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Hora santa penitencial


Oración Inicial
Señor que en tu infinita misericordia nos invitas a todos a  inclinar la
cabeza en señal de humildad y a pedir perdón por nuestros pecados,
recordándonos que en pena de nuestras culpas un día volveremos al polvo,
concédenos abrir  nuestros corazones al arrepentimiento y a la esperanza.
Que este tiempo de Cuaresma nos prepara para la celebración del misterio
pascual en el cual Cristo salva al hombre del pecado y a la muerte eterna y
transforma la muerte corporal en un paso a la vida verdadera, a la
comunión beatificante y eterna con Dios. Amén.

Entonamos un canto

Lectura del  libro del  Profeta Joel 2, 12-18

Esto dice el Señor: “todavía es tiempo. Conviértanse a mí de todo corazón,


con ayunos, con lágrimas y llanto; enluten  su corazón y no sus vestidos.
Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo  y misericordioso,
lento a la cólera, rico en clemencia y se conmueve ante la desgracia. Quizá
se arrepienta, se compadezca de nosotros y nos deje una bendición, que
haga posibles las ofrendas y libaciones al Señor, nuestro Dios.

Toquen la trompeta en Sión, promulguen un ayuno, convoquen la


asamblea reúnan al pueblo, santifiquen la reunión, junten a los ancianos,
convoquen a los niños, aún a los niños de pecho. Que el recién casado deje
su alcoba y su tálamo la recién casada.

Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor,


diciendo “Perdona, Señor, perdona a tu pueblo. No entregues tu heredad a
la burla de las naciones. Que no digan los paganos: ¿Dónde está el Dios de
Israel?” Y el Señor se llenó de celo por su tierra y tuvo piedad de su
pueblo.

Palabra de Dios
Reflexión

Conviértanse a mí de todo corazón.

Esto dice el Señor: Convertíos a mí de todo corazón, en ayuno, en llanto y


en gemidos. Rasgad vuestros corazones y no vuestras vestiduras (Joel 2,
12. 13) El elemento esencial de la conversión es en verdad la contrición del
corazón, un corazón roto, golpeado por el arrepentimiento de los pecados.
Este arrepentimiento sincero incluye de hecho  el deseo de cambiar de vida
e impulsa a ese cambio real y practico. Nadie está libre de este empeño:
todo hombre aun el más virtuoso, tiene necesidad de convertirse, es decir,
volver a Dios con más plenitud y fervor, venciendo aquellas debilidades y
flaquezas que disminuyen nuestra orientación total hacia Él.

La cuaresma es precisamente el tiempo clásico de esta renovación


espiritual “Ahora es el tiempo propicio, ahora es el tiempo de la salvación
personal. “Os pedimos en nombre de Cristo, reconciliaos con Dios, insiste
el Apóstol y añade: “Os exhortamos a recibir en vano la gracia de Dios. No
solo el que está en pecado mortal tiene necesidad de esta reconciliación
con el Señor, toda falta de generosidad, de fidelidad a la gracia impide la
amistad intima con Dios, enfría las relaciones con él, es un rechazo de su
amor y por lo tanto exige arrepentimiento, conversión, reconciliación.

El mismo Jesús indica en el Evangelio los medios especiales para


mantener el esfuerzo de la conversión, la limosna, la oración, el ayuno e
insiste de manera particular en las disposiciones interiores que los hacen
eficaces. La limosna “expía los pecados” cuando es realizada con la
intención única de agradar a Dios y de ayudar a quien está necesitado, no
cuando se hace para ser alabado. La oración une al hombre con Dios y
alcanza su gracia, cuando brota del santuario del corazón, pero no cuando
se convierte en una vana ostentación o se reduce a un simple decir
palabras. El ayuno es  sacrificio agradable a Dios y redime las culpas. Si la
mortificación corporal va acompañada de la otra, sin duda más
importante, que es la del amor propio. Solo entonces, concluye Jesús, “tu
Padre que mira en lo secreto le recompensara” (Mt 6, 4.6.18)    es decir, le
perdonara los pecados y te concederá gracia siempre más abundante.

Momento de silencio

Nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses 2,5: “Tengan los mismos
sentimientos de Cristo Jesús...”
La Virgen María nos habla directamente a nosotros desde el Evangelio, y
nos da este consejo en el que resume toda su enseñanza: “Hagan todo lo
que Él les diga...” (Jn. 2,5)

También Jesús nos pidió: “Permanezcan en mi...El que permanece en mí, y


yo en él, da mucho fruto...” (Jn. 15,4-5). En otra ocasión nos dice: “Yo soy
la puerta, el que entra en mi se salvará...” (Jn. 10,9).

Teniendo en cuenta todo esto queremos hacer un examen de conciencia


fijando nuestra mirada en Jesús que está frente a nosotros en la
Eucaristía, repasando sus palabras, sus enseñanzas y su ejemplo a través
del Evangelio.

Antes de empezar recordemos lo que Cristo dijo de la pecadora que


derramó perfume sobre los pies: “Porque AMO MUCHO, se le PERDONÓ
MUCHO” (Lc. 7, 47).

Entonamos un canto

“Padre quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté...” (Jn.
17,24)

Poco tiempo antes de morir Jesús rezó a Dios Padre pidiendo por todos
nosotros y esta fue una de las cosas que el pidió. ¿Estamos donde está
Cristo? ¿Tratamos de estar siempre cerca suyo? ¿Es Cristo el centro de
nuestra vida espiritual? ¿Tratamos de conocerlo, de imitarlo...?

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a los otros, que como
yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn.
13,34-35)

“Como yo os he amado”...¿Cómo nos amó Jesús? Trata de recorrer la vida


de Jesús, sus actitudes...y piensa ¿cómo no ama Jesús? ¿Se parece mi
amor a los demás al amor de Jesús? ¿Cómo es mi amor? ¿Qué tengo que
cambiar para hacerlo más semejante al amor de Jesús?.

San Pablo en su 1ra carta a los Corintios 13,1-3 nos ayuda dándonos una
descripción de cómo debe ser nuestro amor. Trata de detenerte en cada
una de las características que tiene el amor.

“El amor:

Es paciente

Es servicial
No es envidioso

No hace alarde

No se envanece

No procede con bajeza

No busca el propio interés

No se irrita

No tiene en cuenta el mal recibido

No se alegra de la injusticia

Se regocija con la verdad

Todo lo disculpa

Todo lo cree

Todo lo espera

Todo lo soporta

El amor no pasará jamás...”

“Estad siempre alegres en el Señor, otra vez os lo digo, estad siempre


alegres. Que vuestra bondad sea conocida de todos...” (Fl. 4, 4-5)

¿Soy una persona alegre? ¿Transmito mi alegría a los demás? ¿Trato de


alegrar la vida de aquellos que me rodean? ¿Llevo la alegría a mi casa, a mi
clase, entre mis amigas...? ¿Qué motivos tengo para estar alegre?.

“Ustedes son la sal de la Tierra...” (Mt. 5,13)

Momento de silencio

Una comida sin sal no tiene gusto a nada. Jesús no dice que debemos ser
“sal” en la vida de los demás. ¿Trato de hacer más agradable la vida de los
demás? ¿Veo si tienen algún problema y trato de ayudarlos? ¿Trato de
acompañar a los que están más solos?.
“Padre perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a lo que nos
ofenden... Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo
también los perdonará a ustedes...” (Mt. 6, 12.14)

¿Soy sincero cada vez que rezo el Padre Nuestro? ¿Sé perdonar a los que
me ofenden? ¿Soy rencoroso? ¿Me cuesta olvidarme cuando alguien me
pelea o me hace algo malo? ¿Se disculpar los defectos de los demás?
¿Trato de convivir con sus defectos o estoy todo el tiempo marcándoselos?
¿Pido perdón cuando soy yo el que ofendo o lastimo a los demás?

“Ve a reconciliarte con tu hermano...trata de llegar enseguida a un


acuerdo con tu adversario...” (Mt. 5,24-25)

¿Sé terminar una pelea aunque el otro empezara? ¿Busco reconciliar otros
cuando se pelean? ¿Cuándo alguien intenta reconciliarse conmigo se lo
hago más fácil o pongo condiciones?

Momento de silencio para meditar / canto

Un centurión le pidió a Jesús que fuera a curar a su sirviente diciéndole:


“Señor yo no soy digno de que entres en mi casa, basta una palabra tuya y
mi sirviente se sanará”. “Al oír estas palabras Jesús se admiró de él... ni
siquiera en Israel he encontrado tanta fe” (Lc. 7,9).

En otra ocasión Jesús se encontraba en Jerusalén y muchos creyeron en


su nombre al ver los signos que realizaba. “Pero Jesús no se fiaba de ellos
porque los conocía a todos...el sabe lo que hay en el interior del hombre...”
(Jn. 3, 24)

¿Cómo es mi fe? ¿Puede Jesús admirarse de mi fe? ¿Desconfiaría Jesús de


mi Fe como desconfío de la fe de aquellos judíos? ¿Le creo a Jesús todo lo
que me dice? ¿Confío yo en Él? ¿Sé cómo el centurión que sólo una
palabra de Jesús basta para sanarme?

Jesús curó a un endemoniado. Cuando la gente del lugar se enteró de lo


que había pasado: “...le rogaron que se fuera de su territorio”

Algunas veces la presencia de Jesús en nuestra vida exige compromiso.


¿Qué hago entonces? ¿Lo sacó de mi vida? ¿Lo ignoro? ¿Vivo como si no
existiera? ¿Lo invito a pasar a mi grupo de amigas? ¿Lo invito a mis
diversiones, a mis salidas...?

“Aquí tienes a tu Madre” (Jn. 19, 27)

Este fue el último regalo que nos hizo Jesús en la Cruz, era el último que
le quedaba y también nos regaló. Nos regaló a su Madre para que fuera
Madre nuestra. ¿Es realmente mi Madre? ¿Acudo a ella? ¿Me porto
realmente como hijo suya? ¿Trato de imitarla en todo? ¿Que puedo
aprender de Ella?.

En las bodas de Caná fue la primera en ver que no tenían vino. ¿Presto yo
atención a las necesidades de lo demás? ¿Sé descubrir lo que los otros
necesitan aunque no me lo pidan?

Aunque ella también estaba embarazada fue a visitar a su prima Isabel.


¿Soy capaz de mirar primero las necesidades de los otros antes que la
mía? ¿Puedo dejar lo que yo quiero para después? ¿Puedo hacer algún
sacrificio para el otro?

Seguramente no comprendía todo lo que sucedía pero ella guardaba cada


palabra en su corazón. ¿Medito yo las palabras de Jesús? ¿Soy capaz de
esperar o quiero entender todo de golpe? ¿Están las palabras de Jesús
grabadas en mi corazón?

Finalmente encontramos a María a los pies de la Cruz. ¿Estoy yo a los pies


de la cruz de Jesús? ¿Cargo con las cruces pequeñas o grandes que tengo
en mi vida? ¿Me quejo todo el tiempo? ¿Me rebelo contra ellas? ¿Ayudo a lo
otros a cargar sus cruces?

“No juzguen según las apariencias” (Jn. 7, 24) “El que no tenga pecado que
arroje la primera piedra...” (Jn. 8, 7)

¿Soy duro cuando juzgo a los demás? ¿Pienso bien en los otros o
enseguida emito un juicio sobre todo lo que hacen? ¿Juzgo a los demás
según las apariencias o se mirar al corazón de las personas como lo hacía
Jesús? ¿Trato de comprender porque toman determinadas actitudes, trato
de ayudarlos?

“Jesús era el comentario de la multitud...” (Jn. 7, 12)

¿Está Jesús presente en mis conversaciones? ¿De qué hablo con mis
amigas? ¿Y con mi familia? ¿Hablo alguna vez de Jesús con ellos? ¿Hablo
sobre cosas importantes? ¿Sé hacer silencio cuando es necesario? ¿Se
escuchar a aquellos que pueden ayudarme?

“Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón...” (Mt. 6, 21)

¿Es la Eucaristía el tesoro de mi corazón? ¿Dónde está mi tesoro? ¿En qué


personas, cosas tengo puesto mi corazón? ¿Qué cosas son importantes
para mi? ¿ A qué cosas le dedico tiempo y esfuerzo?
“Cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu padre
que está en lo secreto, y tu Padre que ve los secretos te recompensará” (Mt.
6, 6) “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les
abrirá....” (Mt. 7, 7).

¿Cómo es mi oración? ¿Confío en que Dios me escucha? ¿Soy perseverante


en la oración? ¿Cómo rezo? ¿Dónde rezo? ¿Por quién rezo? ¿Pido a Dios
por las necesidades de los demás? ¿Rezo solo cuando tengo algo que
pedirle a Dios? ¿Le doy gracias por lo que me da? ¿Trato de conocer mas a
Dios a través de mi oración? ¿Voy a Misa todos los domingos? ¿Cómo
participo de la Misa? ¿Voy sólo para cumplir?

“Todo el que escucha la palabra que acabo de decir y la pone en práctica,


puede compararse a un hombre sensato que edifico su casa sobre roca,
cayeron lluvias... soplaron los vientos y sacudieron la casa, pero ésta no se
derrumbó porque estaba construida sobre roca...”  (Mt. 7, 24)

¿Puedo compararme con ese hombre sensato? ¿Trato de practicar con la


palabra de Jesús? ¿Soy coherente entre lo que creo y lo que vivo? ¿Cuál es
la roca sobre la que construyo mi casa? ¿Si cayeran las lluvias y soplaran
los vientos sobre tu casa qué pasaría? ¿Se derrumbaría, aguantaría?

“Cualquiera que sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón


teniendo en cuenta que es para el Señor...” (Col. 3, 23) ¿Pienso alguna vez
que todo lo que hago por más chiquito que sea es para el Señor? ¿Cuál es
mi trabajo hoy? ¿Cuáles mis responsabilidades? ¿Cómo hago las cosas que
tengo que hacer cada día? ¿Rápido, para sacármelas de encima? ¿Trato de
hacer las cosas lo mejor que puedo?

“Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos


de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la
dulzura , la paciencia...” (Col. 3, 12)

¿Me siento amado, elegido por Dios? ¿Quiero ser santo? ¿Me lo propuse?
¿Me compadezco de los demás? ¿Acompaño a mis amigos cuando sufren?
¿Soy humilde? ¿Reconozco todos los dones que Dios me dio? ¿Soy paciente
con los demás? ¿Y conmigo mismo? ¿Tengo paciencia en mis defectos?

Entonamos un canto

Finalmente recordemos las palabras de San Pablo a los Romanos:

“Todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la


Misericordia de Dios” (Rom. 9, 16)

“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”


Debemos dejar actuar la gracia de Dios en nuestro corazón.
“DÉJENSE RECONCILIAR CON DIOS...” (2 Cor. 5, 20).

Actos de reparación, desagravio y perdón


Señor Jesús: Tú compartiste nuestra vida humana, alegrías y penas,
y, sin acusarnos, por amor, cargaste con la responsabilidad de nuestras
culpas para redimirnos. Ayúdanos a seguir tu ejemplo desde nuestra
situación de pecadores redimidos. Ante Ti, Señor, nos sentimos
sinceramente responsables de un mundo al que pertenecemos, que
estamos contribuyendo a forjar, y con el que estamos comprometidos
especialmente por tu amor. Avergonzados de nuestras obras, fruto del
olvido o rechazo culpable de tus enseñanzas, te pedimos perdón y ayuda.

Perdón, Señor, perdón


– Por los sacrilegios, robos y blasfemias contra la Sagrada Eucaristía,
– Por tantos lugares del mundo donde los sacerdotes y fieles no pueden
celebrar libremente la Santa Misa o se ven obligados a hacerlo en secreto
por persecución.
 – Por las faltas de respeto e impiedad en las iglesias y ante el Sagrario
 – Por la dejadez y abandono al dejar de asistir a la Santa Misa dominical
– Por la omisión en tantos bautizados al rechazar la confesión y comunión
por Pascua
– Por las faltas de inconsciencia en familiares de personas moribundas al
dejar que fallezcan sin la asistencia de los sacramentos
– Por la despreocupación respecto de la primera y frecuente Comunión de
los niños
– Por las comuniones tibias y frías
– Por las comuniones sacrílegas
– Por los sacerdotes que celebran la Santa Misa en condiciones personales
inadecuadas, o por enseñar una vida litúrgica y eucarística contraria a la
que manda la Iglesia
– Por la conciliación de la Misa y la recepción de la Sagrada Comunión con
vidas incoherentes y vacías de fervor,
– Por la persecución sistemática, violenta o solapada, de los sacerdotes,
fieles y personas cristianas que confiesan su Fe en Cristo.

Oración: Señor nuestro, Jesucristo, que has querido permanecer en el


Sacramento hasta la consumación de los siglos para dar a tu Padre una
gloria infinita y a nosotros el aliento de la inmortalidad; que te has
expuesto a todos los ultrajes de los impíos antes de abandonar a tu Iglesia;
concédenos la gracia de llorar con verdadero dolor los ultrajes y descuidos
que cometen los hombres contra el mayor de los sacramentos, danos celo
eficaz para reparar los oprobios que has sufrido en este misterio inefable.
Tú que vives y reinas con Dios Padre, en unión del Espíritu Santo, por los
siglos de los siglos. Amén.
 

Alabanzas de Desagravio
Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo Esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
Amen.
 

ORACIONES DE DESAGRAVIO
Por tanto que se ofende a Dios, hagamos reparación y desagravio. Pidamos
perdón y misericordia.
Acto de desagravio
(Después de cada invocación se responde:
"te rogamos, escúchanos")

Señor perdona todos los sacrilegios eucarísticos.

Señor perdona todas las santas comuniones indignamente recibidas.

Señor perdona todas las profanaciones al santísimo sacramento del altar.

Señor perdona todas las irreverencias en la Iglesia.

Señor perdona todas las profanaciones, desprecios y abandono de los


sagrarios.

Señor perdona todos los que han abandonado la iglesia.

Señor perdona todo desprecio de los objetos sagrados.

Señor perdona todos los que pasaron a las filas de tus enemigos
Señor perdona todos los pecados del ateísmo

Señor perdona todos los insultos a tu santo nombre.

Señor perdona toda la frialdad e indiferencia contra tu amor de redentor

Señor perdona todas las irreverencias y calumnias contra el Santo Padre

Señor perdona todo desprecio de los obispos y sacerdotes.

Señor perdona todo desprecio hacia la santidad de la familia.

Señor perdona todo desprecio a la vida humana.


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ACTO DE DESAGRAVIO COMPUESTO POR S.S. PÍO XI
¡Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en
pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos
postrados ante vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de
honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas
partes, hieren vuestro amantísimo Corazón.

Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal
indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo,
obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a
reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino
también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y
obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía,
o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo
yugo de vuestra ley.

Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la


inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las
innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la
profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra
vos y contra vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al
Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es
profanado el mismo Sacramento del amor y, en fin, los públicos pecados
de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al magisterio de la
Iglesia por vos fundada.

¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia
sangre! Mas, entretanto, como reparación del honor divino conculcado,
uniéndola con la expiación de la Virgen vuestra Madre, de los Santos y de
las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que vos mismo ofrecisteis
un día sobre la cruz al Eterno Padre y que diariamente se renueva en
nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea
posible y mediante el auxilio de vuestra gracia, repararemos los pecados
propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor,
oponiendo la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia
perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, mientras nos
esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos
podamos para que vayan en vuestro seguimiento.

¡Oh benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María


Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación;
concedednos que seamos fieles a vuestros mandatos y a vuestro servicio
hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual
lleguemos felizmente a la gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu
Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén

Entonamos un canto

Oración Final

Gracias, Jesús mío, por la bondad con que me habéis recibido y permitido
gozar de vuestra presencia y compañía amorosas.
Me vuelvo a mis ocupaciones. Mi corazón queda contigo. En mi trabajo y
en mis descansos me acordaré de Ti, y procuraré vivir con la dignidad que
merece vuestra amistad divina.
Dadme vuestra bendición y concededme todas las gracias, que necesito,
para amaros y serviros con la mayor fidelidad.
Bendice, Señor, a nuestro Santísimo Padre el Papa, vuestro Vicario en la
tierra; ilumínale, santifícale y líbrale de todos sus enemigos.
Bendice a vuestra Iglesia Santa y haced que su luz brille en todas las
naciones; y que los paganos conozcan y adoren al único verdadero Dios y a
su Hijo Jesucristo.
Bendice a vuestros sacerdotes, santifícalos y multiplícalos.
Bendice y protege a nuestra nación.
Bendice a todos nuestros bienhechores y concédeles la bienaventuranza
eterna.
Bendice a los que nos han ofendido y cólmalos de beneficios.
Bendice a todos nuestros familiares y haced que vivan todos en vuestra
gracia y amistad y que un día nos reunamos en la Gloria.
Da el descanso eterno a todas las almas de los fieles difuntos que están en
el Purgatorio.
Da la salud a los enfermos. Convierte a todos los pecadores. Danos a todos
vuestro divino amor, para que la fe que nos impide ahora ver vuestro
santísimo rostro se convierta un día en luz esplendorosa en la Gloria,
donde en unidad con el Padre y el Espíritu Santo te alabemos y
bendigamos por los siglos de los siglos.
Amén.

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