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“MI AMIGO MARTÍN ADÁN"

Por Juan Mejía Baca (1976)


Mi amistad con Martín Adán es lo que se podría llamar una amistad generacional, que se ha
ido cultivando y profundizando con el correr de los años. Nuestros padres y nuestros
abuelos fueron amigos desde hace ya muchas décadas. Sin embargo, con Martín nos
conocimos cuando ambos éramos adultos. . . de esto, creo, han transcurrido unos 25 años,
que no es mucho para dos hombres que pasan los sesenta.
Martín Adán vivía a la vuelta de mi librería, en la calle Corazón de Jesús (hoy Apurímac);
en la misma calle donde nació Sebastián Salazar Bondy. Muy cerca vivía también José
Gálvez y aquí, en mi librería de Azángaro, solíamos reunirnos a menudo con numerosos
intelectuales.
Las circunstancias le dan a uno el parentesco, pero la amistad se cultiva como a una planta,
con cariño, con amor. Así nació mi gran amistad con Martín Adán. Confieso que soy un
profundo admirador de su obra poética, aunque no podría hacer comparaciones, como no
podría comparar cuál de los instrumentos de una gran orquesta es mejor, pues cada uno
tiene su importancia. En este sentido, cada país tiene un concierto; y, entre todos, forman el
concierto universal.
Ese “lei motiv”, es lo que le da en esencia el toque especial de su obra, de su personalidad.
Y yo lo admiro. Uno cuando admira algo es porque en el fondo de sí mismo quisiera
hacerlo igual, pero no puede hacerlo. . . Es como escuchar una sinfonía de Beethoven y
deleitarse con esa bellísima expresión del arte. . .
Tengo un libro entero de anécdotas inéditas de Martín Adán. He ido recopilando su
producción pacientemente a medida que él me la iba entregando. La tengo aun en
manuscritos, hechos en pequeñas libretas de apuntes o simplemente en papeles. Algún día,
las publicaré
Junto con Raúl Porras y Málaga Grenet, Martín Adán forma parte de una trilogía de
creadores de frases realmente geniales. Yo recuerdo vívidamente muchas de ellas. Como
aquella cuando visitábamos una exposición de Ricardo Grau, (que había variado la tónica
de su pintura del expresionismo al surrealismo). Martín, al ver la nueva producción del
pintor, preguntó: “¿De quién son estos cuadros?”.- “Míos”, respondió Grau. “¿Tuyos?”. . .
te llegó tu Angamos”, replicó ingeniosamente Martín. Otra de las frases de él, que recuerdo
es aquella que pronunció cierta vez: “En el Perú sólo se puede vivir con cierta cordura en el
manicomio”.
Creo que el más justo y merecido reconocimiento que se puede haber hecho con él, es
haberle concedido por unanimidad el Premio Nacional de Cultura, en el área de literatura.
Es bueno recordar que este es su tercer gran premio. Antes había sido galardonado con el
Premio Nacional de Poesía por “Travesía de Extramares” y, más adelante, fue también
Premio Nacional por “La Mano Desasida”.
Cuando le comuniqué que el Jurado lo había designado ganador absoluto, por unanimidad,
al principio no lo quería creer. Luego, al convencerse, se puso muy contento y expresó su
agradecimiento para las personas que lo habían propuesto para el Premio.
Pero ahora faltó algo más para que el reconocimiento hacia él y a su obra sea completo: Que
el Estado, la Universidad de San Marcos, o alguna otra entidad, le otorguen una beca a
manera de renta vitalicia, para que pueda pasar sin angustias económicas los años que le
resten de vida. Es de justicia.

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