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Sofía Membrado
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1. Introducción
El avance de la justicia regia en los siglos bajomedievales y la consolidación de la
actuación de los corregidores en los concejos urbanos, implicaron la absorción de
numerosos pleitos y conflictos que tradicionalmente habían tratado el concejo cabecera y la
organización aldeana. La presente contribución tiene por objetivo indagar el modo de
interacción de estas dos formas de la justicia que han sido, muchas veces, presentadas como
escindidas y contradictorias. En adelante buscaremos comprender la relación establecida
entre el circuito de la justicia tradicional comunitaria y el de la justicia regia en el concejo
de Ávila, entre finales del siglo XIV y el XV.
1
Las siete partidas del rey Don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices antiguos por la Real
Academia de la Historia, Tomo II, Partida III, Ley XXIII, Título IV, Madrid, 1807 [en adelante Partidas], p.
407.
2
Wendy Davies analiza en este sentido el rol de los oath-helpers (1988: 151).
La historiografía coincide en caracterizar a los jueces árbitros como vecinos, prestigiosos
por sus oficios o su posición social, nombrados por las partes enfrentadas para intervenir en
un conflicto determinado, que actuaban en conjunto y cuyas funciones se extinguían tras su
resolución. La característica fundamental de la mediación que llevaban adelante y que la
diferenciaba de los mecanismos propios de la justicia regia -a los que las personas
involucradas en el conflicto podrían haber recurrido3-, es que sus sentencias se orientaban a
restablecer el equilibrio roto por un conflicto y que eran inapelables: “aquellos que
quisieren meter el pleito en su mano… deben prometer de guardar et de obedescer el
mandamiento ó los juicios que los avenidores ficieren sobre aquel pleito so cierta pena” 4.
Estos criterios se mantuvieron vigentes en la Baja Edad Media, aunque la creciente
influencia de la justicia regia comenzaba a entremezclar con ellos los suyos.
En los registros documentales que van desde finales del siglo XIV hasta fines del siglo XV,
podemos encontrar varios niveles de interrelación entre las mediaciones por arbitraje y la
justicia regia. En primer lugar, podemos observar cómo ambas coexistían y se
complementaban en disputas intrafamiliares por la posesión y sucesión de bienes e
inmuebles.
En 1375 encontramos oficiando a Gil Muñoz y Nuño González como “alcaldes árbitros
amigos”5. El proceso de articulación de justicia arbitral y justicia regia puede identificarse
en el mismo acto de selección de estos jueces, a cargo de dos mujeres que disputaban por la
posesión de términos y casas, que quedó registrado mediante escribano público del rey.
Pese a esta formalidad, su nombramiento remitía a un acto vincular entre pares. Como para
dictar su sentencia los jueces buscaron el acuerdo de “omes bonos legados, sabedores en
fuero e en derecho”6; podemos deducir que no eran oficiales especializados en la
3
Isabel Alfonso Antón llama la atención sobre “la insistencia en la utilización de cauces legales, que
evidencia la gran cantidad de pleitos entre comunidades campesinas y señores”. En su opinión, “la lucha
judicial del campesinado estaba estrechamente relacionada con esa conflictividad más cotidiana que es
calificada de resistencia” (Alfonso Antón, 1997: 16). Para White, la prevalencia de las resoluciones de
disputas mediante compromisos era en el siglo XI en la región de producto de una elección y no de la
necesidad (1978: 308).
4
Partidas, p. 408.
5
Luis López, C. y Del Ser Quijano, G., Documentación medieval del Asocio de la Extinguida Universidad y
Tierra de Ávila. Volumen I (En adelante Asocio, I), Doc. 38 (30-31 de enero, 1375), p. 92.
6
Asocio, I, Doc. 38, p. 93.
administración de justicia, sino vecinos de la ciudad. Y ese componente “vecinal” explica
que las partes resignaran a futuro cualquier posible apelación ante otras7.
¿En qué consistía el conflicto que Gil Muñoz y Nuño González habían sido llamados a
resolver? Doña María había denunciado a su cuñada María Velásquez por usurpación de
términos en las aldeas de Villaviciosa, Verdugo y La Torre, que había tenido y poseído su
difunto esposo y hermano de ésta última, Gonzalo Gómez el Mozo. La acusada había
argüido en su defensa que los términos le correspondían por herencia, porque aunque era
verdad que habían pertenecido a Gonzalo Gómez, también lo era que éste “los donó
forçados en quanto vivió” al arcediano de Olmedo y de Ávila, hermano de ambos. Las
acusaciones eran cruzadas. Porque María Velázquez replicó contra doña María que su
hermano había ocupado desde hacía más de diez años unas casas en la ciudad de Ávila que
habían sido de Ximén Muñoz, su padre. Hacía un año y medio que Gómez había fallecido,
pero doña Mari continuaba en ellas. Puesto que María Velásquez era también “fiia legítima
heredera del dicho Ximén Muñoz”, reclamaba que las casas también le pertenecían a ella.
La disputa entre las dos mujeres asimismo era sobre “pan… vino et ganados e otras cosas
que entre los dichos Gonçalo Gómez e Mari Velásquez, su hermana, tovieran e ovieran de
ser partidas”8.
Luego de revisar las declaraciones de las dos partes, los testimonios de otras personas y la
opinión de especialistas en derecho, los árbitros fallaron que los términos correspondían a
María Velásquez “para que faga dello e en ello todo lo que quisyer e por bien tovier asy
conmo de su cosa propia”.9 Pero las sentencias arbitrales rara vez encontraban una única
parte beneficiada. Entre sus características estaba la tendencia a repartir cargas y derechos,
es decir, conciliar y encontrar un acuerdo que resolviera por igual el conflicto para ambas
partes. En palabras de los jueces, su sentencia era dada “aveniendo, conponiendo” y
buscando “bien de paz”10, algo que hubiera sido poco posible de haber fallado por completo
en contra de doña Mari. Por eso mismo, se resolvía que las casas situadas en la ciudad
debían ser otorgadas a Ximeno, uno de sus hijos. Y, por otra parte, “que las vacas de la
7
En su trabajo, White retoma las ideas de Frederic Cheyette quien en “Suum Cuique Tribuere” afirmaba que
los árbitros eran personajes capaces de presionar a los litigantes para aceptar su juicio y llegar a un acuerdo,
porque eran amigos, parientes o tenían una relación de cercanía (White, 1978: 282).
8
Asocio, I, Doc. 38, p. 93.
9
Asocio, I, Doc. 38, p. 93.
10
Asocio, I, Doc. 38, p. 93.
dicha doña Mari e del dicho Ximeno, su fiio, que anden e pazcan seguramente syn ervax en
la dicha Villaviçiosa e en su término en quanto ellos bevieren”11.
Un juramento que amenazaba con la “descomunión” obligaba a las mujeres a “guardar e
conplir e mantener agora e para en todo tiempo e syenpre jamás bien e conplidamente” la
disposición de la sentencia12. El acto de jurar revestía una importancia crucial, ya que se
consideraba que el juramento fundaba discursos verdaderos y compromisos firmes 13. Los
términos de la carta de compromiso que habían jurado María Velásquez y doña María
implicaban a su vez que
“nos, amas las dichas partes sobredichas e cada una de nos, rrenunçiamos que la sentençia
que los dichos árbitros dieren, conmo dicho es, que la non podamos mostrar nin traer ante
algún alcalde nin ante otro juez ordinario nin podamos della apellar nin suplicar, por que
puedan della conocer, nin examinarla nin levarla a alvedrío de buen varón nin reclamar el
dicho alvedrío, so la dicha pena de los veynte mill maravedís por cada vegada” 14.
Las pleiteantes, además de comprometerse a no recurrir a otros oficiales de justicia,
resignaban el recurso a invocar otras fuentes de derecho. Renunciaban así a “toda ley e a
toda decretal e a todo fuero e a todo derecho, escripto e non escripto, e cartas e previllejos
de merçet de rrey o de rreyna o de ynfante heredero o de otro señor o juez cualesquier que
sea, ganadas e por ganar, e a todos usos e costumbres” 15. Otros mecanismos de sanción
comunitarios pesaban para hacer de la sentencia una solución ineludible e inapelable. Las
mujeres habían comprometido en garantía “todos [sus] bienes…, asy muebles conmo
rrayzes, avidos e por aver”.16
La multa por el incumpliendo de la sentencia sería ejecutada por los mismos jueces árbitros
o por los demás alcaldes y alguaciles del concejo, o bien por los oficiales regios. 17 La
renuencia a acudir a los oficiales de la justicia del rey pero la aceptación de que los mismos
podrían involucrarse para garantizar la obediencia a la sentencia arbitral, vuelve a
indicarnos que ambos circuitos judiciales se hallaban enlazados.
11
Asocio, I, Doc. 38, p. 94.
12
Asocio, I, Doc. 38, p. 95
13
“El ritual de jurar, sin embargo, fue un acto de gran solemnidad y desde luego una práctica que, asumida
como garantía de verdad y compromiso en muy diversas situaciones, estuvo extendida y arraigada en todos
los ámbitos sociales” (Alfonso Antón, 2010: 255)
14
Asocio, I, Doc. 38, pp. 95-96.
15
Asocio, I, Doc. 38, p. 96.
16
Asocio, I, Doc. 38, pp. 96.
17
Asocio, I, Doc. 38, pp. 95.
Todos estos elementos característicos de las sentencias arbitrales, hacían del compromiso
una solución sensiblemente más firme que las sentencias que cualquier alcalde o corregidor
hubieran podido dictar. El dictamen que resultaba de ellas componía a las partes,
estableciendo algo a favor de cada una, a fin de resolver la diferencia de raíz y restituir los
equilibrios comunitarios. En este caso, reconociendo la posesión de los términos a una de
las hermanas, pero asegurando a la otra el derecho de pastoreo de su ganado, así como la
propiedad de la vivienda para su hijo.
Así como persistían las formas más tradicionales de mediación entre vecinos, en las que la
justicia regia solo era incluida en un lugar secundario para actuar si alguna de las partes
contravenía la sentencia arbitral; en otras ocasiones el proceso era inverso. El segundo nivel
de interrelación entre los dos circuitos de justicia tenía lugar cuando era la justicia regia la
que delegaba la resolución de una controversia judicial a la organización local de los
aldeanos.
Entre los años 1413 y 1415, un juez comisario enviado por el monarca Juan II actuó
intensamente en Ávila para impartir justicia ante los recurrentes episodios de apropiación
de términos comunes. La mayoría de las sentencias dictadas por este juez, el bachiller en
decretos Nicolás Pérez, fueron contrarias a los usurpadores, miembros de la caballería
villana y del regimiento de la ciudad. Sin embargo, eran también frecuentes los conflictos
por límites entre concejos. En ese contexto es que situamos la decisión tomada por el juez
regio a mediados de noviembre de 141518 de encomendar a testigos juramentados la
resolución de un pleito por términos que oponía a la villa de Paradinas de San Juan contra
el concejo de Ávila y que había comenzado meses atrás, en agosto19.
Las formas de mediación para la resolución de conflictos no siempre suponían la
designación de jueces árbitros. En ocasiones, consistían en el nombramiento de personas
delegadas bajo juramento para la realización de una tarea concreta. Con el objetivo de
evitar “costas e daños que por andar en pleito se le podrían rrecresçer” 20 de continuar el
pleito como hasta entonces, el juez comisario “mandava e mandó a los sobredichos testigos
juramentados que ay estaban presentes e a cada uno dellos que fuesen con el dicho juez e
con los dichos procuradores a deslindar e determinar los dichos términos”21.
18
Asocio, I, Doc. 91 (6, Agosto, 1415 – 19, noviembre, 1415), p. 396.
19
Asocio, I, Doc. 91, p. 392.
20
Asocio, I, Doc. 91, p. 396.
21
Asocio, I, Doc. 91, pp. 396-397
Los testigos juramentados eran vecinos de Paradinas y de Cantarcillo, la ladea que
reclamaba que sus límites eran invadidos por los primeros. Luego de ser “presentados por
amas las dichas partes e por cada una dellas e juramentados por el dicho juez”, salieron a
deslindar y amojonar las divisiones entre los dos lugares. Finalmente, “los sobredichos
apeadores e cada uno dellos dixieron que los davan e dieron por buenos e verdaderos so
virtud del dicho juramento que avían fecho” 22. Nuevamente encontramos el preponderante
lugar que ocupaba la retórica del juramento, no solo para las comunidades y sus
mecanismos de justicia, sino también para los oficiales regios y sus procedimientos.
Finalmente, la disputa que había comenzado ante el juez comisario delegado por la
monarquía, concluía con el acuerdo al que llegaban los dos concejos, luego de mediar la
intervención de testigos locales.
5. Algunas conclusiones
Como hemos podido ver a la luz de los casos que revisamos en esta contribución, el avance
de la justicia regia en la Baja Edad Media no retrajo la tradicional participación de árbitros
y mediadores, investidos por los vecinos, para la resolución de conflictos y disputas. Por el
contrario, los procedimientos de la justicia regia convergían con los propios de la
mediación comunitaria. En este sentido, debe revisarse la difundida imagen historiográfica
de una justicia formal y racional -burocrática- avanzando sobre mecanismos tradicionales.
La justicia bajomedieval entretejía oficios, procedimientos, costumbres y diversas fuentes
del derecho. Podía darse el caso de que fuera una decisión regia la que colocara bajo la
gestión de árbitros locales la resolución de un pleito, o bien podían ser los máximos
oficiales de la justicia del rey en los concejos los que actuaran bajo las reglas de la
mediación. Cabe recoger entonces el señalamiento de que “los análisis sobre procesos de
centralización del poder que suelen animar gran parte de la historiografía del período, han
de prestar más atención a lo que sigue pasando en los ámbitos locales” (Alfonso Antón,
2000: 66).
34
Asocio, II, Doc. 157 (17, febrero, 1489). p. 583.
¿Qué explica la persistencia de este tipo de prácticas y acuerdos extrajudiciales,
progresivamente absorbidos por los oficios de justicia regios? Por un lado, resultan obvias
sus ventajas, no solo porque la mediación fuera menos costosa que un pleito, sino
principalmente por las garantías excepcionales que ofrecía para consolidar sus sentencias.
Los pleitos que presidían corregidores y demás oficiales regios resultaban especialmente
permeables a todo tipo de estrategias dilatorias y de desgaste, gracias a las apelaciones que
eran alentadas desde el poder central y a una errática política de parte de la corona para
definir prioridades y favores. Las sanciones que emitían los juicios arbitrales, en cambio,
excluían de plano cualquier posible maniobra para sortear la solución de composición entre
partes. Pero además, y esto reviste crucial importancia, las soluciones surgidas del arbitraje
y la mediación eran definitivas porque establecían un compromiso más equitativo para los
pleiteantes. Las sentencias no favorecían ni perjudicaban a nadie, sino que buscaban
restablecer el equilibrio –la amistad o la paz, según las palabras de los árbitros-, conciliar,
repartir los beneficios y las pérdidas que pudiera conllevar su puesta en práctica. Así, se
buscaba que la disputa no se reabriera.
Podemos aún otorgar otro significado a la vigencia de los métodos de conciliación y
mediación, desde antiguo a cargo de vecinos y que por entonces pasaban a ser ejercidos por
oficiales de la justicia regia. Este proceso de articulación entre dos formas de resolución de
conflictos nos revela las cualidades híbridas de la justicia regia en un momento en que ésta
estaba jugando un rol clave en la centralización política regia. La arraigada caracterización
de los corregidores como profesionales del derecho, sometidos a mecanismos de control y
constreñidos a la ejecución de órdenes y normas nacidas de la monarquía y sus órganos
centrales; debe ser matizada. Porque las tradiciones, formas y procedimientos de justicia
comunitaria, con sus árbitros componedores y sus testigos juramentados, no solo coexistían,
sino que muchas veces constituían la propia práctica cotidiana de la justicia regia. La
consolidación de los corregidores descansaba, en parte, en la conservación de prácticas
comunitarias de justicia. Qué función cumplían éstas en un contexto judicial en tránsito a
ser completamente dominado por los oficiales regios y por qué, si eran más efectivas que
los procedimientos oficiales, entonces no constituían la forma principal para dirimir
conflictos, constituyen interrogantes a los que seguiremos prestando atención en el futuro.
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