”. Dios no te falló, fulano o mengano te fallaron. Ellos son quienes te
defraudaron, ellos defraudaron también a Dios.
La razón por la cual la Iglesia nos falla es porque está hecha de seres humanos. La
Iglesia es una unidad de seres humanos con pecado original y su consiguiente inclinación al
mal. No hablo de la Iglesia Celestial de los santos o de aquello en lo que la Iglesia permanece
intocable en su integridad que son los sacramentos, porque es así como Dios los ha instituido
(si recibes el sacramento de un sacerdote indigno de todas maneras recibes el sacramento).
No me estoy refiriendo a la Iglesia que nos da la Biblia, la Iglesia que certificó el Antiguo
Testamento e identificó los libros del Nuevo Testamento. No me estoy refiriendo a la
enseñanza Apostólica de la Iglesia, entregada por Cristo y conducida por la guía del Espíritu
Santo.
Es el lado humano de la Iglesia que puede herir a cualquiera, es más, esta parte de la
Iglesia es la misma que hace un bien inestimable. Al mismo tiempo, este lado humano puede
romper tu corazón. He trabajado para la Iglesia toda mi vida. Unos años atrás, celebré mi 50
aniversario como monaguillo. Fui herido cuando era monaguillo: fui corregido cuando no
lo merecía. Concurrí a colegios católicos por 25 años, y he sido herido por algunos de mis
profesores. Pero he sido mucho más ayudado que herido. Lo mismo puede decirse de
sacerdotes y obispos que he conocido. He sido herido por algunos, pero ayudado por muchos
más. He sido herido por comunidades religiosas pero mucho más ayudado por ellas. El
problema es que cuando estos representantes de la Iglesia me han herido, tuve la misma
reacción que tienen las personas que sienten que Dios les ha fallado. Nos pasa a todos.
Déjenme que les de ejemplos de gente de nuestros tiempos que han sido gravemente
heridos por la Iglesia. Se sorprenderán notablemente. El Padre Pío, el maravilloso sacerdote
estigmatizado, permaneció prácticamente en arresto domiciliario por décadas por orden de
la Santa Sede. Desde que recibió los estigmas hasta su muerte, el Padre Pío nunca dejó el
pequeño pueblito donde vivía, San Giovanni Rotondo. Nunca. Por años incluso le fue
prohibido celebrar la Misa en público.
El sacerdote capuchino Solano Casey, ha quien actualmente se lo ha propuesto para
la causa de canonización, nunca oyó una confesión en su vida. Sólo una o dos veces predicó
un verdadero sermón. Eso fue porque las autoridades de su congregación pensaron que no
era suficientemente brillante. Por la misma razón nunca pudo votar en las elecciones de su
orden. Tal vez el más grande sacerdote capuchino que haya habido en los Estados Unidos
no pudo predicar ni confesar. No puedo decir que alguna vez lo haya visto angustiado por
este gran desprecio, que era totalmente inmerecido. Tal vez por eso sea declarado santo.
Volviendo a la historia de la Iglesia, encontramos que San Alfonso de Ligorio, ahora
honrado como Doctor de la Iglesia, fue obligado a salir de la orden que él mismo fundó, los
Redentoristas, para que de esta manera no fuera suprimida. Y a él no se le permitía celebrar
Misa en los Estados Pontificios más allá de que era obispo. ¡Increíble! Santa Juana de Arco
fue quemada en la hoguera por sentencia del Obispo de Beauvais y 11 teólogos; ahora, del
otro lado de la torre, se encuentra el decreto papal que, 20 años después, la exoneraba y
condenaba a los jueces por su modo de obrar. A pesar de que ella apeló al Papa, el obispo
no dio lugar a su pedido, y el mismo incurrió en una censura.
32
No se sorprendan que incluso los papas sean lastimados por la Iglesia. Un amigo
personal del Papa Pablo VI dijo que él esperaba su propia muerte. Sus años como Papa
fueron increíblemente difíciles, en tiempos de gran tempestad en la Iglesia. Un obispo que
celebró una de las Misas de responso por el alma de Pablo VI en el momento de su muerte
dijo en su sermón, “Pablo, nosotros no te amábamos”.
6
N. del tr. La Iglesia es santa, pero posee miembros pecadores, necesitados de conversión. En el Compendio se sintetiza muy
bien esta verdad: “¿En qué sentido la Iglesia es santa? La Iglesia es santa porque Dios santísimo es su autor; Cristo se ha
entregado a sí mismo por ella, para santificarla y hacerla santificante; el Espíritu Santo la vivifica con la caridad. En la Iglesia se
encuentra la plenitud de los medios de salvación. La santidad es la vocación de cada uno de sus miembros y el fin de toda su
actividad. Cuenta en su seno con la Virgen María e innumerables santos, como modelos e intercesores. La santidad de la Iglesia
es la fuente de la santificación de sus hijos, los cuales, aquí en la tierra, se reconocen todos pecadores, siempre necesitados de
conversión y de purificación” (166).
7
La expresión “Jack Mormom” es un término acuñado en el siglo XIX para describir a alguien que, sin pertenecer
oficialmente a los Mormones, era simpatizante de ellos, y tenía cierto interés en sus creencias. Aplicando la idea, quienes tienen
algún interés en la Iglesia católica, pero que no viven como la Iglesia católica enseña, o no terminan de aceptar todas sus
enseñanzas, se los podría llamar “Jack católicos”, o en expresión de nuestro p. Castellani: “católicos mistongos”.
34
Pienso que se podría dar a la Iglesia Católica el nombre de “Iglesia de los pecadores
de los últimos días”. Eso es todo lo que podemos pretender. Hay algunas iglesias cristianas
que se sienten perfectas. Me dan lástima. Jimmy Swaggart tuvo por un tiempo una de esas
iglesias, pero no perduró. Quizás fue para su bien espiritual, el engaño apareció. Los
miembros de esa iglesia se creían santos, pero es buena cosa saber que no lo eran. Jesucristo
no vino a salvar a los justos. Él vino a salvar a los pecadores. Porque no he venido a llamar
a justos, sino a pecadores (Mt 9, 13). Jimmy se proclamó un penitente desde el momento
en que cayó en desgracia. Eso fue muy sabio. Debería haberlo hecho antes, todo el tiempo.
Todos los seguidores de Cristo son pobres, y si son sabios se confiesan pecadores. He tenido
el privilegio de conocer personas que tal vez algún día sean canonizados como santos, y
todos pensaron que eran pobres pecadores.
Es de esperar que esos pobres pecadores, que forman parte de la Iglesia, recibirán
heridas y se herirán unos a otros. Haber sido defraudado por algunos hombres de Iglesia no
es una razón para abandonarla, es como haber sido lastimado por algún miembro de la propia
familia, lo cual no es una razón para abandonarla y huir a una isla desierta. ¿Acaso existe
alguien que no haya sido herido por algún miembro de su familia? En su “Ciudad de Dios”,
San Agustín señala sabiamente que rompe el corazón de cualquier persona buena el ver que
incluso, aun en su propia casa, no hay un lugar seguro y que allí puede ser atacada por un
enemigo que se hace pasar por amigo, o por algún enemigo que en otro tiempo fue un ser
querido8. Si cada uno de nosotros renunciara a la raza humana porque hemos sido lastimados
por algún ser humano, deberíamos trasladarnos cada uno a planetas distintos.
¿Qué hacer?
Todos hemos sido heridos por algunas personas de la Iglesia, quizás incluso por sus
autoridades. Cuando esto ocurre, lo primero que hay que hacer es serenarse. De hecho, es
una buena medida cuando has sido lastimado por quien sea. Sal a caminar y cálmate. Los
irlandeses tienen un dicho: “Consúltalo con tu almohada”, lo cual quiere decir: descansa
bien. Luego pregúntate, cuando estés calmo: “¿Es este un verdadero problema?” “¿Acaso
no esperé demasiado de un hombre mortal?” “¿Busco acaso en la Iglesia algo que
legítimamente pueda esperar?” La respuesta probablemente sea: “Sí”. Y parece razonable e
incluso justo. Pero no puedo exigir un trato absolutamente amable y de confianza, ya que
Jesucristo mismo no lo encontró en muchos de los miembros de la Iglesia que Él mismo
fundó. Como hemos visto, la Iglesia siempre se edifica con personas débiles. Cuando somos
heridos por algún miembro de la Iglesia, debemos reconocer que el problema es que “la
Iglesia” puede ser incoherente. La personas en la Iglesia puede ser agradables un día y
malvadas al día siguiente. Más aún, durante el mismo día y en la misma parroquia, viven
quienes son extremadamente caritativos junto con quienes son casi brutales en el trato con
los demás.
Entonces me tengo que preguntar: “¿No me apoyo demasiado en los hombres de
Iglesia?” “¿Acaso ese exagerado apoyo en los hombres no afectó mi abandono y confianza
en Dios y en su Hijo?” Lo sabes muy bien, hay muchas personas que tienen experiencias
muy positivas en la Iglesia. Fueron a una escuela católica, aprendieron muchísimo. Fueron
parte de algún grupo o movimiento de Iglesia, y eso fue lo más positivo que han hecho en
toda su vida. Piensan que eso va a durar para siempre. Es lo que se llama la “luna de miel”,
8
SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, libro XIX, cap. 5.
35
pero no dura para siempre. Todo pasa. No te apoyes demasiado en un grupo particular de la
Iglesia. Confía en Dios.
9
Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ, Puntos de amor, en Obras completas de San Juan de la Cruz, La Plata 1944, 423-429.
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de San Juan de la Cruz como de San Francisco a no depender demasiado de ninguna persona
particular de la Iglesia, sino a poner nuestra confianza en Dios.
Si la Iglesia te hiere, siéntate y pregúntate: “¿No me habré olvidado que la Iglesia está
compuesta por seres humanos marcados con las huellas del pecado original?” “¿No me
habré olvidado que ella es como una gran red que fue arrojada al mar?” “¿Me habré olvidado
que en cualquier momento puedo encontrar en la Iglesia algunas de las mejores personas y
también algunas de las peores?” Empieza a mirar la Iglesia de otro modo. San Francisco,
hablando sobre la posibilidad de ser perseguido por el clero, escribió:
“Después me dio el Señor, y da tanta fe en los sacerdotes que viven según la
forma de la Iglesia Romana, por el orden que tienen, que si me persiguieran quiero
recurrir a ellos. Y si yo tuviese tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo y hallase a los
pobrecillos sacerdotes de este mundo en las parroquias donde moran, no quiero
predicar contra su voluntad. Y a ellos y a todos los otros quiero temer, amar y honrar
como mis señores; y no quiero en ellos considerar pecado, porque al Hijo de Dios
discierno en ellos y son mis señores. Y por esto lo hago, porque no veo ninguna cosa
corporalmente en este mundo de aquel altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo
y sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los otros”10.
Hazte oír
Si las cosas no están tan mal, pero son algo inquietantes, haz ruido inteligentemente.
Lamentablemente, la mayoría de las veces, las manifestaciones que la gente hace, no son
muy inteligentes. Lo aprendí porque muchas veces tuve que oír las quejas de la gente, y al
fin y al cabo, la mitad de las quejas no tenían sentido. Son tontas o triviales o
desproporcionadas. A veces las quejas son justificadas, pero quien se queja llega con un
hacha en mano. Mientras tú haces todo lo posible por ayudar a la Iglesia local, intentando
representar el Cuerpo Místico de Cristo en este mundo estropeado en el cual vivimos,
aparece alguno molesto porque un sacerdote usa ornamentos azules en tiempo de adviento
o algo parecido. Muchos católicos devotos pero confundidos, no saben como distinguir entre
algo herético y algo simplemente ridículo.
10
Testamento de San Francisco de Asís, en Escritos Completos de San Francisco de Asís, Madrid 1965, 34.
37
La vez que rompí una regla
A veces la gente se angustia por pequeñas cosas. Si eres sacerdote, tarde o temprano
tendrás que romper alguna regla por el bien de las almas. Quebrantar una ley no siempre es
un pecado. De hecho, puede ser un pecado no romper una regla. Las reglas de la Iglesia,
incluso los cánones, a menudo admiten excepciones. Les daré un ejemplo de haber roto una
regla bastante importante. Al mismo tiempo, de haber cometido una pequeña falta legal.
Estaba a punto de celebrar la misa de cincuenta aniversario de un matrimonio muy devoto
portorriquense. Tenían hijos, nietos y bisnietos, todos bautizados y confirmados, una familia
maravillosa. Los visité el día anterior, y les pregunté: “¿Es mañana el día exacto del
aniversario?” Silencio sepulcral. Había unos doce parientes en la habitación. Dije: “Bueno,
¿cuándo es la fecha exacta? ¿Se acuerdan del día en que se casaron, así lo puedo mencionar
mañana en el sermón?” Finalmente una de las hijas habló y dijo: “Padre, ellos se casaron
ante Dios”. Bueno, ¿quién soy yo para mejorar lo que Dios hizo? Ellos eran pobres y nunca
pudieron asistir a una ceremonia, por eso en lugar de ser un simple aniversario, tuve que
celebrar una boda. Es una ley de la Iglesia y también del Estado que un sacerdote no puede
hacer un matrimonio sin la autorización civil. Hacerlo es un delito menor. Por lo tanto, con
cincuenta años de retraso, llame a la cancillería de la curia y dije: “Escuche, son
aproximadamente las tres de la tarde aquí, y vendrán unas cien personas mañana; si quiere
que lleve esta anciana pareja al registro civil y que los obligue a hacer los análisis médicos
correspondientes… ¡Habría que pensar en otra solución!” El canciller, actualmente obispo,
simplemente me dijo: “Asegúrese de recibir la delegación del párroco para que sea un
matrimonio canónicamente válido”. Hice el matrimonio sin la licencia civil. Pueden venir a
buscarme. Si esto se descubre, nunca llegaré a ser un abogado. He confesado públicamente
el único delito menor que recuerdo haber cometido.
Oración
O Señor Jesús, cuando caminaste por este mundo experimentaste mucho rechazo... el
rechazo de tus familiares en Nazaret y el de las personas que encontraste en Israel, e incluso
la traición de tus propios Apóstoles. Esto no te detuvo, a pesar de que lloraste por Jerusalén
y te lamentaste profundamente por la defección de tus amigos. Los amaste hasta el fin. Nos
diste también la Iglesia y la llamaste tu Iglesia. Sufriste y moriste por la realidad mística que
llamamos tu cuerpo, la unión de quienes en la vida eterna estarán salvados y unidos a Ti.
Ayúdanos, Señor, cuando algún miembro de la Iglesia nos hiera. Ayúdanos a no vivir
amargados, a no rebelarnos, a no esperar demasiado de los hombres, sino que siguiendo tu
propio ejemplo y el de tus santos, permítenos amar sin rebelarnos. Ayúdanos a aceptar y a
corregir sin amargura. Ayúdanos a servir sin esperar una recompensa a cambio. En este
tiempo difícil, derrama tu gracia sobre los hijos de tu Iglesia para que podamos enfrentar de
pie los ataques y escándalos de nuestros tiempos. Por tu gracia llama a quienes son enemigos
de tu Iglesia a convertirse en sus amigos y miembros, así como en otro tiempo llamaste a
Pablo para ser siervo de tu Iglesia. Ayúdanos, Señor, en medio de toda esta confusión, a
creer en tus palabras enseñadas por medio de tus Apóstoles a toda la Iglesia. “He aquí que
yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Amén.
40
CAPÍTULO 5: CUANDO NOS CONVERTIMOS EN NUESTROS PEORES ENEMIGOS
Hemos considerado los problemas que podemos tener con otros y nuestras
dificultades con la Iglesia. Ahora debemos fijar nuestra atención en los problemas que
tenemos con nosotros mismos. Si miras dentro de tu propia vida (especialmente cuando te
vuelves viejo) podrás descubrir que una de las cosas más importantes de las cuales nos
damos cuenta en el proceso de maduración, es que la causa de muchos, si es que no de la
mayoría de nuestros problemas, somos nosotros mismos. Cuando las cosas van perdiendo
sentido, a menudo es porque nosotros no le dimos sentido a las cosas. Puede ser un consuelo
saber que esta es una experiencia común a todo ser humano. Uno encuentra, aun en las vidas
de los santos, la tendencia a crearse problemas a uno mismo. Aún los santos, esas personas
tan especiales, al igual que nosotros, causaron muchos de sus propios problemas. Pocos hay
exceptuados de haber sido sus propios enemigos, al menos por un tiempo. Los santos, los
pecadores, los personajes bíblicos, incluso las celebridades modernas, todos podrían
reunirse bajo un gran estandarte que diga: “Hundamos nuestro propio barco”. Este es uno
de los más obvios y universales signos del pecado original, que con una serie de
movimientos premeditados, considerados atentamente, prudentemente estudiados, y
llevados a la práctica con gran solicitud e incluso habiendo rezado, hundimos nuestro propio
barco, santos y pecadores por igual.
En muchos casos, basta con ser un poquito pecador para convertirse en el peor
enemigo de uno mismo. Aunque esto no es absolutamente necesario. Puedes hacerlo aún en
el caso que seas devoto, entonces lo harás un poquito más piadosamente. Todos podemos
decir con bastante convicción que “hemos encontrado al enemigo: nosotros mismos”.
Caminar en la fe
Tan sólo piensa en alguna de las formas en que una persona puede complicarse. La
más obvia es el obrar precipitado, tan sólo darle para adelante y hacer cosas sin considerar
sus implicancias y todas las cosas que se seguirán como consecuencia. Mucha gente devota
dice: “No lo puedo resolver, así que voy a dar un gran salto en pura fe y arrojarme... en una
piscina vacía”. He oído decir: “¡Voy a dar un paso en la pura fe!” ¿Por qué no das, al mismo
tiempo, un paso en el sentido común? No culpes a Dios si estás caminando al borde de un
precipicio.
El error opuesto consiste en pensar las cosas tan detalladamente y ser tan cautos que
dejamos de hacer lo que se supone debemos hacer. Como cristianos se supone que
caminemos guiados por la fe, pero a menudo nos quedamos sentados en la confusión.
Algunos, por no saber qué hacer, simplemente no hacen nada. A esta peligrosa actitud la
llamo: “el fenómeno Titanic”. En el Titanic, la tranquila noche de invierno, cuando el mar
estaba muy calmo, el gran buque chocó contra un iceberg, mucha gente prudente no se subió
a los botes salvavidas. Se dijeron a sí mismos: “Este es una gran barco, no puede hundirse”.
A pesar de que no había suficientes botes salvavidas para todos, sobraron al menos
doscientos lugares sin ocupar cuando el Titanic se hundió. Supongo que algunos de los que
sí subieron a los botes salvavidas, se habrán dicho a si mismos: “voy a aparecer totalmente
ridículo cuando vuelvan a subir del mar este botecito al barco, dentro de unas seis horas, y
yo haya estado esperando aquí en el mar”. Sin embargo, esas personas vieron cómo el gran
barco se hundió. Es difícil saber qué hacer. Puedes rezar muy fervorosamente y aun así
cometer grandes errores. Lo más misterioso es que aun cuando cometemos grandes errores,
41
de todas maneras, ocurren cosas buenas. No es fácil ser un hombre responsable. La razón
para explicar todo esto, muchas veces la olvidamos, y es el pecado original.
Negar la realidad
Otra forma efectiva de hundir el propio barco es negar el peligro evidente y caminar
hacia él. En psicología hablamos de mecanismos de defensa, modos inconscientes de
deformar las realidades con las cuales creemos no poder lidiar. Considera al profesional
exitoso que fuma dos paquetes de cigarrillos por día. Le han dicho miles de veces: “Eso es
muy peligroso para tu salud”. Y él responderá: “Sabes, Golda Meir solía fumar dos paquetes
diarios y vivió hasta los setenta”. Este fumador empedernido ignora el ejército de personas
que fumaron dos paquetes diarios y ni si quiera llegaron a los cincuenta. Todos negamos los
peligros evidentes. En este mismo momento hay resquebrajamientos aterradores y grietas
en la Iglesia, muchos signos de desunión. Sin embargo, muchos de los responsables niegan
estos peligros. Fingen que no están allí. Lo mismo podría decirse del estilo de las
democracias del Oeste cuando ignoran los reclamos y necesidades del Tercer Mundo.
Hace algunos años, se hizo un estudio sobre el modo de promover vocaciones en las
comunidades religiosas de Estados Unidos. Escribí a la conocida agencia que financió este
estudio. El sacerdote que dirigió este estudio era bastante objetivo y, en consecuencia, muy
crítico respecto a los programas vocacionales. La persona de esa oficina que respondió a mi
llamado sostenía que ese estudio nunca se había hecho. Sin embargo lo leí en varios
periódicos a la vez. El autor comenzaba su artículo diciendo que había una sola palabra para
describir el trabajo vocacional actual: “catastrófico”. ¡Todas las congregaciones que estudió
le dijeron que tenían la mejor propaganda vocacional! Esto se llama negar la realidad. El
mecanismo de defensa de la negación es una de las formas más peligrosas del
comportamiento humano. Fue Neville Chamberlain, el primer ministro inglés, quien volvió
a su casa después de su encuentro con Hitler y dijo: “habrá paz en nuestros tiempos”. Negó
la evidencia de sus sentidos.
Hay quienes dicen que la Iglesia está obrando espléndidamente. Están todos muy
contentos. Mira desde el puerto. La sustancia azul que ves no es cielo. Es agua. Las cubiertas
están a flor de agua. Hemos perdido prácticamente el 50 por ciento de los católicos
practicantes en treinta años. Lo que sea esté sucediendo, la dirección no es buena. Muchas
de las órdenes religiosas que nos formaron, están en vías de extinción. Sin embargo piensan
que les está yendo de maravillas.
Los juguetes
Mi pequeño hijo, que miró con sus ojos pensativos
y que se movió y habló con crecida sabiduría,
habiendo desobedecido mis órdenes siete veces,
lo reprendí, e lo hice subir a su habitación,
con duras palabras y sin besarlo.
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Su madre, que era paciente, estaba muerta.
Pero, temiendo que su pena no lo dejara dormir,
lo fui a ver a su cama.
Pero lo encontré profundamente dormido,
con sus cejas oscurecidas y sus pestañas
aun humedecidas por sus últimos sollozos.
Y yo, con pena,
besando sus lágrimas, deje caer otras de mis ojos;
A su lado, sobre una mesita a la altura de su cabecita,
había colocado, entre sus cosas,
un caja con piedritas y pequeñas rocas rojas,
un trozo de vidrio recogido en la playa,
y seis o siete ostras,
un botella con campanitas azules,
dos monedas francesas, colocadas allí
con cuidadoso arte,
para confortar su triste corazón.
Entonces en la noche
cuando recé a Dios, lloré y dije:
Ah, cuando finalmente estemos tendidos en nuestro último aliento,
no Te disgustes en la muerte,
y Tú nos recuerdes los juguetes
con que hicimos nuestros juegos,
cuan débilmente comprendimos,
tu mandamiento grande y bueno,
entonces, no menos paternalmente
que yo, Tú que nos has modelado del barro,
Tú dejarás de lado tu justa ira, y dirás:
“Tendré piedad de sus chiquilinadas”.13
Si lo buscamos sinceramente y deseamos agradarle en todas las cosas, Dios nos
aceptará y trabajará con los errores que cada uno de nosotros, santos o pecadores,
cometemos. Frecuentemente esto requiere perdonar; y su misericordia está siempre ahí para
abrazarnos, aun en los peores momentos. Conozco gente que arruinaron completamente sus
vidas, pero después, encontraron a Dios en la cárcel. Dios estaba allí para abrazarlos. Y por
eso este extraño tema de la auto-destrucción, tantas veces experimentado, discutido tan
frecuentemente, termina con esta aclaración: No tengas miedo ni te acobardes, porque
Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas... (Jos 1, 9). Si todavía no es lo
suficientemente clara, Jesús lo dijo a sus confundidos y auto-destructivos apóstoles: No se
turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14, 27). Yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo (Mt 28, 20). No importa lo que pase, cree que esto es verdad.
Oración
Padre Celestial, no suelo rezarte con mis propias palabras, uso en cambio la oración
que nos enseñó tu Hijo. Ahora, reconociendo mi propia auto-destructividad, mi propia
tendencia a cometer verdaderos errores que intento evitar, me vuelvo hacia Ti en busca de
13
COVENTRY PATMORE, “The Toys”, Anthology of Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y.: Doubleday, Image
Books, 1955), 195.
50
ayuda. Tu sabiduría sabe, más allá de lo que podamos pensar, que somos los hijos de una
raza caída, que llevamos heridas misteriosas que nos causan daño o incluso destruyen las
cosas que realmente nos traerían paz y gozo. Tú nos enviaste a tu Hijo Único para salvarnos
a todos, aun a aquellos que conspiraron para destruirlo. A pesar de que lo amo y confío en
Él, me pregunto qué hubiera hecho yo si hubiese estado entre aquellos que el desafió y llamó
a ir más allá de sus estrechos, egoístas asuntos. Nada en mi vida me convence de que yo
hubiese estado entre los pocos que permanecieron de pie a su lado. Y por lo tanto, reconozco,
que muchas veces le fallo aun ahora, y dejo sin usar y desaprovecho las oportunidades que
me da para servir mejor a Él y a quienes lo necesitan, y que lo representan tan bien. Padre,
quédate conmigo cuando fallo y les fallo a quienes me han sido dados para servirles. Corrige
mis errores. Ilumina mi oscuridad. Endereza mis caminos. Y sé paciente con mis necedades.
No te pido que impidas mis errores, pero sí que me ayudes a ser paciente con los demás,
como Tú eres paciente conmigo. Amén.
51
CAPÍTULO 6: CUANDO LA MUERTE NOS ROBA UN SER QUERIDO
Llegamos inevitablemente al tema más doloroso de este libro, que en cierto modo
hace tambalear un poco a los creyentes en la firmeza en su fe, y provoca que muchos débiles
en la fe, tropiecen. La muerte de aquellos seres muy queridos, en quienes nos hemos
apoyado, es la peor pena de la vida. Debemos considerar, al mismo tiempo, lo inevitable de
la muerte – la muerte de quienes amamos y nuestra propia muerte. Lo primero que hay que
decir es que es algo totalmente inútil pretender huir de la muerte. No existe lugar donde se
pueda huir de ella. Cada uno de nosotros, del más joven al más anciano, está muriendo
exactamente a la misma velocidad: veinticuatro horas por día, siete días a la semana. Nos
movemos en la vida acompañados por el tick-tack de los relojes. Huir de la muerte, pretender
por un momento que no existe, es un engaño totalmente inútil, la decepción más grande. La
muerte debe ser enfrentada cara a cara muy directamente y con firmeza, donde sea que estés
y seas quien seas.
No es una tarea fácil. Prácticamente todo en nuestra cultura pretende fingidamente
que las cosas deben funcionar bien y que no hay misterios o problemas insolubles. Todo en
nuestra cultura nos dice engañosamente que la muerte no nos alcanzará, a pesar de que,
paradójicamente, los medios están siempre preocupados, en relatarnos un sin número de
asesinatos, guerras, y muertes violentas. Ernest Becker en su libro La negación de la
muerte14, analizó las actitudes modernas de los habitantes de Estados Unidos respecto a la
muerte y concluyó que, gran parte de nuestra cultura, es simplemente una falsa pretensión
de que todos, excepto uno mismo, van a morir. De una manera u otra, tú y yo, no estaríamos
incluidos, ese es el engaño.
Un amigo mío que es encargado de una empresa fúnebre me contó que la gente, ya
sea sencilla o sofisticada, han solicitado que sus muertos sean vestidos con los pijamas con
que han muerto y que inmediatamente se los lleven pronto al crematorio, y que las cenizas
sean llevadas al cementerio sin ningún rito funeral. Simplemente que desaparezcan. Como
si nunca hubiesen existido. Este es el tipo de funeral “que está de moda”. ¿No es algo
tremendo?
Algo casi tan malo, consiste en ir a un funeral religioso que se parece más a una fiesta
de bodas. Todos están felices, Aleluyas por todas partes, vestimentas blancas, incienso y
flores. Esto también es una negación de la muerte, y mucho peor, priva a quienes se
encuentran apenados, de la oportunidad de manifestar su dolor por los seres queridos. (He
advertido a mis frailes: “cuando muera, recuéstenme con mi hábito de fraile con una estola
morada; y si alguien canta ‘Aleluya’, volveré. Volveré en medio de la noche, arrastrando
cadenas”). No sólo las celebraciones de funerales “felices” constituyen un insulto hacia el
difunto, sino que dejan a los deudos reales con una gran carga de dolor en sus corazones,
que permanece sin poder expresarse. En el momento de la muerte, todos debemos
enfrentarnos con el dolor. Esto significa que todos tenemos que considerar la muerte como
una realidad de nuestra vida, antes de que repentinamente nos debamos enfrentar con ella.
14
ERNEST BECKER, The denail of Death [La negación de la muerte (Nueva York, Prensa Libre, 1973)].
52
como un accidente o un incendio. Sufrimos con aquellos que amamos y nos sentimos
profundamente frustrados porque no fuimos capaces de hacer algo por ellos. En nuestras
lágrimas, pesar, dolor, y frustración, decimos a Dios: “¿Qué sentido tiene todo este
sufrimiento? ¿Por qué a esta persona inocente? ¿Por qué a este niño?” Esto ciertamente es
parte de lo que San Pablo llama el aguijón de la muerte (1Cor 15, 56). El poderoso ejemplo
de este sufrimiento es la Madre dolorosa de Cristo, que nos conmueve tanto en la escultura
de Miguel Ángel llamada “La Piedad”, una imagen del dolor por alguien amado.
El siguiente poema fue escrito por Coventry Patmore después de la muerte de su hija
pequeña. Expresa en modo conmovedor el dolor que hace a uno prorrumpir en un grito de
angustia a Dios, a quien uno ama pero que pareciera no tener misericordia.
“Si hubiese muerto yo”
Si yo hubiese muerto, tú alguna vez dirías, ¡Pobre Niña!
Los queridos labios, temblando mientras hablabas,
Y las lágrimas brotan
de los ojos, que, para no apesadumbrarme, sonríen brillantemente.
¡Pobre Niña, Pobre Niña!
Me parece oír tu risa, tu conversación, tu canto.
No es cierto que el amor no haga daño.
¡Pobre Niña!
¿Y pensaste, que cuando así llorabas y reías,
como yo, en las noches solitarias, permaneceré despierto,
y con esas palabras consumar tu plena venganza?
¡Pobre niña, pobre niña!
Y ahora, inútil será
que esos dulces reproches por tres veces repetidos lleguen a ti,
¡O Dios, no has tenido misericordia conmigo!
¡Pobre niña!15
El oscuro valle
Otra fuente de dolor es la misteriosa y oscura puerta de la muerte, la sombra de la
muerte, el entierro del cuerpo, el silencio de la tumba, la ausencia de respuesta por parte del
ser querido que ha muerto, el hecho que incluso entre creyentes devotos haya muy pocos
casos conocidos de comunicación de los muertos con este mundo. Aunque estos casos no
sean tan extraños como uno puede pensar, sí son raros; y a menudo, cuando suceden, hay
un natural escepticismo por el hecho que, la gente experimenta a menudo aquello que
necesita experimentar, especialmente cuando están sufriendo. Algunas personas sanas,
educadas, con los pies sobre la tierra, me han contado de alguna experiencia o clara
impresión acompañada de algún signo de confirmación, que provenía aparentemente del ser
amado muerto. Sería un prejuicio sin fundamento el desechar simplemente estas
advertencias como si fuesen producto de la lucha desesperada de la mente para consolarse.
Por otra parte, ninguna de estas experiencias ha sido algo que podamos utilizar como una
prueba de la inmortalidad del alma. Carecen de la claridad de los relatos de la Resurrección
de Cristo, y además casi nunca fueron percibidos por otras personas al momento en que
ocurrieron. Para la mayoría de los vivos, la muerte es un oscuro camino por el cual el ser
querido ha pasado al silencio. La fe es la única luz que ilumina ese camino, como una
15
CONVENTRY PATMORE, “If I Were Dead”, Anthology of Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y., Doubleday,
Image Books, 1955), 197.
53
pequeña lámpara que señala un largo túnel, que revela muy tenuemente la realidad que está
del otro lado.
El aguijón de la muerte
Repetidas veces, San Pablo, especialmente en la Epístola a los Romanos, afirma que
la muerte es una consecuencia del pecado. Por tanto, como por un solo hombre entró el
pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres,
por cuanto todos pecaron (Rom 5, 12). Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don
gratuito de Dios, es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 6, 23).
Una enseñanza extraña, ¿no es cierto? ¿Significa esto que si el mundo no hubiera
caído, si nuestros primeros padres no hubiesen pecado, no habría tales cosas como la muerte,
y viviríamos sin fin en este mundo? Esa es una idea desagradable. ¿O significa que alguna
grandiosa carroza descendería alguna vez ocasionalmente, y aquellos que estuviesen listos
para partir a la vida más allá de esta, podrían subirse, y los familiares y amigos podrían estar
allí para despedirse, algo así como los barcos para turistas de los primeros tiempos?
Consecuentemente, el proceso biológico de la vida en este mundo, hubiese tomado su costo.
Pero en un mundo que no hubiese caído, todos se darían cuenta que los que irían al más allá,
entrarían inmediatamente en el Reino de Dios. Sería motivo para festejar. En tal mundo, la
gente no estaría tan dependiente emocionalmente y en consecuencia no quedarían heridos
por sus seres queridos. El pasaje de un ciudadano del mundo no caído sería muy semejante
a una graduación. Todos sabrían hacia donde va, y que simplemente hizo falta una pequeña
prueba para llegar allí. También habría lágrimas como las de aquellos que se despiden en el
puerto de sus familiares que parten en un crucero de diez días para festejar sus bodas de oro.
54
Aun en este mundo caído, muy de vez en cuando, asistirás a la muerte de alguien que
estaba completamente preparado para partir. Este es el único tipo de funerales al cual podrías
asistir al menos un poco contento. Recuerdo el funeral de mi querida amiga, la Madre María
de Jesús, de las hermanas del Santísimo Sacramento en Yonkers. Ella tenía noventa y cuatro
años y estuvo en el claustro desde 1916. Obtuve autorización para ingresar al claustro y
visitarla poco tiempo antes de su muerte. Estaba recostada en cama, ciega, débil, y
maravillosamente cuidada por sus hermanas en religión. Anuncié mi llegada preguntando:
“Madre, ¿cómo está usted?” Ella respondió: “Bueno padre, tú sabes lo que Benjamín
Franklin solía decir”. (Esta mujer estaba llena de sorpresas. ¿Cuántas religiosas de claustro
podrían citar a Benjamín Franklin?). Prudentemente respondí: “En verdad no”. Con un
guiño de sus ciegos ojos, respondió con esta acotación: “Él solía decir cuando estaba viejo,
«Todavía vivo en la casa, aunque el techo ya se haya caído»”. Esta era una mujer que estaba
lista para partir. ¿Irías llorando al funeral de una persona como esta? Tal vez si la extrañases
como parte de tu vida. Pero esta monja estaba lista para irse. Frecuentemente, gente anciana
devota están ya listos para dejar este mundo. El funeral de semejantes personas no debería
ser ocasión de gran dolor. Sin embargo, si hay quienes dependen profundamente de esa
alma, sentirán el dolor de la pérdida, a pesar de la edad de sus seres queridos que mueren.
Fuera de esta rara excepción de las almas santas, me desagradan los funerales que son
una especie de canonización, especialmente de quien, con mi mayor estima, va a pasar un
largo tiempo en el Purgatorio comiendo migajas y bebiendo calor, goma de mascar con
sabor a gaseosa. ¡Por favor! Cuando me vaya, por favor lloren un poco. Si vienes a mi
funeral, llora, aun cuando tengas que fingir un poco. Al menos muéstrate un poco triste.
Cualquier cosa que hagas, por favor no cantes “Aleluya”. No quiero ir y venir del purgatorio
para perseguir gente.
16
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1030-1031.
55
sabiendo que el sufrimiento que allí padece no tiene importancia comparado con la
remoción del impedimento que le dejó el pecado. El mayor sufrimiento de las almas
en el Purgatorio, así me parece a mí, es el conocimiento de que algo en ellas desagrada
a Dios, que han ido deliberadamente en contra de su grandiosa bondad. En estado de
gracia, estas almas captan perfectamente el sentido de lo que les impide llegar hasta
Dios. Esta convicción es tan fuerte, de lo que he comprendido hasta este momento en
mi vida, que por comparación toda palabra, sentimiento, imagen, idea sobre la justicia
o la verdad, me parece completamente falsa. Estoy más confundida que satisfecha con
las palabras que he usado para expresarme, pero no encontré nada mejor para expresar
lo que he experimentado. Todo lo que he dicho es nada en comparación con lo que
siento en mi interior, el testimonio de la correspondencia del amor entre Dios y el alma;
cuando Dios ve al alma tan pura como cuando estaba en sus orígenes, se acerca a ella
con una mirada, la toma y la une a Él con tan fuerte amor que podría aniquilar al alma
inmortal. Actuando así, Dios transforma al alma en sí mismo, que ya no conoce otra
cosa sino a Dios, y Dios continúa atrayendo al alma hacia su fuerte amor, hasta que Él
la restituye en un estado tan puro como en el que fue creada originalmente. Mientras
Dios va atrayendo al alma hacia sí, ella se siente como derretirse en el fuego de ese
amor de este Dios tan dulce, que Él no cesará hasta que lleve al alma a su perfección.
Esta es la razón por la cual el alma busca erradicar cualquier tipo y todo género de
impedimento, para poder ser elevada hasta Dios; y estos impedimentos son la causa de
los sufrimientos de las almas del Purgatorio. Estas almas no se detienen en sus
sufrimientos, sino que más bien en la resistencia que sienten en sí mismas contra la
voluntad de Dios, contra su intenso y puro amor determinado totalmente a atraer hacia
sí al alma. Y veo rayos de luz partiendo del amor divino hacia la creatura, tan intensos
y fuertes como para aniquilar no sólo el cuerpo, sino también, si esto fuese posible, al
alma. Estos rayos purifican y por eso en cierto modo aniquilan. El alma se transforma
como el oro que se vuelve cada vez más puro cuando más se lo somete al fuego, y se
le quita toda impureza”17.
Cambiaría a Nueva York en cualquier día de la semana por el Purgatorio. Es
claramente superior a Nueva Jersey, donde comencé mi vida. Y en verdad lo busco con
esperanza, porque me gusta viajar y conocer nuevos lugares, y tengo ya muchos amigos en
el Purgatorio. Una vez allí, estás seguro de la vida eterna, lo cual lo convierte en algo mucho
más gozoso que nuestro terrorífico viaje aquí, al cual, de acuerdo a San Pablo, deberíamos
realizarlo con temor y temblor.
Los Protestantes siempre han malinterpretado el sentido del Purgatorio, a pesar de
que hoy en día pareciera oírseles rezando por los muertos en los funerales. (No tiene sentido
rezar por las almas si no hay Purgatorio, porque entonces el alma o estaría en el cielo o en
el infierno). La Iglesia siempre ha enseñado que sólo Cristo nos salva y merece nuestra
salvación. Nosotros ciertamente no hacemos eso en el Purgatorio. Nunca nadie enseñó que
así fuera. El argumento más sucinto que he oído una vez sobre el Purgatorio provenía de un
caballero Protestante, el Dr. Samuel Johnson. En una de sus numerosas discusiones con
Boswell, le dijo en respuesta a una pregunta:
“¿Qué piensa usted sobre el Purgatorio, tal como lo consideran los Católicos
Romanos?” Johnson: “¿Por qué pregunta eso? es una doctrina inofensiva. Existe la opinión
que, gran parte de la humanidad, no es tan obstinadamente malvada como para merecer el
17
Catherine of Genoa: Purgation and Purgatory, The Spiritual Dialogue (Catalina de Génova, Purgación y Purgatorio,
Diálogo Espiritual), ed. Serge Hughes and Benedict j. Groeschel (Nueva York, Pualist Press, 1979), 78-79.
56
castigo eterno, ni que es tan buena como para merecer ser admitidos en la sociedad de los
espíritus bienaventurados; y por eso es que Dios es tan bondadoso de permitir un estado
intermedio, donde puedan ser purificados por ciertos grados de sufrimiento. Como usted
verá, no hay nada de irrazonable en esto”. Boswell: “Pero, entonces, ¿las misas por los
muertos?” Johnson: “¿Porqué lo pregunta? Si una vez se ha establecido que hay almas en el
Purgatorio, es propio rezar por ellas, como lo hacemos por nuestros hermanos que aun están
en esta vida”.
Santa Catalina de Génova, siendo una mística y no una literata como el Dr. Johnson,
nos dio una visión más profunda. Para ella, el Purgatorio, es un don de la misericordia de
Dios que nos permite cooperar con su gracia para remover todos los obstáculos que ponemos
entre nosotros y su amor. En las siguientes frases de su libro, Catalina nos da la explicación
a aquellas imágenes distorsionadas que parecen contradictorias con las palabras de la
Sagrada Escritura que afirma que: las almas de los justos están en las manos de Dios (Sab
3, 1).
“Veo que los sufrimientos de las almas en el Purgatorio, pueden ser soportadas por
dos motivos. El primero es la voluntad de sufrir, la certeza que Dios ha sido más
misericordioso con ellas a la luz de lo que merecían y lo que Dios les ofrece. Si la
misericordia de Dios no atempera su justicia, la justicia que fue satisfecha por la Sangre
de Jesucristo, un solo pecado hubiese merecido mil infiernos eternos. Entonces,
sabiendo que sufren justamente, estas almas aceptan el orden establecido por Dios y
no se les ocurriría hacerlo de otra manera. El otro motivo que sostiene a estas almas es
un cierto gozo que siempre es deficiente, pero que de todas maneras, aumenta cada vez
más en la medida que se acercan a Dios. Se regocijan por lo que Dios ha ordenado, por
su amor y su misericordia, en la cual cada alma ve según su capacidad. Estas visiones
no son esfuerzos propios de las mismas almas. Son vistas en Dios, en quien están más
absorbidas que en sus propios sufrimientos, pues la breve visión de Dios sobrepasa por
mucho todo gozo o padecimiento humano” 18.
Difícilmente podemos pintar una imagen horrible del Purgatorio y, al mismo tiempo,
sostener que las almas de los muertos que están en su viaje hacia la realidad eterna, están
seguras en las manos de Dios. Un hecho interesante tuvo lugar en la vida de la Fundadora
de las Hermanas del Cenáculo, Santa Marie Thérèse Couderc. Pocos días antes de su muerte,
sus oídos se llenaron con cantos de hermosos coros celestiales. Lo describió así:
“No se lo que está pasando... Uno podría pensar que la enfermedad me ha sacado
de mis cabales. Desde ayer, me encuentro rodeada de una multitud que incesantemente
reza y reza, con tonos penetrantes, y una reverencia tal como jamás he conocido.
Cantan también himnos con tonos solemnes, salmos, y oraciones litúrgicas. Suplican,
se lamentan con dolor, adoran a la Divina Majestad. Adoran a la Majestad con una
unidad, armonía, fe, esperanza y amor inefables. Creo que son las almas del Purgatorio.
Alguna vez por horas fui elevada junto a ellas, pues a pesar de mi misma, estoy como
obligada a unirme a ellas. Por momentos tengo miedo, pero ellas me envuelven, se
avecinan muy cerca de mí. Están sufriendo y ellas se ven con un corazón rendido.
Preferiría ser librada de esto, se lo he pedido a nuestro Señor, pero Él no me oye”19.
Cuando la santa, que estaba muriendo, le dijo esto a su Superiora General, esta le
aconsejó que hablara de esos cantos con su director espiritual. La Superiora General escribe:
18
Catherine of Genoa, 84.
19
HENRY PERROY, A great and Humble Soul: Mother Thérèse Couderc, Foundress of the Society of Our Lady of the Retreat
in the Cenacle (1803-01885), trad. John J. Burke (Nueva York, Prensa Paulina, 1933), 220-21.
57
“Cuando la visité de nuevo, me miró con una sonrisa y me dijo: «El padre me dijo
que no temiera. Él cree que son las almas del Purgatorio. Ellas son amigas de Dios,
porque lo aman y Él las ama, están ante Sus Ojos como una sociedad bendita. No he
dormido esta noche. No me lo permitieron. He visto entre ellas a varias de las nuestras.
He visto también muchos sacerdotes y religiosos. Cuando esta mañana recibí la Santa
Hostia, ellas entonaron el Te Deum. En el cuarto verso, a pesar de mi esfuerzo de estar
atenta como siempre a mi Señor, me vi forzada a seguirlas y a cantar con ellas: Santo,
Santo, Santo, el Señor Dios de Sabaoth.
Fue algo muy hermoso. Tendría que vivir muchos, pero muchos años, antes de
poder olvidar aquella armonía, esos acentos, esa reverencia con la cual nada en la tierra
puede dar ni siquiera una pequeña insinuación. Cada verso era cantado con un
sentimiento adecuado a la adoración o para significar lo que se expresaba. Cuando
llegaron al último verso -En Ti, Señor, he esperado, no permitas que sea confundido
eternamente- la cantaron por lo menos diez veces, con tal humildad y ardor, y una
confianza desbordante de amor. Están allí todo el tiempo. No puedo entender porque
ustedes no las oyen. ¿Acaso no las escuchan ahora?»
De nuevo me dijo: «Son una multitud. Entre ellas hay voces de hombres, voces de
mujeres, voces de niños... ¡O, como rezan: como cantan! ¡Si pudiéramos rezar como
ellas lo hacen! Que bajo, que inferior en comparación es nuestro modo de rezar.
¿Dónde está nuestra reverencia?»”20
Si uno piensa en la muerte, es útil pensar en lo que viene después de ella. En el
argumento del Dr. Johnson, señala, que la mayoría de nosotros seremos llevados al
Purgatorio, así que no es una mala idea gastar un poco de tiempo en pensar en la maravillosa
preparación para nuestra entrada final en el Reino de Dios. Si tú fueses un santo canonizable,
no te hará falta, pero si no lo eres, pienso que es un tiempo bien empleado.
La muerte es asombrosa
A pesar de la seguridad que nos da la fe y que nuestro Divino Salvador dio a los
Apóstoles, la muerte permanece un evento asombroso. Asusta. Tengo amigas, aquí en
Nueva York, las hermanas Dominicas de Hawthorne, quienes literalmente viven con la
muerte. Su comunidad se hace cargo sólo de quienes se están muriendo de cáncer,
especialmente la gente pobre que no puede afrontar los gastos. Piensa en eso. Si enseñas en
una escuela, tus alumnos vivirán más de lo que tú lo harás, y, tú esperas que alguno de ellos
recordará algo de lo que le has enseñaste. Para estas hermanas, el éxito final en su apostolado
es ver a una persona morir en paz, y santamente. Es una vocación maravillosa, pero
sumamente desafiante, porque incluso para estas hermanas, la muerte es un ladrón de las
personas que han conocido y con las cuales han trabajado. Sin embargo, si uno visita una de
sus varias casas para moribundos, uno no saldrá con un terrible miedo a la muerte. Las
hermanas deben enfrentar constantemente las mismas preguntas que tú y yo debemos
afrontar: ¿Por qué? ¿Por qué una joven madre muere de cáncer? ¿Por qué gente que ha
vivido una vida tan útil debe morir de manera tan dolorosa?
Esto nos lleva a las sorprendentes preguntas sobre la muerte. Frecuentemente la
muerte llega de una manera terrible, completamente imprevisible y para quienes son
totalmente inocentes. Cuando por primera vez escribía estos artículos, un conductor de
camión llevando un gran tanque de gasolina ingresó en el cruce del ferrocarril y se encontró
20
Ibid., 221.
58
con un gran tapón de tránsito delante de él. De repente la campana comenzó a sonar,
avisándole que el tren se aproximaba. No pudo quitar el camión de las vías lo
suficientemente rápido. Intento ir hacia atrás, pero las barreras habían bajado sobre el
camión. El maquinista lo vio, y puso el motor en reversa, pero el tren no se pudo detener tan
rápidamente y golpeó al camión de gasolina a una velocidad de más de 55 Km. por hora. El
conductor murió quemado junto con otras cinco personas que esperaban en el cruce. Un
hombre anciano fue arrojado del auto, y se lo vio corriendo en llamas por la calle, mientras
que su amada esposa nunca pudo salir del auto. ¿Por qué? No lo sé.
La muerte nos enfrenta a un elemento misterioso en la vida. En la sociedad
contemporánea, negamos la existencia de lo misterioso. Hay muchas cosas misteriosas – la
vida, el amor, las tinieblas- pero ¿qué más misterioso que la eternidad? Si no puedes afrontar
el misterio, esta vida te volverá loco, o te hará cínico, o te llevará a una terrible depresión.
La vida está llena de preguntas sin respuesta. Para ser honestos, si no buscamos respuestas
a estas preguntas, seríamos todos corderos. El misterio da al sufrimiento humano su gran
dignidad. La muerte nos lleva directa e inevitablemente a confrontarnos con lo misterioso
de la vida. Esto es verdad, ya sea la muerte previsible o inesperada, sea que se la reciba bien
como la muerte de una persona muy enferma que desea ir a su casa, o sea que se la mire
como la peor cosa posible – como la enfermedad de un pequeño niño o una persona que
tiene toda la vida por delante. Por eso la muerte, casi siempre, es algo misterioso. Pero ¿qué
debemos hacer en el caso de este misterio? Personas de cualquier religión y en todo el
mundo, cada grupo racial, toda cultura, ¿qué hacen cuando llega la muerte? Rezan. Aún los
no creyentes rezan. Puede que no recen en ningún otro momento, pero rezan ante la
presencia de la muerte, porque la muerte le da a la vida ciertas dimensiones, su misterio y
su significado. La muerte es el marco de la vida. Mientras transitamos por la vida
necesitamos aprender las lecciones que la muerte nos pueda enseñar. Para los cristianos, el
acercarse de la muerte contiene un gran mensaje: Jesucristo quiso identificarse con nosotros
hasta tal punto que estuvo dispuesto no sólo a morir, sino también a soportar una muerte
terrible y dolorosa.
59
una beca para la UCLA, todo tipo de cosas buenas. Se preguntarán: «¿por qué yo?» A
veces no hay explicación para las cosas, sobre todo las que son malas”.21
Arthur Ashe no era un líder religioso, pero era un hombre de fe. Estoy tan agradecido
que un laico y una estrella tan respetable, haya hablado sobre el tema para los cristianos.
Hay que concentrar la atención en la muerte, el hecho de que el Hijo de Dios vino y no
murió de una muerte cómoda, rodeado de sus santos discípulos como San Francisco o
Gautama Buddha, o incluso p. Damián rodeado de sus queridos leprosos, los santos
frecuentemente han tenido una hermosa muerte rodeados de discípulos que cantaban y
rezaban al Señor. Sin embargo Jesús murió rodeado de sus enemigos y soportó por nosotros
la muerte más difícil. Eso fue una verdad consoladora para Arthur Ashe, y también puede
serlo para ti.
Aprendiendo de la muerte
La muerte es una influyente maestra y tiene muchas lecciones para darnos. Aprende
de la muerte que nada en este mundo dura para siempre, que en esta vida todo pasa. Aprende
de la muerte a no apegarte a nada de tal manera que no puedas irte sin eso. En cambio,
aprende a dirigir todas tus cosas a la eternidad. No te sientas tan cómodo con nada en este
mundo, porque no estarás preparado para dejarlo. La fe nos da el inmenso consuelo de saber
que todas las cosas buenas, cosas que tuvimos en esta vida, nos serán restituidas al otro lado
de la tumba pero de un modo inmensamente más hermoso. Es natural que le tengamos
miedo. No sabemos cómo es la muerte. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre
llegó, lo que Dios preparó para los que le aman (1Cor 2, 9). Pero sabemos, pues Cristo nos
dice: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones (Jn 14, 2).
Deseo tanto, en atención a los creyentes y a los que buscan saber sobre esto, al punto
que he suplicado por una prolongada enfermedad terminal. Espero que el Señor me de
tiempo para grabar algunas reflexiones sobre la actitud cristiana ante la muerte mientras me
esté muriendo. Ese tipo de testimonios deberían ser convincentes. Ya hablé con las hermanas
de San Pablo, que publican videos, y con las Dominicas de Hawthorne, que cuidan a los
moribundos, y tal vez podamos llegar a un acuerdo. Ellas traerían las cámaras, mientras me
reciben en la casa del Rosario. Veremos si para entonces estoy lúcido como ahora. Debería
contraer cáncer lo más pronto posible, si es que voy a contraer algo, para poder ir a la casa
del Rosario. Quisiera dar este mensaje: «No huyas de la muerte. No luches contra la muerte.
Y cuando la muerte te esté robando algún ser cercano, por Dios, reza. Reza
prolongadamente, reza bien, reza incluso desesperadamente, reza desde lo más profundo de
tu corazón. Es patético asistir a funerales en los cuales nadie reza».
21
“The changing Faces of Arthur Ashe: From Private Pain to Public Servicio”, en New York Times, Sección Deportiva,
Domingo 25 de Octubre de 1992.
60
Dolor bien asumido
Cuando Santa Mónica estaba muriendo, sus dos hijos, Agustín y Navigius, dijeron
algo al respecto: “Madre, soporta. Tomaremos un barco y te llevaremos de regreso a África
así podrás ser sepultada en tu tierra natal”. Mónica no estaba interesada en los funerales,
estaba interesada más bien en las oraciones y especialmente en que ofrecieran el sacrificio
del Cuerpo y Sangre de Cristo por su alma. Agustín recuerda:
“Porque ella cuando sintió la muerte no pensó en que su cuerpo fuera
suntuosamente sepultado ni embalsamado con aromas; no deseó que se le alzara ni se
preocupó de ser inhumada en su tierra natal. Nada de eso nos mandó, y su único deseo
fue que la recordáramos ante tu altar, en el que ella sirvió sin faltar una vez cuando
sabía que en alguna parte se iba a ofrecer la víctima santa por cuya inmolación fue
anulado el decreto que nos era contrario (Col 2, 14) y fue dominado el enemigo que
lleva cuenta de nuestros pecados para enrostrarnos con ellos, pero nada puede en aquel
por quien lo vencemos... A este sacramento de redención ligó su alma tu sierva con el
vínculo de la fe. Que nadie le quite tu protección; que no se interpongan el león ni el
dragón, ni por la fuerza ni por la insidia; porque ella no va a responder que nada te
debe, ya que si tal dijere refutaría y la tendría consigo mañoso acusador. Dirá, en
cambio, que sus pecados le han sido perdonados por aquel Señor, al que nadie puede
devolver lo que pagó por nosotros sin obligación.
Que descanse pues en paz, con su marido único, pues ni antes ni después de él se
casó con otro; con el marido a quien sirvió y a quien como fruto de su paciencia ganó
para ti. Y tú, Señor y Dios mío, inspira mis hermanos, hijos tuyos y señores míos a
quien sirvo con la voz, con la pluma y con todo el corazón; inspira a quienes esto
leyeren que se acuerden ante tu altar de su sierva Mónica y de Patricio, el que fue su
esposo; pues por la obra de carne de los dos me trajiste a esta vida de un modo que no
conozco. Que se acuerden los que fueron mis padres en esta vida transitoria de los que
son mis hermanos en la Santa Madre, la Iglesia Católica, siendo tú nuestro Padre
común; y también mis compatriotas en la Jerusalén eterna por la cual suspira tu pueblo
peregrino desde la partida hasta el retorno; para que lo que mi madre me pidió en su
último deseo le sea dado con creces por la oración de muchos, lo mismo que por estas
mis confesiones y mis asiduas plegarias” 22.
Que cosa más amable y benéfica puede uno hacer por un difunto que ofrecer el
Sacrificio de Cristo por él. Que hermoso y consolador es rezar por el difunto en su viaje. No
tenemos idea como será ese viaje. No sabemos si ya serán santos en la maravillosa realidad
mística del cielo, por eso recemos con ellos. Los Santos viven en la celebración del Misterio
Pascual del cual la Liturgia de la Misa en este mundo es sólo su reflejo sustancial. En la
liturgia, en que ellos participan, Cristo es el Sumo Sacerdote. Aquí, en este mundo, nosotros
pobres hombres llamados sacerdotes estamos en su lugar, siguiendo su mandato.
Acomoda tu mente para considerar la muerte como se supone que lo hagamos. Ella
puede elevar tus ojos hacia la eternidad. Y cuando se trata de una muerte dolorosa, una
muerte que puede hacerte enojar, que parezca injusta e inmerecida –por ejemplo, una
persona inocente asesinada por malicia- lo más importante es rezar. Debemos recordar
entonces que este inocente ha recorrido un muy corto pasaje hacia la luz de Dios. A pesar
de cuan dolorosa pueda ser su muerte, no importa cuan atormentados sean sus cuerpos con
el sufrimiento, los muertos pasan a través de un muy corto pasillo. Si están preparados,
22
SAN AGUSTÍN, Confesiones, L. IX, c. 13.
61
entran inmediatamente en la vida eterna. Rezamos por nuestros queridos difuntos en su
viaje, para que ya puedan estar en paz con Dios. E incluso nos dice la hermana Faustina, la
mística de la Divina Misericordia, que ella cree que Cristo dialoga con el alma en su camino
hacia la perdición. Ella escribe que le fue revelado que cuando ninguna voz humana puede
hablar con el moribundo, Cristo mismo viene y llama esa alma23. Yo lo creo. Cristo no murió
en la Cruz, no soportó lo que soportó en su vida, para que las personas se pierdan. Si yo
estuviera en camino de perderme [y San Pablo dice que deberíamos “trabajar” por nuestra
salvación con temor y temblor (Fil 2, 12)], podría mirar a los ojos misericordiosos de Cristo
y decir: “¿No?” La respuesta es que no me puedo salvarme a mí mismo, pero debo dar mi
consentimiento a mi propia salvación. De qué modo Dios llama a dar este consentimiento
es algo muy misterioso. Deberíamos estar esperanzados incluso por los que han llevado una
vida de pecado. No estés celoso de ellos. Nosotros hemos recibido mucho más que ellos.
Muchos aparentemente no han recibido mucho. Tal vez fueron ricos, tal vez sus vidas
estuvieron llenas de placer, pero era tan sólo una hueca burbuja. Tú y yo somos las personas
verdaderamente ricas. Si tenemos la fe y los sacramentos, somos verdaderamente ricos, con
un tesoro que no perece.
San Juan de la Cruz enseña que el sol, la luna, las estrellas, la tierra, el mar, el tiempo,
la eternidad y la Madre de Dios, todo nos pertenece. No podemos ser pobres. No podemos
ser completamente desafortunados. Tenemos a los ángeles y santos por amigos. ¿Quién
posee la tierra? Nuestro Padre Celestial. Nosotros no somos pobres. Los mundanos, los no
creyentes, los manipuladores, los que usurpan, ellos sí son pobres. Han invertido sus vidas
en basura. Invierte tu vida en la eternidad si eres un creyente. Fíjate que los que tienen salud
y son verdaderamente creyentes actúan de la misma manera que los otros creyentes. Son
generosos con lo que tienen. Tienen ante sus ojos muy claro que sólo se llevarán con ellos
lo que hayan dado.
¿A qué se parece?
Puede que sean algunos, o muy pocos, o incluso que, ninguno de los que nosotros
queremos, entre en la vida eterna. Es realmente demasiado terrible escribir algo sobre eso.
Es una realidad tan estremecedora como el que Jesucristo haya muerto para que seamos
salvados del infierno. Prefiero más bien dirigir la atención hacia nuestra meta eterna. Frank
Sheed solía decirme: “He oído una docena de buenos sermones sobre el infierno, pero nunca
escuché un buen sermón sobre el cielo”. Y el Señor sabe, que yo no podría predicar uno.
Ese antiguo gran apologista católico decía: “Todos los predicadores me parecen capaces de
celebrar una liturgia eclesial eterna, que no resulta muy atractiva. (He estado en liturgias
eclesiales que me parecían interminables). Puedes imaginarte un sin número de monaguillos
llevando incienso en una procesión o el Coro Mormón en una grabación interminable.
Ninguna de estas cosas es algo terriblemente atractivo”. ¿A qué se parece el cielo? No te lo
puedo decir, pero tenemos un indicio y está precisamente en la Biblia. Estas palabras son,
lamentablemente, poco familiares a la gente. Recientemente estuve presente en las exequias
de un hombre que murió de Sida pero que había sido un carismático muy activo. Fue un
hombre muy devoto desde que volvió a la Iglesia y aun no sabía que ya tenía Sida por su
vida anterior. Estaba bien preparado. Cuando leí estas palabras, había otros carismáticos
presentes, y nadie parecía saber en que parte de la Biblia se encontraban estas palabras.
Inclusive los Protestantes Evangélicos que estuvieron presentes no parecían estar
familiarizados con estas palabras. Yo estaba sorprendido. Yo las leo seguido. Están en las
últimas palabras de la Biblia. Nos dicen algo sobre a que se parece el Reino de Dios.
Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él. El cielo y la tierra
huyeron de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie
24
John Henry Newman, Meditations on Christian Doctrine, XXIII, Prayers, Verses and Devotions, XXIII, (San Francisco
1989), 443-44.
64
delante del trono; fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la
vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. Y
el mar devolvió los muertos que guardaba, la Muerte y el Hades devolvieron los muertos
que guardaban, y cada uno fue juzgado según sus obras. La Muerte y el Hades fueron
arrojados al lago de fuego - este lago de fuego es la muerte segunda - y el que no se halló
inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.
Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva - porque el primer cielo y la primera
tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su
esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con
los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él Dios - con -
ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá
llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado». Entonces dijo el que
está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo». Y añadió: «Escribe: Estas
son palabras ciertas y verdaderas». Me dijo también: «Hecho está: yo soy el Alfa y la
Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la
vida gratis. Esta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para
mi (Ap 20, 11-; 21, 1-7).
¡Yo creo esto! Yo lo creo completa y absolutamente, a pesar de las palabras mismas,
porque son palabras humanas, incapaces de comunicar o contener la realidad completa. Pero
cuando la vida pierde su sentido, cuando las cosas parecen totalmente imposibles, y todo
está perdido, y experimento una de esas pequeñas muertes que nos preparan a todos para la
gran muerte, cuando esto sucede, pienso en esas palabras. Y digo: Yo sé que mi Redentor
vive, y que en el último día, resucitaré del polvo (cfr. Job 19, 25). Amen.
Oración
Oh Santo Espíritu, ilumina mi mente para que la muerte no sea mi enemiga, que no
la tema de una manera no conveniente para un cristiano, que no huya de la muerte, para que
cuando la muerte llegue y se lleve a mis seres queridos, pueda recibirla bien, como una
liberación de esos seres de este valle de lágrimas, a pesar que yo mismo quede
profundamente conmovido, e incluso privado, por su partida de este mundo. Permíteme
saber que la muerte nos recuerda a cada uno de nosotros la infinita realidad de la vida junto
a ti. Permíteme ver todas las cosas en la perspectiva de la muerte y de la vida eterna. Y no
dejes que me llene de temor ante la previsión de mi muerte o la experiencia de la muerte de
mis seres queridos. Más bien, fortalece mi fe, para que en medio de este mundo que cambia
yo pueda estar siempre más cerca de Ti, que nunca cambias y que me esperas a mí, y a mis
seres queridos junto con el Padre y el Hijo en la vida sin fin. Amén.
65
CAPÍTULO 7: ¿CÓMO ACTUAR CUANDO TODO SE DERRUMBA?
¿Qué hacer cuando todo se viene abajo? Esto pasa al menos una vez en la vida de casi
todas las personas. Experimentamos un mes, o un año, o un período de tiempo cuando nada
cobra sentido. Las cosas por las cuales hemos trabajado duramente para proveer de lo
necesario a otros, se destruyen en una noche.
Puede que existan algunas personas a las cuales parece que se les ha ahorrado esta
experiencia. Parecería que en sus vidas todo está en su lugar, todo tiene sentido, todo es
placentero, o casi maravilloso. Pero, como hemos visto, esto es una falsa ilusión, porque en
verdad no ocurre en la vida de nadie. Forma parte de antiguas costumbres inglesas, que
definen nuestras costumbres, el no compartir los dolores y sufrimientos con otros. Así
vivimos con la ilusión de que los demás están viviendo un tiempo magnífico. Pregunta a los
demás cómo se sienten, y te dirán: “Bien”. Y ellos te preguntarán a ti: “¿y tú?”, y tú les
dirás: “Bien”. Ninguno de nosotros está completamente bien. Trabajar con los pobres es una
bendición, ellos no dicen: “Bien”. Pregúntale cómo andan sus cosas, y te dirán: “¡Horrible!”.
Ocurre con frecuencia que quienes han hecho lo mejor, pueden encontrarse arruinados
en sus vidas por un colapso económico, por un fracaso familiar –tal vez un matrimonio en
el cual, al inicio, dieron todo para toda la vida, pero ahora se derrumba; o alguien en quien
confiaban les falla completamente. Algunos entraron en la vida religiosa y tan sólo
alcanzaron a ver cómo se arruina la comunidad a la cual sirvieron. Uno vive rodeado por
gente que ha sido castigada por la vida, de un modo que no tiene ningún sentido. Tal vez
exista por allí aquella extraña persona (estadísticamente esto puede suceder) cuya vida se
desarrolle estupendamente y que finalmente tenga una buena jubilación. Pero también él
morirá. A todos algo les falla, ¿o no? Los que hemos experimentado momentos duros en
nuestras vidas decimos: “Oh, sólo falta una muerte más: la mía”. Estamos preparados para
eso. Pero alguien para el cual la vida ha sido gentil y plácida (de los cuales hay muy, pero
muy pocos) la muerte será tan conmovedora, tan aterradora que apenas sabrá qué hacer. En
las notas del Cardenal Cooke encontré una breve línea que decía: “El hombre que ha sufrido
no temerá la muerte”.
La Divina Providencia
En cualquier ocasión en que llegan hasta mi, personas que se les ha arruinado la vida,
siempre recurro a uno de mis libros favoritos: Abandono a la Divina Providencia, de Jean-
Pierre de Caussade, S.J.25
Te recomiendo vivamente que consigas este libro y medites en él, si estas en cualquier
situación desesperada. El padre de Caussade (+1751) dejó escritas una serie de conferencias
a religiosas de clausura sobre la total confianza en Dios durante los tiempos de conmoción
y escándalos morales en la Francia del siglo XVIII. Estas conferencias y algunas cartas han
sido publicadas. Soy uno de los cientos de miles que, a lo largo de los años, se han
beneficiado inmensamente de sus conferencias y cartas. Su enseñanza se encuentra resumida
en la siguiente carta a una religiosa.
“Experimento aquí el constante cuidado de la Divina Providencia, tan pronto
como sacrifico todo a Dios, que Él encuentra un remedio para todo y me hace encontrar
lo que necesito. Cuando me encuentro sin recursos, me pongo completamente en manos
de la Divina Providencia. Espero todo de Ella, he recurrido a Ella en todo y para todo;
agradezco a Dios incesantemente por todo, recibiendo todo de su divina mano. Y nunca
nos falla, siempre que pongamos toda nuestra confianza en su protección. Pero ¿qué
hace la gente comúnmente? Intentan sustituir con su propia ceguera e impotente
previsión la infinitamente sabia y bondadosa providencia de Dios; se apoyan en sus
propios esfuerzos, y haciendo esto se ponen ellos mismos fuera del orden del amor
divino y pierden toda la ayuda que hubieran tenido de haber seguido ese orden. ¡Qué
25
JEAN-PIERRE DE CAUSADE, S.J., Tratado del Santo abandono a la Divina Providencia, .
67
necedad! ¿Cómo podemos dudar de que Dios entienda nuestros intereses mucho mejor
que nosotros mismos, y que sus disposiciones de los hechos con respecto a nosotros
sea mucho más ventajosas, aun cuando no las entendamos? ¿No bastaría un poco de
sabiduría para decidirnos a permitir ser guiados con docilidad por su Providencia, más
allá de que no alcancemos a entender todos las secretas fuentes que Dios pone en
acción, o los fines particulares que Él tiene en mente?”26.
En tu vida, cuando las cosas comienzan a derrumbarse, aparentemente hechos que
suceden fortuitamente, tal vez por mala voluntad de algunos, o por una enfermedad terminal,
o la muerte, o la inseguridad económica, o la pérdida de una posición, cuando las cosas
comienzan a desmoronarse, ¡por Dios, reza! Pero no la oración que te sirva para decirle a
Dios lo que Él debe hacer. Esa no es una oración que ayude mucho. Dios ya sabe lo que
tiene que hacer. Sino reza la oración que te de la confianza de que estás en las manos de
Dios.
En una Semana Santa, oí confesiones en la isla Riker, la penitenciaria de Nueva York.
Estaba en la sección que llamada “el Bing”, que es la sección para gente que ha sido
rechazada incluso de la zona de máxima seguridad. Los internos pasan 23 horas diarias en
sus celdas. Sin radio, nada, tan sólo una celda. La mayoría de estos pobres hombres estaban
en camino hacia “el Bing” antes de haber puesto un pie sobre la tierra. Casi todos provienen
de las más difíciles circunstancias, y aun así algunos saben como rezar. Debo admitir que
sus oraciones parecen como si quisieran involucrar a Dios en algo. Rezan como estafadores,
porque es el modo en el cual hacen todo. Muchos están cumpliendo sentencia de por vida,
en plazos ahora de cinco años, luego de diez. Mi sermón fue muy simple: “Mantengan sus
ojos abiertos, sus bocas cerradas, sus manos en sus bolsillos, y caminen, no se escapen de
los coches de la policía; y recen”. De algún modo, misteriosamente, aun estos hombres
desesperados saben cómo rezar. Tú sabes cómo rezar. Ciertamente el rezar, es algo que todos
llevamos dentro. No me refiero a las bonitas oraciones o meditaciones, sino a la oración
nacida de una fe desesperada. Tú, yo, todos sabemos cómo rezar en los momentos de
tinieblas.
Uno de mis autores espirituales favoritos, el beato Julián de Norwich, resume
hermosamente este pensamiento:
“Cuando el alma esta agitada por la tempestad, atribulada y desgarrada por las
preocupaciones, entonces es tiempo de rezar. De tal manera que vuelve al alma deseosa
y capaz de responder al llamado de Dios. Pero no existe ningún tipo de oración que
pueda hacer a Dios más atento para ayudar al alma, porque Dios esta siempre atento a
socorrernos. Y por eso he visto que siempre que sentimos la necesidad de rezar, el Buen
Dios nos continúa sosteniendo en nuestro deseo. Y cuando por una especial gracia
suya, lo vemos claramente, sabiendo que no necesitamos nada más, entonces lo
seguimos y Él nos atrae hacia sí por el amor. Ya lo tengo visto, este es el incesante y
maravilloso trabajo de Dios en todo, que así sucede, que lo hace bien, que su trabajo lo
realiza tan sabiamente y con tal poder que está más allá de lo que podemos imaginar,
o sospechar, o pensar”.27
Recuerdo un hombre con quien he estado trabajando, en una situación devastadora,
me mencionó la situación en la que se encontraba cuando renunció a su trabajo. Un hombre
26
JEAN-PIERRE DE CAUSSADE, SJ, Self Abandonment to Divine Providence and Letters, (Autoabandono a la Divina
Providencia y Cartas) trad. Algar Thorold (Rockford, III.: Tan Books, 1959), 115.
27
Daily Readings with Julian of Norwich, ed. Robert Llewelyn, trad. Sheila Upjohn (Springfield, III.: Templegate, 1985),
cap. 43, n. 14.
68
de profunda oración y penitencia, dijo: “Es mejor perder una posición que perder el alma”.
Es importante hacer lo que ese hombre hizo cuando la vida se derrumba. Es sumamente
importante creer que aun en las situaciones más espantosas, Dios está trabajando por nuestra
salvación. Por medio de la oración, las buenas obras, de una vida de entrega, cargando la
Cruz, uno puede dar a Dios la posibilidad de sacar bienes del mal. Es tan sólo por un mal
uso del misterioso poder de la voluntad humana, que podemos detener a Dios para que no
saque bienes de los males. ¿No es eso lo que la Pasión y Muerte de Jesucristo nos dicen?
Estamos todos preocupados por la Iglesia de nuestros tiempos. Créanme, hubo un
tiempo en que estuvo peor. El peor día para la Iglesia Católica fue el primer Jueves Santo.
En ese día Judas Iscariote traicionó a Jesús por treinta piezas de plata. Los otros apóstoles
huyeron. Sólo las santas mujeres, empezando por Nuestra Señora, permanecieron fieles a
Cristo. ¿Qué hicieron? Permanecieron en vigilia orante cerca de Cristo. Parecían impotentes,
pero fueron fieles. Tuvieron fe.
69
Dios lo libró de lo que tal vez la Iglesia no lo hubiera podido librar. Hay cosas peores que
la muerte.
En este preciso momento, alguno de mis lectores estará luchando con cargas
extraordinariamente pesadas, como consecuencia de sus errores, errores que pueden haber
sido muy pequeños a los ojos de Dios. Hay una antigua expresión irlandesa: “a los ojos de
Dios”. “No están casados a los ojos de Dios... No es correcto a los ojos de Dios”. ¿Quién
sabe lo que hay en los ojos de Dios? Yo nunca pretendí ver algo con los ojos divinos. Los
ojos de la Iglesia son algo más, como bifocales. Nosotros pobres y simples hombres a
quienes se nos dejó el encargo de continuar la misión de los apóstoles –obispos, sacerdotes
y diáconos-, no podemos ver las cosas con los ojos de Dios. En una oportunidad cuando
estaba dirigiendo un encuentro, dije: “Saben, no estoy del todo seguro lo que debemos hacer
en este caso”. Alguien me miró e me hizo notar que nuestro Señor siempre estaba seguro de
lo que Él debía hacer. Yo le contesté que nuestro Señor caminó sobre el mar, convirtió el
agua en vino, y resucitó muertos. Yo soy más bien como la Iglesia: camino titubeante. Voy
adelante con muchas dificultades.
En tu vida llegarán tiempos de tinieblas. Si son muy oscuros y amargos, debes saber
que tienes muchos compañeros. Imagínate que un ángel se me apareciera y me dijera:
“Benedict, ya has tenido suficientes problemas hasta ahora, por lo tanto de ahora en más
tendrás un vida encantadora, como en la película «Sound of Music». De ahora en más todo
será fácil y feliz. No se convertirá todo en oro, pero será llevadero. Ya no tendrás más
grandes problemas, desde ahora hasta tu fatal ataque al corazón. ¡Todo será maravilloso!
¿Aceptarás esto?” Yo diría: “¡No! ¡Oh Dios, líbrame de eso!” No lo aceptaría ni siquiera
por un minuto. Tomaría agua bendita y la arrojaría sobre el ángel, gritando: “Tu vienes de
parte del demonio. ¡Fuera! ¡Largo de aquí!”. No quisiera separarme de los dolores y
sufrimientos de los demás. Rechazaría absolutamente esa horrible tentación “recubierta de
chocolate”. El Señor ya ha oído mi oración, porque de hecho, cuando eres sacerdote,
difícilmente tienes tiempo para tus propios problemas. No puedo arreglarlos. Estoy
buscando el día en que pueda poner el siguiente mensaje en mi contestadora automática:
“Este es el padre Benedict. No vuelva a llamar, porque acabo de morir. Espero estar rezando
por usted en el Purgatorio”.
Mi Redentor Vive
Hablé con una querida alma santa, una hermana de clausura que es muy viejita y está
muriendo de cáncer. Ella dijo: “Estoy lista para irme. Estoy ansiosa por encontrarme con
nuestro Señor”. Esta es la respuesta que necesitamos recordar cuando todo se derrumba. Y
todo se derrumbará. ¡La respuesta se llama Fe! Se que mi redentor vive y lo veré en el último
día (Job 19, 25). La mayoría de la veces no hay como explicar o comprender los problemas
o padecimientos de esta vida. La vida es un misterio. Pero Jesucristo, por su venida al
mundo, ha traído la respuesta al misterio de la vida. Es una respuesta práctica, no teórica.
¿Por qué la vida es así? No lo sé. Cuando finalmente pase más allá de mi Purgatorio y tenga
ante mis ojos aquella realidad que Cristo llamó la casa de su Padre, entonces lo sabré. Por
ahora la respuesta práctica es que creo y sé que mi Redentor vive. O en las poderosas
palabras del Cardenal Newman:
72
“El creador del hombre, la Sabiduría de Dios, ha venido, no recubierto de fortaleza
sino de debilidad... En vez de rico, se hizo pobre; en vez de honrado, soportó la
ignominia; en vez de la felicidad, vino a sufrir... Él... ha derramado toda su sangre en
satisfacción [por nuestros pecados] cuando una sola gota hubiera bastado”.
Y luego el Cardenal suplica:
“O Jesús,... Tú eres aun un misterio... a pesar de Tu [asombrosa] naturaleza, y las nubes
y oscuridad que la rodean, Tú puedes pensar en mí con un afecto particular. Tú has
muerto para que yo pueda vivir... [Ahora] como os adoro, oh Amador de las almas, en
tu humillación, podré entonces admirarte y abrazarte en tu infinito y eterno poder”28
Mi Redentor –tu Redentor- tiene el derecho de ser llamado así porque sufrió con
nosotros como también por nosotros. Dios nos podría haber salvado de una manera más
simple, menos terrible que sujetándose a lo peor que los seres humanos podrían hacer, pero
Él quiso que conocieras cuanto nos ama cuando estamos en medio del dolor y del
sufrimiento. Seguramente la salvación no necesitaba llegar por medio de la muerte del
Mesías. Pero es así como llegó, para que supiéramos, en todos los sufrimientos y penas de
esta vida, que nuestro Creador es también nuestro Redentor, que sacará alegría de las penas,
esperanza de la desesperación, amor del odio, vida de la muerte, eternidad del tiempo. Esa
es nuestra esperanza. Sólo esto tiene sentido.
28
JOHN HENRY NEWMAN, Discourses to Mixed Congregations, nn. 302-4, 315; en The Heart of Newman, ed. Przywara
(Londres: Burns and Oates, 1968), 156-58.
73
EPÍLOGO
El Remedio que siempre funciona
En la experiencia humana hay muy pocos remedios que siempre dan buenos
resultados. En caso de una grave desilusión e intenso sufrimiento, hay un remedio que
funciona infaliblemente, cuando este remedio es aplicado cuidadosa y constantemente.
Consiste en salir de si mismo y ayudar a alguien más. Hace poco mencioné una frase que
encontré en algún lugar: “Salva el alma de otra persona, y eso salvará la tuya”. Pienso que
este cuidarse a si mismo, implícito en esa frase armoniza muy bien con la advertencia del
Señor: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Las obras de misericordia son como una
especie de dosis medicinal para el corazón herido.
Cuando hemos perdido a nuestros seres queridos o los fracasos desvanecen nuestros
esfuerzos, encontramos que todo nos incita a replegarnos en la caverna de la auto-compasión
y a relamer nuestras heridas. “¿Por qué tenemos que pensar en los demás? Nadie piensa en
nosotros. Nadie me ama, por eso me amaré a mi mismo, y el mundo puede continuar por su
camino”.
Tal comportamiento parece muy apropiado cuando uno ha sido profundamente
herido, pero es totalmente inútil y se opone al ejemplo y a las palabras de Cristo. El mensaje
del Evangelio es que Dios nos amó aun cuando nosotros no lo amábamos. Cristo dio su vida
por sus amigos aun cuando sabía que ellos lo iban a abandonar. Su profecía de la Pasión y
su sentido para la salvación del mundo -“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos
hacia mi” -, significó su misericordia incondicional ardiendo en medio de las oscuras
tinieblas. Su oración desde la Cruz pidiendo el perdón: “Padre, perdónalos porque no saben
lo que hacen”, es la expresión más perfecta de lo que te estoy diciendo, el remedio para el
sufrimiento y los fracasos es el amor misericordioso.
Tú puedes muy bien creer (y puedes estar acertado) que las heridas causadas por la
falta de alguno de tus seres queridos nunca sanarán. Tendrás que luchar para poder perdonar
un mal que te hicieron y sabes que nunca serás capaz de olvidarlo, pero el ejemplo de Cristo
te puede arrancar de ti mismo. El magnífico consejo de San Juan de la Cruz lo dice de modo
muy eficaz: “Donde no hay amor, pon amor, y sacarás amor”.
El primer paso en tiempos de desolación es volver a tus tareas, cuidar de quienes
dependen de ti. A veces se hace casi con repugnancia. La depresión hunde nuestros pasos y
sumerge todo lo que está a nuestro alrededor. Una voz desde adentro, la voz del amor propio
herido, grita, “Déjenme solo, déjenme llorar y enojarme”. ¡No prestes atención a esa voz!
El paso siguiente es responder a las especiales necesidades de quienes están
desesperanzados o apesadumbrados. Si es el caso de alguien que haya muerto en tu familia,
uno es verdaderamente sabio si se preocupa de los demás, si tiene cuidado de que todas las
cosas salgan bien. Descubrí esto cuando estaba con un gran desánimo, encontré uno que
estaba peor que yo, solo, rechazado, enfermo, y muriéndose. Resistí al impulso de
preocuparme de mi mismo e intenté ayudar a la otra persona. Probablemente no le fui de
mucha utilidad, y me hice un bien más grande a mí que a él, si bien la otra persona lo
agradeció, o al menos lo aceptó.
Generosidad, misericordia, gentileza, preocupación por los demás, incluso la
paciencia son modos de poner en práctica el consejo de Jesús de amar al prójimo como a
nosotros mismos y de ser misericordiosos como Dios es misericordioso. En un momento así
nuestros nervios estarán destrozados, y podemos irritarnos contra alguien. Entonces
debemos estar dispuestos a pedir disculpas, lo cual es gran acto de caridad y atención con
74
los demás, y en lo cual pensamos muy poco. ¡Que noble es ver a alguien agobiado por un
gran peso que lleva también el peso de los demás! ¿Qué puede ser más admirable que la
compasión y misericordia de los que perdonan a los demás mientras que ellos no reciben
consolación ni nadie se apiada de ellos?
Un ejemplo iluminador
Al estar por concluir este pequeño libro, pienso en el gran ejemplo de un amigo, el
Cardenal Terence Cooke, quien luchó silenciosamente con un cáncer por casi una década.
Se agolpan en mi memoria un calidoscopio de escenas: él parado debajo de la lluvia para
saludar a la gente que salía de la Misa pocas semanas después que recibió la noticia de su
enfermedad terminall (desconocida para todos nosotros), su paciencia ante las críticas, su
misericordioso perdón para sus enemigos, su libertad frente a todo deseo de venganza, su
preocupación por el bien de quienes estaban atribulados. El último período de su enfermedad
debió ser más corto de lo que fue, sus últimos meses deberían haber sido un tiempo de
deterioro gradual, sin embargo continuó trabajando duramente por el bien de la Iglesia y de
todos quienes vivían en su esfera de influencia. Durante las últimas semanas de vida dividió
su tiempo entre largos ratos de oración y el escribir cartas importantes sobre cuestiones
relevantes, tales como la vida y la paz en el mundo. Incluso escribió una carta de consuelo
para la archidiócesis de Boston en ocasión de la muerte del Cardenal Madeiros.29
Había un gran olvido de sí en este hombre de verdadera sensibilidad. Uno no podía
notar su sensibilidad por alguna queja suya, sino por su habilidad para percibir los
sentimientos de los demás, para anticiparse a sus necesidades, y para intentar evitar todo lo
que hubiese sido ofensivo para ellos. Muy pocas veces habló de sus dolores y heridas, pero
inmediatamente y por costumbre ponía su atención en las necesidades de los demás.
Recuerdo esto, en mi última visita cuando él yacía moribundo en su residencia. Fue el más
tierno y cariñoso encuentro, y él olvidó tanto sus sufrimientos presentes como las heridas
del pasado. Al día siguiente me internaron en el hospital para una operación del corazón, y
él pidió a su hermana y a un sacerdote amigo suyo que me visitaran y me trajesen un regalo.
Mientras tanto el Cardenal mismo estaba cercano a la muerte. Toda su vida trató de vivir las
bienaventuranzas, especialmente el amor misericordioso: “Bienaventurados los
misericordiosos, porque obtendrán misericordia”.
El ejemplo de la vida de Terence Cooke, como tantos otros siervos de Dios, nos
enseña el hecho de que la caridad es la mejor de las medicinas. Es la medicina del alma. El
amor misericordioso no sólo vence todo, sino que cura todo. Para quienes quieran intentarlo,
aun cuando sea con resistencia y rechazo interior, sus efectos serán duraderos y muy
beneficiosos.
Otro gran obispo tuvo que enfrentar por dos veces la muerte: una siendo arrollado por
un camión enemigo y dejado al costado de la ruta; y en otra ocasión habiendo sido herido
por una bala asesina. Él escribió acerca del sentido del amor misericordioso. Juan Pablo,
Papa, en su encíclica “Dives in Misericordia”, escribe: “Jesucristo nos enseñó que el hombre
no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino también que está llamado a
practicar la misericordia hacia los demás... Todas las bienaventuranzas... indican el camino
de la conversión y la reforma de la vida, pero la que se refiere particularmente a la
misericordia es sumamente elocuente en este tema. El hombre alcanza la misericordia del
29
Ver B. GROESCHEL Y T. WEBER, Thy Will Be Done: A spiritual Portrait of Terence Cardinal Cooke, (Nueva York,: Alba
House, 1991).
75
amor de Dios, su Misericordia, en cierto punto para que también se muestre transformado
interiormente en el amor hacia los demás”.30
30
Papa JUAN PABLO II, Dives in Misericordia, 41-42.
76
ORACIONES Y PENSAMIENTOS PARA TIEMPOS DE OSCURIDAD
Cuando uno está atravesando tiempos de oscuridad y tribulación, suele ser muy útil
aferrarse a la oración o a un buen pensamiento. Estamos demasiado absorbidos como para
pensar en algo complicado. Necesitamos más bien algo simple que vaya a lo esencial. Las
siguientes oraciones y pensamientos, ordenadas de acuerdo de acuerdo a los temas de los
cuales hemos hablado, pueden ser de ayuda.
No te preocupes, Mt 6, 25-34
«Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por
vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más
que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros;
y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás,
¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su
vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen;
no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como
uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así
la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues,
preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a
vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre
celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas
esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se
preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.
78
CUANDO TODO PARECE TINIEBLAS
79
Pero, puede ser, oh Señor, que esta impresión de vacío sea parte de un plan divino.
Tal vez ante tus ojos, la autocomplacencia es la más odiosa de todas las vanidades, y
debemos llegar a Ti desnudos de manera que Tú, solamente Tú, nos cubras. 31
–MARGUERITE TEILHARD DE CHARDIN.
31
The Soul Afire, ed. H. A. Reinhold (Nueva York, Doubleday, Image Books, 1973), 109. Margarita de Chardin fue la
fundadora de la Unión de los Enfermos en Francia durante los años 1930s.
80
CONFIANDO EN DIOS
La Roca de Refugio
La anchura, la solidez y la firmeza de la piedra, sólo se encuentran en la vasta
extensión de la voluntad divina, que se presenta sin cesar bajo el velo de las cruces y
acciones más ordinarias. Es en la sombra de éstas donde Dios esconde su mano para
sostenernos y conducirnos. Esta convicción debe bastar a un alma para llevarla al más
sublime abandono. Y en el momento en que así lo hace, queda ya a cubierto de la
contradicción de las lenguas, pues el alma no tiene nada que decir ni hacer en su defensa,
puesto que su obra es la obra de Dios, y no en otra parte puede hallarse su justificación.
Además, sus efectos y consecuencias le justificarán suficientemente, y bastará con dejar que
todo vaya adelante. «El día al día le pasa el mensaje» [Sal 18,3].
[Impulso continuo de gracia]. Cuando uno no se gobierna por sus propias ideas, no
necesita defenderse con palabras. Nuestras palabras no pueden expresar más que las ideas
que concebimos; y si no existen estas ideas, tampoco hay palabras, porque ¿para qué
servirían? ¿Para dar razón de lo que se hace? Pero si es que el ama no conoce esa razón, que
permanece oculta en el principio que le hace actuar, y del que sólo siente el impulso de una
manera inefable. Es preciso, pues, dejar que cada momento sostenga la causa del momento
siguiente; y todo se sostiene en este encadenamiento divino, todo resulta firme y sólido, y
la razón de lo que precede se ve por el efecto de lo que le sigue.
Quedó atrás una vida de pensamientos, imaginaciones, una vida de palabras múltiples.
Ya no es todo eso lo que ocupa al alma, lo que la alimenta y entretiene. Ya ella no se mueve
ni se sostiene con esas cosas. El alma no ve ni prevé ya por dónde habrá de avanzar. No se
ayuda ya con reflexiones para animarse al trabajo y aguantar las incomodidades del camino,
y va pasando por todo en el sentimiento más íntimo de su debilidad. El camino se va
abriendo a su paso, entra en él, y por él marcha sin ninguna vacilación. Esta alma es pura y
santa, simple y verdadera: camina por la línea recta de los mandamientos de Dios, en una
continua adhesión al mismo Dios, que incesantemente encuentra en todos los puntos de esta
línea.32
-JEAN PIERRE DE CAUSSADE, S. J.
El Guía Silencioso
El alma es empujada hacia adelante sin ver el camino abierto ante sus ojos. No va ni
por donde ella ha visto, ni según lo que ha leído. Así es como va la acción propia, y no puede
ir de otro modo, ni asumir otros riesgos. Pero la acción divina es siempre nueva, no vuelve
nunca sobre sus antiguos pasos, y va abriendo siempre caminos nuevos. Las almas que ella
conduce no saben dónde van, y sus senderos no están ni en los libros ni en sus reflexiones.
La acción divina les va abriendo camino continuamente y entran en él empujadas por su
impulso.
[Un guía amigo nos guía en la noche]. Cuando uno es conducido por un guía a través
de un país desconocido, de noche, por los campos, sin camino, según su instinto, sin tomar
consejo de nadie, y sin querer descubrir sus planes, ¿puede tomarse otra actitud que la del
abandono? ¿Sirve de algo mirar dónde está uno, interrogar a los que pasan, consultar el
mapa o a otros viajeros? El plan y, por decirlo así, el capricho del guía, que quiere que se
32
El abandono en la divina Providencia, c. 4. (ed. M. Olphe-Galliard, trad. J. M. Iraburu - B. Aguerrea, en Fundación
GRATIS DATE, Pamplona 1999). Existen varias traducciones: Tratado del santo abandono a la providencia divina, Apostolado
de la Oración, Buenos Aires 1983; Apostolado Mariano, Sevilla 1998; todas estas ediciones traducen la obra de Caussade en la
versión de Ramière.
81
confíe en él, se verían contrariados por todo eso. Le agrada poner a prueba la inquietud y la
desconfianza del que es conducido, pues lo que pretende es que se confíe totalmente a él; y
si se asegura de que es bien guiado, ya no habría ahí ni fe ni abandono.
La acción divina es esencialmente buena, y no quiere en absoluto ser cambiada o
controlada. Comenzó a obrar desde la creación del mundo y, desde entonces, fecunda e
inagotable, obra sin limitación alguna, dando cada día y momento nuevas pruebas de su
poder. Hacía esto ayer, y hoy hace esto otro. Es la misma acción que se va aplicando a todos
los momentos por medio de efectos siempre nuevos, y así se irá desplegando eternamente.
[Dios conduce en la noche a sus santos]. Esa acción divina es la que ha hecho a Abel,
Noé, Abraham, bajo modelos diferentes. Isaac es un original suyo, y Jacob no es una copia
ni de José ni de él. Moisés no ha tenido a nadie semejante entre sus antepasados. David y
los profetas son todos distintos de los patriarcas. San Juan Bautista es más grande que todos
ellos.
Jesucristo es el primogénito: los apóstoles obran más por la moción de su espíritu que
por la imitación de sus obras. Y Jesucristo no se ha imitado a sí mismo, ni ha seguido a la
letra sus propias doctrinas. El Espíritu divino inspira siempre su santa alma, y él,
abandonado siempre a su inspiración, no tiene necesidad de consultar al momento
precedente para dar forma al siguiente. La moción de la gracia da forma a todos sus instantes
siguiendo el modelo de las verdades eternas, que la Santísima Trinidad guarda en su
invisible e impenetrable sabiduría. El alma de Jesucristo recibe en cada momento las órdenes
y las realiza, haciéndolas visibles. El Evangelio nos va mostrando la continuidad de estas
verdades en la vida de Jesucristo, y Él mismo, siempre vivo y operante, vive y obra
continuamente, también hoy, nuevas cosas en las almas santas.
[Abandono perfecto de Jesucristo]. Así pues, si queréis vivir evangélicamente, vivid
en pleno y puro abandono a la acción de Dios. Jesucristo es la fuente de este abandono, y
«Él era ayer, es hoy mismo y lo será eternamente» [Heb 13,8], para continuar siempre su
vida y no para recomenzarla. Lo que Él hizo, hecho está, y lo que resta, lo va haciendo en
todo momento. Cada santo recibe una parte de esta vida divina. Jesucristo es siempre el
mismo, aunque sea diferente en cada uno de sus santos. La vida de cada santo es la misma
vida de Jesucristo, es un Evangelio nuevo. 33
- JEAN PIERRE DE CAUSSADE, S.J.-
33
El abandono en la divina Providencia, c. 11.
82
parte en esta gran obra; soy un eslabón en una cadena, un nudo de conexiones entre personas.
No me ha creado en vano. Haré el bien, haré su obra; seré un ángel de paz, un predicador de
la verdad en mi propio lugar, aun cuando no me lo proponga, pero si lo hago observaré sus
mandamientos y lo serviré en mi llamada.
3. Por eso confiaré en Él. Sea lo que sea, esté donde esté, jamás seré abandonado. Si
estoy en la enfermedad, mi enfermedad puedo servirlo; si en la perplejidad, mi perplejidad
puede servirlo; si estoy en el dolor, mi dolor puede servirlo. Mi enfermedad o perplejidad,
mi dolor puede ser la causa de un gran fin, que está muy por encima de nosotros. Él no hace
nada en vano; Él puede prolongar mi vida, o la puede acortar; Él sabe lo que quiere. Puede
quitarme mis amigos, puede dejarme entre extraños, me puede hacer sentir desolado, hacer
que mi espíritu se hunda, ocultarme el futuro, aun así sabe lo que quiere.
Oh Adonai, oh Señor de Israel, Tú que guiaste a José como un rebaño, oh Emmanuel,
oh Sabiduría, me entrego a Ti. Confío en ti plenamente. Pues Tú eres más sabio que yo, me
amas más de lo que yo a mi mismo. Dígnate llevar a su plenitud en mi tus elevados planes,
cualquiera que sean, obra en y a través de mi. He nacido para servirte, para ser Tuyo, para
ser tu instrumento. Permíteme ser un instrumento ciego. No te pido ver, no te pido saber,
sólo te pido ser usado. 34
- CARDENAL JOHN HENRY NEWMAN
34
Meditations on Christian Doctrine, I, en Prayers, Verses, and Devotions, (San Francisco: Ignatius Press, 1989), 338-39.
Esta oración fue escrita en 1848, cuando Newman experimentaba algunos fracasos y malos entendidos.
83
ORACIONES PARA TIEMPOS DE ENFERMEDAD
35
The Practice of the Presence of God, carta 11, (Old Tappan, N.J.; Fleming H. Revell, Spire Book, n.d.), 55-57. Hay muchas
ediciones disponibles. El hermano Lawrence, un carmelita laico francés del Siglo XVII, nos ofrece muchas hermosas palabras
sobre la confianza en Dios, muy apreciadas en la literatura espiritual.
84
ORACIONES DE UN PASTOR DE ALMAS36
36
Atribuidas al Cardenal Terence Cooke, Prayers for today, 2da ed. (Nueva York, Alba House, 1991), 55ss. Estás oraciones
fueron halladas en una antología que el Cardenal publicó, y como no se le atribuyen a nadie más, se asume que le pertenecen a
él.
85
Cristo dijo a sus amados: “Yo estoy con vosotros, no teman, no estén ansiosos”. Pueda
yo confiar, que en las pruebas y cruces de mi vida, Tu, Oh Señor, serás mi constante
compañero. Cuando no pueda levantarme, Tú me llevarás amablemente en tus brazos.
Que no tema lo que pueda pasar mañana. Que el mismo Padre eterno que cuida de mi
hoy, me cuidará mañana y así por el resto de mis días. Tú, Oh Señor, me protegerás del
sufrimiento o me darás la fuerza para soportarlo pacientemente. Pueda yo estar en paz, y
dejar de lado todos los pensamientos inútiles, todas las ansiedades y preocupaciones. Amen.
86
EL AMIGO QUE NO CAMBIA
La amistad de Jesús
Estándome sola, sin tener una persona con quien descansar, ni podía rezar ni leer, sino
come persona espantada de tanta tribulación y temor de si me había de engañar el demonio,
toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí. En esta aflicción me vi algunas y
muchas veces, aunque no me parece ninguna en tanto extremo. Estuve así cuatro o cinco
horas que consuelo del cielo ni de la tierra no había para mí, sino que me dejó el Señor
padecer temiendo mil peligros.
¡Oh, Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero, y como poderoso, cuando queréis
podéis, y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas las cosas, Señor del mundo!
¡Oh, quién diese voces por él para decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas
faltan; Vos, Señor de todas ellas, nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama.
¡Oh, Señor mío, qué delicada y pulida y sabrosamente los sabéis tratar! ¡Oh, quién nunca se
hubiera detenido en amar a nadie sino a Vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien
os ama, para que en el extremo del trabajo se entienda el extremo de vuestro amor37.
-SANTA TERESA DE ÁVILA-
37
Libro de la Vida, c. 25, 17, en Obras Completas, Burgos 2006, 252-253.
38
Obras completas de Teresa de Lisieux, Burgos 1980, 579, carta del 12 de julio de 1896. Santa Teresa, una santa del Siglo
XIX, religiosa carmelita, informalmente enseñó “El pequeño sendero del amor” como un camino a Dios. Ella escribió esta carta
a su hermana Leonia.
39
Tarjeta de oración: Santa Teresa de la Trinidad, “Meditations based on Writings of St. Thérèse of Lisieux” (Carmel of Terre
Hauste, Ind.).
87
–SANTA TERESA DE LISIEUX-
41
Imitación de Cristo, L III, c 21. Tomás de Kempis. Hay muchas versiones disponibles. Este gran clásico espiritual ha caído
en desgracia por su estilo y su espiritualidad intransigente. Tanto bien puede aun encontrarse en él.
89
LA MISERICORDIA DE DIOS
90
Vuelo hacia Tu misericordia, Dios compasivo, ya que sólo Tú eres bueno. A pesar de
que mi miseria es grande, y mis ofensas muchas, confío en Tu misericordia, porque Tú eres
el Dios de la Misericordia; y desde tiempos inmemoriales, nunca se ha oído que, ni lo
recuerden el cielo ni la tierra, un alma que en Ti confía se haya visto desilusionada.
Oh Dios de compasión, solo Tú puedes justificarme, y nunca me rechazarás, cuando
contrita, me acerco a Tu corazón misericordioso, donde nunca nadie ha sido rechazado a
pesar de que haya sido el peor de los pecadores.42
-BEATA FAUSTINA KOWALSKA-
42
Jesus, I Trust in You, (Cracovia, Polonia; Basílica de la Divina Misericordia, 1994), 62. La Beata Faustina Kowalska (S.
XX) fue una religiosa y mística polaca.
43
Citado en Erich Przywara, S.J., The heart of Newman k, (Londres, Burns and Oates, 1963), 197.
91
EN EL MOMENTO DE LA MUERTE DE LOS SERES QUERIDOS
Mirando adelante
Muchos siglos antes de Cristo, miles tal vez, tal era el modo de mirar las cosas,
sobrevivir a la miseria de solo existir. Así lo sintieron los judíos del Antiguo Testamento;
así lo sintieron los grandes griegos.
Pero yo no. Cristo nos dijo que se ha ido a prepararnos un lugar para que donde Él
está podamos estar nosotros. Su palabra de bienvenida cuando lleguemos allí será: “Entra
en el gozo de mi Padre”. ¿Este gozo está más allá de lo que puedo ahora comprender? Así
lo espero, no quiero quedarme en mi nivel actual.
Pero Dios estará allí, finalmente visto con una visión directa; Cristo estará allí y su
Madre y todos quienes no lo han rechazado. Para quienes he amado aquí tendré un amor sin
manchas, el gozo que he sentido en ellos lo tendré allí, radiante.
Hay un pequeño asunto que me resulta peculiar. He escrito tanto sobre la Santísima
Trinidad: la visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ¿hará que desee regresar a la
tierra y llorar por lo que escribí? Siento también cierta incertidumbre acerca de encontrarme
con San Agustín cuyas “Confesiones” traduje. Solo puedo esperar que él piense mejor que
yo acerca de mis traducciones. Pero tal vez, ahora él piense que su propio libro es bastante
malo, y mi traducción no mucho peor.
Se, porque lo he visto, que cuando se acerca la muerte, hay una disminución del flujo
de energía del alma al cuerpo, una pérdida del lazo entre ellos, una ansiedad que puede
producir una verdadera angustia. Espero que cuando ese tiempo llegue un sacerdote esté allí
para escuchar mis pecados y absolverme en el nombre de Cristo y darme la santa Eucaristía
(la cual la Iglesia amablemente llama viaticum – viático, provisiones para el viaje) y me unja
especialmente los sentidos a través de los cuales, desde el inicio de mi vida, el mundo me
ha inundado.
Pero con todo esto, no puedo concebir una vida futura sin la posibilidad de una
purificación (lo cual se significa con la palabra purgatorio), no porque yo lo he merecido,
44
Confesiones, L. IX, c. 3.
92
sino porque lo necesito. Me repugna el pensamiento de entrar a la presencia del Dios
totalmente puro siendo yo un objeto manchado. Hay elementos de mi mismo aun no
dominados, como el hecho de que yo quiera lo que quiero tan sólo porque yo lo quiero.
Sanar es una palabra más acorde que purificarse. Mi voluntad necesita ser rectificada; y esto
no puede hacerse sin dolor, no el dolor del castigo, pena de separar la voluntad del hábito
que creció como una segunda naturaleza. Aquí o allí, con la ayuda de Dios debo querer
rectificar mi propia voluntad. Él me ayudará a hacerlo. Pero Él no lo quiere hacer por mi.
Difícilmente haya conocido a alguien que quiera ir al Cielo. Yo sí. Pero no ya. No
hoy. Tal vez la próxima semana.
Hay por lo tanto una evasión. Claramente soy un rompecabezas que no he sido aún
plenamente resuelto.45
–FRANK SHEED-
45
Death into life (Nueva York, Arena Letters, 1977), 132-134. Frank Sheed (+ 1981) fue un gran apologista.
46
Ritual Romano, (Nueva York, Benziger Brothers, 1946) 204.
93
nos has redimido por tu preciosa sangre, apiádate de Tu siervo(a), N.N., y guíalo(la) a los
amables lugares del paraíso siempre nuevos para que pueda vivir contigo con amor indiviso,
y nunca se separe de Ti y de quienes Tú eliges. Tú, que con el Padre y el Espíritu Santo
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
-RITUAL ROMANO-
Oremos
Concede, Oh Señor, te pedimos, que mientras lamentamos la partida de nuestro
hermano(a), Tu siervo, de esta vida, podamos tener presente en nuestras mentes que
seguiremos su mismo camino. Dadnos la gracia de estar listos para aquel último momento
por medio de una vida devota, y protégenos de una repentina e imprevista muerte. Enséñanos
como velar y orar, para que cuando llegue tu llamada, podamos dirigirnos al encuentro del
Novio y permítenos entrar con Él en la vida eterna. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
II
Padre todopoderoso y misericordioso, tu conoces la debilidad de nuestra naturaleza.
Inclina tu oído con compasión por tus siervos, sobre quienes has dejado la pesada carga del
dolor. Quita de sus almas el espíritu de rebelión, y enséñales a ver tus buenos propósitos
actuando en todas las pruebas que les envías. Concede que no desfallezcan en infructíferos
e inútiles lamentos, ni dolor como aquellos que no tienen esperanza, sino que con sus
lágrimas miren dócilmente a Ti, el Señor de la Consolación. Por Cristo Nuestro Señor.
Amén.
47
El suicidio de un ser querido es uno de los dolores más grandes a los cuales uno pueda enfrentarse. Se experimente una
angustia que sólo pueden comprenderla quienes lo han vivido. He experimentado un suicidio tiempo atrás, escribo esta oración
por aquellos que conozco. A pesar de que este perturbado joven se quito la vida varios años atrás, cuando su novia lo abandonó,
el disparo aun resuena en mi mente. BJG.
94
–RITUAL ROMANO-
En el Paraíso
Que los ángeles te conduzcan al paraíso; que los mártires se adelanten a darte la
bienvenida en tu camino, y te guíen hacia la ciudad santa, Jerusalén. Que el coro de los
ángeles te reciba y que descanses con Lázaro para siempre, que una vez fue pobre.
–RITUAL ROMANO-
95
LECTURAS SUGERIDAS
Se han escrito muchos libros para las personas que atraviesan arduos momentos de
prueba. Junto con los libros ya mencionados en este libro, los siguientes me parecen que
pueden serles muy útiles.
Una hermosa y estimulante enseñanza sobre el sentido del dolor es la Carta Apostólica
del Papa Juan Pablo II, Salvifici Doloris, publicada en febrero de 1984. Mi amigo Peter
Kreeft ha escrito sobre este penetrante asunto en sus libro: Making sense Out Suffering
(sobre el sentido del sufrimiento).
El libro The Humility and Suffering in God (L'humilité de Dieu; La souffrance de
Dieu) de François Varillon nos explica mucho como para aprender sobre la visión de Dios
sobre la historia. Siempre me ha parecido muy iluminador y conmovedor el libro de Romano
Guardini, El Señor. La Tristeza de Cristo de Santo Tomás Moro es una grandiosa
meditación, como un gran número de libros y cassettes del Obispo Fulton J. Sheen.
Uno de los libros más comunes sobre este punto es Cuando a La Gente Buena Le
Pasan Cosas Malas (Vintage 2006)) escrito por el rabino Harold S. Kushner. Este sensible
libro de un hombre compasivo nos trae la experiencia de las Escrituras Judías, a pesar de
que también el Rabino Kushner menciona la perspectiva única que los sufrimientos de Cristo
deben dar a los padecimientos de los cristianos. Algo sobre el mismo tema es el libro de
Bartholomew Gottemoller, monje trapense, titulado Why Good People Suffer (Por qué sufre
la gente buena) (Nueva York, Vantage Press, 1987). Otro libro, Where is God when you
need Him? (¿Dónde está Dios cuando lo necesitas?) (Nueva York: Alba House, 1992), por
Karl Schultz, une la historia de Job con las enseñanzas de Cristo en una manera muy útil y
meditada.48
Cuando todo está dicho y hecho, las más poderosas enseñanzas alguna vez escritas
sobre el dolor y la muerte están en las Sagradas Escrituras. Es por esto que cada año durante
Semana Santa la Iglesia nos conduce a través de la solemne conmemoración de la Pasión,
Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
48
N. tr. a modo de sugerencia nos permitimos agregar: P. Miguel Fuentes, El dolor salvífico - Acompañando a nuestros
enfermos y ancianos con la reflexión y la plegaria (2ª Ed.); el film de Mel Gibson, La Pasión; y el sitio web sobre la Sábana
Santa: www.sindone.org.
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