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92
Cf. La structure du comportement, pp. 91 ss.
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hombre ve porque es Espíritu, ni, por otro lado, que es Espíritu porque ve: ver
como un hombre ve y ser Espíritu son sinónimos. En la medida en que la
conciencia sólo es conciencia de algo dejando tras de sí su estela, y en la
medida en que, para pensar un objeto, es menester apoyarse sobre un “mundo
de pensamiento” anteriormente construido, hay siempre una
despersonalización en el corazón de la conciencia; con esto se da el principio de
una intervención ajena: la conciencia puede enfermar, el mundo de sus
pensamientos puede desmoronarse en fragmentos —o más bien dicho, ya que
los “contenidos” disociados por la enfermedad sólo figuraban en la conciencia
normal a título de partes y sólo servían de apoyo a significaciones que los
superaban, se ve muy bien que la conciencia intenta mantener estas
superestructuras, cuando su fundamento se ha hundido, imita sus operaciones
acostumbradas, pero sin poder obtener su realización intuitiva y sin poder
ocultar el déficit particular que las priva de su pleno sentido. Que la
enfermedad psíquica, a su vez, esté ligada a un accidente corporal, se
comprende, en principio, de la misma manera; la conciencia se proyecta en un
mundo físico y tiene un cuerpo, de igual modo que se proyecta en un mundo
cultural y tiene hábitos: porque no puede ser conciencia sino jugando sobre
significaciones dadas en el pasado absoluto de la naturaleza, o en su pasado
personal, y porque toda forma vivida tiende hacia una cierta generalidad, sea la
de nuestros hábitos, o bien la de nuestras “funciones corporales”.
Estos esclarecimientos nos permiten comprender, finalmente, sin equívoco,
la motricidad como intencionalidad original. La conciencia es originariamente
no un “yo pienso que”, sino un “yo puedo ”93 Ni el trastorno visual, ni el
trastorno motor de Schneider, pueden ser reducidos a un desfallecimiento de la
función general de representación. La visión y el movimiento son maneras
específicas de referirnos a los objetos y si a través de todas estas experiencias se
expresa una función única, se trata del movimiento de la existencia, que no
suprime la diversidad radical de los contenidos porque los enlaza no
colocándolos todos bajo la dominación de un “yo pienso”, sino orientándolos
hacia la unidad intersensorial de un “mundo”. El movimiento no es el
pensamiento de un movimiento, y el espacio corporal no es un espacio pensado
o representado. “Todo movimiento voluntario tiene lugar en un medio, sobre
un fondo, que es determinado por el movimiento mismo... Ejecutamos nuestros
movimientos en un espacio que no es ‘vacío’ y sin relación con ellos, sino que,
por el contrario, está en una relación muy determinada con ellos: movimiento y
fondo no son, a decir verdad, sino momentos artificialmente separados de un
todo único”94 En el gesto de la mano que se endereza hacia un objeto, está
entrañada una referencia al objeto, no como objeto representado, sino como
esta cosa muy determinada hacia la cual nos proyectamos, al lado de la cual
93
El término es usual en los inéditos de Husserl.
94
Goldstein, Ueber die Abhängigkeit, p. 163.
3 EL CUERPO
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No es fácil poner al desnudo la intencionalidad motriz pura: se oculta tras el mudo objetivo que
contribuye a constituir. La historia de la apraxia enseñará de qué manera la descripción de la Praxis
está casi siempre contaminada, y, al fin y al cabo, hecha imposible por la idea de representación.
Liepmann (Ueber Störungen des Handelns bei Gehirnkranken) distingue cuidadosamente la apraxia
de los trastornos agnósicos de la conducta, en que el objeto no es identificado, pero en que la
conducta es conforme a la representación del objeto y, en general, trastornos que conciernen a la
“preparación ideatoria de la acción” (olvido del objetivo, confusión de dos objetivos, ejecución
prematura, desplazamiento del objetivo por una percepción intercurrente) (ob. cit., pp. 20-31). En el
sujeto de Liepmann (el “Consejero de Estado”), el proceso idea torio es normal, puesto que el sujeto
puede ejecutar con su mano izquierda todo aquello que está vedado a su mano derecha. Por otra
parte, la mano no está paralizada. “El caso del Consejero de Estado muestra que, entre los procesos
psíquicos llamados superiores y la inervación motriz, hay todavía lugar para otra deficiencia que hace
imposible la aplicación del proyecto (Entwurf) de acción a la motricidad de tal o cual miembro...
Todo el aparato sensorio-motor de un miembro está, por decirlo así, desarticulado (exartikuliert) del
proceso fisiológico total.” (Ibid., pp. 40 s.) Normalmente, pues, toda fórmula de movimiento, a la vez
que se nos ofrece como una representación, se ofrece a nuestro cuerpo como una posibilidad práctica
determinada. El enfermo ha conservado la fórmula del movimiento como representación, pero no
tiene ya sentido para su mano derecha o, también, su mano derecha no tiene ya esfera de acción. “Ha
conservado todo lo que es comunicable en una acción, todo lo que ofrece de objetivo y de perceptible
para el otro. Lo que le falta, la capacidad de conducir su mano derecha conforme al plan esbozado, no
es algo expresable, y no puede ser objeto, para una conciencia ajena, es un poder, no un saber” ( ein
Können, kein Kennen). (Ibid., p. 47.) Pero cuando Liepmann quiere precisar su análisis, vuelve a los
puntos de vista clásicos y descompone el movimiento en una representación (la “fórmula de
movimiento” que me da, con el objetivo principal, los objetivos intermediarios) y un sistema de
automatismos (que, a cada objetivo intermedio, hacen corresponder las inervaciones convenientes)
(ibid., p. 59). El “poder” de que se ha hablado más arriba se convierte en una “propiedad de la
sustancia nerviosa” (ibid., p. 47). Se vuelve a la alternativa de conciencia y cuerpo que se creía
superada con la noción de Bewegungsentwurf o proyecto- motor. Si se trata de un movimiento
simple, la representación del objetivo y de los objetivos intermediarios se convierte en movimiento
porque provoca automatismos adquiridos de una vez por todas (p. 55), si se trata de un movimiento
complejo, suscita el “recuerdo kinestésico de los movimientos componentes: así como el movimiento
se compone de actos parciales, el proyecto del movimiento se compone de la representación de sus
partes o de los objetivos intermedios: es ésta la representación que hemos llamado fórmula del
movimiento” (p. 57). La Praxis está desmembrada en representaciones y automatismos; el caso del
Consejero de Estado se hace ininteligible, puesto que sería menester referir sus trastornos, o bien a la
preparación ideatoria del movimiento, o bien a alguna deficiencia de los automatismos, lo que
Liepmann excluye desde un principio, y la apraxia motriz se reduce o bien a la apraxia ideatoria, es
decir, a una forma de agnosia, o bien a la parálisis. No se hará comprensible la apraxia, ni se hará
justicia a las observaciones de Liepmann, sino en el caso de que el movimiento por ejecutar pueda ser
anticipado, sin serlo por una representación, y esto no es ni siquiera posible sino en el caso de que se
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del “en sí”. Los objetos ya no existen para el brazo del apráxico, y es esto lo que
lo hace inmóvil. Los casos de apraxia pura, en que la percepción del espacio
está intacta, en que inclusive la “noción intelectual del gesto por hacer” no
parece perturbada, y en que, sin embargo, el enfermo no sabe copiar un
triángulo,96 los casos de apraxia constructiva, en que el sujeto no manifiesta
ningún trastorno gnósico, salvo en lo que concierne a la localización de los
estímulos sobre su cuerpo, y que no es capaz, sin embargo, de copiar una cruz,
una v o una o,97 muestran muy bien que el cuerpo tiene su mundo, y que los
objetos o el espacio pueden estar presentes en nuestro conocimiento sin estarlo
en nuestro cuerpo.
No hay, pues, que decir que nuestro cuerpo está dentro del espacio, ni, por
otro lado, que está dentro del tiempo: habita el espacio y el tiempo. Si mi
mano ejecuta en el aire un movimiento complicado, para conocer su posición
final no tengo que sumar los movimientos en el mismo sentido y eliminar los
movimientos de sentido contrario. “Todo cambio identificable llega a la
conciencia cargado ya con sus relaciones a lo que lo ha precedido, como en un
taxímetro la distancia nos es presentada transformada ya en schillings y en
pence.” 98 En todo instante, las posturas y los movimientos precedentes pro-
curan un patrón de medida siempre listo. No se trata del “recuerdo” visual o
motor de la posición de la mano en el punto de partida: las lesiones cerebrales
pueden dejar intacto el recuerdo visual, suprimiendo la conciencia del
movimiento y, en cuanto al “recuerdo motor”, es claro que no podría deter-
minar la posición actual de mi mano, si la percepción de que ha nacido no
extrañara en sí misma una conciencia absoluta del “aquí”, sin la cual la
conciencia se vería remitida de recuerdo en recuerdo, y no se tendría nunca una
percepción actual. De la misma manera que es necesario un “aquí”, el cuerpo
existe también necesariamente en un “ahora”; nunca puede hacerse “pasado”, y
si no podemos conservar en el estado de salud el recuerdo vivo de la
enfermedad, o en la edad adulta el de nuestro cuerpo cuando éramos niños,
defina la conciencia no como posición explícita de sus objetos, sino, más generalmente, como
referencia a un objeto lo mismo práctico que teórico, que se la defina como ser en el mundo y si el
cuerpo, a su vez, es definido no como un objeto entre objetos, sino como el vehículo del ser en el
mundo. Mientras se siga definiendo la conciencia por la representación, la única operación posible
para ella será la de formar representaciones. La conciencia será motriz en tanto que se da una
“representación de movimiento”. El cuerpo ejecuta entonces el movimiento calcándolo sobre la
representación que se da la conciencia, y según una fórmula de movimiento que recibe de ella (cf. O.
Sittig, Ueber Apraxie, p. 98). Queda por comprender todavía mediante qué operación mágica la
representación de un movimiento suscita en un cuerpo justamente ese movimiento. El. problema
sólo se resolverá si dejamos de distinguir el cuerpo como mecanismo en sí y la conciencia como ser
para sí.
96
Lhermitte, G. Levy y Kriako. Les perturbations de la representation spatiale chez les apraxiques,
p. 597.
97
Lhermitte y Trelles, Sur l’apraxie constructive, les troubles de la pensée spatiale et de la
somatognoise dans l’apraxie, p. 428. Cf. Lhermitte, de Massary y Kryalko, Le rôle de la pensée
spatiale dans l’apraxie.
98
Head y Holms, Sensory disturbances from cerebral lesions, p. 187.
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una oreja con cada mano o también su nariz y uno de sus ojos, o una de sus
orejas y uno de sus ojos.101 Lo que se ha hecho imposible para estos enfermos es
la aplicación y el ajuste a su propio cuerpo de la definición objetiva del
movimiento. Dicho de otra manera, la mano derecha y la mano izquierda, el ojo
y la oreja les están dados como emplazamientos absolutos, pero no están ya
insertados en un sistema de correspondencia que los enlace con las partes
homologas del cuerpo del médico y que los haga capaces de imitación, ni
siquiera cuando el médico se pone frente al enfermo. Para poder imitar los
gestos de alguien que se me pone enfrente, no es necesario que sepa
expresamente que “la mano qué aparece a la derecha de mi campo visual es
para mi compañero la mano izquierda”. Sólo el enfermo recurre a estas
explicaciones. En la imitación normal, la mano izquierda del sujeto se identifica
inmediatamente con la de su compañero, la acción del sujeto se adhiere
inmediatamente a su modelo, el sujeto se proyecta o se irrealiza en él, se
identifica con él, y el cambio de coordenadas está contenido eminentemente en
esta operación existencia! Y es que el sujeto normal tiene su cuerpo no sólo
como sistema de posiciones actuales, sino también como sistema abierto hacia
una infinidad de posiciones equivalentes en otras orientaciones. Lo que hemos
llamado esquema corporal es justamente este sistema de equivalencias, este in-
variante inmediatamente dado, mediante el cual las diferentes tareas motrices
son inmediatamente trasladables. Es decir, no solamente es una experiencia de
mi cuerpo, sino también una experiencia de mi cuerpo en el mundo, y es esto lo
que da un sentido motor a las consignas verbales. Por lo tanto, la función
destruida en los trastornos apráxicos es la función motriz. “No es la función
simbólica o significativa en general la lesionada en estos casos: se trata de una
función mucho más originaria y de carácter motor, a saber, la capacidad de
diferenciación motriz del esquema corporal dinámico .” El espacio en que se
102
101
Grünbaum, ob. cit., pp. 386-392.
102
Grünbaum, ob. cit., pp. 397 5.
103
Id., ibid., p. 394.
7 EL CUERPO
104
Id., ibid., p. 396.
105
V., acerca de este punto, La Structure du Comportement, pp. 125 ss.
106
Como piensa, por ejemplo, Bergson, cuando define el hábito como “el residuo fosilizado de una
actividad espiritual”.
107
Head, Sensory disturbances from cerebral lesions, p. 188.
108
Grünbaum, Aphasie und Motorik, p. 395.
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los teclados le están dados como facultades de tal o cual valor emocional o
musical, y su posición como los lugares en que este valor aparece en el mundo.
Entre la esencia musical del trozo tal cual está indicada en la partitura y la
música que efectivamente resuena en torno del órgano, se establece una
relación tan directa que el cuerpo del organista y el instrumento no son sino el
lugar de tránsito de esta relación. De aquí en adelante la música existe por sí y
por ella existe todo el resto.111 No hay lugar para un “recuerdo” del
emplazamiento de los registros y el organista no toca en el espacio objetivo. En
realidad, en el ensayo, sus gestos son gestos de consagración: tienden vectores
afectivos, descubren fuentes emocionales, crean un espacio expresivo de la
misma manera que los gestos del augur delimitan el templum.
Todo el problema del hábito se reduce a saber cómo puede concentrarse la
significación musical del gesto en una cierta localidad, a tal punto que, estando
por entero en su música, el organista alcanza justamente los registros y los
pedales que van a realizarla. Ahora bien, el cuerpo es eminentemente un es-
pacio expresivo. Quiero agarrar un objeto y ya, en un punto del espacio en el
cual no pensaba, esta facultad de prensión que es mi mano se endereza hacia el
objeto. Muevo mis piernas, no en tanto que están en el espacio a ochenta
centímetros de mi cabeza, sino en tanto que su facultad deambulatoria
prolonga hacia abajo mi intención motriz. Las regiones principales de mi
cuerpo están consagradas a acciones, participan en su valor, y es el mismo
problema el saber por qué el sentido común pone en la cabeza el asiento del
pensamiento y cómo el organista distribuye en el espacio del órgano las
significaciones musicales. Pero nuestro cuerpo no es sólo un espacio expresivo
entre todos los demás. Esto sólo lo es el cuerpo constituido. El cuerpo es el ori-
gen de todos los otros, el movimiento mismo de expresión, quien proyecta
hacia afuera las significaciones dándoles un lugar, quien hace que se pongan a
existir como cosas, bajo mis manos, bajo mis ojos. Si nuestro cuerpo no nos
impone, como al animal, instintos definidos desde el nacimiento, por lo menos
sí da a nuestra vida la forma de la generalidad y prolonga como disposiciones
estables nuestros actos personales. Nuestra naturaleza, en este sentido, no es
una vieja costumbre, puesto que la costumbre presupone la forma de la
pasividad de la naturaleza. El cuerpo es nuestro medio general de tener un
mundo. De una parte, se limita a los gestos necesarios para la conservación de
la vida y, correlativamente, pone en torno nuestro un mundo biológico; de otra
parte, ejecutando sobre estos primeros gestos y pasando de su sentido propio
hacia un sentido figurado manifiesta, a través de ellos, un núcleo de nuevas
significaciones: es el caso de hábitos motrices como el baile. Finalmente, la
significación apuntada no puede ser alcanzada por los medios naturales del
cuerpo; es menester entonces que se construya un instrumento y proyecte un
111
V. Proust, Du Cóté de chez Swann, II. “Como si los instrumentistas mejor que tocar la
frasecilla ejecutaran los ritos exigidos por ella para que aparezca. . .”, p. 187. “Sus gritos eran tan
sorpresivos que el violinista tenía que precipitar su arco para recogerlos”, p. 193.
11 EL CUERPO
112
Valéry, Introduction á la Méthode de Léonard de Vinci, Variété. P. 177.
105