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Comprensión y Redacción de Textos II

Ciclo 2022-verano
Semana 6, sesión 2

Fuentes de información para la Práctica Calificada 2


Revisa las fuentes de información. Complementa tu comprensión del tema buscando otras
confiables y pertinentes. Luego, elabora un mapa semánticos para ordenar la información.

Fuente 1
Las protestas sociales

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, establece que las protestas sociales pacíficas
se encuentran protegidas por el Sistema Interamericano de Derechos Humanos (Edison Lanza,
Relator Especial para la Libertad de Expresión, Informe 2019). Y utiliza indistintamente “protesta
social” o “manifestaciones públicas”, para referirse a toda acción individual o colectiva dirigida
a expresar ideas, visiones o valores, oposición, denuncia de abuso de poder o reivindicaciones
políticas, sociales o culturales, apoyo o crítica al propio Gobierno, la reacción a una política o la
denuncia de un problema público.
El derecho a la libre manifestación y a la protesta pacífica son elementos esenciales del
funcionamiento y la existencia misma del sistema democrático, así como un canal que permite a
las personas y a distintos grupos de la sociedad expresar sus demandas, disentir y reclamar al
Gobierno respecto de su situación particular y del cumplimiento de los derechos políticos,
económicos, sociales, culturales y ambientales.
En el Sistema Interamericano existe una fuerte interconexión entre el derecho a la libertad de
expresión, el derecho de reunión y el derecho a la protesta social. Las reuniones y manifestaciones
desempeñan un papel muy dinámico en la movilización de la población y la formulación de sus
reclamaciones y aspiraciones, pues facilitan la celebración de eventos y ejercen influencia en la
política pública de los Estados.
El derecho a la protesta también se encuentra fuertemente asociado a las actividades de defensa
de los derechos humanos, incluyendo demandas de reconocimiento, protección o ejercicio de un
derecho. Y se recurre a las protestas para reaccionar ante hechos puntuales de violencia, desalojos,
cuestiones laborales u otros eventos que hayan afectado derechos. Estas manifestaciones permiten
incorporar una amplia cantidad de derechos en el desarrollo progresivo del derecho internacional
de los derechos humanos. Y se encuentran fuertemente asociadas a las demandas de
reconocimiento, protección o ejercicio de un derecho político, como el de elegir y ser elegido, en
procesos electorales limpios y transparentes.
Los derechos a la libertad de expresión, reunión pacífica y asociación no sólo garantizan la
promoción de los derechos sociales, culturales y ambientales sino también la identidad de grupos
históricamente discriminados, como el caso de las mujeres, que han salido a las calles para
reclamar la protección de sus derechos. La protesta juega un papel central en la defensa de la
democracia, de la voluntad popular y de los derechos humanos.
La Comisión IDH reconoce que, en distintas circunstancias, las protestas interrumpen y afectan
el normal desarrollo de otras actividades, pero esa situación no vuelve per se ilegítimas a estas
formas de expresión. Las protestas tienen como una de sus funciones canalizar y amplificar las
demandas, aspiraciones y reclamos de grupos de la población, entre ellos, los sectores que por su
situación de exclusión o vulnerabilidad no acceden con facilidad a los medios de comunicación
ni a las instituciones de mediación tradicionales.
El Sistema Interamericano recuerda la obligación que tiene el Estado de garantizar, proteger y
facilitar las protestas y manifestaciones públicas, así como los estándares que deben enmarcar el
uso progresivo –y como último recurso– de la fuerza en contextos de protesta. Y subraya que los
manifestantes tienen la libertad de elegir la modalidad, forma, lugar y mensaje para llevar a cabo
las protestas pacíficas, y el Gobierno la obligación de gestionar el conflicto social desde la
perspectiva del diálogo.
La denominada “revolución de las pititas” en Bolivia fue, en este sentido, una típica protesta
social generalizada frente a los abusos de poder del gobierno de Evo Morales, que buscaba
eternizarse en el poder, a punta de fraude y saltándose la Constitución y los convenios y pactos
internacionales. El gigantesco fraude electoral, consumado por el anterior Tribunal Supremo
Electoral, provocó un profundo malestar y protestas ciudadanas, especialmente de los jóvenes,
tanto en Bolivia como fuera de nuestras fronteras, y los exmandatarios Evo Morales y Álvaro
García Linera terminaron huyendo de Bolivia el domingo 10 de noviembre de 2019.

Herrera, W. Recuperado de https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20210729/columna/protestas-sociales

Fuente 2

Protesta social como herramienta de democratización en el Perú


Gonzalo Alonso Palao

https://argumentos-historico.iep.org.pe/wp-content/uploads/2019/05/Palao-G.-2019-Protesta-
social-como-herramienta-de-democratización.pdf

Fuente 3
Muchas protestas, pocos cambios

Las protestas callejeras se han puesto de moda. De Bangkok a Caracas y de Madrid a Moscú, no
pasa una semana sin que en alguna gran urbe del planeta una muchedumbre tome las calles para
criticar al gobierno o para denunciar problemas más amplios, como la desigualdad o la corrupción.
Con frecuencia las fotos aéreas de estas marchas impresionan por el intimidante mar de gente que
exige cambios. Pero lo más sorprendente es que pocas veces logran su objetivo. Hay una gran
desproporción entre la formidable energía política que vemos en las manifestaciones y sus pocos
resultados prácticos.
Ciertamente, en Egipto, Túnez o Ucrania las protestas callejeras tuvieron un impacto enorme:
derrocaron al Gobierno. Pero son las excepciones. Lo normal es que las grandes marchas no
lleguen a nada. Quizás el mejor ejemplo es Ocupa Wall Street. A principios del verano de 2011,
este movimiento llegó a estar en las principales calles y plazas de 2.600 ciudades del mundo. En
todas, la organización era increíblemente parecida: los participantes no pertenecían a ningún
grupo formal, no tenían una estructura jerárquica, ni líderes obvios. Sus formas de acampar,
protestar, financiarse y actuar seguían un mismo patrón que se esparcía viralmente por las redes
sociales. Y, en todas partes, el mensaje era el mismo: es inaceptable que una élite concentre el
1% de la riqueza mientras que el restante 99% sobrevive a duras penas.
Una iniciativa tan global, multitudinaria y bien organizada debería haber tenido mayor impacto.
Pero no fue así. Si bien el tema de la desigualdad económica se debate ahora más que antes, en la
práctica no se ha avanzado mucho para combatir el problema. Y el movimiento Ocupa ha
desaparecido de los titulares. De hecho, lo común es que las protestas generen solo reacciones
retóricas de los gobiernos, pero no mayores cambios políticos. Dilma Rousseff, por ejemplo,
reconoció como válidos los motivos de quienes tomaron las calles en Brasil y prometió que se
pondría al frente de las reformas necesarias (que aún no se han dado). El primer ministro turco,
Recep Tayyip Erdogan, reaccionó agresivamente a las protestas en su país. Acusó a los
manifestantes de formar parte de una muy sofisticada conspiración en su contra y, aparte de
intentar bloquear Twitter y YouTube, no son muchos los cambios que el Gobierno ha hecho para
responder a las demandas ciudadanas. Algo parecido ha pasado con las marchas contra la
violencia en la ciudad de México o contra la corrupción en Nueva Delhi.
¿Por qué? ¿A qué se debe que tanta gente, tan motivada, logre tan poco? Un experimento que
llevó a cabo en 2009 el profesor Anders Colding-Jørgensen, de la Universidad de Copenhague,
nos da una buena pista. El profesor creó un grupo en Facebook para protestar contra la demolición
de la plaza de la Cigüeña, en la capital danesa. En solo una semana, 10.000 personas lo apoyaron
y, a las dos semanas, el grupo ya tenía 27.000 miembros. Y ese era el experimento: no había
ningún plan para demoler la plaza y el profesor solo quería demostrar lo fácil que era crear un
movimiento numeroso usando las redes sociales.
En el mundo de hoy, una convocatoria por Twitter, Facebook o mensajes de texto para protestar
contra un abuso o algo que nos indigna atraerá seguramente una muchedumbre. El problema es
lo que pasa después de la marcha. A veces termina en confrontaciones violentas con la policía y
otras veces no. Pero en todo caso, lo más frecuente es que no exista una organización con la
capacidad de dar seguimiento a las exigencias y llevar adelante el complejo, muy personal y más
aburrido trabajo político, que es el que produce cambios en las decisiones gubernamentales. Sobre
esto, el profesor Zeynep Tufekci ha escrito que "antes de Internet, el tedioso trabajo organizativo
necesario para evadir la censura u organizar una protesta también ayudaba a crear la
infraestructura que servía de apoyo a la toma de decisiones y a las estrategias para sostener los
esfuerzos. Ahora, los movimientos pueden saltar esas etapas, lo cual con frecuencia los debilita".
Hay un poderoso motor político prendido en las calles de muchas ciudades. Gira a altas
revoluciones y genera mucha energía. Pero ese motor no está conectado con las ruedas y por eso
no hay movimiento. Para conectarlo hace falta más contacto humano directo y más organizaciones
capaces de hacer trabajo político a la antigua. Es decir, cara a cara. Todos los días.

Naísm, Moisés. Recuperado de https://elpais.com/internacional/2014/03/29/actualidad/1396121925_343703.html

Fuente 4
Las protestas sociales y la importancia de la dificultad

Hace un par de semanas me encontraba cerca del Congreso de la República de Colombia en


Bogotá. Mientras caminaba me percaté de una marcha que pasaba a pocos metros. Me dirigí a
ella para observar con más detalle sin imaginarme lo que encontré. Un grupo de más o menos 300
estudiantes lanzando piedras y palos a la policía antidisturbios, que no contaba con más de 50
uniformados. Algunos pasaban al frente para escupirlos y gritarles arengas. Me retiré inquieto y
pensativo, esos jóvenes, probablemente todos entre los 20 y 30 años, estudiantes de universidades
colombianas, desestimaban la autoridad e institucionalidad y se sentían con el derecho de
insultarlos y de destruir el patrimonio público. Tal vez tendrían razón en protestar; sin embargo,
era difícil diferenciar si su expresión era una marcha que se había transformado en vandalismo, o
si la marcha era solo una excusa para ejecutar sus actos de odio y rencor.
El mundo en general y América Latina en particular parecen estar en caos. Abundan intensas
protestas de una parte considerable de la población en varios países de América Latina. Si bien
las causas de cada protesta social tienen que ver, predominantemente, con circunstancias y
problemáticas concretas de cada lugar y de cada sector, todas comparten un común denominador:
el descontento de la mayoría de los ciudadanos con la gestión de sus respectivos gobiernos. En
buena medida, el detonante de esta oleada de insatisfacción general está relacionado con anuncios
de posibles disminuciones de subsidios estatales y demás programas de ayuda social. A esto se
añade una constante y comprensible molestia por los numerosos casos de corrupción en los que
están involucrados funcionarios estatales de alto nivel y hasta expresidentes de varios países.
La corrupción en América Latina es tan oprobiosa que justifica la indignación y las protestas de
la gente. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, ineficiencias como la corrupción en el
conjunto de los países latinoamericanos alcanza alrededor de los 220.000 millones de dólares al
año, el equivalente al 4,4 por ciento de PIB de la región. En este sentido, las instituciones en
América Latina han ido perdiendo prestigio aceleradamente. Una gran mayoría de nuestros
órganos colegiados, congresos y asambleas no son más que plataformas transaccionales en donde
se intercambian favores políticos por intereses privados.
Ahora bien, la llamada "deuda social" es también una constante generadora de frustración e
insatisfacción popular en la gran mayoría de los países latinoamericanos. Por ejemplo, no se puede
ocultar que a estas alturas el analfabetismo llega a 32 millones de latinoamericanos, según datos
de la Unesco, y 39 millones de nuestros conciudadanos padecen hambre.
En medio de estas complejas circunstancias, es necesario un análisis no solo filosófico o teórico,
sino también práctico y económico en relación con las obligaciones del Estado con sus ciudadanos
y respecto al modelo o estructura que ha generado mayor bienestar en el mundo. Si América
Latina quiere salir del círculo vicioso en el que se encuentra deben abandonarse, aunque sea
difícil, políticas asistencialistas como la de los subsidios. La meritocracia debe ser el combustible
que impulse nuestro progreso.
Gobiernos anteriores en países como Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Cuba y El Salvador
han tenido como premisa un Estado benefactor, que pretende llenar los vacíos con subsidios
económicamente insostenibles. El Estado debe actuar como un garante que propicie y garantice
el máximo de oportunidades, pues las políticas asistencialistas no son sostenibles en el largo plazo
y tiendan a quebrar a los países no solo económicamente sino también moralmente. ¿Cómo
explicarle a una generación completa que se debe trabajar y luchar para salir adelante? ¿Cómo
hacerle entender a los jóvenes de hoy que no todo puede regalarse por la simple cuestión de que
nada es gratis? Una sociedad alcanza el desarrollo y la prosperidad en la medida en que tiene unos
ciudadanos creativos y emprendedores que trabajan y empujan su país en ese camino. Sentarse a
esperar y exigir un subsidio no ha traído progreso a ningún ciudadano ni ha engrandecido a
ninguna nación de la tierra.
Los ciudadanos actuales contamos con una infinidad de derechos, ventajas y oportunidades que
nuestros ancestros no tenían, pero tal vez hemos olvidado que también tenemos deberes y que las
marchas y manifestaciones no son sinónimo de vandalismo: “Nuestra democracia se autodestruye
porque abusa de su derecho a la libertad y a la igualdad. Porque enseña a sus ciudadanos a
considerar la impertinencia como un derecho, la falta de respeto de las leyes como libertad, la
imprudencia de las palabras como igualdad y la anarquía como felicidad”. Isócrates.
Ahora bien, en este camino, resulta trascendental eliminar las brechas en cuanto a las
oportunidades que se presentan en América Latina. Sin embargo, no habrá progreso real si nos
seguimos enfocando en justificarnos en el Estado y en creer que todo lo debe proveer. La
meritocracia y el trabajo duro deben ser la principal política pública y el incentivo que
engrandezca nuestra región.
Nuestros jóvenes deben valorar la dificultad y sospechar de lo fácil, encontrar formas de
manifestación por afuera de la mediocridad del vandalismo y transformar nuestra sociedad por
medio de liderazgos constructivos. Deben madurar. Volverse adultos responsables y trabajadores,
que asumen las consecuencias de sus propias decisiones y que no acuden a terceros, como el
Estado, para pedirles protección desde la cuna hasta la tumba. De lo contrario, nos quedaremos
anclados en sociedades infantilizadas y quejumbrosas, que exigen irresponsablemente cambiar
todo y ahora, como las que denuncia el gran filósofo contemporáneo Pascal Bruckner en su muy
recomendable ensayo "La tentación de la inocencia".

Recuperado de https://cnnespanol.cnn.com/2019/11/15/protestas-sociales-rave-opinion/

Fuente 5
Crisis en Chile: ¿qué ha cambiado en tres meses de protesta?

Recuperado de https://www.dw.com/es/crisis-en-chile-qué-ha-cambiado-en-tres-meses-de-
protesta/a-52101121

Fuente 6
Ola de protestas en el mundo: ¿a qué se debe el estallido social en los últimos meses?

Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=g_8slRiS2V4

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