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1. La Revolución Industrial
El proceso de afirmación y expansión del capitalismo se inició en Inglaterra, a fines del siglo 18 con la
Revolución Industrial. Esta Revolución marcó una profunda ruptura con el pasado, un cambio drástico
fundamental en las formas y métodos de trabajo, y en las relaciones que establecieron los hombres en el
proceso de producción.
El gran despegue se produjo a finales del siglo 18, cuando el aumento de la demanda colonial de telas de
algodón impulsó, sobre todo, a mercaderes y maestros artesanos a realizar cambios en la organización de la
producción textil. La necesidad aumentar la oferta de productos y elevar la productividad de los trabajadores,
llevó a reemplazar la producción artesanal por la organización fabril. El establecimiento del sistema de fábrica
implicó, entre otras cosas, la organización de los procesos de producción en grandes establecimientos
urbanos, la mecanización, la extensión del trabajo asalariado, así como el uso de vapor como nueva fuente
de energía. (Máquina a vapor puesta a punto por James Watt hacia 1770).
A su vez, estas transformaciones alentaron el desarrollo de otras actividades . Por ejemplo, el uso del vapor
requirió la expansión de la producción carbonífera, se alentó el aumento de la producción de hierro, y se
industrializó la química con la producción de tinturas para las telas.
Asimismo todo esto alentó innovaciones en el campo de los transportes y las comunicaciones, dando lugar a
una nueva Revolución dentro de la Revolución: el ferrocarril.
Para los países de producción primaria, como Argentina, el sistema implicaba serias limitaciones, ya que los
tornaría muy dependientes de la demanda y de la inversiones de los países industriales, quedarían relegados
del desarrollo científico y tecnológico, y organizarían toda su economía entorno de la producción de uno o
de unos pocos productos primarios.
Además de la aplicación del librecambio, el proyecto de especialización económica internacional pudo
concretarse por los avances tecnológicos que se produjeron simultáneamente en los medios de transporte y
comunicación. El ferrocarril en poco tiempo conectó a toda Europa. El telégrafo se expandió en los campos
de información y comunicación. Las transformaciones en la navegación marítima produjeron un
acortamiento temporal en los viajes y un aumento del volumen de mercadería transportada, así como una
disminución significativa en los costos de fletes.
Todas estas innovaciones coincidieron con otros dos procesos de suma importancia: las grandes corrientes
migratorias y los movimientos internacionales de capitales. La migración resolvió la necesidad de mano de
obra de muchos países, como por ejemplo Argentina, para adaptar su economía a los crecientes
requerimientos del mercado mundial. Un vasto caudal de capitales también fluía de los países industriales
hacia los países de producción primaria.
Hacia el final del siglo 19 el capitalismo entró en su fase monopólica. Los capitales ingleses fueron el motor
del complejo proceso que condujo a la integración creciente de la economía mundial. Las inversiones
procedentes de Europa occidental tendieron a localizarse en aquellos servicios y actividades que, como los
ferrocarriles, las finanzas, los frigoríficos, o las minerías, promovían el desarrollo de las economías primario-
exportadoras.
Surge un nuevo principio de legitimidad estatal y una nueva idea de la soberanía: la Nación. Este término
comenzó a definirse no sólo como una comunidad política sino también un grupo humano que compartía
una identidad, sustentada en una cultura, una lengua y un largo pasado en común. La escuela fue uno de los
instrumentos privilegiados para crear y fortalecer los sentimientos de nacionalidad.
En la segunda mitad del siglo 20, los estados se preocuparon por dar forma compacta sus territorios y fijar
claramente los límites. Los conflictos limítrofes devinieron causas nacionales. Pronto se pasó de la defensa
del territorio a la conquista militar.
Sin embargo, en 1953, volvieron a estallar los conflictos y las Guerras civiles. Como consecuencia de esto, el
país quedó dividido en dos unidades políticas: por un lado Buenos Aires y por el otro, la Confederación, en la
cual confluían el resto de las provincias, bajo el liderazgo de Justo José de Urquiza.
Esta lucha por hegemonizar el rumbo del proceso de modernización duró durante casi una década.
Sin embargo, siguiendo el análisis de Oscar Oszlak, podríamos decir que el proceso de construcción del Estado
se caracterizó por una gran complejidad y por una magnitud de los recursos violentos puestos en juego. Ello
fue así por distintas razones: por un lado, el consenso en organizar el país no se tradujo en la eliminación de
los enfrentamientos políticos. Las luchas facciosas sólo declinaron en 1880, cuando lograron sellar un pacto
de dominación estable. Por otra parte, la construcción del Estado nacional suponía expropiar a variados
actores sociales de poderes y funciones que tradicionalmente ejercían. Además, la necesidad de conocer y
controlar a la sociedad que se estaba constituyendo, entre otras tareas, obligó al Estado a legislar, establecer
códigos, registrar a los habitantes desde el nacimiento hasta la muerte y a tomar un rol decisivo en la
educación. Todo esto implicaba avances del Estado sobre normas establecidas por la costumbre y la tradición,
y produjo enfrentamientos con la Iglesia de otras instituciones civiles.
Asimismo la construcción del Estado implicaba además incursionar en áreas novedosas, como el
relevamiento estadístico, la colonización, la instalación de ferrocarriles, etc, para responder a las necesidades
regulatorias y de servicios de una sociedad y una economía en creciente expansión.
Esta labor expropiadora que intentaba legitimarse desde una pretendida identificación entre el Estado y la
interés general, y fue llevada a cabo entre 1862 y 1880, durante las presidencias de Bartolomé Mitre (1862-
1868), Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880). Decidió poner en juego
estrategias represivas pero también un complejo de recursos consensuales.
La fuerza represiva del ejército nacional fue utilizada no sólo contra la resistencia de algunas provincias, sino
también que fue ampliamente empleada contra los indígenas, ya que casi la mitad del territorio sobre el que
Argentina reclamaba la soberanía, estaba en manos de ellos.
En 1879 el ejército nacional emprendió la conquista de las tierras indias de la Pampa y la Patagonia. En sólo
dos años salió victorioso, aprovechando las ventajas que le otorgaba la posesión de rifles de repetición, el
ferrocarril y el telégrafo. La llamada Conquista del Desierto, permitió el reparto de vastísimos territorios entre
unos pocos terratenientes, provocó el exterminio de la mayor parte de la población indígena y condenó a la
marginalidad a los sobrevivientes. Para la élite dirigente, el indígena -así como el gaucho- era un sujeto no
integrable al nuevo orden que se pretendía construir.
Por medio de recursos ideológicos, vehiculizados sobre todo a través del aparato educativo, el Estado trató
de afianzar un sistema de creencias, valores y normas de conducta que, a la vez que creaba un sentimiento
de pertenencia a la Nación, generaba consenso para el nuevo sistema de relaciones sociales y el esquema de
dominación en vigencia. La “penetración ideológica” se operó sobre todo a partir de la década de 1880,
cuando el Estado dirimió en su favor la lucha contra la Iglesia, y puso bajo su dirección el área educativa. En
1884 se sancionó la Ley 1420 de Educación común, que estableció la enseñanza gratuita, laica y obligatoria.
Es importante insistir en dos aspectos centrales de este proceso: uno se relaciona con la nacionalización de
una población compuesta en este tiempo por una buena proporción de inmigrantes, y el otro tiene que ver
con el control social, es decir, con la construcción de la legitimidad del propio Estado nacional.
En el transcurso de este largo y conflictivo proceso, se construyeron progresivamente las instituciones que
fueron asegurando un ejercicio cada vez más efectivo de la autoridad, así como la reproducción material del
Estado. Ejemplos de ello son la construcción del ejército nacional, la creación de la Corte Suprema de Justicia,
la sanción de los código civil, penal y comercial, la creación del Registro Nacional de Personas, etc.
El proceso de construcción del Estado nacional argentino concluyó en 1880. Para esos años, entonces, ya
habían sido sofocadas las últimas resistencias de lucha del interior y el litoral contra el centralismo porteño,
así como también habían sucumbido los indígenas, y también precisamente en 1880 el Estado nacional logró
vencer a los más acérrimos defensores de la autonomía porteña, dando fin a la última y más difícil resistencia
a su autoridad.
Dado que en Argentina se consolidó un capitalismo agrario dependiente, la economía en su conjunto estuvo
sujeta a fuertes riesgos y pronunciadas fluctuaciones que derivan de problemas ambientales (sequías,
inundaciones, plagas), de las crisis cíclicas del capitalismo mundial y/o de las variaciones bruscas en los
volúmenes o en los precios de la demanda internacional. En ese contexto, la estrategia empresarial se habría
orientado a maximizar beneficios diversificando riesgos, a través de una combinación de actividades
económicas que hiciera viable el aprovechamiento rápido de toda coyuntura favorable.
La escuela pública, y en particular la enseñanza primaria, fue pensada como un instrumento para la
construcción de una identidad nacional que, fundada en una cultura y un pasado compartidos y en un destino
grandioso y promisorio, contribuyera a velar las diferencias sociales y amortiguar los conflictos. El Estado
entró en litigio con la Iglesia y algunos sectores privados. La disputa finalizó con la sanción, en el año 1884,
de la ley 1420 de educación obligatoria, gratuita y laica. Sistema burocrático verticalizado de la escuela. Se
da una uniformación de contenidos en toda la República, bajo un objetivo nacionalizador. La campaña de
educación nacionalista lanzada en 1908 por Ramos Mejía reforzaba la uniformación cultural, estableciendo
un ritual patriótico y apuntado principlamente a alumnos de origen inmigratorio y a los más humildes.
Un objetivo similar se persiguió en 1901 a través del establecimiento del Servicio Militar Obligatorio, a
cumplir por 6 meses por los ciudadanos de 20 años. Extendido a 1 año en 1905. Fue un componente claro
de control social y disciplinamiento. Se convirtió efectivamente, como lo deseaba Riccheri, en un factor de
“ciudadanización” y a la vez de disciplinamiento de las clases populares, que complementó la acción
desarrollada por la escuela. Por añadidura, tendió a transformar a los ciudadanos en fieles servidores del
Estado, haciendo prevalecer el poder militar sobre el civil.
6. La expansión y consolidación del Estado oligárquico
La mayor complejidad de la vida económica, política y social generó una expansión sostenida del aparato
estatal, que se reflejó, entre otras cosas, en un incremento de su plantel de empleados.
En tal proceso de expansión estatal, habría existido –según Jorge F. Sábato–una relación de circularidad entre
Estado y clase dominante. Esta Génesis simultánea, esta interpenetración en los procesos de construcción y
consolidación del Estado y la clase dominante, habrían tenido como consecuencia una muy fuerte
dependencia de esta última respecto del primero. Es por eso que el control político del Estado pasó a ser
una herramienta decisiva para mantener los privilegios adquiridos y garantizar su perdurabilidad
Oscar Oszlak - Reflexiones sobre la formación del Estado y la construcción de la sociedad argentina
El propósito del presente trabajo es brindar una interpretación global del proceso de formación del estado
nacional argentino. El interés girará en torno a actores y no a personajes. en torno a procesos y no a sucesos.
Estatidad
La formación del estado es un aspecto constitutivo del proceso de construcción social. De un proceso en el
cual se van definiendo los diferentes planos y componentes que estructuran la vida social organizada. El
orden social no es simplemente reflejo o resultado de la yuxtaposición de elementos que confluyen
históricamente y se engarzan de manera unívoca. El patrón resultante depende de los problemas y desafíos
del proceso de construcción social en su desarrollo histórico, así como posiciones adoptadas y recursos
movilizados por actores para resolverlos.
La formación del estado nacional supone, a la vez, la conformación de la instancia política que articula la
dominación en la sociedad, y la materialización de esa instancia en un conjunto independiente de
instituciones que permiten su ejercicio. La existencia del estado se verifica por el desarrollo de un conjunto
de atributos que definen la “estatidad” (condición de ser estado), es decir, el surgimiento de una instancia
de organización del poder y de ejercicio de la dominación política. El estado es relación social y aparato
institucional.
La estatidad supone propiedades:
− Capacidad de externalizar su poder, obteniendo reconocimiento como una unidad soberana dentro de un
sistema de relaciones interestatales.
− Capacidad de institucionalizar su autoridad, con relaciones de poder que garanticen su
monopolio sobre los medios organizados de coerción.
− Capacidad de diferenciar su control por medio de la creación de instituciones públicas.
− Capacidad de internalizar una identidad colectiva por la emisión de símbolos que refuerzan
sentimientos de pertenencia y solidaridad social, y permiten el control ideológico como
mecanismo de dominación.
Conviene aclarar que estos atributos no definen a cualquier tipo de estado, sino a un estado nacional.
Nación y estado
La Estatidad no puede desvincularse del tema del surgimiento de la nación. La formación del estado argentino
no resultó automáticamente de la guerra emancipadora, así como tampoco la nación fue su necesario
correlato. La estructura política heredada de la colonia y su aparato burocrático continuaron proporcionando
durante un tiempo un elemento aglutinante básico. Romper con las provincias unidas requería tener
opciones: ser viable política y económicamente, tener ventajas comparativas en elegir la autonomía.
Buenos Aires aspiró desde el mismo momento de la Revolución de Mayo a constituir un estado unificado
bajo su hegemonía. Si otros intentos separatistas no prosperaron se debió, especialmente, a la enorme
diferencia de fuerzas entre la provincia porteña y otra coalición de provincias o proyectos de estado
alternativos. La Confederación Argentina, constituida luego de la caída de Rosas sin la adhesión de Buenos
Aires, no fue una excepción e ilustra el caso límite: la coalición de todas las provincias no consiguió imponerse
a Buenos Aires.
La experiencia argentina no se caracteriza por la necesidad de una determinada unidad política de absorber
otras unidades. Los constructores del estado argentino -sectores dominantes de Bs. As.- no buscaron formar
una unidad política mayor o más fuerte, sino evitar la disgregación de la existente y producir una transición
estable a de un estado colonial a uno nacional. Aspiran a extender un movimiento revolucionario local a la
totalidad de las provincias y heredar el control territorial y político ejercido por España
La unidad nacional argentina durante las primeras décadas de vida independiente se asentó más en
elementos expresivos y simbólicos que en vínculos materiales plenamente desarrollados. Además, el
territorio "nacional" distaba de ser una unidad inseparable. Había homogeneidad étnica y los intereses
regionales económicos eran contradictorios, el interior con sus viñas y tejidos competía con productos
extranjeros que importaba el litoral. Incluso, el vínculo del idioma no era tal.
El aparato administrativo colonial no llegó a desarrollar un eficaz mecanismo centralizado de control
territorial. Subsistieron en diversas localidades órganos político-administrativos coloniales que tendieron a
reforzar el marco provincial como ámbito natural para el desenvolvimiento de las actividades sociales y
políticas. De todos modos, no alcanzaron a conformar un verdadero sistema institucional, en tanto su
autoridades y representatividad fueron desnaturalizadas por el caudillismo y la lucha facciosa. El aislamiento
y el localismo, en condiciones de precariedad institucional, magros recursos y población escasa, impidieron
el total fraccionamiento de esas unidades provinciales en estados nacionales soberanos.
El aislamiento y el localismo, en condiciones de precariedad institucional, magros recursos y población
escasa, impidieron el total fraccionamiento de esas unidades provinciales en estados nacionales soberanos.
La formalización de un funcionamiento autónomo no generaba demasiadas ventajas. En cambio, la
posibilidad latente de negociar desde al menos una posición formal de paridad , la constitución de un estado
nacional sobre bases más permanentes que las ofrecidas por los diversos pactos federativos , resultaba
siempre más atractiva y conveniente, se buscaba establecer alguna forma de vinculación estable al circuito
econ que tenía por eje al puerto de Bs. As. El comercio exterior debilitó las economías regionales. Era más
fácil hacer un pacto. Además, el mejoramiento de las comunicaciones y la consecuente creación de un
mercado interno para ciertas producciones del interior, contribuyeron al proceso de homogeneización de los
intereses económicos localizados en las diversas provincias.
Por último, no parece desdeñable como factor coadyuvante a la integración nacional, la experiencia
comparada. Los ejemplos de otros países como EE.UU, o de las naciones europeas no pasaban desapercibidos
para la élite intelectual que asumió el liderazgo del proceso de organización nacional argentino.
Orden y progreso
Un aspecto central para nuestro análisis: sólo a partir de la aparición de condiciones materiales para la
estructuración de una economía de mercado se consolidan las perspectivas de organización nacional; y sólo
en presencia de un potencial mercado nacional y consecuentes posibilidades de desarrollo de relaciones de
producción capitalistas- se allana el camino para la formación de un estado nacional.
Pese a que la expansión económica exportadora no se vio interrumpida por las guerras civiles y que incluso
incrementó su ritmo a partir de la caída de Rosas y pesea a la intensa actividad despertada por la apertura
de la economía, las posibilidades de articulación de los factores productivos se vieron prontamente limitadas
por diversos obstáculos, (la dispersión y el aislamiento de los mercados regionales, la escasez de población,
la precariedad de los medios de comunicación y transporte, etc) pero sobre todo, por la ausencia de garantías
sobre la propiedad, la estabilidad de la actividad productiva y hasta la propia vida -derivadas de la continuidad
de la guerra civil y las incursiones indígenas- que oponían escollos prácticamente insalvables a la iniciativa
privada.
Salvar la brecha implicaba regularizar el funcionamiento de la sociedad de acuerdo con parámetros dictados
por las exigencias del sistema productivo que encarnaba la idea del Progreso.
Roto el orden colonial, el proceso emancipador desató fuerzas que desarticulaban una sociedad que
pretendía ser nación, sin que las diversas fórmulas ensayadas hubieran conseguido establecer un nuevo
orden, por eso el orden se erigía en una agenda de problemas de la sociedad argentina como cuestión
dominante. Resuelta ésta podría encararse con mayor dedicación y recursos los desafíos del progreso.
El “orden” excluía a todos aquellos elementos que pudieran obstaculizar el progreso, el avance de la
civilización, fueran indios o montoneras. El “orden” también contenía implícita definición de ciudadanía, no
tanto en el sentido de quienes eran reconocidos como integrantes de una comunidad política, sino más de
quienes eran considerados legítimos miembros de la nueva sociedad, quienes tenían cabida en la nueva
trama de relaciones sociales.
El “orden” tenía proyecciones externas. Su instauración permitiría obtener la confianza del extranjero en la
estabilidad del país y sus instituciones, para atraer capitales e inmigrantes.
Pero lo más importante: la instauración del “orden”, además de producir una profunda reconstitución de la
sociedad, significaba dar vida real a un estado nacional cuya existencia no se evidenciaba mucho más allá de
la formalidad de un texto constitucional. El desorden expresaba la inexistencia de una instancia articuladora
de la sociedad civil que, en las condiciones históricas, sólo podía estar encarnada en el estado.
La Confederación Argentina compartía con Buenos Aires el reconocimiento externo de su soberanía política.
El control institucionalizado sobre los medios de coerción era compartido por los 14 gobiernos provinciales,
que se reservaban celosamente ese atributo de dominación. Bajo tales condiciones, tampoco podía esperarse
que el estado confederado desarrollara la capacidad de generar símbolos reforzadores de sentimientos de
pertenencia y solidaridad social, esencial mecanismo ideológico de dominación.
Dominium
El triunfo de Pavón, que confirmó la hegemonía de Buenos Aires sobre el resto del territorio argentino, allanó
desde 1862, el camino para la definitiva organización del estado nacional. El gobierno surgido de Pavón
comenzó a desplegar un amplio abanico de actividades que afianzarían el dominio institucional del estado.
La existencia y desarrollo de estas instituciones nacionales pueden ser observados como resultado de un
proceso de "expropiación" social. Es decir, su creación y expansión implican la conversión de intereses
"comunes" de la sociedad civil en objeto de interés general y, por lo tanto, en objeto de la acción de ese
estado en formación.
Esta enajenación de facultades por el estado en ciernes adopta diversas modalidades. En parte, consiste en
adquirir el monopolio de ciertas formas de intervención social reservadas a la jurisdicción de los gobiernos
locales. También, en una invasión por el estado nacional de ámbitos de acción propios de los "particulares".
En parte, finalmente, en la delimitación de nuevos ámbitos operativos que ningún otro sector de la sociedad
está en condiciones de atender, sea por la naturaleza de la actividad o la magnitud de los recursos
involucrados.
Esta existencia del estado, entonces, exige replantear los arreglos institucionales vigentes desplazando el
marco de referencia de la actividad social de un ámbito local-privado a un ámbito nacional público; y (2) crea
la posibilidad de resolver, mediante novedosas formas de intervención, algunos de los desafíos que plantea
el paralelo desarrollo de la sociedad.
Sin duda, la transferencia -forzada o no- de funciones ejercidas de hecho por las provincias, concentró los
mayores esfuerzos del gobierno nacional, que fueron dirigidos especialmente a la formación de un ejército y
un aparato recaudador verdaderamente nacionales. Grandes fueron también los obstáculos hallados en la
creación de otras instituciones destinadas a normativizar y/o ejercer control sobre las demás áreas que el
gobierno nacional comenzaba a reivindicar como objeto de su exclusivo monopolio.
Establecer su dominio también suponía para el gobierno nacional apropiar ciertos instrumentos de
regulación social hasta entonces impuestos por la tradición, legados por la colonia o asumidos por
instituciones como la Iglesia. A veces, la apropiación funcional implicó la invasión de fueros ancestrales. Por
ej, cuando años más tarde el estado tomó a su cargo el registro de las personas, y otras funciones
tradicionalmente asumidas por la Iglesia. Otras veces, supuso la incursión en ciertos campos combinando su
acción con la de los gobiernos provinciales y la de los particulares. El ej que mejor ilustra esta modalidad es
la educación, área en la que el gobierno nacional tendría una creciente participación y se reservaría
prerrogativas de superintendencia y legislación general.
Finalmente, el mismo desarrollo de las actividades productivas, la mayor complejidad de las relaciones
sociales, el rápido adelanto tecnológico, entre otros factores, fueron creando nuevas necesidades
regulatorias y nuevos servicios que el gobierno nacional comenzó a promover y tomar a su cargo (x ej, la
organización del servicio de correos y telégrafos, la promoción de la inmigración, etc).
Asumiendo la responsabilidad de imponer un orden coherente con las necesidades de acumulación, el estado
comenzaba a hallar espacio institucional y a reforzar los atributos que lo definían como sistema de
dominación. Las otras instancias articuladoras de la actividad social cedían terreno y se subordinaban a
nuevas modalidades de relación que lentamente se incorporaban a la conciencia ordinaria de los individuos
y a la rutina de las instituciones.
Penetración estatal
Si bien el movimiento iniciado en Bs. As. contaba con aliados de causa en el Interior, fue la rápida movilización
de su ejército el argumento más contundente para ganar la adhesión de las provincias y eliminar los focos de
contestación armada. La centralización debía ir acompañada por un descentralización del control, es decir,
por una “presencia” institucional permanente, que disolviera las rebeliones interiores y afirmara la suprema
autoridad del estado nacional.
Sin embargo, esta presencia no podía ser solamente coactiva. La legitimidad del estado asumía ahora un
carácter diferente. Si la represión -su faz coercitiva- aparecía como condición necesaria para lograr el
monopolio de la violencia y el control territorial, la creación de bases consensuales de dominación aparecía
también como atributo esencial de la "estatidad". Ello suponía la constitución de una alianza política estable,
y una presencia articuladora material e ideológica que soldara relaciones sociales y afianzara los vínculos de
la nacionalidad. De aquí el carácter multifacético que debía asumir la presencia estatal y la variedad de formas
de penetración que la harían posible.
Diversas modalidades con las que se caracterizó esta penetración: Una primera modalidad, llamada represiva
, supuso la organización de una fuerza militar unificada y distribuida territorialmente, con el objeto de
prevenir y sofocar todo intento de alteración del orden impuesto por el estado nacional. Una segunda,
llamada cooptativa incluyó la captación de apoyos entre los sectores dominantes y gobiernos del interior, a
través de la formación de alianzas y coaliciones basadas en compromisos y prestaciones recíprocas. En tanto
los beneficios y contraprestaciones se dirigieron a ciertos sectores de la sociedad, con exclusión de otros,
implicaron privilegios que por oposición relegaban a estos últimos una existencia económica, cultural o
políticamente marginal. Ganar aliados dio lugar muchas veces a ganar enemigos. Una tercera, llamada
material, presupuso formas de avance del estado nacional, por la localización en territorio provincial de
obras, servicios y regulaciones indispensables para su progreso económico. Fue una modalidad de control
social basada en la capacidad de crear, atraer, transformar, promover y ensamblar los diferentes factores
de la producción, regulando sus relaciones. Finalmente una cuarta, llamada ideológica, consistió en la
capacidad de creación y difusión de valores, conocimientos y símbolos reforzadores sentimientos de
nacionalidad que tendían a legitimar el sistema de dominación establecido. La ideología sirvió como
mecanismo de interpelación y constitución de sujetos sociales que, en medio de una situación de caos
institucional y transformación de la estructura económica, debían reubicarse dentro de la nueva trama de
relaciones que se estaban conformando.
Resistencias
En general, las provincias interiores se mostraron indiferentes y hasta hostiles a los intentos de Buenos Aires
por dar un alcance nacional al movimiento revolucionario. Los sectores dominantes porteños no ofrecieron
inicialmente las compensaciones o ventajas suficientes a las clases dominantes del Interior como para que
éstas aceptaran incondicionalmente el liderazgo y las bases sobre las que aquéllos pretendían organizar el
estado nacional.
A la caída de Rosas, el conflicto latente se hizo explícito. El Litoral, con el apoyo del Interior, intentó asumir
el liderazgo del proceso de organización nacional en circunstancias en que Buenos Aires no había resignado
sus pretensiones hegemónicas. El conflicto tomo forma de un enfrentamiento entre unidades políticas (v.g.
la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires) territorialmente delimitadas, cuando en realidad
constituía el choque de dos concepciones diferentes sobre el modo de organizar políticamente una nación;
pero especialmente, sobre las consecuencias económicas y sociales derivadas de imponer fórmulas políticas
alternativas.
El triunfo de Buenos Aires abrió otras líneas de conflicto. A los que resistían desde mucho antes (v.g. por una
parte los indios; por otra, los caudillos del Interior que veían sus posiciones amenazadas en el propio ámbito
local por los aliados provinciales de la causa porteña) empezaron a agregarse fracciones de las clases
dominantes de Buenos Aires, para las cuales la existencia de un estado nacional comenzaba a crear
contradicciones y enfrentarnientos en una instancia institucional que no controlaban plenamente.
Por su parte, la dispersión, reducido tamaño y escasa organización de los sectores obreros y campesinos
impidieron el surgimiento de movimientos contestatarios de importancia. Pero no es solo la escasa educación
o el estado de guerra casi permanente lo que facilitó el control de las clases subalternas y explica la falta de
movilización popular. Las características que asumió la explotación agrícola-ganadera, los altos rendimientos,
la feracidad y bajo precio de la tierra, la imposibilidad o dificultad de exportar cereales, por fletes, o carne,
permitió que las clases populares tuvieran acceso a una alimentación barata y abundante, aun en condiciones
de vida semibárbaras.
Estado y clases
Proceso de formación estatal: vinculación entre este proceso y la constitución de clases sociales. Hay dos
aspectos diferentes aunque relacionados:
− La composición y transformación de la clase dominante
− El papel del estado en la estructuración de clases sociales
Desdibujándose el papel de los militares como presencia corporativa dentro de la clase dominante fueron
surgiendo otros grupos (x ej comerciantes, saladeristas, laneros) cuyo poder económico llevó a muchos de
sus miembros a ejercer influencia o asumir un papel protagónico en la escena local y nacional.
Hacia 1862 la alianza política que asumió el liderazgo de la organización nacional fue una compleja coalición
que cortaba a través de regiones, “partidos”, clases, actividades y familias. El centro de la escena política fue
ocupado por fracciones de la burguesía en formación, implantada en las actividades mercantiles y
agroexportadoras que conformaban la rústica economía bonaerense. A este núcleo se vinculaban por origen
social, un grupo de intelectuales y guerreros de la provincia porteña, y por lazos comerciales, diversas
fracciones de la burguesía del litoral e el Interior.
Sin embargo, al integrar en sus filas sectores sociales variados no había una coalición fuerte o estable.
Transcurrirían todavía dieciocho años hasta que se consolidara un "pacto de dominación" relativamente
estable. A lo largo de este período, la existencia de un estado nacional no sólo contribuiría a transformar la
composición de la clase dominante (v.g. a través de las diversas modalidades de penetración ya analizadas),
sino también a transformar la propia estructura social.
La evaluación del papel del estado en la formación de sectores económicos y sociales exige considerar
aspectos eminentemente cualitativos: la apertura de oportunidades de explotación económica, la creación
de valor, la provisión de insumos críticos para el perfeccionamiento de la relación capitalista o la garantía,
material o jurídica, de que esta relación se reproducirá. Además de su impacto específico, estos mecanismos
contribuyeron sin duda a la configuración de la estructura social argentina.
Subsidiando a las provincias, el estado promovió la formación de un importante sector de profesionales y
burócratas provinciales, a cargo de actividades docentes, legales, administrativas y religiosas. A través de la
creación y afianzamiento de un ejército nacional, favoreció a un proceso de institucionalización de las FF.AA,
componente esencial de dominación
Reflexiones finales
La guerra de la independencia argentina fue el primer capítulo de un largo proceso, caracterizado por
cruentos enfrentamientos y variadas fórmulas de transacción, mediante los cuales los sectores que pugnaban
por prevalecer en la escena política intentaron sustituir el orden colonial por un nuevo sistema de dominación
social. El origen local del movimiento emancipador y las resistencias halladas por Buenos Aires para
constituirse en núcleo de la organización nacional, pronto dieron lugar a movimientos separatistas y guerras
civiles que, durante cuatro décadas, impidieron la formación de un estado nacional. . La provincia fue un
ámbito de lucha por la dominación local. Las provincias funcionaron como cuasi-estados dentro de una
federación cuyos vínculos de nacionalidad radicaban esencialmente en la aún débil identidad colectiva creada
por las guerras de la independencia.
Por inspiración y acción de Rosas, Buenos Aires alentó durante dos décadas esta organización federal del
sistema político-institucional, postergando la constitución de un estado nacional que, en las condiciones de
la época, poco hubiera beneficiado a los intereses de los sectores terratenientes pampeanos que sostenían
al régimen rosista. La coalición de fuerzas del litoral, con apoyo extranjero y de sectores disidentes de Buenos
Aires derrotó a Rosas en Caseros.
Sobre las cenizas de Caseros se realizó el primer intento orgánico de creación de un estado nacional, que al
no contar con la adhesión legitimante ni los recursos de la autoexcluida provincia porteña, sobrevivió tan
sólo una década. Debilitada por los enfrentamientos con Buenos Aires, la Confederación Argentina resignó
en Pavón su efímero liderazgo del proceso de organización nacional.
Sobre las cenizas de Pavón se hizo un nuevo intento a partir del apoyo de las instituciones y recursos de
Buenos Aires y la subordinación económica y política de las provincias interiores. A partir de allí, el nuevo
pacto de dominación se basó en cambiantes coaliciones intraburguesas, en las que se alternaban las
fracciones políticas dominantes de Buenos Aires y a las que gradualmente se incorporaban sectores de las
burguesías del interior.
El estado por medidas de penetración se fue apropiando nuevos ámbitos operativos, redefiniendo los límites
de la acción individual e institucional, desplazando a la provincia como marco de referencia de la actividad
social y la dominación política. Por este proceso de centralización del poder y de descentralización del control,
el estado fue afianzando su aparato institucional y ensanchando sus bases sociales de apoyo
desprendiéndose poco a poco de la tutela de Bs. As.
Hay un sino trágico en este proceso formativo. La unidad nacional fue siempre el precio de la derrota de unos
y la consagración de privilegios de otros. Y el estado nacional, símbolo institucional de esa unidad, representó
el medio de rutinizar la dominación impuesta por las
armas.
El régimen político existente venía siendo cuestionado desde 1890, particularmente por los Radicales. En
1905 los mismos realizaron un levantamiento cívico - militar, poniendo su énfasis en la crisis de
representatividad y esto generó el temor de que pudiera confluir en la cuestión social, pero este
levantamiento se frustró en su comienzo.
«La cuestión social» había comenzado a manifestarse en la década anterior. Sin embargo, fue a partir de la
huelga general de 1902, que hizo su plena irrupción en la escena nacional convirtiéndose desde entonces en
un problema político de primer orden. Entre ese año y 1910 tuvo lugar el período de mayor –por extensión
y por intensidad– agitación social de la historia argentina contemporánea.
Entre ambas cuestiones –la crisis del régimen político y la oleada de agitación social– aparecía un tercer tema
problemático, que se relacionaba estrechamente con las dos: la situación de los inmigrantes. En lo político,
porque se encontraban marginados del régimen, y con lo social porque esos trabajadores extranjeros eran
en los centros urbanos los principales actores en las huelgas.
Los principales pasos tomados en lo político, tales como las reformas electorales de 1902 y 1912 como
intentos de depuración y ampliación del régimen político, y el frustrado proyecto de Código de Trabajo,
llevaron a lo que se ha llamado El Reformismo Oligárquico.
En él intervenían los partidarios del «auto-reformismo» y también la oposición política, particularmente los
Radicales. Pero, no eran los únicos protagonistas. Lo que podemos llamar «las izquierdas» de la época. Tenían
un peso importante y su presencia era mucho más notoria en relación con los movimientos sociales. El peso
político - sindical era creciente en los principales centros urbanos compuestos mayoritariamente por
extranjeros. Izquierda se denomina a un conjunto de movimientos políticos expositores de ideologías de
contestación social o anticapitalistas. Al utilizarlo en plural (izquierdas) se pretende destacar la presencia de
movimientos autónomos que presentan entre ellos importantes aspectos diferenciadores.
Existen 3 tendencias o corrientes entre 1890 y 1912, punto final del período marcado por la Ley Saenz Peña:
el Anarquismo, el Socialismo y el Sindicalismo Revolucionario.
LOS SOCIALISTAS
En la primera década del siglo su perfil era definido: el partido se basaba en una doble estrategia hacia el
socialismo. Por un lado, se presentaba como un partido apto como instrumento en la obtención de mejoras
económicas y sociales para los trabajadores, y por otro lado como un partido de reformas democráticas,
republicanas, profundas. El nexo entre ambos aspectos era lo que en la época se llamaba «la acción política»
y que esencialmente se traducía en la acción legislativa parlamentaria.
Este nuevo partido tenía la oposición de los luego llamados Sindicalistas Revolucionarios.
La política socialista encuentra como antecedente marcado en los grupos de la década del 80, el más
sobresaliente fue el Vorwarts, formado en 1882 por alemanes. Hasta 1888 la actividad de este será
principalmente propagandística. Estos tomaron un papel importante en las luchas obreras y en la creación
del Comité Obrero Internacional que celebrará el 1° de mayo, y posteriormente en la aparición del "El
Obrero" y la creación de la Federación Obrera.
Probablemente alentados por las huelgas dadas entre 1888 y 1890 y el socialismo internacional, los socialistas
argentinos enfatizaron una orientación que vinculaba estrechamente lo político con lo sindical.
La intensificación de la lucha social urbana entre estos años permitió a los socialistas abandonar la actividad
propagandística que era su eje central. Desde 1890 comenzó una tentativa a desarrollar una actividad
centrada en lo político - sindical, que se vio afectada por las consecuencias de la crisis económica. Una de las
repercusiones de esta crisis fue la desocupación y una disminución del movimiento huelguístico entre 1891
y 1894. En ese marco, las tentativas socialistas de construir federaciones obreras y de intensificar su actividad
en el movimiento sindical, fueron necesariamente frágiles y efímeras.
Los fracasos de estos intentos llevarían a una parte de los socialistas argentinos a tratar de rectificar el rumbo.
Desde 1892, una mayoría de los socialistas abandonó la política centrada en lo sindical y privilegió la
construcción de un partido socialista basado en un accionar político más definido.
En 1894 se registran dos fenómenos que contribuirían a una modificación sustancial del perfil. Por un lado,
se reanuda el movimiento huelguístico con la reactivación económica, este tiene una gran intensidad en
Rosario y Buenos Aires, donde se activan los lazos socialistas con el movimiento sindical. El otro fenómeno
es que se incorporan al socialismo los intelectuales argentinos denominados el "proto-intelectual de
izquierda" (en su mayoría son abogados, médicos, periodistas, estudiantes, etc.), quienes rápidamente
ocuparon los espacios dirigentes. Esto modificó el plano, ya que los dirigentes hasta el momento se
mantenían dentro del grupo de los obreros, artesanos, etc.
Una de las consecuencias –y no de las menos importantes– de esos cambios introducidos desde 1894, fue la
iniciación de lo que podemos llamar el proceso de «argentinización» del socialismo. Esta nueva estrategia
terminaría por caracterizar el perfil de los socialistas en la primera década del siglo (acción parlamentaria
futura como instrumento para la conquista de reformas a favor de los trabajadores).
La «argentinización» se combinaba con la «acción política» en un punto fundamental: la necesidad de la
naturalización de los extranjeros para que estos pudieran ejercer los derechos electorales.
Ante esta obligación a los extranjeros de “hacerse argentinos” para poder ejercer derechos electorales, se
generó una resistencia y una lucha ideológica interna, que duraría hasta casi el inicio del siglo XX.
Los socialistas paulatinamente iban logrando alguna inserción en el seno de los trabajadores y en el del
creciente movimiento sindical. Sin embargo, allí encontrarían, ahora, rivales que les disputarían esa
incipiente inserción. Hacia fines del siglo, los anarquistas «organizadores» comenzaban a conquistar
posiciones significativas en el seno del movimiento obrero, al mismo tiempo que iban extendiendo su
influencia hacia otros sectores.
Hacia 1901 por primera vez los anarquistas se mostraron dispuestos, luego de varios intentos fallidos en la
década precedente, a confluir con los socialistas en una federación obrera unitaria. Así nacería, la FOA –más
tarde FORA– y que estaría llamada a ser durante varios años un punto de referencia privilegiado para el
movimiento obrero. No obstante, pronto surgirían fuertes tensiones que llevarían a una ruptura. En el fondo
de esas tensiones estaban las divergencias estratégicas particularmente en el debate en torno a la huelga
general. Otra fuente de roces, era la tentativa socialista de vincular acción sindical y acción política, lo que
necesariamente chocaba con el fuerte antipoliticismo de los anarquistas.
En minoría dentro de la Federación, los socialistas terminarían escindiéndose y constituyendo otra, la Unión
General de Trabajadores (UGT). Otro hecho importante fue que pudieron elegir su primer representante a
nivel nacional, con el triunfo de Alfredo Palacios en 1904 como diputado. Además, ahora, la élite gobernante
parecía valorarlos de alguna manera, en la medida que comenzaba a considerarlos como «oposición
reconocida».
Por otra parte, esos años coinciden con la emergencia de la vida política de las clases medias urbanas y en
consecuencia un amplio sector de universitarios dividirá sus preferencias entre socialistas y radicales. Así,
desde los primeros años del siglo los socialistas reciben en sus filas a numerosos intelectuales, al mismo
tiempo que van logrando afiliaciones en otros sectores medios.
Pronto se acrecentaron las tensiones entre «el ala sindical» y el «ala política» en el Congreso. Esto se vio
acentuado en el debate interno en torno a la posición que debería adoptar frente al proyecto de Código de
Trabajo impulsado por el ministro Joaquín V. González. Entre los socialistas surgirían dos grandes tendencias
frente al proyecto: una que lo rechazaba frontalmente y otra que consideraba que debían apoyarse sus
aspectos positivos y rechazarse los negativos. (El proyecto finalmente fracasaría).
Las alternativas analizadas revelan las dificultades que encontraba la estrategia socialista en el marco político
y social que caracterizaba la primera década del siglo.
LOS ANARQUISTAS
Para esta corriente, la situación entre 1902 y 1910, se presentaba bastante más favorable. El más importante
de sus periódicos, La Protesta, se editaba diariamente, y su su actividad propagandística se extendió más allá
de lo sindical: centros feministas, antimilitaristas, escuelas racionalistas, lo cual fue configurando una "cultura
anarquista".
De los grupos pioneros de la década del ochenta surgirán dos grandes tendencias: los anarquistas
«organizadores» y los «anti-organizadores», cuyo eje de división era la aceptación o rechazo de ciertas
formas de organización estables del movimiento; la participación en las organizaciones sindicales y en la lucha
por reivindicaciones parciales.
Entre 1890 y 1894 serían los «anti-organizadores» quienes llevarían la delantera, los anarquistas
«organizadores» encontrarían dificultades para su prédica en un marco social caracterizado por la
desocupación y el reflujo del movimiento huelguístico que había tenido lugar entre 1888 y mediados de 1890.
En cambio, la acción predominantemente propagandística y agitativa de los «anti-organizadores» encontrará
una mejor situación para su desarrollo. Será el periódico El Perseguido, que en esos tempranos años llegará
en algunas ocasiones a tirar 4.000 ejemplares, el principal portavoz de la corriente.
Estos dos grupos anarquistas se caracterizaban porque su antipoliticismo los hacía descartar la preocupación
por la naturalización de los extranjeros. Los organizadores sobre todo comenzaron a expandir su influencia
entre los trabajadores extranjeros desde mediados del 90, y darían en 1897 un paso decisivo en su
consolidación como corriente, con la aparición del periódico La Protesta que funcionará como una especie
de «frente unido» de distintos grupos «organizadores». Este grupo irá adquiriendo un perfil anarco-
sindicalista. Se diferenciaban por la admisión de formas organizativas federativas para el movimiento
anarquista y aceptaban la importancia de la organización sindical y de la lucha por demandas parciales
aunque siempre en el camino de la huelga general insurreccional.
Los anarquistas argentinos, combatirán y rechazarán de plano todas las tentativas de «auto-reforma»
propiciadas por la élite gobernante. No habrá en el caso de los anarquistas un debate interno, como sí ocurrió
con los socialistas, respecto al «Código González». Asimismo se opondrán a la legislación laboral, a la creación
del Dto. Nacional de Trabajo y a toda forma de regulación entre trabajo y capital. El anti-estatismo anarquista
se expresó a través de la agitación anti-autoritaria, anti-represiva y anti-militarista. Para ellos la cuestión se
resolvería con la abolición del estado y de toda forma de opresión.
En los anarquistas «organizadores» –que serán los que en la primera década del siglo XX tengan el mayor
desarrollo dentro del anarquismo argentino– habrá lo que podemos denominar «un doble discurso», por un
lado un “discurso de clase obrera”, y por otro “uno de los oprimidos”, así, en el mismo plano que el
movimiento de los trabajadores, aparecían reivindicaciones libertarias que incluía a otros sectores (como la
opresión de las mujeres).
La influencia del anarquismo se basaba fuertemente en el sector de trabajadores manuales del sector
servicios como puerto y transporte, y de las incipientes industrias, en los centros urbanos mayoritariamente
de origen inmigratorio, especialmente en Bs. As. y Rosario. También comprendía el sector de artesanos,
comerciantes ambulantes y a un sector de intelectuales.
Entre 1902 y 1910 los anarquistas entraron en el juego político nacional y sus ejes centrales eran la condena
del autoritarismo estatal y el énfasis puesto en las demandas del movimiento social.
Luego de la ley Sáenz Peña, comenzará a verse el declive de esta corriente. Dos hipótesis centrales pueden
intentar explicar esto. En 1er lugar, la ampliación del régimen político y la instauración de un marco
democrático con la llegada del Radicalismo al poder, y el establecimiento de un nuevo tipo de relaciones
entre el Estado y los sindicatos, disminuirá los efectos de la prédica centrada en lo anti-autoritario. En 2do
lugar, las modificaciones que se van produciendo en la estructura productiva del país, plantearán para
numerosos sectores de trabajadores la necesidad de una relación más fluida con el Estado. En este sentido,
los sindicalistas revolucionarios, que irán modificando en parte, sus rígidas posturas antiestatistas de los
primeros años, estarán en mejores condiciones de adaptarse a la nueva situación que los anarquistas.
En lo que hace al régimen político el antipoliticismo y el antiestatismo anarquista aparecían para los sectores
populares como más simples y adecuados al tipo de Estado que enfrentaban, que las proposiciones socialistas
su antipoliticismo que se traducía en el repudio a los partidos políticos y a las prácticas electorales y
parlamentarias. En síntesis, gran parte de la población estaba marginada del régimen político y la vida
parlamentaria reflejaba mucho más el juego entre los distintos sectores de la élite, que el conjunto de las
opciones políticas existentes en la sociedad.
En lo que respecta al antiestatismo, la propaganda anarquista tocaba otros de los puntos nodales de la
política de la élite respecto a los trabajadores.
El segundo gran problema, en torno al cual los anarquistas tenían una postura que recibía una mejor acogida
entre los sectores populares, era el de los inmigrantes. Desde el punto de vista del discurso socialista o
Sindicalista Revolucionario las tendencias a mantener los particularismos étnicos o nacionales significaban
obstáculos en la «construcción de la clase obrera». Por el contrario, los anarquistas inspirados por sus
concepciones profundamente antipatrióticas e internacionalistas, sumadas a su repudio al régimen político,
toleraban las tendencias de los extranjeros respecto al mantenimiento de la identidad étnica, lo cual les evitó
choques con ciertos sectores de los trabajadores.
Esta cuestión es importante, más si se tiene en cuenta que desde principios de siglo, desde el propio seno de
la élite gobernante provendrán presiones destinadas a «nacionalizar» a los extranjeros. En efecto, la
multiplicidad étnica aparecía para la élite dirigente como un mosaico variopinto, que requería la «creación»
de la nacionalidad argentina, como un elemento fundamental para la existencia de bases estables ideológicas
de dominación.
El último de los tres grandes problemas que enfrentaban las izquierdas del cambio de siglo, es la llamada
«cuestión social». Durante las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XIX, esta «cuestión social»
aparecía como relativamente mitigada. En los últimos diez años del siglo pasado y en los primeros del actual,
la tendencia dominante entre los trabajadores urbanos comienza a cambiar. El rechazo a las condiciones
vigentes, ahora, se hace cada vez más visible y va acompañando una mayor estructuración capitalista de las
relaciones de trabajo. Los anarquistas promoverán estas formas de lucha sin restricción alguna. Frente a la
intransigencia y la represión estatal y patronal impulsarán la acción directa y la huelga general como
instrumento de lucha fundamental.
Tendrán rivales más fuertes en los sindicalistas revolucionarios que en los socialistas. Estos, también pondrán
un profundo énfasis en los movimientos reivindicativos y apelarán también a formas de acción directa. Pero
como apareció como corriente autónoma casi hacia final del período del régimen oligárquico, no hubo un
tiempo suficiente como para medir los resultados de la confrontación. Luego, sancionada la ley Sáenz Peña,
los sindicalistas revolucionarios resultarían triunfantes.
En síntesis: el auge del anarquismo en el período que estudiamos aparece avalado por sus posturas frente al
Estado y al régimen político ante los cuales preconizaban el rechazo simple y llano; frente a la integración de
los migrantes internacionales, ante la cual respetaban la tendencia a la persistencia de la identidad étnica; y
finalmente por su insistencia en las reivindicaciones económicas y sociales, que terminaban por ser en su
accionar las cuestiones fundamentales.
Cuatro etapas fundamentales en la evolución del partido: 1891-96, 1896-05, 1905-12 y 1912-16.
Éstas se pueden observar desde diferentes perspectivas, como la composición del partido y el grado de apoyo
popular que tuvo, y secundariamente, sus características organizativas y conexiones regionales.
El núcleo principal de la coalición estaba integrado por jóvenes universitarios, en su mayoría hijos de familias
patricias.
También había varias facciones dirigidas por diferentes caudillos que controlaban la vida política en Capital
Federal y gran parte de la provincia de Buenos Aires, estos eran “políticos en disponibilidad unidos por el
rasgo en común de no tener cargos oficiales”. Cabe distinguir entre ellos dos subgrupos, uno conducido por
el general Bartolomé Mitre, el cual representaba a los principales exportadores y comerciantes de la ciudad
de Buenos Aires; el otro era liderado por Leandro Alem y contaba con el apoyo de cierto número de
hacendados, aunque el propio Alem era un caudillo urbano.
Asimismo también había algunos grupos clericales, y finalmente y en menor parte, algunos adherentes entre
los sectores populares de la Capital, sobre todo pequeños comerciantes y dueños de talleres artesanales.
El problema educativo había alcanzado un punto crítico ya que las aspiraciones de movilización social giraban
en torno del recurso universitario (por las limitaciones del desarrollo industrial). Acá se puede ver una
diferencia esencial entre la posición de Yrigoyen luego de 1905 y Alem 15 años atrás: Alem actuó antes de
que la situación alcanzara su punto crítico y el pedido de apoyo fue a los grupos criollos de Bs. As, mientras
que Irigoyen se dirigió a los hijos de inmigrantes, empleados del sector terciario. El gobierno representativo
fue importante para este sector.
Estos hijos de inmigrantes desempeñaron un papel fundamental en su la repentina popularidad del partido.
Si en vez de observar a los dirigentes miramos a las masas, es fácil ver que las fuerzas de los partidos
conservadores la constituyen los distritos de población rural ganadera enfeudada la burguesía adinerada,
mientras que el partido radical muestra su vitalidad en las ciudades y en los distritos agrícolas, en donde el
aporte de extranjeros ha permitido la formación de una clase media de pequeños comerciantes y chacareros
cuyos hijos le ofrecen contingentes importantes y entusiastas.
Luego de 1905 los radicales comenzaron también a incrementar el volumen de su propaganda. El contenido
no pasaba de ser un ataque ecléctico y moralista a la oligarquía, Además si Laura Arce la demanda de un
gobierno representativo.
Sin embargo, más importante que lo que decían los radicales, era lo que no decían. Uno de sus rasgos más
destacados a partir de esta época fue su evitación de todo programa político explícito. El objetivo era evitar
las diferencias sectoriales y poner de relieve el carácter coaligante y agregativo del partido. Los radicales no
apuntaban a introducir cambios en la economía del país; su objetivo era más bien fortalecer la estructura
primaria exportadora promoviendo un espíritu de cooperación entre la élite y los sectores urbanos que
estaban poniendo en tela de juicio su monopolio de poder político. Su propósito era crear un nuevo Estado
unipartidario, propósito que pasó a constituirse en uno de los rasgos centrales del populismo radical.
Hipílito Yrigoyen
La otra importante novedad que puso aún más de relieve el carácter populista Que el partido había adquirido
hace 1912 fue el surgimiento de Yrigoyen como líder. Su estilo político consistía en el contacto personal y la
negociación cara cara, que le permitieron extender su dominio sobre la organización partidaria y crear una
cadena muy eficaz de lealtades personales. Esto estaba mechado con ocasionales y providenciales gestos de
caridad, calculados para apelar a los valores de la clase media de religión católica romana.
Se convirtió en el profeta del partido, y su aparente distanciamiento respecto de la lucha política cotidiana
pasó a simbolizar la aplicación de la UCR al ideal democrático y en la creación de una nueva república. Y
peculiar estilo de este líder fue asimismo un instrumento importante para la conciliación de diversos
intereses que el radicalismo había llegado a representar, un instrumento funcional en lo que respecta al
objetivo partidario de reducir las fuentes potenciales de fricción entre sus sostenedores Y obtener el máximo
apoyo posible en las distintas regiones y clases sociales. De este modo, el radicalismo se desarrolló menos
como un partido en el sentido estricto de la palabra que como un movimiento de masas que fundaba su
fuerza en una serie de actitudes emocionales.
Aspectos regionales
Dentro del partido existían signos de conflicto de tipo regional. La “invasión” del districto electoral, al paso
que sirve de ejemplo de los métodos que se empleaban para el sufragio, refleja el permanente intento de
Yrigoyen y sus adictos porteños por controlar las filiales provinciales.
En las provincias pampeanas, las filiales contaban con fuertes núcleos propios e independientes. Allí la
tradicional rivalidad con Bs. AS. tenía antiguas raíces históricas, de modo tal que el grupo Yrigoyen era visto
como una fuerza extraña que procuraba minar la autonomía de los intereses locales.
En 1916 se comprobó que si bien el radicalismo en un partido nacional, aún no había logrado superar por
completo los antagonismos regionales del pasado.
Para los capitales extranjeros, el radicalismo era visto como una innovación. No porque pusiera en peligro el
orden establecido, sino porque sus características organizativas y su estilo político estaban en agudo
contraste con todo lo que se conocía hasta entonces.
2. El arbitraje estatal
Para comprender la importancia de las modificaciones que se produjeron desde 1916 con la llegada del
radicalismo al poder, es necesario resumir las características más salientes del tratamiento que los gobiernos
oligárquicos daban a la cuestión urbana.
Hasta 1902 el Estado dejaba a las partes librada a la correlación de las fuerzas. Solo cuando se daban
conflictos en sectores vinculados a la economía exportadora, como en el caso de los servicios, el Estado
intervenía con una dura represión. Lo mismo ocurría con lo que amenazara con alterar gravemente el orden
público.
Después de 1902, con la primera huelga general de orden nacional, el Estado comenzó a desarrollar una
suerte de intervención frente a la cuestión obrera. Por un lado sistematizó la represión tanto en el plano
legislativo como en el de la acción directa. Al mismo tiempo presentó un proyecto de Código de Trabajo en
1904, el cual sin embargo nunca fue sancionado, tanto por la oposición del movimiento obrero como por la
de los industriales.
La Ley Saenz Peña, de sufragio universal masculino, implicó una ampliación del “mercado político” Al
incorporar al juego electoral a un sector significativo de los trabajadores, los que tenían la nacionalidad
argentina. Desde entonces los propios conservadores comenzaron a prestar mayor atención a las políticas
laborales aunque sus reformas fueron muy exitosas. Los cambios fundamentales en este tema se dieron a
partir de 1916, luego del triunfo electoral del radicalismo.
En diciembre de 1916 los trabajadores marítimos de Buenos Aires declararon una huelga cuyos objetivos
eran obtener un aumento de salarios, jornada de ocho horas y mejoras en la higiene y alimentación. La
Federación Obrera Marítima (FOM) se encontraba adherida a la FORA IX Congreso.
Cuando estalló el conflicto, desde el campo obrero no hubo resistencia ante el ofrecimiento de un arbitraje
estatal. Hubo un asiduo contacto y diálogo entre los dirigentes de la FOM y el presidente Irigoyen durante el
desarrollo de la huelga, y se observó una buena predisposición del gobierno acceder a los pedidos de los
huelguistas, como por ejemplo el retiro de las fuerzas de seguridad de la zona del puerto para que los
trabajadores pudieran ejercer libremente su derecho a la propaganda.
En cambio, desde el sector patronal, los armadores se negaron desde un primer momento a someterse a una
mediación del Estado. Entre sus argumentos sostenían que una mediación estatal fomentaría las huelgas y
alteraría el libre juego de oferta-demanda. Además entendían que eso derivaría en una intervención continua
de los poderes públicos en cuestiones privativas a las relaciones laborales. Consideraba que las medidas a
raíz de la actitud asumida por el radicalismo con respecto a la problemática laboral menoscababan su poder.
De esta manera el gobierno aparecía con su intervención como el elemento principal para hacer efectiva la
huelga y colocar a los trabajadores en igualdad de condiciones con el sector empresarial a la hora de sentarse
a negociar sus demandas.
El conflicto se prolongó y las consecuencias negativas sobre la economía agroexportadora llevaron a que
entidades como la Bolsa de Comercio y La Soc Rural presionaran para que las partes llegaran a un acuerdo
definitivo. Así, en abril de 1917, los empresarios navieros y los trabajadores firmaron un convenio que
posibilitó la normalización de las actividades portuarias. Por tanto los marítimos no sólo habían conseguido
la reivindicación a sus demandas, sino que habían logrado el reconocimiento de su sindicato por los patrones
y obtener así una mayor presencia y decisión en la selección de la mano de obra.
La política laboral que el yrigoyenismo quería implementar estaba modificando sustancialmente la relación
de fuerzas existente entre patrones y obreros.
Otro de los conflictos importantes que debe afrontar el gobierno radical fue el del sector ferroviario a
comienzos de 1917. A diferencia de los trabajadores marítimos, los ferroviarios se hallaban representados
por dos entidades gremiales. Por un lado, La Fraternidad, cuyos afiliados aparecían como una especial
aristocracia obrera. Ésta era proclive a la negociación con el Estado y los patrones, y consideraba la huelga
como una medida a tomar en última instancia. Por otra parte se encontraba la Federación Obrera Ferroviaria
(FOF), la cual agrupaba el resto de los Ferroviarios es decir a los sectores de talleres y el conjunto de los
empleados no calificados.
Cuando el malestar en el sector comenzó a hacerse sentir y el descontento se extendió a distintas zonas del
país, ambas entidades decidieron hacerse eco de las demandas y unificar las peticiones. De esta manera, para
septiembre de este año, el conflicto estaba generalizado y las empresas optaron por la implementación de
un arbitraje estatal que diera por terminada la huelga rápidamente. Pero en un primer momento, tanto la
FOF como La Fraternidad, rechazaron la mediación del Estado, aunque por razones diferentes.
Nuevamente, en vista de la irresolución del conflicto, entidades como la Sociedad Rural Argentina y la Bolsa
de Comercio comenzaron a manifestarse solicitando al gobierno endurecer su posición y aplicar en forma
estricta el reglamento para el funcionamiento de los ferrocarriles. Así el gobierno comenzó a tomar medidas.
La primera de ellas fue la confección del reglamento provisional del trabajo ferroviario. Al ponerlo en
conocimiento de las empresas, estas los rechazaron argumentando que no contemplaba en su verdadera
dimensión el trabajo que se efectuaba en los ferrocarriles y que implicaba un perjuicio económico.
En octubre, los marítimos, en solidaridad se declararon en huelga, paralizando así también el tráfico terrestre.
Como consecuencia el poder Ejecutivo endureció su posición y sancionó por decreto el reglamento,
otorgando más beneficios a los obreros (como aumento de salarios, jubilaciones, supresión de multas, etc).
En relación con las empresas, el decreto establecía que estas podían aumentar sus tarifas para cubrir los
gastos que generarían estas medidas.
Sin embargo, la resolución presidencial dividió a los obreros ferroviarios. Por un lado La Fraternidad
consideraba que la huelga debía ser levantada, por otro, la FOF llamó continuarla, en función de alcanzar la
propuesta estatización que ellos habían planteado. Finalmente, sin el apoyo de LA Fraternidad, el movimiento
fue perdiendo fuerza y terminaron levantando la huelga definitivamente luego de una reunión con Yrigoyen.
Los sectores patronales comenzaban a inquietarse por el nuevo rumbo sobre la cuestión obrera por parte de
la política laboral de Yrigoyenismo.
En medio de las críticas hacia el gobierno, estalló en noviembre de 1917 una huelga de obreros
pertenecientes a las empresas frigoríficas de Berisso, Ensenada y Avellaneda. En este conflicto dos hechos
son sumamente significativos. Uno de ellos fue la protección que la policía local les brindó a los trabajadores
en huelga ante los ataques de los sectores patronales. Y el otro fue que el gobierno nacional, en un primer
momento, se ofreció a mediar, pese a la gran cantidad de extranjeros que componían ese gremio.
(Recordemos que al ser inmigrantes no nacionalizados, carecían de derechos electorales, por tanto quizás no
importaba demasiado en otras ocasiones darles espacio). Sin embargo, la propuesta de intervención fue
rechazada por los empresarios, asi como también, contundentemente, por los trabajadores. Esto se podría
explicar debido a que los militantes anarquistas eran quienes estaban dirigiendo la medida de fuerza. A partir
de ese momento, la huelga comenzó a ser cada vez más violenta por los enfrentamientos que se sucedían
entre las fuerzas de la Marina y los huelguistas. Asimismo, el gobierno tenía las presiones de los sectores
patronales que amenazaban con cerrar los frigoríficos y trasladarse a Brasil. La gran represión estatal que se
desató, parece haber sido la respuesta a una situación en donde quedaban al descubierto los límites de la
política laboral del Yrigoyenismo.
3. La semana trágica
Desde el mes de diciembre de 1918 los obreros de los talleres metalúrgicos Vasena, en la ciudad de Buenos
Aires, realizaban una huelga en demanda un aumento salarial y reducción de jornada.
El 7 de enero de 1919 se produjo un grave incidente cuando un grupo de huelguistas, acompañado por
mujeres y niños, interpelaba a los que seguían trabajando para que cesaran sus tareas, y al ser desoídos
apedrearon los carros que los transportaban. La respuesta fue dada a tiros por la custodia policial y dejó
cuatro muertos y una treintena de heridos, algunos de los cuales morirían poco después.
Éste episodio fue detonante uno de los enfrentamientos sociales más seguros y sangrientos de la historia
argentina. Los sindicatos anarquistas enrolados en la FORA V° llamaron a una huelga general para el día
nueve. Durante toda esa jornada se produjeron choques, muchas veces armados, entre huelguistas y la
policía, la jornada terminó con una agresión a tiros de las fuerzas represivas contra el cortejo que
acompañaba al cementerio a las víctimas del día 7, provocando un número indeterminado de muertos e
igualmente heridos.
Otro sector que también tomó impulso en la década del 20 y compite por espacios del movimiento obrero,
es el Partido Comunista. Al igual que los socialistas, los gremios comunistas abandonarán la USA en 1926. En
1929 crearon su propia central, el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC).
Por lo tanto, hacia finales de la década de 20, coexistían cuatro centrales obreras: la USA, la COA, FORA
Anarquista y CUSC,que competían por espacios en el campo sindical.
Se puede poner de relieve la decisión de Alvear de poner en marcha la ley 11289, que extendía el beneficio
jubilatorio a los sectores más dinámicos del país: trabajadores marítimos, industriales, del comercio, el
periodismo y las artes gráficas. Sin embargo, cuando en abril de 1924 se hicieron efectivos los descuentos
previsionales, tanto los sectores obreros como los patronales plantearon una fuerte oposición, y es que en
general ninguna de las partes estaba dispuesta a afrontar los costos económicos y sociales que se requerían.
Esto obligó al gobierno a suspender temporalmente la aplicación de la ley y reiniciar los diálogos para intentar
alcanzar un acuerdo.
Asimismo también el socialismo, desde sus bancas parlamentarias, plantó oposición. Algunos de sus
argumentos planteaban los aspectos regresivos de la ley. El socialismo proponía la aplicación de un seguro
social costeado enteramente por el Estado y basado en parámetros de equidad.
Finalmente, a pesar de los esfuerzos radicales, se terminó sancionando la suspensión de la ley.
El segundo gran conflicto que tuvo que afrontar el gobierno de Alvear, fue la huelga de la FOM en 1924,
originada por la ruptura del pacto de solidaridad que tenían el gremio marítimo con la Sociedad de Capitanes
y Oficiales debido a las diferencias surgidas entre ambos sindicatos con respecto a la ley de jubilaciones.
Como consecuencia de esta ruptura se quebrantó el poderío que la FOM tenía por lo menos desde 1916.
Dividida la confederación en dos bandos (unos querían continuar el conflicto, otros sostenían la necesidad
de negociación y diálogo), sin una unificación de criterios, la huelga continuó. Finalmente, la FOM aceptó
negociar y se firmó un acuerdo con los armadores.
Esta derrota sufrida por la FOM, fue un golpe para la USA y el Sindicalismo, ya que lo que quedaba de su
potencial movilización descansaba solamente en los trabajadores marítimos, que recién en 1928 lograron
rearmar su organización.
Luego de estos conflictos, y a partir de 1925 el gobierno de Alvear se abocó a la presentación de proyectos
de ley que dieran un orden jurídico a las relaciones entre capital y el trabajo, como por ej, un código para la
marina mercado, pero no logró sancionar nada.
También realizó un intento por continuar extendiendo la previsión social. En julio de 1927, el Poder Ejecutivo
envió al congreso un proyecto de ley sobre el seguro del Estado en materia de accidentes de trabajo. Y
aunque tampoco recibió sanción, de alguna manera nos muestra que el tema de la seguridad social era un
ítem importante en la agenda del gobierno de Alvear, y que juntamente con el intento de aplicar la ley de
jubilaciones, se buscaba ampliar la intervención del Estado en los problemas sociales.
El clima de agitación social continuó, hasta el mes de diciembre por lo menos estallaron numerosas huelgas
en distintos gremios. El punto más crítico se alcanzó cuando los conflictos se extendieron a zonas rurales,
interrumpiendo así casi por completo toda la actividad comercial y las tareas de levantamiento de cosechas.
Representantes de la bolsa de comercio de Rosario y de la Cámara Industrial decidieron dirigirse a Yrigoyen
para que tomara medidas con el jefe de la policía y reconstituyera era el orden y la actividad económica. La
sorpresa por decreto del poder ejecutivo dispuso la intervención militar de las zonas afectadas.
La democracia política que comienza a constituirse en 1912 era ampliada, no solo por incorporar al sistema
de decisiones políticas a las clases en formación reciente (media y obrera), sino sobre todo, por hacer
efectivamente posible el ejercicio del sufragio masculino en un país en el cual a nivel nacional, no ha habido
formal restricción a su universalidad.
Pero tal basamento para construir una democracia política liberal no es suficientemente firme, donde
permanecen componentes y prácticas de la vieja cultura política argentina: caudillismo, clientelismo,
intolerancia, intransigencia y fraude electoral. La Ley Sáenz Peña modificó el régimen político y amplió la
participación en el sistema de decisión política, aun manteniendo sustanciales restricciones, como la
exclusión de las mujeres, los argentinos residentes en Territorios Nacionales y los inmigrantes.
La ley Sáenz Peña permitió la creación de un sistema de partidos competitivos. En términos de ejercicio del
poder de clase, hizo posible el pasaje de la hegemonía organicista a la pluralista, proceso rápido en el que la
nota dominante fue la continuidad del carácter burgués de la hegemonía.
La paradoja de la hegemonía pluralista evidenciaba que la ampliación de la democracia política resalta la
debilidad del sistema de partidos y del Parlamento como vehículo de mediación entre la sociedad civil y la
sociedad política. Se produjo un proceso de disidencias y fracturas partidarias, algunos particularmente
cruciales, que dificultaron la función representativa de los partidos. Los conservadores no lograron constituir
un verdadero partido nacional, la UCR se fracturó e incluso se conformaron dos vertientes troncales del
mismo radicalismo (yrigoyenistas/antipersonalistas). El Partido Socialista se quebró en varios bloques y el
Partido Demócrata Progresista no logró la fuerza de una única derecha democrática.
Otro aspecto la gestión radical que contribuyó a debilitamiento, fue la política obrera del primero gobierno
de Yrigoyen. Parece evidente que la práctica del denominado “obrerismo” yrigoyenista contribuyó a
consolidar una forma corporativista de mediación entre sociedad civil y el Estado, la cual atiende y defiende
intereses particulares bien sectoriales.
4. La derecha violenta
La expresión más frecuente de esa lógica de guerra es discursiva, pero de la violencia de las palabras deviene
en violencia de hechos. Los grupos parapoliciales, nacionalistas, antisemitas y xenófobos, aparecidos en 1909,
y sobre todo, la Liga Patriótica constituida en 1919 son buenos ejemplos.
Esa última, autodefinida paradójicamente como “asociación de ciudadanos pacíficos armados”, desarrolló
bajo la consigna “orden y patria” una doble acción: como grupo -ilegal pero tolerado- de choque y como
agente de propaganda y organización político ideológicas.
La Liga fue creación de un sector prominente de la burguesía, con una manifiesta demostración de la
intolerancia de la clase frente a la democracia política y a las demandas de Justicia social. Su discurso “por la
patria” revela inmediatamente su sesgo nacionalista, chauvinista y xenófobo. Existió un cuestionamiento
acerca del monopolio de la violencia considerada legítima, que debilitaba el poder del Estado y contribuía a
exacerbar el conflicto social y sus formas de resolución violentas.
La Liga obtuvo adhesión efectiva y militante de parte de la clase media urbana, también contagiados del
temor a la revolución social, o por lo menos, a la alteración del orden. Se produjo así un ahondamiento de la
fractura entre las clases media y obrera, que afectó la posibilidad de constitución de un sólido bloque social
democrático capaz de enfrentar a la burguesía y postular una solución política alternativa.
La breve e inconclusa experiencia argentina de democratización política concluye con un sonado fracaso, el
golpe de 1930. Este será solo el comienzo de una larga secuencia de inestabilidad política, y es la expresión
de la debilidad estructural de ese primer intento de establecer un sistema de dominación política de clase
democratico. La debilidad se explica por la estructura social del país y por la acción de las principales fuerzas
político-sociales.
La UCR no cumplió con su función: La UCR no usó su poder para asegurar una base sólida para el
funcionamiento de las instituciones democráticas y la integración de todos los estratos sociales emergentes.
En ese sentido, un déficit central de los gobiernos radicales se observa en su escasa acción en la resolución
de uno de los problemas básicos del país, el agrario. Habrá que recordar entonces que es una fuerza nacida
de la burocracia democrática (en oposición a la oligárquica de derecha).
Para Gino Germani el fortalecimiento de un partido de izquierda habría permitido un proceso más
democrático.
Atendiendo al juego del sistema de partidos, la Argentina del primer y frustrado experimento democrático
no tiene un partido orgánico de derecha, ni uno fuerte de izquierda, tampoco expresiones de
correspondencia entre partido político y clase social. Sí tiene un partido (movimiento) de un centro ancho
que se expande hacia uno y otro margen del espectro político, con una inclinación hacia la derecha.
La vocación “atrapa todo” del radicalismo es la expresión de su éxito electoral, como su condición de fracaso,
y sobre todo de debilitamiento del sistema de partidos y del poder democrático.
La cultura política intolerante se hará presente en las apelaciones acerca de la salvación del país, en vez de
sostener un gobierno. “Salvar al país” no es otra cosa que tratar al disidente como un enemigo, traidor de la
patria o peligro público. La prédica anti democrática es más eficaz que la de los demócratas.
Entre 1912 y 1930, es cierto, la democracia política se amplía, pero no significa que esa ampliación venga
acompañada de un fortalecimiento. Los demócratas atentaron sistemáticamente contra las prácticas
democráticas y ocluyeron la posibilidad de su fortalecimiento. Al final, la derecha gana.
Marcaida y Scaltritti - El ciclo del liberalismo democrático (1916-1930), en Los cambios en el Estado
y la sociedad Argentina (1880-1930) (pág 51 a 60)
1. La impugnación al régimen político oligárquico
En 1889, tras casi 10 años de protagonismo excluyente del Partido Autonomista Nacional (PAN), estalló una
crisis política protagonizada por un conjunto de sectores opositores que impugnó, por vías revolucionarias,
la legitimidad y las modalidades del régimen oligárquico.
La crisis política fue precedida por una profunda crisis económica. La crisis de la balanza de pagos resultante
derivó en una fuerte inflación y en una crisis financiera imparable que concluyó en 1890 en la declaración de
la cesación de pagos. La responsabilidad recayó sobre el gobierno de Miguel Juárez Celman.
Celman no sólo mantuvo las prácticas restrictivas de su antecesor, sino que las exacerbó: intentó aislar a Roca
y a distintas oligarquías provinciales, copó la dirección del PAN y se rodeó de un grupo de adictos e
incondicionales. Pero hacia mediados de 1889 todo comenzó a cambiar.
El malestar por la situación económica alentó el movimiento opositor, que no sólo sacó a relucir la impericia
del gobierno en términos económicos sino también su ilegitimidad de origen y su vinculación con corruptelas
y negocios poco claros.
Se conformó la Unión Cívica, y sus demandas se centraron en un cambio ético y político -la finalización del
fraude y la corrupción- y derivaron finalmente en la Revolución del Parque, el 26 de julio de 1890 con el
objetivo de destituir a Juárez Celman y reemplazarlo por un gobierno provisorio que llamaría
inmediatamente elecciones limpias.
Unión Cívica no estaba constituida por un grupo homogéneo, sino más bien por grupos distintos con objetivos
diferentes, cuyo unidad se rompió en la misma Revolución del Parque, cuando los mitristas no dieron batalla
y pactaron con Roca con el objetivo debilitar a Juárez Celman y desprestigiar a Leandro Alem (UCR).
En este contexto renuncia, la revolución fue sofocada pero el gobierno salió debilitado y el presidente tuvo
que renunciar. Roca asumió el poder con Pellegrini como vicepresidente. Cooptaron al mitrismo y sectores
católicos, no así a Alem y sus seguidores, quienes en 1891 fundaron la UCR.
La UCR llevará a cabo levantamientos, en 1893 y 1905.
3. El Yrigoyenismo en el gobierno
Yrigoyen asumió el poder en un momento en el que el mundo estaba transitando la Primera Guerra, lo que
afectó a la Argentina con reducción de la demanda de productos exportables, caída de la inversión de
capitales extranjeros y abrió una nueva etapa de corriente inmigratoria. La balanza se encontraba
nuevamente en déficit, lo que desató la inflación y recesión económica.
En ese marco de dificultades, el gobierno radical tampoco gozaba de una solidez política: si bien había logrado
acceder a la presidencia, tenía minoría en ambas cámaras del Parlamento, y la mayoría de las gobernaciones
seguían manos de los grupos tradicionales. Tampoco contaba con el apoyo de la gran prensa, los grandes
empresarios ni corporaciones, y mostraba además una gran heterogéneidad interna, que traducía en una
unidad partidaria frágil.
La obstrucción ejercida por los terratenientes y los parlamentarios conservadores esterilizaron muchas de
estas iniciativas y dificultaron la resolución de los problemas. Pero donde del gobierno tuvo que enfrentar las
situaciones más conflictivas fue en las grandes ciudades, como Buenos Aires, donde la industria comenzó a
crecer desde 1917, alentada por la restricción de importaciones. Iba cobrando fuerza una línea sindical más
reformista y negociadora , y el anarquismo se debilitaba.
El aumento en el nivel de empleo y la nueva actitud del gobierno (paternalista y protectora) hacia estos
sectores sindicales, alentó las luchas obreras por el mejoramiento de salarios. Ante una actitud de gobierno
que actuaba como policía a favor de los obreros o permitía a los sindicalistas acceso preferencial al Ejecutivo
nacional, las huelgas de los primeros años de Yrigoyen como presidente fueron exitosas. También había un
favoritismo sobre los obreros de las empresas de capital extranjero, por sobre los que estaban empleados
en empresas de capitales nacionales.
Entre 1917-1919 hubo huelgas que tocaron fibras de la economía agroexportadora, provocando una reacción
de los sectores empresariales más poderosos, que temían por una revolución similar a lo que estaba
ocurriendo en Rusia. Estos sectores se manifestaron radicalmente opuestos a la política laboral
implementada por el gobierno, amenazando con traslados de frigoríficos, lockout de empresas ferroviarias,
presiones de la SRA, creación de la Asociación Argentina del Trabajo (rompehuelgas).
Ya con la Semana Trágica en 1919, el gobierno de Yrigoyen perdió el control de la situación y vivió la más
aguda crisis política de su mandato. Con apoyo del ejército militar logró restablecer el orden, pero a cambio
tuvo que adoptar severas medidas represivas contra los huelguistas. Desde entonces, sus acciones estuvieron
fuertemente condicionadas por el temor a un levantamiento militar o por la acción de los grupos patronales
y paramilitares, nucleados en la naciente Liga Patriótica.
Mientras que con sus cambiantes acciones perdía el apoyo de vastos sectores de la clase trabajadora,
Yrigoyen abandonó paulatinamente los aspectos progresistas y recurrió cada vez más a prácticas
tradicionales para no perder el poco poder que conservaba.
6. Reflexiones finales
Resumiendo, las causas del fracaso radical:
- Por un lado, en su primera presidencia, los intentos de transformar al Estado en mediador de la
conflictividad social fracasaron porque el radicalismo carecía de bases de sustentación sociopolítica
como para enfrentar con éxito las presiones a las que era sometido por los grupos de poder
tradicionales. El partido consolidaba su posición sólo en términos de votos individuales, no de
organizaciones o factores de poder que contaran con medios regulares de acción o expresión.
- Vale la pena subrayar además el comportamiento francamente antidemocrático de los sectores
dominantes. Se suma también el rechazo de estos sectores dominantes al estilo político populista de
Yrigoyen un líder, que a diferencia, de Marcelo T de Alvear, no procedía de su seno y no compartía
muchos de sus ideales y formas de vida. También es visible un rechazo cultural hacia la integración
de sectores sociales subordinados que promovía el radicalismo, y sobre todo su vertiente
yrigoyenista, a través de la expansión de la matrícula de la escuela primaria, media, de la
democratización de la Universidad, y del acceso al Estado de miembros de sectores medios.
- Habría también que profundizar en el análisis de las debilidades del radicalismo mismo. Cuando los
conflictos llegaban a su máxima tensión, la UCR no asumía una posición firme y concluía cediendo a
las presiones y condicionamiento de los factores de poder. También, tuvo problemas para establecer
alianzas con organizaciones sociales populares, así como acercamientos con el Partido Socialista, con
el que a pesar de compartir planteos reformistas, estaba fuertemente enfrentado por sus diferentes
estilos políticos y por la disputa de la misma franja del electorado -por lo menos en Capital.
- También, se observa en los inmigrantes una tendencia a privilegiar la actividad económica por sobre
el involucramiento político. En la mirada de estos, el éxito económico se ligaba a una suerte de
meritocracia, de forma que el ejercicio de la ciudadanía carecía de relevancia. (Al no ser
naturalizados, no tenían derechos electorales).
Por ejemplo, para Delgado, las administraciones radicales produjeron un cambio importante respecto al rol
del Estado: de exclusivo protector de derechos civiles, pasó a tener un lugar de mediador en los conflictos
sociales.
La incorporación de nuevos sectores al sufragio modificó la estructura de los partidos que debieron empezar
a competir por la conquista del voto.
a) El sector industrial no tiene conciencia clara de sus intereses. Mantienen a terratenientes como
enemigos de la industria y a los industriales como “objetivamente” opuestos a ellos. Hay otros grupos
de oposición con conciencia, Ejército y otros dispuestos a la lucha, la clase obrera. Aparecen nuevos
grupos de aliados a los terratenientes: sectores de clase media (“terciarios” de los propietarios
latifundistas). La contradicción principal sigue siendo la que separa economía agraria de la economía
industrial.
b) En este caso, serían los terratenientes quienes, inadvertidamente, habrían favorecido al sector
industrial. Coincidencia transitoria de intereses muy específicos (control de cambio). Se supone
también bajo grado de conciencia de los industriales.
c) Se postulan discontinuidades dentro de los sectores. El sector terrateniente acepta cierto tipo de
industrialización limitada, liviana y dependiente y consigue aliarse con el sector más concentrado de
los industriales. A los terratenientes y grandes industriales los une la común dependencia con el
capital financiero internacional. Los industriales y propietarios rurales medianos y pequeños, tienen
por aliado natural, aunque transitorio, a la clase obrera.
d) Se postula aquí una virtual fusión de intereses y orientaciones entre sectores terratenientes
industriales sólo enfrentados por la clase Obrera.
Los autores, por su parte, plantean una imagen del proceso que rechaza todas las versiones anteriores
centradas sobre una posición más o menos expresa entre grandes terratenientes y burguesía industrial.
Sugieren la imagen de una comunidad de intereses de ambos sectores, pero no como una fusión sino como
una alianza entre fracciones de clase.
En ese sentido, encuentran la oposición más decidida al proyecto industrializador en un sector subordinado
de los terratenientes y una clara expresión de esta actitud en un grupo político considerado representante
de la clase media y la burguesía productiva: la UCR.
Su imagen es la de un proyecto que si bien tiene apoyo de la clase dominante, no es el proyecto indiscutido
de ésta. Su puesta en marcha y mantenimiento exige la constitución de alianzas entre sectores de la clase
dominante y podrá incluir sectores ajenos a ella.
En el análisis se encuentra que los terratenientes no rechazan las actividades industriales que el modo clásico
les atribuye. La orientación hacia la industria es solidaria de un conjunto de orientaciones sociales en general
valoradas como “progresistas”, lo que el análisis pone de manifiesto es que el apoyo a la industria no se
identifica ingenuamente con la adopción simultánea de orientaciones sociales y políticas también
“progresistas” de mayor igualitarismo y de participación política.
El caso argentino, a partir de los años ´30, servirá de ejemplo de configuración temprana de la línea de
alianzas de clase. Los autores tratan de mostrar:
1. La existencia de un proceso de alianza de clases durante la década del ´30 y su contenido
2. Las condiciones que lo hicieron posible y los pasos paulatinos de su configuración
3. Los alcances y las limitaciones de esa alianza, vinculadas a las limitaciones propias de un proyecto de
crecimiento basado en la sustitución de importaciones.
El caso argentino, a partir de los años ´30, servirá de ejemplo de configuración temprana de la línea de
alianzas de
clase. Los autores tratan de mostrar:
1. La existencia de un proceso de alianza de clases en la Argentina durante la década del ´30 y su
contenido.
2. Las condiciones que lo hicieron posible y los pasos paulatinos de su configuración
3. Los alcances y las limitaciones de esa alianza, vinculadas a las limitaciones propias de un proyecto de
crecimiento basado en la sustitución de importaciones
El modelo agroexportador dejará de tener vigencia frente a las respuestas proteccionistas que los países
centrales pondrán en práctica como alternativa a la crisis de 1929. Un ciclo parecía concluido, el de la
economía primaria exportadora como excluyente núcleo dinámico de la economía Argentina.
En la medida en que desciende la participación de las economías agroexportadoras en el mercado mundial,
se hace necesario para nivelar la situación a los nuevos términos que las importaciones desciendan a la altura
de las exportaciones.
Este es el primer signo para la nueva alianza que se estructurará; su limitada condición. Los terratenientes
no rechazarán las medidas tendientes a controlar las importaciones, favoreciendo así el crecimiento de
ciertas ramas de la manufactura.
Ante la crisis del 29, se podían tomar dos alternativas:
1) Reducir la participación en la esfera global, esperar para una coyuntura más favorable.
2) Modificar parte de la estructura productiva, sustituyendo importaciones.
Este último camino fue el que finalmente fue impulsado por las políticas gubernamentales.
Sin embargo, la primera respuesta a la crisis, en efecto, se planteó en términos de la alternativa recesionista,
cumpliendo con las deudas en el exterior y aguardando momentos mejores. La situación era percibida como
transitoria y se creía que, tras un período de ajuste, la economía Argentina volvería naturalmente a la
coyuntura anterior. Esta orientación predominó en la política económica bajo el gobierno provisional de
Uriburu y de Justo, hasta 1933, cuando Federico Pinedo y Luis Dahau ocuparon respectivamente los
ministerios de Hacienda y de Agricultura.
Su gestión llevará a articular nuevas orientaciones que superarán los marcos de un enfrentamiento entre
sectores rurales e industriales, estableciendo nuevas bases para un reagrupamiento de fuerzas.
Para la definición de esta nueva política, el llamado pacto Roca-Runciman, suscripto por el gobierno argentino
con el de Gran Bretaña en 1933, adquirirá una influencia determinante como nudo central que condicionará
la posibilidad del cambio en las orientaciones de una fracción de los propietarios terratenientes, a la vez que
provocará un clivaje profundo en los grupos rurales.
Brevemente, el pacto garantizaba que el Reino Unido no impondrá restricciones a la importación de carne
vacuna enfriada procedente de Argentina, que reduzcan esas importaciones a una cantidad inferior a la del
año 1932. Sin embargo esta concesión inglesa conlleva una serie de obligaciones paralelas para Argentina
obviamente. Era un intercambio bilateral.
Este pacto beneficiaba al sector ganadero más poderoso, desplazado en el poder en 1916. Y por supuesto, a
Inglaterra, con respecto a los derechos aduaneros y las licencias de importación de carne Argentina.
Esta situación suscitó en un principio grandes recelos en la Unión Industrial. Entre mayo y diciembre de 1933,
la UIA desarrolló una agitada campaña en defensa de los intereses industriales que culminó con una suerte
de pacto tácito con el gobierno. Las demandas eran limitadas, y eso haría posible el acuerdo. Pedían
solamente que no se disminuyeran los aranceles aduaneros en todo lo que pudiera afectar al trabajo
industrial.
El Plan traía aparejada una devaluación, pero a la vez instrumentaba un control de divisas para la importación.
Esa devaluación no impidió la adhesión de la UIA.
Durante todo el período, de fines de 1933 hasta el derrocamiento de los conservadores 10 años después,
esta solidaridad de orientaciones entre los industriales y el Estado, sometido a la hegemonía del sector
ganadero más privilegiado, se mantiene.
La hipótesis de M y P: los grupos agrarios más privilegiados, una vez resuelta su integración en el mercado
mundial se ven favorecidos por el proceso de sustitución de importaciones.
Aunque no tuviesen intereses directos en el sector ese la economía, advierten que la existencia de cierta
industrialización permite un mejor funcionamiento del conjunto de la actividad económica que permanece
bajo su hegemonía. Esto es suficiente para explicar la política gubernamental acatada, que no sólo favorece
la industria en directamente sino que intenta hacerlo a través de sucesivos proyectos legislativos
reconociendo de tal modo que cierto grado industrialización es funcional al sistema.
Interesa destacar que, en principio, en la reestructuración operada en la economía Argentina, tras la crisis
mundial, y como transición de una etapa de “crecimiento hacia afuera” a otro de “crecimiento hacia
adentro”, son los grupos tradicionales quienes toman la iniciativa para el pasaje.
En el sector agrario, el panorama es otro. Allí se produce una diferenciación, o más adecuadamente se
acentúan los términos de una división de intereses.
Algunos autores atribuyen a esa diferenciación directas repercusiones en el nivel de la política ya en los años
anteriores a la crisis, cuando los hacendados “criadores” serán el respaldo social del yrigoyenismo, y los
“invernadores” rodearán el “antipersonalismo” alvearista.
En 1927 los invernadores logran el control de la Sociedad Rural, y se da entonces el predominio de sus
intereses sobre los de las otras capas ganaderas. A partir de ese momento, la subordinación de los “criadores”
se acentuará. La crisis y sus consecuencias para el comercio exterior argentino, rubricadas en los tratados de
Ottawa y en el pacto Roca-Runciman, agravarán todavía esa diferenciación.
Con privilegios y ventajas gracias al pacto R-R, que les asegura una cuota estable exportación de y los
mantiene integrados a su tradicional fuente de recursos, los invernadores desplazan al grupo de los criadores,
subordinandolos los totalmente a los acuerdos que los primeros establezcan con los mercados tradicionales.
Dentro de las clases propietarias, serán los pequeños productores los que más violentamente se enfrentarán
con la política económica del gobierno. Ningún otro grupo, durante la época, expresa con más claridad que
éste su rechazo a todo proyecto de crecimiento industrial y su voluntad de mantener a toda costa el esquema
del crecimiento “hacia afuera”. Para ellos, la industria es un sector artificial, no dinámico, que no crea riqueza.
Desalojados de la posibilidad de comerciar con Gran Bretaña, primero pujaron por tratar de modificar esa
situación, o al menos por asegurarse una participación restringida mediante la utilización a su favor de la
cuota del 15% que el pacto autorizaba para ser administrada localmente. Cuando fracasan porque el CAP
(instrumento creado para administrar esa parte restringida de la cuota) es dominada por los invernadores,
se abren a nuevos mercados para la exportación de carnes congeladas y en conserva, como a los Estados
Unidos, Italia y Alemania, expandiendo así la salida de sus productos. Su orientación, entonces, es hacia una
ampliación cada vez mayor de su posibilidad de intercambio, cerrada para los productores de “chilled”, por
qué EE.UU no acepta el ingreso de ese tipo de carne.
Así en lugar de la vieja divisa de los grandes hacendados ligados a Inglaterra, que definían los circuitos de
comercio exterior argentino a partir del “comprar a quien nos compra”, el grupo subordinado levanta una
alternativa: “vender a quién nos vende”.
En el juego de presiones económicas sobre el Estado, los hacendados subordinados individualizan a los
industriales como sus principales rivales, quienes tienen en la metrópoli la suficiente fuerza para pesar en las
decisiones del gobierno.
Esta diferenciación en sectores dentro de la clase dominante rural, junto con el crecimiento y complejización
de las funciones del Estado, serán los datos de mayor importancia, durante la década, para la caracterización
de las relaciones de fuerza dentro de las clases dominantes y para la explicación de los estímulos
institucionales al crecimiento económico que, creemos, no puede ser comprendido como mera
“inadvertencia” o “descuido” de la élite tradicional.
En el año 40, otra crisis, particularmente difícil por el cierre de los mercados europeos a las exportaciones
argentinas, derivado de la guerra. En esas condiciones, Pinedo, como Ministro de Hacienda, elabora un Plan
de Reactivación Económica y lo presenta al senado, donde el oficialismo tenía mayoría.
El plan articulaba una serie de medidas para superar la recesión. Contenía disposiciones para la defensa
industrial, a saber:
- Leyes de "draw back" (restitución de derechos arancelarios)
- Disposiciones contra el "dumping" de los países centrales (dumping: fijar precios más bajos para
exportación que para bienes vendidos en el país)
- Créditos a largo plazo para la industria
- Reajuste de la legislación de tarifas
El objetivo del plan era mantener a un nivel satisfactorio la act. económica. Su punto de partida era la compra,
por el Estado, de los excedentes agrícolas. Además de otros estímulos: primero a la industria de la
construcción; luego, a las actividades manufactureras.
Vuelve a resumirse con precisión una política que, manteniéndose dentro de los márgenes hegemónicos de
la oligarquía tradicional convocaba a una ampliación de sus límites para permitir la incorporación de la
industria.
El Plan Pinedo, aparece como el mejor testimonio de ese proceso de movilización de la manufactura bajo
control de la élite tradicional que se produce entre 1933 y 1943.
Estaba absolutamente marcado por una orientación que tendía a salvaguardar, en primera instancia, los
intereses de los grandes propietarios rurales. El Plan incluía las reivindicaciones largamente reclamadas por
la UIA.
Su importancia radica en que permite ver, de un solo golpe, la complicada armazón de las alianzas de clase
en ese momento; la limitada vocación hegemónica de la clase industrial, y el contenido de las orientaciones
del principal partido opositor -la UCR- que se ubican como respuesta aún más tradicional frente a la
perspectiva de la crisis, que la sostenida por los grupos conservadores del Poder Ejecutivo y el Parlamento.
El Plan fue aprobado en el Senado donde el oficialismo tenía mayoría (17 y 18 de diciembre de 1940), pero
no fue tratado, siquiera, en Diputados, donde el oficialismo era minoría. No se habría aprobado por
considerarlo “demasiado radical” por parte de los grupos terratenientes.
El Estado aclara que "hay que importar mientras se pueda seguir exportando", y no toda industria debe ser
fomentada.
Si los industriales aplaudían el proyecto y los grandes hacendados coincidían finalmente con él, si la Bolsa de
Comercio opinaba que el fomento Industrial responde una verdadera necesidad…¿en qué grupos
económicos de las clases propietarias radicaba la oposición?
Esta vez, en las organizaciones representativas del sector ganadero subordinado. Este grupo era el único que
frente a cualquier intento de industrialización lo percibía como una barra para su supervivencia.
La UCR también se manifiesta en contra, dice que van por una economía totalmente dirigida por el Estado.
Busca una alianza en la que participen grupos agrarios subordinados y capas medias urbanas no ligadas a la
industria, sectores consumidores. Las críticas de la UCR estaban centradas en lo “proteccionista” del plan.
Hacia principios de la década del 40, el dilema en que se movían las clases propietarias acerca de los
problemas económicos era: o estabilizar un cambio producido casi “espontáneamente” a fin de mantenerlo
bajo el control hegemónico de los sectores más poderosos de la “oligarquía”, o rechazar todo cambio y
promover el mantenimiento de la situación previa a la crisis.
Si la primera era lo que intentaba constituir la élite conservadora, con dificultades internas y sin
homogeneidad total, la segunda se transformaría en el programa de los radicales.
Una tercera alternativa, la del programa de crecimiento por iniciativa autónoma de sectores medios
emergentes de origen industrial no alcanzó formas institucionales permanentes. Es esta falencia, según la
hipótesis de los autores, una de las causas que determinará que los cambios hegemónicos en la estructura
de poder asuman, pocos años después, formas en las que desempeñarán un rol privilegiado la burocracia
estatal y el ejército, dentro de un proceso al que se incorporarán las clases no propietarias.
El concepto de clase dominante en la década del 30 debe ser reformulado, en tanto la denominación ya no
es ejercida nombre de una entidad de intereses inmediatos y mediatos de una clase, sino de los intereses de
una alianza de clases. El núcleo oligárquico ampliará sus bases: de una homogénea determinación agraria,
ira pasando a una combinación agro-industrial, en la que operará como factor aglutinante el capital
financiero, nacional y extranjero.
Las condiciones estructurales que presentó el desarrollo industrial durante la década, posibilitaron que el
control del proceso se mantuviera, a nivel económico, en manos de los grandes hacendados, y, a nivel
político, en la de los miembros de la élite tradicional.
Recién al promediar la década del 40, por la movilización de las clases populares y el fortalecimiento
adquirido por el Estado a través del ejército, la hegemonía de los hacendados se replegará y se abrirá la
posibilidad para un movimiento como el peronista.
Esquemáticamente, las líneas de representación política de las clases propietarias pueden ser rastreadas,
durante ese periodo, en estas direcciones:
1) La Sociedad Rural coincide en general con la orientación de la élite política, cuya legitimidad, por otra
parte, se funda en el apoyo que le concede; pero se reserva observaciones cuando presume que los
proyectos van más allá de los límites fijados por el estatus quo.
2) La Unión Industrial no manifiesta virtualmente reserva sobre los proyectos, y, en todo caso, sus
críticas se ejercen contra el Parlamento (donde el oficialismo no tiene mayoría), al que acusan de
trabar la “acción constructiva” del Poder Ejecutivo.
3) La Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa, que representa el grupo
ganadero subordinado, rechaza las orientaciones del Estado, nutriendo las bases de las
argumentaciones de la oposición.
Durante el período estudiado, no se encuentran reclamos de participación directa por parte de los
industriales, que aceptan la representación de sus intereses que ofrece el gobierno. Tratan de utilizarlo como
estrato protector más que efectuar reclamos de hegemonía.
Por otra parte, no se advierten intentos de estructurar una fuerza política independiente que represente sus
intereses. El objetivo central fue influir sobre personalidades de la elite tradicional.
Otro intento de influencia, fue en dirección de los jefes de las FF.AA., a quienes se visualizaba como los más
probables partidarios de la industria dentro de la elite dominante.
Toda la actividad persuasiva de la élite política tiende a convencer al grupo de los hacendados que los cambios
que se proponen no amenguarán su hegemonía en el bloque de poder.
Desde el punto de vista ideológico, se asistía al desarrollo de varios fenómenos importantes y relativamente
novedosos; una crisis de la mirada liberal sobre el mundo, que excedía el plano local y era más profunda que
las anteriores; ciertas reorientaciones en las posiciones de los grupos de izquierda, el ascenso de actitudes
que se proclamaban nacionalistas, en muchos casos vinculadas al catolicismo. (Varios de estos comenzados
en los 20, pero en los 30 se volvieron más intensos y evidentes.
En el plano político, la cuestión electoral fue una de las más importantes. A lo largo de la década, algunos
dirigentes y grupos realizaron planteos de corte corporativo y proclamaron la necesidad de una reforma de
la legislación electoral. La cuestión radical se entramó con estos asuntos de manera directa.
Fue evidente que el radicalismo conservaba mucho de su caudal electoral, y a partir del retorno de la UCR al
juego político, decidido en 1935, la aplicación a gran escala del fraude y la manipulación de los resultados
electorales fueron las respuestas del oficialismo, salvo durante unos pocos años, bajo la presidencia de Ortiz.
La dictadura de Uriburu
Luego del golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, los miembros del sector afín a Uriburu ocuparon
altos cargos; contaron con el apoyo de algunos grupos de civiles nacionalistas y conservadores radicalizados
y de sectores militares, minoritarios en la institución.
Algunas posiciones de estos sectores, así como la formación de agrupaciones militarizadas -Legión Cívica,
Legión de Mayo, Liga Republicana-, los aproximaban sin dudas al fascismo europeo.
La institución militar, que se había transformado en un elemento relevante para la definición de la ecuación
política, era la pieza central del proyecto uriburista.
Pero era el general Agustín P, Justo, jefe de otro de los grupos complicados en el golpe, quien contaba con la
mayoría de las simpatías ideológicas y las lealtades entre los cuadros militares destacados. Justo, que había
sido ministro de Alvear, disponía también de un amplio sistema de relaciones con dirigentes políticos, en
particular con sectores del radicalismo.
Para entender la nueva relación de fuerzas en un escenario también nuevo, debe tenerse en cuenta que la
alternativa corporativista que el uriburismo propiciaba habría de afectar no sólo al partido derrocado, la UCR,
sino también a todos los demás. Eso fue lo que motivó que se creara la Federación Nacional Democrática,
donde formaron el Partido Socialista Independiente, los conservadores de la provincia de Buenos Aires y
otros grupos conservadores y antipersonalistas, todos ellos favorables al golpe, pero renuentes a acompañar
la salida imaginada por Uriburu.
A comienzos de 1931, Uriburu debió conceder un llamado a elecciones en la provincia de Buenos Aires para
abril de ese mismo año, ante la amenaza de que se produjera un movimiento militar.
La UCR había mejorado su desempeño de 1930, aún sin manejar los recursos estatales a la hora del voto. Los
cálculos políticos volvieron entonces a cambiar, ya que el uriburismo quedó definitivamente sin chance, y el
radicalismo se convertía en un factor que debía ser tenido en cuenta, ya que a pesar del golpe, el
derrocamiento y el descrédito del gobierno radical en sus últimos tiempos, quedaba demostrado que contaba
con un apoyo popular nada despreciable. Finalmente, la elección de Buenos Aires fue anulada en octubre,
cuando ya se había convocado a elecciones presidenciales para noviembre.
(La versión uriburista del golpe de Estado: En julio de 1931, durante la cena de camaradería de las fuerzas
armadas, el general Uriburu pronunció un discurso en el que sostuvo que “la revolución [...] fue hecha contra
un sistema y no solamente para derrocar un gobierno. No se preparó contra un partido para suplantarlo por
otro, sino contra una demagogia, para que sea sustituida por un régimen orgánico que garantice el orden y
el equilibrio de las instituciones, las libertades ciudadanas y la voluntad popular”.)
En los meses que van de abril a noviembre de 1931 se realizaron operaciones y movimientos intrincados,
cambiantes y cruzados. Con el quiebre del uriburismo, los grupos cercanos a Justo lograron afianzar sus
posiciones en la administración. En tanto, volvía al país Marcelo T. de Alvear. El ex presidente llegó a Buenos
Aires con una actitud claramente opositora; y se puso a la cabeza de la reorganización del partido.
Naturalmente, Alvear era un dirigente muy poderoso en el radicalismo, que contaba además con la vieja
amistad de Yrigoyen. En julio de 1931, algunos militares yrigoyenistas intentaron un movimiento armado,
que tuvo como suceso central el levantamiento del teniente coronel Gregorio Pomar en Corrientes, pero la
tentativa fracasó. Varios dirigentes radicales, entre ellos el propio Alvear, fueron deportados. La dictadura
convocó a elecciones para noviembre, y la UCR proclamó la candidatura de Alvear, por entonces exiliado en
Montevideo. Bloqueada así la alternativa radical para su candidatura, el general Justo se dedicó a construir
otra base de apoyo y simultáneamente presionó para obtener del gobierno el veto a la candidatura de Alvear,
que logró poco tiempo antes de las elecciones.
Finalmente, en las elecciones de noviembre triunfaron los electores que apoyaron la candidatura justista.
Ellos provenían del Partido Demócrata Nacional (PDN) -reunión de los grupos conservadores provinciales-,
del Partido Socialista Independiente, una escisión del PS, y de la Unión Cívica Radical Antipersonalista; en un
hecho singular hasta el momento en la política argentina, la iglesia católica se había pronunciado a favor de
esta fórmula. En segundo lugar se ubicaron las listas de la Alianza Civil, integrada por el Partido Demócrata
Progresista y el Partido Socialista, que llevaban como candidatos a Lisandro de la Torre y a Nicolás Repetto e
intentaban constituirse en la oposición de izquierda.
Durante los primeros años de su gobierno y hasta 1935, la coyuntura política estuvo caracterizada por la
abstención de la UCR y la ocasional apelación a la protesta armada por parte de algunos de sus grupos. Al
mismo tiempo, la vida del partido radical continuaba.
Otro de los rasgos propios de esa coyuntura fue la complicada relación entre los partidos que componían el
oficialismo, cuya alianza parlamentaria, laxa e inorgánica, comenzó algo después a llamarse Concordancia.
Estas agrupaciones competían por instalar a sus cuadros en el gobierno nacional -las situaciones provinciales
estaban más definidas- y por imponer sus propias listas en las elecciones. Esa competencia fortalecía la figura
de Justo, que mediaba y también decidía en última instancia, y que contaba además con el favor del ejército.
El otro elemento característico de los primeros años de la presidencia de Justo fue el tipo de relación trazada
entre el oficialismo y los partidos de oposición parlamentaria, cuya representación había crecido de manera
inusual. Aunque no faltaron crisis y disputas, esa oposición participaba de las actividades del Congreso y, en
consecuencia, tenía con el oficialismo un terreno común, aún para la discrepancia. En la abstención, el
radicalismo se veía compelido a impugnar de forma diferente el orden político reinante.
La muerte de Yrigoyen, ocurrida el 3 de julio de 1933, fue también la ocasión de mostrar cómo funcionaban
los mecanismos identitarios del radicalismo: la movilización fue masiva y, por tramos, la multitud llevó a pulso
el ataúd.
Por otra parte, el resto de los partidos –incluidos los opositores-y la prensa tendían a condenar cada uno de
los intentos armados radicales junto a los funcionarios de gobierno.
Tucumán, 1934. Allí, contra la posición de las autoridades nacionales, el radicalismo provincial decidió
participar de las elecciones de renovación de la Cámara de Diputados de la Nación. El gobierno de Justo se
preocupó por garantizar la libertad de la elección como elemento de propaganda ante la opinión pública, y
el radicalismo tucumano se alzó con la victoria. Claro que el número de diputados nacionales que se elegían
en aquella provincia no ponía en riesgo la mayoría oficialista.
La dirigencia radical decidió la vuelta al ruedo electoral en 1935, trastocando el panorama.
Algunos activistas de los sectores opuestos a esa decisión fundarían luego FORJA (Fuerza De Orientación
Radical de la Joven Argentina), una agrupación de intelectuales y cuadros políticos más que una línea interna
con peso electoral. Raúl Scalabrini Ortiz fue una figura clave en el grupo. Se definían yrigoyenistas y hacían
del antiimperialismo una cuestión central.
Se trataba de un antiimperialismo que denunciaba la dependencia económica y política de Inglaterra, en lo
que constituía una nota diferenciada del antiimperialismo de la década anterior, particularmente sensible al
avance norteamericano sobre el resto del continente. Durante la segunda mitad de los años treinta y hasta
la aparición del peronismo, los forjistas desplegaron una intensa tarea de propaganda. Tenían grupos de
activistas en varias ciudades, y algunos militantes de peso en el movimiento estudiantil.
También otros sectores, más inclinados que los foijistas a librar la disputa electoral interna dentro del partido,
fueron críticos de la línea política decidida por Alvear y las autoridades; su espacio crecía o menguaba de
acuerdo con lo exitoso de la línea oficial y más adelante confluirían en la llamada “intransigencia”.
Con el radicalismo reintegrado al juego electoral, a lo largo de 1935 y 1936 tuvieron lugar elecciones de
gobernadores en algunas provincias y de diputados nacionales; los candidatos radicales tuvieron un buen
desempeño. Las gobernaciones de Entre Ríos, Tucumán y Córdoba fueron para ellos, y en el Congreso
constituyeron un bloque muy importante .
En las elecciones legislativas de 1936 las denuncias de fraude fueron también muy extendidas, pero, a pesar
de todo, la oposición conquistó la mayor parte de los escaños. Los éxitos radicales alertaron al oficialismo,
que comenzó a instrumentar diversos procedimientos para garantizar que las elecciones presidenciales de
1937 quedaran en sus manos.
Las elecciones de 1937
Varios de aquellos mecanismos tuvieron como objetivo el control de las provincias, que continuaban siendo
las jurisdicciones donde, efectivamente, tenía lugar la elección.
Para no correr riesgos, poco antes de celebrarse los comicios de 1937, el gobierno hizo aprobar en el
Parlamento una reforma de la ley electoral, que eliminaba la lista incompleta para los miembros del Colegio
Electoral que elegiría al presidente. Así, quien triunfaba en el distrito se alzaba con todos los electores.
Para el oficialismo, la apelación al fraude tenía el costo de la crítica de sectores amplios de la opinión pública.
El dilema ante la elección de 1937 para el oficialismo había sido el siguiente: o se respetaban las reglas de
juego, permitiendo una competencia libre que muy probablemente terminaría en una victoria de la UCR y en
el consecuente alejamiento del poder, pero con la gobernabilidad medianamente consolidada, o se aplicaba
el fraude a gran escala para controlar la sucesión presidencial, poniendo en evidencia la ilegitimidad de origen
del gobierno que vendría a heredarlo. Estaba clara cuál había sido la opción. En febrero de 1938 asumía la
fórmula oficialista, integrada por Ortiz (radical antipersonalista) y Castillo (conservador), venciendo a la
fórmula radical encabezada por Alvear. Así las cosas, la situación volvía a complicarse para el radicalismo.
La presidencia de Ortiz
Ortiz provenía del antipersonalismo, que no era el partido electoralmente más poderoso del oficialismo.
Tampoco tenía arraigo dentro del ejército y dependía del apoyo de Justo para contar con esa institución.
Sin embargo, la política de Ortiz reveló mayor autonomía que la prevista.
Se ha conjeturado que el cambio que Ortiz imprimió a su política hacia el fraude obedecía tanto a la disputa
con los grupos conservadores que respaldaban a Castillo como a una convicción, fundada en su antigua
pertenencia al radicalismo, de que aquel dilema sólo podría quebrarse al garantizar la libertad de las
elecciones. En cualquier caso, Ortiz pasó a encabezar una campaña contra el fraude, que tuvo en la
intervención a la provincia de Buenos Aires su máximo capítulo.
La política de Ortiz, orientada a garantizar elecciones limpias, lo alejaba de sus aliados de antaño. En el caso
de los conservadores, por razones obvias; en el de Justo, porque el ex presidente veía cuestionado su
liderazgo y su estrategia para el retorno. Sin embargo, los problemas de salud de Ortiz, agravados desde
mediados de 1940, tuvieron un papel central en la evolución de esta historia, ya que forzaron al presidente
a solicitar licencias en varias ocasiones.
En estado de fuerte crisis interna, la UCR perdió varios distritos importantes en los que no hubo fraude en
las elecciones para diputados nacionales celebradas en marzo de 1942. Días más tarde moría Alvear, y en
julio fallecía Ortiz. En esa coyuntura, la alternativa de la garantía para los comicios parecía absolutamente
lejana.
El ex presidente Justo, también vio recortada su influencia en el gobierno hacia fines de 1942, cuando se
produjo el reemplazo del general Tonazzi, ministro de Guerra que le era leal, por el general Pedro Pablo
Ramírez, cercano a los militares nacionalistas. Una vez más, ante la pérdida de esta herramienta decisiva para
su hipotético retorno a la presidencia, Justo se aproximó al radicalismo, y ganó terreno la idea de constituir
un agrupamiento opositor que comenzó a llamarse Frente o Unión Democrática. El general se transformaba
ahora en adalid de la democracia e incondicional partidario de la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, la situación volvería a cambiar: Justo murió en enero de 1943. En tanto, los conservadores se
reagrupaban y decidían que la sucesión sería esta vez para sí mismos. Robustiano Patrón Costas era el
elegido.
Por su parte, en numerosas ocasiones los grupos de izquierda lograron hacer circular sus publicaciones
periódicas y sus libros. Sin embargo, también fueron objeto de persecuciones y prohibiciones frecuente.
Una ley de represión de las actividades comunistas fue sancionada a fines de 1936. En estas zonas del
universo político argentino comenzaron a desarrollarse algunas acciones comunes que preanunciaban el
clima de frente popular, táctica oficialmente asumida por los comunistas en 1935. A pesar de que no faltaron
los intentos por concretarlos, el Frente Popular no prosperó en la Argentina; la presencia del radicalismo es
un dato importante en esa cuestión.
Tampoco el Partido Socialista demostró entusiasmo con la alternativa del Frente Popular, al punto que
concurrió a las elecciones de 1937 con su propia fórmula, mientras el Partido Comunista apoyaba la
candidatura de Alvear. Entre los activistas obreros el clima de colaboración parece haber sido más intenso.
En los años treinta, los circuitos nacionalistas y católicos se superpusieron en muchas ocasiones, y la
presencia del nacionalismo en el Ejército creció notoriamente.
Así, al efecto de la guerra de España vino a sumarse, casi inmediatamente después, el de la nueva contienda
mundial, que fue aún mayor, en particular a partir de la entrada en conflicto de los Estados Unidos y de Rusia,
en 1941. A su vez, la Argentina fue uno de los destinos de los exiliados republicanos, algunos de ellos
intelectuales o políticos de nota.
El factor militar
En la primera mitad de 1943, la situación política era compleja. El radicalismo estaba en crisis luego del fin
de la apertura impulsada por Ortiz, de las derrotas electorales de 1942 y de la muerte de Alvear. A su vez, la
muerte de Justo complicaba la alternativa del Frente Democrático. No eran pocos los dirigentes que
entendían que la salida era militar, e intentaban encontrar quien encabezara un golpe a la medida de sus
expectativas. La candidatura de Patrón Costas, que el presidente Castillo había decidido para competir en
nombre del oficialismo, no terminaba de convencer a las propias fuerzas conservadora.
El panorama era incierto, y el golpe militar que tuvo lugar el 4 de junio de 1943 no lo despejó, al menos en
los primeros momentos, ya que las interpretaciones acerca del movimiento, sus objetivos y protagonistas
fueron varias y contradictorias. Tampoco esta vez hubo resistencia alguna y el gobierno de Castillo cayó sin
más. En un anuncio de que los tiempos que se aproximaban no habrían de ser serenos, el general Arturo
Rawson, que en principio había sido elegido para ocupar la presidencia, no llegó a jurar; tres días más tarde,
fue reemplazado por el general Pedro Ramírez.
Por estos motivos se produjo una relación triangular Argentina-Gran Bretaña-EE. UU. que no se compensaba
trilateralmente. La Argentina, como vértice de ese triángulo desequilibrado, atravesó por importantes
transformaciones, a raíz de las variaciones de la economía mundial y del desplazamiento definitivo desde la
esfera británica a la de los EE.UU. El bilaterismo angloargentino tardó en sucumbir, debido a la mutua
necesidad de preservar la “relación especial”. Una de las primeras reacciones concretas en este sentido fue
la firma del tratado Oyhanarte – D’ Aberson en septiembre de 1929, bajo la consigna de la Sociedad Rural
Argentina de “comprar a quien nos compra”. No entró en vigencia, pero resultó un claro antecedente de lo
que serían las posteriores políticas.
La política económica ejecutada hasta la Segunda Guerra estuvo condicionada por las presiones externas e
internas.
En el ámbito externo, estas derivaban de:
- La inserción de Argentina en la relación triangular mencionada
- La depresión mundial posterior a la crisis financiera de 1929,
- La desvalorización de los artículos exportables primarios en relación con los industriales, que
comenzó en la primera posguerra, vinculada con el exceso general de oferta de las zonas templadas
y con la retracción creciente de la demanda europea
En el ámbito interno, los condicionamientos estuvieron dados, por un lado, por las violentas repercusiones
de la caída del poder de compra de nuestras exportaciones y de la capacidad de importar, sobre el nivel de
ocupación e ingresos, sobre el balance de pagos y sobre las finanzas públicas; por otro, a partir del accionar
de los grupos políticos hegemónicos en defensa de sus intereses.
La intervención directa del Estado en los asuntos económicos será la conducta recurrente, para reducir
riesgos y garantizar negocios. Una de sus características esenciales fue su propia estimación como
“transitoria”, a partir de la creencia generalizada de que la recuperación de la economía internacional
solucionaría los problemas estructurales argentinos. Uno de sus gestores fue Federico Pinedo.
Conjuntamente, con la elevación de los derechos arancelarias, se pretendía una importante reducción del
volumen de importaciones. Sin embargo, la importación de mercadería se mantuvo libre de toda restricción,
excepto la que resultaba del racionamiento de divisas, en consecuencia, este peculiar sistema de control de
cambios y comercio libre llevó a la acumulación de fondos “bloqueados” o deudas externas que no podían
cancelarse por falta de divisas.
En 1933, Pinedo introdujo dos variantes (como parte del Plan de Acción Económica): la negociación de
empréstitos de desbloqueo y la reforma del sistema de control, desdoblándose el mercado cambiario en libre
y oficial. La diferencia que la Comisión de Control obtenía de vender las letras de exportación a un precio
mayor que lo que las compraba – el “Margen de Cambios” – era empleado para cubrir los pagos de la deuda
externa y las eventuales pérdidas de la Junta Reguladora de Granos
A partir de 1934 comenzó un mejoramiento evidente de la balanza comercial, lo que junto a la afluencia
sostenida de capitales extranjeros, condujo a la apreciación del peso en el mercado libre. El Estado procuró
la preservación de una ganancia con las divisas que le permitiese seguir manteniendo su actividad
intervencionista.
La existencia de organismos de control y medidas inorgánicas impulsó al gobierno a efectuar una amplia
reforma monetaria y bancaria, a través de la cual se pudieran regular los movimientos de cambios. Surge el
Banco Central y sus cuatros funciones básicas eran: regular el crédito, mantener la estabilidad monetaria,
ejercer el monopolio de la emisión y ser el banquero del Estado. La política tendió a resguardar los intereses
del poderoso sector rural pampeano y comercial exportador de los capitales extranjeros.
En materia impositiva, en 1934 se sancionó una ley que unificó los gravámenes internos al consumo en
función de organizar la variedad existente de tipos municipales, provinciales y nacionales, este proceso de
centralización fiscal – que reducía los ingresos provinciales – trató de compensarse con el traspaso de sus
deudas a la Nación. El estado intervencionista requirió mayores recursos y una disponibilidad centralizada de
los mismos. La reorganizacion con eje en Bs. As. trajo aparejado un gran malestar provincial.
La política “especial”
1932, Ottawa, Gran Bretaña consagró un sistema de “preferencia imperial” para adquirir productos de sus
dominios, concretando la imposición de cuotas de las importaciones de carne argentina.
En la relación británica con Argentina, se había producido un doble proceso:
- Por un lado, la decadencia de la rentabilidad de los ferrocarriles a raíz de la competencia con el
automotor y el menor volumen de carga de transporte;
- Por el otro, existían serias dificultades para girar los dividendos al exterior por el sistema de control
cambiario aplicado, que afectó empresas británicas.
Ambas circunstancias dieron pie a una vigorosa campaña para lograr medidas de protección. El presidente
Justo envió a Roca para lograr un acuerdo que consiguiera la mayor cuota de carne enfriada posible.
Finalmente el acuerdo contempló todos los pedidos del Reino Unido:
- Asignación especial de divisas
- Desbloqueo de los fondos
- Reducción de los aranceles aduaneros para el carbón
- Y el “tratamiento benévolo” de sus capitales.
Además, por un ofrecimiento argentino, se estipuló que el producido de las exportaciones argentinas a Gran
Bretaña se gastará íntegramente en ese país. Por nuestro lado, el fracaso fue evidente ya que Gran Bretaña
no accedió a garantizar una cuota fija de carne enfriada, ni a otorgar un mayor control del comercio de carnes
a las empresas argentinas.
El tratado Roca-Runciman fue causa de las polémicas discusiones entre 1933 y 1938 en particular porque la
economía Argentina en su conjunto estaba lejos de depender de la conservación del mercado inglés y sin
embargo debía soportar los arreglos del convenio.
Hasta el estallido de la guerra existieron otros acuerdos de menos trascendencia con países europeos. Sin
embargo, fue la política bilateral seguida con su más poderoso cliente la que ejerció mayor influencia sobre
la política cambiaria y comercial argentina; el bilateralismo tendió a agravar aún más la difícil posición
económica en los años 30, agravando el desequilibrio comercial con EE.UU.
La industrialización en los 30
La referencia a estas nuevas industrias norteamericana en Argentina nos lleva al tema de la responsabilidad
del intervencionismo estatal en la industrialización.
No hay cambios en la tasa de crecimiento de la capacidad industrial diferente respecto de la década anterior,
pero sí se registraron cambios en la composición del producto manufacturero, con un despegue en los rubros
de textil y metálico especialmente.
Las medidas puestas en práctica por el Estado, estimularon la expansión del sector fundamentalmente en
cuanto a las políticas cambiaria y comercial establecidas en función a Gran Bretaña. De este modo, las
barreras colocadas reanudaron muchas veces en un incentivo para que fueran saltadas por la inversión
extranjera. El tema industrial tampoco escapó al conflicto anglo – norteamericano, sino que agravó dicho
antagonismo.
A este panorama se le sumó el agravamiento de las relaciones de intercambio de nuestras exportaciones con
las manufacturas importadas. El segundo gran problema fue la desaparición del régimen argentino de
comercio multilateral, se produjo debido a las consecuencias de la guerra sobre el extendido sistema de
convenios de compensación, que provocó una división en países de libre disponibilidad de divisas y los de
cuentas de compensación.
En ese contexto, la relación triangular (mencionada anteriormente) llegaría a una enorme tensión.
G.B acumuló importantes deudas con EE. UU cuyo pago quedó diferido hasta el fin de la guerra, por otro
lado, acordó con la Argentina la continuidad del aprovisionamiento de alimentos pero en lugar de abonarlos
en efectivo, estos importes eran acreditados en Londres. Al hacerse cargo el Estado argentino del pago a
frigoríficos y exportadores por los valores vendidos a Inglaterra, se fueron acumulando una importante
cantidad de libras bloqueadas en el Banco de Inglaterra. De ese modo, mientras se reunía un fuerte superávit
en el “área de la libra”, quedaban sin poder saldarse importantes déficit con EE. UU por carencia de divisas.
Una de las consecuencias de eso, fue la dificultad evidente de orientar el comercio de importación hacia los
EE.UU, que era el único centro de aprovisionamiento de insumos vitales para el país. Otra, fue que esta
situación de relativo aislamiento dio impulso a la ISI.
La política argentina durante el conflicto estuvo determinada por las convulsionadas relaciones con el
exterior, y puede observarse un incremento del intervencionismo estatal en función del pragmatismo. El Plan
Pinedo, en 1940, fue una manifestación de tal realismo. La intervención defensiva llegó a, entre otras
medidas, crear la Flota Mercante del Estado, en 1941 para el transporte de volumen que podía efectivamente
exportarse.
Uno de los rubros más afectados por el cese de las importaciones fue el de los combustibles. El déficit
energético fue cubierto por acción del Estado de incrementar la producción nacional de petróleo y carbón y
por empleo de combustibles no convencionales (leña y cereales). La política de grano – combustible intentó
solucionar el doble problema del exceso y de la escasez en función de 1) evitar el colapso del sector agrario,
2) impedir la paralización de la actividad industrial por falta de energía. La actividad industrial se favoreció
con la existencia de esa fuerza de trabajo abundante, barata y relativamente concentrada geográficamente.
Durante la guerra se debió afrontar una difícil e imprevisible situación internacional que terminó con la
hegemonía británica en Argentina, con la nacionalización de los ferrocarriles como broche final. Se afianzó la
expansión de la industria liviana de capitales nacionales y extranjeros (principalmente norteamericanos
ahora).
Desde 1943, sectores golpistas del ejército consolidaron un gobierno que se encargó férreamente del proceso
nacionalista Industrial, a través de la acción del Banco de Crédito Industrial, del incremento de las Industrias
militares y otras medidas.
Así, las FF.AA armadas instauraron una dictadura que se prolongó hasta febrero de 194ó, cuando se
realizaron elecciones generales. En ellas se presentaron sólo dos fuerzas políticas: por un lado, la Unión
Democrática, coalición heterogénea de los partidos políticos tradicionales que contaba con el apoyo de la
mayoría del empresariado, de La Unión Industrial Argentina, de la Sociedad Rural y del Departamento de
Estado Norteamericano. Por el otro, el Partido Laborista y la UCR Junta Renovadora, expresión de una alianza
entre sectores mayoritarios del movimiento obrero, las fuerzas armadas, la iglesia y un grupo de empresarios
industriales. Con su candidato presidencial, Perón, triunfó con 52% de los votos, iniciando de ese modo del
primer gobierno peronista.
La parte inicial de este texto se preguntará por los orígenes del peronismo, su composición como alianza
política y social, y por las razones de su arribo al gobierno. No pretende abarcar toda la riqueza del período,
sino acercar una propuesta de interpretación del primer peronismo, entendiéndolo como fuerza política que
expresa una alianza social, y proponer el análisis de aquellos años desde categorías teóricas relevantes como
el régimen de acumulación, el Estado y el sistema político. Al mismo se propone presentar algunos elementos
de las diferentes líneas historiográficas que interpretaron los orígenes del peronismo y las primeras
presidencias de perón.
Existen diversas interpretaciones acerca del grado de diferenciación y de contradicciones entre los intereses
agrarios e industriales de aquella época. Aquí consideramos que, a principios de la década del 40, la burguesía
argentina no se encontraba fracturada en sectores antagónicos agrarios-industriales. Es decir que el
peronismo se formó a partir de la existencia de conflictos y acuerdos entre sectores internos de la clase
dominante. Sí es importante tener en cuenta que las oportunidades generadas por la Segunda Guerra
Mundial profundizaron aquella conflictividad, al crecer un grupo de empresarios industriales, desvinculado
de los tradicionales intereses que ligaban a la burguesía agraria con actividades industriales y con las
empresas extranjeras. Aunque incipiente y sin presentaciones corporativas, algunos de estas empresarias
formaron parte de los apoyos iniciales con que contó el primer gobierno de Perón.
También, el carácter intervencionista del Estado que se había iniciado en la década del 30, se acentúa ante
el nuevo escenario planteado por la Segunda Guerra Mundial, desplegando mecanismos de intervención
variados como las juntas reguladoras, El Banco Central mixto y algunas empresas productivas ligadas al poder
militar.
En los 30, el modelo de ISI había provocado cambios en la composición de la clase obrera. Junto a la cantidad
de obreros, se había acelerado el proceso urbanización con las migraciones internas.
Una característica esencial de la industrialización de la época consiste en que la creciente incorporación de
mano de obra industrial no había sido acompañada por un proceso de distribución de ingresos hacia los
trabajadores. En general en esos años no se reconoció ni garantizó los derechos por los que luchaba el
movimiento obrero. Si bien se implementó cierta legislación laboral, no sé solía imponer su cumplimiento y
la norma en la política hacia el movimiento era la represión concentrada entre empresarios y Estado.
Tampoco se garantizaban los derechos políticos puestos en juego de 191ó. De esto surge otro evento
importante para explicar el golpe de estado de 1943 y el inicio del proyecto de Perón.
Hacia 1943 algunos integrantes de la clase dominante local y de las FF.AA interpretaban el desarrollo de la
guerra como un “avance comunista”; una clase obrera excluida del sistema político y del modelo económico
se les presentaba como una potencial amenaza.
Por otro lado, sectores civiles de poder jerarquizaron las ideas militares incorporaron a cargos estatales a
algunos de sus integrantes.
Por último, la pérdida de legitimidad del sistema político se profundizó ante la posición del gobierno ante la
Guerra Mundial. El presidente Castillo había seguido una política de neutralidad, que persistió aún cuando
EE.UU entró en el conflicto. Esto fue interpretado por la mayoría de los partidos políticos tradicionales como
un apoyo al Eje nazifacista. Sectores cada vez más amplios de la opinión pública generaron un clima de
descontento social, y sumado a los altos oficiales del Ejercito, se presionó al gobierno por una definición pro-
aliados.
En ese contexto el presidente Castillo designó como candidato oficial en las elecciones presidenciales de 1943
al senador conservador Robustiano Patrón Costas, partidario de la continuación del fraude que adherida a la
posición de los Estados Unidos en la guerra. De ese modo, la decisión de Castillo terminó por unir a los
distintos sectores militares y precipitó el golpe.
Estos tres procesos simultáneos son los momentos fundantes del peronismo.
El “programa económico” del coronel, consistía básicamente en el fomento Estatal de la industria teniendo
en cuenta el mercado interno de consumo cómo potencial espacio de demanda en la posguerra.
Los mecanismos para llevar adelante del proyecto debían aun ser organizados, de modo que para tales fines
se crearon organismos tales como: el Banco Industrial, la Secretaría de Industria y Comercio y,
principalmente, la Secretaría de Trabajo y Previsión (STP, 1943, del cual Perón fue designado secretario) y el
Consejo Nacional de Posguerra (1944).
La STP, a través de variados decretos, estableció aumentos salariales, el derecho a vacaciones pagas, a
percibir una indemnización, entre otros. Asimismo, estableció un conjunto de estatutos particulares para
distintos sectores de trabajadores, el principal de ellos, fue el Estatuto del Peón.
La legislación social implicó el reconocimiento Estatal de derechos por los que el movimiento obrero luchaba
desde principios del siglo XX. Era también una señal concreta de un espacio Estatal que buscaba colocarse
como “protector” de los trabajadores frente al empresario. Con ella, comenzó a aumentar la capacidad de
consumo de la sociedad, al tiempo que alarmaba a las cámaras empresariales. En especial la Sociedad Rural
Argentina rechazó la intervención del Estado.
Esta política social fue delimitando los sectores que formarían parte de la alianza de fuerza política de Perón
y los que no. Sin embargo, eso no implica que no haya buscado apoyo empresarial en esos años.
Desde la STP, hubo un firme fomento de la sindicalización mediante los primeros convenios colectivos de
trabajo. La organización gremial era mayor en los sectores de servicios y más incipiente en las actividades
industriales. En los primeros, la mayoría constituía un gremialismo reformista y negociador, liderado por
socialistas y en menor medida por sindicalistas. En cambio, en la organización gremial de las Industrias,
primaba una dirigencia comunista.
La injerencia del estado en la organización del movimiento obrero se complejizó cuando Perón se hizo cargo
del área laboral a fines de 1943. La política se volvió “selectiva”, ya que mantuvo un carácter represivo hacia
los comunistas, mientras iniciaba contactos con dirigentes gremiales sindicalistas y socialistas, que ocuparían
espacios dejados por los comunistas.
En discursos del período 43-4ó, Perón justificaba sus políticas al tiempo que difundía lo que Daniel James
llamó “elementos ideológicos del peronismo”. El Estado, sostenía Perón, debía ser el artífice y el garante de
la “armonía de clases” y de la “justicia social”.
La difusión de la idea de “armonía de clases” habría colaborado con la estructuración de un sentimiento de
pertenencia de los trabajadores a un proyecto de país, a la industrialización como “empresa nacional”, y de
unión con empresarios también nacionales, portadores de un capital progresista, diferenciado en el discurso
peronista del capital extranjero, de carácter “explotador e inhumano”.
En la concepción de Estado que se difundió, también se desplegaron rasgos de planificación económica. En
mayo de 1944 fue creado el Consejo Nacional de Posguerra, que reunió a militares, empresarios y
sindicalistas. Entre sus objetivos se destacaban el estudio a la situación económica social del país, el
establecimiento de los “posibles desequilibrios” que ocasionaría el fin de la Guerra Mundial, y la preparación
de un programa económico adoptar en función de sus diagnósticos.
Hasta mediados de 1945, en función de construir una fuerza política capaz de llegar al control del Estado,
Perón desplegó estrategias basadas en incorporar fuerzas de casi todos los aspectos políticos y luego en
promover una polarización.
El inminente triunfo de los aliados en la SGM, unió a una heterogénea oposición conformada por los partidos
políticos tradicionales de los obreros, de la clase media y de la burguesía, las corporaciones empresarias,
estudiantes universitarios y sectores de la FF.AA. Por su parte, los sindicatos abandonaron la distancia con el
régimen y se aliaron con la STP. Simultáneamente, Perón reforzó la confrontación profundizando en las
medidas sociales y asumiendo un discurso marcadamente obrerista.
En octubre el conflicto se extiende al interior del gobierno militar, los sectores de la Fuerza Armada ligados a
la oposición desplazan de sus cargos a perón y lo detienen. Por su parte, los trabajadores protagonizan un
período de lucha política que culminaría con el triunfo del peronismo en las elecciones de febrero 194ó. Su
momento más álgido fue la movilización popular del 17 octubre, cuando numerosos grupos de trabajadores
manifestaron su adhesión a Perón en las principales ciudades del país y exigieron su libertad.
Las fuerzas policiales y militares no estuvieron dispuestas a reprimir la manifestación. El desenlace esa noche
fue la liberación del Coronel, su discurso desde los balcones de la Casa de Gobierno y el inicio oficial de su
carrera en la presidencia.
El 17 de octubre inicio entonces la campaña electoral, signada por una fuerte polarización social y política. La
oposición se nucleó en la Unión Democrática, conformada por la UCR, el Partido Demócrata Progresista, el
Partido Socialista y el Partido Comunista, adhiriendo también las organizaciones empresarias.
Por su parte, dirigentes sindicales de diferentes vertientes ideológicas, en su mayoría con amplia experiencia
sindical, crearon el Partido Laborista, y le ofrecieron a Perón la candidatura a la presidencia. La alianza política
contaba además con el apoyo de la Iglesia, buena parte de las FF.AA, y pequeños y medianos empresarios sin
representación corporativa y sectores minoritarios de partidos político tradicionales.
Visión clásica: desarrollada por Gino Germani pocos años después del derrocamiento de Perón, imbuida por
el proceso de desperonización dominante en el país. Él se interesó más por responder a la pregunta de Por
qué los obreros “fueron engañados y siguieron a Perón”. Su abordaje se centró en la relación líder-masa:
sostenía que el crecimiento industrial década del 30 y las migraciones internas habían generado un
proletariado industrial que no tenía experiencia sindical ni política. Esos trabajadores “nuevos”, recién
llegados a las ciudades, estaban disponibles para ser manipulados por un líder paternalista y autoritario.
Su adhesión no era racional sino basada en la incapacidad de las mayorías para reconocer “las verdaderas
intenciones de los dirigentes”. Germani afirmaba demostrar el carácter antidemocrático del régimen
peronista.
Visión revisionista: Se formuló a fines de la década del ó0, en el contexto de las luchas contra la dictadura
de la Revolución Argentina y frente a la posibilidad de conformar una fuerza política popular alternativa y
viable. Murmis y Portantiero abordaron la peronización de los trabajadores a partir de constatar que, en la
conformación del peronismo, jugaron un papel protagónico no sólo los obreros “nuevos”, sino
principalmente la vieja dirigencia y militancia sindical. El peronismo se había originado como una alianza
policlasista integrada por los obreros de modo racional y pragmático. Por el contrario de la visió clásica,
destacaron la experiencia sindical de la clase obrera y su grado de autonomía plasmada en la organización
del partido laborista.
Daniel James: Abordó la problemática estudiando la conformación de la identidad peronista. Los elementos
que conformaron los sentimientos de pertenencia al peronismo fueron valores, pensamientos, prácticas y
símbolos compartidos por los obreros. En buena parte esos sentimientos fueron productos de sus
experiencias individuales y colectivas de la década previa a 1943. Abordó una relación desde un plano
simbólico-discursivo. En los discursos, Perón, con sus formas -el tono, vocabulario, gestos- generó
credibilidad e identificación. Sus contenidos actuaron como “atractivos ideológicos”: “la justicia social”,
“Independencia económica” y fundamentalmente la “dimensión social de ciudadanía”.
La novedad del discurso peronista consiste en otorgar una dimensión económico-social a la noción de
ciudadanía. Los trabajadores tenían derecho a la inclusión en el proyecto económico, una participación en
los beneficios y a organizarse y luchar para que se les reconocieran esos derechos. Sin negar la existencia de
elementos paternalistas, James privilegia como atractivo ideológico la apelación a una clase social autónoma
que debía seguir organizándose y requería el Estado la garantía de sus derechos. Entiende también que la
fortaleza y perdurabilidad del vínculo se deben a cómo el discurso llegó a tocar las “fibras más sensibles” de
los trabajadores.
La política de nacionalización de varios servicios, en 1948 llevó a conflictos y polémicas negociaciones con el
gobierno británido, entorno a los ferrocarriles. Como resultado, el gobierno creó “Ferrocarriles Argentinos”.
Y por otro lado, de mayor envergadura que la voluntad puesta en industrias estatales, fue la instrumentación
de mecanismos de intervención para el fomento de la industria privada local. Esos mecanismos, se basaban
en una redistribución de ingreso desde el sector agrícola al industrial. Las principales herramientas eran el
Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio (IAPI) y el Banco Central. A través del IAPI El estado
ejercía un virtual monopolio de las exportaciones agrícolas comprado los productores a precios fijados por el
estado y revendida precios internacionales obteniendo un margen de ganancia. Estas políticas encontraron
oposición por parte de la Sociedad Rural Argentina. El Banco Central, tomó a su cargo la orientación y los
precios de los créditos en pos de una política crediticia abundante y barata para algunos sectores
industriales, limitando a los bancos privados.
Ahora bien, ¿cuáles fueron las causas por que las debilidades del modelo se manifestaron en 1949?. Las
respuestas influyen factores locales e internacionales. Por una parte, el Plan Marshall, cuyo desarrollo en
consecuencia tornó desfavorables los términos de intercambio para Argentina. Por otro, dentro del país se
fue reduciendo el volumen de los productos exportables debido a la mejora en la capacidad de consumo
interno, sumado a las sequías.
Ante la crisis, el gobierno peronista respondió a tono con los intereses de los empresarios industriales, una
de sus bases de poder. Su proyecto consistió en profundizar la integración de la industria, creando algunas
condiciones necesarias para una futura producción de insumos industriales básicos en el país. Esta idea
subyacía en el Segundo Plan Quinquenal.
Mientras tanto, entre el 49 y el 52, se abocó a detener la inflación con un Plan de Emergencia: desarrolló Un
programa de austeridad fiscal reduciendo el gasto público y congeló precios y salarios, además comenzó a
tomar medidas para aumentar los saldos exportables. 1952 había logrado frenar la gestación pero no se ven
incrementados los saldos exportables. El gobierno debía entonces apostar a las inversiones extranjeras, aún
a al costo de renunciar a su discurso nacionalista y el tradicional de Independencia económica. En 1953 se
sancionó la Ley de Inversiones Extranjeras a partir de la cual se concretó la inversión de empresas europeas
y estadounidenses para la producción de camiones automóviles y tractores.
Otro objetivo central de la política económica partir de 1952 consistió en realizar una mayor racionalización
de las empresas estatales y privadas, con un aumento de la productividad del trabajo. Bajo el lema “consumir
menos y producir más”, el gobierno exhortaba a los trabajadores e intensificar sus esfuerzos para lograr
mejoras productivas. Al mismo tiempo los trabajadores debían comprometerse a emprender una “tregua
social”: frenar sus luchas por aumentos salariales y esperarlos sólo si se incrementaba la productividad.
El problema de la productividad pronto mostró las contradicciones y los límites de la alianza peronista.
El gobierno convocó a una asamblea para tratar la cuestión y para institucionalizar la presión del
empresariado. Se conformó entonces el Congreso de la Productividad en 1955, con funcionarios del gobierno,
organizaciones empresariales y delegados de la CGT. Sin embargo de esto no resultó ningún acuerdo de
productividad entre obreros y empresarios independiente de las cláusulas de los convenios colectivos
vigentes, y el gobierno por su parte no hizo esfuerzos por menguar la resistencia sindical.
Las relaciones entre el estado peronista y el movimiento obrero se caracterizaron por permanentes tensiones
entre el logro de la autonomía de las organizaciones y su subordinación a decisiones del gobierno.
Entre 4ó y el 49 los sindicatos se emprendieron numerosas huelgas la mayoría de ellas durante la negociación
colectiva con las empresas en esos años se limitó el poder de decisión de los empresarios en cuanto despidos
transferencias y contrataciones de obreros así como sus competencias para asignar remuneraciones y para
establecer niveles de productividad del trabajo
A partir del giro de la política económica en el 49, finalizaba para el gobierno el tiempo del antagonismo
obrero-patronal y comenzaba el de la armonía social bajo la guía del Estado. Así, por ejemplo, el derecho de
huelga no fue incluido en los Derechos del Trabajador incorporados a la Constitución de 1949.
En abierta confrontación con el gobierno y con la CGT, y ante el viraje económico, numerosos sindicatos
emprendieron huelgas entre los años 1949 y 1951. Se destacaron las de los trabajadores azucareros de
Tucumán, nucleados en la FOTIA, los ferroviarios, los frigoríficos, los bancarios y los gráficos. Todas ellas
fueron declaradas ilegales, los sindicatos fueron intervenidos por la CGT y en algunos casos los conflictos se
agravaron con la orden de represión Estatal y despidos de trabajadores.
De todos modos es importante tener en cuenta que la mayoría de las luchas obreras del período no deben
interpretarse como señales de ruptura de los trabajadores con el gobierno peronista, por el contrario los
trabajadores conformaron el único sector de la alianza peronista que mantuvo su adhesión a Perón hasta su
caída. Es más, la profunda identificación de los trabajadores con el movimiento peronista llevó a que, a
partir de 1955, el movimiento obrero se consolidara como un actor protagónico en las Luchas contra la
desperonización y en un interlocutor Inevitable para los sucesivos gobiernos.
El peronismo no logró mantener un poder hegemónico en el tiempo. Cuando vió la falta de amplio consenso
entre el empresariado y los sectores medios, optó por emplear el poder coercitivo, que afectaron las
libertades públicas de la sociedad civil. Perón se propuso reforzar su poder por medios burocráticos y
represivos. Se tendía a difundir la doctrina peronista que había comenzado en 194ó, cuando además, entre
otras medidas, restringió la autonomía de la universidad y Hago toda la libertad de prensa prohibiendo
periódicos opositores.
En materia de cambios legales, la transformación más importantes fue sin duda la reforma de la Constitución
en 1949. A ella se incorporaron los derechos sociales, las reformas de intervencionismo Estatal desplegadas
por el peronismo, y se consagró la propiedad del Estado sobre los recursos energéticos. Además se suprimió
la cláusula que prohibía la reelección presidencial inmediata,instauró el voto directo para presidente y vice,
y amplió el mandato diputados y senadores.
El nuevo texto constitucional fue resistido por el antiperonismo, y en buena medida la resistencia se basó en
la interpretación de que el objetivo era posibilitar la reelección de Perón. Efectivamente, fue reelegido en
1951, previa sanción de la ley electoral que favorecía claramente al partido mayoritario en cada nuevo distrito
delineado.
En suma, las diferentes formas que obtuvo la peronización generaron una fuente permanente de tensiones
que influyeron en la crisis de la alianza peronista y en su caída en 1955. Entendemos por crisis de la alianza
al grado al distanciamiento y pasaje al antiperonismo de sectores que fueron una vez base de sostén del
gobierno.
Los meses previos al golpe de estado de septiembre 1955 estuvieron impregnados por violentos
enfrentamientos. Un momento clave de aquella coyuntura fue el 8 de junio, cuando la iglesia y los partidos
antiperonistas confluyeron en una procesión católica de Corpus Christi y la transformaron en una protesta
política por el centro de la ciudad de Buenos Aires. El 1ó de junio sectores antiperonistas de la Fuerza Armada
atacaron a la población civil: aviones de la Marina ametrallaron y bombardearon la casa de gobierno y sus
alrededores. A Plaza de Mayo habían ido peronistas para manifestar su apoyo al gobierno. Los resultados del
levantamiento militar fueron alrededor de 300 civiles muertos y otros ó00 heridos.
En respuesta a ese gravísimo hecho de violencia política los grupos peronistas incendiaron Iglesias de la
capital Federal a la vez perón endureció su discurso frente a los opositores que sintió aún más una sociedad
en la que ya se evidencian claramente dos polos antagónicos.
Si bien intentó una conciliación ofreciendo espacios en los medios de comunicación a diversos políticos, eel
grueso de las FF.AA. ya había cerrado filas con el antiperonismo y el golpe estaba en marcha.
El 1ó de septiembre comenzó un levantamiento militar y luego de 5 días de enfrentamientos, se rindieron las
tropas leales al gobierno. Perón renuncia. Comenzaba así la dictadura que se autodenominó revolución
libertadora.
10. CONCLUSIONES
(ahre que es básicamente un resumen perfecto de las 20 páginas...)
La política pro-obrera de Perón habría de rendir sus frutos en la semana posterior a su separación de los
cargos. Desde la mañana del 17 de octubre columnas de manifestantes llegaron al centro de BS. AS. con el
finico propósito de reclamar que se liberase a Peron y se lo restituyera en el gobierno.
La movilización había obligado a las autoridades a liberar a Perón y permitir que se dirigiera a las masas de
trabajadores allí reunidos desde los balcones de la Casa Rosada. Estos acontecimientos lanzaron a Per6n por
el camino que lo llevó a la victoria en las elecciones de febrero de 1946, y consolidaron un movimiento social
y político.
En general, los comentarios sobre la movilización de las masas en esos días formaron parte de un debate más
amplio acerca de los orígenes y la naturaleza del peronismo. La interpretación intelectual prevaleciente
durante casi todas las décadas del 50 y 60 fue formulada por Gino Germani y otros. Según esta “versión
clásica”, el apoyo obrero fue un reflejo de la heteronomía de la clase obrera, que fue fácilmente manipulada
gracias a las cualidades personales de Perón y a los beneficios que les otorgó un estado paternalista. Además,
se vieron seducidos por las por las sus apelaciones nacionalistas.
Dentro de esta interpretación, la movilización de octubre fue considerada la quintaesencia y el emblema de
estas nuevas masas, en un momento de ruptura definitiva entre la vieja y la nueva clase obrera.
Como respuesta a esta primera interpretación, en los últimos 15 años surgió lo que podría denominarse una
“ortodoxia revisionista” la cual plantea una clara dicotomía en la clase obrera. Murmis y Portantiero situaron
los orígenes del peronismo en el contexto de la evolución del movimiento obrero de la década del 30 y
principios del 40. La experiencia a la represión de los gobiernos conservadores, así como la ineficacia y la
organización sindical, hicieron que los obreros y sus dirigentes vieran en Perón un aliado potencial, aunque
ambiguo. En contraste con la versión clásica, aquí se deja sitio a la imagen de actores políticos con conciencia
de clase que procuraban encontrar un camino realista para la satisfacción de sus necesidades materiales. La
dicotomía entre la vieja y la nueva clase obrera quedó subsumida en esta imagen de una clase obrera cada
vez más homogénea.
James sugiere que en esos debates pasaron por alto las formas concretas de movilización y protesta social
que adoptaron los acontecimientos de octubre. Estas formas fueron aplicadas más como instrumentos
heurísticos por los bandos en pugna en el debate que como objetos de estudio con pleno derecho. Además,
señala que el hecho de que el debate haya dado lugar a lo que podría llamarse una ortodoxia instrumentalista
sobre la participación de la clase obrera en el peronismo, ha limitado la comprensión de esta última, y en
particular ha subestimado la importancia de su dimensión social y cultural más difusa.
El análisis de la movilización de masas durante el 17 y el 18 de octubre puede ayudar a apreciar mejor esa
dimensión.
El autor se centrará en los acontecimientos dados en esas fechas en la ciudad de La Plata Y en el papel que
en ellos lo escupo a los trabajadores de los frigoríficos de Berisso.
II.
Fragores de descontento, señales de inquietud entre los trabajadores por el desenlace de los episodios que
se iniciaron con la destitución de Perón, ya están presentes antes del 17. Hacia el 13 y 14 cundieron rumores
acerca de una huelga nacional en apoyo a Péron. No obstante, en general las fuerzas antiperonistas tenían
buenos motivos para sentirse seguras.
En cuanto a los rumores de huelga general, la Confederación General del Trabajo (CGT) estaba claramente
dividida acerca de este punto, y un conjunto considerable de sindicatos y organizaciones obreras de arraigo
habían denunciado en forma categórica que la huelga no era conveniente. En La Plata, ese sentimiento de
satisfacción y confianza de las fuerzas antiperonistas era tal vez más pronunciado aún. En medio de un clima
de euforia general, con el foco puesto en la Universidad de La Plata, poca atención se prestaba a los
trabajadores de los frigoríficos de Berisso.
La caída de Perón y su posterior confinamiento tuvieron profunda repercusión en esa comunidad. Berisso
había surgido en la década del cuarenta como una de las mayores concentraciones de obreros industriales
en la Argentina.
En los dos años anteriores a octubre de 1945, Perón mantuvo relaciones particularmente estrechas con los
obreros de los frigoríficos y su incipiente Sindicato Autónomo de la Industria de la Carne de Berisso. Gracias
a la favorable intervención de la Secretaría de Trabajo y Previsión, se dieron los primeros e importantes pasos
para consolidar una organización sindical en las plantas de Swift y Armour. En la semana posterior a la caída
de Perón, se hablaba con insistencia de la huelga en dichos frigoríficos. A falta de una iniciativa decidida de
la CGT, el sindicato, junto con otros grupos de trabajadores de Avellaneda y de los suburbios
obreros situados al sur de la Capital, resolvieron por su cuenta organizar la huelga para el 17.
En la noche del 16, la ciudad estaba envuelta en una atmósfera de expectativa. Había corrido la voz de que
el 17 sería el día de la huelga, y llegaban noticias de paros y mitines obreros en Avellaneda y otros barrios
proletarios del sur del Gran Buenos Aires.
La actividad era permanente; miembros del sindicato y militantes obreros llegaban para recibir instrucciones
y luego partían a difundir entre sus vecinos y familiares las órdenes impartidas para el día siguiente. Al
alborear el día 17, ya se habían formado piquetes frente a los dos frigoríficos y la pequeña fábrica textil.
Obreros de la construcción, ferroviarios y portuarios habían sido informados de los planes. Los piquetes se
ubicaron también en todos los puntos de acceso a Berisso. Los camiones y tranvías que venían de La Plata
fueron volcados y hacia las ocho de la mañana la ciudad quedó virtualmente aislada.
El cronista de La Nación informó: “A las 11 de la mañana, Berisso presentaba un aspecto francamente
anormal, con los comercios cerrados en su casi totalidad, sin medios de transporte urbano y el vecindario en
las aceras contemplando a las columnas de obreros que se habían enseñoreado de las calles, llevando al
frente grandes carteles con retratos del coronel Perón.”
En La Plata, desde muy temprano habían estado circulando 'los rumores más inquietantes" acerca de lo que
acontecería por la tarde, con el arribo de los trabajadores de Berisso y Ensenada. Vehículos cubiertos de
leyendas en favor de Perón publicitaron la inminente manifestación.
Este contingente llegó cerca de las cuatro de la tarde. Los manifestantes se encaminaron hacia el centro de
la ciudad, y a esa altura, la multitud ya había cobrado un aspecto más fervoroso y amenazador.
Avanzaron hasta la plaza San Martín,situada frente a la Casa de Gobierno; allí pronunciaron discursos algunos
miembros del Comité Intersindical que había organizado la marcha y aclamaron a viva voz al nuevo
interventor federal, general Saenz, cuando éste apareció en los balcones de la Casa de Gobierno. Una
delegación de dirigentes obreros entró para entrevistarse con él y expresarle su preocupación por el arresto
de Perón y su seguridad personal.
En teoría, la manifestación, tal como había sido programada oficialmente, había concluido, y desde el punto
de vista del Comité Intersindical había sido un éxito. Sin embargo, para una cantidad significativa de
participantes la movilización estaba lejos de haber terminado. Después de abandonar la plaza San Martín,
"grupos de obreros armados con ramas de árboles y proyectiles" tomaron por las calles laterales de la
elegante zona céntrica de la ciudad y acometieron contra varios edificios con una intensa pedrea, mientras
en las calles adyacentes otros grupos atacaban y saqueaban diversos negocios y confiterías de moda.
Como la policía o bien estaba ausente, o bien mantuvo una actitud meramente contemplativa, la violencia
fue subiendo de tono.
Estos hechos de violencia culminaron alrededor de las ocho con una incursión contra la residencia oficial del
rector de la universidad, Dr. Calcagno, donde lograron entrar y destruir gran parte de su interior. Tras unas
intermitentes presenciales policiales, la gente se disipó.
Al amanecer del 18 de octubre, los habitantes de La Plata se encontraron con un espectáculo que no tenía
precedentes. Las calles no habían sido limpiadas por los barrenderos y no se veía otra cosa que vidrios rotos
y puertas y ventanas despedazadas. No parecían mucho mejores las perspectivas para esa jornada.
La CGT había proclamado oficialmente que el 18 se realizaría una huelga nacional, respaldando así el paro
que de hecho habían efectuado el día anterior grandes sectores de la clase obrera.
A medida que iba creciendo la muchedumbre, volvió a descargar su ira sobre los mismos blancos escogidos
la jornada anterior: el diario El Día, los bares y confiterías céntricos fueron los objetivos favoritos, aunque
también se asaltaban panaderías y otros negocios de zonas menos elegantes. La ausencia total de agentes
de policía hizo que a mediodía la ciudad estuviera "a merced de las furiosas provocaciones de los
manifestantes".
En las primeras horas de la tarde, el Comité Intersindical procuraba recobrar algún grado de control sobre los
acontecimientos. Mientras recorrían las calles en automóvil, hicieron un llamado a los trabajadores para que
depusieran sus piedras y garrotes, a fin de demostrar que quienes habían causado daños a la propiedad no
eran auténticos trabajadores. En el mitin, tanto Reyes como el secretario de gobierno de la provincia, coronel
Benito, apelaron a la calma de los manifestantes y los instaron a abstenerse de usar armas y a regresar a sus
hogares. Esta apelación surtió algún efecto, pero de ningún modo puso fin a la perturbación del orden.
A las 19,30 largas columnas de trabajadores emprendieron el regreso a Berisso y Ensenada, y volvió a verse
policías montados patrullando las calles. Sin embargo, las escaramuzas continuaron hasta las 22,30, cuando
centenares de huelguistas, con emblemas donde se leía la consigna "Esta noche quemaremos El Dia",
arrojaron piedras y bombas "molotov" contra el edificio del periódico. A medianoche, por primera vez en dos
días consecutivos, había plena presencia policial en las calles y los manifestantes desaparecieron, muchos de
ellos simplemente por agotamiento.
Los destrozos provocados en esos dos días fueron considerables.
III
¿Cómo debemos interpretar estos sucesos acaecidos en La Plata el 17 y el 18 de octubre, y que en diverso
grado encontramos reproducidos en los otros grandes centros urbanos argentinos?
Fue, según Reyes, "una revolución popular y pacífica de Latinoamérica y del mundo, que levantó las banderas
de la emancipación de los trabajadores y la liberación de la República". Como veremos, esta visión de un
fenómeno básicamente armonioso y libre de conflictos no carecía de fundamento. No obstante, ¿fueron
acaso esos sucesos, que hemos esbozado apenas para La Plata, meros "incidentes aislados", como Reyes
continúa diciendo en su libro? ¿o tal vez ofrezcan un campo válido para la interpretación y ciertos indicios
provisionales acerca de lo que puede haber sido la significación más profunda de tales acontecimientos?.
Recurrir a los testimonios orales de trabajadores de Berisso para penetrar en la conciencia de los obreros que
participaron en la experiencia no parece en un principio agregar mucho a la comprensión de ese significado
más profundo. Sus recuerdos de los días de octubre estaban a menudo rodeados del aura inconfundible del
discurso oficial. Hasta el lenguaje que empleaban para relatar esto era singular: pasaban de la vivida riqueza
del dialecto de la clase obrera a las envaradas frases de una retórica formal. En muchas oportunidades, me
contaban los acontecimientos tal como aparentemente habían sucedido en Buenos Aires, ya que la versión
peronista oficial fue construida en gran medida en torno de lo que pasó en Plaza de Mayo; sin embargo, mis
entrevistados no habían participado en los sucesos de Buenos Aires sino en los de La Plata.
Pronto le resultó claro a James que cualquier tentativa de avanzar más allá de esta versión oficial chocaba a
menudo contra "silencios, supresiones, amnesias y tabúes".
Para Eclea Para Bosi, la memoria no es nunca, pues, una evocación pura y espontánea de los hechos o
experiencias del pasado, tal como realmente sucedieron o como originalmente se los vivenció: implica un
proceso permanente de elaboración y reelaboración de esos sucesos. Y esto es válido, sobre todo, con
respecto a la rememoración de acontecimientos que tuvieron importancia pública y política, que siempre
entrañan, según la aguda frase de Bosi, "una lectura social del pasado con los ojos del presente".
Vista desde este ángulo, la renuencia a recordar muchos de los sucesos de los días 17 y 18,, debe entenderse
en función de la historia posterior y del carácter simbólico que mis tarde adquirieron los días de octubre. El
17 se convirtió en el emblema del surgimiento de la clase obrera como fuerza autentica y legitima dentro de
la sociedad y la política argentinas, el Estado peronista lo adoptó como fecha decisiva del ritual público y de
las conmemoraciones nacionales. En un sentido fundamental, el régimen atribuyó a esos sucesos sus
orígenes y su legitimidad. El nacimiento de Perón como figura nacional estaba ligado, por lo tanto, a la
intervención de los trabajadores, y en cierto sentido él carecía de historia antes de esa fecha.
Dentro de este contexto, admitir algunos de los hechos violentos y turbulentos acaecidos en esa jornada
había empañado la legitimidad y la autenticidad del significado simbólico que llegaron a tener.
En los años posteriores a 1955, la clase obrera, que debió librar una permanente batalla defensiva para
reafirmar la validez de sus reclamos en materia de derechos ciudadanos y de plena justicia social, se vio
impulsada a proteger la imagen inmaculada que guardaba de esa fecha germinal y decisiva.
A esto debe sumarse el discurso oficial acentuadamente antiperonista, que veía en el 17 de octubre, y en el
surgimiento mismo del peronismo en la clase obrera, el fruto de los elementos menos instruidos de esta
clase, de los proletarios carentes de educación o de los "lumpen". Así, los recuerdos de los obreros de Berisso
se encuadraban en gran medida en un diálogo implícito con esta otra versión de la movilización de octubre.
IV.
El recuerdo predominante sobre esos días entre los trabajadores de Berisso era quizá la atmósfera familiar y
festiva imperante. Ello se debe en parte a que fue robustecido y legitimado por la visión oficial que creó el
Estado peronista sobre el 17 de octubre.
En la cultura popular de la era peronista y en la propaganda del gobierno, los hechos de ese día encarnaron
la armonía social e individual y la felicidad de la familia, en agudo contraste con la idea que se tiene de la
otra fecha decisiva en el calendario de los trabajadores, el 1° de mayo, que pasó a ser el símbolo del pesar,
la amargura y la derrota de la época pre peronista.
Pero si aquella imagen perduró, también fue porque estaba sólidamente fundada en los hechos históricos.
Esta atmósfera carnavalesca, en la que ponen el acento los testimonios, nos hace reparar en la novedad que
esto constituía como forma de expresión de la clase obrera, y nos introduce en su posible significación más
profunda. Si bien este espíritu festivo fue más tarde glorificado y legitimado, representaba un apartamiento
radical respecto de los cánones de la época sobre el comportamiento público aceptable de los obreros.
Esta transgresión de las normas tradicionales fue resentida agudamente sobre todo por los comunistas,
anarquistas y socialistas. En suma, las multitudes del 17 de octubre carecían del tono de solemnidad y
dignidad característico que impresionaba como la decorosa encarnación de la razón y de los principios.
Los comunistas hicieron referencia a "los clanes con aspecto de murga" conducidos por elementos del
"hampa", cuya expresión típica era la figura del "compadrito". La Vanguardia, órgano del Partido Socialista,
señaló que esos no podían ser auténticos obreros.
Gran parte de ese comportamiento festivo y carnavalesco tenía que ver con lo que podría denominarse una
forma de "iconoclasia laica". Aplicado en este sentido, el término "iconoclasia", según los antropólogos,
designa 'la destrucción pública y deliberada de los símbolos sagrados con el propósito implícito de suprimir
toda lealtad a la institución que utiliza tales símbolos y, además, de anular todo el respeto que se guardaba
hacia la ideología difundida por dicha institución".
No obstante, no todo fue pura celebración carnavalesca: también hubo allí un fuerte matiz de descarga de
resentimiento de clase y de amargura. Los testigos presenciales recordaban esto, a veces con renuencia: “Me
acuerdo que al dar vuelta una esquina -tiene que haber sido cerca del centro de La Plata, muy temprano en
la mañana de ese dia- vi a ese tipo corpachón parado en la acera frente a la vidriera destrozada de una joyería.
Sostenía el arma en el aire, como quien saluda con el puño cerrado, y gesticulando con una enorme sonrisa
señalaba el reloj que llevaba puesto en la muñeca, mientras les gritaba a sus compañeros: " iNunca en mi
puta vida tuve un reloj!". Por la ropa que usaba supe que era de Berisso. Todavía estaba con ropa de trabajo”.
Esta iconoclasia laica pudo expresarse también en los ataques perpetrados contra los centros sociales y
lugares de diversión de la elite. Y con frecuencia, también, en formas relativamente triviales: en gran parte
estuvo ligada a la burla y el ridículo.
Esto parece guardar cierta correspondencia con la idea de "contra-teatro", de E. P. Thompson, que consiste
esencialmente en 'la burla o afrenta de los símbolos de la autoridad". Formaba parte evidente de ello el
desprecio de los códigos de la indumentaria, manifestado en la ostentación de vestimentas extravagantes o
simplemente en el uso de la ropa de trabajo (las "alpargatas" y las "bombachas" de los hombres de campo)
en un medio que no era ni el lugar de trabajo ni el barrio. En Buenos Aires, La Vanguardia consignó que
lanzaron insultos y burlas contra muchos individuos por el solo hecho de llevar zapatos bien lustrados y usar
camisa limpia.
En una tónica semejante recordaban los obreros de Berisso ciertos hechos que atribuían a "los pibes" o a
"algunos de los muchachos que habían perdido los estribos": “se pararon frente a un edificio de
departamentos de la zona céntrica, cerca de la universidad, creo, y después de entonar algunos cantos
empezaron a hacer gestos…(obscenos)”. Volvemos a remitirnos aquí al análisis que hace Thompson del
cuestionamiento de la autoridad simbólica, que "en ocasiones no tiene otro objetivo que desafiar la
seguridad hegemónica, despojar al poder de su mistificación simbólica o incluso meramente vilipendiarlo".
Sin embargo, esto no agota la cuestión. Si se aprecia cuales fueron los blancos principales escogidos por los
manifestantes, se podrá averiguar algo más acerca de la naturaleza de esta iconoclasia laica.
No hubo casi ningún atentado contra las fábricas, ni contra los edificios de organismos públicos. Los blancos
fundamentales fueron más bien las universidades, los estudiantes y los órganos de prensa.
Claramente, si la multitud pro peronista dirigía su ira a la prensa y a la universidad era en parte porque
reconocía su importancia como enemigos políticos. La prensa argentina se mostró, en general, francamente
hostil a Perón y a las medidas adoptadas por él, y como los partidos políticos no estaban en funcionamiento
desde 1943, las universidades eran el eje de la oposición al gobierno militar y a Perón en especial.
La clase obrera, excluida por mucho tiempo de 'la esfera pública" en la que se generaban dichas formas de
poder y de dominación, dirigió sus ataques precisamente a dos de las entidades que con mayor nitidez
determinaban las ideas vigentes sobre la legitimidad social y cultural -lo que Pierre Bourdieu ha definido
como "el capital cultural y simbólico". Al obrar así, procuraba reafirmar su propio poder simbólico y la
legitimidad de sus reclamos de representatividad, así como el reconocimiento de la importancia social de la
experiencia, los valores y la organización de la clase obrera dentro de la esfera pública. En este contexto
deben situarse gran parte de las manifestaciones anticulturales y antiuniversitarias de esos días.
La Plata, con su singular concentración de muchas de las instituciones claves de la cultura legítima (museos,
bibliotecas, teatros, establecimientos universitarios), recordaba en forma particularmente intensa a los
obreros la desigual distribución del poder cultural.
¿Quiénes eran estos obreros que salieron a la calle y adoptaron las formas de proceder que hemos estado
analizando? Es imposible hacer aquí una sociología minuciosa de los sucesos multitudinarios de octubre, pero
parece claro que no les cuadra a estos acontecimientos una división simplista entre una nueva clase obrera
migrante y la “europeísta” tradicional.
La juventud de los participantes en los hechos del 17 y el 18 de octubre fue una característica destacada por
casi todos los comentaristas. "En su enorme mayoría eran jóvenes de menos de veinte años”. A juzgar por
las listas de los sujetos atendidos a raíz de lesiones, se diría que quienes intervinieron en los hechos más
violentos eran más jóvenes aún, con una edad promedio de 19 años.
Cipriano Reyes vinculaba este problema generacional al hecho de que a comienzos de los años cuarenta, y
después de más de una década de inercia, había surgido en las plantas de Swift y Armour un sindicalismo
combativo: “Muchos de nosotros éramos muchachos que habíamos entrado a las plantas en los primeros aros
de la guerra. Teníamos una actitud diferente que los trabajadores más viejos. Supongo que podría decirse que
éramos más presumidos, menos aprensivos, menos respetuosos. Conocíamos las terribles luchas de las
primera época solo por lo que nos habían contado los viejos militantes, no las habíamos experimentado en
carne y hueso. Por supuesto, hubo militantes mayores que se sumaron a nosotros, y aprendimos de ellos; pero
decididamente sentíamos que formábamos una "nueva ola". Y eso se vio el 17 de
octubre; los que tomaron la iniciativa y quisieron realmente hacer algo por Peron fueron los obreros más
jóvenes.”.
V.
Estrechamente ligada a la contienda por el acceso a la esfera pública y el reconocimiento dentro de ella,
había otra contienda implícita en torno de lo que podríamos denominar jerarquía espacial y propiedades
territoriales.
Una metáfora que recorre permanentemente las crónicas de la prensa burguesa y obrera sobre los días de
octubre es la de la ciudad y la periferia. La ciudad, definida como el conjunto de antiguos y arraigados centros
residenciales y administrativos donde reside el poder político (y donde, por extensión, tenían lugar las
actividades relevantes en el plano social y cultural), era el territorio respetado. Más allá se extendía la
periferia, los suburbios, la no ciudad, lo desconocido -más aún, lo que no valía la pena conocer-.
Y todos destacaban que las muchedumbres que marcharon sobre la ciudad procedían de la periferia.
La ciudad de La Plata era casi exclusivamente un centro administrativo, educativo y cultural. Berisso y
Ensenada no podrían haber presentado mayor contraste. Aunque técnicamente formaban parte de la ciudad
de La Plata, desde el punto de vista social y cultural integraban un mundo distinto.
Desde luego, la diferencia no era meramente geográfica. Los habitantes de La Plata y de Berisso vivían en
universos sociales distintos, y esta diferencia se reflejaba en su separación espacial y era a la vez reforzada
por ésta. La ciudad propiamente dicha, en especial su zona céntrica, era el territorio de quienes contaban
con algún status político, social y cultural. También en este aspecto los acontecimientos de octubre violaron
las convenciones vigentes: los suburbios invadieron el centro.
Sería difícil concebir una expresión sintética más precisa del choque producido durante los días de octubre
en los códigos de conducta y las nociones de decoro. La ciudad había adquirido una personalidad cuyo sentido
estético, aparentemente, podía ser agraviado. Además, los que podían habitar legítimamente el espacio de
la ciudad se limitaban con nitidez a los miembros de la clase media porteña que leía Crítica; de ahí la
referencia a "nuestras" calles: ¿eran acaso las calles de todos los ciudadanos argentinos? Este sentimiento
de exclusividad social expresado en las ideas acerca de la ciudad, la división entre el "nosotros" y el "ellos",
implícita en la formación de la legitimidad de la jerarquía territorial, era reforzada al identificar como "el
pueblo" a los que tenían el derecho legítimo de habitar el espacio de la ciudad.
Fue para acabar con esa "glacial indiferencia" de la ciudad, y todo lo que esa indiferencia y ese desden
simbolizaban, que la multitud se lanzó a las calles el 17 y el 18 de octubre de 1945.
VI.
Este ensayo no ha pretendido formular una crítica del análisis estructuralista del peronismo en nombre de
un enfoque "culturalista" alternativo. Resulta claro que, en un sentido fundamental, el 17 y el 18 de octubre
reflejaron la gran capacidad de los trabajadores argentinos para movilizarse en defensa de sus intereses de
clase, tal como ellos los perciben.
Las acciones emprendidas por los obreros de Berisso, verbigracia, no pueden examinarse fuera del contexto
del creciente sentido de organización y conciencia que habían forjado en sus luchas de los dos afios anteriores
contra sus patrones de los frigoríficos.
Puede considerarse que el apoyo obrero a Perón fue la lógica participación de los trabajadores en un proyecto
reformista conducido por el Estado que les prometía beneficios materiales concretos. Esta adhesión
trasuntaba, evidentemente, un racionalismo social y económico básico, y un pragmatismo de clase. En este
artículo el propósito de James no ha sido negar esto, sino más bien sugerir los límites del instrumentalismo
reduccionista como paradigma explicativo.
Si bien los días de octubre pusieron en evidencia que la clase obrera tenía conciencia de la necesidad de
defender sus intereses económicos y sociales, expresaron también un cuestionamiento social más difuso a
las formas aceptadas de jerarquía social y a los símbolos de autoridad.
El autor ha procurado mostrar que la propia movilización y las formas que adoptó señalan una significación
social más amplia, que nos encamina hacia una comprensión más sutil del sentido que tuvo el peronismo
para la clase obrera.
Los mismos sucesos nos advierten que no pueden extraerse conclusiones demasiado simplistas. Por un lado
está la sublevación carnavalesca, el quebrantamiento de las normas vigentes, lo que hemos llamado la
"iconoclasia laica"; por el otro, la franca confraternidad con las fuerzas de la ley y el orden, la subordinación
de las acciones de la clase obrera a las autoridades del Estado. Además, mediante estos acontecimientos la
clase obrera rindió homenaje, en definitiva, a una figura militar autoritaria. En lugar de tratar de resolver esta
ambivalencia fundamental, propia de la esencia del peronismo, en favor de uno u otro de los términos
opuestos que la componen, parecerá más productivo aceptarla y sondear su significado más profundo.
Si la adhesión de los obreros tradicionales tiene importancia en los orígenes, interesa saber cómo se explica
dicha adherencia.
Los revisionistas coinciden en señalar que la adhesión era una reacción contra la época anterior, en la cual
los obreros estaban en una situación deplorable económica y políticamente.
Acá aparece una coincidencia curiosa entre la interpretación ortodoxa y la revisionista, en el sentido de que
ambas buscan la causa de la adhesión en la década del 30. Mientras que la ortodoxa enfatiza la
industrialización y el consiguiente traslado de masas Rurales a las ciudades ocurrido en ese período, la
revisionista pone el acento en la condición objetiva deplorable de los obreros.
Esta diferencia de enfoque entre ambas tiene una implicación muy importante, y es que mientras algunas
interpretaciones ortodoxas enfatizan el carácter disponible de la masa migrante implican el carácter
manipulativo por parte de Perón, las revisionistas consideran la adhesión obrera como una decisión
autónoma y la opción más adecuada de los obreros, negando o no tomando en consideración a la
manipulación. En otras palabras, los obreros que eran considerados como pasivos y objeto de manipulación
en algunas interpretaciones ortodoxas, se convertían en factores activos en el proceso de formación del
peronismo según las revisionistas.
Como si no quisiera dejar dudas sobre la necesidad de “desperonizar” la economía, el balance que hizo el
asesor de la herencia recibida fue negativa. “Argentina atraviesa por la crisis más aguda de su desarrollo
económico”, escribió en el comienzo del informe. Ubicaba la raíz del problema central (la precaria situación
de divisas) en la postración de la producción agraria: se la había desalentado como consecuencia de la política
de precios seguida por el gobierno peronista respecto a los productos del campo, quitándole además todo
estímulo a la modernización técnica de la empresa rural.
Este cuadro debía ser cambiado inmediatamente, aconsejaba Prebisch. Para él, estimular la actividad
agropecuaria era esencial también para la industria, dado que una fuerte producción rural proveería a la
actividad manufacturera local de las divisas necesarias para adquirir los equipos, las materias primas y los
combustibles que su desarrollo requería y el país aún no generaba.
¿Pero cómo escapar a la conclusión de que eran los asalariados y el conjunto de los consumidores urbanos
los que pagarían ese precio? Y, en consecuencia, ¿cómo evitar que el movimiento triunfante el 16 de
septiembre fuera percibido por los trabajadores como una revolución política que abría paso a una revancha
de clase? Esta cuestión era materia de preocupación para las nuevas autoridades.
Sin embargo, dicha preocupación no era exclusiva del gobierno. Estaba también, y aún era mayor, en los
partidos que confiaban en dirigir la Argentina posperonista en el marco del orden constitucional, próximo a
restaurarse. En primer término en las filas, todavía sin fracturas, del radicalismo intransigente,
predominantemente dentro de la Unión Cívica Radical.
En resumen, tanto el informe como su discusión dejaron ver tempranamente varios de los temas en torno a
los cuales se alinearían las posiciones en la escena pública: las relaciones entre el país agrario y el industrial,
la función relativa del estado y de la iniciativa privada en dirección del desarrollo económico, el papel del
capital extranjero en la economía nacional, el abastecimiento energético (la cuestión del petróleo en primer
término).
Pero, más importante, dejó ver lo intrincadas que eran las relaciones entre la tarea de “desperonizar” la
economía y la de asimilar, como decía Mario Amadeo, “ese vasto sector de la población argentina que puso
sus esperanzas en la figura que dió su nombre al régimen caído y que a pesar de sus errores y culpas, le sigue
siendo fiel”. Porque esa masa, continuaba, “está crispada y resentida”. Ambas tareas parecían ligadas, pero
en la forma de un nudo de exigencias contrapuestas cuya presión habrían de experimentar no sólo los
gobiernos de la Revolución Libertadora.
Entre los diversos focos de incitación, hay que registrar el de la CEPAL. La literatura cepalina fue un centro de
inspiración intelectual, y cómo lo demostraría la fusión de alguno de sus esquemas conceptuales -por ejemplo
el esquema centro-periferia para describir e interpretar la configuración desigual de la economía mundial- y
de algunas de sus tesis.
En la década del 60 nuevos hechos de la política internacional reforzaron la atracción por las cuestiones del
desarrollo:
● La Revolución Cubana (1953-1959), como ejemplo de solución radical de los problemas del atraso.
● El programa de cooperación para el desarrollo conocido como “Alianza para el progreso” de Kennedy.
● Las encíclicas de Juan XXIII, “Mater et Magistra” (1962) y Pacem in Terris (1963).
En 1958, comienza a publicarse la revista Desarrollo Económico, que habrá de convertirse en el principal
vehículo de la literatura erudita económica y sociológica relativa al desarrollo. En ese mismo año se crea en
la UBA la Licenciatura en Economía, que funcionará junto la carrera de Sociología como ámbito de
transmisión universitaria la temática desarrollista.
A partir de 1962 la preocupación por el desarrollo hacia su aparición también en el campo del pensamiento
católico, y por último, también, en las filas del Ejército argentino (el desarrollo es uno de los tópicos del
célebre discurso en West Point del general Onganía- 1964- y dos años después, el general Juan N Iavícoli
expone en el marco de la VII Conferencia Ejércitos Americanos la doctrina de la asociación entre desarrollo y
seguridad: “sin desarrollo, la seguridad es utopía”.
¿Qué compartían todas las tesis y recomendaciones asociadas a la economía del desarrollo, más allá del
objetivo de la industrialización y de las esperanzas puestas en ella?. No solo el argumento de que la Argentina
debía abandonar el rango de país especializado en la producción de bienes primarios que ocupaba en la
división Internacional del trabajo, sino también el de que ese cambio no sobrevendría por evolución
económica espontánea. La edificación de una estructura industrial integrada, así como el crecimiento
económico en general, debían ser deliberadamente promovidos, y el agente por excelencia de ese impulso,
era el estado.
El criterio convergente era que la economía sólo podía embarcarse en el movimiento del desarrollo
económico mediante la participación activa del poder público.
Si se entresacaran los temas que aparecieron asociados a esta problemática de la economía del desarrollo,
se podría extraer la conclusión de que la mayor parte de ellos no eran novedosos. Pero sí era nuevo el
discurso. Era nuevo el vocabulario teórico, en consonancia con el hecho de que la economía del desarrollo
se había convertido internacionalmente en un campo especializado investigación y la elaboración intelectual.
Algunas interpretaciones del proceso histórico argentino y algunas tesis, como la teoría de los términos del
intercambio en el comercio entre países periféricos y centrales, eran también nuevas. Lo más novedoso, sin
embargo, era la dramatización de estos temas, definidos como claves de la vida colectiva nacional.
Un nuevo tiempo, pleno de inminencia acechanzas y posibilidades pareció abrirse entonces para los
problemas de los países del subcontinente. Dos alternativas políticas del desarrollo: ¿cambio gradual o
revolución?. Hasta que llegó, a mediados de los años 60, una nueva fórmula -la de la modernización por vía
autoritari-, el desarrollismo se identificó fundamentalmente con la alternativa gradualista, reformista,
asociada con la democracia representativa.
Después de la caída de Perón, los argentinos conocerían una nueva tipificación de su sociedad, asentada en
índices como el del ingreso per cápita, la tasa de productividad, el grado de industrialización, et., que la
insertaban en un área de países a los que estaban habituados a considerar pobres o lejanos cuando no
exóticos, algunos de ellos recientemente constituidos como estados nacionales.
Argentina, ahora en virtud de las falencias de su desarrollo económico, integraba la heterogénea clase de las
sociedades periféricas. En otras palabras, fue por la vía de la temática del desarrollo que la Argentina ingresó
intelectualmente en el intrincado conjunto de naciones que no tardarían en tomar el nombre de Tercer
Mundo.
3. De un Frondizi a otro
Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio: lo que se registró bajo el impulso de ambos fue un movimiento ideológico,
una empresa política y una fórmula, integración y desarrollo, para dar respuesta a los dos interrogantes
capitales de la Argentina posperonista. ¿Qué rumbo debía tomar el capitalismo argentino? y ¿qué hacer con
el peronismo, en particular, con las masas peronistas?.
Hasta 1956 -el año del encuentro con frigerio y del comienzo una colaboración que durará décadas- Frondizi
era, ideológicamente hablando, el representante político más conspicuo de la conjunción de laborismo
izquierda, antiimperialismo latinoamericanista y democratismo político que él mismo había contribuido a
definir como bagaje de la llamada Intransigencia radical. Cuando dió a conocer Petróleo y Política (1954), su
libro más famoso, la inflexión de izquierda de ese fondo doctrinario apareció aún más nítidamente formulada.
El libro era un trabajo de historia de las relaciones entre política y petróleo, inspirado en la tesis de que el
petróleo estaba en el centro del problema imperialista en la Argentina. La interpretación de los problemas
del país y los de los de América Latina era básicamente marxista. El imperialismo era definido, de acuerdo
con esa clave, como etapa del capitalismo, y de acuerdo con ello, se describían también las fases del sistema
capitalista. En el marco de ese esquema, donde Argentina se insertaba como país dependiente, dominado
por una estructura agraria atrasada, el autor exponía las líneas de un programa de transformación económica
y social que tenía su eje en la reforma agraria y la industrialización, su instrumento principal en el estado y
sus actores políticos en tres “factores de poder”: un partido nacional y popular, las fuerzas obreras y las
fuerzas armadas.
Si hay que hablar de un primer texto desarrollista de Frondizi, ese fue Industria argentina y desarrollo
nacional, que apareció en febrero de 1957, con el sello editorial de la revista Qué. Era un verdadero
manifiesto modernista. El objetivo del desarrollo tenía su clave en la industrialización integral del país, y las
fuerzas sociales de la transformación serían los trabajadores y los empresarios. El estado era el cerebro y, en
gran medida aún, agente del desarrollo, pero la iniciativa privada cobraba ahora relieve. Si el ahorro nacional
era insuficiente, afirmaba Frondizi, podría recurrirse a la colaboración de capitales extranjeros.
Rogelio Frigerio: había sido militante de Insurrexit, agrupación universitaria ultraizquierdista, orientada por
el Partido Comunista en los años 30, tras lo cual tomó a su cargo negocios familiares y se convirtió en un
empresario afortunado. Mantuvo por un tiempo sus vínculos con el Partido Comunista, integró después,
aunque sólo el comienzo, el elenco de la primera época del semanario Qué, que se editó de 1946 a 1947,
cuando fue prohibido por el gobierno peronista, bajo la dirección de un hombre proveniente también de la
izquierda, Baltazar Jaramillo.
Además, integró grupos de estudio en los años cuarenta que constituyeron el núcleo de la elaboración
originaria de la teoría desarrollista.
“Quise, en el comienzo de mi labor, mantener a la revista en el plano de la neutralidad informativa que le
imprimiera el talento de su fundador, pero los hechos me obligaron a adoptar una línea combatiente”. Así
resumía Frigerio al abandonar la dirección de Qué, para incorporarse al equipo de colaboradores del
recientemente elegido presidente Arturo Frondizi, el cambio que sufrió el semanario al transformarse en el
órgano de una empresa política. Qué había reparación noviembre de 1955, bajo la dirección de Frigerio.
Desde 1956 se transformó en el vehículo de un discurso militante que conjugaba nacionalismo e
industrialismo, y auspiciaba una fórmula social y política: el “frente nacional” o “nacional y popular”.
Alusivamente primero, abiertamente a partir de 1957, las páginas de Qué asociaron la realización de ese
frente con la promoción de Frondizi a la presidencia. Y éste contó desde entonces, y hasta su triunfo electoral,
con la prédica de una publicación aguerrida paralela al radicalismo intransigente que solicitaba el apoyo a su
candidatura.
El semanario no fue únicamente el instrumento una estrategia electoral, fue el medio inicial de propagación
de las ideas que más adelante se ordenarían sistemáticamente en Las condiciones de la victoria, el primer
compendio del desarrollismo frigerista-frondizista.
En esa primera etapa, del discurso frigerista, la palabra clave no sería desarrollo, sino integración. El término
tenía sentido político y económico, se presentaba para hacer referencia a unidad nacional, pero también a la
inserción de la nación en un mundo que marchaba a la integración. Ahora bien, en el centro de los diferentes
registros de la palabra, estaba la Nación, unidad de esencia que está más allá de sus partes, como un
organismo, dotado como éste una finalidad desarrollarse, y, en la etapa presente, desarrollarse como nación
Industrial, requisito de su independencia.
“Definiremos al enemigo como el conjunto de los intereses que extraen beneficio del predominio del sector
agrícola y de la debilidad del desarrollo industrial…”. La lucha contra el bloque que equivalía la permanencia
del país subdesarrollado, requería de la formación de otro bloque, el de la Nación, hecho de la convergencia
activa de la clase obrera y del empresariado, de la tradición católica y del ejército.
Durante la campaña electoral 1957-1958, el término “frondizismo”, fue dejando entrever dosificadamente,
en entrevistas y declaraciones, los elementos de un programa paralelo el programa oficial de la UCRI, sin
renunciar a este.
Frondizi alcanzó finalmente el gobierno y asumió la presidencia de la Nación en mayo de 1958. Poco más de
dos meses antes, había ganado los comicios celebrados para poner término al gobierno de la Revolución
Libertadora y reinsertar la vida política en un marco constitucional. Había llegado a esas elecciones
convertido en la principal figura política del país y recibió los votos de una fuerte mayoría, desde los que
atrajo por la vía de su partido la UCR Intransigente, a los que procedían de un amplio arco de posiciones
ajenas al radicalismo y que iban desde el nacionalismo al Partido Comunista. Pero el caudal de sufragio
decisivo provino del peronismo, políticamente proscripto, cuyo apoyo masivo fue producto de un acuerdo
secreto tramitado por Frigerio con Perón. (Frondizi negó toda su vida la existencia de ese pacto con el líder
exiliado). No obstante, la noticia de que la orden de Perón provenía de un acuerdo no tardó en difundirse,
dando alimento a la nada inocente versión de que el presidente electo preparaba el retorno del peronismo.
Frondizi cedió, una y otra vez, a la presión anticomunista y antiperonista, sin desprenderse nunca de la
sospecha de que hacía al juego a uno de ellos o ambos al mismo tiempo (comunismo o peronismo). Pero la
prueba del gobierno, no desgastó sólo la investidura sino también la credibilidad política de Frondizi. Los
primeros estragos de su crédito aparecieron en las filas de quienes lo habían votado en 1958. Aunque
conservó la lealtad del grueso de su partido, la coalición del frente nacional y popular se esfumó en poco más
de un año, por obra del desencanto que provocó la disparidad entre el programa electoral y el programa
efectivo del gobierno. El plan de la empresa desarrollista recibió su formulación pública definitiva sólo cuando
Frondizi accedió al gobierno. Nada, acaso, mortificó tanto las expectativas de quienes habían votado al
antiguo líder antiimperialista, como el papel que ahora asignaba al capital extranjero y que la nueva doctrina
comenzara a practicarse con la política petrolera.
De acuerdo al razonamiento que Frigerio y Frondizi hicieron suyo, el gran reto era industrializar país que
sufría de una aguda falta de capitales: ni el estado ni el sector privado tenía la disponibilidad de generar el
ahorro necesario para financiar las grandes inversiones básicas (siderurgia, química pesada, energía, etc.).
Éstas se promoverían haciendo uso de la financiación externa para la construcción de las Industrias esenciales
de una infraestructura económica moderna. El poder público obraría mediante los instrumentos legales de
la política impositiva, crediticia y monetaria para estimular y orientar las inversiones hacia los sectores
estratégicos.
En suma, lo que realmente discriminaba de qué lado se estaba en relación al desarrollo nacional, no era el
origen de los capitales, sino la utilización que se hacía de ellos: se los acogía para reproducir la dependencia
externa -y la vigencia del esquema de agroimportador- o para liberarse de su dominio. Si se querían los fines,
se debían querer los medios.
Pero el auxilio del capital extranjero no aparecía como un recurso obligado sólo por la baja tasa de ahorro
nacional, sino también por la velocidad que era forzoso imprimir al cambio estructural.
Contra la idea conformista de una financiación lenta y gradual del desarrollo que se atribuye al pensamiento
cepalino, Frigerio conecta el recurso del capital extranjero con la prisa, prescribiendo que el despegue debe
ser drástico y rápido para que produzca resultados.
Más allá de las circunstancias y la experiencia que pudieron haber reforzado la convicción de que todo lo
relativo al desarrollo era imperioso, ella y unida a otra: la de una aceleración inédita del tiempo histórico,
pleno de inminencias y hecho de descubrimientos científicos. Y era ese ritmo, esa velocidad, la que debía
transmitirse al desarrollo de los países rezagados, los países del subdesarrollo -Argentina entre ellos- sí se los
quería hacer partícipes de un porvenir cercano y lleno de promesas. La gradualidad no pertenecía esta
temporalidad.
¿Qué detectaba, por ej, la observación objetiva del cuadro mundial en 1963? Estados Unidos y la Unión
Soviética terminarían forzosamente por reconocer que la rivalidad en el terreno militar era estéril, y
trasladarían, antes o después, la emulación al terreno económico, donde competirían también, obligados por
sus propios intereses, en la ayuda a los países subdesarrollados.
Desde la segunda mitad de los años sesenta, el fondo se disociará de las formas y para Frondizi y Frigerio, la
democracia ya no será una condición política del desarrollo. Un golpe de estado pondrá fin al gobierno
frondizista.
Para algunos desarrollistas (entre los que sobresalía Frigerio) el balance histórico del liberalismo en el proceso
argentino aún era negativo. Muchas de las fallas y de los desequilibrios que el desarrollo debía superar, tenían
sus raíces en la era de la Argentina liberal.
Los liberales, por su parte, vieron en las teorías desarrollistas sólo una nueva manifestación del dirigismo
económico o estatismo. El mal argentino procedía fundamentalmente de la intervención del estado en la
economía (esa había sido la matriz esencial y más perniciosa del peronismo; la Revolución Libertadora se
había mostrado vacilante, sin resolverse a abandonarla enteramente, y la tendencia intervencionista, que
aparecía como un fenómeno extendido en el mundo, proseguía la nueva versión del desarrollismo).
El liberalismo estaba en minoría en la opinión pública argentina y continuaría estandolo en las dos décadas
que siguieron a 1955. Sin embargo, era una minoría poderosa: tenía ascendiente y guardianes celosos en las
fuerzas armadas (al menos hasta 1963), contaba con los medios de prensa más reputados, y predominaba
en las asociaciones patronales más fuertes.
La crítica liberal a la empresa desarrollista tuvo su órgano más pertinaz y constante en el diario La Prensa.
Ningún otro diario como éste ilustró tan cabalmente el punto de vista que los cronistas consideraban propio
del viejo orden, el de la estructura agroexportadora.
A su vez, para el diario, la empresa desarrollista había respondido desde sus comienzos a los designios de
una ambición política que acarreó consecuencias nefastas: llevó a la ruptura deliberada del partido radical
primero, y al acuerdo con Perón después, para buscar la victoria con el apoyo al partido dictatorial (uno de
los nombres que le daba La Prensa al peronismo). Todos los problemas derivarían de ese nacimiento
obligando a ardides y maniobras de un gobierno expuesto a todas las presiones por carecer de base popular
propia. El diario no expresaría pesar por el golpe de estado que puso fin al gobierno del doctor Frondizi.
El desarrollismo frondizista no fue el único blanco de la crítica liberal. Tampoco escaparon a ella las tesis de
la CEPAL y de su secretario ejecutivo Raúl Prebisch. Quien tomó en sus manos el ajuste de cuentas con el
pensamiento cepalista fue Federico Pinedo, quien, entre otras cosas, escribiría en las páginas de La Prensa
un duro juicio a las ideas de su antiguo colaborador, Prebisch. Éste respondió al ataque mediante un rápido
y alusivo pasaje de la introducción a la edición en la forma de su del libro de su trabajo. “...La confusión de
ideas es lamentable. No se quiere leer, no se quiere pensar, se siguen repitiendo trasnochados conceptos del
siglo XIX sin vigencia alguna con la realidad actual.”
El progreso, en suma, ya no llevaba el nombre del liberalismo económico. Al escribir esas líneas Prebisch
estaba lejos imaginar que las ideas, juzgadas no sólo por él como ideas decimonónicas, trasnochadas,
cobrarían 20 años después no sólo una nueva vigencia, sino que se instalarían en el puesto de mando,
orientando las políticas públicas de la mayor parte de los países del mundo, entre ellos las de su país
(Argentina).
Puede marcarse como rasgo dominante de todo el período la permanente recurrencia a la acción colectiva y
a la exteriorización de la protesta, que adquirió diferentes formas y contenidos según los momentos
históricos específicos.
Se pueden discriminar tres etapas dentro de este período, en las que se observa una base común: la de la
inestabilidad política y su imposibilidad de legitimar un modelo económico y social alternativo al del
peronismo.
1) Desde 1956 a 1969 predominaron la resistencia y la protesta obreras que, sin embargo, fueron
tomando diferentes formas y contenidos al mismo tiempo que se iban conformando nuevos actores
provenientes fundamentalmente de los sectores juveniles.
2) Entre 1969 y fines de 1970 se produjo un momento explosivo. En ese corto lapso emergió lo
acumulado en los años previos, estallando la rebelión popular y conformándose movimientos
sociales de oposición al régimen que ensayaron nuevos repertorios de confrontación.
3) En el período que va de 1971 a 1973 se produjo el pasaje a la acción política, que adoptó diferentes
formas y vías de expresión según los actores involucrados y las alternativas políticas que cada uno
sostenía.
En el texto, el propósito principal es explicar el pasaje a la movilización y acción colectiva que tuvo lugar a
fines de los '60 y comienzos de los '70.
DE LA RESISTENCIA A LAS REBELIONES POPULARES
El imaginario del retorno servía para justificar por parte del gobierno medidas extremadamente represivas,
(como el fusilamiento del general Valle y de otros seguidores el 9 de junio de 1956, acusados de preparar un
golpe con el objetivo de traer a Perón de nuevo al poder) y para alentar diferentes prácticas violentas.
Al comienzo, éstas estaban desorganizadas, luego, de la resistencia individual o más espontánea que
predominó en la primera mitad de 1956, se pasó a otros repertorios de confrontación de mayor organización.
Frondizi llegó al poder en 1958 con el apoyo del voto peronista. La etapa que se inició fue una de gran
expectativa. Pero, luego del apoyo inicial al cumplir su promesa de restablecer la legislación laboral peronista,
comenzaron a vislumbrarse signos negativos que llevaron a desvanecer el optimismo de los trabajadores y a
restablecer algunas prácticas de la etapa anterior, aunque ahora organizadas con mayor participación obrera
al haberse reconstituido los sindicatos. Un ejemplo importante de la acción obrera/sindical en esta etapa fue
la huelga y ocupación del Frigorífico Nacional Lisandro de la Torre en enero de 1959.
Durante todo el gobierno de Frondizi se percibía esta tensión entre una combatividad obrera dirigida contra
las medidas económicas y sociales del gobierno y el deseo de parte de las organizaciones sindicales de
mantener las posiciones logradas.
Con relación a los marcos culturales que se conformaron en el período, puede considerarse que hacia fines
de los '50 comenzaron a manifestarse los primeros indicios de una cultura contestataria que apostaba a la
acción directa y adoptaba diversas formas según los actores y momentos específicos, hasta llegar luego en
algunos sectores juveniles a posiciones insurreccionales.
Una serie de factores se conjugaron para ello:
● La proscripción del peronismo, el exilio de Perón y la consiguiente inestabilidad del sistema político
● La insatisfacción de los sectores intelectuales que habían apoyado la propuesta de Frondizi y luego
se sintieron desilusionados.
● Las influencias de los movimientos de liberación desarrollados en diferentes lugares del mundo que
tornaban posibles las salidas revolucionarias; la difusión del existencialismo, y del compromiso en la
acción.
A pesar de las profundas divisiones, la coyuntura nacional e internacional permitió a su vez afirmar con fuerza
imaginarios comunes entre distintos sectores que crearon los marcos para la acción. Un lugar común fue la
aceptación de la necesidad del cambio de estructuras: se necesitaba modificar ia estructura política, la frágil
"democracia burguesa" que mantenía marginada a la fuerza política mayoritaria, así como también cambiar
la estructura económica y social imponiendo un sistema donde los sectores populares participaran
efectivamente en el gobierno.
Otro imaginario común, luchar contra el imperialismo personificado en los monopolios y en las grandes
empresas extranjeras radicadas en el país, en especial a partir de 1955.
En la década del 60 se afianzó el nacionalismo, relacionado también con la idea de la “liberación nacional”.
Por una lado, era la lucha contra el imperialismo, por una nación independiente encuadrada dentro de los
países del Tercer Mundo. Al mismo tiempo, implicaba la necesidad de afirmar el respeto y el bienestar de los
sectores populares frente a los privilegiados. Se estaba luchando por la patria y por liberarla de los invasores.
De ahí el paso a la justificación de cualquier método de acción, incluida la vía armada.
Las divisiones planteadas dentro del peronismo entre quienes querían mantener una línea de intransigencia
y profundizar los contenidos revolucionarios y los que, una vez abierto el juego político con las elecciones de
1958, intentaron posicionarse dentro del sistema.
Entre los primeros se destaca la línea de ios "duros", que reconocían el liderazgo de quien fue el primer
delegado de Perón, John William Cooke. Después que Peron privilegió la táctica de apoyar a Frondizi, la
importancia del sector más intransigente dentro del movimiento comenzó a declinar y con él también la
figura de Cooke.
Aparecen las guerrillas, agrupaciones aunque minúsculas todavía, harían apariciones esporádicas en este
período, marcando la temprana utilización de la táctica de la lucha armada para canalizar la insatisfacción de
algunos sectores que, posteriormente, tomaría otras dimensiones.
En líneas generales, las distintas agrupaciones de izquierda fueron definiéndose en torno a dos grandes ejes
o líneas: la del Partido Comunista, que continuaba fiel a la Unión Soviética y había optado por la "vía pacífica
al comunismo", y la otra, que veía con simpatía los modelos cubano y chino y escogía la vía de la revolución
corno medio para llegar al poder, a su vez, la alianza entre los intelectuales y los sectores campesinos era el
supuesto básico de la teoría del "foco”, el foco como el sector de la sociedad con mayor potencial
revolucionario.
En 1963 una nueva etapa se abrió en el país. Los militares, después de derrocar a Frondizi en 1962 e instalar
el gobierno interino de Guido, habían acordado la salida electoral aunque manteniendo la proscripción del
partido peronista para las elecciones presidenciales y de gobernadores, lo que hizo posible el triunfo de la
fórmula compuesta por Arturo Illia-Carlos Perette de la Unión Cívica Radical del Pueblo y con ello también se
modificaría la estructura de las oportunidades políticas para la manifestación de la protesta.
El repertorio de acciones utilizadas fue paradigmático de la forma que adoptó la acción colectiva: los planes
de lucha de la CGT, que incluyeron marchas al Congreso, movilizaciones en caravanas, ocupaciones de
fábricas, cabildos abiertos ridiculización del oponente, actos conmemorativos, entre otras medidas. Estos
planes fueron llevados a cabo entre mayo de 1963 y el fin de 1964.
Otra variante de protesta, fue la lucha por el control de la memoria tratando de ofrecer una visión alternativa
del pasado. Ésta adoptaba la forma de rituales de recordación de las fechas más importantes del peronismo;
por ejemplo, el 17 de octubre o "Día de la Lealtad", cuya celebración pública había sido sistemáticamente
prohibida desde 1955, o la del nacimiento o la muerte de Evita. Recién en 1963, a pocos días de asumido el
gobierno de Illia, se permitió celebrarlas.
El año 1965 terminó con el cierre relativo de los canales de comunicación con el gobierno de Illia y, con ello,
se fue creando el marco para alentar diversas alternativas: por un lado, la incorporación autónoma del
movimiento obrero dentro del sistema político; por otro, una salida revolucionaria de izquierda -minoritaria
todavía- y, finalmente, una salida autoritaria, apoyada por los principales dirigentes sindicales, que se
concretó el 28 de junio de 1966 cuando el general Onganía destituyó al presidente Illia.
En octubre 1964, se registró una serie de conflictos en distintas universidades, que culminaron con
ocupaciones en La Plata, Posadas, Buenos Aires, Rosario y Córdoba.
Como puede apreciarse, la adhesión estudiantil a los obreros empezó a manifestarse con anterioridad al
golpe de 1966. En Córdoba, por ejemplo, los estudiantes apoyaron casi todas las medidas de fuerza de uno
de sus principales sindicatos, el SMATA.
Más tarde será el movimiento estudiantil uno de los primeros en reaccionar frente al gobierno de Onganía.
Otra forma de acción era la desplegada por grupos, minoritarios todavía, que, recogiendo la experiencia de
la resistencia, intentaron fortalecer la alternativa insurreccional. En esta línea se inscribieron tanto vertientes
que provenían del peronismo como otras que se fueron desprendiendo de los partidos de izquierda,
conformando las distintas variantes de la conocida como "nueva izquierda".
Las principales agrupaciones estudiantiles habían decretado un paro para el 22 de agosto. Los disturbios
continuaron con la toma del barrio Clínicas, donde la participación no quedó limitada a los estudiantes sino
que se amplió a los vecinos que contribuyeron a levantar barricadas. El 7 de septiembre, el estudiante
Santiago Pampillón, fue herido de bala en el cráneo cuando participaba en una manifestación callejera,
falleciendo cinco días más tarde. El hecho provocó gran conmoción por reunirse además en Pampillón la
doble condición de estudiante-trabajador, por lo que la CGT llamó a paro general para reclamar el cese de la
violencia represiva y reafirmar el principio de una universidad abierta al pueblo.
Se abrió también un debate interno profundo en torno a la alternativa de reforma o revolución. La tendencia
general apuntó a no luchar sólo por el cogobierno sino directamente por la revolución, a la que se llegaría
por diferentes vías , pero que era vista como meta de casi todas las agrupaciones.
Es importante destacar que la CGT comenzó a promover nuevas formas de protesta y de resolución de los
conflictos, que apuntaban a la descentralización para jerarquizar el papel de las regionales y permitir una real
participación y expresión de las bases.
El discurso de la CGT de los Argentinos alentó también la acción del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo. En nuestro país 270 sacerdotes que adhirieron al mensaje realizaron su primer encuentro en Córdoba
los días 1º y 2 de mayo de 1968. Este suceso marca el nacimiento formal del tercermundismo en el país.
Córdoba se convirtió en uno de los principales centros urbanos donde los "sacerdotes del Tercer Mundo"
comenzaron a desarrollar una intensa actividad en los barrios obreros y marginales.
De esta manera, se fueron creando lazos muy fuertes de solidaridad y compromiso y se robustecía la idea de
la necesidad de participación colectiva. Esto último nos acerca a otro de los fenómenos que el autoritarismo
de la Revolución Argentina y el ejemplo de otros países latinoamericanos terminaron de dar forma: la
conformación del brazo armado en apoyo a la acción política en algunas agrupaciones de izquierda.
Las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), realizaron en septiembre de 1968 sus primeras acciones en la localidad
tucumana de Taco Ralo. Este intento fue rápidamente desarticulado por las fuerzas de seguridad que
detuvieron a varios de sus integrantes y desarmaron el "destacamento guerrillero 17 de octubre".
La elección de la vía revolucionaria para la toma del poder estaba ya consolidada entre algunos sectores. Sin
embargo, era necesario encontrar la oportunidad de crear las "condiciones objetivas", para poder concretar
con éxito ese propósito. En este sentido puede decirse que el gobierno de Onganía actuó como el precipitador
como el momento en el que se dieron las condiciones para la construcción de una percepción de injusticia.
Hacía falta que la percepción individual o sectorial fuera encuadrada colectivamente: un "nosotros" como
totalidad, como "pueblo afectado", contra un "ellos'', el "régimen opresor". Esto ocurriría a comienzos de
1969.
Desde comienzos de año los ánimos comenzaron a caldearse en el sector obrero. El prometido
restablecimiento del mecanismo de las convenciones colectivas para diciembre de 1968 no se concretó, lo
que motivó una serie de manifestaciones de protesta. En ese marco general de descontento obrero,
comenzaron a registrarse diferentes expresiones de conflictos surgidos de anteriores medidas del gobierno.
El descontento popular fue creciendo y conformando algunos puntos neurálgicos en el interior del país. Tal
fue el caso de Córdoba, que pasó a convertirse en el eje de la actividad de distintos sectores sociales. Desde
el punto de vista político sindical las tendencias más combativas habían encontrado allí un centro importante
de apoyo. Esto se debió a las características de los sindicatos líderes de Córdoba (SMATA, Luz y Fuerza): su
autonomía frente a las cúpulas sindicales nacionales, su permanente recurrencia a las medidas de acción
directa y una fuerte conciencia sindical.
Influenciada por la situación imperante, la Delegación Regional de la CGT emitió un documento, la llamada
"Declaración de Córdoba", que exhortaba a la formación de un frente civil de oposición al régimen. A esto se
sumó el aumento de los impuestos municipales y a la propiedad, que agravó el malestar de la clase media,
profundamente afectada por la falta de libertades democráticas. Esas circunstancias fueron acrecentando la
sensación de injusticia a la que se agregó el descontento existente entre los obreros y los estudiantes, que
encontraron detonantes para la expresión del conflicto. Las movilizaciones obreras coincidieron con la
agitación de los estudiantes en todo el país, especialmente en las provincias. Pronto los hechos se
precipitaron uno tras otro.
Al caer la tarde, la mayoría de los trabajadores se retiró hacia sus hogares. Ahora el protagonismo había
pasado a los estudiantes, trasladándose el principal foco de resistencia a los barrios estudiantiles,
especialmente Alberdi y Clínicas. A la tarde intervino el Ejército, la aparición de algunos francotiradores en
los techos agregó un tercer elemento al Cordobazo, el de haberse intentado una insurrección urbana por
parte de algunos grupos más organizados con una finalidad más claramente política y, acaso, revolucionaria.
En la madrugada del 30 de mayo, día del paro nacional convocado por la CGT, Córdoba era una ciudad
tomada. Pasados los dos días de protesta el saldo de propiedades destruidas era considerable y la cifra oficial
ascendía a doce muertos y noventa y tres heridos. El acontecimiento conmovió inmediatamente la esfera
política nacional, el impopular gobernador Caballero tuvo que dejar el poder y la posición del régimen
comenzó a ser seriamente cuestionada.
Otro aspecto importante a considerar en la creación de las oportunidades políticas se refiere a la adhesión
de aliados influyentes que apuntalaron y dieron cuerpo a una retórica de cambio. Así, los movimientos de
base que tuvieron lugar principalmente en Córdoba en el sector dinámico de la economía. pero también en
otroS puntos del país, contaron con el apoyo de otros sectores sociales, como el de intelectuales progresistas,
como abogados que, además de asesorar a la nueva dirigencia, iniciaron sistemáticas campañas de reclamos
por la liberación de los presos políticos y sindicales.
También ciertos párrocos enrolados en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo brindaron su
apoyo. Otro aliado permanente fueron los estudiantes.
7. El Rosariazo
La huelga general nacional decretada por las dos CGT para el 27 de agosto de 1969 continúa el ciclo de
protesta abierto iniciado en mayo. En ese contexto, también la huelga ferroviaria que desde Rosario se irradia
al resto del país sería el detonante de la huelga general activa llevada a cabo en esa ciudad y su cordón
industrial los días 16 y 17 de septiembre de 1969.
El gobierno nacional convocó el 16 de septiembre al personal ferroviario que se encontraba en huelga para
la prestación del "servicio civil de defensa", quedando sometido a la justicia militar el personal que no se
presentara. Para entonces, diferentes entidades sindicales, políticas, estudiantiles, se solidarizaron con los
obreros; incluso la CGT de Córdoba declaró paro general y el gobierno provincial decidió decretar feriado
para "prevenir inconvenientes" dado el peso simbólico que tenía el 16 de septiembre para los trabajadores.
Luego de la experiencia del Cordobazo, las fuerzas policiales fueron reforzadas por Gendarmería Nacional y
por contingentes especializados en la lucha antisubversiva y, desde temprano, se desplegaron no sólo por la
zona céntrica sino también por los barrios donde se encontraban las principales fábricas y talleres. con objeto
de impedir el ingreso de los manifestantes en la zona céntrica. Sin embargo, antes de las 1O de la mañana,
ocuparon ese sector obreros pertenecientes a sedes sindicales con ubicación en el centro, como los de Obras
Sanitarias, Luz y Fuerza y ferroviarios, entre otros, y también lograron llegar columnas provenientes de la
zona sur y portuaria. En su desplazamiento fueron construyendo barricadas e incendiaron algunos autos y
ómnibus para impedir el paso de los vehículos policiales, se atacaron comercios y se registraron
enfrentamientos con la policía con el saldo de un herido de bala.
Recién a media tarde el centro fue desalojado y la lucha se desplazó hacia los barrios, sobre todo hacia el
norte y el sur de la ciudad, principales zonas fabriles. Para entonces, la participación popular era muv notable.
A medianoche del 17 de septiembre culminó la huelga general con movilización pero la lucha continuó en
manos de los obreros ferroviarios, expandiéndose hacia el resto del país siguiendo las vías férreas.
Para entonces se decidió que el Ejército tomara en sus manos el asalto final para terminar con la rebelión.
Varios detenidos pasaron a engrosar las listas de presos políticos y sindicales abiertas con el Cordobazo, pero
el carácter más marcado de insurrección urbana que tuvo el Rosariazo insinuó ya los cambios que se estaban
operando en el escenario político y que se definirían más claramente a comienzos de los '70.
8. La irrupción de las bases en las plantas fabriles y la expansión del ciclo de protesta
Durante el desarrollo de la protesta, se fueron modificando los contenidos de las reivindicaciones hasta
convertirse en un cuestionamiento a la dirigencia sindical. Eso fue lo que ocurrió, si, volviendo nuevamente
a Córdoba, se considera la situación en sus sindicatos mecánicos luego del Cordobazo y, especialmente, en
el marco abierto por la convocatoria a comisiones paritarias para la renovación de los convenios colectivos,
donde comenzó a operarse lo que puede ser definido como un proceso de irrupción de las bases sobre los
dirigentes.
En todos los casos la movilización fue promovida por las bases o estructuras intermedias pero, luego,
comenzaron a tejerse redes sociales más amplias donde se puso a disposición del movimiento de protesta
una serie de recursos que excedían los de las organizaciones implicadas: sistemas de comunicación,
cobertura en los medios, locales en las facultades para hacer conocer sus demandas, entre otros.
En efecto, las nuevas dirigencias del SITRAC y del SITRAM reconocidas recién en junio, luego de vencer tras
las ocupaciones de las plantas en el mes de mayo la intransigencia empresarial y del gobierno que se negaba
a hacerlo, se definieron opuestas a toda medida que implicara algún atisbo de burocratización, negándose
incluso a integrar la combativa CGT regional. Sin embargo, la radicalización con que generalmente se asocia
a este movimiento se fue definiendo sobre todo hacia el final del año '70 y más claramente en 1971 a partir
del Viborazo de marzo de 1971.
A partir de los '70 se observaron entonces importantes cambios en los repertorios de confrontación.
Lo novedoso a partir de 1969 fue que, recogiendo la experiencia previa de movilización y combatividad
desplegada para hacer efectivas las demandas corporativas, se produjeron cambios en las formas de
enfrentamiento y en los contenidos. Estas transformaciones se evidenciaban en la utilización de mecanismos
más informales para la exteriorización de la protesta y en medidas de acción directa como la ocupación de
fábrica con rehenes, que si bien formaba parte del acervo cultural de los trabajadores antes se había
ejercitado con otro sentido.
Otro cambio importante operado durante el desarrollo del movimiento fue el de la apropiación de nuevos
espacios, como la comunidad fabril, que buscaba implicar a diferentes sectores: organizaciones de la
vecindad, parroquias, unidades básicas y de fomento, entre otros. Se intentó también proyectar los
movimientos al centro del debate intelectual y social.
Otra característica nueva del repertorio de confrontación fue la búsqueda de trascender lo particular a través
de medidas novedosas que atrajesen la atención de los medios y que, tanto a través de su táctica como de
su contenido, implicaran a todos.
El ciclo de protesta no quedó relegado a las principales ciudades industriales; por el contrario, entre octubre
y noviembre de 1970 también tuvieron lugar dos importantes movimientos de protesta en Tucumán y
Catamarca, el primero protagonizado principalmente por los estudiantes a los que se sumaron los obreros, y
el segundo por agentes estatales y el pueblo en general, que repudiaron la política del gobierno provincial.
Dentro de las organizaciones armadas de raíz marxista, el ERP y las FAL, surgidas antes de 1969, se
convirtieron en los principales referentes luego del Cordobazo, buscando ganar espacios en los sindicatos a
través de la creación de células revolucionarias en las fábricas. Pero en el año '70 entraría en escena la más
importante organización armada de la Argentina por el caudal de personas que movilizó: la organización de
la izquierda peronista Montoneros.
Su primera aparición pública tuvo un alto contenido simbólico: al cumplirse un año del Cordobazo -fecha
coincidente con la del Día del Ejército- secuestraron a quien se identificaba como el primer "verdugo" de la
resistencia peronista por el fusilamiento del general Valle en junio de 1956 y por la expatriación del cadáver
de Eva Perón: el teniente general Pedro Eugenio Aramburu, quien fue asesinado luego de ser sometido a un
juicio revolucionario.
La consecuencia inmediata en la estructura de poder fue la remoción de Onganía diez días después del
secuestro y su reemplazo por Levingston.
En cuanto a las definiciones ideológicas, Montoneros no hizo diferencias al comienzo entre los sectores que
luchaban meramente por el retorno de Perón al poder y los que buscaban una transformación socialista del
país. Había en ellos un culto a la acción sin precisar previamente su objetivo final. En su pensamiento se
subordinaba la lucha de clases a las luchas populares nacionales, hecho que atrajo a gran número de jóvenes
de clase media. No ocurrió lo mismo con los obreros industriales que, por lo general, los rechazaron.
Dentro del sector revolucionario, los que apostaron a la opción obrera fueron conocidos como
"alternativistas" y conformaron el Peronismo de Base para actuar a nivel de las fábricas.
Durante 1971, la otra organización armada más activa, el ERP, en mayo secuestró a Stanley Sylvester, cónsul
británico honorario y director de la planta envasadora de carnes Swift en Rosario, que debió repartir 50.000
dólares en ropas y alimentos a los pobres con el fin de que lo liberaran. La otra operación importante del
ERP fue el secuestro del director general de Fiat Concord, Oberdan Sallustro, en Córdoba en marzo de 1972,
con objeto de que se reincorporaran los obreros despedidos al disolverse el SITRAC y se liberaran los
guerrilleros y huelguistas encarcelados; el gobierno prohibió el pago del rescate y Sallustro fue muerto por
los secuestradores al llegar la policía al lugar donde estaba cautivo.
La opción por la vía armada se reforzó también con la acción de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
cuyo origen se remontaba a 1966, cuando unas cuantas personas se unieron con la esperanza de convertirse
en el apéndice argentino del foco boliviano del 'Che" Guevara. Su muerte condujo al derrumbe del proyecto
pero, conducidas por Carlos Enrique Olmedo, iniciaron la guerrilla urbana en 1969. Finalmente, se fusionará
con Montoneros a fines de 1972.
En cuanto al repertorio de confrontación utilizado por los grupos guerrilleros, es necesario destacar que más
que buscar el enfrentamiento directo con el ejército o la policía, sus acciones aparecían como ejemplos de
propaganda armada que buscaban ganarse la simpatía popular y también hacerse de recursos. Trataron de
hacer un uso mínimo de la violencia ofensiva que tenía blancos bien determinados.
Poco después se unieron los estudiantes y ciudadanos comunes, y en las primeras horas de la tarde del 15
de marzo la ciudad estaba una vez más sumergida en una ola de destrucción mayor incluso que la del primer
Cordobazo, en términos de daños a la propiedad y en pérdida de vidas.
El 17 se pidió la renuncia de Uriburu y, ante la nueva huelga general decretada por la CGT para el 18 de marzo,
la ciudad fue ocupada militarmente y antes de fin de mes el presidente Levingston fue reemplazado por
Lanusse. A diferencia del primer Cordobazo, el segundo tuvo un carácter mucho más obrero que popular,
acompañado por las organizaciones armadas.
Ahora bien, para explicar el pasaje del movimiento social a la acción política fue necesario que se dieran
ciertas oportunidades políticas y tuvieran lugar una apertura y cambios en la agenda política. Esto ocurrió
con el lanzamiento del Gran Acuerdo Nacional y la promesa de prontas elecciones sin proscripciones.
El 2 de abril, diecisiete días después del Viborazo, se declararon rehabilitados los partidos políticos y el 21 de
junio se entregó a Lanusse el proyecto de ley que reglamentaría su actividad. En septiembre se reinició la
afiliación en el justicialismo con una serie de actos simbólicos. Sin embargo, estas medidas se daban en un
escenario muy diferente del de años anteriores. Se habían producido algunos cambios en las formas de la
acción colectiva: la definición de nuevas formas de confrontación y la utilización de canales informales para
exteriorizar la protesta. La experiencia pasada dejó profundas huellas en marcos culturales que moldearon
las estrategias escogidas.
El objetivo de marcar la diferencia en la lucha llevada a cabo en Córdoba, que ya se definía no sólo contra la
burocracia sino también contra el régimen, se evidenció en el interior del mismo movimiento peronista. En
el Plenario Nacional de Gremios Combativos, se resolvió emprender abiertamente la lucha contra el gobierno
de Lanusse.
El sindicalismo peronista de Córdoba sufrió una permanente tensión entre, por un lado, mantener un
proyecto como el esgrimido en el Plenario de Gremios Combativos, coherente con la experiencia de
movilización vivida a partir del Cordobazo y, por otra parte, las exigencias de subordinarse a un plan político
general decidido por Perón y Los dirigentes nacionales. Esa tensión, producto de la particular experiencia
anterior, fue decisiva en el papel desempeñado por los sindicatos de Córdoba para imponer una línea de
izquierda en el partido, que se materializó en 1972 con el triunfo de la candidatura de Ricardo Obregón Cano
y del dirigente de la UTA, Atilio López, para los cargos de gobernador y vicegobernador en las elecciones de
1973.
Los diversos sectores comenzaron a dar forma a sus planes políticos y para algunos de ellos la radicalización
que había servido para promover la acción colectiva podía, ahora, tornarse una amenaza. El peronismo
sindical de Córdoba, sobre todo en su vertiente legalista, mantuvo la combatividad apuntalando y
consiguiendo, como ya señalamos, el triunfo del ala política más de izquierda dentro del partido, pero no
estaba dispuesto a apoyar alternativas que cuestionaran al peronismo como movimiento político
representativo de los intereses de los trabajadores. A la vez, hacía mediados de 1971, la transformación de
la protesta en acción política significó también la primera declinación del ciclo de protesta obrera.
En efecto, las acciones de la guerrilla no se habían detenido y éstas, en cierta manera, aparecían también
como definiciones políticas. En especial de Montoneros, que había rechazado el GAN como una trampa del
régimen. A pesar de los esfuerzos llevados a cabo por el sector político del movimiento justicialista,,
Montoneros se mantuvo, al menos hasta fines de 1972, en una posición intransigente.
Para mediados de 1972 su popularidad había crecido notablemente y puede considerarse ese momento
como el más álgido en cuanto al apoyo encontrado en las masas, sobre todo a través de las estructuras de la
Juventud Peronista.
En noviembre de 1972, luego de diecisiete años de exilio, Perón regresó al país y terminó de concretar la
formación de un frente electoral encabezado por la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima, ante la
imposibilidad de postularse él mismo como candidato.
Sin embargo, el esperanzado retorno, como se verá, no traería la paz social. Por el contrario, los
antagonismos, el autoritarismo y la intolerancia presentes en la sociedad y en su cultura política conducirían
a una espiral creciente de violencia en el intento por definir a quiénes correspondía ser los artífices del nuevo
proyecto de país por construir, una vez liberados -al menos provisoriamente- de la tutela militar.
1. El “empate argentino”
Una imagen de sentido común preside este trabajo: la convicción generalizada acerca de la carencia, desde
hace tiempo, de un verdadero Orden Político en la Argentina; la obvia certeza sobre la incapacidad que
ostensiblemente muestran sus clases dominantes para construir alguna forma de dominación legítima sobre
una sociedad progresiva y dramáticamente desintegrada en círculos de fuego.
En un estudio anterior traté entonces de analizar el compartimiento de los principales actores sociales
durante las dos últimas décadas en el país, como motivados por la lógica de un "empate" entre fuerzas,
alternativamente capaces de vetar los proyectos de las otras, pero sin recursos suficientes para imponer, de
manera perdurable, los propios. Esta situación de "empate hegemónico debe ser atribuida a razones que
vayan más allá de lo cultural o de lo psicosocial.
En efecto, el derrocamiento del primer experimento nacionalista popular de Perón, en septiembre de 1955,
habría de implicar, en varios sentidos, el cierre de un ciclo histórico.
En lo económico, quedaba atrás, agotado, un modelo de acumulación que el peronismo modificó socialmente
introduciéndole un patrón ampliado de distribución. En lo político, el fin del primer peronismo arrasaba con
un orden legítimo, sostenido por una alianza de intereses expresada en el bloque populista de poder que
Perón había articulado entre las Fuerzas Armadas, el Sindicalismo y las corporaciones patronales que
representaban al capitalismo nacional.
En la medida en que los intereses que confluían en esa alianza comenzaron a manifestar crecientes
contradicciones entre sí, el bloque populista entró en un proceso de descomposición, para finalmente ser
derrocado por una conjura dirigida por oficiales retirados del Ejército, con apoyo de la Marina de Guerra.
Faltó desde entonces una ecuación política capaz de articular a la Sociedad con el Estado, establecer
mecanismos claros de exclusión y de recompensa, fundar, en fin, una legitimidad reproductora del sistema,
basada en la fuerza y también en el consenso.
Durante el gobierno de Frondizi, 1958-1962, se fundan las bases para modificaciones profundas en el modelo
de acumulación y consecuentemente se abre un proceso de complejización de las contradicciones entre
clases y también entre fracciones de clases. Es desde entonces que los rasgos que descriptivamente he
resumido como de "empate" se presentan, para agudizarse crecientemente.
El periodo anterior, 1955-1958, implicó recuperarse (sobre todo la burguesía agraria) del deterioro que le
había inferido el nacionalismo popular y desarmar, su aparato político en su núcleo más conflictivo: el
sindicalismo. Se buscó desarticular la participación política de los sindicatos como interlocutores privilegiados
para la elaboración de proyectos sociales.
En esos años, también, se sentaron las bases para proceder a la sustitución de trabajo por capital en el
desarrollo industrial.
Será el desarrollismo quién consumará en lo económico el nacimiento de esta etapa: para ello estimulará el
ingreso masivo del capital extranjero en la industria. Estos cambios influirán decisivamente sobre el perfil
social de la Argentina: muchos más problemas encontrarán, sin embargo, para expresarse en el nivel de la
política.
Es a eso a lo que llamo crisis de hegemonía: incapacidad de un sector que deviene predominante en la
economía para proyectar sobre la sociedad un Orden Político que lo exprese legítimamente y lo
reproduzca.
El "empate" político entre los distintos grupos se articularía con una modalidad específica de acumulación de
capital en la Argentina basada, a su vez, en una situación de poder económico compartido que
alternativamente se desplaza a la burguesía agraria pampeana (proveedora de divisas y por lo tanto dueña
de la situación en los momentos de crisis externa) y a la burguesía industrial, volcada totalmente hacia el
mercado interior.
La particularidad de esta forma de acumulación, sustentada por un poder compartido cuyos desajustes
internos se zanjan mediante bruscas y sucesivas traslaciones de ingresos que sacuden el cuerpo social del
país, ciertamente explica, en una última instancia, las formas políticas del capitalismo argentino. Formas que
testimonian una suerte de "imposibilidad hegemónica", dadas las recurrentes dificultades que enfrentan
para elaborar una coalición estable las capas más concentradas de las burguesías urbana y rural.
Periódicamente, distintas fracciones (habitualmente de la burguesía urbana que aspiran a fracturar el frente
agrario) buscan dar un vuelco a la situación, tratando de montar un modelo de acumulación alternativo: son
intentos de ruptura del "empate" que pretenden modernizar la estructura del capitalismo.
El alcance ejemplar del período 1966-1973, años de la "Revolución argentina". Pese a que, en líneas
generales, las condiciones económicas, nacionales e internacionales, trabajaban a su favor, el proyecto no
pudo superar los obstáculos que se le interpusieron. ¿Por qué? ¿Cuáles fueron las causas que impidieron a
una clase política dispuesta a modernizar al capitalismo argentino realizar su cometido y, por el contrario,
entregar, inerme, el gobierno a la coalición populista que tras veinte años de exilio encabezaba nuevamente
el "tirano" Perón?
Avanzar en una respuesta para estas preguntas implica ya saltar de los determinantes económicos del "vacío
hegemónico” argentino para introducirse en otras variables: principalmente, las características del Sistema
Político.
No caben dudas que el "empate" político en Argentina está articulado con el empate social y en ese sentido
resultan insustituibles los análisis de las causas estructurales de esa capacidad de bloqueo diseminada en la
sociedad que provoca, desde hace tanto tiempo, un efecto melancólico sobre el Poder. Pero lo que interesa
especificar es el modo con que ese complejo proceso se expresa en el nivel mismo de las fuerzas sociales que
actúan en el Sistema Político: esto es, cómo esa Restructuración entre Sociedad Civil y Estado influye sobre
los comportamientos de los distintos actores:
● Sobre las Fuerzas Armadas, tensionadas permanentemente entre el nacionalismo y el liberalismo,
nunca despojadas del todo de los sueños populistas que en los cuarenta elevaron al coronel Perón
desde el cuartel hasta los sindicatos.
● Sobre los sindicatos, factor real de poder como en pocos países de Occidente (y como en ninguno de
América Latina), expresivos de la clase trabajadora pero capacitados, a la vez, por su convincente
antisocialismo, para dialogar con otros sectores internos al sistema y para ser, según el momento del
ciclo, ejes sociales de una coalición con la burguesía industrial preocupada por el desarrollo del
mercado interior.
● Sobre los Partidos Políticos, inconsistentes como ordenadores potenciales de la hegemonía, pero
aptos para representar el "sentido común" de las capas medias, tanto urbanas como rurales.
● Sobre las organizaciones corporativas empresarias y la tecnoburocracia vinculada directa o
indirectamente con sus proyectos, los exponentes más nítidos de las respectivas "lógicas" de las
fracciones de la clase dominante, y no siempre exitosos, sin embargo, en hallar las vías para
vehiculizar coaliciones estables con otros factores de poder y, a partir de allí, reconstruir a un Estado
desde hace tanto tiempo superado por las presiones cruzadas que vienen desde la sociedad.
Sin embargo, la sociedad sí había empezado a cambiar. La puesta en marcha del proyecto desarrollista había
consolidado ciertos puntos de no retorno en la estructura de la economía y de la sociedad argentinas. En
efecto, durante ese período se colocaron las bases para la consolidación en la esfera de la producción de un
nuevo actor social, el capital extranjero radicado en la industria, quién logrará reestructurar a su favor las
relaciones de predominio tanto en el interior del sector cuanto en la economía en su conjunto.
El control sobre los sectores más dinámicos de la estructura productiva urbana se internacionalizó y
oligopolizó, modificando rápidamente las relaciones de fuerza en la sociedad. En apenas tres años, los rasgos
de la clase dominante argentina experimentaron cambios sustanciales.
Entre diciembre de 1958, fecha de la promulgación de la ley de inversiones extranjeras presentada por
Frondizi, hasta 1962, hubo una marcada presencia de capital extranjero, principalmente norteamericado,
radicado en las ramas más dinámicas (industrias químicas, petroquímicas y derivados del petróleo, material
de transporte, metalurgia y maquinaria eléctricas y no eléctricas).
De eso, interesa destacar su impacto relativo en términos de la conmoción que opera sobre la sociedad
argentina. El efecto, en cuanto a monto, origen y destino de las inversiones, contribuyó a remodelar la
economía nacional, articulada básicamente hasta entonces a través del negocio de las exportaciones
agropecuarias, de la presencia subordinada de una industria local productora de bienes de consumo no
durable y de un Estado empresario que controlaba buena parte de los servicios, como herencia de la
administración peronista.
Pero lo importante de esos cambios es la modificación generada en el perfil social y regional de las relaciones
de fuerza, junto con el estímulo que significaron para la emergencia de nuevos grupos alrededor de las
esferas de poder y para la modificación de comportamientos en algunos estratos tradicionales.
Destaquemos algunos elementos nuevos implantados durante el "desarrollismo" como datos estructurales,
aunque varios entrarán luego de 1964 en un proceso de complejización mayor.
● Primero, la concentración de las inversiones (y por lo tanto de las nuevas industrias) en la Capital
Federal y su periferia; en la provincia de Santa Fé y en la ciudad de Córdoba.
● Segundo, las variaciones en la distribución del ingreso que beneficiaron sobre todo a los sectores
medio y medio-superior.
● Tercero, la mayor heterogeneización de la clase dominante, manifestada en lo que ha sido calificado
como proceso de "diversificación del liderazgo empresario”.
● Cuarto, las modificaciones operadas, en una primera etapa, en la composición interna de la fuerza
de trabajo a través de diferenciaciones salariales nítidas a favor de los trabajadores de las ramas
dinámicas.
Ciertamente, esta modernización en marcha no evitó la reaparición, en 1962, de la habitual crisis externa.
Derrocado Frondizi (asume provisional Guido) un representante de la burguesía agraria tradicional, Federico
Pinedo, ocupó el ministerio de Economía y aplicó los conocidos planes anti recesivos: liberalismo económico
extremo y convocatoria para ocupar las posiciones en el aparato del Estado a los sectores más conservadores.
Superado el momento más delicado de la crisis, surge la nueva complejidad de las relaciones económicas y
sociales. Se abre así un período de casi dos años de crisis política constante, que sólo se zanja por vía militar:
por primera vez en la Argentina moderna, llegan a producirse enfrentamientos armados violentos entre
fracciones del Ejército y de la Marina. Finalmente se convoca a elecciones, aunque con la proscripción del
peronismo, y a fines de 1963 asume el gobierno Arturo Illia.
El impulso modernizante del "desarrollismo" había comenzado a promover, como participante significativo
en el funcionamiento del Sistema Político, a una capa tecno burocrática directamente ligada con los nuevos
procesos de acumulación capitalista en todas sus esferas; intelligentsia en muchos casos fusionada
absolutamente con la clase a la que estaba vinculada, hasta el punto de constituir una verdadera "burguesía
gerencial". Representante directa o indirecta de los intereses de ese sector económico que apostaba a la
consolidación de su hegemonía sobre la sociedad, esta capa tecnocrática (a la que llamaremos el nuevo
"Establishment") comenzará ya en época de Guido a proyectarse hacia la función pública, desplazando a los
viejos políticos y abogados ligados con otras formas de acumulación (y de representación) que pasaban a ser
subordinadas.
Este movimiento hacia la modernización política, que envolvía como principal derrotado al sistema
tradicional de partidos, involucró el ascenso de otra fuerza social, arrinconada desde el derrocamiento de
Perón en 1955: la Burocracia Sindical. Tras una serie de acercamientos y enfrentamientos, en 1961 Frondizi
devolvió a los sindicatos el control de la Confederación General del Trabajo, intervenida por el Estado desde
hacía seis años. Este acto del desarrollismo habría de permitir que en los ásperos conflictos desencadenados
durante el gobierno provisional de Guido, las organizaciones gremia les reaparecieran como grupos de
presión. (Aquí comienza a gestarse la corriente “vandorista”, que buscará autonomizarse de Perón y
construir un proyecto político-gremial, capacitado para negociar directamente con otros factores de poder).
La experiencia de Illia y los viejos políticos duraría menos de tres años. Es que habían sido triunfadores
ocasionales, que ocupaban un vacío temporario. Illia, un táctico estimable para una etapa provincial» ya
muerta, de la política, quiso recrear un modelo de gobierno tradicional, respetuoso hasta el fin de las pautas
de la democracia liberal, construido sobre la imagen republicana anterior a los años 30. En ese sentido, su
administración fue ejemplar, casi insólita para los patrones habituales en las últimas décadas: gobernó sin
Estado de Sitio y sin presos políticos; garantizó las libertades básicas y hasta pudo tener arrestos de dignidad
nacional en sus relaciones con los Estados Unidos, como lo demostró en oportunidad de la invasión de
"marines" a Santo Domingo. Su modelo era Hipólito Yrigoyen, pero se confundió al creer que la Argentina
que él gobernaba y el mundo en el que ella estaba incluida, eran los de la década del veinte.
El período de Illia coincide, sin embargo, con un hecho destinado a tener una enorme importancia en los años
posteriores. Si el desarrollismo había impuesto radicales modificaciones en el perfil económico y social de la
Argentina, la salida de la crisis del 62 y el 63 señalaría también pautas diferenciales, que enmarcarán al
modelo político que intenta la "Revolución argentina".
Desde 1964 hacia adelante (nítidamente hasta 1971) el proceso económico de Argentina se caracteriza por:
1) Crecimiento ininterrumpido del PBI, sin ningún año de recesión.
2) Crecimiento sostenido del producto industrial.
3) Aumento de la capacidad del sector industrial para ocupar mano de obra.
4) Participación de las grandes empresas de las ramas vegetativas (nacionales o extranjeras) y de las
medianas empresas de las ramas dinámicas (nacionales o extranjeras) junto con las grandes
empresas extranjeras de las ramas dinámicas, en los mayores crecimientos del monto de ventas.
5) Atenuación de los ciclos originados en el sector externo, lo que permitió superar, sin graves
consecuencias, las "mini recesiones" de 1966-67 y 1971-72.
6) Estabilidad en los patrones de distribución del ingreso y progresiva atenuación de las
diferenciaciones internas dentro de los asalariados, luego del brusco ascenso de los índices de
dispersión en la primer etapa de instalación masiva del capital extranjero en la industria.
7) Descenso del nivel de desocupación que baja del 7.2%'al 5,8% entre los trienios 1964 y 1971 .
La incapacidad de Illia para responder a las exigencias del sistema económico provocará su prolija caída el 28
de junio de 1966. El derrocamiento del radicalismo, el más antiguo partido político de la Argentina, arrastraba
tras sí, simbólicamente, a la totalidad del sistema de representación en el que estaba incluido.
Para esa tarea las Fuerzas Armadas no podían contar con el viejo sistema de partidos. Parecía en cambio
posible edificar las bases de un nuevo modelo político a través de la incorporación, en movimientos sucesivos
cuya cadencia debía ser decidida por una conducción centralizada y autoritaria, de otros actores,
precisamente aquellos cuya presencia era el resultado del proceso de modernización capitalista operado
desde 1959.
Pero, tal como el vencido Illia, portavoz del sistema de partidos, tampoco Ongania pudo —aunque por
razones opuestas— "sintetizar" al nuevo país, reconstruir la hegemonía. Y el fracaso no fue, de ningún modo,
resultado de causas inmediatamente económicas.
Pedirle al Estado argentino que con sus propios recursos reordene desde arriba a la sociedad es pedirle algo
que está más allá de sus capacidades. Carente de una fuerte organización burocrática dotada de estabilidad
y de una eficaz gestión como empresa económica, el aparato estatal no posee una capa de funcionarios
autónomos, de "policy-makers", capaz de proponer metas y ejecutar proyectos, de controlar efectivamente
a la sociedad, de fundar un Orden Político.
Corroída por conflictos desde el exterior del sistema pero también desde su interior, la fórmula de poder que
intentó establecer la "Revolución argentina" se fue desvaneciendo frente al vigor que siguieron
demostrando, como articuladores de intereses sociales, como voceros de "opinión pública", los sindicatos y
los partidos políticos.
Durante su paso por el poder no sólo no habían resuelto sino que habían agravado la crisis hegemónica: es
en 1969 que se desata el "cordobazo" prólogo de una serie de conmociones regionales; es en 1970 que nace,
para consolidarse progresivamente, la guerrilla urbana.
Por fin, será Perón, en 1973, quien retornará triunfalmente acompañado por los sindicatos, los partidos
políticos, la juventud radicalizada, la tecnoburocracia nacionalista y las organizaciones corporativas del
capitalismo nacional, frente a un Ejército desalentado, al "Establishment" en derrota y al capitalismo
transnacional ausente de la coalición en el poder.
Al acometer su empresa, los ideólogos de la "Revolución argentina" intentaron esquematizar sus objetivos a
través de una dialéctica de "tres tiempos" sucesivos: el "tiempo económico", el "tiempo social" y el "tiempo
político". Esa ordenación puede ser legítimamente retraducida como una sucesión ideal de dos etapas: una
primera, de Acumulación (de riqueza y poder) que supone el sostén del autoritarismo militar a la
reestructuración económica operada en favor de los sectores modernos del capitalismo y una segunda, de
Distribución, en la cual, diferencialmente, se abrirían las compuertas para la repartición de la Riqueza
acumulada y se regularían formas controladas de apertura en el sistema de Poder.
La totalidad del período 1966-1973 puede ser nítidamente fragmentada en tres etapas, aunque ellas disten
mucho de la tripartición ideal propuesta por los militares en su hora de gloria. Ellas serían:
1) 1966-1970: intento de estabilizar una modificación en el modelo de acumulación, en la relación de
fuerzas sociales básicas y en el modelo político;
2) 1970-1971: intento de formular un modelo con mayor participación del capitalismo nacional, pero
bajo los mismos moldes autoritarios;
3) 1971-1973: intento de "salida" para la situación, mediante la congelación de la iniciativa estatal sobre
la economía y la pretensión de controlar el futuro modelo político.
El experimento llamado "Revolución argentina" arranca, pues, con una ofensiva hegemónica que se
consolida, tras un breve período de vacilaciones, con el ingreso, a fines de 1966, de Adalbert Krieger Vasena,
como representante del "establishment" tecnoburocrático y de la gran burguesía urbana, en el ministerio de
Economía.
El proyecto neocapitalista sacrificaba, en primer lugar, a los partidos políticos. En efecto, todo plan tendiente
a la concentración de los recursos económicos tiende también a la estructuración de un modelo de Estado
autoritario que concentre el Poder, asociando los núcleos de decisión económica con los de decisión política.
Así, no se conforma el único recinto social en el que las clases y fracciones de clase económicamente
subordinadas pueden llegar a predominar políticamente.
La elaboración de un proyecto hegemónico por parte de los sectores más concentrados del moderno
capitalismo se desplaza hacia otros centros de decisión: la tecnoburocracia estatal, las Fuerzas Armadas, aún
la burocracia sindical, con la que está relacionada a través de la negociación económica.
Expresivos de una zona intermedia en las relaciones de fuerza, los partidos políticos aparecen como una
institución ejemplar del "empate": incapacitados como ordenadores de ninguna hegemonía estable, son
instrumentos eficaces para bloquear la posibilidad de salidas alternativas. Pero en el momento de ofensiva
del gran capital, al iniciarse la "Revolución argentina" no tenían otra opción que el repliegue.
La disolución de todos los partidos políticos crea, sin embargo, un hecho inédito: por primera vez desde 1955
el peronismo sale de su aislamiento, al compartir con el resto la situación de exclusión. Con una ventaja
diferencial: al no ser desarticulados los sindicatos, mantenía un canal de expresión del que carecían los demás
partidos.
Es en esas condiciones que se pone en marcha el plan Krieger Vasena. Vasena: “Dentro de cada sector se
desea premiar a los más eficientes y que este premio sea el resultado de su propio esfuerzo".
La “racionalización” implicó una transferencia en la distribución de la plusvalía en perjuicio de los sectores
medianos y pequeños del capitalismo urbano así como de los propietarios de tierras de la zona pampeana,
proceso al que se superpuso un corte regional caracterizado por un flujo permanente de ingresos en favor
del Litoral y en detrimento del Interior. Suponía una serie de sacrificios y una disciplina forzosa.
El éxito de su plan dependía de la fortaleza del Estado para controlar la velocidad del movimiento de dos
factores:
a) El rechazo del proyecto de parte de los perjudicado;
b) La recolección de los frutos implícitos en sus metas desarrollistas para permitir ajustes consensuales.
En Argentina el primer factor fue determinante, desbordando la capacidad de contención obligando al
repliegue del proyecto en 1969.
Se da la emergencia de la crisis orgánica social, cultural y política de los 7
́ 0, donde la sociedad avanzaba
sobre el Estado, pese al autoritarismo.
El principal fracaso del plan Krieger Vasena consistió en que la élite militar y política encabezada por Onganía
no pudo superar la crónica crisis estatal argentina. La inexistencia de tradición estatal no pudo ser revertida.
La crisis social y política arrastrará a su caída al autoritarismo militar de Onganía y planteará la recreación de
las condiciones del "empate".
Hasta ese momento, el plan había avanzado considerablemente en sus intentos de consolidar la nueva
relación de fuerzas que se venía gestando a partir de 1958 y, sobre todo, tras la crisis de 1962-63.
Su objetivo declarado era poner en marcha un programa antiinflacionario, pero que a diferencia de ensayos
anteriores fuera expansivo y no recesivo, a partir de una firme política de ingresos manejada por el Estado.
Utilizaron mecanismos ya conocidos: la devaluación, pero los beneficios no se trasladan a la gran burguesía
agraria, sino al Estado mediante las retenciones de exportaciones. Con esa masa de recursos, implementa
políticas públicas de infraestructura y créditos a la industria.
Las medidas permitían incrementar los índices de ocupación. Controlaba la inflación, los precios y los salarios
el pían dejaba libre el camino para implantar sólidamente la dominación del gran capitalismo moderno,
premiando "a los más eficientes" y castigando al resto.
El plan que buscaba maximizar la eficiencia global del sistema y romper con el “empate”, debía generar
tensiones entre quienes resultaban perjudicados. ¿Quiénes eran?
- La gran burguesía agraria (perdía la ganancia de la devaluación de la moneda que se la quedaba el
Estado)
- El capital pequeño y mediano (porque el proceso de concentración genera un derrumbe de la
pequeña y mediana empresa, a la vez que acentúa los desequilibrios regionales)
- Asalariados (que dependen de los engranajes del capital pequeño y mediano, como también de la
burguesía agraria, superexplotación)
La complejidad de la sociedad civil, medida por el grado de organización de los intereses particulares, por su
capacidad de presión en todos los niveles de las relaciones sociales, por la permeabilidad para la
recomposición permanente de coaliciones entre los distintos actores, generó la acumulación de puntos de
ruptura de origen diverso.
Un descontento generalizado, llevó a una acumulación de fuerzas opositoras tan poderosa, abrió una crisis
social tan honda, que precipitó la fractura del monolitismo militar. A partir de esta grieta apuró sus pasos la
Burocracia Sindical y, luego, el sistema de partidos.
Dentro de las FFAA, conflictos antiguos reflotan, conflictos vinculados con la no resolución de sus dilemas
políticos en cuanto a los objetivos que debe plantearse frente a la sociedad.
En la década peronista, la doctrina militar estaba vinculada a reforzar los roles del Estado y a concebir la
política económica como política de protección de la economía nacional como un todo. Siempre con la
atención sobre el enemigo que está en el exterior.
Hacia los años 60 esa doctrina cambia. Tras un período en que las Fuerzas Armadas se desintegran en pugnas
internas, un nuevo proyecto, cuyas condiciones organizacionales son planteadas en 1962-63 reemplaza al
anterior. A partir de las teorías norteamericanas sobre la contrainsurgencia, la conexión entre Seguridad y
Desarrollo pasa a ser la nueva clase estratégica.
El principio del control nacional sobre las decisiones económicas pasa a segundo plano: no importa quien
dirija el desarrollo; lo decisivo es que las estructuras de la nación se modernicen. La empresa desarrollista
deberá recaer forzosamente en los sectores privados más concentrados, los únicos que tienen capacidad
para dinamizar un proyecto económico expansivo y eficiente.
Este esquema funcionó, con tensiones mínimas, durante los primeros tres años de la "Revolución argentina".
Pero la marea de presiones cristalizada en los años 69 y 70 actualizó los dilemas tradicionales sobre la
orientación política que las Fuerzas Armadas deberían asumir, introdujo la deliberación y desorganizó la
pasiva adhesión de sus cuadros al proyecto que asociaba a las instituciones armadas con el "establishment".
La grieta que la crisis abre en las Fuerzas Armadas desnudará al Estado y hará crecer los poderes de la
sociedad civil, reabriendo la crisis de representación. Otro actor decisivo, la Burocracia Sindical, se insertará
en esos pliegues haciendo valer su fuerza relativa dentro de un frente opositor.
En un principio la Burocracia Sindical trató de mantener lazos de negociación, especulando con la posibilidad
de ganar para su causa a oficiales nacionalistas del Ejército, pero poco a poco debió endurecer su posición.
Un enfrentamiento frontal estaba condenado al fracaso y así sucedió. Vasena, en 1967 suspende por dos
años los convenios colectivos de trabajo y establece que será el Estado quien fije los sueldos de los
asalariados, con esto la burocracia sindical pierde fuerza e influencia sobre el mercado de trabajo. Hasta
1969/70, la burocracia sindical se repliega doblegada por el Poder. Pero el Estado no buscará eliminarla, sino
someterla al consenso de su plan capital.
La B. Sindical, por otro lado ve socavar su poderío desde adentro, a través de un proceso de sacudimientos
que asumirá dos formas, diferentes por su origen pero confluyentes en sus objetivos.
1) La primera coagulará en la constitución por parte de un número importante de gremios que se
rebelan contra la conducción nacional de una C G T "paralela" (llamada "de los Argentinos")* volcada
ideológica - mente hacia un socialcristianismo radicalizado. Expresaba el descontento de aquellos
sectores de la fuerza de trabajo empleados en las ramas o zonas que el plan económico calificaba
como ineficientes. Se trataba en general de gremios pequeños, ligados a los servicios o a formas
arcaicas de producción, pero de gran capacidad para movilizar otras capas, como estudiantes,
intelectuales, sectores radicalizados de la Iglesia.
2) La segunda implicará más un alzamiento de bases que de direcciones sindicales que llevará el nombre
de "clasismo", en el que crecerá notoriamente la influencia del socialismo marxista llevada por
pequeños grupos políticos de la izquierda. Sus protagonistas eran los trabajadores de las industrias
"de punta", generadas o expandidas después de 1958, y su centro era Córdoba. El eje de sus reclamos
tenían que ver con temas que pueden ser agrupados en la discusión sobre la "condición obrera" en
general y sobre el control que los trabajadores deben ejercer en relación con la actividad productiva
en las grandes empresas. Era una lucha contra el autoritarismo en la fábrica, que naturalmente se
vinculaba con la lucha contra el autoritarismo en la sociedad.
Ambas rebeliones internas se ligaban con la impotencia de la Burocracia Sindical para canalizar la protesta
obrera frente a las principales contradicciones que el modelo de acumulación generaba en los asalariados.
Frente a las modificaciones de la condición obrera que, en los dos extremos, el arcaico y el moderno,
generaba el nuevo patrón de acumulación, la Burocracia Sindical no tenía respuesta. Su espacio de
representación —ideológico y social— era otro: desarrollada y consolidada al calor de la industria liviana
sustitutiva de importaciones e imbuida de la ideología que confirmó a la coalición populista, expresaba a una
franja intermedia, aunque numéricamente muy poderosa, del desarrollo industrial y del "sentido común"
obrero que la acompañaba.
El objetivo político de la Burocracia Sindical es recrear las condiciones que gestaron la coalición sobre la que
se fundó el peronismo, a mediados de la década del 40: sus interlocutores principales no pueden ser otros
que los representantes de la burguesía nacional y los grupos nacionalistas de las Fuerzas Armadas.
El horizonte de su programa es la protección del mercado interno, la defensa de la capacidad de consumo de
las grandes masas de trabajadores generadas durante la industrialización sustitutiva.
Por todo esto, en la primera etapa de la "Revolución argentina" su capacidad de maniobra era escasa: debía
ver, con ojos perplejos, el ascenso de la " CGT de los Argentinos" y del "clasismo" como intentos de respuesta
para nuevas preguntas planteadas por la realidad que ella no podía asumir, que acaso ni entendía. Su
probabilidad de recuperación quedaba atada a una crisis general que pusiera en primer plano sus recursos
de actor político, su capacidad para ser eje de una coalición de fuerzas nacionales. Eso es lo que va a suceder
desde 1970.
4. Un interregno: Levingston-Ferrer
En junio de 1970 es derrocado Onganía: los comandantes de las Fuerzas Armadas le "quitan su confianza" y
en una operación nocturna le obligan a presentar la renuncia. Asume Levingston, nombrado por la Junta
Militar. Aunque todo parece indicar que el verdadero poder estaría detrás, en manos del comandante del
Ejército, Lanusse. Ferrer como ministro de economía.
El interregno de Levingston marca un intento de combinar el modelo autoritario de Onganía con una política
económica divergente como la llevada a cabo por Vasena.
El objetivo de éstos era poner en marcha un programa reformista que, en lo económico-social, aspiraba a
asociar al capital nacional con el Estado. Era módica "argentinización" de la economía, a través de la
utilización del importante poder de compra del Estado y de una redistribución del crédito bancario que
favoreciera a los empresarios nacionales.
La estructura del Poder debía basarse en una coalición entre las Fuerzas Armadas, la Burocracia Sindical y la
tecnoburocracia ideológicamente ligada a las organizaciones corporativas en que se agrupa el empresariado
nacional, dejando fuera del proceso a los Partidos Políticos.
El dúo Levingston-Ferrer, convoca a las transnacionales para que se transformen en el principal sostén de un
proceso que permitiese que la burguesía agraria y el capital urbano nacional ganaran posiciones.
Así, por ej, adoptó una serie de medidas que contrariaban concretos intereses de las grandes compañías
petroleras extranjeras y de empresas como Bunge y Born y Deltec. Esas medidas, que indicaban
efectivamente un desplazamiento a favor del capital nacional, precipitaron la crisis política.
El estado de movilización de las clases populares, en ascenso desde 1969, creció en intensidad cuando la
economía, a fines de 1970, parecía acentuar sus rasgos recesivos-e inflacionarios.
El sistema de partidos, por su parte, se despertaba con el respaldo de Lanusse y se organizaba como factor
de presión. Y se dió un acercamiento entre Perón y el viejo partido radical, resultando en una junta
interpartidaria, “La Hora del Pueblo”.
Ante una notoria crisis de legitimidad y la situación de quiebra política de la “Revolución argentina”, llevó a
la cúpula militar a diseñar otro programa: la reconciliación con los Partidos Políticos.
Levingston renuncia y se buscará entonces una salida a través de una estrategia ofensiva en lo político y
defensiva en lo económico.
5. La “salida”: Lamnse-Perón
Cuando las FFAA otorgan el poder a Lanusse, la situación económica es alarmante: El crecimiento del
Producto Bruto Nacional y del Producto Bruto Industrial se desaceleraba; el salario real entraba en franco
deterioro, mientras crecían las tasas de desocupación y la balanza comercial estaba en déficit.
Comienza a operar el proyecto político de Lanusse. Esta tercera etapa habrá de caracterizarse por una
inversión de la secuencia inicialmente propuesta por las Fuerzas Armadas: sólo la obtención de un mínimo
de legitimidad podrá garantizar una solución económica.
El objetivo es reconstruir el poder del Estado para todas las fracciones de la clase dominante, otorgándole al
sistema político el máximo posible de consenso.
Se propone el "Gran Acuerdo Nacional". El modelo económico pasa a segundo plano frente al modelo
político: interesa la Seguridad, a través de "unir a los adversarios y combatir a los enemigos" (en expresas
palabras del presidente), por encima del Desarrollo.
A finales de 1971 el gobierno lanza un plan a corto plazo que tenía por objetivo único minimizar las tensiones
sociales, a los efectos de que no interfieran sobre la salida política. La legitimidad del Poder aparece como
central y la "reconciliación" como objetivo supremo. El Estado busca construir un mínimo consensual, para
lo que busca articular un acuerdo entre las FFAA, los Partidos Políticos y la Burocracia Sindical.
La viabilidad de ese esquema fincaba en el cumplimiento de dos condiciones: el apoyo activo de los partidos
políticos y, como mínimo, la neutralidad de la Burocracia Sindical.
Interesa señalar que durante todo el período de Lanusse, hasta las elecciones generales de marzo de 1973,
los clivajes que separan a los principales actores, a quienes ocupan el primer plano de" la escena política no
son económico-sociales: fuerzas que se enfrentan como "oficialistas" y como "opositoras" coinciden, sin
embargo, línea por línea, en proyectos para enfrentar la situación económica.
Por otra parte, si también la autoridad había sido minada por los conflictos en el interior de la clase
dominante, a partir del "cordobazo" las clases populares, desde el exterior del sistema y mediante un clima
de movilización permanente, colocaban las expectativas políticas de la población en un punto de
radicalización que el proyecto lanussista no podía alcanzar, apresado por sus propios límites.
Después de 18 años volvía Perón, quien logró transformarse en el eje de una coalición heteróclita, en la que
cabían desde fracciones de los viejos partidos hasta la juventud radicalizada que se expresaba en el
movimiento guerrillero y en su periferia, pasando por la Burocracia Sindical y por los líderes corporativos del
capitalismo nacional.
Perón logrará sepultar a la maniobra transformista de Lanusse arrollándola en las urnas electorales.
El recambio político, pese a los entusiasmos despertados, no resolvía la crisis orgánica.
Limitado por la permanencia de los parámetros del "poder compartido" en la economía y maniatado
políticamente por la vastedad de compromisos dispares asumidos, Perón no podrá crear siquiera las
condiciones mínimas para romper las bases sociales y políticas del "empate".
RAPOPORT - CAPÍTULO 6 (6.6 a 6.8)
6.6. La vuelta del peronismo: Cámpora, Perón, Isabel Perón
El regreso de Perón, en noviembre de 1972, desarmó los proyectos de Lanusse.
Perón concreto tres hechos:
1) Reunió a los representantes de todas las agrupaciones políticas, asentando las bases de una
convivencia partidaria, logrando la unánime adhesión a una democratización sin restricciones y
garantizando todo el apoyo a políticas nacionales y populares. (Lo que Lanusse no logró)
2) Formalizó el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), constituido por el peronismo, el
desarrollismo de Frondizi, la democracia cristiana, el conservadurismo popular, desprendimientos
del socialismo y del radicalismo, y algunos partidos provinciales. Con candidatura presidencial
Cámpora-Solano Lima.
3) Su presencia reforzó el entusiasmo de sus seguidores, y con su actitud conciliatoria hacia enemigos
políticos de antaño, logró volver a favor del FREJULI a numerosos electores indecisos.
En las elecciones de marzo del 73, el FREJULI obtuvo el 49.5% de los votos en la primera vuelta.
Desde ese día, hasta el 25 de mayo (cuando asumieron las nuevas autoridades) los atentados terroristas se
multiplicaron. Perón, por su parte, trató de contener la violencia llamando la prudencia la serenidad de los
trabajadores, negándose además a aprobar la formación de milicias populares.
El retorno definitivo de Perón, en junio del 73, fue el paso previo a su vuelta al manejo de los asuntos públicos
y al intento de encuadrar todo conflicto dentro de los carriles institucionales.
Pronto reclamó el regreso a la ortodoxia partidaria y la necesidad de reorganizar el Estado. Su propuesta de
“volver al orden legal y constitucional” encontró eco en todos los sectores políticos del centro y de la derecha.
Perón retornaba para poner fin al vacío de poder.
Cámpora y Lima presentaron sus respectivas denuncias, asumiendo Lastiri, titular de la Cámara Diputados
como presidente provisional. Así se abrió el espacio para que Perón reconstituyera el poder del Estado,
contando con el apoyo de la burocracia sindical (marginada en el proceso anterior), los partidos políticos y
las FF.AA. En este marco, nuevas elecciones presidenciales plebiscitaron con el 62% de los votos la tercera
presidencia de Perón, acompañado en la vicepresidencia por su esposa Isabel.
Su proyecto de poder exigía el fortalecimiento del poder Estatal frente a los actores sociales y económicos,
y, a la vez, como recurso clave para disciplinar las FF.AA. Para ello proponía una democracia integrada, que
encauzara los conflictos sociales, controlara las relaciones entre trabajadores y capitalistas, y garantizara la
estabilidad política del régimen.
Sin embargo, el objetivo de asegurar la gobernabilidad de la sociedad tropezó con los irreductibles
enfrentamientos entre los distintos protagonistas sociales. Los conflictos gremiales no disminuyeron. Las
mejoras salariales desbordaron el Pacto Social, y los empresarios también lo cuestionaron argumentando el
descenso en la tasa de ganancias.
Por otra parte, las exhortaciones de Perón a la Juventud Peronista y los grupos armados para desistir de la
violencia como recurso político y aceptar su conducción, fueron respondidas por los Montoneros con su
disposición a dar batalla ideológica a la burocracia sindical, en el mismo momento en que ésta era respaldada
por el propio presidente.
El enfrentamiento entre el presidente y la izquierda de su movimiento, tuvo su eclosión el 1 de mayo de 1974,
en un acto celebrado en Plaza de Mayo. Increpado públicamente por aquella perón desde Los Balcones de la
Casa Rosada descalificó y expulsó a dichos sectores que abandonaron masivamente la Plaza.
Tras la muerte de Perón el 1 de julio, asumió Isabel, quien no evitó que comenzara a gestarse un vacío político
que terminaría llevando al país a una crisis sin precedentes.
Con Perón había desaparecido el único liderazgo capaz de encauzar los antagonismos políticos emergentes
de las luchas sociales. A partir de su muerte, la agudización de los conflictos y la violencia política marcarían
la descomposición del proyecto peronista.
Isabel Perón y su entorno, en el que adquirió preeminencia López Rega -ministro de Bienestar Social y
secretario privado de la presidencia- en lugar de la estrategia de convergencia impulsada por Perón,
definieron un accionar basado en el sectarismo y el aislamiento.
A mediados de 1975 tanto la izquierda peronista como los sectores empresariales y políticos vinculados a
Gelbard, que era acusado de comunista, habían sido excluidos de la lucha por el poder.
Pronto se hizo evidente que Isabel y sus Sucesores no estaban dispuestos a comprometerse en negociaciones
con otras fuerzas políticas y sociales. Por otra parte, las negociaciones de las comisiones partidarias, a partir
de 1975, aceleraron la frecuencia de los conflictos laborales y tensaron las relaciones entre el sindicalismo y
el gobierno.
El fuerte impacto inflacionario de las medidas económicas instrumentadas y el tope impuesto a los aumentos
salariales, abrieron el camino a “una lucha por el poder y por el dominio político en torno del reajuste de los
precios relativos y sus obvias consecuencias sobre las transferencias de los ingresos”.
El gobierno dispuso la paralización de las negociaciones entre sindicatos y empresarios, lo que desató una
movilización masiva contra el nuevo ministro que desbordó a la dirigencia sindical.
El desenlace de la crisis consagró la victoria de los jefes sindicales: el gobierno anunció la aprobación a los
contratos salariales en litigio y Rodrigo y López Rega presentaron su renuncia.
Por fin los dirigentes gremiales pasaban a convertirse en actores centrales de las decisiones del estado en los
principales respaldos del gobierno.
El aislamiento del gobierno de Isabel con respecto de la sociedad civil tuvo otras consecuencias dramáticas.
Se intensificaron las pugnas internas en el movimiento peronista, recrudecieron las actividades guerrilleras,
y aumentó la violencia de la derecha.
Un grupo terrorista de ultraderecha llamado “Triple A” (Alianza Anticomunista Argentina), protegido y
armado por Lopez Rega, desplegó una represión política y cultural de gran alcance. Mientras el gobierno
clausuraba los órganos de expresión de la JP y sancionaba una ley de seguridad del Estado, la Triple A
asesinaba.
Por su parte, la izquierda peronista decidió enfrentar directamente al gobierno. Se retomaron las actividades
guerrilleras como respuesta a la represión. Esto, a la vez, era acompañado de una propuesta política
orientada a dar al peronismo un perfil revolucionario, como contrapartida los sucesores de Perón, que
trataban de redefinir la identidad política hacia la derecha.
Para asegurar su permanencia en el poder, Isabel intentó recostarse en las fuerzas armadas. El primer paso
se había efectivizado en mayo de 1974, cuando el poder ejecutivo forzó la renuncia del comandante del
ejército Leandro Anaya, designando en su reemplazo al general Numa Laplane, del partidario del
profesionalismo integrado, quien pretendía comprometer a la institución militar con la política del gobierno.
El nuevo paso de Isabel tuvo como desenlace una severa crisis en el Ejército. En agosto de 1975, nombró al
Cnel. Damasco como ministro del Interior, lo que no fue bien recibido por las jerarquías militares, quienes
impusieron el pase a retiro de Damasco; también lograron el relevo de Laplane, aunque la presidenta designó
entonces a Videla.
Se acrecentaron los rumores de golpe militar y la CGT declaró estado de alerta.
Agobiada por los acontecimientos, Isabel pidió licencia por enfermedad alejándose temporalmente del
gobierno. El presidente provisional del Senado, Luder, se hizo cargo interinamente la presidencia.
Los peronistas se dividían principalmente en dos: los “verticalistas”, a favor de Isabel, y los “antiverticalistas”,
partidarios de retomar las banderas de Perón. Otra lucha encubierta dentro y fuera del peronismo, involucra
a distintos aspirantes a suceder a la presidenta en caso de concretarse su renuncia.
Pese a los rumores acerca de su renuncia, Isabel retornó a principios de noviembre al ejercicio de sus
funciones. Sin embargo, el involucramiento de la presidenta junto a las figuras del lopezreguismo, en un
escándalo por malversación de fondos, acentuó la oposición a su presencia en el gobierno tanto dentro como
fuera del peronismo.
Los sindicalistas antiverticalistas junto a los políticos disconformes, presionaron para lograr su alejamiento.
Cediendo a dichas presiones, Isabel concedió el adelantamiento de las elecciones generales, para octubre del
1976.
Ante un aumento salarial por debajo de las demandas de los trabajadores y la suspensión de las
negociaciones colectivas por dos años, la conducción cegetista debió postergar sus objetivos reivindicativos
para acomodarse a la política de concentración impuesta a través de Gelbard, bajo la autoridad de Perón.
Pero la aceptación del Pacto Social fue un vuelco táctico de la CGT, apostaban a capitalizar la presumible
ruptura de Perón con los sectores juveniles y obtener reconocimiento por parte de su líder.
Sin embargo, esta decisión tuvo un costo político. Los trabajadores interpretaron que el nuevo gobierno de
Cámpora favorecería sus demandas salariales. La conflictividad laboral se intensificó, varias fábricas fueron
tomadas por los obreros y se multiplicaron los reclamos por las incorporaciones de delegados y activistas
despedidos durante la anterior dictadura. Este activismo se combinaba con enfrentamientos entre los
trabajadores y los aparatos sindicales.
El regreso definitivo de Perón dio lugar a un nuevo diseño político. Se abrió el espacio para la reconstitución
de la alianza del caudillo con los hasta entonces relegados jefes sindicales. Pero un nuevo episodio sangriento
empañó la euforia de la dirigencia sindical al ser asesinado el secretario general de la CGT, Rucci.
Una semana después, el presidente electo ratificó en la propia central obrera que el movimiento sindical era
la columna vertebral del peronismo, y exhortó a los dirigentes sindicales a combatir la infiltración marxista.
Sin embargo, subsistió un problema que ponía a prueba este reencuentro: el propio Perón ratificó el
mantenimiento del Pacto Social, frustrando las pretensiones sindicales.
Mientras tanto, la movilización obrera no se detenía. Las experiencias de los sindicatos cordobeses se
propagaron a Buenos Aires. Las ocupaciones de plantas fabriles y el cuestionamiento de las prerrogativas de
las gerencias fueron las expresiones de un estado de rebeldía que traducía la brecha entre los trabajadores y
sus representantes.
Si bien en marzo de 1974 la CGT y la CGE renegociaron el Pacto Social acordando incrementos salariales, las
luchas por mayores ingresos no se atenuaron. El conflicto social se traducía en una intensa pugna por la
distribución del ingreso y los mecanismos de concentración se mostraron incapaces de contenerlo.
A principios de junio de 1974, el sindicalismo logró que el Senado aprobara una de las conquistas más
significativas para el movimiento obrero, se trataba de la ley de Contrato de Trabajo que reglamentaba la
actividad laboral en todo el país. Si bien la nueva ley dejaba afuera de sus alcances a los empleados estatales
y convalidaba el fondo de desempleo para los obreros de la construcción, excluyendolos de los beneficios de
la indemnización, su vigencia fortaleció la capacidad negociadora y la posición de los trabajadores frente a
las empresas.
Mientras tanto, otro objetivo vinculó a la dirección de los sindicatos nacionales con el gobierno y las
empresas: la eliminación de la oposición sindical. La aprobación parlamentaria de la Ley de Seguridad
suministró a las autoridades del Ministerio de Trabajo un instrumento para reprimir las huelgas ilegales.
Se intensificó la ofensiva contra las direcciones de la oposición clasista o combativa, y en menos de 3 meses
los líderes sindicales de dicha oposición fueron doblegados por el gobierno.
El fortalecido aparato sindical se aprestó a alcanzar su viejo objetivo de libre negociación colectiva. La
magnitud de los incrementos salariales alcanzados durante las negociaciones puso en jaque la nueva política
económica impulsada por Rodrigo. A fines de junio del 75, la presidenta anuló los acuerdos y ofreció
aumentos por debajo de los obtenidos en las convenciones. Esta decisión provocó la paralización del trabajo
en todo el país y puso a los líderes sindicales en la disyuntiva de tener que confrontar al gobierno. La CGT
dispuso un paro de 48hs, siendo la primera vez que establecía una huelga general durante un gobierno
peronista.
Las consecuencias políticas, más arriba analizadas, significaron un triunfo de los jefes sindicales y la
frustración del intento presidencial por socavar su poder.
Finalmente, tanto sindicalistas como políticos oficialistas desoyeron los pedidos de la oposición civil para
evitar el golpe militar y conformar un gobierno sin Isabel Perón.
Al asumir Isabel, la purga de elementos de izquierda se acentuó. En ese contexto, el Partido Justicialista
permaneció eclipsado en manos de dirigentes “verticalistas” fieles a Isabel, y con sus sectores moderados
marginados, en tanto que el diseño de la política gubernamental quedó confinado a las maniobras del
lopezrreguismo dentro del entorno presidencial.
Como era previsible, la izquierda rompió lanzas con los sucesores de Perón. La JP y Montoneros anunciaron
la ruptura total con el gobierno y el retorno a la guerrilla. Sin embargo, no descartaron la alternativa de
integrarse al sistema político. Así, constituyeron el Partido Peronista Auténtico (PPA), que participó en las
elecciones para gobernador celebradas en Misiones en 1975. Esta apuesta fue coronada por un magro
resultado, y, en definitiva, los sectores “militaristas” de los Montoneros optaron por sus ataques a las FF.AA.
En noviembre de 1975, la suerte del PPA quedó sellada al ser prohibido por el gobierno.
Fracasada la operación política concebida por el lopezrreguismo, el peronismo quedó atravesado por serias
disidencias internas. Verticalistas (apoyo a Isabel) vs Antiverticalistas.
Hacia fines de 1975, el justicialismo quedó reducido a una superestructura resquebrajada. Las bases
partidarias se encontraban desorientadas, y la dirigencia se resignó a la espera del golpe militar, apostando
a una futura reorganización. La disgregación del campo político también afectó a la oposición leal al gobierno:
la UCT y la Alianza Popular Revolucionaria.
Luego de las elecciones presidenciales en marzo de 1973, la derrota de la UCR en manos de FREJULI incentivó
las críticas internas a la conducción del partido.
Frente a la gestión peronista, el radicalismo mantuvo una actitud de “oposiciones constructiva”. Por un lado,
apoyó en andamiaje político-institucional formulado por Perón. Al fallecer él, respaldó a Isabel “para servir
a la permanencia de las instituciones argentinas que usted simboliza esta hora”. Cuando fue configurándose
el síndrome de una sociedad desgobernada, trató de evitar las críticas que pusieran en peligro el orden
democrático que había contribuido a construir con el ahora partido oficialista. Balbin, apoyado por casi todo
el movimiento radical condenó la posibilidad de un golpe militar, y hubo rumores acerca de la probabilidad
de una alianza entre justicialismo y el radicalismo para conformar un gobierno de coalición que aseguraba la
gobernabilidad del país.
Hacia fines de 1974, la división interna de la UCR se profundizó. El MCR consideraba que la crítica constructiva
a dicho gobierno, si bien evitaba un nuevo antagonismo entre ambas fuerzas con vocación nacional y popular,
impedía que la UCR apareciera como una verdadera alternativa con poder en el sistema político.
Balbín mantuvo su actitud hasta el final. Siguió colaborando con el justicialismo tratando de preservar el
orden democrático. Cuando se produjo el golpe militar, lo aceptó con resignación y consideró que se trataba
de una intervención temporaria y excepcional con el objetivo de regularizar el funcionamiento de la
democracia.
El PI, integrante de la Alianza Popular Revolucionaria fue otro oponente leal del gobierno justicialista. Estuvo
en desacuerdo con la política económica del gobierno. Luego de la muerte de Perón, afirmó que las
instituciones sólo serían defendidas con eficacia si se cumplimentó en las exigencias revolucionarias del
pueblo.
Las fuerzas de la derecha liberal-conservadora constituyeron la oposición más contundente al gobierno. Entre
1973 y 1976 se nuclearon en tres alianzas a nivel nacional. La Alianza Popular Federalista, la Alianza
Republicana y Federal y la Nueva Fuerza.
Tendían a representar a caudillos provinciales y a sectores económicos dominantes del interior y de la Capital,
fundamentalmente sectores sociales altos y medio altos, cuyos intereses se vinculaban tanto a la esfera
agraria, industriales y financieras, como comerciales, generalmente los de mayor concentración y
transnacionalizados,
Estas fuerzas pusieron particular énfasis en el señalamiento del caos y el desgobierno. Cuando era inminente
el golpe militar, se automarginaron de los intentos políticos por salvar la democracia, argumentando que era
algo inevitable, ya que el vacío de poder alguien lo tenía que llenar.
El retorno del peronismo al gobierno planteó a las organizaciones empresariales un escenario caracterizado
por el intento de reestructurar los sectores de poder. La designación de Gelbard, ex presidente de la CGE,
como ministro de Economía evidenciaba el propósito de privilegiar a esa organización, representativa de los
intereses del empresariado nacional mediano y pequeño, predominantemente legiado al mercado interno.
Gelbard establecería fuertes vínculos económicos con los países del bloque soviético, a la vez que conservaría
poderosas amistades en los Estados Unidos. Se esperaba que la política económica se fundamentara en las
iniciativas de los empresarios privados nacionales y se transformara en una opción frente al capital
monopólico internacional.
Gelbard puso en marcha el Pacto Social. Las organizaciones corporativas de la burguesía -la UIA, la SRA, y la
CAC- en situación de repliegue, avalaron el pacto como algo inevitable y manifestaron su beneplácito,
aunque a nivel declamatorio. Esta aceptación no era una renuncia al empleo de sus recursos de poder, sino
que marcaba un compás de espera.
Con la crisis del gobierno peronista, los dirigentes tradicionales de la ex UIA cambiaron su estrategia. Uno
de los factores irritativos para la dirigencia empresaria era el control oficial de los precios.
La CGE comenzó a pagar los costos políticos de su apoyo al gobierno. Por un lado, este le exigía el máximo
respaldo; por el otro, los empresarios afectados por la política económica hacían responsables a la
Confederación de dicha política.
En ese marco, en los primeros meses del 75, las diferencias de enfoque sobre la política económica y sobre
la forma de resolver los problemas políticos y sociales generaron contradicciones en el interior de la
Confederación que llevaron a la fragmentación de su precaria unidad .
En agosto de ese año, se formó un frente empresario integrado por entidades tradicionales. La Cámara
Argentina de Comercio, la Cámara Argentina de la Construcción, la SRA, las entidades agrupadas en
Confederaciones Rurales Argentinas, la FATAP y FADEEAC se integraron en la Asamblea Permanente de
Entidades Gremiales Empresarias (APEGE). La misma se constituyó en un crítico severo de la CGE y en un polo
opositor al gobierno.
En los meses previos al golpe militar, la crítica empresaria adquirió un tono apocalíptico. La APEGE manifestó
su desacuerdo con la política económica social que “constituye la antesala inexorable del comunismo” y
propuso el “estado de movilización”. El corolario de esta campaña fue el paro llevado a cabo el 16 de febrero,
donde se logró la adhesión del comercio, los servicios y el agro.
Este paro contribuyó a crear el clima social para el inminente golpe de estado. La imagen del caos y el
desgobierno además fue fomentada por las FF.AA. El gobierno era acusado por su incapacidad para “poner
orden” y era presentado como el promotor del caos social característico del populismo, con lo que
implícitamente se legitimaba el objetivo de los golpistas: la construcción de un orden social alternativo.
Las posiciones de la SRA reflejaron el creciente deterioro de las relaciones de la gran burguesía agraria con el
gobierno peronista. La política económica de Gelbard no permitía alentar expectativas favorables entre los
terratenientes. La inicial resistencia al proyecto impuesto a la renta normal potencial de la tierra se
transformó en aceptación resignada del Acta de Compromiso Agropecuario Nacional, mediante la cual, la
SRA, en agosto de 1973 acordó con el gobierno la concentración de la política agropecuaria. En cambio, los
productores agrupados en CARBAP no avalaron el compromiso.
El anteproyecto de Ley Agraria fue otro tema irritante. En general, la mayoría de las organizaciones
representantes de los intereses terratenientes se opusieron al anteproyecto, juzgandolo de
“inconstitucional”, de “esencia marxista colectivizante” y que conducía a una virtual confiscación de la
propiedad y a la socialización en compulsiva.
Con excepción del breve mandato de Rodrigo, la SRA se opuso a la gestión de todos los demás equipos que
ocuparon el Ministerio de Economía hasta marzo del 76.
El furor fratricida se abatió el jueves 16 de junio de 1955 en el marco de una tentativa de golpe de Estado,
centrándose particularmente en civiles inermes o muy pobremente armados en defensa de un gobierno no
solo legítimamente constituido,sino también sustentado por un apoyo popular hasta entonces inédito en los
analesde la historia nacional.
Las acciones bélicas planeadas por los mensajeros de la muerte en aquel fatídico día tenían el descabellado
propósito de bombardear la zona céntrica de la Plaza de Mayo con el fin de matar al Presidente y a sus
ministros, sin importar el costo humano “extra”.
Ante la ausencia del Presidente y de sus ministros, constituyeron desde sus inicios un escarmiento destinado
a castigar y quebrar la adhesión popular al gobierno constitucional.
Clara muestra de ello es que solo doce de las más de trescientas víctimas mortales(aproximadamente el
cuatro por ciento) se encontraban dentro de la Casa de Gobierno, en la que impactaron veintinueve bombas
de las que seis no estallaron. El resto de las bombas y proyectiles de grueso calibre estuvieron dirigidos a una
población que fue sorprendida en sus quehaceres cotidianos por la primera incursión de la aviación naval a
las 12:40 de aquel jueves frío y nublado.
El golpe fue llevado adelante por oficiales y suboficiales de la Armada Argentina,con el apoyo de un sector
de la Aeronáutica. En esta ocasión el Ejército se mantuvo leal al Gobierno, aunque exactamente tres meses
después, gran parte de él intervendría decisivamente en el derrocamiento de Perón.
El propósito de la conjura, tras asesinar al presidente de la Nación, era instaurar un triunvirato civil integrado
por Miguel Ángel Zavala Ortiz (dirigente de la UCR),Américo Ghioldi (dirigente del Partido Socialista) y Adolfo
Vicchi (del Partido Conservador).
Zavala Ortiz fue uno de los que huyeron con las aeronaves, exiliándose en el Uruguay. Volvió luego del 16 de
septiembre, y siendo canciller del presidente Arturo Illia,logró que la dictadura militar que gobernaba Brasil,
impidiera el retorno del general Perón del exilio.
Ghioldi, que saludó los fusilamientos del general Valle y de sus hombres y la masacre de José León Suárez en
junio de 1956, escribiendo en el diario La Vanguardia:“¡Se acabó la leche de la clemencia!”, sería embajador
en Portugal durante la dictadura de Videla.
El ataque aéreo se realizó en sucesivas oleadas entre las 12:40 y las 17:40, y tuvieron como objetivo:
● La Casa Rosada,
● La Plaza de Mayo y sus adyacencias (donde se registró el mayor número de víctimas)
● El Departamento Central de Policía y la residencia presidencial (que estaba donde hoyestá la
Biblioteca Nacional)
● Las columnas del Regimiento 3 de Infantería “General Manuel Belgrano” que salieron del cuartel de
La Tablada hacia Plaza de Mayo y el aeropuerto internacional de Ezeiza tomado por los golpistas,
para recuperarlo
● Una concentración obrera en avenida General Paz y Crovara
● Las antenas de Radio del Estado —en la terraza del Ministerio de Obras Públicas emplazado en la
avenida 9 de Julio— y de Radio Pacheco (nudo de enlace de las comunicaciones radiotelefónicas)en
la localidad del mismo nombre.
● La CGT no recibió ataques directos, porque un suboficial de la Armada se negó a trasmitir la orden
dada.
Este masivo crimen de lesa humanidad no puede verse descontextualizado con lo que había ocurrido desde
el 17 de octubre de 1945, cuando una movilización de los trabajadores, hombres y mujeres del pueblo a
quienes Raúl Scalabrini Ortiz denominó “el subsuelo de la patria sublevado”, repusieron en su cargo al
coronel Perón. Esa misma noche hubo enfrentamientos armados en los que murió el joven manifestante
Darwin Passaponti.
La coalición política oligárquica que enfrentó a la fórmula Perón-Quijano, la Unión Democrática, se constituyó
bajo el auspicio del embajador de Estados Unidos, Spruille Braden. Y tuvo como una de sus figuras centrales
al ex presidente de la Sociedad Rural Argentina, Antonio Santamarina. Tras la derrota, algunos de sus
miembros se lanzaron a los caminos de la violencia antiperonista.
Los comandos civiles fueron una creación con hondas raíces. Se inspiraron en las brigadas antiobreras de la
Liga Patriótica que actuaron entre los años 20 y 30. Y vieron la luz a partir de 1946 como grupos de supuesta
autodefensa de los partidos políticos Radical, Conservador y Socialista, para terminar siendo la avanzada
violenta del antiperonismo golpista.
No habría sido posible el bombardeo del 16 de junio de 1955 si no hubiera existido el intento de golpe de
Estado del general Benjamín Menéndez en septiembre de 1951, ni el del coronel Francisco Suarez en 1952,
con Menéndez, Lanusse y Lonardi, entre otros, como protagonistas coincidientes.
Tampoco habría sido posible si no hubieran existido los tres artefactos explosivos colocados en alrededores
de la Plaza de Mayo, en 1953, durante una concentración organizada por la CGT, en momentos en que el
presidente Perón se dirigía a la concurrencia desde el balcón de la Casa Rosada. Acto dirigido por el ingeniero
Roque Carranza, quien tres décadas después, con la desmemoria de su antigua responsabilidad criminal, fue
designado ministro en el gobierno de Raúl Alfonsín.
Las bombas en Plaza de Mayo implicaron una clara advertencia: quienes buscaban derrocar a Perón estaban
dispuestos a verter toda la sangre que fuera necesaria.
Los ideólogos de la masacre pretendieron hacer responsable del derramamiento de sangre que segó la vida
de más de trescientas personas al propio Perón. Y su alguna vez lamentaron las muertes, las consideraron
como inevitables.
Los múltiples vasos comunicantes entre los golpistas de 1951, 1955, 1966 y 1976 son tan evidentes como el
hecho de que la impunidad de que gozaron habría de alentar el in crescendo criminal que culminó en el 76.
El terror expandido era imprescindible para tratar de dominar todo el cuerpo social.
Algunos ejemplos del continuismo golpista: los tres ayudantes del contralmirante Olivieri eran los capitanes
de fragata Emilio Eduardo Massera, Horacio Mayorga y Oscar Montes. Todos ellos, a pedido de Olivieri,
fueron eximidos de ser juzgados por el benevolente Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
Los pilotos y demás fugados a Uruguay fueron recibidos en el aeropuerto de Carrasco por el capitán Carlos
Guillermo Suárez Mason, prófugo de la Justicia argentina desde su participación en el intento de golpe de
septiembre de 1951.
De la Fuerza Aérea: el capitán Jorge Mones Ruiz sería durante la dictadura delegado de la SIDE en La Rioja, y
Osvaldo Andrés Cacciatore nada menos que intendente de la Ciudad de Buenos Aires.
El 16 de junio de 1955, a excepción del jefe de la Infantería de Marina, contralmirante Benjamín Gargiulo —
que se suicidó tras el fracaso golpista—, y del primer teniente de la Fuerza Aérea, José Fernández —a quien
hirieron los suboficiales leales a los que había reducido antes de morir desangrado—, los golpistas no
tuvieron bajas entre sus filas. Ni siquiera heridos, según surge de las actas de ocupación del Ministerio de
Marina.
En cuanto al furor homicida de los golpistas, la simple proporción de muertos (más de trescientos a uno) lo
evidencia sobradamente. En tren de justificar su decisión de arrojar 800 litros de combustible de un tanque
auxiliar sobre la Casa de Gobierno—lo que admitiría que nadie le había ordenado que hiciera—, el piloto
Guillermo Palacio dijo que “fue una demostración del odio, de la reacción desatada por las medidas que
agobiaban al país”.
La masacre del 16 de junio de 1955 tiene una continuidad política y en sus componentes personales,
continuidad que serpentea por un camino plagado de sangre de mártires populares y tiene su gran
desemboque criminal el 24 de marzo de 1976.
Unidad 6. El golpe de Estado de 1976: Violencia estatal, disciplinamiento social y destrucción
económica.
La Dictadura cívico-militar y el “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983): El terrorismo de Estado y
el genocidio. El rol de los Estados Unidos y el “ Plan Cóndor” . La desarticulación de la clase trabajadora y la
intervención de las organizaciones sindicales. El entramado de apoyo civil: corporaciones empresarias,
burocracia sindical, Iglesia y medios de comunicación. Los objetivos de la política económica: La implantación
del modelo de “valorización financiera”. La política de endeudamiento externo. La guerra de Malvinas y el
ocaso del régimen militar. La rearticulación de los partidos políticos y los problemas de la transición a la
democracia.
Hipótesis aquí plantea que las dictaduras pretendieron ser correctivas de lo que consideraban “vacíos de la
democracia”, particularmente los generados por el populismo (Brasil, Argentina), el reformismo socialista
(Chile) y/o la amenaza potencial de la izquierda revolucionaria (Uruguay, Argentina).
Esa pretensión nació de la ausencia de un principio de legitimidad propio, específico, no cubierto por la
apelación a la doctrina de la seguridad nacional. La forma en la que se resolvió la dialéctica entre dictaduras
y resistencias condicionó la posterior transición a la democracia política.
Aquí consideraremos sólo cuatro dictaduras: Brasil (1964-1985), Argentina (1976-1983), Uruguay (1973-
1985) y Chile (1973-1990). El objetivo es ofrecer un marco comparativo que permita comprender mejor
dentro un contexto regional la dictadura argentina.
María Moreira Alves señala que, según Margaret Crahan, los antecedentes más lejanos de la DSN se
encuentran en Brasil ya en el siglo XIX y en Argentina de Chile a comienzos del XX. Comenzó a elaborarse a
partir de teorías geopolíticas, anti marxistas, y de las tendencias conservadores o de extrema derecha del
pensamiento social católico.
Con el comienzo de la Guerra Fría, los elementos de la guerra total y la confrontación inevitable entre las dos
superpotencias y sus respectivos bloques militares se incorporaron a la ideología de la seguridad nacional en
América Latina. La forma específica asumida por ella en la región, enfatizaba la “seguridad interna” frente a
la amenaza de “acción indirecta” del comunismo. Los latinoamericanos, preocupados por el crecimiento del
movimiento social obrero, se ocupaban de la amenaza de la subversión interna y de las guerras
revolucionarias.
Para los teóricos de la DSN, la bipolaridad del mundo constituida tras la Segunda Guerra Mundial llevaba a
guerras ideológicas disputadas dentro de las fronteras nacionales de cada país.
En esa escala, la guerra sería, entonces, una guerra contra el comunismo internacional y se entablarían todos
los frentes: militar, político, económico, cultural e ideológico.
La DSN comenzaba con una teoría de la guerra. Al respecto, definía 4 tipos: 1) guerra total; 2) guerra limitada
y localizada; 3) guerra subversiva o revolucionaria; y 4) guerra indirecta o psicológica. En la guerra
revolucionaria no había más línea en el frente de batalla, pues el enemigo estaba en todas partes.
La teoría de la guerra total, en tanto se basaba en la estrategia de la Guerra Fría, concibió el conflicto armado
moderno como total y absoluto. Guerra total en tanto económica, financiera, política, psicológica y científica,
ejércitos, escuadras y aviaciones.
En rigor, la formulación más elaborada de la DSN, tal como se le conocía y aplicó en la década del 60 y 70,
comenzó con la experiencia de los militares franceses en sus guerras coloniales en Indochina y Argelia.
La “técnica” de desaparición de personas y el accionar de los “escuadrones de la muerte”, usuales en América
latina en dichas décadas, fueron “invenciones” de los militares franceses que combatían al Frente de
Liberación Nacional, en Argelia.
En materia aplicación de violencia sobre los opositores las dictaduras Argentina y chilena, en ese orden,
fueron las más duras.
En el caso chileno, impactó el alto número de víctimas iniciales en los primeros días del golpe. En el argentino,
el número de desaparecidos.
Las cuatro dictaduras coincidieron en la coordinación de la avanzada sobre los disidentes, a través de la
operación cóndor, un plan secreto que realizó tarea de inteligencia, persecución y asesinato de los
opositores. Stella Calloni, sostiene que Estados Unidos proporciona espiración financiamiento y asistencia
técnica a la represión y plantó la semilla de la operación cóndor. La CIA promovió una mayor coordinación
entre los servicios de inteligencia de la región, actuó como intermediaria entre los dirigentes de los
escuadrones de la muerte brasileños, argentinos y uruguayos, y suministro equipos de tortura eléctrica.
En lo atinente a la organización del ejercicio del poder político, las diferencias fueron más que las
coincidencias. Se trata de una situación común a los cuatro casos que aquí analizamos. Los militares golpistas
tenían ante sí tres alternativas de institucionalización política: 1) la legitimación carismática; 2) alguna
fórmula corporativista, como la “democracia orgánica”, sin organizar un partido único; y 3) un sistema de
partidos, unipartidario o multipartidario.
Las fuerzas armadas chilenas optaron por un “régimen militar tradicional” con una Junta de Gobierno como
autoridad máxima, pero con un importante grado de concentración del poder en el general Pinochet, quien
ejerció simultáneamente las funciones de Presidente la República, presidente de la Junta de Gobierno hasta
1980 y comandante en jefe del Ejército.
El 4 de diciembre de 1974 el decreto ley número 788 dispuso que la junta de gobierno tenía la potestad de
modificar, a su arbitrio y retroactivamente, la Constitución nacional de 1925, adquiriendo así La Junta,
funciones del Poder Legislativo y Constituyente.
En Argentina, el Estatuto para el Proceso de Reorganización nacional, dado a conocer el mismo día del golpe,
el 24 de marzo de 1976, creó una Junta Militar, integrada por el comandante en jefe de cada una de las tres
armas (ejército marina y aviación), y depósito en ella la condición de “órgano supremo del Estado”. En tal
calidad, le asignó el poder de elegir al presidente de la República, así como de revocar su mandato.
La Junta también concentró algunos poderes y funciones designados por la Constitución Nacional a
presidentes de derecho. El Estatuto estableció, a modo reemplazo del disuelto Congreso Nacional, una
Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL). Esta tenía como función preparar los proyectos de ley.
La presidencia de la República siempre fue ejercida por un oficial del Ejército: hubo cuatro jefes, de los cuales
sólo una (Videla) completó su mandato. Dos (Viola y Galtieri) fueron relevados, y el cuarto, Bignone, fue
designado tan solo para administrar la transición a la democracia. A diferencia del caso chileno y al igual que
el brasileño y el uruguayo, el argentino puso especial énfasis en eludir la personalización del poder,
insistiendo en el carácter institucional que las fuerzas armadas daban una crisis también institucional.
Las FF.AA uruguayas se diferenciaron en tanto no hicieron uso del poder formal de manera directa, al menos
durante los dos primeros tercios de la duración de la dictadura. Fue sólo al final cuando un oficial accedió a
la jefatura del Estado: el teniente general Gregorio Álvarez, designado por la Junta de Oficiales Generales en
septiembre de 1981, con la misión de llevar adelante un proceso de transición a la democracia. Éste debía
culminar (como efectivamente fue) en la realización de elecciones libres el 25 de noviembre de 1984. Incluso
el golpe de Estado no fue perpetrado directamente por los militares, sino por el propio presidente
constitucional, José María Bordaberry.
En el caso brasileño, todo se fue rigiendo acorde a la promulgación de diferentes “Ato Institucional”.
Mediante el N°1, en 1964, se procuró dotar de bases legales a la nueva situación política institucionalizar la
revolución: se mantenía en la Constitución del mismo año, salvo en materia de los poderes del presidente de
la República y el funcionamiento de los partidos y el Congreso Nacional.
El presidente asumía importantes facultades arrebatadas al Legislativo. El instrumento legal apuntaba a una
nueva centralización y concentración del Poder Ejecutivo, medida estimada necesaria para la “reconstrucción
económica, financiera, política y moral de Brasil” y para alcanzar el objetivo de “La restauración del orden
interno y el prestigio internacional del país”.
El N°2, en 1965, en su parte resolutiva, legislaba sobre tres áreas: El control del poder legislativo por el
ejecutivo que fue reforzado aún más, el incremento del número de miembros del supremo tribunal federal,
y el control de la representación política.
En materia de representación política, el número dos eliminó la elección directa del presidente
vicepresidente y la reemplazó por la indirecta a través de un colegio electoral integrado por la mayoría
absoluta de los miembros del congreso nacional y reunido en sesión pública, en la cual los electores se metían
su voto nominal y públicamente asimismo dispuso la extensión de los partidos políticos existentes y las
observaciones para la creación de nuevos.
En ese mismo año, el Ato Complementar N°4, estableció las reglas para la creación de nuevos partidos
políticos, a raíz de la cual se crearon dos. Ambos existieron hasta 1979, cuando una nueva resolución los
disolvió para dar lugar a un sistema pluripartidario.
Editar brasileña presenta sus singularidades respecto a las otras tres. Una de ellas es su opción por un régimen
político que, al menos en principio, incluyó el funcionamiento de partidos políticos y el Congreso, así como
la periódica convocatoria elecciones. Es decir, no radicalizó la incompatibilidad entre dictadura militar y
política.
Es cierto que la actividad partidaria estuvo fuertemente condicionada y que las reglas del juego electoral
fueron modificadas toda vez que se volvían en contra el propio partido oficial y por ende contra la dictadura,
pero, con todo, puede decirse que se trató de una dictadura con formato representativo.
Es posible que esa opción guarde alguna relación con la experiencia del Estado o novo y su esfuerzo por
encontrarle legitimidad al régimen. No debe subestimarse sin embargo razones de otra índole, como las
características personales de los principales jefes militares con poder de decisión. Por otra parte, tampoco
de olvidarse que la opción por la vigencia electoral no fue de aceptación unánime dentro de las FF.AA, donde
se impuso como consecuencia de una correlación de fuerzas favorables y mediante la resolución de conflictos
de diferente magnitud y frecuencia.
En cuanto a la duración, las dictaduras argentinas fueron las más breves: las dos solo duraron 7 años cada
una, menos que los 12 de la uruguaya, los 17 de la chilena, y los 21 de la brasileña.
Los militares uruguayos se plantearon fundar una democracia limitada y tutelada, a la cual le dieron forma
constitucional, y sometieron el proyecto (siguiendo el procedimiento exitoso de sus camaradas chilenas en
1977 y en el mismo 1980) a un plebiscito, realizado el 30 de noviembre de 1980, en el que: 58% de los
votantes lo hizo en contra, el 42% a favor, y concurrió a votar el 85% del padrón). La derrota abrió el camino
de la transición a la democracia.
Las FF.AA chilenas, a su vez, abandonaron pronto la supuesta pretensión restauradora de la democracia.
El nuevo rumbo quedó fijado por 2 documentos, la “Declaración de principios” y el “Objetivo nacional”, dados
a conocer por Pinochet el 11 de marzo de 1974. El primero daba cuenta, fundamentalmente, de la
“suspensión de la institucionalidad jurídica consagrada en la Constitución de 1925. El segundo, apuntaba al
nuevo modelo económico: el neoliberal impulsado por los Chicago Boys chilenos.
La nueva institucionalidad a la que aspiraban era la de una democracia protegida y autoritaria, la cual incluía
componentes corporativistas tomados del franquismo español y fue consagrada en la Constitución nacional
de 1980.
El nuevo orden político, señala Huneeus, “tuvo la pretensión de ser una alternativa a la democracia
occidental, descalificada por obsoleta debido a su incapacidad para “defenderse” de la”amenaza comunista”.
Es claro que los brasileros optaron por una fuerte apertura a la inversión de capital extranjero, pero no
debilitaron el Estado. Así,una de las primeras medidas tomadas por el gobierno del General Humberto
Castelo Branco fue -en el marco de la llamada reforma administrativa- la creación del Ministerio de
Planeamiento y Coordinación Económica, al que se encargó coordinar y aplicar el modelo económico,
facilitando la inversión extranjera y aumentando la tasa acumulación de capital.
Formulaba como objetivos la racionalización de la economía por medio de la concentración del capital en las
Industrias más eficientes y del estímulo a la penetración del capital multinacional más moderno y productivo,
en total correspondencia con una de las premisas de la DSNyD en cuanto a los efectos considerados benéficos
de la inversión multinacional.
Para los teóricos de la DSnyD, no podía haber seguridad nacional sin un alto grado de desarrollo económico,
el cual debía incluir la industrialización, el efectivo aprovechamiento de los recursos naturales, la
construcción de una extensa red de transporte y comunicaciones, etc. Para el logro de dichos objetivos,
consideraban clave la fuerte intervención del Estado en el planeamiento económico nacional, en la inversión
en infraestructura, e incluso la eventual apropiación directa de los recursos naturales.
Trátese, pues, de un modelo de desarrollo capitalista fundado en una alianza entre capitales estatales,
privadas multinacionales, y privados brasileños. No sólo es una alianza económica, sino también una alianza
política entre la tecnoburocracia y el capital industrial. Sin embargo, como alianza, no se vuelve bien definida
hasta aproximadamente 1976.
Luíz Carlos Pereira expresa que “el pacto político autoritario y excluyente” se conforma entre 1964 y 1968,
basado en la triple alianza de la tecnoburocracia estatal, la burguesía local y las empresas multinacionales.
Su carácter excluyente se traduce en la exclusión radical, de carácter económico y político, de los
trabajadores y los amplios sectores de la clase media asalariada, y de la pequeña burguesía.
La ruptura entre la burguesía local y la tecnoburocracia a fines de los años 70 constituye un aspecto clave
para el proceso democratización.
La economía pergeñada por la dictadura brasileña se diferenció entonces de las otras tres. En efecto, el
modelo llevado adelante se inscribió dentro del llamado nacional-desarrollista. Ese modelo se prolongó a lo
largo de unos 25 años (circa 1955-1980). Sus rasgos principales Fueron cuatro:
1) El Estado fue el principal sujeto del desarrollo cumpliendo diferentes funciones (planificación,
ejecución de políticas, productor directo).
2) El énfasis puesto en la industrialización del país, dando prioridad al mercado interno, que se blindó
mediante barreras arancelarias y no arancelarias y un rígido control estatal del comercio exterior.
3) Se apeló al endeudamiento externo para cubrir la aducida insuficiencia recursos internos.
4) La política industrialista fue sostenida por un trípode constituido por empresas estatales,
multinacionales y privadas de capital nacional.
Las dos primeras características del modelo nacional-desarrollista fueron cuestionadas radicalmente por las
dictaduras argentina, chilena y uruguaya, en distinta magnitud y también con distinto resultado.
Argentina, como tantas otras economías periféricas, se incorporó al sistema del mercado mundial en la
segunda mitad del siglo XIX cuando los países centrales ya se encontraban en pleno proceso de
industrialización. Por ello, el capital extranjero proveniente de estos últimos se constituyó, desde muy
temprano, en el actor social con mayor poder para impulsar los procesos de modernización en las primeras,
tendiendo a operar como obstáculo para la culminación y profundización del ciclo de capital a nivel nacional,
Así, generar comportamientos complementarios y subordinados por parte de las clases dominantes locales,
generalmente especializadas en la exportación de productos primarios, derivados de la relación de
dependencia y asimetría de poder que experimentan estructuralmente. Asimismo en la medida en que el
modo de apropiación del excedente económico tiende a condicionar su utilización, una porción importante
del mismo tiende a internacionalizarse y, paralelamente, a sustentar la adopción de pautas de consumo
provenientes de los países centrales a través de la importación, debilitando la acumulación de capital a nivel
local y alimentando las desigualdades sociales.
El nuestro es uno de los países de la región que manifiesta mayor intensidad en el deterioro de los indicadores
de desarrollo económico y social durante los últimos 25 años esta situación comienza mejorar a partir del
2002 tras la brutal crisis que tuvo lugar con el agotamiento del régimen de convertibilidad.
Este libro plantea dos objetivos. Primero, describir y analizar sintéticamente las especificidades que
caracterizaron a nuestra economía durante los últimos 25 años, más precisamente a partir del momento en
el cual se restaura la democracia republicana. Segundo, y de modo más superficial, debido al carácter
reciente de los procesos históricos, realizar un aporte al análisis crítico de las potencialidades Y los límites
que plantean las transformaciones económicas del periodo que se inicia partir de la caída del régimen de
convertibilidad en 2002 y que llega hasta nuestros días.
Sintéticamente, puede sostenerse que durante esa fase se desencadenaron dos procesos principales de
realimentación recíproca: el creciente predominio de la fracción financiera del capital sobre la productiva, y
la reorganización de la producción a escala mundial facilitada por un nuevo conjunto de innovaciones
científico-tecnológicas, con centro en la microelectrónica y liderada por conglomerados de propiedad
asociada multinacional. Ambos tuvieron como condición de posibilidad la adopción, según los países, de un
nuevo pensamiento denominado “neoliberal” que impulsaba la reforma del Estado a partir de la apertura
comercial y financiera de las economías nacionales (especialmente las de carácter periférico), la
“desregulación” de los mercados, incluido el de trabajo –en rigor, una nueva regulación, siendo que
constituye una redefinición y no una merma en la intervención del Estado–, y las privatizaciones de las
empresas estatales en el marco de un estricto rigor fiscal y monetario en materia de política
macroeconómica.
La reducción de las tasas de ganancia observable desde fines de los 60 en las economías desarrolladas
produjo, entre otros cambios, la relocalización de las actividades financieras, ilustrada por el surgimiento de
actividades offshore (extraterritoriales) en zonas llamadas “paraísos fiscales” destinadas a eludir la regulación
pública del capital. A su vez, el excedente radicado por las corporaciones transnacionales en estos ámbitos
dio lugar a la acumulación de un importante volumen de capital líquido por parte de la banca privada
internacional que se orientó, sin regulación alguna, a la valorización financiera de corto plazo generando
pérdida de control sobre las tasas de cambio y la masa monetaria de las economías nacionales.
En síntesis, este proceso abrió paso al predominio de la fracción financiera del capital a escala mundial, que
así pasó a condicionar la producción y la distribución de un modo novedoso, favoreciendo una
desintermediación de las finanzas. Así, la dirección de las empresas pasó a estar sujeta a fuertes exigencias
orientadas a aumentar los rendimientos en el corto plazo, bajo la forma de valorización de las acciones y/o
pago de dividendos, por parte de los inversores institucionales.
La formación de capital fijo declinó a partir de 1970 en relación con los niveles alcanzados durante “el período
dorado”. En los países centrales, las turbulencias financieras introdujeron tensiones pero no desestabilizaron
el sistema. En cambio, en los países periféricos la valorización financiera dio lugar a burbujas especulativas
que tendieron a generar ciclos de endeudamiento con importantes consecuencias reales sobre las
economías.
Paralelamente, la crisis de acumulación de mediados de los 70 impulsó a los conglomerados de propiedad
asociada multinacional a deslocalizar sus actividades productivas más intensivas en trabajo hacia la periferia.
Estas estrategias generaron un cambio fundamental en la centralización de la gestión, que hizo posible, para
las filiales de las empresas multinacionales, pasar de la provisión de productos para los diversos mercados
nacionales, en los cuales se encontraban radicadas, a la ejecución de distintos segmentos de un proceso
productivo global desarrollado en el mercado mundial o regional y destinado al mismo. A la vez se consolidó
una nueva división del trabajo, bajo el liderazgo de los conglomerados de propiedad asociada multinacional,
basada en el comercio de manufacturas.
Cabe hacer 2 aclaraciones. En primer lugar, se señala señala la vigencia del rol hegemónico de las principales
potencias y las desigualdades del poder de decisión en el escenario económico mundial. En segundo lugar,
debe agregarse que el nuevo patrón de especialización conlleva el predominio del comercio intra e
interindustrial a nivel internacional, con un creciente peso de la producción intensiva en alta tecnología. Este
tipo de comercio, tiende a marginar a la periferia capitalista. Así, tanto las situaciones de fuerte dependencia
tecnológica y financiera como la vulnerabilidad externa que históricamente ha caracterizado el desempeño
de estas últimas economías se reproducen bajo las nuevas condiciones.
El proceso de centralización y concentración acelerada del capital tuvo lugar mediante fusiones y
adquisiciones de gran envergadura que se desarrollaron como consecuencia de la conformación, por parte
de sus fracciones más concentradas, de estructuras productivas fragmentadas territorialmente, capaces de
internalizar las ventajas locales existentes en materia de costos, para proveer desde allí al mercado mundial
en un contexto de apertura comercial y liberalización de los flujos financieros.
Así, el sistema económico que había caracterizado a la segunda posguerra quedó transformado mediante
una sustancial modificación de la división internacional del trabajo y de la lógica de acumulación de las
fracciones más dinámicas del capital, así como por la restricción de las posibilidades de actuación de los
Estados nacionales frente a la creciente transnacionalización de la producción y las finanzas. En este contexto,
y como respuesta política a la internacionalización, las principales potencias, sobre todo Estados Unidos,
Europa Occidental y Japón, generaron bloques económicos regionales y mecanismos de cooperación como
el Grupo de los 7 (formado por Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Canadá y Japón) y
jerarquizaron otros, como la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), fundada en 1960.
Asimismo, pasaron a ejercer el control decisivo sobre los organismos financieros internacionales de
posguerra: el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y desde 1994 la Organización
Mundial del Comercio (OMC), que establecen las reglas de juego internacionales a medida de los intereses
predominantes en dichos países.
La desarticulación de los Estados de bienestar y la construcción de una nueva institucionalidad pública,
acompañada por la hegemonía del pensamiento neoliberal, permitió una redefinición regresiva de la relación
entre el capital y la fuerza de trabajo realimentada por los cambios en el patrón de acumulación. El
pensamiento neoliberal alcanzó creciente eficacia, en principio, como correlato de los límites que
presentaban las políticas keynesianas para enfrentar la crisis de los años 70 y más tarde, a fines de los 80,
con la caída del “socialismo real” en el este europeo y en Asia. Desde los años 80 y sobre todo desde que se
plasmó en un conjunto de recetas de política conocidas como “Consenso de Washington” a principios de los
90, la concepción neoliberal fue promovida por las instituciones y líderes de opinión vinculados al capital
mundial más concentrado (como el FMI)
Las experiencias “modelo” son en primer lugar las lideradas por las dictaduras de Pinochet en Chile y de la
junta militar presidida Videla en Argentina, y en segundo lugar las encabezadas por la primera ministra
Margaret Thatcher en Gran Bretaña y el presidente Ronald Reagan en Estados Unidos durante los 80. A ello
se suman las experiencias de las repúblicas que componen la ex URSS y las de varios países de América Latina,
como Argentina, Bolivia y Perú, durante los 90. A partir del fracaso del neoliberalismo, especialmente en
cuanto al objetivo de crecimiento económico sostenido , toma su lugar una versión menos fundamentalista
de la ortodoxia, cuyo exponente más conocido es Joseph Stiglitz. Este enfoque hace énfasis en el papel del
Estado y en la corrección, a través de sus instituciones, de “fallas” por las cuales los mercados no funcionan
satisfactoriamente por sí mismos. La necesidad de regular los flujos de capitales para atenuar el impacto del
ciclo económico mundial sobre la esfera doméstica y la promoción de competencia en los mercados
concentrados son algunas de las propuestas de este autor, impulsor del “Consenso post-Washington”.
En este enfoque la necesidad de obtener superávit comercial y fiscal se articula prioritariamente alrededor
del pago de la deuda externa pública para el caso de América Latina. La filosofía de este tipo de intervención
es ante todo “prudencial”: la reducción de la pobreza y las desigualdades deriva del rol activo desempeñado
por el Estado en la regulación del ciclo económico.
En la medida en que esta visión no considera que la distribución de ingresos determine el crecimiento
económico, el propio sesgo de la intervención del Estado sigue siendo un límite al mismo e impide alcanzar
mayores niveles de igualdad social. Con ello se legitima la reestructuración económica de sesgo antipopular
y se desechan los componentes igualitaristas en la intervención social del Estado vinculados a la
redistribución del ingreso.
La restauración de la democracia a fines de 1983 abrió desafíos de todo tipo a la sociedad argentina. A poco
de iniciado el gobierno de Alfonsín, el comportamiento de las variables fundamentales (conjunto formado,
entre otras cosas, por la estructura técnico-productiva, los actores empresariales y sindicales, las finanzas
públicas y los mercados internacionales de bienes y crédito) se desplegaría ante la ciudadanía y ante el propio
gobierno –especialmente durante la primera gestión económica–, como un fenómeno errático.
Cabe detenerse entonces, para comprender cabalmente este desfasaje, en una breve descripción de las
transformaciones que habían hecho de Argentina un país sustancialmente diferente al pretendido por la
mayor parte de sus habitantes.
La política represiva de la dictadura permitió el quiebre de las bases sociales y económicas que sustentaban
el proceso de industrialización y la instauración de un nuevo patrón de acumulación signado por el
predominio de la fracción financiera del capital a nivel mundial. El disciplinamiento y la mutilación del cuerpo
social por la represión operaron como condiciones de posibilidad de este cambio, y éste como parte
constitutiva de la misma política del terror.
Las políticas de la dictadura, implementadas con el apoyo del poder financiero internacional, trastocaron
irreversiblemente la estructura económica, a partir de la siguientes medidas principales, delineadas por
Martínez de Hoz, Ministro de Economía y presidente de la Asociación Empresaria Argentina:
● Implementación de fuertes transferencias de ingresos a través del ajuste por inflación diferencial
entre precios y salarios en detrimento de éstos últimos.
● La jerarquización de impuestos regresivos como los que gravan los consumos en lugar de la herencia
o las ganancias
● El otorgamiento de subsidios fiscales implícitos y explícitos a ciertas actividades y empresas
específicas
● La liberalización y apertura unilateral de los mercados de capitales y de bienes
● Un tipo de cambio que favorecía el ingreso de mercancías y capitales desde el resto del mundo
● Establecimiento de la igualdad de tratamiento entre el capital extranjero y el nacional y la posibilidad
de remitir libremente utilidades al exterior
● Implementación de un conjunto amplio de subsidios para la promoción industrial de ciertas
actividades y/o ciertos ámbitos territoriales provinciales
● Altos sobreprecios en las compras de las empresas estatales
En relación con la redistribución regresiva del ingreso en perjuicio de los asalariados, cabe recordar que esta
política fue precedida por una maxidevaluación efectuada aún en democracia: el “Rodrigazo” de junio de
1975, que implicó un drástico ajuste en los ingresos populares.
Tras inducir la primera huelga general efectuada por la CGT ante un gobierno justicialista, los efectos
remanentes de la medida representarán para el gobierno militar un punto de partida favorable en la puja por
la distribución del ingreso, más aún siendo una medida netamente impopular por la que ese gobierno no
habría de rendir cuentas. A ello se sumó el congelamiento salarial instrumentado por Martínez de Hoz, en un
contexto de liberalización del resto de los precios de la economía. Esta variable, clave porque define la
participación de los asalariados en el ingreso nacional, nunca volvió a recuperar sus niveles previos.
La liberalización y posterior apertura del mercado financiero implicaron la abolición de los controles oficiales
sobre la tasa de interés doméstica, elevándola por sobre el nivel de la internacional, y el masivo arribo de
capitales externos con fines especulativos. A eso contribuyó también la autorización oficial a la proliferación
de entidades financieras sin requisitos básicos y la instauración de una garantía estatal a los depósitos
privados.
Desde entonces, como afirman Schorr y Ortiz, el sector financiero interno se volvió un actor clave en la
absorción y reasignación de recursos, pues el Estado dejó de financiarse por medio del Banco Central (BCRA)
y le permitió otorgar créditos, mientras los depósitos tenían garantía estatal. Así, la tasa de interés pasó de
estar regulada por el BCRA a ser determinada en el mercado.
A esto se sumó, hacia 1978, la implementación de un esquema de fijación del tipo de cambio a futuro que
permitió a los capitales externos desplegar una operatoria para ingresar al país, hacer depósitos en el
mercado financiero local en pesos a plazos ínfimos y remitirlos luego al exterior con los intereses ganados,
en moneda extranjera.
Solo las empresas capaces de reasignar el crédito y el excedente económico hacia este mecanismo se
beneficiaron con esta política.
Abolidas las regulaciones que buscaban escindir las finanzas de la inversión productiva y las destinadas a
amortiguar el efecto de los ciclos internacionales en un mercado local relativamente autárquico, un grupo
reducido de las principales empresas industriales, financieras y agropecuarias nacionales y extranjeras inició
un proceso de concentración financiera, integración técnico-productiva, centralización decisoria y
diversificación sectorial. Esto les permitió convertirse en o consolidarse como grandes GGEE locales o
transnacionales diversificados e integrados, capaces, por su liderazgo sectorial e inserción en múltiples
sectores económicos, de comandar enormes porciones del ingreso nacional uniendo múltiples ámbitos de
valorización, diversificando riesgos y beneficios en la producción y el sistema financiero a escala global.
La injerencia de estos grupos se volvió determinante en la vida económica, social y política del país a partir
de entonces, habida cuenta de su poder de veto gracias a su control de facto sobre el aparato productivo
nacional. Iniciando una tendencia que se consolidará en las décadas subsiguientes, estos conglomerados
concentraron su radio de acción en sectores cuya competitividad se asentaba sobre ventajas naturales, como
los que integran la cadena agroindustrial, o construidas a costa del ahorro nacional durante la
industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), como el acero y la petroquímica así como otros insumos
clave demandados, en una primera instancia, por las empresas estatales o por sectores fuertemente
protegidos como el automotriz.
Por otra parte, un tipo de cambio bajo asentó un marco de dificultades extremas para todos los sectores
productores de bienes que podían enfrentar competitivamente la oferta importada o no tenían la
envergadura requerida para desplegar estrategias alternativas. Cabe señalar que eso impactó mucho más
acusadamente en el sector fabril, sobre todo el pequeño y mediano más especializado Cabe señalar que eso
impactó mucho más acusadamente en el sector fabril, sobre todo el pequeño y mediano más especializado.
Mientras el entramado productivo adoptó un esquema crecientemente concentrado, los flujos de deuda
contraídos con el exterior por el Estado y el sector privado se renovaron continuamente y compensaron en
las cuentas externas del país el creciente déficit comercial generado por la apertura y el atraso cambiario.
La crisis fue inevitable en cuanto se limitó nuevamente el crédito a las economías periféricas: hacia 1978 se
inició un proceso de aumento en las tasas de interés de Estados Unidos, que en 1981 alcanzaron los más altos
valores históricos hasta hoy. Desde entonces, el atractivo de ese país como plaza para colocaciones
financieras absorbió toda la liquidez internacional, en un proceso que determinó las persistentes crisis de
financiamiento en América Latina durante la que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL-ONU) llamó “la década perdida” de 1980.
Ante la crisis del modelo macroeconómico que llegó con la nueva década, se inició la estatización de la deuda
externa e interna privada, profundizada en 1982 por resoluciones del BCRA, presidido por Cavallo, cuyo rol
será protagónico en los 90. La estatización se instrumenta a través del compromiso del Estado nacional de
obtener divisas por cualquier medio y venderlas por debajo de su valor, financiando así la licuación de los
pasivos privados con el erario público.
Puede afirmarse que el destino privilegiado que tuvo el excedente apropiado durante el período por las
fracciones favorecidas por este conjunto de políticas económicas, incluida la estatización de la deuda privada,
fue la fuga de capitales al exterior.
Hacia el fin del último gobierno militar, la macroeconomía retornó a un esquema de vínculos limitados con
el mercado mundial, en este caso debido al encarecimiento de las importaciones y a las restricciones
impuestas por el alto nivel de endeudamiento externo.
En el marco de la concentración y reestructuración regresiva (y selectiva) del aparato fabril, crecieron los
sectores industriales promovidos por las políticas públicas, productores de bienes intermedios como
celulosa, acero, aluminio, petroquímicos, cemento, petróleo y derivados, varios con destino a la exportación.
Para éstos, el mercado interno ya no era un destino privilegiado, y los salarios, por lo tanto, eran más costos
de producción que determinantes de la demanda que enfrentaban. Asimismo, estos sectores, liderados por
conglomerados nacionales y extranjeros de actuación local, generaban poco empleo
por ser muy capital-intensivos (con una inversión en capital físico muy superior a la realizada en contratación
de trabajo humano).
En síntesis, la política económica y represiva de la dictadura promovió, primero, la profundización del proceso
de concentración y centralización del capital, fundamentalmente sobre la base de una transferencia de
ingresos desde el sector asalariado al capital; segundo, el estancamiento y la desindustrialización de la
economía y la financiarización e internacionalización de una gran parte del excedente controlado por la
fracción dominante local; y tercero, el agravamiento de los desequilibrios macroeconómicos en los órdenes
externo y fiscal, derivados del creciente peso del endeudamiento. El endeudamiento externo promovido por
el Estado no se orientó a superar los límites del proceso de industrialización vigente sino a quebrarlo,
privilegiando la valorización y la internacionalización financiera del capital. Existe hoy una controversia sobre
la naturaleza de la interrupción del proceso de industrialización en el país: algunos autores postulan la tesis
del “agotamiento” del modelo sustitutivo por sus propios límites en el nuevo contexto internacional; otros,
el papel decisivo de la política económica de la dictadura. El proyecto refundacional de la dictadura originó
un nuevo bloque de poder, formado por dos tipos de actores con características e inserciones diferentes: la
banca acreedora externa y los conglomerados económicos nacionales y extranjeros de actuación local,
beneficiarios de dicha deuda y de las transferencias fiscales implementadas por la dictadura.
Este nuevo bloque pasó a ejercer decisivos niveles de poder político y económico, que condicionaron
crecientemente la institucionalidad democrática iniciada en 1983.
Además, se impusieron las primeras medidas de gobierno. Se declaró la caducidad de los mandatos de las
autoridades constitucionales en los ámbitos nacional, provincial y municipal, la cesación de las funciones de
diputados y senadores y de los concejos deliberantes comunales de todo el país, la remoción de los miembros
de la Corte suprema de Justicia y la suspensión por tiempo indeterminado de las actividades políticas y
gremiales. Se intervinieron la CGT y la CGE.
Personal de las fuerzas armadas se hizo cargo de los gobiernos provinciales y municipales, al tiempo que se
producían arrestos masivos de funcionarios del gobierno depuesto. La ex presidenta fue llevada a Neuquén
en carácter de detenida, y numerosos ex funcionarios fueron encarcelados.
De inmediato, las medidas represivas se extendieron al ámbito laboral y político. Se suspendió el derecho de
huelga, se eliminó el fuero sindical y muchos dirigentes gremiales fueron detenidos. Por otra parte, se
prohibió, en forma absoluta, a cinco pequeños partidos de extrema izquierda y se disolvieron instituciones y
organizaciones políticas, culturales y estudiantiles calificadas de “marcada tendencia marxista”, entre las que
predominaban las ligadas a la tendencia revolucionaria del peronismo.
En adelante, el ejercicio del Poder Ejecutivo Nacional estaría a cargo de una oficial superior de las FF.AA.
designado por la junta. El presidente tendría atribuciones legislativas, contando con el apoyo de una comisión
de asesoramiento legislativo. La junta también se reservaba la designación de los miembros de la Corte
Suprema de Justicia, del Procurador General de la Nación y del fiscal de investigaciones administrativas.
Se designó a Videla como presidente de la Nación, quien retuvo, además, el cargo de comandante en jefe del
Ejército. Martínez de Hoz se sumó a su gabinete como Ministro de Economía. A los pocos días se anunció un
plan económico cuyo éxito pasaba a estar condicionado por el mantenimiento del nuevo modelo político.
A un mes del golpe, el embajador norteamericano, Robert Hill, había elevado al Departamento de Estado un
documento secreto analizando el nuevo plan económico. Estimaba que la liberalización económica era
propicia para los intereses norteamericanos, por lo que proponía el apoyo del EximBank y el respaldo para
reprogramar la deuda Argentina había elevado al Departamento de Estado un documento secreto analizando
el nuevo plan económico. Estimaba que la liberación económica era propicia para los intereses
norteamericanos por lo que proponía el apoyo del Extin Bank y el respaldo para reprogramar la deuda
Argentina.
El régimen militar sería un esquema de poder político novedoso. Cada repartición pública se convirtió en un
coto cerrado del Ejército, la Armada o la Aeronáutica. Por otra parte, el presidente quedó bajo la autoridad
de las fuerzas armadas, las que, a su vez, afirmaron su autonomía con respecto al Poder Ejecutivo.
La arbitrariedad fue una de las características salientes del proceso. La Junta Militar se atribuyó potestades
para reformar la Constitución, dictar leyes, resoluciones, etc, cubiertas bajo el rótulo de “actos
institucionales''. Precisamente, mediante una de estas, dictada el 23 de junio, se sancionó con la pérdida de
los derechos políticos y gremiales, la inhabilitación para ejercer cargos públicos, la prisión y la prohibición de
administrar sus bienes personales a una larga lista de figuras políticas y sindicales.
También se modificó el código penal incorporando la pena de muerte.
Videla afirmó como prioritaria la lucha contra la llamada “subversión''. La lucha subversiva adquirió
caracteristicas de un terrorismo de Estado sólo limitado por los hechos y por la voluntad de quienes ejercían
el poder. Por otra parte, la represión se encontraba descentralizada y compartimentada de hecho y de
derecho. Se establecieron zonas de operaciones que eran rastrilladas en busca información, recurriendo al
interrogatorio de sospechosos bajo torturas, ejercitando represalias contra familias enteras y ejecutando a
rehenes. Cada fuerza armada parecía actuar con entera independencia junto a los servicios de información
del Estado y la policía federal y provincial. A ellos se agregaron las fuerzas parapoliciales vinculadas a la
ultraderecha.
Los “subversivos” o sus supuestos simpatizantes eran capturados en sus domicilios o lugares de trabajo. Entre
los sitios de detención existían centros clandestinos. De este modo, los detenidos, entraban en una zona
oscura donde toda intervención jurídica humanitaria se volvía casi imposible. Por su parte, las autoridades
respondían a los reclamos de los familiares afirmando el desconocimiento del paradero de las víctimas. Esta
metodología represiva, mantenida en secreto, dio origen a la nueva figura del detenido-desaparecido.
No había reconocimiento oficial de las ejecuciones. En general, se apelaba a eufemismos para informar
operaciones casi siempre fatales para los presuntos guerrilleros. Las escuetas informaciones sólo daban el
número de los muertos, pero no su identidad. Casi cotidianamente, se informaba sobre la aparición de
cadáveres en lugares no frecuentados. Cuando, con posterioridad, dejaron de aparecer, el silencio fue la
respuesta oficial a los reclamos de los familiares.
Mediante la llamada “Operación Cóndor”, una acción conjunta de las fuerzas armadas de los países del Cono
Sur, se realizaron también maniobras ilegales que involucraban a ciudadanos extranjeros o argentinos en el
exterior.
Los secuestros y asesinatos se dirigían, sobre todo, a sectores presuntamente vinculados a la guerrilla, pero
también a militantes combativos del peronismo o de organizaciones de izquierda de distinto tipo, e incluso
de otros partidos, como los radicales.
Corrieron igual suerte hombres de la cultura, abogados defensores de militantes políticos o de desaparecidos,
periodistas, activistas sindicales, estudiantes y ciudadanos que, por cualquier razón, cayeron bajo la sospecha
del aparato represivo. También se secuestraron a hijos nacidos en prisión de detenidas-desaparecidas, que
fueron entregados a familias de militares represores o de gente allegada al gobierno.
La persecución se hizo extensiva también al campo de la cultura. La censura afectó a los medios de
comunicación de masas controlados férreamente por el Estado. Éste control incluyó a la Secretaría
Información Pública (SIP) conducida alternativamente por la Armada y el Ejército. Cada canal o emisora
ejercía la censura mediante disposiciones internas, recomendaciones, sugerencias o “listas negras”.
El inflexible control ideológico apuntaba, entre otros objetivos, a un cambio en la mentalidad de los
argentinos: debía quebrarse la memoria colectiva en tanto estaba ligada a las identidades sociales y políticas
de un ciclo histórico a cuya clausura definitiva aspiraba el proceso.
El ámbito educativo también fue sometido al mismo control axfisiante. Para el régimen militar, la subversión
tenía una de sus raíces ideológicas en los colegios y universidades. La persecución ideológica se acentuó en
el nivel universitario. La desaparición, la cárcel o el exilio afectaron a cientos de estudiantes, profesores e
investigadores. El “saneamiento” del cuerpo docente fue acompañado por el de los contenidos. Se debió dar
paso a una educación autoritaria donde se privilegiaba lo jerárquico y elitista.
Pese al manto de silencio con el que se pretendió encubrir la metodología de la lucha contra la subversión,
comenzaron a trascender sus características. Algunas personas detenidas, luego liberadas, y las primeras
denuncias efectuadas por las organizaciones defensoras de los derechos humanos alertaron sobre la
existencia de campos de detención clandestinos, hasta entonces desconocidos por el grueso de la población.
Sin embargo, la primera oposición seria al terrorismo estatal provino del exterior. El nuevo presidente
estadounidense, James Carter, asumió el poder en enero de 1977 dispuesto a cambiar las prioridades de la
política norteamericana para América Latina. La abierta y pública presión sobre la dictadura de Videla se
tradujo, contradiciendo la primera reacción de la embajada norteamericana en Buenos Aires, en la reducción
de ayuda militar y en sanciones económicas al país.
El gobierno intentó impedir la actividad de los organismos defensores de los derechos humanos. En diciembre
del 77, luego de que el movimiento Ecuménico realizara una misa por los desaparecidos, varios de sus
dirigentes fueron detenidos, entre ellos dos monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, y a la fundadora
de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor. El secuestro de las francesas causó un revuelo internacional
que el gobierno trató de atenuar atribuyendo el operativo a los Montoneros.
Sin embargo, la presión internacional enjuiciando a la violación de los derechos humanos no se interrumpió.
Pese a ser impulsada por los EE.UU, el gobierno militar la atribuyó a una campaña de difamación financiada
por la subversión marxista. Por otra parte, juzgaba que las preocupaciones de otros gobiernos u organismos
internacionales constituyen intromisiones en los asuntos internos del país.
De todos modos, en septiembre de 1977, Videla viajó a EE.UU. Finalizando su viaje, el presidente, ante la
televisión estadounidense, aceptó parcialmente la responsabilidad del gobierno por las desapariciones, a las
que consideró resultantes de “excesos cometidos en la represión” .
El Mundial de 1978 fue instrumentado para lograr consenso y apoyo social. El sesgo monetarista de la política
económica estaba provocando recesión y caída de la producción industrial. Comenzaron las manifestaciones
de conformidad. En este marco, el régimen trató de capitalizar el triunfo deportivo apelando al “espíritu del
mundial” como condición para abandonar el pesimismo. Una gran parte de la opinión pública de los países
europeos participantes en la competencia, y las campañas de las organizaciones internacionales de defensa
de los derechos humanos para boicotear el Mundial y desalentar el turismo inquietaban a las autoridades
militares. El gobierno debió costear su propia campaña para mejorar su imagen en el mundo.
Dos temas dividían a la cúpula del régimen: la salida política y el control del poder militar. A fines de mayo
de 1977, Videla anunció la intención de establecer un diálogo “amplio y generoso” con todos los sectores de
la opinión pública, “salvo los corruptos y subversivos”.
Uno de los aspectos de esta contienda interna giraba entorno al asunto de “el cuarto hombre”. Se trataba de
modificar el esquema de poder, de manera que el presidente tuviera una autoridad superior a la de la Junta.
En cambio, Massera, pretendía que “el cuarto hombre” estuviera bajo los dictados de la Junta como órgano
supremo de la Nación. Gradualmente, Videla pareció afirmarse en el propósito de transformarse en el cuarto
hombre con poder sobre la Junta.
La sucesión de Videla al frente de la comandancia en jefe del Ejército significó otro conflicto: la designación
de Viola, proclive a las negociaciones con dirigentes políticos, no contó con el consenso de varios de los
generadores “duros” de las fuerzas y de Massera. Éste, por su parte, abandonó la Junta en septiembre.
Como secuela de este período conflictivo, las intenciones de institucionalización del país fueron dejadas de
lado.
En las instancias más críticas del conflicto con Chile, el tema de los derechos humanos puso al desnudo en
aislamiento de la Junta. Probablemente la necesidad de mejorar la imagen del país movió la Junta Militar
invitar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a visitar el país. Previamente el gobierno
preparó el terreno trasladando a varios prisioneros y desmantelando algunas cárceles clandestinas. También
allanó varias entidades defensoras de los derechos humanos. La CIDH, integrada por destacados juristas
americanos, debía escribir y recopilar información sobre el tema, transmitirle a los países integrantes de la
OEA y redactar un informe sobre las actividades desarrolladas.
Visitó cárceles legales y centros de detención militares, y comprobó la existencia de inhumaciones
clandestinas en ciertos cementerios. Pero la actividad que tuvo mayor resonancia fue la recepción de
denuncias por parte de los familiares de detenidos desaparecidos. El informe respectivo fue presentado y
aprobado por la Comisión en abril de 1980. Sus recomendaciones y conclusiones constituyeron un grave
enjuiciamiento de los procedimientos del gobierno militar.
La dictadura reaccionó prohibiendo la circulación del informe, aunque permitió la difusión de una versión
lavada y acompañó de una refutación escasamente convincente. De hecho, la amonestación de la comunidad
americana significó para el gobierno una derrota en el terreno de las naciones internacionales.
La sucesión presidencial se constituyó en un tema que acentuó las divergencias existentes entre los jefes
castrenses. Luego de un mes sin acuerdos, la Junta Militar nombró a Viola para que sucediera Videla en marzo
de 1981. La sucesión presidencial se constituyó en un tema que acentúa las divergencias existentes entre los
jefes castrenses. Sin acuerdo, la junta militar nombró a viola para que sucediera Videla en marzo de 1981.
La enfermedad cardíaca de Viola fue el argumento para desplazarlo del poder. La designación entonces de
Galtieri, evitaba los conflictos dentro de las FF.AA, y aparentemente consolidaba el frente interno militar. En
su gabinete destacaba el ministro de Economía, Roberto Alemann, lo que significaba el retorno de un liberal
ortodoxo al manejo de dicha área.
Al hacerse cargo del gobierno, Galtieri reconoció la pérdida de credibilidad del proceso. Entonces desplegó
una estrategia orientada hacia tres objetivos.
1) Consolidar el poder presidencial, nombrando gobernadores adictos y rompiendo con el sistema de
distribuir los cargos proporcionales a la fuerzas armadas..s
2) Si bien ratificó la promesa de la apertura electoral, se preocupó por mantenerlo bajo control oficial.
3) Impulsó la formación de un partido heredero del proceso, integrado por figuras del liberalismo, del
conservadurismo y de partidos provinciales afines.
En el ámbito laboral el enfrentamiento con el gobierno se acentuó durante marzo. Todo derivó, el 30 de
marzo, en una movilización y concentración en Plaza de Mayo convocada por la CGT. La protesta gremial
comenzaba a dejar atrás el miedo masivo que hasta entonces la había paralizado.
Dos días después, se inició la guerra de Malvinas, en una acción que “representaba una reivindicación
legítima de un gobierno ilegítimo”. Se trataba de consolidar el deteriorado frente interno mediante un triunfo
improbable.
La euforia popular acompañó la aventura militar. Entre el 2 y el 4 abril muchos manifestantes celebraron los
acontecimientos en la Plaza de Mayo. La situación era paradójica: el gobierno dictatorial que había denostado
a los políticos durante años, acudía a ellos ahora para promocionar la causa emprendida. Por su parte, los
políticos, postergando sus reclamos contra el régimen, ofrecían su apoyo.
Los medios de comunicación, bajo control del gobierno, acompañaron el episodio bélico con un desbordante
triunfalismo. En las islas había un solo periodista autorizado, De modo que la información era parcial y escasa.
El desembarco británico en las Islas Malvinas, entre el 20 y el 21 de mayo, fue el preanuncio de una derrota
que los militares argentinos habían estimado imposible.
Finalmente, el 14 de junio el general Menéndez firmó la capitulación. Era la peor derrota militar de la historia
argentina. La sociedad recibió la noticia de la derrota con estupor, ya que la campaña publicitaria oficial había
hablado hasta ese entonces de una supuesta ventaja argentina en las acciones bélicas. La fugaz reconciliación
del pueblo con el gobierno detrás de una causa nacional quedó pulverizada.
Por su parte, Galtieri, en lugar de abandonar el poder como principal responsable del desastre militar, decidió
convocar al pueblo a Plaza de Mayo. Sin embargo, bajo la presión del ministro del interior, desistió de su
propósito de hablar a la concurrencia y dirigió su mensaje por televisión. Quienes se habían hecho presentes
en la plaza fueron reprimidos y se retiraron manifestando consignas contra el gobierno, la policía y las fuerzas
armadas.
Dentro de las fuerzas armadas comenzó el cuestionamiento a la actitud del presidente. Finalmente, se decidió
remover a Galtieri y le quitaron la atribución para designar a su reemplazante. A partir de entonces, el
régimen ingresó en una etapa de rápida descomposición.
La búsqueda del sucesor de Galltieri fue extremadamente crítica. Cada una de las armas tenía un plan y su
candidato. En definitiva, la Armada y la Fuerza Aérea decidieron su desvinculación de la Junta Militar y el
Ejército decidió hacerse cargo del Ejecutivo designando a Bignone como nuevo presidente.
Para esta nueva etapa el Ejército se propuso como único objetivo “institucionalizar la Nación, en el menor
tiempo posible, el que será acordado con los dirigentes políticos, en función de los pasos necesarios para la
organización de los partidos.”
Previo a su asunción, Bignone se reunió con los dirigentes políticos. Se comprometió a anular la vida política
y fijó para marzo de 1984 el momento de la institucionalización del país.
El nuevo gobierno debía encarar, entre otros, dos problemas fundamentales. Por un lado, la fijación de un
calendario que desembocara en la salida electoral. Por otro, debía concentrar un retiro ordenado del
gobierno, sin investigaciones ni sanciones para los militares gobernantes durante esos años. Era fundamental
salvar algunos aspectos del pasado y negociar alguna seguridad.
También, era necesaria la recomposición de la Junta Militar en función de una salida “ordenada, concentrada
y compartida”.
En septiembre, tras el relevo del comandante en jefe de la Aeronáutica y del retiro del comandante de la
Armada, los jefes reemplazantes se integraron a la nuevamente reconstituida Junta Militar.
La derrota de Malvinas se convirtió en otra herida abierta para las FF.AA. Desde el regreso de los 6300
prisioneros retenido por los británicos, se difundieron versiones que destacaban la improvisación y la
ineptitud de los mandos que condujeron las operaciones. Los reclamos para formar una comisión
investigadora fueron atendidos. El 25 de noviembre, la Junta Militar creó una comisión especial encargada
de analizar las responsabilidades políticas y militares de la derrota.
Por otra parte, el tema de las violaciones a los derechos humanos adquirió un inusitado protagonismo.
En octubre, pese a la prohibición oficial, por primera vez un acto masivo por los Derechos Humanos
denominado marcha por la vida congregó a miles de manifestantes en el centro de Buenos Aires; y en los
primeros días de noviembre varios gobiernos europeos reclamaron por la vida de personas oriundas o
nacidas en el viejo continente.
Mientras, la situación política se deslizó una confrontación entre civiles y militares. El gobierno anunció un
listado de temas para concertar en los partidos políticos. Entre los que figuraban la vigencia del estado de
sitio, el cronograma electoral, la lucha antisubversiva, los desaparecidos y la deuda externa. La
Multipartidaria rechazó la concertación y Bignone, si bien dispuso adelantamiento de los comicios para el
último trimestre de 1983, se mostró intransigente en mantener las condiciones para la concertación. La
reacción fue convocar a la “Marcha de la Civilidad”. Los manifestantes pretendían entregar al gobierno un
petitorio en el que se destacaban dos reclamos: la rectificación de la política socioeconómica y la realización
de las elecciones nacionales en julio del 83. La marcha fue reprimida.
En abril 1983, la Junta Militar fecidió efectuar su descargo con respecto a las consecuencias de la represión.
Dio a conocer un acta institucional en la que los mandatos superiores de las FF.AA. asumían públicamente su
responsabilidad en la lucha contra la subversión, declaraban muertas a las personas desaparecidas y negaban
la existencia de “lugares secretos de detención”, a la vez que procuraban cerrar las posibilidades de
investigación y comparecencia ante la justicia de militares involucrados en la represión. El documento
provocó un repudio generalizado tanto nacional como internacional.
Bignone no desistió de su propósito de brindar una cobertura al elenco militar involucrado en la lucha contra
la subversión. El 23 de septiembre 1983 sancionó la Ley de Amnistía, denominada por el público como “ley
de autoamnistía”- Ésta significaba la absolución de los militares por los delitos cometidos. La dirigencia
política y las entidades de derechos humanos rechazaron la legislación.
Tras el golpe militar, hubo una batería de leyes prohibitivas que se puso en marcha: se suspendió la actividad
sindical y se prohibió el derecho constitucional de huelga, así como fue decretada la intervención militar de
la CGT, y de varias entidades gremiales como la UOCRA, la UOM, la AOT y FOETRA.
La represión del movimiento obrero fue ejercida de manera selectiva. Numerosos dirigentes y medios
activistas fueron secuestrados o asesinados clandestinamente. Por otro lado, se puso en prisión o amenazó
a las dirigentes nacionales de los sectores moderados u ortodoxos, acusándolos de corrupción.
Paralelamente a la represión, la dictadura no desestimó la posibilidad de montar un aparato sindical dócil a
sus propósitos. Para ello buscó la cooptación de dirigentes gremiales de organizaciones no intervenidas.
Hacia septiembre de 1976, el cercenamiento de las conquistas sociales y las consecuencias de la política
económica provocaron reacciones en el movimiento obrero, quienes llevaron a cabo huelgas en demanda de
mejoras salariales, entre otras. Varios delegados gremiales fueron despedidos y secuestrados, lo que provocó
un momentáneo reflujo de la protesta. Sin embargo, a principios de 1977, los obreros de luz y fuerza se
manifestaron por las calles contra la dictadura militar, que reaccionó sancionando a numerosos trabajadores
mediante la aplicación de la Ley de Seguridad.
En febrero, cuando el gobierno parecía dispuesto a entablar negociaciones con los obreros, el principal
dirigente del gremio, Oscar Smith, fue raptado en la vía pública, pasando a integrar la lista desaparecidos.
Con este secuestro la protesta se desdibujó.
En ese mismo año, tomó estado público el primer documento donde el movimiento obrero planteaba su
posición frente al gobierno militar de manera moderada el documento detallaba los reclamos obreros:
aumentos salariales, convocatoria a partidarias, libertad de los presos gremiales sin causa, etc.
En el curso de 1977, la CGT fue disuelta. En un marco de desarticulación de la estructura sindical, las entidades
gremiales dieron sus primeros pasos buscando reorganizarse. En marzo de 1977 aparece “El grupo de los 25”,
que nucleaba a los representantes de gremios menores, que en general lo habían sido intervenidos.
Gradualmente, este grupo adoptará un perfil confrontativo en el gobierno. Por otra parte, en abril del 78, los
representantes de los principales gremios intervenidos acordaron su propia agrupamiento en la “Comisión
de Gestión y Trabajo”, la cual procuró una estrategia dialoguista.
De esta manera se formaliza la división del movimiento obrero , circunstancia que perdurará hasta el final de
la dictadura.
La convocatoria al encuentro anual de la OIT, en 1979, marca un nuevo hito en la profundización del
enfrentamiento entre la dictadura y el movimiento obrero. En esta oportunidad el foro internacional de
trabajo recibió las denuncias sobre la violación de la legislación laboral por parte de la dictadura y produjo
un despacho sancionado al gobierno argentino.
A finales de 1980 algunos dirigentes obreros decidieron reconstruir finalmente la CGT. La organización se
propuso la recuperación de las organizaciones gremiales y la acentuación del enfrentamiento con el gobierno
militar.
La confrontación con la dictadura se fue intensificando a lo largo de 1981. El movimiento obrero se catapultó
como eje de la protesta nacional, arrastrando tras sus consignas a vastos sectores de la población. Varios
partidos políticos adhirieron a la convocatoria cegetista: el justicialismo, la democracia cristiana, Los
intransigentes, los comunistas y distintas fracciones de la izquierda.
A mediados de febrero de 1982 la central obrera dio un nuevo paso en su estrategia de enfrentamiento a la
dictadura. La movilización del 30 de marzo constituyó una expresión multitudinaria de oposición al régimen
militar. Los objetivos de la convocatoria excedían los reclamos estrictamente gremiales: se exigía “el derecho
soberano de aspirar a una vida digna, en un marco de desarrollo con justicia social que permita recuperar el
aparato productivo, salarios dignos para activos y pasivos, etc.”.
La movilización, reproducción las principales ciudades de las distintas provincias, tuvo el acompañamiento
de otros sectores de la población. El fuerte dispositivo de seguridad expuesto en Buenos Aires no impidió
que gran cantidad manifestantes arribarán al centro de la ciudad. La represión fue violenta, sin embargo el
aparato represivo ya no parecía ser suficiente para suprimir la manifestación abierta de los reclamos.
En ese sentido, la jornada del 30 de marzo, marcó una inflexión en la situación política.
Los últimos paros generales de la dictadura lograron el cese de la actividad laboral total, siendo decisivo el
paro de los transportes . También alcanzó a las plantas fabriles, al comercio y a las empresas de servicios.
A lo largo del régimen militar, el sindicalismo mostró una dualidad entre la actitud más “combativa” y una
actitud más “abierta al diálogo”. Sin embargo, un aspecto en que las dirigencias de ambas vertientes
mostraron una coincidencia es que ninguna de ellas se comprometió decididamente con el reclamo por los
derechos humanos. Llamativa la ausencia de un compromiso mayor con el tema, dado que la mayoría de los
desaparecidos provenían del movimiento obrero y en muchos casos habían sido directivos sindicales e
integrantes de comisiones internas.
Para los ciudadanos comunes, especialmente, los sectores populares, la situación se tornó muy difícil. El ciclo
de movilizaciones populares iniciado en 1969 estaba en franca declinación hacia 1976. La posterior
desarticulación del aparato sindical, la fragmentada reacción de los sectores obreros y la tardía movilización
de las fuerzas políticas, dieron lugar a nuevas formas de participación: los movimientos de autoayuda y
autodefensa ante situaciones extremas, sobre todo en el gran Buenos Aires, aportaron experiencias
originales de participación popular dentro un marco represivo. Gente automovilizada desde abajo, casi sin
necesidad de líderes, conquistó un espacio ajeno a los deteriorados canales institucionales. De todos modos
estas nuevas formas de participación no llegaron articularse en una orgánica oposición al régimen.
La hibernación política se prolongó hasta 1981. En junio de ese año la UCR lanzó una convocatoria
aprovechando el deshielo que insinuaban la gestión de Viola. El documento radical convocaba a todos los
sectores políticos y sociales para elaborar una estrategia que permitiera la institucionalización democrática
del país. Eso derivó en un cónclave político integrado por el radicalismo, el justicialismo, la democracia
cristiana y el partido intransigente, que reclamó la vuelta al Estado de Derecho, en el marco del pluralismo
democrático. Así nació la denominada “Asamblea Multipartidaria”, cuya dirección se componía de tres
representantes de cada una de las fuerzas políticas integrantes.
Sin embargo, la reunión de la política no fue acompañada por una activa movilización contra el régimen. Lo
omisión del tema de la violación de los Derechos Humanos en la lista de exigencias de la Multipartidaria
mostraba las orevenciones de la dirigencia política.
Al fallecer Balbin (artífice de la Multipartidaria) en septiembre 1981, el radicalismo inició una nueva etapa en
su historia. El centro del poder partidario se fue desplazando hacia la corriente liderada por Alfonsín: el
Movimiento de Renovación y Cambio. Este se proponía avanzar sobre el peronismo y ganar espacios en el
sistema político. A la vez, atacaba frontalmente a las fuerzas armadas, acusándolas de estar aliada con las
minorías y el gran capitalismo internacional.
Febrero 1982, Galtieri dio el paso más firme hacia la formación de un partido oficial. Se trataba de conformar
el partido heredero del régimen.
Mientras tanto, en el radicalismo y el peronismo el discurso contra el régimen se tornó más incisivo, a la vez
que acentuaban su distanciamiento con el gobierno. Sin embargo fue necesaria la derrota de Malvinas para
que la sociedad, hasta entonces mayoritariamente pasiva, volviera a interesarse por los asuntos políticos.
En 1983, Alfonsín, dispuesto a derrotar al peronismo, diseñó la estrategia de la UCR, enfatizando la oposición
entre democracia y autoritarismo. La concepción alfonsinista de avanzar hacia una construcción de un
sistema democrático logró el paulatino vuelco a su favor de la ecuación electoral.
Una denuncia de Alfonsín, en línea con dicha estrategia, contribuyó al triunfo electoral del radicalismo: 8
meses antes de la elección, hizo creíble la afirmación de la existencia de un pacto sindical militar.La
identificación de Alfonsín con los reclamos del movimiento por los Derechos Humanos fue otro aporte al
éxito, pues el peronismo fue dejando de lado ese tema.
A diferencia el radicalismo, el justicialismo emergía de la lucha por definir candidaturas con heridas internas,
con la desorientación de gran parte de su militancia y con una fórmula presidencial que parecía cautiva del
sindicalismo. La intolerancia y las prácticas antidemocráticas de la interna peronista tuvieron su influencia en
las decisiones del electorado el 30 octubre 1983.
Llas elecciones ratificaron la polarización entre los dos partidos mayoritarios. Dentro del espectro de la
izquierda, sólo el Partido Intransigente realizó una elección destacable en la Capital y en la provincia de
Buenos Aires. El Partido Comunista apoyó oficialmente la fórmula justicialista. Sin embargo, muchos de sus
afiliados y simpatizantes, como otros segmentos de la izquierda, apoyaron la propuesta democratizadora de
Alfonsín. La derecha no tuvo mejor suerte, la Unión de Centro Democrático, expresión más ortodoxa del
liberalismo conservador, tuvo un comportamiento electoral parecido al de los intransigentes. Alsogaray, líder
ucedeista, a había afirmado que el triunfo alguno de los partidos mayoritarios significaría un desastre.
Un porcentaje considerable de la derecha, votó contra un eventual gobierno peronista, optando por Alfonsín
considerado como “un mal menor”.
A mediados de 1980, estaban dadas las condiciones para normalizar la UIA y se efectuaron elecciones para
regularizar las autoridades de distintas cámaras sectoriales decisivas. En general, los comicios consagraron
una mayoría de agentes pertenecientes al MIA. Sin embargo, el gobierno postergó la normalización hasta la
finalización del período de Videla y de Martínez de Hoz, quienes no estaban dispuestos a que la entidad,una
vez legitimada ante sus representados y aún siendo conducida por empresarios tradicionales, se opusiera su
política.
Por fin en los últimos meses el gobierno de Videla la organización fue normalizada. Al convocarse a
elecciones, se confeccionó una lista única encabezada por Jacques Hirsch, dirigente de la antigua UIA,
acompañado por una mayoría de miembros del MIA. La UIA parecía haberse convertido en una entidad
reconocida por todos los industriales dentro de un panorama económico adverso para muchos de sus
sectores.
Sin embargo, pronto emergieron bloques enfrentados en el interior de la organización. Confrontando con la
corriente liberal del MIA apareció el Movimiento Industrial Nacional (MIN), producto de la fusión del MUI y
el MEDI. Esta enfrentamiento era la expresión de intereses poco compatibles entre sí y de la crisis de
representación que atravesaban las corporaciones formales en general, y la UIA en particular. De esta manera
la central empresaria se fue convirtiendo en una entidad poco apta para presionar o negociar.
El Consejo Empresario Argentino (CEA), por su parte, fue uno de los apoyos más firmes de la política
económica del gobierno de Videla. Adscribía al liberalismo económico y era políticamente conservador.
Martínez de Hoz ejercía la presidencia del Consejo cuando fue designado ministro de economía, y así pudo
llevar adelante su propio plan.
El gobierno del proceso no intervino, en cambio, a otra institución tradicional poderosa: la SRA. De esta
manera, las autoridades militares reconocieron el valor de su adhesión a APEGE, El poderoso frente liberal
que contribuyó a la desestabilización del gobierno de Isabel. Por otra parte, los militares recogieron todas las
reivindicaciones tradicionales de la gran burguesía agraria. Así lo entendió la entidad ruralista cuando
sostuvo, en 1976, que “la política económica puesta en ejecución por las fuerzas armadas propende, en el
marco del bien común, a estimular la actividad privada y la eficiencia general de la economía”.
Hacia 1978, los empresarios rurales inauguraron sus críticas a la política impositiva, las regulaciones
cambiarias y los efectos de la liberalización crediticia. Cuando el gobierno entre vio la posibilidad de que los
productores agrarios organizaran protestas contra la política impositiva, los llamó a la reflexión
advirtiéndoles que debían dejar de lado las prácticas utilizadas con anterioridad al 24 de marzo de 1976 como
los actos de desobediencia civil o las pretensiones de condicionar los actos de gobierno.
Sin embargo, la SRA no era la más agresiva en sus críticas a la gestión económica. Los propietarios,
mayormente criadores, enrolados en la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y la Pampa
(CARBALP) e integrados en las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) fueron más severos con sus
objeciones. Por su parte la Federación Agraria Argentina (FAA), que nucleaba los pequeños y medianos
productores rurales, desaprobaba totalmente la política económica. Estas actitudes diferían de las adoptadas
por la SRA que, más allá de la coyuntura, consideraba positiva la acción de la administración militar.
La SRA también expresó sus opiniones acerca de una posibilidad del regreso a la democracia. A principios de
1980, cuando eran notorias las desinteligencias entre los militares “aperturistas” y los opuestos a una salida
electoral, la entidad defendió la permanencia del gobierno militar.
Cuando el deterioro del sector agropecuario se hizo inocultable, diversas entidades redoblaron sus críticas.
Así se derrumbaron las expectativas optimistas de los productores rurales basadas en las afirmaciones
iniciales del gobierno militar que aseguraba una recuperación económica fundamentada en el desarrollo
agrario.
Esto no significó que los principales grupos empresarios no apoyaran en otros terrenos, particularmente el
de la política represiva, la actitud del gobierno. Así algunas de las principales instituciones corporativas como
la SRA, el Rotary Club, el CEA, entre otros, repudiaron la visita a Buenos Aires de la Comisión Interamericana
de los Derechos Humanos en septiembre de 1979.
Sin embargo, a pesar de las coincidencias ideológicas, la percepción de los grupos empresarios más
importantes acerca de los regímenes autoritarios comenzó a experimentar un cambio. La suma del poder
político en manos de los militares se tradujo en planteos tecnocráticos autoritarios o desembocó en
aventuras como la de las Malvinas, con la debacle consiguiente y la desintegración del régimen. Las FF.AA. se
convirtieron en un actor de conducta imprevisible y riesgosa para el empresariado.
Otra consecuencia derivada de los intentos del régimen militar por eliminar las formas convencionales del
quehacer político fue que, al suspenderse la actividad política, al intervenir o disolver algunas de las
corporaciones que hacían lobby en representaciones de determinados sectores, e igualmente varias
organizaciones Intermedias de distinto tipo, se suprimieron los canales a través de los cuales se vinculaba el
Estado con la sociedad. En su lugar, adquirieron relevancia otras vías que correspondían ámbitos privados
más o menos ocultos. De esta manera, según afirma Oszlak, las mediaciones institucionales que vinculaban
el estado con la sociedad civil fueron reemplazadas por una política de camarillas que se desarrollaba en los
“sótanos” del poder.
El año 1976 implicó un cambio significativo no tanto por el inicio de la dictadura más cruel y violenta de la
historia argentina del siglo XX, sino fundamentalmente por el comienzo de un proceso de reconversión
económica y social que era, en parte, un eco de la crisis mundial desatada en 1973 como consecuencia del
alza de los precios del petróleo. Este proceso avanzó de manera irreversible, aunque no linealmente,
recorriendo dictadura y democracia, transformando la sociedad argentina y alcanzando su climax en la
década de 1990 durante la presidencia de Carlos Saúl Menem .
Si bien es cierto que algunos atisbos de las orientaciones neoliberales que se impondrían en el último cuarto
del siglo XX ya asomaban en las políticas económicas implementadas por el ministro Celestino Rodrigo a
partir de junio de 1975 bajo la presidencia de Isabel Martínez de Perón, fue durante la gestión desde el
Ministerio de Economía de José Alfredo Martínez de Hoz cuando comenzaron a enunciarse y a aplicarse de
manera efectiva las políticas de desmantelamiento del Estado. El argumento central apuntaba a la
disminución del déficit del sector público y el redimensionamiento de la industria a partir de la reducción de
la protección arancelaria con el consecuente achicamiento del sector. Estas estrategias anticiparon y en cierta
forma comenzaron a crear el consenso social a las políticas neoliberales aplicadas plenamente durante los
'90 en el marco de un contexto nacional e internacional más favorable.
A partir del proceso abierto en 1976 se fueron abandonando las políticas que, desde los años cuarenta,
privilegiaban el pleno empleo, la demanda del mercado interno como factor de crecimiento sobre la base de
la protección de la industria sustitutiva y el papel del Estado como regulador del salario y como garante del
bienestar. hoy parece evidente que la quiebra de este modelo no mejoró la calidad de vida de la sociedad
argentina sino que, por el contrario, generó un proceso de exclusión social nunca visto antes que persiste
plenamente en la actualidad.
Si hace treinta años la Argentina era una nación sumergida en un profundo y grave enfrentamiento político,
pero que aún se pensaba a sí misma en términos de bienestar, de inclusión y de integración social, hoy es un
país fracturado socialmente que sólo apela a débiles políticas asistenciales para combatir la pobreza.
Claro que este complejo y discontinuo proceso de transformaciones económicas y sociales se desarrolló
durante regímenes políticos absolutamente diferentes.
El gobierno surgido del golpe de 1976, encabezado alternativamente por los generales Videla, Viola, Galtieri
y Bignone, al margen de los matices que los diferenciaban, nos retrotrae casi con seguridad a los peores años
vividos durante el último siglo. En ellos se impuso como norma el terrorismo de Estado y las libertades
públicas e individuales fueron violadas brutal y sistemáticamente como nunca antes. Desde un Estado
controlado por las Fuerzas Armadas, se profundizó la desintegración social al imponer un verdadero régimen
de terror que apelaba a la eliminación y desaparición sistemáticas de personas.
Sin embargo, que los militares hayan sido los principales responsables no implica perder de vista la
colaboración prestada por amplios sectores de la sociedad, ya sea mediante el apoyo explícito a la dictadura
o a través de silencios cómplices que ayudaron a conformar el consenso civil al nuevo régimen. Las evidencias
del apoyo de políticos, empresarios, obispos y periodistas al gobierno dictatorial son irrefutables. Pero el
mayor impacto fue el respaldo de amplios sectores de la sociedad civil a partir de dos acontecimientos bien
diversos, como el fútbol y la guerra, y con implicancias ulteriores tan disímiles. En primer lugar a
impresionante movilización popular en apoyo del seleccionado argentino durante el mes que duró el torneo
pudo aparecer como una manifestación de apoyo al propio gobierno militar, no tanto por ser un respaldo
explícito al régimen sino por contribuir a tender el velo que ocultaba la aberrante violación de los derechos
humanos. En segundo lugar, el consenso popular al régimen militar volvería a aparecer en circunstancias
diferentes durante Malvinas el 2 de abril de 1982, lo cual embarcó al país en su única y absurda guerra del
siglo XX. También fue una operación destinada a buscar un consenso social que se había perdido con bastante
rapidez.
La decisión, que subestimó absolutamente al rival elegido y demostró una pésima lectura de la coyuntura
internacional que indujo al gobierno a esperar confiado el apoyo de Estados Unidos, se apoyó en el reclamo
histórico de recuperación de las islas Malvinas, que diversos gobiernos habían efectuado desde que había
sido ocupada por Gran Bretaña en 1833, y explotó un adormecido pero latente espíritu irredentista del
pueblo argentino.
Precisamente, por ese irredentismo dormido tal vez no debería sorprender el masivo apoyo popular, muy
breve por cierto, tanto como duró la ilusión de la victoria. Este apoyo popular se vio favorecido por los
sentimientos nacionalistas y antiimperialistas latentes en la sociedad y por una formidable manipulación
mediática.
No menos difícil es comprender el masivo apoyo que, con matices y justificativos diversos, brindó casi todo
el arco político. Fuera por oportunismo político, por mera ingenuidad o por cierto espíritu nacionalista o
antiimperialista, el conjunto de la dirigencia política, con muy escasas excepciones, se encolumnó detrás de
los generales y contribuyó a legitimar la acción emprendida por la cúpula militar.
El desastre militar cambió rápidamente los humores de la población, de los medios de comunicación y de la
dirigencia política, y el apoyo se transformó en malestar y oposición, lo cual aceleró la caída del régimen.
No hubo gobiernos militares sin el apoyo civil. Esta conducta es definida por Hugo Quiroga como
"pretorianismo", un comportamiento de la sociedad que, a partir de la pérdida de legitimidad del orden
constitucional, manifiesta la escasa convicción de la ciudadanía por los valores de la democracia y la
aprobación de la participación militar en política. El asalto militar al poder en 1976 no sólo reflejaba las
endebles convicciones democráticas de la sociedad sino también un estado de incertidumbre frente a la
escasa autoridad de la figura presidencial, la parálisis del Parlamento, la poca incidencia de los partidos
políticos, el aumento generalizado de la violencia y el desboque de las variables económicas.
El régimen militar se proponía acabar con el rol "decisivo del Estado en la asignación de recursos y en la
distribución del ingreso", que pasaría a estar supeditado al funcionamiento de los mercados. Sin embargo,
sólo desde 1978, con la implementación de las políticas de estabilización monetaria, comenzaron a aplicarse
las experiencias de apertura financiera.
Esa política condujo a un alto y progresivo endeudamiento en dólares. Y si bien esta estrategia generó cierta
expansión de la economía, evitando en un comienzo el aumento del desempleo, pronto se evidenció frente
a la apertura comercial y al dólar barato la vulnerabilidad de los sectores productivos locales ante la
competencia extranjera. El fuerte proceso especulativo condujo en 1980 a una crisis financiera que provocó
la quiebra de varias instituciones bancarias, la fuga de los capitales privados y el aumento del endeudamiento
público, que se multiplicó por cuatro entre 1975 y 1980. Cuando en marzo de 1981 se abandonó la paridad
cambiaria, se ingresó en una fase de descontrol de la economía que desembocó en un proceso de devaluación
e inflación. La consecuencia más visible de esta política económica y financiera dio lugar a una creciente
desnacionalización de la riqueza.
Pero el mundo del trabajo no significaba solamente la resolución del problema de la "eficiencia" para el
gobierno militar, se trataba también de una cuestión de disciplinamiento. Esto implicaba tanto someter a los
obreros a un fuerte proceso de disciplina laboral como imponer el silenciamiento de las dirigencias gremiales
y políticas de los trabajadores. En este sentido, el régimen militar llevó adelante una durísima represión que
fue desde la ocupación militar de las plantas fabriles hasta la persecución y desaparición física de centenares
de militantes gremiales provenientes del peronismo combativo y de la izquierda. Frente a tamaña represión
la resistencia de los trabajadores se resintió notablemente aunque no desapareció y se manifestó de manera
menos visible y apelando a repertorios de confrontación no tradicionales
Los militares desestructuraron, además, el inmenso poder político y el control de instancias estatales que la
dirigencia sindical tradicional había alcanzado durante el último tramo del gobierno de Isabel Perón (altos
niveles salariales, en las condiciones de pleno empleo y en el mismo poder político acumulado a través de
los largos años en que primaron estas condiciones). El régimen militar se sintió al comienzo tan fuerte como
para no dialogar y reprimir. No obstante, la propia dinámica del proceso, que permitió en una primera etapa
la negociación salarial encubierta entre trabajadores y empresarios en tanto el mercado de trabajo
funcionaba a pleno, sumada a la necesidad del gobierno de legitimarse hacia el exterior, condujeron a los
militares a establecer una línea de diálogo con un sector del sindicalismo encabezado por el dirigente del
gremio plástico Jorge Triaca.
Hacia 1982 el régimen militar se hallaba debilitado en varios frentes. No sólo por el fracaso del proyecto
económico; tampoco había logrado imponer el disciplinamiento social y político que pretendía, aunque le
asestó una indudable y definitiva derrota a la guerrilla tanto urbana como rural. Además, estaba sumido en
sus propios enfrentamientos internos.
La restitución de la democracia a partir de 1983 habría de producirse en un contexto complejo pues los
cambios, en el rumbo de la economía en los países centrales afectarían de manera concreta al nuestro. la
transición política del autoritarismo a la democracia se llevó a cabo de manera simultánea con el pasaje de
una economía dirigida a una de mercado. Y el resultado que hoy puede constatarse de ese doble proceso de
transición es que tanto la democracia como las transformaciones económicas parecen haberse consolidado.
La democracia cumplió dos décadas, y el rasgo sobresaliente de éstas, tal vez, es que la sociedad civil supo
rechazar los ataque autoritarios a la democracia y también evitó la tentación de dejarse arrastrar hacia
experiencias que podrían haber desembocado en proyectos autoritarios. Parece, pues, haber desaparecido
el pretorianismo presente en la sociedad argentina hasta hace pocos años.
Hugo Quiroga sostiene que la participación de la ciudadanía en el espacio público durante la década que
duró la transición democrática tuvo dos momentos bien diferenciados. En el primero, entre 1983 y 1987,
tuvo lugar una activa e intensa participación ciudadana en la discusión pública en torno a varios
acontecimientos cruciales, (como el juicio a las juntas militares, la labor de la (CONADEP), la aplicación del
Plan Austral, etc) el punto culminante de este clima democrático lo constituyeron las formidables
manifestaciones en defensa de la democracia durante el levantamiento militar de Semana Santa de 1987.
Sin embargo, ese clima pronto habría de resentirse y daría lugar a un creciente desencanto ciudadano. Una
serie de factores contribuyó al declive de la democracia participativa, cuya primera evidencia se manifestó
con la derrota electoral de la Unión Cívica Radical en 1987.
Al momento de asumir, el gobierno de Alfonsín tomó algunos principios y reclamos del movimiento de
derechos humanos, que exigían conocer la verdad y enjuiciar a los culpables. El juicio a las juntas militares,
hecho inédito en la historia latinoamericana, fue iniciado por la Cámara Federal en abril de 1985 y constituyó
el punto culminante de la lucha por los derechos humanos en la Argentina; y no sólo por conmover la
identidad colectiva de la sociedad y por el consecuente valor simbólico sino porque, por primera vez, los
máximos responsables de tres conducciones consecutivas de las Fuerzas Armadas debían someterse a la
justicia civil y aceptar el veredicto del tribunal, que finalmente estableció diversas condenas. A partir de este
momento el gobierno comenzó a soportar fuertes planteos y presiones desde diversos sectores de las Fuerzas
Armadas, que convirtieron "la cuestión de los derechos humanos " en "cuestión militar". Los constantes
planteos y levantamientos militares lo desestabilizaron, a la vez que desdibujaron sus políticas de derechos
humanos al sancionar la Ley de Punto Final en 1986 y la de Obediencia Debida un año más tarde.
Esa forma de resolver el conflicto inauguró una crisis de gobernabilidad cuyo rasgo saliente sería una
acelerada pérdida de legitimidad gubernamental, en medio del descontrol de las variables económicas y una
ola de saqueos, que llevaría a una nueva derrota electoral del partido gubernamental en los comicios
presidenciales de 1989 y a la entrega anticipada del poder a su ganador, el justicialista Carlos Saúl Menem. A
partir de este momento el nuevo presidente inauguró un proceso que duraría una década y en el cual
quedarían solucionados los dos aspectos centrales que no había podido llevar adelante su antecesor: la
cuestión militar y la transformación estructural de la economía.
Menem encaró el problema de los constantes levantamientos del Ejército apelando a medidas impopulares
y absolutamente rechazadas por el movimiento de derechos humanos, como fueron, por un lado, la
liberación de los militares detenidos imputados por ejercer el terrorismo de Estado y por participar de los
levantamientos de 1987 y, por otro, el indulto a los comandantes en jefe en el mes de diciembre de 1990. No
obstante, debe reconocerse que se puso fin a la cuestión militar pues a partir de ese momento los miembros
de las Fuerzas Armadas, una vez eliminada la causa de su protesta, debieron subordinarse a las normativas y
a las instituciones de la democracia.
Hugo Quiroga afirma que la capacidad de gobernar de Menem en momentos de crisis no estuvo al servicio
de la calidad institucional de la democracia sino que reforzó la autoridad presidencial y debilitó el
constitucionalismo y el parlamentarismo, lesionando de esta manera la relación entre democracia y estado
de derecho. Menem abandonó su discurso populista de campaña para imponer, en sentido contrario a las
políticas clásicas del peronismo, la "economía popular de mercado". Esto significaba abrazar las reformas
impulsadas por los economistas neoliberales con objeto de abandonar el capitalismo protegido y llevar
adelante la apertura y la desregulación de la economía, poniendo fin al intervencionismo estatal, privatizando
las empresas públicas y encarando un severo ajuste fiscal.
Esta orientación se consolidaría a partir de la llegada en 1991 de Domingo Cavallo al Ministerio de Economía.
Su estrategia tuvo como base la sanción de la Ley de Convertibilidad con objeto de estabilizar los precios y
evitar una nueva oleada hiperinflacionaria. Esta política tuvo su punto extremo en la dolarización del sistema
financiero y cuyo costo está hoy plenamente vigente en la negociación de la deuda externa y en la salida del
default.
Esta estrategia afectó a la industria y, consecuentemente, los niveles de ocupación. En efecto, las tasas de
desempleo comenzaron a incrementarse. Muchas empresas cerraron y expulsaron mano de obra, y las que
optaron por bajar el costo laboral invirtiendo en tecnología, por el mismo impulso de la convertibilidad,
también redujeron planteles y afectaron los niveles de empleo. Se dió un desempleo masivo después de la
crisis mexicana de diciembre de 1994 y, particularmente, de la rusa de 1998, que impactaron sobre el
movimiento internacional de capitales, perjudicando la inversión en los llamados países emergentes y dando
inicio en nuestro país a una depresión económica que alcanzaría su punto culminante con el estallido de la
crisis de fines de 2001.
El achicamiento industrial fue sólo una y, tal vez, no la mayor de las causas del crecimiento del desempleo. El
otro motor de la desocupación tuvo su epicentro en las masivas privatizaciones de empresas públicas (como
YPF, Gas del Estado, y otras).
La política económica y, específicamente, la reforma laboral provocaron otro de los grandes cambios del
último cuarto del siglo XX: la quiebra del sindicalismo tradicional y el desplazamiento de las formas de
protesta social centradas en el mundo del trabajo. la nueva política económica les quitaba a los sindicatos la
posibilidad de intervenir en el diseño de las políticas macroeconómicas del Estado y, además, perdieron el
rol de artieulador social al erosionarse el mercado de trabajo.
Tal vez la gran paradoja de las dos últimas décadas es que mientras la legitimidad democrática, con todos sus
defectos y limitaciones, tendió a consolidarse, tuvo lugar paralelamente la emergencia de la fractura social
más portentosa de nuestra historia, que es, a la vez, una de las principales amenazas de la democracia.
La “globalización” llevó a la crisis del modelo de estado benefactor y el auge de la lectura neoliberal se
esparcieron por el mundo junto a una visión hegemónica que sirvió para acotar sustancialmente los márgenes
de elección y decisión autónoma. Esta mutación cualitativa en la economía mundial implica que, aunque la
mayor parte de la actividad económica sigue teniendo carácter nacional o local, el núcleo básico, el que marca
los ritmos y orientaciones de inversión e influye sobre los mercados, es global.
La globalización de los mercados financieros, facilitada por la tecnología de las comunicaciones, permite
escindir hasta límites insospechados al capitalista como agente económico territorialmente situado, del
capital como fuerza monetaria que circula velozmente y sin restricciones. Los estados, como la actual crisis
mundial lo está testificando, suelen resultar impotentes para controlar los flujos financieros y monetarios
que determinan sus economías, así como los flujos de información mediática, y de ahí la crisis de su propio
papel institucional y el debate en torno a qué funciones le caben – o conserva- el estado nacional en un
mundo globalizado. Más aún, el papel que juegan organismos financieros internacionales como el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial en la definición de las políticas económicas y sociales de los
países endeudados pone seriamente en cuestión la capacidad de los estados para diseñar estrategias
autónomas.
El tema del papel del estado y las privatizaciones comienza a aparecer en el discurso público luego de 1976,
en virtud de los alineamientos ideológicos de la conducción económica de la dictadura militar, a la par que
como resultado de las transformaciones estructurales operadas y a operarse a lo largo del gobierno
dictatorial No obstante, es recién a partir de la verificación del quiebre definitivo del modelo sustitutivo de
importaciones y de la crisis de la deuda externa latinoamericana de 1982 -con las consecuencias que su
"resolución" parcial trajo-, y más precisamente bajo el gobierno democrático del Dr. Raúl Alfonsín, que se
inicia un proceso en el que la reducción del tamaño y la transformación de las funciones del Estado cobran
singular significación y aparecen en la agenda pública como “LA cuestión socialmente problematizada" por
excelencia. Este proceso culmina con la denominada "Reforma del Estado" -legislación mediante-
emprendida por el actual gobierno del Presidente Carlos Menem: en pocos años se privatizaron desde la
empresa de aeronavegación, las red de aeropuertos, los teléfonos, mil kilómetros de la red vial, la generación
y distribución de electricidad hasta canales de TV, un hipódromo,y el Correo Argentino, así como se
concesionaron varias empresas más.
Puede interpretarse que el proceso de reforma estatal encarado en la Argentina se ha orientado a tornar
funcionales las estructuras estatales para las nuevas formas de acumulación exigidas por la reestructuración
del capital global, en el contexto de una correlación de fuerzas claramente desfavorable a las clases
subalternas.
Asimismo, otro componente central para entender esta transformación es el peso que había adquirido la
deuda externa, convirtiéndose en un condicionante insoslayble a la hora de definir estrategias económicas.
La centralidad del mercado no equivale el predominio de la sociedad civil entendida como un todo
homogéneo, sino la preeminencia de ciertos grupos el interior de aquella. La restricción de la acción estatal
supone la reducción de otros grupos y actores sociales para hacer valer sus intereses por fuera de la relación
de fuerzas estrictamente económicas impuestas por el mercado.
Pueden perfilarse algunas líneas cuya elucidación, eso sí, resulta relevante -e imprescindible- para el diseño
de estrategias políticas. Porque para pensar en transformar una realidad existente es necesario identificar
sus nudos principales, el núcleo de sus contradicciones, sus fortalezas y debilidades.
En primer lugar, cabe destacar que la transformación en la materialidad del estado, es decir, en sus aparatos
y funciones, es a la vez efecto y causa de los profundos cambios operados en la sociedad civil. No solo cambian
las fronteras del estado en relación a la sociedad, lo que equivaldría a decir que cambian los ejecutores de
determinadas tareas, sino las posibilidades mismas de las distintas clases y grupos de la sociedad de imponer
como cuestiones de la agenda pública determinados problemas sociales.
En Argentina, la decisión de privatizar y de eliminar personal del sector público estuvo impulsada por la
necesidad de reducir el déficit fiscal y hacer frente al endeudamiento externo e interno. Pero no obstante
que este fue el objetivo liminar del proceso privatizador, en un principio no fue tan claramente reconocido,
cuando la justificación de la privatización se debió basar en los criterios de obtención de eficiencia propios
de los “manuales”. Pero luego, con el correr del tiempo, privilegiar el pago de deuda y el cierre de las cuentas
públicas se convirtió en parte del discurso explícito, abandonándose casi toda referencia al objetivo de
mejorar los servicios que, bueno es decirlo, fue considerado un beneficio adicional.
El objetivo de obtener recursos inmediatos para el fisco, achicar el déficit fiscal y afrontar la deuda externa,
generó varias cuestiones a lo largo de todo el proceso reformador-privatizador. Por una parte, la inmediatez
hizo que se dejaran de lado casi todas las recomendaciones de los “manuales”. La primera, la de empezar por
aquellas industrias que, potencialmente, estaban en condiciones de operar en entornos competitivos,
preparando el terreno y la experiencia necesarios para encarar privatizaciones más complejas -como son las
de servicios monopólicos-. En cambio, en la Argentina se optó por empezar por los servicios públicos. La
segunda, la de sanear y reestructurar las empresas antes de la venta, como forma de maximizar su precio.
Contrariamente, se las dejó caer a límites extremos.
De este modo, se sacrificó deliberadamente el objetivo declamado de privilegiar los intereses de los usuarios,
en pos de asegurar mejores condiciones de venta. En esta elección se reconoce el “fundamentalismo de
mercado” de las autoridades económicas y también sostenido, con mayor o menor convencimiento, por un
espectro amplio de políticos. Este credo neoliberal tiene como premisa básica que, cuantos menores
regulaciones y controles, la economía funciona mejor.
El fortalecimiento de los sectores clave como seguridad, salud y educación, que sobrevendría a la retirada
del estado de las áreas productivas, fue una de las razones principales esgrimidas para justificar las
privatizaciones. Sin embargo, la profunda crisis que padecen estas áreas es una muestra clara del
incumplimiento de las promesas justificatorias.
La educación pública, a partir de la Ley Federal de Educación de 1993, fue masivamente transferida a las
provincias, que debieron hacerse cargo de solventarla sin contar con los recursos suficientes. La exigüidad de
los salarios docentes expresa, sin dudas, la indiferencia oficial frente al deterioro de uno de los sectores clave
para el desarrollo: la educación.
Déficit fiscal, deuda externa y gasto público
Una primera cuestión que aparece es la relativa al efecto fiscal que produjeron las privatizaciones. En tal
sentido, es indudable que el fisco dejó de destinar recursos a sostener los déficit de las empresas, así como
que se libró de la obligación principal de encarar inversiones de las que era socialmente responsable. Por otra
parte, a cambio de los activos físicos y, fundamentalmente, del derecho a operar en condiciones monopólicas
y/o en mercados protegidos, el estado obtuvo divisas en efectivo, títulos de la deuda pública e ingresos
tributarios procedentes de las empresas privatizadas.
En cuanto a lo obtenido en efectivo, fue a parar a rentas generales, por lo que es difícil establecer su destino
concreto, aunque es verosímil que se utilizó para gastos corrientes, ayudando a equilibrar el déficit
presupuestario, y para el pago de intereses de la deuda. Esto, sin dudas, constituye una descapitalización
importante para el Estado no aconsejada por ningún “manual privatizador”.
Según buena parte de los analistas, el aporte positivo del programa de privatizaciones a las finanzas del
estado hubiera tenido sentido de haberse articulado con una política de financiamiento que, luego de un
período de transición, pudiera por sí misma obtener un resultado positivo suficiente como para enfrentar los
compromisos del sector público. Por el contrario, desde el punto de vista fiscal las privatizaciones resultaron
-y siguen siendo- sólo un paliativo en el corto plazo, ya que no dieron lugar a un sistema de financiamiento
público autosustentable en el tiempo
Aparte de la venta de activos públicos, en 1992 Argentina ingresó al Plan Brady, que a juicio del gobierno
constituía el mecanismo más apropiado para superar la carga de la deuda. La deuda con la banca comercial
(unos U$S 20.000 millones) quedó renegociada a 30 años y respaldada por las garantías del Brady, pero como
contrapartida el Estado debe abonar sin atrasos los correspondientes intereses anuales y sin contar con
activos públicos como respaldo último del endeudamiento. Como es evidente, el Brady no ha resuelto la
cuestión de fondo, ya que fue diseñado para solucionar el problema de los acreedores y no para mejorarles
la vida a los deudores.
No obstante, el ingreso al Brady abrió la posibilidad de resultar “confiables” para el mundo y recibir nuevos
créditos. Claro que hasta esta ventaja se opaca al comprobar la volatilidad del movimiento de capitales del
mundo actual y la magnitud del nuevo endeudamiento argentino.
Hay varios componentes que explican el crecimiento de la deuda: por una parte, la consolidación de todas
las deudas que tenía el estado. Pero también se explica este crecimiento por el aumento del gasto público
frente al retraso en la recaudación impositiva y, consecuentemente, del déficit fiscal.
Por otra parte, también cambió significativamente la composición de la deuda externa entre la pública y la
privada. Esta última aumentó como consecuencia de que las empresas, mayoritariamente, tomaron
préstamos del exterior para comprar los activos públicos.
La duda que surge al respecto radica en que, en la medida en que los que están involucrados son servicios
públicos, qué pasará si los privados no cumplen con sus compromisos. Allí, y pese a no ser garante directo,
el estado argentino se verá ante el dilema de dejar caer la empresa y con ella los servicios, o asumir el costo
económico de asegurara su funcionamiento.
Resulta significativo que la fijación inicial de tarifas haya resultado, comparativamente con el resto del
mundo, muy alta, con el propósito de obtener mejores ofertas de los adjudicatarios que redundaran en
mayores ingresos para el fisco. En los sectores eléctrico y gasífero, el límite último estuvo dado por la
necesidad de no afectar excesivamente a los productores de bienes que utilizan con intensidad esas fuentes
de energía.
Mientras la desregulación del sector de generación implicó la introducción de la competencia entre distintos
productores -por lo que el precio del insumo se fija de acuerdo al esquema productivo del sector-, el sistema
elegido para las tarifas de distribución –donde no hay competencia- es similar al que se utiliza en Gran
Bretaña. El método regulatorio británico “cap price”. Teóricamente, el gobierno puede asegurar una ganancia
en el corto plazo, acordando previamente que la mitad de todo nuevo beneficio sea trasladado a los
consumidores, algo que en el caso argentino no se hizo.
En cuanto al sector de aguas y servicios cloacales, a pesar de no fijarse un sistema de precio tope, se acordó
partir de la tarifa vigente al momento del traspaso, establecida en función de la superficie cubierta de los
inmuebles y no de la cantidad de agua consumida, y a ir colocando paulatinamente medidores, empezando
inmediatamente por los usos industriales y comerciales. Sin embargo, tanto la actualización de la información
respecto a los metros cuadrados cubiertos -efectuada por relevamiento fotográfico aéreo y luego inspección
domiciliaria-, como la aplicación del cargo universal por conexión, determinaron un muy fuerte aumento en
la tarifa para la mayor parte de los consumidores.
En materia de teléfonos, en el período comprendido entre agosto de 1989 – cuando se sanciona la ley de
Reforma del Estado y se decide la privatización de ENTEL- y noviembre de 1990 –cuando se produce el
traspaso- los teléfonos sufrieron un incremento sustantivo, que significó una virtual transferencia de recursos
desde los abonados hacia las empresas licenciatarias. No obstante, desde 1992, las dos empresas telefónicas
privadas plantearon a la autoridades la necesidad de rebalancear las tarifas. El gobierno finalmente hizo suyo
el reclamo empresario y por decretó aprobó el nuevo cuadro de tarifas.
También las tarifas de ferrocarriles y subtes, así como los peajes en las rutas nacionales concesionadas,
sufrieron aumentos considerables a costa de los usuarios y en beneficio de los concesionarios.
Es preciso subrayar que en todos los procesos de renegociación contractual pos-posprivatización, la
constante es que las inversiones para mejorar la eficiencia de los servicios saldrán de los bolsillos de los
usuarios vía aumento de tarifas, cobrado –en la mayorìa de los casos- con anterioridad a la ejecución de las
obras.
LA CUESTIÓN DE LA REGULACIÓN
Otro aspectosignificativo del proceso privatizador es que no se garantizó que previamente quedara
establecida una regulación efectiva, tanto en lo que respecta a los marcos regulatorios como a los entes.
La principal consecuencia de esta situación es que las empresas usan el argumento de la “seguridad jurídica”
para preservar aquello del contrato que les conviene y el de la “flexibilidad” cuando pretenden
modificaciones a su favor. Esto, además de ser una táctica común en los negocios, arraiga precisamente en
la forma en que se hicieron los contratos de traspaso: como marco global “formal”, necesario pero
“negociable” según las circunstancias.
Muchos de los problemas que hoy aparecen, y que seguirán apareciendo en el futuro, tienen que ver con
esta situación. Por eso, además de ser cuestionable la decisión en sí de la mayoría de los traspasos, desde la
propia lógica con que fueron encarados son, a todas luces, impugnables. Porque el desajuste inicial existente
entre el traspaso de los servicios públicos a manos privadas, la creación de los marcos regulatorios y la puesta
en funcionamiento de los entes reguladores, resulta uno de los condicionantes centrales para el ejercicio de
la potestad controladora estatal y está en la base de muchos de los reclamos actuales de las prestadoras
privadas de los servicios.
Solo en el caso del servicio de aguas y redes cloacales se contó con el marco regulatorio sancionado y el ente
funcionando, aunque escasos días antes de la entrega del servicio al concesionario privado. Esto se debe a
que, además del apuro por sacarse de encima el peso de las empresas y allegar recursos para solucionar el
déficit, subyacía a la conducción económica la creencia de que la regulación -y por ende los entes- era
enunciada para guardar las formas antes que para garantizar un control real. Asimismo, en materia
regulatoria quedó expuesto con claridad el bajo nivel de participación que adquiriera el Parlamento durante
el proceso de privatizaciones.
A la falta de legitimación inicial se suma la excesiva injerencia de los funcionarios del Ejecutivo -a través del
Ministerio de Economía- para la designación de los miembros del Directorio de cada uno de los Entes.
Contraviniendo toda la teoría vigente en materia de regulación, para la cual el principio de autonomía política
de los órganos reguladores resulta una condición primordial.
Lo anterior resulta más preocupante aún, si se tiene en cuenta que los que se han privatizado son negocios
y empresas estratégicas y monopólicas donde no operan ciertos mecanismos reguladores del mercado
competitivo que atenúen la desprotección de la sociedad y donde prácticamente se ha excluido la
participación de los usuarios en aspectos claves que hacen a la prestación de los servicios públicos. Surge,
entonces, una profunda inquietud sobre el impacto sobre tarifas y calidad de las prestaciones, en la medida
en que las empresas son operadas con la lógica de rentabilidad máxima que rige las leyes del mercado.
Y existe aquí otro problema adicional, cual es la dinámica de intereses que confluyen en el interior de los
consorcios adjudicatarios. Mientras la lógica de los bancos extranjeros los lleva a maximizar la liquidez de
corto plazo para reemplazar el servicio de los viejos títulos de la deuda por la remisión de utilidades al
exterior, en el caso de los operadores internacionales prima el procurar que la empresa maximice beneficios
y que se adecue a su estrategia a nivel internacional.
Otro aspecto relevante de los déficit regulatorios es la permanente renegociación de los contratos de casi la
totalidad de los servicios privatizados.Claro que el problema no reside sólo en las empresas, cuyo objetivo
obvio es obtener la mejor rentabilidad, sino en la autoridades públicas –teóricamente encargadas de velar
por los intereses de los consumidores en general- que receptan íntegramente las exigencias empresarias. El
ejemplo más palpable es la ausencia de control en la estructura de costos de las empresas, que está en la
base de todos los reclamos de aumentos tarifarios. La base de todas las renegociaciones ha sido canjear
mejoras en los servicios a cambio de mayores plazos de duración contractual y, sobre todo, a costa de las
tarifas que deben pagar los usuarios.
LA CONCENTRACIÓN DE LA PROPIEDAD
La tendencia a la primacía de la valorización financiera, que se viene profundizando desde mediados de los
setenta, ha conllevado la desinversión productiva, la consecuente desindustrialización y con ella la pérdida
de poder relativo de los trabajadores, de sus organizaciones sindicales y de las instituciones estatales
sostenedoras del "compromiso" estatal de socialización de la fuerza de trabajo.
La estructura estatal, sirvió para la valorización individual de algunos pocos grandes grupos que acrecentaron
su poder relativo. Esto se produjo utilizando la capacidad económica del estado en favor de esos pocos grupos
mediante múltiples formas de contratos, subsidios y excensiones impositivas, que terminaron
comprometiendo las finanzas públicas y derivaron en una crisis fiscal sin precedentes.
En los grandes adjudicatarios de la mayoría de las privatizaciones más atractivas por su alta rentabilidad han
sido un puñado de grupos económicos de origen nacional (destacándose Perez Companc, Techint, Soldati,
Astra y Roggio, entre otros) asociados a importantes empresas extranjeras en carácter de operadoras
experimentadas y responsables de la administración del negocio -muchas de ellas estatales- y bancos
acreedores internacionales que financian la operación y proveen los títulos de la deuda pública requeridos,
acentuando considerablemente la tendencia preexistente a la concentración económica y a la integración
selectiva al mercado mundial.
Por otra parte, esta concentración adquiere una mayor importancia si se toma en cuenta que, además de
referirse a actividades monopólicas, tiene la característica de que varios de los grupos inicialmente se
diversificaron en distintos rubros, integrándose en un amplio espectro de actividades de producción de
bienes y servicios que les otorgó una capacidad de negociación adicional. Este cuadro se complejiza aún más
con el reciente pero impetuoso proceso de venta de empresas productivas y de servicios de capitales locales
a grandes firmas internacionales,
Resulta previsible que, en situaciones de conflicto, este grado de concentración al interior de las empresas
privatizadas y respecto al tipo y cantidad de actividades involucradas redunde en la debilidad estatal para
imponer reglas favorables al conjunto de la sociedad, máxime si se considera que otro aspecto clave del
proceso de reforma estructural ha sido el voluntario acotamiento de la capacidad estatal para definir y hacer
cumplir reglas de juego que garanticen los derechos de la mayoría de la población.
El poderío de los grupos más concentrados se ejemplifica también en la gran debilidad de la difusión de la
propiedad accionaria a través del mercado de capitales, lo que oportunamente fue propagandizado como
“capitalismo popular”. El desbalance también se pone de relieve con el malogrado destino de los Programas
de Propiedad Participada (PPP). En la Ley de Reforma del Estado se estableció como requisito para la
privatización la reserva de un 10% del capital accionario en manos de los trabajadores. Pero una vez puestos
en marcha los procesos concretos, se advirtieron de inmediato las enormes dificultades para definir los
criterios de distribución, administración y control de esas acciones con un sentido satisfactorio para las
pretensiones de los trabajadores.
De algún modo, la resistencia pudo encarnarse brevemente en algunos sectores, como la huelga de los
telefónicos de 1990, las combativas huelgas ferroviarias de 1991, entre otras. Pero todas ellas, en la medida
en que no lograron articularse entre sí y con otros sectores de la sociedad, quedaron finalmente aisladas y
fueron derrotadas.
La racionalización del personal de las empresas públicas y en la administración central implicó la drástica
reducción esta cantidad creció aún más con las los despidos de personal de las empresas ya privatizadas.
Como se afirma en un trabajo de la Central de Trabajadores Argentinos, “la destrucción de la estabilidad y la
normativa para el ingreso, promoción y escalafón salarial del empleo público, no sólo es nefasta para las
condiciones laborales de los empleados estatales, sino que supone el avasallamiento de la independencia del
criterio del funcionario público y la pérdida de transparencia de los actos que produce”.
Tampoco se compensó adecuadamente a los empleados despedidos, a los que solo se indemnizó sin
brindarles posibilidades de capacitación y reinserción laboral. La inmensa mayoría de los estatales
despedidos, de este modo, utilizó el dinero obtenido para emprender negocios de escasa o nula rentabilidad.
La situación es más grave aún si se toma en cuenta que, a partir de 1991, el mercado de trabajo comenzó un
inexorable proceso de desregulación legal para favorecer a los empresarios y de desarticulación del viejo
sistema de relaciones laborales protector, que fue el que permitió ampliar el mercado interno y cohesionar
el tejido social. La flexibilización laboral no supuso, como se pregonó, una adaptación a las nuevas
condiciones tecnológicas del trabajo, ni fue impuesta por mejoras organizacionales para aumentar la
productividad laboral.
Las constantes demandas empresarias para eliminar todos los “costos” laborales, incluidas las organizaciones
sindicales, con el horizonte puesto en la soñada relación contractual “uno a uno” de los albores del
capitalismo, son más de tipo político que estrictamente económico. Es aprovechar una correlación de fuerzas
favorable para imponer estrictas reglas a los trabajadores, consagrándolas legislativamente.
RAPOPORT - CAP 8. (punto 8.2 a 8.4 y 8.6 -hasta 8.6.6 inclusive- a 8.9)
8.2 La evolución política: el gobierno de Alfonsín
El 10 de diciembre de 1983 asumió Raúl Alfonsín.
En tema de los derechos humanos: se comprometió a derogar la Ley de Amnistía promulgada durante la
dictadura; a juzgar a los culpables de la violación de dichos derechos y a combatir los métodos violentos
derecha e izquierda.
Con respecto al sindicalismo: Propuso la existencia de un sindicato único por actividad y el quite de la
personería jurídica las agrupaciones sindicales que hicieran política partidaria.
En cuanto a la universidad: Aseguró el retorno al gobierno tripartito y se comprometió a la eliminación de las
listas negras en el terreno cultural.
En el campo militar: Propuso el reemplazo de la DSN, la subordinación de las fuerzas armadas al poder civil y
la reducción del número de conscriptos.
Política exterior: Anticipó el desarrollo una estrategia independiente, la solución pacífica de los conflictos y
la profundización de las relaciones con los países de América Latina.
Buscando la unión de su partido, incorporó a figuras provenientes de distintas vertientes del radicalismo.
Volviendo a la materia derechos humanos, el 15 de diciembre el gobierno creó la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas (CONADEP). Sus investigaciones y conclusiones respectivas debían presentarse en
un informe al Poder Ejecutivo.
La formación de la comisión provocó algunas reacciones desfavorables. Varios partidos opositores
consideraron que el tema debía ser investigado por una “comisión bilateral” en el Congreso. Por su parte, las
Madres de Plaza de Mayo, estimaron que la conformación de la CONADEP demoraba el rápido juzgamiento
a los militares.
Finalmente, con respaldo de la Cámara de Diputados la conadep comenzó sus actividades; y en septiembre
1984, acompañada por una manifestación de 70.000 personas, la Comisión presentó un informe al presidente
que luego fue publicado con el título “Nunca más”.
En diciembre 1983, una iniciativa del ministro de Defensa contó con el apoyo de gran parte de la población.
Borras ordenó que el Consejo Supremo de las FF.AA. instruyera un juicio contra los integrantes de las tres
primeras juntas militares del Proceso de Reorganización Nacional -con la tácita excepción de los miembros
de la última junta-. La medida resultaba ejemplarizadora en América Latina, donde pocas veces se había
juzgado a militares golpistas. Sin embargo, la marcha de los procesos a cargo de la justicia militar fue lenta.
En consecuencia, el gobierno decidió el 2 de octubre de 1984, el pasaje de la causa al fuero civil.
También, comprometido a juzgar a los jefes guerrilleros, a mediados de febrero de 1984 el gobierno cursó a
su similar del Brasil un pedido de extradición de dirigentes montoneros.
Durante la campaña electoral, el radicalismo había denunciado las prácticas antidemocráticas de las
organizaciones gremiales. Ya en el gobierno, temiendo la oposición frontal de las organizaciones, el Poder
Ejecutivo envió al Parlamento un proyecto de ley de “reordenamiento sindical”, que establecía el voto
secreto y la representación de las minorías, y en el que se reservaba las prerrogativas de intervención estatal
en los asuntos gremiales. Pese a la presión del propio presidente para lograr la aprobación del proyecto, la
esperanza oficialista de modificar la conducción sindical quedó desvanecida y el ministro de Trabajo -mentor
de la iniciativa- debió presentar su renuncia.
Luego de un año en el que no se cumplieron los presagios agoreros sobre la estabilidad del régimen
constitucional, 1985 se presentó como un año difícil. En marzo se ratificó la “prisión rigurosa” de los
integrantes de las primeras tres juntas militares que gobernaron desde el 76, y se confirmaron los miembros
de la Cámara Federal encargada de su procesamiento. El juicio provocaba reacciones disímiles: en el seno de
las fuerzas armadas predominaba el recelo, mientras que las entidades defensoras de los Derechos Humanos
mantenían sus reservas en cuanto a la efectividad del proceso judicial. No obstante, era indudable la
expectativa generalizada, tanto a nivel nacional como internacional, que el juicio despertaba.
Finalmente, el 9 de diciembre la cámara dio a conocer su fallo y las sentencias. Dictaminó la culpabilidad de
Videla, Massera (prisión perpetua), Viola (17 años de prisión), Lambruschini (8 años), Agosti (4 años y medio),
y Galtieri, quien fue absuelto junto a los restantes 4 comandantes.
La moderación del fallo generó opiniones encontradas, el radicalismo defendió la decisión de la justicia,
mientras que desde la izquierda se cuestionó la levedad de las penas.
A fines de abril de 1985, Alfonsín reunió una multitud en Plaza de Mayo. Habían circulado rumores de
descontento en el frente militar y el presidente denunció la existencia de amenazas golpistas.
Los concurrentes aguardaban un discurso presidencial de censura al golpismo, pero se encontraron con una
pragmática invocación a llevar adelante una “economía de guerra”. El presidente preparaba el marco para el
lanzamiento del Plan Austral, delineado por el nuevo ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille.
En tanto, la CGT determinó la realización de un plan de lucha. Reclamando contra el deterioro del salario real
y el incremento de la desocupación, el 23 de mayo realizó un paro y una concentración en Plaza de Mayo. El
dirigente de la central obrera, Ubaldini, fue transformándose en el principal adversario político de Alfonsín.
A principios de noviembre, hubo elecciones para la renovación de diputados nacionales. Los resultados
fueron satisfactorios para el oficialismo. El radicalismo ganó una banca en Cámara de Diputados, el
peronismo perdió 9, y se produjeron avances del Partido Intransigente y de la Unión de Centro Democrático,
quienes ganaron tres y una banca, respectivamente. Las elecciones legislativas parecieron ratificar el éxito
inicial del Plan Austral, y la pérdida de sufragios por parte del oficialismo, en un año complicado para el
gobierno, no había alcanzado niveles alarmantes.
El espíritu modernizador del gobierno se manifestó en la legislación familiar. En septiembre 1985, introdujo
reformas en el Código Civil en los temas de filiación, tutela y patria potestad compartida. A mediados del año
siguiente, impulsó el debate sobre la promulgación de una ley divorcio vincular. Importantes sectores de la
Iglesia Católica iniciaron una campaña opositora (ya se habían manifestado críticos por el destape de los
medios y las tendencias laicista impulsadas por el gobierno). Sin embargo, el proyecto fue convertido en ley
en agosto de 1987.
Durante 1986 las iniciativas para juzgar a militares generaron descontento entre los cuadros de las fuerzas
armadas. Alfonsín intentó remediar la situación presentando un proyecto al Congreso el cual fijaba un plazo
de 60 días para iniciar nuevas acusaciones contra quienes habían participado de la represión ilegal. Luego,
sólo podrían ser juzgados quienes hubieran huido del país o cometido hechos criminales que afectaran a
niños. El proyecto fue cuestionado por el peronismo renovador, los intransigentes y la Democracia Cristiana.
La propia banca oficialista se dividió ante la iniciativa. Finalmente, el proyecto fue convalidado en ambas
Cámaras, conociéndose con el nombre “ley de Punto Final”.
En los primeros meses de 1987 se multiplicaron los procesos tratando de adelantarse al vencimiento del
plazo establecido por la ley. Las acusaciones comenzaron a recaer sobre oficiales subalternos, lo que
incrementó la disconformidad de la oficialidad joven. El orden jerárquico en el Ejército estaba al borde del
colapso.
En abril un oficial de esa fuerza se negó a comparecer ante la justicia de Córdoba y se refugió en una unidad
del Tercer Cuerpo del Ejército. Pronto logró la solidaridad el teniente coronel Aldo Rico, que sublevó a la
escuela de Infantería de Campo de Mayo: fue el denominado el “levantamiento de los carapintadas”.
La sociedad civil reaccionó contra los sublevados. El 16 de abril una multitud respaldó al presidente, así como
también la principal oposición, encabezada por el peronismo renovador. Luego de la concurrencia de Alfonsín
a Campo de Mayo, los sublevados se rindieron. Sin embargo, lo que pareció un triunfo de la democracia, se
transformó en una nueva concesión hacia los uniformados. Buscando restaurar la disciplina y el orden
jerárquico en el seno del Ejército, el presidente aceptó la renuncia de su jefe de Estado Mayor y el pase a
retiro de 14 generales. Por otra parte, solicitó al congreso la aprobación de la ley de Obediencia Debida. En
virtud de esta ley, se amnistiaba a los oficiales con grado inferior al de Coronel por los delitos cometidos
durante la lucha contra la subversión. La credibilidad del presidente a partir de estas decisiones quedó
seriamente dañada.
Las elecciones de septiembre de 1987 constituyeron un test decisivo para el gobierno: se elegían legisladores
y gobernadores. El gobierno radical, descalificado por el voto popular, comenzó a perder el rumbo.
Durante 1988 se acentuó el derrumbe del gobierno. La situación económica se deterioraba y la inflación
parecía descontrolada. Los reclamos cegetistas y las medidas de fuerza se multiplicaron. Los ajustes
económicos previsto por el Plan Primavera, lanzado en agosto de 1988, fracasaron y aceleraron el proceso
inflacionario.
En febrero de 1989 se produjo el estallido hiperinflacionario y el mercado cambiario se volvió incontrolable.
El 14 de marzo de ese año se realizaron las elecciones presidenciales. Se presentaron 8 fórmulas en todos los
distritos, Angeloz y Casella por la UCR; Menem y Duhalde por el Frente Justicialista de Unidad Popular
(FREJUPO); y demases…
El candidato justicialista, Menem, triunfó ampliamente reuniendo el 49% de los votos, contra el 37% del
candidato radical. Menem había desarrollado su campaña electoral con un tono propio un pastor religioso,
afirmando, “Síganme, no los voy a defraudar” y prometiendo un “salariazo” y la realización de una
“revolución productiva”.
Hacia fines de mayo, el cuadro social registró varios episodios de gravedad. El gran Buenos Aires se produjo
una ola de saqueos a supermercados, almacenes y pequeños comercios. La situación se reprodujo en el Gran
Rosario. El gobierno debió declarar estado de sitio por 30 días y la represión se cobró más de una decena de
muertos.
Aún faltaban varios meses para la entrega del mando presidencial. Las autoridades electas no estaban
dispuestas a cooperar para aliviar la crisis económica y social, para no pagar los costos políticos de manera
anticipada. En consecuencia, Alfonsín decidió el 12 de junio precipitar su abandono al cargo y presentó su
renuncia. El nuevo mandatario asumiría al mes siguiente.
RAPOPORT - CAP 8. (punto 8.2 a 8.4 y 8.6 -hasta 8.6.6 inclusive- a 8.9)
8.2 La evolución política: el gobierno de Alfonsín
El 10 de diciembre de 1983 asumió Raúl Alfonsín.
En tema de los derechos humanos: se comprometió a derogar la Ley de Amnistía promulgada durante la
dictadura; a juzgar a los culpables de la violación de dichos derechos y a combatir los métodos violentos
derecha e izquierda.
Con respecto al sindicalismo: Propuso la existencia de un sindicato único por actividad y el quite de la
personería jurídica las agrupaciones sindicales que hicieran política partidaria.
En cuanto a la universidad: Aseguró el retorno al gobierno tripartito y se comprometió a la eliminación de las
listas negras en el terreno cultural.
En el campo militar: Propuso el reemplazo de la DSN, la subordinación de las fuerzas armadas al poder civil y
la reducción del número de conscriptos.
Política exterior: Anticipó el desarrollo una estrategia independiente, la solución pacífica de los conflictos y
la profundización de las relaciones con los países de América Latina.
Buscando la unión de su partido, incorporó a figuras provenientes de distintas vertientes del radicalismo.
Volviendo a la materia derechos humanos, el 15 de diciembre el gobierno creó la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas (CONADEP). Sus investigaciones y conclusiones respectivas debían presentarse en
un informe al Poder Ejecutivo.
La formación de la comisión provocó algunas reacciones desfavorables. Varios partidos opositores
consideraron que el tema debía ser investigado por una “comisión bilateral” en el Congreso. Por su parte, las
Madres de Plaza de Mayo, estimaron que la conformación de la CONADEP demoraba el rápido juzgamiento
a los militares.
Finalmente, con respaldo de la Cámara de Diputados la conadep comenzó sus actividades; y en septiembre
1984, acompañada por una manifestación de 70.000 personas, la Comisión presentó un informe al presidente
que luego fue publicado con el título “Nunca más”.
En diciembre 1983, una iniciativa del ministro de Defensa contó con el apoyo de gran parte de la población.
Borras ordenó que el Consejo Supremo de las FF.AA. instruyera un juicio contra los integrantes de las tres
primeras juntas militares del Proceso de Reorganización Nacional -con la tácita excepción de los miembros
de la última junta-. La medida resultaba ejemplarizadora en América Latina, donde pocas veces se había
juzgado a militares golpistas. Sin embargo, la marcha de los procesos a cargo de la justicia militar fue lenta.
En consecuencia, el gobierno decidió el 2 de octubre de 1984, el pasaje de la causa al fuero civil.
También, comprometido a juzgar a los jefes guerrilleros, a mediados de febrero de 1984 el gobierno cursó a
su similar del Brasil un pedido de extradición de dirigentes montoneros.
Durante la campaña electoral, el radicalismo había denunciado las prácticas antidemocráticas de las
organizaciones gremiales. Ya en el gobierno, temiendo la oposición frontal de las organizaciones, el Poder
Ejecutivo envió al Parlamento un proyecto de ley de “reordenamiento sindical”, que establecía el voto
secreto y la representación de las minorías, y en el que se reservaba las prerrogativas de intervención estatal
en los asuntos gremiales. Pese a la presión del propio presidente para lograr la aprobación del proyecto, la
esperanza oficialista de modificar la conducción sindical quedó desvanecida y el ministro de Trabajo -mentor
de la iniciativa- debió presentar su renuncia.
Luego de un año en el que no se cumplieron los presagios agoreros sobre la estabilidad del régimen
constitucional, 1985 se presentó como un año difícil. En marzo se ratificó la “prisión rigurosa” de los
integrantes de las primeras tres juntas militares que gobernaron desde el 76, y se confirmaron los miembros
de la Cámara Federal encargada de su procesamiento. El juicio provocaba reacciones disímiles: en el seno de
las fuerzas armadas predominaba el recelo, mientras que las entidades defensoras de los Derechos Humanos
mantenían sus reservas en cuanto a la efectividad del proceso judicial. No obstante, era indudable la
expectativa generalizada, tanto a nivel nacional como internacional, que el juicio despertaba.
Finalmente, el 9 de diciembre la cámara dio a conocer su fallo y las sentencias. Dictaminó la culpabilidad de
Videla, Massera (prisión perpetua), Viola (17 años de prisión), Lambruschini (8 años), Agosti (4 años y medio),
y Galtieri, quien fue absuelto junto a los restantes 4 comandantes.
La moderación del fallo generó opiniones encontradas, el radicalismo defendió la decisión de la justicia,
mientras que desde la izquierda se cuestionó la levedad de las penas.
A fines de abril de 1985, Alfonsín reunió una multitud en Plaza de Mayo. Habían circulado rumores de
descontento en el frente militar y el presidente denunció la existencia de amenazas golpistas.
Los concurrentes aguardaban un discurso presidencial de censura al golpismo, pero se encontraron con una
pragmática invocación a llevar adelante una “economía de guerra”. El presidente preparaba el marco para el
lanzamiento del Plan Austral, delineado por el nuevo ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille.
En tanto, la CGT determinó la realización de un plan de lucha. Reclamando contra el deterioro del salario real
y el incremento de la desocupación, el 23 de mayo realizó un paro y una concentración en Plaza de Mayo. El
dirigente de la central obrera, Ubaldini, fue transformándose en el principal adversario político de Alfonsín.
A principios de noviembre, hubo elecciones para la renovación de diputados nacionales. Los resultados
fueron satisfactorios para el oficialismo. El radicalismo ganó una banca en Cámara de Diputados, el
peronismo perdió 9, y se produjeron avances del Partido Intransigente y de la Unión de Centro Democrático,
quienes ganaron tres y una banca, respectivamente. Las elecciones legislativas parecieron ratificar el éxito
inicial del Plan Austral, y la pérdida de sufragios por parte del oficialismo, en un año complicado para el
gobierno, no había alcanzado niveles alarmantes.
El espíritu modernizador del gobierno se manifestó en la legislación familiar. En septiembre 1985, introdujo
reformas en el Código Civil en los temas de filiación, tutela y patria potestad compartida. A mediados del año
siguiente, impulsó el debate sobre la promulgación de una ley divorcio vincular. Importantes sectores de la
Iglesia Católica iniciaron una campaña opositora (ya se habían manifestado críticos por el destape de los
medios y las tendencias laicista impulsadas por el gobierno). Sin embargo, el proyecto fue convertido en ley
en agosto de 1987.
Durante 1986 las iniciativas para juzgar a militares generaron descontento entre los cuadros de las fuerzas
armadas. Alfonsín intentó remediar la situación presentando un proyecto al Congreso el cual fijaba un plazo
de 60 días para iniciar nuevas acusaciones contra quienes habían participado de la represión ilegal. Luego,
sólo podrían ser juzgados quienes hubieran huido del país o cometido hechos criminales que afectaran a
niños. El proyecto fue cuestionado por el peronismo renovador, los intransigentes y la Democracia Cristiana.
La propia banca oficialista se dividió ante la iniciativa. Finalmente, el proyecto fue convalidado en ambas
Cámaras, conociéndose con el nombre “ley de Punto Final”.
En los primeros meses de 1987 se multiplicaron los procesos tratando de adelantarse al vencimiento del
plazo establecido por la ley. Las acusaciones comenzaron a recaer sobre oficiales subalternos, lo que
incrementó la disconformidad de la oficialidad joven. El orden jerárquico en el Ejército estaba al borde del
colapso.
En abril un oficial de esa fuerza se negó a comparecer ante la justicia de Córdoba y se refugió en una unidad
del Tercer Cuerpo del Ejército. Pronto logró la solidaridad el teniente coronel Aldo Rico, que sublevó a la
escuela de Infantería de Campo de Mayo: fue el denominado el “levantamiento de los carapintadas”.
La sociedad civil reaccionó contra los sublevados. El 16 de abril una multitud respaldó al presidente, así como
también la principal oposición, encabezada por el peronismo renovador. Luego de la concurrencia de Alfonsín
a Campo de Mayo, los sublevados se rindieron. Sin embargo, lo que pareció un triunfo de la democracia, se
transformó en una nueva concesión hacia los uniformados. Buscando restaurar la disciplina y el orden
jerárquico en el seno del Ejército, el presidente aceptó la renuncia de su jefe de Estado Mayor y el pase a
retiro de 14 generales. Por otra parte, solicitó al congreso la aprobación de la ley de Obediencia Debida. En
virtud de esta ley, se amnistiaba a los oficiales con grado inferior al de Coronel por los delitos cometidos
durante la lucha contra la subversión. La credibilidad del presidente a partir de estas decisiones quedó
seriamente dañada.
Las elecciones de septiembre de 1987 constituyeron un test decisivo para el gobierno: se elegían legisladores
y gobernadores. El gobierno radical, descalificado por el voto popular, comenzó a perder el rumbo.
Durante 1988 se acentuó el derrumbe del gobierno. La situación económica se deterioraba y la inflación
parecía descontrolada. Los reclamos cegetistas y las medidas de fuerza se multiplicaron. Los ajustes
económicos previsto por el Plan Primavera, lanzado en agosto de 1988, fracasaron y aceleraron el proceso
inflacionario.
En febrero de 1989 se produjo el estallido hiperinflacionario y el mercado cambiario se volvió incontrolable.
El 14 de marzo de ese año se realizaron las elecciones presidenciales. Se presentaron 8 fórmulas en todos los
distritos, Angeloz y Casella por la UCR; Menem y Duhalde por el Frente Justicialista de Unidad Popular
(FREJUPO); y demases…
El candidato justicialista, Menem, triunfó ampliamente reuniendo el 49% de los votos, contra el 37% del
candidato radical. Menem había desarrollado su campaña electoral con un tono propio un pastor religioso,
afirmando, “Síganme, no los voy a defraudar” y prometiendo un “salariazo” y la realización de una
“revolución productiva”.
Hacia fines de mayo, el cuadro social registró varios episodios de gravedad. El gran Buenos Aires se produjo
una ola de saqueos a supermercados, almacenes y pequeños comercios. La situación se reprodujo en el Gran
Rosario. El gobierno debió declarar estado de sitio por 30 días y la represión se cobró más de una decena de
muertos.
Aún faltaban varios meses para la entrega del mando presidencial. Las autoridades electas no estaban
dispuestas a cooperar para aliviar la crisis económica y social, para no pagar los costos políticos de manera
anticipada. En consecuencia, Alfonsín decidió el 12 de junio precipitar su abandono al cargo y presentó su
renuncia. El nuevo mandatario asumiría al mes siguiente.
Por su parte, el nuevo gobierno se propuso la democratización de las organizaciones sindicales en manos del
peronismo. El Poder Ejecutivo presentó al Parlamento un proyecto de ley de reordenamiento sindical
tendiente a producir un cambio en la conducción del movimiento obrero. Esta iniciativa logró unificar al
peronismo y galvanizar a la dirigencia sindical alrededor de sus viejas tácticas defensivas. Para ello, las dos
centrales obreras (ex Brasil y Azopardo) se unieron, contando con la participación de todos los sectores del
sindicalismo, a excepción de la Comisión de los 25. Una dirección colegiada integrada por Ubaldini, Borda,
Baldassini y Triaca asumió la conducción de la CGT. Así afianzados, los líderes sindicales desplegaron una
intensa acción parlamentaria y lograron obtener los votos necesarios para rechazar la propuesta
gubernamental.
El nuevo ministro de Trabajo, Casella, modificó la estrategia gubernamental hacia el movimiento sindical. A
partir de junio de 1984, en lugar de confrontar con los sindicalistas, los reconoció como interlocutores válidos
para desarrollar una política de concentración y comenzó mantener fluidos contactos con los dirigentes
cegetistas. El diálogo social derivó en la formación de un Comité de Trabajo con la finalidad de mantener
conversaciones con los sectores empresariales y del trabajo. Los objetivos del diálogo eran: luchar contra la
inflación, aumentar los salarios reales y diseñar una política de crecimiento.
Sin embargo, el primer cortocircuito se produjo cuando los sindicatos rechazaron la política salarial del
gobierno y la CGT declaró la huelga general de septiembre de 1984. Ésta fue parcial y afectó a los centros
industriales. De hecho, los mecanismos de concertación salarial dejaron de funcionar y el sindicalismo
comenzó a confrontar con el gobierno en asociación con otras organizaciones y mediante la realización de
varios paros generales.
No obstante, la CGT ratificó su lugar en el sistema político y en la sociedad. En noviembre de 1984 manifestó
su voluntad democrática y la necesidad, frente a la crisis, de apuntar y reforzar los mecanismos republicanos.
A finales de ese año, el proceso de normalización sindical estaba muy avanzado. El gobierno había convocado
por decreto a comicios en los gremios, estableciendo normas que facilitaban la presentación de listas de
oposición. El gobierno radical no pudo evitar la supremacía peronista al frente de las organizaciones obreras,
aunque posibilitó un ambiente más propicio para estilos de conducción más representativos de las bases y
con mayor predisposición democrática que la predominante antes de 1976.
Mientras, la descontrolada inflación erosionaba las pautas salariales fijadas por el gobierno. A partir de 1985,
el descontento de los trabajadores fue creciendo. El 23 de mayo, la CGT dispuso un nuevo paro con
movilización que resultó exitoso. Era la respuesta a la “economía de guerra” anunciada por Alfonsín y
concluyó con un acto en el que Ubaldini reclamó el cambio de la política socioeconómica.
Al mes siguiente, el gobierno respondía la crítica situación económica con el Plan Austral. La CGT estableció
una tregua explícita. Sin embargo, el desmejoramiento de la situación laboral llevó a la organización a
retomar la confrontación. A fines de agosto, otro paro general culminó con una concentración multitudinaria
y sirvió para consolidar el liderazgo de Ubaldini, que no tardó en ser elegido secretario general.
En marzo de 1987, el gobierno intentó quebrar el frente opositor sindical. Para este propósito designó en el
Ministerio de Trabajo al sindicalista Carlos Alderete. Una fracción importante pero heterogénea del
sindicalismo -hegemonizada por los gremios más poderosos- conocida como el “Grupo de los 15” acompañó
el intento de alianza promovido por el gobierno radical. Sin embargo, los intentos de “Los 15” y de las “62
Organizaciones” por desplazar Ubaldini de la conducción de la CGT fracasaron. El año culminó con el noveno
paro general.
El nuevo ajuste intentado con el “Plan Primavera” tensionó la relación del gobierno con los sectores
gremiales. Cuando el gobierno finalizó su gestión, el balance de acción cegetista había registrado 14 paros
generales. En suma, las huelgas generales adquirieron un carácter cada vez más ritualizado que, a diferencia
del pasado, no lograron encrespar el clima social.
El peso relativo del sindicalismo en la sociedad comenzó a disminuir. Los cambios en la estructura productiva,
particularmente la sector industrial, afectaron la estructura ocupacional provocando la pérdida de
importancia de los grandes gremios industriales. Al mismo tiempo, se aceleró la tercerización del empleo, la
expansión de la ocupación en el sector público y el incremento del “cuentapropismo”. La hegemonía de los
gremios industriales sobre el movimiento sindical fue desdibujándose, acompañada por la fragmentación del
sindicalismo.
La reticencia gubernamental a cualquier tipo de concentración mostró sus limitaciones hacia 1984. La
confrontación iniciada con los gremios obreros resultó un fracaso; el proyecto del Tercer Movimiento
Histórico perturbó las posibilidades de un acuerdo con el personismo, y el fracaso de la política económica
derivó en la fuga de capitales y en tendencias hiperinflacionarias que ponían en evidencia que la capacidad
decisional del gobierno estaba siendo desbordada por sectores locales e internacionales que concentraban
el poder económico real. En consecuencia, algunos sectores del gobierno radical, buscando inversiones
productivas, fueron tejiendo una relación privilegiada con el Grupo Maria. Este nucleamiento
paracorporativo, identificado públicamente como “los capitanes de la industria”, estaba integrado por
conglomerados diversificados nacionales, fortalecidos y beneficiados durante la dictadura militar, que
incluían a las empresas industriales más grandes del sector privado entre las cuales se encontraban las que
lideraban las principales ramas de la industria y, en especial, las altamente concentradas, que podían tener
o no una inserción importante en el sector financiero. Los “capitanes” buscaban fortalecer la industrialización
y el mercado interno, y obtener, por parte del gobierno, políticas concretas en beneficio de sus sectores de
interés.
Sin embargo, el lanzamiento del Plan austral no fue acordado con ningún grupo de interés. Un día antes del
anuncio del Plan, Sourrouille informó a buena parte del Grupo María sus lineamientos centrales que
contemplaban parte de las propuestas de “los capitanes”.
Los éxitos iniciales del Plan se tradujeron en la victoria radical en las elecciones de diputados en noviembre
1985, en el impulso a la constitución del Tercer Movimiento Histórico y en un cambio de la estrategia
gubernamental referida a la concentración y a la relación con los actores sociales.
El relacionamiento impulsado por el gobierno hizo eje sobre dos propuestas. Por un lado, la constitución de
una “Conferencia Económica Social” (CES) integrada por funcionarios del gobierno y por representantes de
los grupos económicos más poderosos con el objetivo de planificar las políticas económicas, particularmente
las de desarrollo industrial. Por otro lado, la intención del Ejecutivo era privilegiar el diálogo con
representantes del movimiento obrero y con los empresarios industriales de la UIA. Sin embargo, los avances
en esta etapa de concertación no fueron significativos. Si bien las organizaciones empresariales mantuvieron
su apoyo al Plan Austral, demandaban un gradual descongelamiento de los precios, por una menor carga
impositiva y la reducción de las tasas de interés. Por otra parte, las medidas económicas del mediano plazo
que procuraban ampliar el papel exportador de la industria y mejorar su competitividad internacional, no
contaban con la aceptación de los empresarios industriales: la UIA consideraba deseable la apertura
económica, pero siempre que se realizara de manera de permitir la reconversión gradual de la industria y
que el gobierno corrigiera su estructura de costos.
Durante la segunda etapa del Plan, el gobierno buscó una ampliación del consenso. A partir de febrero 1986,
planteó el descongelamiento y la flexibilización de los controles junto con el anuncio de privatizaciones y
fomento a las exportaciones industriales. Para ello intentó reactivar la CES y llamó a paritarias para acordar
aumentos salariales dentro de los límites fijados por el Ministerio de Economía. Las reacciones de los
empresarios fueron disímiles: las asociaciones industriales apoyaron el intento de abandonar el
congelamiento y siguieron respaldando el Plan; las organizaciones del sector agropecuario iniciaron un
conjunto de presiones sobre la conducción económica.
La SRA, la CONINAGRO, la FAA y la CRA se sintieron discriminados por la promoción otorgada a las
exportaciones industriales en contraste con los gravámenes que afectan a las exportaciones agropecuarias.
Sin embargo, tanto las asociaciones industriales como la SRA coincidían en que la relación entre el Estado y
los actores sociales era de suma cero, y los dirigentes de la UIA afirmaban que las políticas distributivas
estaban agotadas.
En tanto, las asociaciones industriales se dispusieron a dialogar con el Estado y el sector sindical dentro del
ámbito de la CES, las agropecuarias iniciaron un duro enfrentamiento con el equipo económico traducido en
declaraciones, movilizaciones y lockout patronales. Como resultado de estas presiones, se creó el Consejo
Agropecuario de Emergencia Económica como ámbito de negociación.
Finalmente el gobierno designó secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca a un hombre representante de
los intereses del sector y ligado a la SRA.
A principio de 1987, la CES se mostraba inoperante para lograr un acuerdo entre empresarios y trabajadores.
Por su parte, el gobierno dispuso congelar los precios, los salarios, las tarifas, etc. Días después, frente al
incremento de la tensión laboral, el gobierno designó a Alderete al frente del ministerio de Trabajo. La
designación era fruto de la alianza entre sectores del gobierno vinculados a la Junta Coordinadora, los
“capitanes de la industria” y los sindicalistas del Grupo de los 15, tras el objetivo de expandir la inversión
pública, incrementando la ocupación y la actividad de los contratistas del Estado. El nuevo ministro intentó
un ”Pacto Social” entre la UIA y la CGT para acordar acerca de la legislación laboral, las obras sociales y la
política económica y salarial.
Sourrouille se opuso a aquella estrategia que percibía como un intento de recrear viejos acuerdo
corporativistas. El empresariado juzgaba que el gobierno actuaba de forma autoritaria y que, en lugar de
consensuar y negociar las medidas, buscaba los apoyos a las mismas una vez decididas.
Julio 1987, Sourrouille planteó la apertura económica y la reforma del sector público, atribuyendo la crisis al
modelo populista ligado a una economía cerrada. En esta oportunidad, las asociaciones empresarias
reaccionaron positivamente. Con este giro hacia la ortodoxia, pareció fortalecerse la posición del ministro de
Economía, al tiempo que las negociaciones entre Alderete y el Grupo María se estancaban.
La derrota electoral de septiembre 1987 recortó significativamente el campo de acción gubernamental frente
a la oposición política y a las asociaciones empresarias
El gobierno pasó a resignar su intento de constituir el Tercer Movimiento Histórico y su prioridad pasó a ser
el control de las variables económicas hasta las elecciones presidenciales del 89.
Sin embargo, a pesar de las dificultades para disciplinar o acordar con las organizaciones sociales, el gobierno
de Alfonsín tuvo un logro político con respecto al poder económico. Con motivo de la rebelión militar de
Semana Santa de 1987, los núcleos económicos dominantes, en general, y “los capitanes”, en particular,
respaldaron las instituciones democráticas, apoyando públicamente al gobierno y repudiando la toma de
cuarteles. Esta novedosa actitud, contrastante con el golpismo de otrora, probaba varias cosas. Primero, que
con la reestructuración interna del capitalismo argentino, los empresarios comenzaron a revalorizar -aunque
de manera instrumental- el sistema democratico. Luego, que en la nueva relación entre los poderes
corporativos y el poder político la legitimidad de este último era indispensable para que los nuevos núcleos
económicos dominantes estrecharan sus vínculos internacionales. Por último, que los nexos establecidos por
el gobierno radical con sectores poderosos del empresariado, aunque insuficientes, neutralizaron nuevas
coaliciones entre estos últimos y los militares.
Agosto 1988, la alianza del equipo económico gubernamental con la UIA y la Cámara ärgentina de Comercio
(CAC) se manifestó en el Plan Primavera. Las medidas, acordadas con los sectores liberales de la UIA,
apuntaban a conjurar una crisis económica que, previsiblemente, iba a beneficiar al candidato presidencial
peronista, Menem. Por otra parte, la UIA, bajo el fuerte liderazgo de Gilberto Montagna, superaba el
internismo que la afectaba desde su reorganización y desplazaba al Grupo María como principal interlocutor
del gobierno. Por su parte, el núcleo de los “capitanes de la industria” se aproximaba, primero, al peronismo
renovador y luego a Menem tras su triunfo en la interna partidaria.
La puesta en marcha del Plan Primavera dio lugar a posiciones encontradas entre las asociaciones
empresarias disconformes con el desdoblamiento del tipo de cambio. Los sectores agropecuarios
(expresados a través de la SRA, CRA, CONINAGRO y la FAA) denunciaron al plan como un despojo al campo y
a los consumidores. Esta oposición era compartida por la Coordinadora de Actividades Mercantiles y
Empresarias (CAME), por la Unión de Entidades Comerciales Argentinas (UDECA) e inclusive por miembros
ligados a los intereses regionales y mercado internistas de la propia UIA. En febrero de 1989, en vísperas de
la hiperinflación, las asociaciones empresariales rompieron su alianza en el gobierno, se consideraron
liberadas del acuerdo de precios convenido en el plan y los exportadores se negaron a liquidar divisas a la
tasa de cambio oficial. Un mes después, frente a un gobierno aislado, el propio candidato radical a la
presidencia demandó la renuncia del equipo económico. Quienes reemplazaron a Sourrouillle no pudieron
neutralizar la espiral hiperinflacionaria y la grave situación económica que allanó en el triunfo del candidato
justicialista. Los “golpes de mercado” pasaban a reemplazar a los antiguos golpes de Estado.
Hasta el lanzamiento del Plan Austral, el sistema democrático ofreció varias ventajas a los intereses
empresarios:
● La derrota electoral del peronismo, que había dejado de ser mayoría.
● La desaparición del riesgo de que algunas organizaciones fueran desarticuladas
● El reconocimiento por parte del gobierno de la hegemonía política de la UIA sobre otras entidades
que se habían constituIdo adversarias durante el pasado, como la CGT
● El enfrentamiento del gobierno con las organizaciones de trabajadores con el fin de recortar su poder
e influencia
Desde junio de 1985 en adelante, el radicalismo se mostró permeable a la participación de los capitalistas y
sus organizaciones en el proceso de toma de decisiones.
A partir de 1987, los planteos en favor de la apertura económica, de las privatizaciones y la disminución de
los roles del Estado como asignador de recursos apuntaron a modificar el modelo de acumulación en una
dirección funcional a los intereses del gran poder económico. Sin embargo, la posibilidad de concertar
reformas estructurales entre el gobierno y los empresarios tropezaba con dos obstáculos: la fragmentación
acentuada de las organizaciones empresariales y la heterogeneidad de sus intereses que suponían obstáculos
considerables en todo intento de acuerdo; y que, por otra parte, la toma de posiciones de los empresarios
en el ámbito Estatal se orientó la obtención de ganancias diferenciales y a asegurarse la capacidad de veto
más que generar políticas de vasto alcance.
En consecuencia,frente a estas dificultades para manejarse con los factores de poder real, la administración
de Alfonsín privilegió la resolución de los conflictos mediante la imposición de la voluntad del gobierno.
En las elecciones de octubre 1983, la UCR logró lo que ninguna estrategia en el pasado le había permitido
obtener: la derrota del peronismo en las elecciones libres y sin proscripciones. Este triunfo permitió la
consolidación del liderazgo de Alfonsín y le dio al radicalismo una imagen de homogeneidad y disciplina que
contrastaba con el peronismo. A medida que el gobierno fue modificando su programa electoral, aparecieron
grietas en el oficialismo, como la que enfrentó a los moderados alfonsinistas históricos con la Junta
Coordinadora. Alfonsín asume el rol de factor aglutinante.
Hacia 1985 la Junta Coordinadora motorizó el tema del Tercer Movimiento Histórico: se trataba de heredar
la tradición yrigoyenista y la peronista, capitalizando la capacidad movilizadora Alfonsín. Sin embargo, esto
contradecía la idea de un moderno sistema de partidos basado en un vigoroso bipartidismo y estaba reñida
con la propuesta institucionalista del presidente. Por otra parte, el planteo de un “movimiento” no dejaba
de evocar connotaciones anti partidarias en línea con la desconfianza de Yrigoyen y Perón hacia los políticos
y los partidos percibidos como fuentes desunión nacional y el faccionalismo.
Frente a eso, el peronismo acentuó sus rasgos opositores en procura de resguardar su identidad.
La rama política debilitada y fragmentada en numerosas corrientes internas pasó a cobrar una gravitación
sin precedentes dentro del partido justicialista. Este proceso habría de culminar con la denominada
“Renovación peronista”. Sus dirigentes se propusieron democratizar la competencia interna en el partido
justicialista, recomponer su conducción nacional y limitar la influencia de los sindicatos.
En los comicios de noviembre 1985, por primera vez en muchos años, el justicialismo se presentaba dividido
a la compulsa electoral en la provincia de Buenos Aires. Los resultados en este distrito favorecieron al frente
liderado por Cafiero, elegido diputado junto a Carlos Auyero, y definieron en favor de la Renovación la
situación de la interna peronista.
Sin embargo, en julio de 1988, en los primeros comicios internos competitivos realizados en el justicialismo
para determinar su fórmula presidencial, Cafiero fue derrotado por Carlos Saúl Menem (que se había
enrolado en la Renovación sin dejar de cultivar vínculos con los sectores ortodoxos del partido y el
sindicalismo).
Este enfoque buscaba conciliar los reclamos de distintos sectores sociales y armonizarlos con los objetivos
de saldar la llamada “deuda social” y lograr, simultáneamente, la estabilidad de precios.
Las medidas que se fueron implementando incluyeron la fijación de pautas para el incremento futuro de
precios, salarios y tarifas públicas y la determinación del tipo de cambio, el establecimiento de un sistema de
control de los precios industriales y la reducción de las tasas de interés reguladas. Además se presentaron al
Parlamento medidas de emergencia, como la creación del Plan Alimentario Nacional, un incremento del 25%
del presupuesto educativo, así como la reducción del gasto militar.
Sin embargo, los proyectos y las medidas implementadas no lograron una aproximación a los objetivos
iniciales y el gobierno se topó pronto con importantes dificultades, tales con el proceso inflacionario,
presiones monopólicas de los nuevos grupos económicos, etc.
La respuesta inicial a los problemas económicos reconoció una gran influencia de la orientación que había
trazado el gobierno de Illia dos décadas antes, tratando de implementar estímulos reactivadores de corto
plazo de estilo keynesiano.
Ante los incrementos nominales de salarios otorgados por el gobierno para paliar desfases anteriores e
incentivar la demanda interna, la respuesta empresaria fue sumamente cautelosa, incrementando en muy
pequeña medida la producción, los niveles de ocupación y la utilización de la mano de obra para afrontar la
mayor capacidad de compra.
La estructura empresarial argentina había cambiado y los nuevos grandes grupos económicos operaban en
una forma mucho más diversificada, aprovechando particularmente alternativas más rentables de
inversiones financieras. En consecuencia, el aumento de la demanda, considerado artificial y transitorio, no
generó el esperado incremento de la producción. Los intentos de reducir el déficit fiscal contrayendo los
gastos y aumentando los ingresos tampoco alcanzaron resultados satisfactorios.
La inercia de los gastos corrientes, particularmente las remuneraciones, y las dificultades de aumentar los
ingresos fiscales en términos reales por los efectos de la alta inflación, motivaron un recorte de la ya reducida
inversión pública, especialmente en el rubro de la construcción, a pesar de que durante la campaña electoral,
Alfonsín había mencionado la importancia que le asignaba ese sector para romper con la inercia depresiva.
En materia de deuda externa, los intentos de constituir un frente común con los otros deudores (Consenso
de Cartagena) y la dureza inicial encontrada en los acercamientos a la banca, que parecía llevar a una ruptura,
no arrojaron avances importantes. Finalmente el equipo económico se vio obligado a iniciar las postergadas
negociaciones con los acreedores externos y los organismos financieros internacionales.
Ante la presión de la banca acreedora, se tuvieron que profundizar las medidas de saneamiento y ajuste: se
limitaron así, a partir de septiembre 1984, los incrementos nominales de salario (por debajo de la tasa de
inflación), se implementaron fuertes subas reales en las tarifas públicas y en las tasas de interés, todo lo cual
dio lugar a una reversión en las tendencias hasta el momento ascendentes del PBI. También, se corrigió
también el tipo de cambio tomando como parámetro la diferencia entre la inflación nacional e internacional.
A fines de 1984 se firmó un acuerdo Stand By con el FMI, sin embargo, los efectos de esta organización de la
política económica de Grinspun no fueron exitosos. Se percibía una importante cuota de improvisación, en
la medida en que el gobierno no acertaba a encontrar los caminos adecuados; el deterioro de la relación del
intercambio disminuía el ingreso de divisas; los altos intereses de la deuda pública implicaban una fuente de
ingresos fiscales muy grande, que complicaba el equilibrio de las cuentas públicas.
Por otra parte, la necesidad de divisas presionaba fuertemente sobre el mercado cambiario y generaba
tensiones inflacionarias importantes. Además el ingreso de divisas derivado del superávit comercial,
resultaba insuficiente para cancelar los compromisos con el exterior, lo que llevaba continuar incrementando
el monto de la deuda.
Especial importancia tenía la evolución del comercio exterior. Las condiciones de los mercados
internacionales se habían mostrado buenas para Argentina a principios de los 80. Sin embargo, también
estimulaba a los competidores, por lo que los mercados no tardaron demasiado saturarse y producir una
sobreoferta de productos agrícolas que derrumbó los precios. De allí que las exportaciones no pudieron
aportar las divisas suficientes como para equilibrar las cuentas del balance de pagos y cancelar por completo
los vencimientos de la deuda externa, contrariando las expectativas oficiales.
Entre 1981 y 1989 los términos del intercambio se deterioraron notoriamente.
Los problemas que comenzaron a presentarse, se debían también a una percepción errónea del gobierno con
respecto a la actitud de los principales factores de poder luego de la dictadura. Los tres núcleos centrales del
nuevo poder económico local, (los grandes grupos económicos con vinculaciones con el sector financiero, el
sector agroexportador y las empresas extranjeras) al igual que la banca acreedora, no tuvieron las actitudes
esperadas respecto a la democracia naciente. Por el contrario, cada uno operó exclusivamente en función de
sus intereses concretos e inmediatos: la banca presionó por el pronto y mayor pago posible de los servicios
de la deuda; las empresas ajustaron sus precios en función de la inflación esperada; los tenedores de divisas
intentaron proteger su capital depositandolo en plazas más seguras; los países centrales continuaron
protegiendo y subsidiando sus producciones locales; y los sindicatos presionaron por un reajuste de los
salarios para defender su poder adquisitivo frente a la inflación.
Comenzó a pensarse en un plan de ajuste mucho más severo y llevado a cabo por el nuevo equipo de
económico: en marzo de 1985 Grinspun debió renunciar, siendo reemplazado por Sourrouille.
Las primera medidas apuntaron a recomponer los ingresos públicos y profundizar la inserción exportadora
por medio de reajustes del tipo de cambio y de las tarifas públicas. Se redujeron los plazos legales para el
ingreso efectivo de los pagos impositivos y aduaneros, intentando paliar su depreciación a causa de la
inflación. Los incrementos de salarios fueron vinculados a una pauta de ajuste del 90% de la suba del índice
de precios al consumidor del mes anterior, con una corrección trimestral posterior. En el mercado de la carne
se impulsó un aumento importante dejando actuar a la oferta y demanda en condiciones muy particulares
(el gobierno anunció que se proponía comprar carne para tener un stock de intervención en el mercado).
Asimismo, se dieron señales que incentivaron alzas de determinados precios industriales.
Estas primeras medidas imponían una modificación de la estructura de precios relativos que preparaban la
economía para el lanzamiento de un plan antiinflacionario con características de shock, desechando variantes
gradualistas.
Junio 1985, Alfonsín declaró una “economía de guerra”, anunciando la reducción del 12% del gasto público,
el congelamiento de vacantes en el sector público, un fuerte aumento de las tarifas y los precios de los
combustibles y transportes, la paralización de las inversiones públicas y la privatización de empresas
estatales.
Poco después, por medio de un decreto de necesidad y urgencia, se inició el denominado Plan Austral, este
plan “heterodoxo” implicaba un ajuste aún mayor que lo solicitado por el FMI, con el objetivo implícito de
evitar el peligro de una hiperinflación.
Las medidas de Plan Austral:
● Cambio del signo monetario introduciendo el austral, cuyo unidad equivalía a $1000
● Congelamiento de precios, de las tarifas públicas (luego de haberlas reajustado fuertemente) y de
los salarios
● Reducción de las tasas de interés reguladas
● Devaluación del 15% y el congelamiento posterior del tipo de cambio, compensada con un
incremento de los impuestos a las exportaciones
● Implementación de una política monetaria y fiscal estricta, que comprendía una reducción
significativa del déficit (del 11% del PBI en junio al 4% hacia fin de año) . Esta pauta debía ser
alcanzada por un recorte en los gastos, una mayor recaudación y un financiamiento por medio de
nuevos créditos externos.
La originalidad o heterodoxia del Plan Austral, en relación con los tradicionales del FMI, consistía en la
incorporación de una política ingresos y el simultáneo lanzamiento de un nuevo signo monetario con el fín
de actuar sobre la inercia inflacionaria y detenerla.
El plan tuvo un efecto favorable inmediato que incluyó un incremento de las exportaciones; un aumento de
las liquidaciones de divisas, lo que permitió el crecimiento de las reservas del Banco Central; la suba de la
recaudación impositiva y tarifaria; la disminución del déficit fiscal y de la emisión monetaria, y la reducción
de la tasa de inflación al orden del 2% mensual.
El éxito de corto plazo,sin embargo escondía las insuficiencias estructurales, ya que si bien se había logrado
cierta estabilidad de precios, el programa no incluía realmente objetivos de reactivación o crecimiento, en
contraposición a los Lineamientos en los que se había inspirado.
En ese sentido, la falta un programa de largo plazo indicaba cierta debilidad que se profundizaría más
adelante. Como medidas complementarias el plan de ajuste, se plantearon algunos proyectos privatizadores,
como las de SOMISA y Fabricaciones Militares, el traslado de la Capital Federal a Viedma, y la reducción del
empleo y el gasto público: proyectos que tuvieron muy lento o nula concreción.
Algo después, se lanzó el denominado Plan Houston: en una visita a esta ciudad, epicentro de las empresas
petroleras, Alfonsín las convocó a invertir en el país, marcando un profundo viraje frente a la tradición radical
de conservar la explotación del sector petrolero en manos del Estado. Sin embargo, la propuesta no pasó de
un discurso sin logros concretos significativos.
La ausencia de medidas que apuntasen a estimular la expansión de los sectores productivos se superponía al
recorte en los programas de inversión pública y a los efectos restrictivos de la inestabilidad sobre la inversión
productiva privada. Este último aspecto era particularmente influyente en la evolución económica de largo
plazo.
A partir de mediados de los 70, la inversión se canalizará cada vez más hacia la especulación financiera e
impactará negativamente en la inversión productiva.
La inversión constituye un barómetro importante de la evolución de largo plazo de la economía, por cuanto
refleja el comportamiento de la capacidad de producción del país. En ese sentido, durante el período bajo
análisis, se observa con claridad el alejamiento progresivo de las etapas más dinámicas de los años 50 y 60,
para culminar con tasas de inversión neta negativa. Esto significa que la inversión no alcanzaba a cubrir el
desgaste de los bienes de capital, contrayendo la renta potencial del país.
Los efectos relativamente favorables del plan con respecto a la inflación concitaron un apoyo público
mayoritario, expresado en el triunfo electoral de la UCR en octubre de 1985, aún cuando a mediados de ese
año, el peronismo y los sindicatos habían comenzado a desplegar un perfil cada vez más opositor. En
contraposición, se produjo un descenso en los precios internacionales de los cereales por las ventas
subsidiadas de los Estados Unidos a la URSS, que volvía a afectar la rentabilidad de las exportaciones,
mientras las privatizaciones y el traslado de la Capital Federal eran bloqueados por la oposición del peronismo
en el Parlamento y jaqueados por las persistentes dificultades presupuestarias.
El efecto del Plan Austral sobre los ingresos de los asalariados no fue homogéneo en todos los sectores. El
más afectado fue el sector público, ya que las remuneraciones estatales junto con los retrasos en los pagos
a proveedores del Estado formaron parte del ajuste de las cuentas públicas. En líneas generales, el plan
implicó una caída de las remuneraciones reales en casi todos los sectores de la economía. De cualquier
manera, esta caída no fue tan profunda si se consideran los salarios efectivamente percibidos en vez de los
devengados.
Las empresas se vieron favorecidas por la caída inicial en los costos financieros y la reducción de las
expectativas de devaluación, que antes debían incorporar en sus cálculos de costos. Pero cuando estas
ventajas quedaron absorbidas, reaparecieron los deslizamientos de precios y los pedidos de flexibilización de
los controles.
Las tasas de interés positivas afectaban en especial a las empresas pequeñas y medianas con menor acceso
al crédito externo o a las franjas preferenciales del mercado interempresario. Esto implicaba una presión
recesiva, aunque simultáneamente los menores niveles de producción internos descomprimían la demanda
de importaciones. Las tasas pasivas positivas también incentivan el ingreso de capitales de corto plazo, lo
cual tendía a reproducir en pequeña escala la situación vigente en épocas de “la tablita”, de Martínez de Hoz.
Para evitar el ingreso de capitales a muy corto plazo y maniobras especulativas con las divisas, el gobierno
reglamentó su entrada y salida, para lo cual fijó plazos mínimos más extensos para créditos financieros y
redujo el plazo máximo para las liquidaciones de cambio procedente de exportaciones.
El 4 abril de 1986 se anunciaron correcciones al programa de ajuste, en procura de lograr cierta flexibilización.
Las medidas consistían en nuevos aumentos de las tarifas públicas y los precios de los combustibles,
incluyendo la primera devaluación del austral en relación con el dólar, eliminación de los controles de precios
y autorización a las empresas para ajustar sus márgenes y transferir a precios los aumentos de salarios
otorgados, y reajustes de las tasas de interés reguladas.
A partir de este momento, la política de flexibilización se mantuvo con reajustes periódicos. Se pasaba de
una política de congelamiento a otra de administración o flexibilización, no sólo los precios sino también del
tipo de cambio, de las tasas de interés, de los salarios y la de los ingresos y egresos fiscales.
En el caso particular de los salarios, se anunció un aumento trimestral y se convocó a sindicatos y empresas
a discusiones para la oficialización de las remuneraciones efectivamente pagadas como paso previo a
negociaciones colectivas en el año siguiente.
Durante gran parte de 1986 el Plan Austral pareció mantener una relativa estabilidad de los precios y
favorecer el crecimiento económico, luego de la recesión de 1985. Esta expansión se basó en la estructura
de precios que había creado el programa económico. Sin embargo, a las tensiones mencionadas se sumaban
dificultades en el balance comercial, ante lo cual el establishment y la banca acreedora comenzaron a
presionar, pidiendo una maxidevaluación.
Al finalizar agosto 1986, el presidente del Banco Central, Alfredo Concepción, fue reemplazado por José Luis
Machinea, quien propuso una política más restrictiva en el manejo de la oferta de dinero. Esta política
monetaria se conjugó, en el último trimestre del año y comienzos de 1987, con un salto hacia arriba en el
déficit fiscal. También afectaba a las cuentas públicas. En consecuencia, arreciaron las tensiones
inflacionarias, mientras las “anclas” que las contenían comenzaban a desprenderse: los salarios se ajustaban
en virtud de negociaciones de los sindicalistas con los empresarios, las tarifas públicas y el tipo de cambio
estaban indexados y los precios se encontraban “flexibilizados”.
El contexto económico daba claras señales de una fuerte puja distributiva, que tenía como centro las
transferencias del Estado. Al no existir una negociación colectiva que organizara de antemano el presupuesto,
los diversos sectores se encontraban en una relación bilateral con el gobierno, en la que utilizaban su
capacidad de presión para pedir transferencias o concesiones impositivas en forma independiente, lo cual
incrementará el gasto público global y las distorsiones macroeconómicas medidas en términos de impuesto
inflacionario.
Las crecientes complicaciones indujeron a la adopción de nuevas medidas. Así, en noviembre de 1986, se
creó un “Directorio de Empresas Públicas” que nucleaba a todas las empresas del Estado. El objetivo se
orientaba a reorganizar y racionalizar las compañías con criterios de eficiencia propios del sector privado,
planteándose inclusive la posibilidad de su privatización total o parcial.
En febrero de 1987 el equipo económico lanzó, para paliar la situación, un congelamiento de precios y salarios
ante el crecimiento de los desequilibrios en los sectores externo y público, y la capacidad de tomar medidas
más de fondo para frenar una posible espiral inflacionaria. Hubo intentos de intervenir en algunos mercados
y sus precios influían particularmente sobre el costo de vida.
Esto se combinó con una minidevaluación y se mantuvo el constreñimiento monetario a través de la política
del Banco Central, pero las expectativas desfavorables del público, la ausencia una desindexación de
contratos y la inexistencia de un colchón en tarifas y precios equivalente al que existían junio de 1985, hizo
fracasar el intento rápidamente.
A pesar de todo, se confiaba que a través de determinadas medidas estructurales podrían ser sorteadas las
dificultades.
Sin embargo, en opinión del equipo económico, algunas medidas de fondo encaradas por el gobierno podrían
evitar la vuelta de una puja distributiva de suma cero. Entre estas medidas el equipo económico proponía
una mayor integración de la economía el comercio mundial, a través de una apertura exportadora; el aliento
a la inversión privada, brindando un marco de expectativa estables con el apoyo tecnológico; la
restructuración del mercado de capitales y el sistema financiero, y la reforma del Estado. Esta última supone
una transformación del régimen de salarios y empleo público, la privatización de las empresas públicas y una
reforma tributaria que suplantase el impuesto inflacionario por gravámenes explícitos y la reducción del
gasto provincial excesivo.
No obstante, las propuestas tuvieron un cumplimiento parcial, debido a la difícil con soltura internacional
con la cual se debía enfrentar el país y a las resistencias internas por parte de los distintos factores de poder,
como los contratistas del Estado, los beneficiarios de regímenes de promoción industrial, los gobiernos
provinciales y los empleados públicos.
La situación económica comenzó así a dar signos de mayor deterioro. Influyen en ellos la puja sindical por
mayores salarios y contra la racionalización del sector público; la presión de la banca privada internacional
por el pago total de los servicios de la deuda; la lentitud en la ejecución de las privatizaciones de las empresas
del Estado con diversas empresas que conformaban la llamada “ patria contratista “ y tenían gran incidencia
económica.
También existían problemas de financiamiento en el sector público. El compromiso de mantener bajo control
la cantidad de dinero se veía contrariado por el creciente déficit fiscal y por la necesidad de comprar divisas
para cancelar los compromisos externos, lo cual implicaba inyectar el contravalor en australes en el mercado.
Esto obligaba a recurrir de manera casi abusiva a herramientas de política económica que podían ser
explosivas en el mediano plazo, como tratar de esterilizar parte de la nueva masa monetaria con la colocación
de títulos públicos, canjeando, en definitiva, deuda externa por interna.
En la misma dirección operaba el incremento de los encajes del sistema bancario, que eran remunerados con
interés. En definitiva, el sostenimiento de esta política dependía del atractivo de los títulos de deuda por
parte de los posibles tomadores. A medida que el mercado de títulos se fue saturando, que la deuda crecía,
y que la inflación se recalentaba, el gobierno se veía forzado a incrementar las tasas de interés para que sus
bonos no perdieran atractivo. Pero las tasas de interés crecientes y las dificultades en la oferta alimentaban
la inflación, presionando otra vez sobre las tasas de interés nominales. Un perverso círculo vicioso comenzaba
a horadar las bases del Plan Austral
A pesar de estas dificultades, el gobierno intentó profundizar las reformas estructurales ya programadas:
propuso al Parlamento un conjunto de medidas, entre las cuales se incluían una nueva ley de coparticipación
federal, la desregularización de los servicios públicos y de las actividades petroleras, la venta del 40% de la
empresa Aerolíneas Argentinas, la reforma del régimen de promoción industrial y la reducción de la
protección arancelaria y paraarancelaria en determinados sectores económicos.
Aunque algunos casos tuvieron aprobación parlamentaria estas propuestas sufrieron, en general, fuerte
oposición, tanto por parte del peronismo como de los lobbies afectados.
En consecuencia, el margen de acción del gobierno se fue agotando. El Ministerio de Trabajo logró la
aprobación de un paquete de leyes laborales y la convocatoria para Convenciones Colectivas de Trabajo para
comienzos de 1988, quedando entonces la fijación de los salarios privados fuera del manejo gubernamental.
El FMI retiró su apoyo a causa del deterioro de los indicadores fiscales y monetarios y, en abril, el gobierno
suspendió el servicio de la deuda a los bancos comerciales, ingresando el país en una moratoria de hecho.
Curiosamente, en tanto la situación económica y política interna se deterioraba, el sector externo mostraba
signos de mejoría. Ante esta situación, se presentó una nueva versión de plan de shock, el llamado “Plan
Primavera”, de agosto de 1988. Contaba con el apoyo de diversas entidades empresarias, como la UIA, la CAC
y la CGI, pero dadas las medidas implementadas, se granjearía la oposición de otras entidades de no menor
peso, como la SRA.
Medidas: Se desdobló el mercado cambiario, por medio de lo cual el gobierno trataba de redistribuir a su
favor una parte del incremento del precio de los productos agrícolas sin recurrir a las retenciones; de allí las
oposiciones de la SRA.
La estabilidad de precios se basaba en un acuerdo desindexatorio con las empresas líderes y refrendado por
las cámaras patronales más importante, y no en un congelamiento. El gobierno debió resignar tres puntos en
la tasa del impuesto al valor agregado, por lo que se incrementaron, como compensación, las tarifas públicas
en un 30%.
En 1987 el congreso había aprobado una ley en la guerra restablecía las negociaciones paritarias libres, y los
salarios no podían ser entonces fijados unilateralmente por el gobierno. También en esta ocasión el tipo de
cambio y las tarifas públicas fueron corregidos en sentido ascendente antes del anuncio del plan.
El efecto antiinflacionario del programa se prolongó esta vez por un periodo mucho más corto, aunque la
inflación mensual bajó del 25% al 6,8%. A su vez, tanto las tarifas públicas como el tipo de cambio tendieron
a retrasarse, acentuando los efectos negativos sobre el desequilibrio fiscal y el del sector externo.
El control sobre la oferta monetaria por el Banco Central se fue debilitando dado el creciente déficit fiscal, el
renovado superávit comercial y la caída en la demanda de títulos gubernamentales. Ante ello, se optó por la
colocación forzosa de deuda en el sistema financiero, a través de encajes remunerados.
Las cuentas fiscales también fueron saliendo de su cauce, ya que se generalizó un incumplimiento fiscal ante
la expectativa de un futuro “blanco impositivo”, luego del próximo cambio de gobierno. Asimismo, una parte
de las leyes impositivas ingresadas al Parlamento para aumentar la recaudación no fueron aprobadas.
Finalmente, las tendencias regresivas también presionaban a la baja la recaudación impositiva, al reducir la
base imponible.
Durante los últimos días de enero, se produjo una corrida especulativa contra el austral. El país reconocía ya
numerosos antecedentes similares, entre los que merecen de tratarse la crisis de 1890 y los fenómenos
ocurridos en el mercado cambiario durante 1930, que condujeron finalmente a la adopción del régimen de
control de cambios., El intento del gobierno por preservar el valor del austral concluyó en un fracaso. A estas
dificultades en el sector externo se sumaron los vencimientos de la deuda del Tesoro, lo que complicaba el
manejo monetario.
El 6 de febrero de 1989, las autoridades monetarias ya no contaban con suficientes reservas para intervenir
al mercado cambiario por lo que procedieron a reorganizarlo nuevamente, abriendo dos segmentos con
precios regulados para exportaciones importaciones respectivamente y un tercero libre para operaciones
financieras. Esto significaba una devaluación encubierta que sin embargo, no fue suficiente para detener las
protestas de los grupos económicos opositores, liderado por la sociedad rural. Además provocó el rechazo
de buena parte de quienes habían apoyado el Plan Primavera, ya que las nuevas medidas les habían
provocado importantes pérdidas financieras. Inició, entonces, una fuerte fuga de capitales que fue calificada
como el golpe económico más importante del retorno de la democracia. La burbuja especulativa fue
imparable. Se ingresó en un proceso hiperinflacionario..
Las causas de esa hiperinflación fueron múltiples, y dieron lugar a una corrida de precios. Entre ellas, Tuvo
especial relevancia la crítica situación del balance de pago, la exacerbación de la puja por la distribución del
ingreso, el comportamiento especulativo importantes sectores económicos y el encadenamiento de
aceleraciones crecientes de la inflación y periodos de la estabilización cada vez más cortos y limitados en el
paso inmediato. A eso contribuyó también una errática política de contención por parte del gobierno.
A fines de marzo renunció el equipo económico de Sourrouille; y fue nombrado Juan Carlos Pugliese, quien
puso en práctica una nueva reforma cambiaria El nuevo gobierno se mostraba decidido asegurar lazos
conciliatorios y tranquilizantes con el establishment económico que no duró demasiado: renunció en mayo.
En consecuencia, asumió Jesus Rodriguez, quien reintrodujo un régimen de control de cambios y una regla
de crawling peg (ajuste de tipo de cambio por inflación pasada). Las nuevas medidas, combinadas con otros
factores, lograron controlar temporalmente la evolución del dólar. Sin embargo, los precios siguieron
subiendo, a tasas cada vez mayores.
Argumentando la lentitud del Congreso, y aún contando con la mayoría parlamentaria, el poder ejecutivo
intensificaría la sanción de decretos de necesidad y urgencia, a través de los cuales adoptaría medidas cuyo
tratamiento era un resorte exclusivo del Congreso.
A mediados de 1989 sólo la Corte Suprema de Justicia estaba fuera de control gubernamental. Para ampliar
su influencia en el Tribunal, el gobierno presionó para lograr la renuncia de alguno de sus miembros. Al
fracasar, envío al Senado un proyecto ampliación del número de miembros de la corte de cinco a nueve. Esta
fue aprobada y de inmediato, con acuerdo del Senado, Menem designó a los nuevos miembros del Máximo
Tribunal, asegurando de esa manera el respaldo judicial a su política.
Escándalos, cuyo repudio derivó en movilizaciones populares que transformaban lo judicial en político (caso
de joven asesinada en Catamarca)
En 1990 la brutal represión a un nuevo levantamiento de los “carapintadas” descomprimió el frente militar y
es desdibujó el protagonismo político de los uniformados.
La necesidad de descomprimir al frente militar determinó que el gobierno tomara una medida controvertida.
El presidente indultó el 29 de diciembre de 1990 a 216 militares, entre los que se encontraban Galtieri,
Bignone, Rico y Seineldin, procesados o condenados por causas como la guerra de Malvinas, violaciones de
los derechos humanos y por la sublevaciones de semana Santa, Monte caseros y Villa Martelli. También se
indultó a 46 civiles, entre ellos, a los exigentes de Montoneros, Vaca Narvaja y Perdia.
Entre agosto y octubre de 1991, se realizaron elecciones para elegir gobernadores en varias provincias. El
amplio triunfo del oficialismo descansa en los éxitos iniciales del Plan de Convertibilidad lanzado en abril de
1951.
En marzo de 1992, un artefacto explosivo de turno en el edificio de la embajada de Israel en Buenos Aires.
En julio de 1994, atentado de la AMIA. Las investigaciones nunca llegaron a nada.
Durante 1993, el gobierno inició las acciones destinadas a la reforma de la Constitución Nacional. Con ello,
se pretendía acortar el mandato de los senadores, la elección directa del intendente de la ciudad de Buenos
Aires por parte de sus habitantes y, principalmente, la posibilidad de reelegir al presidente, aunque
abreviando su mandato a cuatro años. La necesidad de acentuar la concentración de poder en manos del
presidente, sus ambiciones hegemónicas y los éxitos en la lucha contra la inflación estimularon al primer
mandatario a buscar su reelección en 1995.
A principios de octubre se llevaron a cabo nuevas elecciones para renovar parcialmente la Cámara de
Diputados. El justicialismo obtuvo un nuevo triunfo reuniendo el 42% de los votos contra el 30,7% del
radicalismo. El liderazgo y el poder político de Menem parecieron consolidarse, y de inmediato se lanzó la
idea de un plebiscito para legitimar la reforma de la Constitución, asegurando los propósitos reeleccionistas.
El 11 de junio, menos suprimió el servicio militar obligatorio vigente de la sanción de la ley de Ricchieri en
1901.
Las elecciones presidenciales se realizaron el 14 de mayo de 1995. La fórmula justicialista encabezada por
Menem obtuvo casi el 50% de los votos y fue elegida directamente conforme la reciente reforma
constitucional. La candidatura justicialista recibió el apoyo de la liberal UCEDE y de la gran mayoría de los
partidos provinciales. Junto a las clases altas, los sectores medios acomodados seducidos por la estabilidad
económica y las capas pobres y marginales ganadas por la política asistencialista apuntalaron el triunfo
menemista.
Pronto la atención política se instaló en el interior del gobierno. Paradójicamente, el triunfo electoral lejos
de homogeneizar al oficialismo, dio lugar a un enfrentamiento por los espacios de poder. Los viejos recelos
de Menem y del ala política del justicialismo contra el ministro Cavallo comenzaron a manifestarse más
abiertamente. La desocupación se constituyó en el centro del escenario político social. Tanto Duhalde, que
comenzaba despuntar sus aspiraciones para suceder a menos en 1999, como la la política del gobierno,
plantearon la necesidad de “peronizar” el gobierno, tratando de evitar la eventualidad de un estallido social
y buscando paliar el costo social de la justa que pretendió impulsar Cavallo. Los apoyos empresariales y de
centros inversores extranjeros al ministro cuestionado obligaron a Menem a ratificarlo “ hasta el fin de su
mandato “.
Sin embargo, a fines de julio de 1996, Cavallo se vio obligado a renunciar. Menem nombró a Roque Fernández
en su lugar. La renuncia de Cavallo no impidió el deterioro de la situación socioeconómica.
La desocupación y el subempleo se mantuvieron en niveles altos. La CGT organizó tres para nacionales entre
agosto y diciembre de 1996. Al año siguiente, las puebladas y los cortes de ruta se generalizaron en todo el
país, protagonizados por desocupados.
El 14 de agosto de 1997, un nuevo paro general, al margen de la conducción menemista de la CGT, se
desarrolló bajo la consigna “contra el modelo y la flexibilización”.
Varios escándalos y un alevoso crimen ( el asesinato de José Luis Cabezas) varios escándalos y un alevoso
crimen paréntesis el asesinato de José Luis cabezas), y los eventos que desencadenaron, contribuyeron a
aumentar las chances electorales de la oposición al oficialismo.
En octubre de 1997 se celebraron elecciones legislativas. Por primera vez desde que Menem iniciara su
gestión presidencial, el oficialismo fue derrotado. Una alianza integrada por la UCR y el FREPASO logró reunir
casi el 46% de los votos, contra el 36% de los justicialistas. El triunfo fue notorio en la provincia de Buenos
Aires, y especialmente en el gran Buenos Aires. A través del voto castigo, el electorado mostró su
disconformidad ante la corrupción y el elevado índice de desempleo.
El presidente desechó asumir la responsabilidad por el resultado electoral y abrió el tema de su posible
reelección para los comicios presidenciales de 1999. Por su parte, el gobernador bonaerense, Duhalde,
comenzó la campaña para consolidar su candidatura a la presidencia, chocando con los sectores partidarios
que, a pesar de las disposiciones constitucionales, promovían la candidatura de Menem. La lucha interna
puso en evidencia cómo el proceso de toma de decisiones y negociación en el interior del justicialismo se
desplazaba desde el presidente de la Nación hacia el conjunto de gobernadores y aparatos políticos
provinciales. Duhalde sostuvo la caducidad del modelo menemista y ganó el apoyo de varios gobernadores
afirmando su candidatura. Menem debió aceptar al candidato menos querido para sucederlo, ya que el
eventual triunfo de Duhalde en las elecciones presidenciales de octubre significaría su propio relevo como
líder del justicialismo.
Menem logró una acumulacación de poder significativa que no sólo estuvo por encima de los partidos
políticos, sino que también los marginó parcialmente. De esta manera, consiguió dividir a sus adversarios y
usó el poder hasta el borde mismo de la legalidad. Si bien fue uno de los pocos presidentes que gobernó sin
estado de sitio, estableció un considerable control sobre el Poder Judicial, y su periodo presidencial estuvo
cargado de numerosos casos irresueltos de corrupción de funcionarios públicos.
En consecuencia, en los últimos meses de su gobierno, mientras la democracia restaurada parecía
consolidada y se reforzaba el apego por la institucionalidad, los índices de credibilidad social alcanzaban sus
niveles más bajos.
En octubre de 1989, la CGT se dividió. Los sectores partidarios de concertar con el gobierno se aglutinaron
en la “CGT San Martín” bajo la conducción del dirigente mercantil Andreoni, en tanto que el ubaldinismo
apoyado por el miguelismo, trató de mantener la autonomía de la CGT Azopardo, dirigida por el propio
Ubaldi. Sin embargo, las pautas económicas del plan “BB”, que ponían un tope a las demandas salariales,
llevaron a ambas centrales a unificar sus acciones contra dicho tope.
La política de privatizaciones fue otro disparador del malestar de los trabajadores. En marzo de 1990, los
gremios estatales convocaron al paro y a la movilización reclamando mejoras salariales y rechazando la
privatización de las empresas estatales. Este accionar constituye el primer enfrentamiento abierto a la
política económica del gobierno. Sólo los ubaldinistas acompañaron la protesta de los estatales. El gobierno
reaccionó con el envío al Congreso de un proyecto de ley por el que reglamentaba el derecho de huelga en
los servicios públicos. En lo sucesivo, las huelgas de los gremios estatales se desarrollarían de manera aislada
y obteniendo triunfos parciales.
Hacia fines de 1991, el gobierno decidió el recorte de varias conquistas laborales. Fortalecido por la
estabilidad alcanzada y los recientes triunfos electorales, Menem obtuvo del Congreso la sanción de una
nueva Ley de Empleos y de una norma que fijaba topes al resarcimiento por accidentes de trabajo. Por su
parte, el ubaldinismo y los sectores más duros del sindicalismo vacilaban en confrontar y apoyar a los gremios
estatales, porque temían aislarse de los sectores populares que habían votado a Menem. Mientras el
gobierno presionaba sobre el movimiento trabajador, la conducción azopardista se enredaba en una lucha
por el control de la central obrera
En diciembre de 1991, ATE, CTERA y los obreros navales se separaron de la CGT Azopardo y se encaminaron
hacia la creación de otra central obrera, más combativa, la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA). Sim
embargo, poco después volvieron a unificarse.
El nuevo secretario de la CGT unificada, Lescano, manifestó su disposición a negociar, aunque advertía que
de no alcanzarse la concertación soltaría por la confrontación. Aparte.
En los primeros meses de 1993 se incrementó la actividad huelguística. Nuevos paros docentes, huelgas de
señalero ferroviarios, de los trabajadores de los subterráneos y de los transportes, etc. amenazaban
desbordar los cauces orgánicos del movimiento obrero. En tanto, la etapa de negociación y de presión al
gobierno, desarrollada por la nueva conducción cegetista, se estrellaba contra la intransigencia
gubernamental
Desde finales de 1994, el “ efecto tequila “ y los nuevos ajustes económicos estimularon la renovación de las
protestas. El recorte de la ayuda a las provincias, los despidos en las empresas telefónicas, la suspensión es
en el sector automotor y el quebranto de la industria electrónica fueguina fueron algunos de los capítulos
que contribuyeron a las manifestaciones de protesta, a la ocupación de fábricas y a numerosos conflictos.
En septiembre de 1995, la inestabilidad laboral, los recortes salariales y el alto índice de desocupación
movilizaron a la CGT a realizar un nuevo paro nacional. Tres más se realizarían entre agosto y diciembre de
1996.
La renuncia de Cavallo pareció abrir el camino hacia negociaciones entre el ala política del gobierno y la CGT.
Sin embargo, el acuerdo no fue posible: Menem ratificó la política económica y amenazó con imponer leyes
laborales por decreto. Se organizó un paro de 24 horas en agosto y otro de 36 horas en septiembre. La
contraofensiva del gobierno se tradujo en la sanción de decretos que suprimían la renovación automática de
los convenios colectivos y en la habilitación para que las pequeñas y medianas empresas negociaran sus
convenio con las comisiones internas de las empresas, sin la participación de los sindicatos nacionales. Los
decretos apuntaban a debilitar el poder sindical, marginándolo en favor de las negociaciones por empresa y
eliminando una conquista laboral obtenida en 1945.
En líneas generales, las organizaciones sindicales no pudieron articular una oposición consistente y unificada
a la política gubernamental. Frente a las reformas estructurales, en general, y la reforma laboral, en
particular, el sindicalismo adoptó tres tácticas diferentes.
En primer lugar, varios gremios y sectores de gremios adoptaron una actitud de colaboración con los planes
reformistas, partiendo una lectura novedosa de las transformaciones producidas en la estructura social,
económica y política desde el colapso del tercer gobierno peronista en 1976. El antecedente de este
comportamiento fue la participación del “Grupo de los 15” con el gobierno de Alfonsín. En tanto se concebían
como parte del sistema de poder, estos sectores se asociaron a la coalición con los empresarios impulsada
por el menemismo. Para esta visión, los movimientos populistas o laboristas eran utopía del pasado. El
sindicato debe constituirse en un proveedor de servicios para sus afiliados: prácticamente una empresa.
Otra parte del sindicalismo adoptó una postura de negociación más dura. Este sector constituyó la
continuidad de la táctica “vandorista” de tomar distancia del poder oficial, preservando la suficiente
autonomía y capacidad para “golpear y negociar”. Frente a la política de reformas del menemismo, ofrece
un respaldo condicionado que implicaba la posibilidad de pasar a una abierta oposición si las iniciativas del
gobierno no eran satisfactoriamente negociadas.
Un tercer campo del sindicalismo se opuso de manera frontal a las reformas impulsadas por el gobierno. Sin
embargo, los sectores gremiales comprometidos en esta postura no pudieron capitalizar el descontento por
la política económica constituyendo un amplio movimiento de resistencia con la oposición política fin. Las
conducciones nacionales de los gremios de empresas a privatizar se inclinaron por la negociación o por la
participación en los procesos licitatorios.Las seccionales rebeldes quedaron aisladas, y sus dirigencias,
desarticuladas
No obstante, la flexibilidad laboral avanzó pese a no haberse alcanzado una legislación integral como la
pretendida por las grandes empresas. Muchas empresas extranjeras al invertir en el sector productivo
firmaron convenios con sindicatos nacionales para flexibilizar las condiciones laborales. Tanto General
Motors, como FIAT y Toyota acordaron, a nivel de empresa, con el sindicato SMATA normas flexibilizadoras
al margen de los convenios colectivos nacionales de trabajo. Por otra parte, la desocupación se constituyó
en el factor decisivo para precarizar las condiciones de trabajo y facilitar la reducción de los costos laborales.
Empero, la relación entre el gobierno y los empresarios no estuvo exenta de altibajos. La presión impositiva
durante la gestión económica de Néstor Rapanelli, fue cuestionada públicamente por uno de los titulares del
grupo. A fines de 1989, el “Grupo de los 8” apoyó las medidas de liberación del mercado cambiario y los
controles de precios impuestas por el ministro Erman González. Pero cuando este trató de detener la caída
del dólar y la inflación, contrayendo la emisión de moneda, o cuando generalizó la aplicación del IVA, el
empresariado mostró su reserva frente a su gestión.
Durante 1990 los industriales y los sectores de la construcción se vieron afectados por la recesión y la presión
impositiva, mientras que el empresariado agropecuario manifestó su desacuerdo con la presión impositiva y
con el tipo de cambio, acentuando su creciente distanciamiento de la política económica. Si bien el acuerdo
empresario se manifestaba con respecto a la línea económica general, no siempre había conformidad con las
medidas de corto plazo.
En marzo de 1991, la apuesta más importante del ministro Cavallo, el Plan de Convertibilidad, fue aprobada
por la mayoría de los diputados peronistas y los partidos de derecha. Sin embargo el escenario que se
configuró desde entonces, no pudo ser aprovechado por todos los grupos empresariales. Los que quedaron
descolocados frente a la competencia externa, promovida por la apertura económica, no encontraron en sus
organizaciones representativas una mayor capacidad contestataria. Con una CGE debilitada, pasaron a
depender de la disposición de la UIA para articular sus demandas.
En cuanto a los grupos económicos fortalecidos durante la dictadura, perdieron su condición de
abastecedores de organismos oficiales al privatizarse las empresas públicas. A manera de compensación,
pudieron participar del proceso privatizador, apropiándose de dichas empresas en condiciones monopólicas
u oligopólicas.
Por otra parte, el gobierno estrechó vínculos con el establishment económico y financiero internacional y con
los sectores locales ligados al mismo.
El menemismo, como identidad política, comenzó a desdibujarse desde 1995. La alianza social sobre la que
se sustentó, mostró su primera fisura tras la reelección de aquel año. Basada en los sectores populares,
mayoritariamente peronistas, y en los grupos de poder económico, los costos de la política de Menem
terminaron erosionando los apoyos de aquellos sectores. La desocupación, la pobreza, la corrupción, la falta
de justicia, la multiplicación de las protestas y el traspié electoral de octubre de 1997 a manos de la Alianza,
formada por el radicalismo y el FREPASO, marcaron el ocaso del menemismo.
FIN