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Justicia tradicional, justicia regia.

Un aporte sobre la incidencia del corregimiento en


los juicios arbitrales en Ávila (S. XIV-XV).

Traditional justice, royal justice. A contribution about the incidence of the


corregimiento on arbitral settlements in Ávila (S. XIV-XV).

Sofía Membrado

Instituto de Historia Antigua y Medieval, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de


Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.

E-mail: sofi.membrado@gmail.com

La autora es profesora de historia por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente,


becaria doctoral de Conicet.
Resumen:
Las comunidades medievales desarrollaron desde tiempos muy antiguos mecanismos de
mediación, arbitraje y formulación de compromisos entre pares para la resolución de
conflictos. Estas formas, gestionadas en el marco comunitario, se encontraban vigentes al
comienzo de la Baja Edad Media. Todavía durante el siglo XIV pleitos por la disposición
de los suelos se resolvían apelando a instrumentos de compromiso tradicionales, en los que
actuaban jueces árbitros.
Sin embargo, el proceso de centralización política de la monarquía y el despliegue de sus
oficios de justicia en el área de concejos, produjo en el mismo período importantes
transformaciones que, entre otras cosas, afectaron la forma de funcionamiento de los
mecanismos arbitrales. El progresivo afianzamiento del corregimiento en las ciudades
terminó por abarcar y absorber a la institución de los jueces árbitros.
En la presente contribución proponemos revisar el modo de interacción entre las formas
tradicionales de justicia y las instancias de poder en el concejo de Ávila durante los siglos
XIV y XV.  ¿Cómo impactó la creciente intervención regia en las formas comunitarias de
justicia al articularse con éstas? ¿Qué función cumplían los mecanismos de arbitraje en un
contexto judicial en tránsito a ser completamente dominado por los oficiales regios? ¿Eran
los compromisos a los que llegaban los jueces árbitros más efectivos que las sentencias de
pleitos presentados ante la justicia ordinaria? Y si esto era así, ¿por qué entonces no
constituían la forma principal para dirimir conflictos?
Para responder estas preguntas, realizaremos una caracterización de las formas
tradicionales de la justicia. Luego, estudiaremos las particularidades del caso abulense,
buscando identificar cambios o modificaciones que la actividad de la justicia regia
introdujo en la lógica comunitaria que regía para dirimir las disputas que se presentaban.
Esperamos así ahondar, desde otra perspectiva, en nuestro conocimiento sobre la justicia
regia.

Palabras clave: justicia – arbitraje – corregidores – Ávila – Baja Edad Media


Abstract:
Since very antique times, medieval communities developed different ways of arbitration
and compromises in order to settle disputes. All this mechanisms grown from the
community were still common during late middle age. Even in the fourteenth century some
struggles for the land were settled by the judgment of arbiters who arranged agreements.
However, the political centralization process of the monarchy and the deployment of its
justice officers around the councils brought significant changes. Among other things, they
affected the way arbitral settlement used to work.
The aim of this contribution is to analyze how was the interaction between the traditional
justice and the justice institutions of the crown in Ávila, during XIV y XV centuries. We
are going to study the specificities of Ávila case to find the changes that the royal officers
of justice introduced in the traditional way of settling conflicts. In this way, we expect to
increase our knowledge of the royal justice.

Key words: justice – arbiters – corregidores – Ávila – Late Middle Age


Justicia tradicional, justicia regia. Un aporte sobre la incidencia del
corregimiento en los juicios arbitrales en Ávila (S. XIV-XV)

1. Introducción
El avance de la justicia regia en los siglos bajomedievales y la consolidación de la
actuación de los corregidores en los concejos urbanos, implicaron la absorción de
numerosos pleitos y conflictos que tradicionalmente habían tratado el concejo cabecera y la
organización aldeana. La presente contribución tiene por objetivo indagar el modo de
interacción de estas dos formas de la justicia que han sido, muchas veces, presentadas como
escindidas y contradictorias. En adelante buscaremos comprender la relación establecida
entre el circuito de la justicia tradicional comunitaria y el de la justicia regia en el concejo
de Ávila, entre finales del siglo XIV y el XV.

2. Compromisos y arbitrajes en la historiografía


Las comunidades medievales contaban, desde los siglos centrales de la Edad Media, con
mecanismos para la resolución de conflictos por fuera de los tribunales señoriales o regios.
Este tradicional circuito de justicia comunitaria ha sido estudiado en profundidad para
algunas regiones de Europa (Davies-Fouracre, 1992). Análisis pioneros sobre las disputas
en torno a los derechos de propiedad de una abadía en el oeste de Francia en el siglo XI
habían señalado que éstas, en su mayoría, no eran procesadas en la corte, sino a través de
mediadores o árbitros que arribaban a soluciones conciliatorias (White, 1978). En las aldeas
bretonas, durante los siglos VIII y IX, también existían mecanismos informales para la
resolución de litigios a cargo de los propios miembros de la comunidad. Wendy Davies
reconstruyó, a partir de los registros de la abadía de Redon, el funcionamiento de los
acuerdos que oficiaban los aldeanos (Davies, 1988). Usualmente quienes se encargaban de
estos asuntos no eran los más acaudalados pero sí los de mejor reputación y mayor
conocimiento sobre la historia de la localidad. Los acuerdos se celebraban en un marco
privado, guiados por la finalidad de restaurar la amistad y construir un compromiso que
minimizara las pérdidas a las partes involucradas. Las sanciones para asegurar el
cumplimiento de lo convenido también estaban previstas y se basaban en un sistema de
garantías y fiadores, gestionado por otros integrantes de las aldeas.
Para el territorio castellano, el tema de la justicia comunitaria fue abordado desde un punto
de vista institucionalista que priorizaba las referencias que había sobre la misma en la
normativa regia, la tradición del derecho romano y los fueros locales; así como los
elementos que componían las sentencias arbitrales (Merchán Álvarez, 1985; 1987; 1999).
Los alcaldes de avenencia o jueces árbitros eran quienes actuaban para resolver disputas a
pedido de las partes enfrentadas, las cuales debían firmar una carta de compromiso para
iniciar el procedimiento e investir de poder a los jueces (Merchán Álvarez, 1987). La
mayoría de las contribuciones que aluden a estas figuras comparten una marcada tendencia
a diferenciar su órbita de actuación de aquella oficial e institucionalizada, propia de la
justicia concejil y regia. El principal referente, Merchán Álvarez, explica la escasez de
regulaciones sobre el arbitraje en los fueros locales porque “su práctica supondría un grave
perjuicio para los múltiples aportellados que intervenían en un pleito que seguía el
procedimiento ordinario.” (1985: 78). Esta opinión es similar a la sostenida por Laura
Carbó, en cuyo análisis sobre las disputas arbitrales en Ávila afirma que la opción por el
arbitraje permitía a los vecinos evitar “la manipulación de los canales judicializados,
sustituyendo el proceso oficial por otro privado, a fin de eludir determinados efectos
propios del proceso, como eran los excesos de gastos, la lentitud de su desarrollo, las
formalidades o la incompetencia técnica del juzgador” (2011: 12). Por su parte, al describir
el funcionamiento de la justicia impartida por alcaldes y corregidores en la región
cantábrica, Rodríguez Fernández sostiene que a su lado “coexistía otra justicia, amparada
en el derecho consuetudinario y la costumbre, que entendía a diario en cuestiones
puramente civiles y de menor cuantía” (1986: 30). Dentro de esta otra justicia, quedaban
comprendidas las sentencias arbitrales, a las que se recurría principalmente para dirimir
litigios por términos y aprovechamiento de pastos y montes (Rodríguez Fernández, 1986:
30).
Desde la historia social, en cambio, se ha puesto el eje en la relación establecida entre los
dispositivos judiciales y la construcción de poder, la procedencia y características de
aquellos que impartían diversas modalidades de justicia, la incidencia de la condición social
de los sujetos implicados en los pleitos como testigos, fiadores, reos o pleiteantes, etc.
(Bonachía Hernando, 1998). En esta línea pueden ubicarse las contribuciones de Alfonso
Antón, quien critica la “dicotomía tan ampliamente asumida, en y fuera de la historiografía
jurídica, que oponía adjudicación y justicia formal a compromisos y arbitrajes,
considerando a estos como externos a la maquinaria judicial en el sentido limitado en que
era concebida” (2004: 47). En efecto, los mismos corpus jurídicos considerados más
romanistas, es decir, más racionales, incluían el tratamiento de la avenencia. Por caso,
Alfonso X pretendió legislar en diversos pasajes de las Siete Partidas sobre las funciones y
procedimientos de los “jueces de aveniencia”, que “es á que llaman en latin arbitratores,
que quiere tanto decir como alvedriadores et comunales amigos que son escogidos por
placer de amas las partes para avenir et librar las contiendas que hobieren entre sí en
qualquier manera que ellos tovieren por bien”1. Resulta visible, entonces, que lejos de
tratarse de dos sistemas opuestos o en competencia, existía un proceso de superposición -o
imbricación en palabras de Alfonso Antón- entre la justicia regia y la justicia arbitral.
Dicho proceso puede reconocerse en las costumbres jurídicas en las montañas de León
alrededor del año mil, estudiadas por Martínez Sopena. Los omines bonos, personajes
acomodados que gozaban de un reconocimiento colectivo, actuaban bajo forma de
asamblea o reunión para promover acuerdos entre partes, que luego debían ser reconocidos
por un poder superior (Martínez Sopena, 2007, 241). A la inversa, algunos pleitos que eran
llevados a la corte regia terminaban resolviéndose por arbitraje, como sucedió entre el
monasterio de Oña y la villa de Frías. Durante el último tercio del siglo XIII, alcaldes
árbitros nombrados por las partes resolvieron la disputa que los enfrentaba, por mandato del
infante Sancho. (Alfonso Antón, 2000: 62).
Veremos en adelante cómo operó el proceso de interrelación de la justicia regia con las
formas comunitarias de mediación en el caso abulense, a la luz de disputas entre vecinos
por la disposición de los suelos, de otros bienes patrimoniales y la fiscalidad.

3. Jueces árbitros y testigos juramentados


Entre los principales mecanismos de la justicia que tradicionalmente practicaban las
comunidades, los juicios arbitrales y la reunión de testigos juramentados 2, que a veces eran
encomendados para la realización de una tarea puntual, tuvieron un lugar preponderante.

1
Las siete partidas del rey Don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices antiguos por la Real
Academia de la Historia, Tomo II, Partida III, Ley XXIII, Título IV, Madrid, 1807 [en adelante Partidas], p.
407.
2
Wendy Davies analiza en este sentido el rol de los oath-helpers (1988: 151).
La historiografía coincide en caracterizar a los jueces árbitros como vecinos, prestigiosos
por sus oficios o su posición social, nombrados por las partes enfrentadas para intervenir en
un conflicto determinado, que actuaban en conjunto y cuyas funciones se extinguían tras su
resolución. La característica fundamental de la mediación que llevaban adelante y que la
diferenciaba de los mecanismos propios de la justicia regia -a los que las personas
involucradas en el conflicto podrían haber recurrido3-, es que sus sentencias se orientaban a
restablecer el equilibrio roto por un conflicto y que eran inapelables: “aquellos que
quisieren meter el pleito en su mano… deben prometer de guardar et de obedescer el
mandamiento ó los juicios que los avenidores ficieren sobre aquel pleito so cierta pena” 4.
Estos criterios se mantuvieron vigentes en la Baja Edad Media, aunque la creciente
influencia de la justicia regia comenzaba a entremezclar con ellos los suyos.
En los registros documentales que van desde finales del siglo XIV hasta fines del siglo XV,
podemos encontrar varios niveles de interrelación entre las mediaciones por arbitraje y la
justicia regia. En primer lugar, podemos observar cómo ambas coexistían y se
complementaban en disputas intrafamiliares por la posesión y sucesión de bienes e
inmuebles.
En 1375 encontramos oficiando a Gil Muñoz y Nuño González como “alcaldes árbitros
amigos”5. El proceso de articulación de justicia arbitral y justicia regia puede identificarse
en el mismo acto de selección de estos jueces, a cargo de dos mujeres que disputaban por la
posesión de términos y casas, que quedó registrado mediante escribano público del rey.
Pese a esta formalidad, su nombramiento remitía a un acto vincular entre pares. Como para
dictar su sentencia los jueces buscaron el acuerdo de “omes bonos legados, sabedores en
fuero e en derecho”6; podemos deducir que no eran oficiales especializados en la

3
Isabel Alfonso Antón llama la atención sobre “la insistencia en la utilización de cauces legales, que
evidencia la gran cantidad de pleitos entre comunidades campesinas y señores”. En su opinión, “la lucha
judicial del campesinado estaba estrechamente relacionada con esa conflictividad más cotidiana que es
calificada de resistencia” (Alfonso Antón, 1997: 16). Para White, la prevalencia de las resoluciones de
disputas mediante compromisos era en el siglo XI en la región de producto de una elección y no de la
necesidad (1978: 308).
4
Partidas, p. 408.
5
Luis López, C. y Del Ser Quijano, G., Documentación medieval del Asocio de la Extinguida Universidad y
Tierra de Ávila. Volumen I (En adelante Asocio, I), Doc. 38 (30-31 de enero, 1375), p. 92.
6
Asocio, I, Doc. 38, p. 93.
administración de justicia, sino vecinos de la ciudad. Y ese componente “vecinal” explica
que las partes resignaran a futuro cualquier posible apelación ante otras7.
¿En qué consistía el conflicto que Gil Muñoz y Nuño González habían sido llamados a
resolver? Doña María había denunciado a su cuñada María Velásquez por usurpación de
términos en las aldeas de Villaviciosa, Verdugo y La Torre, que había tenido y poseído su
difunto esposo y hermano de ésta última, Gonzalo Gómez el Mozo. La acusada había
argüido en su defensa que los términos le correspondían por herencia, porque aunque era
verdad que habían pertenecido a Gonzalo Gómez, también lo era que éste “los donó
forçados en quanto vivió” al arcediano de Olmedo y de Ávila, hermano de ambos. Las
acusaciones eran cruzadas. Porque María Velázquez replicó contra doña María que su
hermano había ocupado desde hacía más de diez años unas casas en la ciudad de Ávila que
habían sido de Ximén Muñoz, su padre. Hacía un año y medio que Gómez había fallecido,
pero doña Mari continuaba en ellas. Puesto que María Velásquez era también “fiia legítima
heredera del dicho Ximén Muñoz”, reclamaba que las casas también le pertenecían a ella.
La disputa entre las dos mujeres asimismo era sobre “pan… vino et ganados e otras cosas
que entre los dichos Gonçalo Gómez e Mari Velásquez, su hermana, tovieran e ovieran de
ser partidas”8.
Luego de revisar las declaraciones de las dos partes, los testimonios de otras personas y la
opinión de especialistas en derecho, los árbitros fallaron que los términos correspondían a
María Velásquez “para que faga dello e en ello todo lo que quisyer e por bien tovier asy
conmo de su cosa propia”.9 Pero las sentencias arbitrales rara vez encontraban una única
parte beneficiada. Entre sus características estaba la tendencia a repartir cargas y derechos,
es decir, conciliar y encontrar un acuerdo que resolviera por igual el conflicto para ambas
partes. En palabras de los jueces, su sentencia era dada “aveniendo, conponiendo” y
buscando “bien de paz”10, algo que hubiera sido poco posible de haber fallado por completo
en contra de doña Mari. Por eso mismo, se resolvía que las casas situadas en la ciudad
debían ser otorgadas a Ximeno, uno de sus hijos. Y, por otra parte, “que las vacas de la

7
En su trabajo, White retoma las ideas de Frederic Cheyette quien en “Suum Cuique Tribuere” afirmaba que
los árbitros eran personajes capaces de presionar a los litigantes para aceptar su juicio y llegar a un acuerdo,
porque eran amigos, parientes o tenían una relación de cercanía (White, 1978: 282).
8
Asocio, I, Doc. 38, p. 93.
9
Asocio, I, Doc. 38, p. 93.
10
Asocio, I, Doc. 38, p. 93.
dicha doña Mari e del dicho Ximeno, su fiio, que anden e pazcan seguramente syn ervax en
la dicha Villaviçiosa e en su término en quanto ellos bevieren”11.
Un juramento que amenazaba con la “descomunión” obligaba a las mujeres a “guardar e
conplir e mantener agora e para en todo tiempo e syenpre jamás bien e conplidamente” la
disposición de la sentencia12. El acto de jurar revestía una importancia crucial, ya que se
consideraba que el juramento fundaba discursos verdaderos y compromisos firmes 13. Los
términos de la carta de compromiso que habían jurado María Velásquez y doña María
implicaban a su vez que
“nos, amas las dichas partes sobredichas e cada una de nos, rrenunçiamos que la sentençia
que los dichos árbitros dieren, conmo dicho es, que la non podamos mostrar nin traer ante
algún alcalde nin ante otro juez ordinario nin podamos della apellar nin suplicar, por que
puedan della conocer, nin examinarla nin levarla a alvedrío de buen varón nin reclamar el
dicho alvedrío, so la dicha pena de los veynte mill maravedís por cada vegada” 14.
Las pleiteantes, además de comprometerse a no recurrir a otros oficiales de justicia,
resignaban el recurso a invocar otras fuentes de derecho. Renunciaban así a “toda ley e a
toda decretal e a todo fuero e a todo derecho, escripto e non escripto, e cartas e previllejos
de merçet de rrey o de rreyna o de ynfante heredero o de otro señor o juez cualesquier que
sea, ganadas e por ganar, e a todos usos e costumbres” 15. Otros mecanismos de sanción
comunitarios pesaban para hacer de la sentencia una solución ineludible e inapelable. Las
mujeres habían comprometido en garantía “todos [sus] bienes…, asy muebles conmo
rrayzes, avidos e por aver”.16
La multa por el incumpliendo de la sentencia sería ejecutada por los mismos jueces árbitros
o por los demás alcaldes y alguaciles del concejo, o bien por los oficiales regios. 17 La
renuencia a acudir a los oficiales de la justicia del rey pero la aceptación de que los mismos
podrían involucrarse para garantizar la obediencia a la sentencia arbitral, vuelve a
indicarnos que ambos circuitos judiciales se hallaban enlazados.
11
Asocio, I, Doc. 38, p. 94.
12
Asocio, I, Doc. 38, p. 95
13
“El ritual de jurar, sin embargo, fue un acto de gran solemnidad y desde luego una práctica que, asumida
como garantía de verdad y compromiso en muy diversas situaciones, estuvo extendida y arraigada en todos
los ámbitos sociales” (Alfonso Antón, 2010: 255)
14
Asocio, I, Doc. 38, pp. 95-96.
15
Asocio, I, Doc. 38, p. 96.
16
Asocio, I, Doc. 38, pp. 96.
17
Asocio, I, Doc. 38, pp. 95.
Todos estos elementos característicos de las sentencias arbitrales, hacían del compromiso
una solución sensiblemente más firme que las sentencias que cualquier alcalde o corregidor
hubieran podido dictar. El dictamen que resultaba de ellas componía a las partes,
estableciendo algo a favor de cada una, a fin de resolver la diferencia de raíz y restituir los
equilibrios comunitarios. En este caso, reconociendo la posesión de los términos a una de
las hermanas, pero asegurando a la otra el derecho de pastoreo de su ganado, así como la
propiedad de la vivienda para su hijo.
Así como persistían las formas más tradicionales de mediación entre vecinos, en las que la
justicia regia solo era incluida en un lugar secundario para actuar si alguna de las partes
contravenía la sentencia arbitral; en otras ocasiones el proceso era inverso. El segundo nivel
de interrelación entre los dos circuitos de justicia tenía lugar cuando era la justicia regia la
que delegaba la resolución de una controversia judicial a la organización local de los
aldeanos.
Entre los años 1413 y 1415, un juez comisario enviado por el monarca Juan II actuó
intensamente en Ávila para impartir justicia ante los recurrentes episodios de apropiación
de términos comunes. La mayoría de las sentencias dictadas por este juez, el bachiller en
decretos Nicolás Pérez, fueron contrarias a los usurpadores, miembros de la caballería
villana y del regimiento de la ciudad. Sin embargo, eran también frecuentes los conflictos
por límites entre concejos. En ese contexto es que situamos la decisión tomada por el juez
regio a mediados de noviembre de 141518 de encomendar a testigos juramentados la
resolución de un pleito por términos que oponía a la villa de Paradinas de San Juan contra
el concejo de Ávila y que había comenzado meses atrás, en agosto19.
Las formas de mediación para la resolución de conflictos no siempre suponían la
designación de jueces árbitros. En ocasiones, consistían en el nombramiento de personas
delegadas bajo juramento para la realización de una tarea concreta. Con el objetivo de
evitar “costas e daños que por andar en pleito se le podrían rrecresçer” 20 de continuar el
pleito como hasta entonces, el juez comisario “mandava e mandó a los sobredichos testigos
juramentados que ay estaban presentes e a cada uno dellos que fuesen con el dicho juez e
con los dichos procuradores a deslindar e determinar los dichos términos”21.
18
Asocio, I, Doc. 91 (6, Agosto, 1415 – 19, noviembre, 1415), p. 396.
19
Asocio, I, Doc. 91, p. 392.
20
Asocio, I, Doc. 91, p. 396.
21
Asocio, I, Doc. 91, pp. 396-397
Los testigos juramentados eran vecinos de Paradinas y de Cantarcillo, la ladea que
reclamaba que sus límites eran invadidos por los primeros. Luego de ser “presentados por
amas las dichas partes e por cada una dellas e juramentados por el dicho juez”, salieron a
deslindar y amojonar las divisiones entre los dos lugares. Finalmente, “los sobredichos
apeadores e cada uno dellos dixieron que los davan e dieron por buenos e verdaderos so
virtud del dicho juramento que avían fecho” 22. Nuevamente encontramos el preponderante
lugar que ocupaba la retórica del juramento, no solo para las comunidades y sus
mecanismos de justicia, sino también para los oficiales regios y sus procedimientos.
Finalmente, la disputa que había comenzado ante el juez comisario delegado por la
monarquía, concluía con el acuerdo al que llegaban los dos concejos, luego de mediar la
intervención de testigos locales.

4. El impacto del corregimiento en las formas la justicia comunitaria


El avance y desarrollo de la justicia regia en los concejos produjo, además, un nivel de
interacción más profundo con los tradicionales medios de conciliación que solían practicar
las comunidades. Cuando la figura del corregidor comenzó a consolidarse, ya en el siglo
XV, quienes optaban por la actuación de jueces árbitros para dirimir desavenencias
terminaban escogiendo para desempeñar la función a estos oficiales de la justicia regia,
generalmente junto a otros poderes eclesiásticos.
En la convergencia del corregidor con el juez árbitro, su actuación se volvía más eficaz,
debido a las características particulares de la mediación comunitaria que ya hemos
mencionado. Además de comprometer a los pleiteantes a no apelar bajo ninguna forma, los
arbitrajes proponían resoluciones intermedias para ambas partes.
En 1409 las costas y daños que acarreaban los pleitos entre la iglesia y los pecheros de
Ávila y su tierra por las exenciones que la primera quería establecer para ochenta
excusados, determinaron que ambas partes resolvieran el asunto en la “amigable
conpusyçión e arbitrio” del obispo y del corregidor, Rodrigo Alfonso de Madrigal 23. En la
carta de compromiso que ambas partes suscribieron, reconocían que el conflicto provenía
de larga data y que había pasado “ante nuestro señor el rrey et los de su consejo e los sus
oydores e alcalles e notarios de la su corte e ante los alcalles que han sydo e son en la dicha
22
Asocio, I, Doc. 91, p. 399.
23
Asocio, I, Doc. 62 (11 de octubre de 1409 -1 de mayo de 1411), p. 138.
çibdat, conmo ante los señores obispos e sus vicarios que han sydo de la dicha eglesia e
obispado de la dicha çibdat” sin hallar una resolución definitiva, “et están oy día pendientes
por diversas maneras”24. No solo era explícita la antigüedad de la disputa por las
exenciones, y la fútil intervención que habían tenido las diversas instancias de la justicia
regia, concejil y eclesiástica. Además, se ponía de manifiesto la contradicción en la que
incurría la monarquía al defender sucesivamente privilegios a cada una de las partes. De
este modo, nadie hallaba sus objetivos cumplidos porque la provisoria victoria de una parte
llevaba a la derrota de la otra25.
Para dejar atrás esos escollos, mediante el compromiso de la iglesia y los pecheros ambos
se obligaban a respetar la sentencia y renunciaban a “demandar nin pleito rremover contra
los dichos juezes árbitros”26. La pena por intentar cualquiera mecanismo dilatorio, tan
difundido en otras instancias de la justicia regia 27, alcanzaba la cifra de diez mil doblas de
oro. A la vez, para cumplir con la carta de compromiso quedaban embargados los bienes de
la mesa capitular de la iglesia y los de los pecheros28.
La sentencia que resultó de este arbitraje determinó que la iglesia no debía ni podía
mantener los ochenta excusados. En cambio, éstos debían quedar “llanos e esentos et libres
agora e de aquí adelante pecheros con los otros pecheros de Avila et de su tierra en todos
los pechos”29. Aunque sí se les conservaba el privilegio de exención en el tributo de las
monedas, debían renunciar a cualquier otro, por más que lo obtuvieran de manos del papa o
de los reyes. Pero como hemos dicho, el mecanismo de arbitraje rara vez favorecía a un
único contendiente. Si bien los pecheros habían conseguido reincorporar a los padrones a
los ochenta excusados, aligerando la carga tributaria del resto, había un precio a pagar por
el acto de justicia arbitral. Para mantener el “amigable” consenso entre las partes, el obispo
y el corregidor definieron que “por enmienda de todos los dichos previllegios” que los
24
Asocio, I, Doc. 62, p. 142.
25
Reconocía “çiertas abenençias e conpusyçiones e previllegios e confirmaçiones e sentençias quel dicho
cabillo tiene en la dicha razón”, así como “çiertas cartas de nuestro señor el rrey que los omes buenos
pecheros de los dichos pueblos tienen en desfazimiento de las dichas conpusyçiones et abenençias e
previllegios e confirmaçiones e se[n]tençias”, Asocio, I, Doc. 62, p. 143.
26
Asocio, I, Doc. 62, p. 145.
27
Jara Fuente estudia las estrategias utilizadas por un apropiador de términos en Cuenca a comienzos del siglo
XVI en los procesos judiciales en los que se hallaba incriminado, cuya “primera reacción, fruto de la
experiencia acumulada y del conocimiento del sistema jurídico, será la ensayada por tantos otros ocupantes
con anterioridad: intentar ralentizar el proceso, dilatar su curso y encenagar sus resoluciones en un piélago de
apelaciones que impidan, al fin, dotar a aquéllas de efectividad”. (2002-2003: 84).
28
Asocio, I, Doc. 62, p. 146.
29
Asocio, I, Doc. 62, p. 148.
cuestionados exentos perdían “que ayan de los dichos pueblos et pecheros dellos ochenta
mill maravedís”30. Solo cuando esta suma fuese pagada el arbitraje llegaría a su término y
las partes quedarían liberadas31. Vemos así la lógica compensatorio, propia de los
mecanismos tradicionales de la justicia comunitaria, presentes en la actuación que
encabezaban el corregidor y el obispo. La antigua forma de composición, en la que cada
parte cedía algo de sus intereses, se convertía entonces en la obligación de los pecheros de
retribuir un fallo favorable.
Una última modalidad de vinculación de la justicia regia y la justicia arbitral no implicaba
ya que el corregidor oficiara de juez árbitro, sino que aprobara las sentencias arbitrales a
las que los vecinos hubiesen llegado por los medios tradicionales. En este nivel, la justicia
regia actuaba para ratificar las resoluciones comunitarias, aportando así una cuota extra de
legitimidad. Encontramos esta variante a finales del siglo XV, lo que refleja el creciente
protagonismo que tenía el corregimiento en la dinámica política de la ciudad y de la tierra
abulense.
En 1488 diversos concejos de la villa de Mombeltrán y la ciudad de Ávila se encontraban
disputando por los límites de la mojonera de Añes. A fin de “partir e quitar el dicho pleito e
debate e contienda e contraversya” y para evitar “muchas costas e daños e trabajos e
menoscabos”, así como buscando la “paz e concordia e tranquilidad e queriendo guardar la
grande amistad” entre las villas, ambas partes decidieron poner el conflicto en manos de
vecinos de cada una de ellas, como “juezes amigos, árbitros arbitradores, amigables
conponedores”32. Su cometido sería recorrer el término, reconocer sus mojones y establecer
los verdaderos límites que dividían cada lugar, “syn afecçión e syn parcialidad alguna”. Las
formalidades propias de la mediación arbitral seguían presentes y ambas partes quedaban
obligadas a guardar y cumplir las gestiones de los jueces árbitros y no podrían reclamar
ante ningún juez ni apelar, incluso “aunque la tal sentencia o sentencias… sean fechos e
dados contra todo derecho común e municipal, escripto o non escripto, e manifiestamente
agraviado e contra seso natural e contra todas las órdenes o sustancias de los derechos” 33.
30
Asocio, I, Doc. 62, p. 149.
31
El mandato de los jueces ordenaba que los ochenta excusados “non sean demandados nin inquietados nin
prendados por pechos et tributos algunos que fasta el día de la data desta sentençia han sydo derramados e
echados entre los pecheros de Avila et de su tierra en qualquier manera”. Asocio, I, Doc. 62, p. 150.
32
Luis López, C. y Del Ser Quijano, G., Documentación medieval del Asocio de la Extinguida
Universidad y Tierra de Ávila, Volumen II (en adelante Asocio, II), Doc. 50 (5, julio, 1488). p. 552.
33
Asocio, II, Doc. 50, p. 554.
Sin embargo la validación del corregidor sería la que terminara de dar por definitiva la
sentencia. Tras citar a los procuradores de Ávila y a los oficiales de Mombeltrán, y luego de
enunciar la conclusión a la que los árbitros habían arribado sobre los límites, el corregidor
dictaminó que “el amojonamiento e deslindo, cruzes e mojones fechos en esta partyçión de
términos agora por mí nombrados, segund que es fecha, mostrado, apeado e amojonado y
partido por cruzes e mojones por los dichos [seis jueces], tomados de concordia de la dicha
çibdad e villa, que es buena e bien fecha e que la devo dar e dó el dicho amojonamiento por
ellos fecho… por ahora e para siempre jamás por bien fechas” 34. ¿Qué aportaba esta
innovación a un mecanismo de justicia de probada eficacia? La intervención del corregidor
incluía una nueva medida para asegurar la gestión arbitral. La orden de respetar los nuevos
mojones sería ahora “so pena de muerte et de perdimiento de la mitad de sus bienes allende
de las otras penas contenidas en los derechos e leyes destos rreynos y de la pena que es
puesta en el conpromiso". Vemos entonces otro indicio del proceso de articulación entre las
dos vertientes de la justicia.

5. Algunas conclusiones
Como hemos podido ver a la luz de los casos que revisamos en esta contribución, el avance
de la justicia regia en la Baja Edad Media no retrajo la tradicional participación de árbitros
y mediadores, investidos por los vecinos, para la resolución de conflictos y disputas. Por el
contrario, los procedimientos de la justicia regia convergían con los propios de la
mediación comunitaria. En este sentido, debe revisarse la difundida imagen historiográfica
de una justicia formal y racional -burocrática- avanzando sobre mecanismos tradicionales.
La justicia bajomedieval entretejía oficios, procedimientos, costumbres y diversas fuentes
del derecho. Podía darse el caso de que fuera una decisión regia la que colocara bajo la
gestión de árbitros locales la resolución de un pleito, o bien podían ser los máximos
oficiales de la justicia del rey en los concejos los que actuaran bajo las reglas de la
mediación. Cabe recoger entonces el señalamiento de que “los análisis sobre procesos de
centralización del poder que suelen animar gran parte de la historiografía del período, han
de prestar más atención a lo que sigue pasando en los ámbitos locales” (Alfonso Antón,
2000: 66).

34
Asocio, II, Doc. 157 (17, febrero, 1489). p. 583.
¿Qué explica la persistencia de este tipo de prácticas y acuerdos extrajudiciales,
progresivamente absorbidos por los oficios de justicia regios? Por un lado, resultan obvias
sus ventajas, no solo porque la mediación fuera menos costosa que un pleito, sino
principalmente por las garantías excepcionales que ofrecía para consolidar sus sentencias.
Los pleitos que presidían corregidores y demás oficiales regios resultaban especialmente
permeables a todo tipo de estrategias dilatorias y de desgaste, gracias a las apelaciones que
eran alentadas desde el poder central y a una errática política de parte de la corona para
definir prioridades y favores. Las sanciones que emitían los juicios arbitrales, en cambio,
excluían de plano cualquier posible maniobra para sortear la solución de composición entre
partes. Pero además, y esto reviste crucial importancia, las soluciones surgidas del arbitraje
y la mediación eran definitivas porque establecían un compromiso más equitativo para los
pleiteantes. Las sentencias no favorecían ni perjudicaban a nadie, sino que buscaban
restablecer el equilibrio –la amistad o la paz, según las palabras de los árbitros-, conciliar,
repartir los beneficios y las pérdidas que pudiera conllevar su puesta en práctica. Así, se
buscaba que la disputa no se reabriera.
Podemos aún otorgar otro significado a la vigencia de los métodos de conciliación y
mediación, desde antiguo a cargo de vecinos y que por entonces pasaban a ser ejercidos por
oficiales de la justicia regia. Este proceso de articulación entre dos formas de resolución de
conflictos nos revela las cualidades híbridas de la justicia regia en un momento en que ésta
estaba jugando un rol clave en la centralización política regia. La arraigada caracterización
de los corregidores como profesionales del derecho, sometidos a mecanismos de control y
constreñidos a la ejecución de órdenes y normas nacidas de la monarquía y sus órganos
centrales; debe ser matizada. Porque las tradiciones, formas y procedimientos de justicia
comunitaria, con sus árbitros componedores y sus testigos juramentados, no solo coexistían,
sino que muchas veces constituían la propia práctica cotidiana de la justicia regia. La
consolidación de los corregidores descansaba, en parte, en la conservación de prácticas
comunitarias de justicia. Qué función cumplían éstas en un contexto judicial en tránsito a
ser completamente dominado por los oficiales regios y por qué, si eran más efectivas que
los procedimientos oficiales, entonces no constituían la forma principal para dirimir
conflictos, constituyen interrogantes a los que seguiremos prestando atención en el futuro.
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