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Liability

C.A. Rose
(seudónimo de Aurora Rose Reynolds)

(Alfha Law 02)

Traducción de Fans para Fans, sin fines de lucro


Traducción no oficial, puede presentar errores
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Sinopsis

ADVERTENCIA: ESTE ES UN LIBRO DE INSTALOVE Y


UN MACHO ALFA EXAGERADO QUE SABE LO QUE QUIERE.
ESTÁS ADVERTIDO.
La desea.
La anhela.
La necesita.
Tal vez sea el uniforme de colegiala. Tal vez sean las gafas,
el morderse los labios y las miradas inocentes. Todo lo que
Carter sabe es que está embelesado por Fern.
Su obsesión con ella lo está volviendo loco.
Sabe que está fuera de los límites, pero todo lo que Carter
quiere es a la dulce e inocente Fern para él solo.
Puede que sea demasiado joven, pero nada le impedirá
tenerla.
Este libro contiene contenido explícito y está
recomendado para un público adulto.

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Capítulo 1

Carter

Sé que no debería mirarla.


Sé que es demasiado joven e inocente para mí.
Pero cada vez que entra en el despacho de su abuelo con
su uniforme del colegio, con sus bonitas gafas de montura
negra, su espeso pelo pelirrojo apartado de su inocente rostro
con una diadema, su abotonada blusa blanca metida en su
falda verde plisada que descansa justo debajo de su culo, sus
largos calcetines blancos llegando a la mitad del muslo, dejando
entrever de vez en cuando una piel cremosa y perfecta, siento
el impulso de levantarme de detrás del escritorio que la separa
de mí, empujarla sobre la fría superficie y arruinarla para
cualquier otro.
La deseo.
No. Jodidamente la anhelo.
—Carter, vamos a tener que terminar temprano esta noche.
Fern cumple dieciocho años hoy, y le prometí que la llevaría por

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ahí —dice el Sr. McCauley, recostándose en su silla frente a mí
y frotándose la cara con las manos.
—Y tú has estado trabajando toda la semana, abuelo.
Necesitas un descanso —dice la voz suave y melódica de Fern
mientras se sube las gafas por el puente de la nariz.
—Y yo necesito un descanso —coincide él, girándose para
mirarla con una sonrisa amable.
—Está bien. Tengo que ponerme al día con algunos
asuntos, así que nos vemos el lunes —le digo, apartándome del
escritorio y poniéndome la chaqueta del traje.
—Que tengas un buen fin de semana, hijo —dice,
poniéndose también de pie.
—Feliz cumpleaños, Fern. —Sonrío, le hago un guiño y abro
la puerta.
—Gracias. —Me devuelve la sonrisa mientras sus mejillas
se tornan rosadas y su rostro se inclina hacia el escritorio.
Cierro la puerta tras de mí y me pregunto qué demonios estoy
sintiendo. ¿Excitación? Ya tiene dieciocho años, es legal en
todos los sentidos. Puedo tenerla si quiero, y nadie podría
impedírmelo.
Eso no debería hacerme tan feliz. Puedo elegir a cualquier
mujer hermosa -joder, he tenido a la mayoría de las bellezas de
esta ciudad- pero quiero a Fern.
No. La necesito.
Pulso el botón del ascensor y bajo al nivel del garaje, donde
he estacionado mi Bugatti Veyron esta mañana. Me quito la

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chaqueta y la corbata y las dejo en el asiento del copiloto antes
de ponerme al volante y arrancar el coche. Al oír el ronroneo del
motor, salgo en reversa de la plaza de estacionamiento, cambio
de marcha, piso el acelerador y subo a toda velocidad la rampa
de salida, usando los espejos de la entrada para evaluar la calle
antes de doblar a la derecha. Debería ir a casa, pero necesito
conducir. Necesito conducir y despejar la mente para no
averiguar dónde demonios duerme Fern y meterme en su
habitación.
Al llegar a la autopista, atravieso el Bronx y luego continúo
hacia Westchester.
Voy a tener que encontrar una manera de tener a Fern a
solas. Sé que va a un colegio católico sólo para chicas, pero me
pregunto si se asustaría si la encontrara fuera al salir de clase.
Probablemente lo haría; se muestra tímida cada vez que me
dirijo a ella directamente, y se pone del color rosa más dulce.
Salgo de la autopista y me dirijo a la ciudad. Tengo que
hacer algo de papeleo antes del lunes.
Una hora más tarde, entro en el garaje de mi apartamento
y estaciono justo cuando suena mi teléfono. Al mirar el
identificador de llamadas, veo que es Britney y, suspirando,
contesto: —Hola.
—Hola, nene —me ronronea al oído.
Me gustaría poder usarla para deshacerme de esta energía
reprimida que siento, pero conozco a mi muchacho, y no lo

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aceptará. Tiene una mente propia, y desde que Fern entró en
mi vida, no le interesa nadie más que ella.
—Britney, ¿qué necesitas? —pregunto, manteniéndolo
casual.
—Te necesito a ti —susurra, y entonces suena mi teléfono
y aparece en mi pantalla un mensaje con una foto de Britney
en la cama, con las piernas abiertas.
—Tienes que deshacerte de mi número —le digo, oyendo su
jadeo mientras cancelo su llamada y borro la foto.
Si voy a conseguir que Fern entre en mi cama, voy a tener
que hacer algunos cambios, y uno de ellos es borrar a todas las
mujeres de mi teléfono y de mi vida. No quiero que nadie arruine
mis posibilidades de tener a la dulce Fern debajo o encima de
mí.
Subo en el ascensor hasta el penthouse, y me bajo cuando
las puertas se abren y la vista de la ciudad aparece. Me encanta
este lugar. Lo compré por las vistas, incluso antes de que se
levantaran paredes. Cuando diseñé el plano del piso, quise
mantenerlo abierto. Las únicas paredes son las que rodean los
dos dormitorios, mi despacho y el baño de invitados. Son cuatro
mil pies cuadrados de espacio abierto.
Me dirijo a mi habitación, me desabrocho la camisa, la
pongo sobre el extremo de la cama y contemplo la vista a través
de la pared de ventanas que van del suelo al techo y que dan a
la ciudad. Me imagino presionando a Fern contra ese cristal y

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tomándola por detrás, con sus inocentes gritos de placer
filtrándose a través del espacio abierto.
Necesito una ducha y un plan de juego.
No me preocupa el abuelo de Fern. Al menos, no todavía.
Mi mayor dilema va a ser conseguir a Fern a solas para poder
decirle lo que quiero.

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Capítulo 2

Carter

—Hey, hombre —saludo a Spencer en la barra del club con


una palmada en la espalda.
—Has tardado mucho en llegar. —Sonríe, dándome un
abrazo con un brazo.
—Estaba en la otra punta de la ciudad y no planeaba
precisamente salir esta noche —le explico, tomando asiento
junto a él en uno de los taburetes frente a la barra. Iba a
quedarme en casa trabajando, pero necesitaba un trago. Llevo
veinticuatro horas luchando conmigo mismo, queriendo
rastrear a Fern.
—¿Sigues teniendo problemas con el caso Tensus? —
pregunta, llamando al camarero con un movimiento de
muñeca.
—No, deberíamos cerrar el caso la semana que viene,
dependiendo del juez que nos toque —le digo, negando con la
cabeza. Entonces, con el rabillo del ojo, veo un destello rojo en
mi visión periférica.

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Giro la cabeza y mi sangre se enciende de rabia y deseo al
ver a Fern caminar por la concurrida pista de baile, con un
vestidito negro y unos tacones que hacen que sus piernas
parezcan kilométricas y que deberían ser jodidamente ilegales.
Siguiendo sus movimientos, la veo caminar hacia una mesa con
otras chicas. Todas parecen estar pasándoselo bien, pero mi
chica parece incómoda y fuera de lugar entre ellas.
—¿Las conoces? —pregunta Spencer, señalando con la
cabeza la mesa a la que están pegados mis ojos.
Rechinando los dientes, asiento con la cabeza y luego
murmuro: —Voy a largarme de aquí.
—Acabas de llegar —se queja, pero lo ignoro, me levanto de
la barra y me dirijo a la mesa de las chicas, que me observan
con ojos llenos de lujuria a medida que me acerco. Bueno, todos
menos un par, que pertenecen a una chica que los tiene
dirigidos hacia su regazo.
—Hola —ronronea una de las chicas, lamiéndose los labios.
—Fern —ladro, ignorando los otros cuerpos de la mesa.
—Carter —susurra mientras levanta la cabeza y su mirada
se encuentra con la mía. Veo cómo el miedo entra en sus ojos
mientras mira a su alrededor.
—Vamos. Te voy a llevar a casa —gruño, tendiéndole la
mano.
—Yo...

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—Ahora —retumbo, haciéndola saltar mientras la saco de
su asiento y la conduzco a través de la multitud en la pista de
baile sin darle otra opción.
Mi mandíbula empieza a hacer tic, observando a los
hombres que miran mi propiedad con lujuria mientras pasamos
junto a ellos. Nunca he sentido nada parecido a lo que estoy
sintiendo ahora, y sé que tengo que sacarla de aquí antes de
hacer algo de lo que me arrepienta. Me detengo y la levanto en
mis brazos, escuchando su chillido mientras la llevo el resto del
camino fuera del club.
Aspirando una bocanada de aire fresco de la noche, me
dirijo a mi coche y la pongo de pie para poder abrir la puerta.
—Carter —susurra mientras la coloco suavemente en el
asiento del copiloto y abrocho su cinturón de seguridad.
Ignorándola, cierro la puerta de golpe, corro alrededor del
coche, me pongo al volante y arranco el motor, subiendo la
temperatura cuando veo que se frota los brazos.
—¿Dónde cree tu familia que estás ahora mismo? —le
pregunto, sabiendo que es imposible que su abuelo sepa que
vendría a un club.
—Creen que me estoy quedando en casa de Alicia —
susurra, con el labio inferior entre los dientes.
—¿Mentiste? —pregunto para dejarlo claro, al ver que su
cara palidece.
—No, yo... —Hace una pausa, tomando aire, y siento que
mis pantalones se tensan aún más cuando sus pechos se

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aprietan contra el material de su vestido. —No sabía que
planeaban salir. Pensé que íbamos a ir al cine y a cenar.
—¿Cómo has entrado en el club? Es de veintiuno en
adelante.
—Esto —dice ella, sacando un carnet falso del pequeño
bolso que lleva en el regazo.
—¿Sabes en qué problemas te podrías haber metido si te
hubieran descubierto... lo que te podría haber pasado si te
hubieran dejado sola?
—Lo sé —dice y entonces las lágrimas empiezan a caer de
sus hermosos ojos, haciendo que se me aprieten las tripas.
Desabrochando su cinturón de seguridad, la atraigo hacia mi
regazo y le paso una mano por el pelo, sintiéndolo por primera
vez, dándome cuenta de que es aún más suave de lo que había
imaginado, y de que se siente aún más pequeña en mis brazos
de lo que pensaba.
—Shhhh, nena. Estás a salvo y no te va a pasar nada. —La
acuno hasta que se calma y la vuelvo a colocar en su asiento,
ayudándola a abrocharse el cinturón una vez más antes de
poner el coche en marcha y alejarnos de la acera.
—Carter, la casa de mis abuelos está en la otra dirección —
dice en voz baja, y yo tomo su mano entre las mías.
—Te vas a quedar conmigo, hermosa.
—¿Qué?

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—¿De verdad quieres ir a casa y decirles que mentiste sobre
lo que estabas haciendo esta noche? —le pregunto,
deteniéndome en un semáforo en rojo y mirándola.
—No. —Se queda pálida.
—Eso pensé —murmuro, pisando de nuevo el acelerador.
Parece que el trayecto de diez minutos hasta mi edificio
dura una hora, y para cuando llegamos, mis manos sujetan el
volante con tanta fuerza que quizá tenga que cambiarlo. Su olor
está embriagándome. Juro que puedo oler su maldita cereza
desde donde estoy sentado, y la deseo.
Al salir del coche, le ordeno que se quede quieta y espere a
que me acerque a por ella. Nunca me ha gustado ser dominante
-no juego de esa manera-, pero necesito que me escuche. Quiero
que siga las reglas que le establezca. Quiero que haga
exactamente lo que yo diga. Ni siquiera entiendo por qué es tan
importante.
Abriendo la puerta, la saco de ahí y me dirijo al ascensor
con su mano fuertemente agarrada a la mía.
—¿Tienes hambre? —le pregunto, después de saber que
sus amigas le habían dicho que iban a cenar, pero que en su
lugar terminaron en el club.
—Mucha, la verdad —dice en voz baja, agachando la cabeza
para que no pueda ver sus ojos, lo que me molesta.
—Quiero que me mires a los ojos cuando me hables —le
digo, tirando de su barbilla hasta que sus ojos se encuentran
con los míos.

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—De acuerdo —susurra justo cuando suena la puerta del
ascensor, indicándome que hemos llegado.
Al salir del ascensor, oigo un grito ahogado de Fern. Al
mirarla, veo cómo se le ilumina la cara mientras mira a su
alrededor. Sé que proviene de una familia adinerada; está
acostumbrada a las cosas buenas de la vida. Su abuelo es uno
de los hombres más ricos de Manhattan, así que oírla jadear al
ver mi casa me llena de orgullo.
—Ven conmigo —le digo, guiándola por el espacio abierto
hacia el dormitorio. —Puedes ponerte otra cosa mientras pido
comida a domicilio —le digo, acercándome a mi armario y
sacando una camiseta para que se la ponga.
—No me molesta quedarme con el vestido puesto.
—A mí tampoco me molesta, nena —le digo mientras mis
ojos recorren sus curvas. Cuando mis ojos vuelven a
encontrarse con los suyos, hay una mancha en sus mejillas que
antes no estaba. —Pero quiero que estés cómoda mientras estés
aquí. —Es una mentira. Lo único que realmente quiero es verla
con algo mío.
—De acuerdo —dice en voz baja, mordisqueando de nuevo
su labio inferior.
—¿Qué te gustaría comer?
—¿Podemos pedir sushi? —pregunta tímidamente.
—Lo que quieras —le digo inmediatamente, y no es mentira;
le daré absolutamente todo lo que desee.

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—Sólo dos California rolls y una ensalada de jengibre —dice
y vuelve a morderse el labio. —Y tempura de verduras si tienen.
—¿Algo más? —bromeo, haciéndola sonreír, lo que provoca
una mierda extraña en mi pecho, donde se supone que está mi
corazón.
—No lo creo —susurra suavemente.
Me inclino hacia delante, le pongo un mechón de pelo
detrás de la oreja y le paso los dedos por la mandíbula. —
Cámbiate e iré a conseguir algo de comer —le digo, viéndola
asentir mientras salgo de mi habitación, cerrando la puerta en
silencio tras de mí.
Me dirijo a la barra de la cocina, saco uno de los menús que
he ido acumulando y me acerco el teléfono a la oreja, luego miro
hacia la puerta de la habitación, ajustándome mientras la
imagino al otro lado quitándose el vestido.

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Capítulo 3

Carter

Ver a Fern salir de mi habitación con mi camiseta es una


de las imágenes más hermosas que he visto en mi vida. Su larga
melena pelirroja sigue suelta, pero sin la diadema que la
mantiene lejos de su rostro, parece casi salvaje.
Persiguiéndola con la mirada mientras se dirige a la
ventana, me acerco a ella sin pensarlo, me presiono contra su
espalda y la rodeo con las manos por la parte delantera. La oigo
chillar mientras lamo el lateral de su cuello y gruño: —No llevas
sujetador —al tiempo que le acaricio los pechos a través de la
fina tela de mi camiseta.
—Carter —gime mientras inclina la cabeza y me permite
acceder a la columna de su garganta.
—¿Qué quieres, hermosa? —pregunto, mordisqueando su
cuello, sintiendo que se estremece contra mí.
—No lo sé —jadea, arqueándose hacia mí, con sus
movimientos dejándome saber lo inocente que es, y sólo eso es
embriagador.

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—¿Alguien te ha tocado alguna vez aquí? —pregunto,
tocando su pezón mientras beso la piel debajo de su oreja.
—No —dice ella, estremeciéndose frenéticamente entre mis
brazos.
—¿Te ha tocado alguien alguna vez aquí? —pregunto,
paseando mi mano por su estómago, sintiéndome tenso, sin
saber cómo reaccionaré si me dice que sí.
—¡No! —grita mientras la acaricio por encima de la seda de
sus bragas, sintiendo la humedad en las yemas de mis dedos y
gruñendo por lo bajo cuando escucho el zumbido de la puerta.
—Debería comerte para la cena. ¿Te gustaría, Fern? ¿Te
gustaría ser mi comida? —pregunto mientras mis dedos la
frotan vigorosamente, necesitando su orgasmo como si fuera el
mío. —Si te portas bien, nena, te comeré de postre —susurro,
oyendo su gemido y sintiendo cómo se acerca al límite ante mis
palabras, lo que hace que su cuerpo quede inerte entre mis
brazos.
Sonriendo contra su cuello, la levanto y la llevo al sofá,
donde la acuesto, depositando un beso en sus labios y
cubriéndola con una manta antes de ir al teléfono y decirle al
conserje que deje subir al repartidor.
Sabiendo que no voy a poder quitarle las manos de encima,
salgo por la puerta principal y camino. Me siento como un
animal salvaje. La quiero para mí. La quiero desnuda. Quiero
mi marca en ella y dentro de ella. Y no quiero compartirla con
nadie.

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Al ver al repartidor salir del ascensor, le doy un billete de
cien dólares y le digo que se quede con el cambio antes de volver
a entrar en el apartamento y encontrar a Fern justo donde la
dejé en el sofá.
Dejo la comida en la encimera y me pongo delante de ella.
Parece estar tranquila, con el pelo extendido y la cara suavizada
por el sueño. Al moverse, saca una pierna de la manta y la dobla
por la rodilla. Sin pensarlo, me tiro al suelo junto a ella y retiro
la manta, con cuidado de no despertarla. La camiseta se ha
subido, mostrando la carne de su vientre y las bragas de seda
de color carne que lleva. Inclinándome hacia delante, recorro
con la nariz el centro de su núcleo, oliendo su inocencia.
—Carter.
Mis ojos se encuentran con los suyos, llenos de
inseguridad, mientras apoyo mi mano en su vientre para
sujetarla, y uso mis dientes para pellizcar los labios de su coño.
—Tengo mucha hambre, Fern. —Vuelvo a morderla. —
Hambriento —le digo, apartando sus bragas a un lado,
escuchando su respiración entrecortada mientras mi lengua
recorre los labios de su coño, bebiendo su esencia mientras
abre aún más sus piernas, entregándose completamente a mí.
—Te estás portando muy bien —la elogio, levantando sus
muslos por encima de mis hombros hasta que su cuerpo se
dobla casi por completo y mi cara se entierra profundamente
entre sus piernas, comiéndola como si fuera un hombre
famélico. Deslizando un dedo dentro de ella, siento lo apretada

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que está y la fina barrera de su inocencia mientras grita su
orgasmo. Sus pequeñas manos se aferran a mi pelo mientras
me limpio la cara en el interior de su muslo, tirando de sus
bragas sobre su coño, cubriéndola y dándole un pequeño beso
antes de ayudarla a sentarse.
—¿Quieres comer aquí o en la cocina? —pregunto, tirando
de ella hacia mi regazo, donde noto que encaja perfectamente.
—¿Qué? —pregunta ella, apartando la cabeza de mi pecho
y parpadeando hacia mí, con un aspecto adorablemente
desaliñado.
—¿Te gustaría cenar aquí, en el sofá, o en la cocina, en la
barra?
—Oh... donde tú quieras me parece bien —dice, volviendo
a recostar la cabeza.
—En la cocina —digo, sabiendo que si nos quedamos aquí
no podré quitarle las manos de encima y lo más probable es que
ella termine montada en mi cara antes de poder probar un solo
bocado de su comida. Necesitará tener mucha energía para las
cosas que he planeado para nosotros.
Apartándola de mí, la tomo de la mano y la conduzco a la
cocina, la acomodo en uno de los taburetes y le robo un beso
antes de ir a la nevera. —¿Qué quieres beber?
—¿Tienes té dulce? —pregunta en voz baja, estudiando
cada uno de mis movimientos.
—No tengo, pero le diré a Sue, mi ama de llaves, que traiga
un poco —le digo, y sus cejas se juntan.

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—Vas a estar aquí mucho tiempo, Fern. Has abierto las
piernas para mí, me has dejado comer tu dulce coñito y sentir
tu cereza virgen en mi dedo. Esa cereza es mía, tu cuerpo es
mío y tú eres mía. Como he dicho, vas a estar aquí mucho
tiempo —prometo.
—Me estás asustando —dice ella, respirando con dificultad.
—Ya se te pasará, y te acostumbrarás a mí.
Sé que quiere decir algo más, pero aprieta inteligentemente
los labios. Si cree que voy a renunciar a ella, debe pensarlo
mejor. Tiene suerte de estar yendo a la escuela, o encontraría
la manera de traerla conmigo.
Le doy un zumo y saco una cerveza, me quito la camisa y
la tiro hacia el salón antes de sentarme en el taburete frente a
ella.
—Come, nena —le doy un golpecito en la rodilla, haciendo
que sus ojos pasen de mi pecho a los míos, mientras espero a
que pruebe un bocado antes de hacerlo yo.
—Mi abuelo habla de ti —dice, moviendo un trozo de sushi
en su plato.
—¿Qué dice? —le pregunto, viendo que su cara ha perdido
algo de color.
—Nada, no sé por qué he sacado el tema.
—Cuéntame —le ordeno, recostándome y cruzando los
brazos sobre mi pecho ahora desnudo.
—Él... dice que eres un jugador, que nunca sentarás cabeza
—susurra.

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—Él tenía razón —estoy de acuerdo, viendo que sus ojos se
llenan de dolor. —La tenía. No te voy a mentir y decirte que no
me he acostado con muchas mujeres en esta ciudad, pero
ninguna de ellas ha estado en mi casa. No me importaría que
alguna de ellas estuviera en el bar con sus amigas, y estoy
seguro de que no me sentaría frente a ninguna de ellas
compartiendo una comida mientras llevan mi ropa.
—Oh —murmura, agachando la cabeza de nuevo y tirando
del dobladillo de mi camiseta. Tengo una reputación en esta
ciudad, pero nunca he sentido lo que estoy sintiendo ahora con
ninguna de las mujeres con las que he estado, y me niego a
dejar que mi pasado arruine mis posibilidades de conseguir lo
que quiero. Y quiero a Fern más que a mi próximo aliento.
Una vez que ha terminado de comer, limpio los recipientes
vacíos y la llevo al dormitorio sin darle opción.
—Métete en la cama. Tengo que ocuparme de algunas cosas
—le digo suavemente.
—Tengo que lavarme los dientes.
—Bien, entonces ve a lavarte los dientes y luego métete en
la cama —le digo, dándole un beso y una palmada en el trasero,
enviándola al baño. Una vez cerrada la puerta, suelto un
gruñido frustrado. No tengo ni idea de qué demonios estoy
haciendo. No quiero asustarla, pero también necesito estar
dentro de ella.
Me paso una mano frustrada por el pelo, me dirijo a mi
despacho y me siento frente al ordenador. Necesito que confíe

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en mí. Necesito que me conozca, pero ¿cómo diablos lo haré?
Nunca he salido con ninguna mujer más de un par de veces. Sé
cómo hacer que una mujer me suplique, pero ¿cómo diablos
consigues que alguien se enamore de ti?
Renunciando a hacer cualquier trabajo, me dirijo al espacio
abierto entre la cocina y el salón y abro la puerta sin hacer
ruido. La habitación está a oscuras. Sólo la luz del pasillo, que
ilumina la cama, me indica que está bajo las sábanas. Cerrando
la puerta tras de mí, me quito los zapatos y los pantalones antes
de meterme en la cama con ella.
—Carter —su voz atraviesa la oscuridad.
—Estoy aquí. —La atraigo hacia mi cuerpo, metiendo su
cabeza bajo mi barbilla mientras la abrazo hasta que se queda
dormida. Mirando la ciudad, sé que haré lo que sea necesario
para tener esto el resto de mi vida.

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Capítulo 4

Carter

Me inclino hacia atrás en mi silla, me froto los ojos y luego


levanto el teléfono de mi escritorio cuando suena.
—Carter —respondo.
—Hola, hijo, ¿cómo te va? —me pregunta mi padre
mientras me siento, tomando aire. No he visto a Fern en tres
días y mi cuerpo está pasando por un síndrome de abstinencia,
pienso pero no lo digo, sino que murmuro: —Bien,
preparándome para dar por terminada la noche. ¿Qué pasa?
—Me acaban de llamar para decirme que el Sr. McCauley
está en el hospital. Parece que ha sufrido un ataque al corazón
esta tarde.
—Mierda. —Me pongo de pie, comenzando a guardar mis
cosas en mi maletín. —¿Qué hospital? —exijo, sabiendo que
Fern está allí, probablemente muerta de miedo.
—Presbiteriano —dice, pero no escucho nada más, porque
cuelgo y luego salgo de la oficina.

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—Den, desvía todas mis llamadas a mi móvil —le digo a mi
ayudante, que me mira con ojos muy abiertos mientras paso
junto a ella, salgo de la oficina y me dirijo al grupo de
ascensores.
Me meto en el coche y lucho contra el tráfico hasta llegar a
uno de los estacionamientos situados a pocas manzanas del
hospital. Sé que el Sr. McCauley no esperará verme, y
probablemente se preguntará por qué demonios estoy allí, pero
algo en mí me pide a gritos que llegue a Fern lo antes posible.
En cuanto llego al hospital, uso mi encanto con una de las
enfermeras hasta que me dice en qué habitación está y luego
corro por el pasillo en esa dirección.
Frente a la puerta de su habitación, me detengo cuando
oigo la voz de una mujer que dice con rabia: —Todo esto es
culpa tuya. Le dije que el diablo estaba en ti y no me escuchó
—antes de oír un fuerte golpe y un gemido. Sin pensarlo, abro
la puerta de la habitación, donde encuentro a Fern con la
espalda pegada a la pared, mientras una mujer mayor la sujeta
por el cuello.
—¡Suéltala ya! —bramo, entrando en la habitación,
notando que la cama está vacía.
—¿Quién eres? —pregunta la mujer en voz baja,
separándose de Fern pero pasándole la mano por el pelo como
si la estuviera consolando.

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—Ven aquí, Fern —le ordeno, tendiéndole la mano, notando
que su cara está roja y enrojecida y que hay lágrimas en sus
ojos.
—¿Quién eres? —repite la mujer, estrechando los ojos
hacia Fern mientras se aleja de ella y viene a mi lado,
enterrando su cara en mi pecho mientras solloza.
—¿Dónde está el Sr. McCauley? —pregunto, oyendo que
Fern empieza a sollozar con más fuerza.
—Está muerto —dice la mujer sin ningún rastro de dolor o
preocupación.
—Jesús —siseo, arropando a Fern más cerca de mi cuerpo,
queriendo protegerla de esto.
—Ahora dame a mi nieta. Me la llevo a casa —dice,
extendiendo la mano en mi dirección, lo que hace que la mujer
en mis brazos se aferre con más fuerza a mí.
—No te la vas a llevar a casa. He oído lo que le has dicho
cuando he entrado y también he visto tus manos sobre ella —
gruño, viendo cómo su rostro se transforma por la rabia.
—¡No me vas a quitar a mi única nieta! —grita,
señalándome con un dedo.
—No voy a dejar que se vaya contigo —afirmo con firmeza,
avanzando hacia la puerta.
—Voy a llamar a la policía.
—Por favor, hazlo y, de paso, diles que tiene dieciocho años
y que está con Carter Vault en su penthouse de la calle Warren.
Estaré esperando que me llamen —digo, mientras conduzco a

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una Fern que aún solloza fuera del hospital. Cuando llegamos
a mi coche, la subo a mi regazo detrás del volante y la sostengo
hasta que se calma lo suficiente como para poder respirar sin
que parezca estar hiperventilando.
—¿Estás bien para sentarte en tu asiento mientras
conduzco, nena? —le pregunto suavemente, apartándole el pelo
de la cara.
Cuando asiente, la coloco a mi lado y le pongo el cinturón
de seguridad antes de arrancar el coche, tomando su mano
entre las mías y sujetándola firmemente contra mi muslo
mientras entro y salgo del tráfico con precisión.
Al llegar a mi edificio, entro en el estacionamiento
subterráneo y luego levanto el ligero peso de Fern y la llevo al
ascensor, susurrándole palabras tranquilizadoras mientras la
llevo por el apartamento y la acuesto en la cama.
—¿Quieres una camiseta? —pregunto, quitándole los
zapatos, notando por primera vez que todavía lleva el uniforme
del colegio.
—Sí. —Asiente con la cabeza. La ayudo a quitarse el resto
de la ropa y le quito las manos de los pechos cuando intenta
cubrirlos.
—No te escondas de mí —le digo con firmeza, pasándole la
camiseta por la cabeza. —¿Tu abuela es siempre así? —le
pregunto, sentándome junto a su cadera en la cama.
—Sí, pero el abuelo... —Traga saliva mientras se le escapan
más lágrimas de los ojos. —Siempre interviene.

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—Shhh, todo estará bien.
—Va a llamar a la policía y me hará volver a casa —solloza,
rodando hacia su lado.
—Fern, tienes dieciocho años. No puede obligarte a ir a casa
si no quieres —le digo, frotando círculos tranquilizadores en su
espalda.
—No tengo adónde ir —dice a través de una bocanada de
aire.
—Te vas a quedar conmigo —le digo, viendo cómo se le
abren los ojos. —Y ni se te ocurra discutir.
—Carter...
—No, ahora descansa —le digo, acostándome detrás de ella,
envolviéndola.
Al despertar un par de horas más tarde, el teléfono de la
conserjería en la cocina suena, me levanto tranquilamente de
la cama y me dirijo a la sala de estar para atenderlo. —Sr. Vault,
hay dos agentes de policía que desean hablar con usted.
—Que suban —digo, abriendo la puerta del apartamento y
volviendo a la cocina para rebuscar entre los artículos de la
nevera, tratando de encontrar algo que pueda preparar a Fern
para la cena.
Encuentro una lasaña congelada, abro la caja y la meto en
el horno.
—¿Sr. Vault? —pregunta un agente de policía no mucho
mayor que Fern, llamando dos veces a la puerta abierta y
asomando la cabeza al interior.

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Dirigiéndome a la puerta, lo saludo a él y a su compañero
con un firme apretón de manos. —¿Cómo les va esta noche? —
les pregunto a ambos, guiándolos hacia el salón.
—Una noche lenta —murmuran los dos al unísono
mientras tomo asiento y señalo el sofá de enfrente.
—¿Qué puedo hacer por ustedes?
—Hemos recibido una llamada, de una tal Sra. McCauley,
diciendo que usted tiene aquí a su nieta sin su autorización.
—Estoy aquí, porque es donde quiero estar —interrumpe la
voz de Fern, y veo a los dos hombres que están frente a mí
sentarse un poco más alto y meter la panza al ver su pelo
alborotado mientras lleva mi camiseta.
—Nena, ve a ponerte algo de ropa y luego ven a hablar con
nosotros —le digo, agradecido cuando asiente y se dirige de
nuevo a la habitación, ya que no me gustaría ir hoy a la cárcel
por agredir a un agente.
—Como ella ha dicho, está aquí porque quiere, y tiene la
edad legal suficiente para tomar esa decisión por sí misma.
—Igualmente nos gustaría hablar con la Srta. McCauley —
dice uno de los policías, y yo asiento con la cabeza, volviéndome
a sentar en mi silla.
Cuando Fern sale esta vez, lleva puesto un chándal mío que
obviamente ha encontrado en el armario. Le tiendo la mano y
me acomodo en la silla, poniéndola a mi lado.
—Lamentamos su pérdida y entendemos que es un
momento difícil para usted —dice en voz baja el agente con la

27
etiqueta de Murphy. —Su abuela está muy preocupada por
usted en este momento, y...
—No lo está —lo interrumpe Fern, mostrando más fuego del
que nunca he visto en ella.
—Ella nos llamó, así que eso me lleva a creer que sí lo está
—afirma el otro oficial.
—Bueno, no voy a volver allí —dice ella con firmeza, pero
veo que su barbilla se tambalea, lo que hace que la ira me
recorra.
—Como pueden ver, Fern está bien. Obviamente, está
disgustada por la pérdida de su abuelo, pero eso es totalmente
comprensible. Si tienen más preguntas para hacerle, tendré que
pedirles que hablen con ella dentro de unos días, cuando las
cosas se hayan calmado —digo, poniéndome de pie y esperando
a que se pongan de pie junto a mí, para luego guiarlos hacia la
puerta y abrirla.
—Nos pondremos en contacto en unos días —dice el agente
Murphy, entregándome su tarjeta antes de cerrar la puerta tras
él.
Al girarme, me encuentro cara a cara con mi hermosa
chica, que una vez más tiene lágrimas en los ojos que gotean
por sus mejillas y en mi camiseta.
Verla allí de pie, con aspecto vulnerable, hace que algo
dentro de mí se retuerza y que un dolor me golpee el pecho.
Nunca me ha afectado que una mujer llore, pero no puedo
soportar ver a Fern con lágrimas en los ojos.

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Acortando la distancia entre nosotros, la tomo en brazos y
la llevo de vuelta al dormitorio, siguiéndola hasta la cama,
donde beso cada lágrima que cae.

29
Capítulo 5

Carter

—Yo me encargo de eso, nena. Ve a cambiarte —le digo a


Fern, besando su frente, viendo cómo se cierran sus ojos
mientras asiente antes de caminar hacia el dormitorio con su
sencillo vestido negro, llevando sus zapatos en la mano.
Descuelgo el teléfono de la conserjería en la cocina y les
digo que hagan subir a nuestro invitado. Hoy hemos ido al
funeral del Sr. McCauley. Antes de salir de casa esta mañana,
sabía que iba a ser difícil para Fern estar allí, pero después de
ver la forma en que su abuela despreció a mi chica, tuve que
rezar para tener paciencia y poder aguantar hasta el final del
servicio. Especialmente cuando Fern se levantó para despedirse
y su abuela puso los ojos en blanco. Admito que no sabía
mucho sobre el Sr. McCauley, pero empiezo a entender que no
todo era como parecía por fuera.
Una vez terminado el servicio, se nos acercó el abogado de
la familia, el Sr. Ramos, que es muy conocido en la ciudad por
cuestiones de planificación patrimonial. Nos explicó que

30
necesitaba sentarse con Fern, en relación con el testamento de
su abuelo. Fern no quería esperar, y yo tampoco, así que le pedí
que nos reuniéramos aquí.
Me aflojo la corbata y me sirvo un dedo de whisky mientras
espero cerca de la puerta. Esto es lo último que me gustaría
hacer en este momento; lo que quiero es entrar en el dormitorio,
desnudar a mi hermosa chica y hacerle el amor. Tenerla en mis
brazos las últimas tres noches, abrazarla mientras dormía y
despertarme con su olor rodeándome ha sido una prueba de mi
fuerza de voluntad. Sé que está sufriendo la pérdida de su
abuelo, pero no sé cuánto tiempo más puedo esperar para
tenerla.
Al abrirle la puerta al abogado cuando llama a la puerta,
me sorprende y me molesta un poco ver a la abuela de Fern de
pie junto a él.
—Pasen y tomen asiento —digo, conduciéndolos a la sala
de estar y luego dirigiéndome a la puerta de la habitación,
vislumbrando el vientre plano de Fern al bajarse la camiseta
cuando entro en la habitación.
—Tu abuela también ha decidido venir —le digo, viendo
cómo aprieta los dientes. Odio esa mirada y estoy decidido a
sustituirla por otra.
Cierro la puerta tras de mí, doy los dos pasos que nos
separan, la envuelvo en mis brazos y cubro su boca con la mía.
Su grito de sorpresa me permite deslizar mi lengua en su boca

31
mientras la levanto en mis brazos hasta que sus piernas rodean
mis caderas.
—Necesito estar dentro de ti —gruño, presionándola contra
las ventanas. —Necesito saber cómo se siente tu pequeño y
caliente coñito al aferrarse a mi polla —gruño, oyéndola gemir
mientras la elevo más y muevo perezosamente las manos por
debajo de su camiseta para acariciar sus pechos. —No puedo
esperar a ver estos llenos de leche después de que te llene con
mi semen. —La beso de nuevo mientras tiro de sus pezones
entre mis dedos.
Separo mi boca de la suya y miro hacia abajo entre
nosotros, donde mi erección está poniendo a prueba los límites
de mis pantalones y puedo sentir el calor que desprende su
núcleo.
Levantando mi mirada hacia la suya, la vuelvo a presionar
contra las ventanas y le quito el pelo de la cara mientras le subo
las gafas por el puente de la nariz. —Esta noche, voy a tomar lo
que es mío, Fern —digo, viendo cómo sus ojos se entrecierran.
—Esta noche, te entregarás a mí. ¿Verdad, hermosa?
—Sí, Carter —acepta, lo que la hace ganar otro beso.
—Ahora, vamos a ver qué quiere la malvada bruja del East
Village —digo, haciéndola sonreír y sacudir la cabeza.
Tomando su mano, la conduzco hacia la puerta y me
detengo cuando su mano se estrecha en la mía.
—¿Qué pasa, nena? —le pregunto, observando cómo se
pone de pie frente a mí.

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—Yo sólo... Gracias por todo —dice ella, apoyándose en las
puntas de los pies, alcanzando apenas la parte inferior de mi
mandíbula, donde deposita un suave beso, que provoca otro
dolor en mi pecho.
—Cualquier cosa por ti, Fern —le digo, viendo cómo las
lágrimas llenan sus ojos. Se pone una vez más de puntillas y
esta vez voy a su encuentro, dándole un suave beso antes de
abrir la puerta y sacarla del dormitorio.
—Te ha llevado bastante tiempo —resopla su abuela
cuando entramos en el salón.
—Si pudiéramos terminar con esto de una vez, tenemos
planes para el resto del día —digo, tomando asiento y tirando
de Fern a mi lado, rodeando sus hombros con mi brazo.
—Fern, como he dicho antes, siento mucho la pérdida de
Bill. Era uno de mis amigos más queridos y sé que te quería
mucho —dice el Sr. Ramos mientras la abuela de Fern suelta
un bufido.
—Él la mimaba demasiado.
Girando la cabeza para mirarla, gruño: —Esta es mi casa.
Si vuelves a faltarle el respeto a mi mujer, te voy a pedir que te
vayas.
—¿Ves cómo me está hablando? —Agita la mano en mi
dirección mientras mira al Sr. Ramos.
—Karen, continuemos para que todos podamos seguir con
nuestro día.

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—Bien —resopla ella, cruzando los brazos sobre el pecho,
mirándome a mí y luego a Fern.
Para cuando el Sr. Ramos ha terminado de leer la primera
página del testamento, sé que la mitad del dinero va a ser
donado, porque una de las primeras estipulaciones es que ella
no puede casarse hasta después de cumplir los veintiún años,
lo cual no funciona para mí. Quiero... no, necesito que ella tenga
mi apellido. La segunda es que no tenga un hijo hasta después
de los veinticinco años, y teniendo en cuenta que planeo dejarla
embarazada tan pronto como sea humanamente posible, sé que
puede despedirse de este dinero. No es que vaya a necesitarlo,
tengo mucho. Nunca le faltará nada.
—Hubo una última estipulación. Para que la herencia siga
pagando tu educación, debes vivir en casa o en el campus si vas
a un internado —dice, y los dedos de Fern se aferran a mi pierna
y sus uñas se clavan en mi piel a través del material de mis
pantalones de vestir. Cubriendo su mano con la mía, miro a su
abuela, que tiene una sonrisa muy presumida en la cara.
—Si eso es todo, Fern se pondrá en contacto con usted, Sr.
Ramos.
—De nuevo, siento tu pérdida, Fern —dice él, levantándose
del sofá y volviendo a colocar sus objetos en el maletín mientras
le entrega a Fern una copia del testamento.
—Me gustaría hablar con mi nieta a solas —dice la Sra.
McCauley, cruzando los pies por los tobillos mientras se sienta
un poco más erguida en el lado del sofá.

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—No va a suceder.
—Está bien, Carter —dice Fern en voz baja junto a mí.
—Fern —gruño con frustración, girando la cabeza para
mirarla, preguntándome qué demonios está pensando.
—Estarás justo ahí fuera, y tengo unas cuantas cosas que
me gustaría decirle a solas —presiona, y yo examino su rostro
y luego suelto un suspiro.
—Tres minutos —le digo, esperando que asienta. Le doy un
beso en la sien, me levanto del sofá y acompaño al Sr. Ramos
hasta la puerta, saliendo con él al pasillo.
—¿Quién ha solicitado las estipulaciones del testamento?
—le pregunto, cerrando la puerta tras de mí.
—La Sra. McCauley y el Sr. McCauley, ambos. La hija de la
Sra. McCauley la tuvo a los dieciocho años y luego desapareció,
dejando a los McCauley para que criaran a Fern por su cuenta.
Creo que están tratando de evitar que algo así ocurra de nuevo.
—¿Alguien ha sabido algo de su madre desde que
desapareció? —consulto, preguntándome cuánto sabe Fern de
esta situación.
—No que yo sepa, pero por otra parte, no estoy en la casa
de los McCauley, y éramos amigos, pero no lo suficientemente
cercanos como para que ninguno de los McCauley compartiera
ese tipo de información conmigo.
Mirando la puerta que se abre detrás de mí, veo cómo la
Sra. McCauley sale al pasillo, y luego miro detrás de ella
mientras Fern baja la cabeza, siguiéndola mientras evita

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mirarme. La rabia y la sed de venganza empiezan a arder en mí
cuando veo una huella roja en la mejilla de Fern, que intenta
ocultar con su pelo.
—Ya nos vamos —dice la Sra. McCauley, tirando del brazo
de Fern.
—¿Le has pegado? —gruño, inclinando la cabeza de Fern
hacia arriba hasta que sus ojos llenos de lágrimas se
encuentran con los míos. —¡Vete ahora mismo! —rujo, haciendo
que Fern se estremezca y que la Sra. McCauley suelte su brazo.
—Me importa un carajo quién seas —afirmo, girándome para
mirar a la mujer a la que probablemente voy a asesinar. —No
volverás a verla. ¿Me entiendes?
—Ya conoce las estipulaciones del testamento, Sr. Vault.
Ella vendrá a casa conmigo ahora.
—No lo hará, Sra. McCauley, y si crees que el poco dinero
que tienes sobre su cabeza me impedirá quedarme con tu nieta,
estás muy mal informada sobre lo que siento por ella.
—¿Vas a pagarle un sueldo, como si fuera una puta que
has levantado de la calle? —pregunta con sorna.
—Si vuelves a llamarla puta, te enterraré. Ahora lárgate —
trueno, viendo cómo su cara pierde algo de color y luego sus
ojos se estrechan hacia su nieta.
—Sabía que eras igual que tu madre —sisea antes de salir
furiosa por el pasillo hacia el ascensor, dejando atrás a un
atónito Sr. Ramos.

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—Estaremos en contacto —le digo antes de rodear los
hombros de Fern con mi brazo y llevarla al apartamento,
cerrando la puerta tras nosotros.
La conduzco a la cocina, la acomodo en la encimera y
agarro uno de los paños de cocina. Pongo unos cuantos cubitos
de hielo en él antes de colocarme frente a ella, separando sus
piernas para situarme entre ellas.
—No me vas a dejar, Fern. No me importa lo que te diga esa
mujer; no te vas a ir a ninguna parte.
—No puedo usarte, Carter —susurra ella, colocando su
mano sobre la mía en su mejilla. —Ella tiene razón. No puedo
usarte. No está bien.
—Tienes razón —acepto y luego la levanto de la encimera y
la llevo al dormitorio para que se acueste. —Tengo que
ocuparme de unos asuntos, así que quiero que descanses —le
digo, ignorando la mirada de angustia en sus ojos.
Si su abuela pensaba que iba a asustar a mi chica
haciéndole creer que podía sostener algo como el dinero sobre
su cabeza, tendrá que pensarlo mejor.
Tras darle un último beso en la frente, entro en mi
despacho y hago dos llamadas telefónicas: una a un
investigador privado, que espero que pueda decirme algo más
sobre la madre de Fern, y otra a mi abogado patrimonial.

37
Capítulo 6

Carter

—¿Tienes hambre? —le pregunto a Fern, que está de pie en


la puerta abierta del dormitorio, nuevamente sin más ropa que
mi camiseta.
Añadiendo la búsqueda de sus cosas en casa de su abuela
a la lista de cosas que tengo que hacer hoy, me dirijo a la cocina
y saco un poco de pan, mantequilla de cacahuete y mermelada,
cuando ella dice: —Sí —en voz baja.
—Ven a comer, y luego tenemos que vestirnos para ir al otro
lado de la ciudad.
—¿A dónde vamos? —pregunta ella, moviendo un mechón
de pelo entre sus dedos.
—Nos encontraremos con un amigo mío —le digo mientras
empiezo a armar su sándwich.
—De acuerdo —dice ella, tomando asiento en uno de los
taburetes de la barra, observándome atentamente.
—¿Cuánto tiempo te queda en la escuela?

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—Tres meses, pero sólo tengo que ir a dos clases cada día,
por las tardes.
—Eso está bien, nena. ¿Qué quieres hacer después de la
graduación? —pregunto.
—Iba a ayudar al abuelo en su oficina durante el verano y
después decidiría.
—Puedes ayudarme en mi oficina —afirmo
inmediatamente, pensando en ella sentada en mi escritorio con
las piernas abiertas, mostrándome su coño mientras yo trabajo
en los casos. —El único requisito es que tienes que llevar falda
y sin bragas. Así tendré fácil acceso a mi bocadillo favorito —le
digo, viendo cómo se sonroja. Entonces pienso en que estará
rodeada de los demás hombres de mi bufete, y la lujuria que
sentía se sustituye por algo totalmente distinto. —Olvida lo de
las faldas. No creo que pueda soportar que mis colegas te miren.
—Nadie me mira. —Mueve la cabeza y se sube las gafas por
el puente de la nariz.
—Sí lo hacen, nena. Eres hermosa e inteligente; además,
tienes unas piernas largas que se extienden por kilómetros.
Créeme. Mirarían y luego morirían.
—No lo creo. —Se encoge de hombros, probando un bocado
del sándwich que le puse delante.
Inclinando su cabeza hacia arriba para que me mire, le digo
con firmeza: —Eres hermosa, Fern, la mujer más hermosa que
he visto nunca.

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—Estás ciego, Carter —dice sin aliento, pero veo un destello
de felicidad en su mirada, que había desaparecido después de
que la sacara del hospital.
—No, tú lo estás. La vieja bruja se te metió en la cabeza,
¿no? —pregunto, y ella aparta su barbilla de mi agarre. —
Mírame.
—Voy a prepararme —dice, apartando su plato y
dirigiéndose al dormitorio.
Le doy un par de minutos de ventaja y la sigo hasta el
dormitorio, donde la encuentro en la ducha. Las puertas de
cristal transparente no me ocultan nada mientras inclina la
cabeza hacia atrás, haciendo que caigan chorros de agua sobre
su cara y sus pechos. He visto bellezas antes, pero
absolutamente nada se puede comparar con ella. Me quito la
ropa, entro en la cabina de ducha y la rodeo con mis brazos
hasta que se apoya contra mí. Bajo mi cara hasta su cuello y
luego sobre sus pechos, y beso cada uno de sus rosados
pezones.
—Eres hermosa, Fern, y no dejaré de decírtelo hasta que
me creas —gruño, bajando la mano por su culo y colocando las
puntas de los dedos en su entrada, sintiendo su calor
resbaladizo mientras los muevo lentamente dentro y fuera de
ella.
—Carter —grita, y yo le beso el cuello y luego me meto cada
pezón en la boca, chupando y mordiendo hasta que sus manos
se aferran con fuerza a mi pelo. Lamiendo su estómago, caigo

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de rodillas. Nuestra diferencia de tamaño es tan grande que sus
pechos están ahora a la altura de mis ojos. Levantando mi
mirada hacia la suya, deslizo mis dedos lentamente por los
labios desnudos de su coño hasta que sus caderas empiezan a
moverse con mis dedos y me suplica que la toque.
Muevo mis manos alrededor de la parte posterior de sus
muslos y la atraigo hacia delante hasta que mi boca se cierne
sobre su núcleo.
—Dime —le digo, mirando su hermoso rostro y la forma en
que el agua se desliza por su piel.
—¡Carter, por favor! —gime ella, acercando su coño a mi
boca.
—Dime, Fern —gruño, y sus ojos se cierran y su cabeza se
inclina hacia atrás.
—Soy hermosa —dice en voz tan baja que apenas la oigo
por encima de la caída del agua en la ducha.
—Mírame y dilo, Fern —exijo, dándole una única pasada de
lengua.
—Oh, Dios, Carter —gime mientras sus piernas empiezan
a temblar.
—Dímelo ahora.
—Soy hermosa —grita, y la lamo de nuevo, una y otra vez,
tirando y mordiendo su clítoris hasta que se pone de puntillas,
tratando de alejarse de mi boca.
Mientras grita a pleno pulmón, sus jugos inundan mi boca
y mi garganta, y sus uñas se clavan en la piel de mis hombros.

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Besando su vientre, me levanto y meto mi lengua en su boca,
dejándola saborearse.
Al sentir que su mano me envuelve, me quedo
momentáneamente aturdido y luego me alejo de su agarre,
haciendo que sus ojos se llenen de dolor.
—No. —Sacudo la cabeza. —Voy a llenar tu vientre la
primera vez que te folle, Fern.
—Pero…
—Sin peros. Ahora saca tu culo sexy de la ducha y vístete.
Cuanto antes terminemos la mierda con mi amigo, antes podré
estar dentro de ti.
Asiente con la cabeza y la veo apresurarse fuera de la
ducha.
Poniendo la ducha en frío, dejo que el agua helada me
refresque lo suficiente como para no ir al dormitorio, tirarla a la
cama y tomarla, cuando sé que no tendré el tiempo suficiente
para disfrutarla como quiero.
Al salir de la ducha, vislumbro mi reflejo. Mi cuerpo está
bronceado y perfeccionado por años de natación y deportes al
aire libre. Necesito un corte de pelo, pero me encanta la forma
en que Fern utiliza mi pelo más largo para acercarme a ella, así
que dudo que me lo corte. Mi cara es de estilo clásico, o eso es
lo que han dicho algunas mujeres. Pasando la mano por mi
mandíbula, noto la barba incipiente. Debería afeitarme, pero me
gusta la idea de mi marca en Fern de cualquier manera. Al salir
del cuarto de baño mientras me envuelvo la toalla en la cintura,

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veo que Fern ya está vestida, con el mismo vestido que elegimos
para que se pusiera en el funeral de su abuelo.
—Es esto o mi uniforme del colegio —dice, levantando las
manos a los lados antes de bajarlas.
—Nos detendremos a buscar tus cosas en casa de tu abuela
—le aseguro, dejando caer un beso en su boca mientras paso
junto a ella de camino al tocador, donde busco un par de bóxers
y me los pongo.
—Voy a ponerme mis sandalias, si te parece bien —dice,
metiendo los pies en unas sandalias planas de cuero negro que
me hacen sobresalir aún más.
—Ponte lo que quieras —le digo con suavidad, poniéndome
los vaqueros mientras me pregunto hasta qué punto su abuela
controlaba antes sus elecciones de ropa. No creo que Fern
tuviera mucho que decir sobre nada, y por muy jodido que sea,
eso me hace querer volver a matar a su abuelo. Debería haber
hecho un mejor trabajo protegiéndola de su abuela.
Al pasar junto a mí, se detiene de repente y me da un beso
en el pecho desnudo antes de dirigirse al baño. Ni siquiera sé si
se da cuenta, pero con cada uno de esos pequeños momentos,
ha sellado su destino al mío. Nunca la dejaré marchar.

43
Capítulo 7

Carter

—¡No quiero tu dinero! —grita Fern, cruzando los brazos


sobre el pecho y mirándome fijamente.
—Ahora es tu dinero, nena, así que no hay razón para que
nos peleemos por él. —Me encojo de hombros, arrancando mi
Bugatti.
—No puedes darle a alguien esa cantidad de dinero, Carter.
¿Estás loco? —gruñe, apoyando la cabeza en el reposacabezas
del asiento del coche, lo que me hace sonreír.
Empiezo a ver que mi pequeño ratón de vez en cuando se
convierte en un león rugiente.
—¿Por qué sonríes? ¿Acaso te parece gracioso regalarme
quince millones de dólares?
—Ya está hecho. Ahora, ¿estás lista para ir a buscar tus
cosas a casa de tu abuela? —le pregunto.
—Bien —gruñe, cruzando los brazos sobre el pecho,
sabiendo que no puede ganar.

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—Sabes por qué lo he hecho, ¿verdad? —le pregunto
suavemente, tomando su pequeña mano y entrelazando sus
dedos con los míos.
—No.
—Ahora estamos sólo tú y yo. No hay dinero colgando sobre
tu cabeza, haciéndote sentir culpable. Puedes hacer lo que
quieras. —Levanto su mano y la beso. —Excepto dejarme, eso
no puedes hacerlo.
—Pero podría hacerlo. No había estipulaciones —susurra,
como si hubiera lágrimas en su voz.
—No hay estipulaciones —confirmo, viendo cómo se cierran
sus ojos.
—Estás loco, pero gracias —dice en voz baja, haciendo que
todo valga la pena. Y realmente, ese dinero no es más que una
gota de agua. Sé que, mientras la tenga a ella, el dinero me
importa muy poco.
—Ahora, vamos a buscar tus cosas y luego salimos a cenar.
¿Qué te parece? —pregunto, observando su sonrisa.
—Me gustaría mucho —responde ella, inclinándose y
besando mi mejilla.
Nos alejamos de la acera y nos dirigimos al otro lado de la
ciudad, a uno de los barrios ricos. Hubo un tiempo en que pensé
en comprar una de las casas de este lado de la ciudad, pero en
aquel momento estaba solo y no pensaba tener una familia.
Ahora que tengo a Fern, podría reconsiderar la posibilidad de

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mudarme. Quiero que los hijos que tengamos tengan sus
propias habitaciones y un patio trasero.
Al llegar a la manzana diez minutos después, mi furia se
multiplica por diez cuando veo que todas las pertenencias de
Fern están fuera, en la acera, frente a la casa de su abuela,
cubiertas de pintura y basura.
—Oh, no —susurra, tapándose la boca. —¡No, por favor,
detente! —grita cuando ve que voy a acelerar y pasar con el
coche.
—Nena, está todo estropeado —le señalo. —Te
compraremos cosas nuevas.
—Tengo que ver si mi joyero está ahí —solloza, tanteando
el pomo de la puerta y abriéndola de golpe antes de que tenga
la oportunidad de detener el coche.
Siguiéndola fuera del coche, le pregunto en voz baja: —
¿Qué aspecto tiene?
—Es rosa y tiene una bailarina en la parte superior —me
dice, rebuscando frenéticamente entre las cosas hasta que
encuentra la cajita. —Está aquí —susurra, abriendo la tapa y
sacando un collar de su interior antes de volver a dejar la caja
en el montón de basura.
—¿Qué significa? —le pregunto, viendo la tristeza en sus
ojos mientras agarra una cadena con la mano.
—Era de mi madre —dice, sosteniéndola y poniéndosela en
el cuello.

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—¿Te lo dejó ella? —le pregunto mientras la conduzco de
vuelta al coche y la ayudo a entrar.
—No, lo encontré en el cajón del escritorio del abuelo en su
oficina, junto con su foto. —Sonríe con tristeza.
La meto en el coche y le beso los labios, susurrando: —Lo
siento, nena.
—No pasa nada. No la recuerdo, y cada vez que preguntaba
por ella, la abuela actuaba como si nunca hubiera existido, pero
este collar es lo único que demuestra que estuvo por aquí en
algún momento. En la foto, lo llevaba puesto y sostenía la mano
del abuelo. —Sonríe y me pone la mano en la mejilla. —Creo
que mi abuelo la quería.
—Apuesto a que sí —coincido, todavía enojado con el viejo
por no proteger a su nieta e hija, por lo que parece.
Depositando un último beso en su mejilla, camino
alrededor del coche y me deslizo detrás del volante. —Vamos a
salir a cenar otra noche, nena. Tenemos que comprarte algo de
ropa —le digo, viendo cómo se le frunce la cara.
—Odio ir de compras.
—¿De verdad? ¿Acaso no les encanta a la mayoría de las
mujeres?
—Supongo, pero antes tenía que seguir a la abuela durante
horas mientras compraba, y lo odiaba —confiesa.
—¿No comprabas cosas para ti?
—A veces, pero sigo odiando ir de compras. Si compro
cosas, las pido por Internet.

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—Bueno, vamos a comprarte algunas cosas para que
tengas a mano, y luego puedes pedir el resto y que te lo envíen
—sugiero.
—Eso está bien para mí.
—¿Adónde? —pregunto, y ella se encoge de hombros y
responde: —A Old Navy.
—No vas a comprar en Old Navy. —Sacudo la cabeza con
incredulidad.
—De acuerdo —dice, y al escuchar su tono sé de inmediato
que eso es lo que siempre se ha hecho con ella; sus opiniones o
deseos son siempre ignorados.
—Que sea Old Navy —murmuro, viendo cómo se le ilumina
la cara mientras murmuro —Joder —en voz baja.
Cuatro horas después, estoy jodidamente contento de
empujar el resto de la ropa de Fern en el maletero del coche,
que ahora está desbordado de bolsas de compras, la mayoría de
Old Navy. Pero tres grandes de color negro han hecho que el
viaje merezca la pena, porque he elegido la mierda en ellas y no
puedo esperar a ver cómo queda mi Fern cubierta de encaje y
seda.
Atravesando a toda velocidad el centro de la ciudad, hago
el viaje en la mitad de tiempo y dejo el coche al portero, dándole
instrucciones para que deje las cosas en la puerta del
penthouse cuando las suba. Luego levanto a Fern, que chilla
mientras la llevo dentro, a través de las puertas, y directamente
al ascensor, que afortunadamente está vacío.

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Una vez que la puerta se cierra, impidiendo que nos vean,
la sostengo en mis brazos hasta que sus piernas rodean mis
caderas y luego la aprieto contra la pared, subiéndole el vestido
por la cintura. Gruñendo cuando veo que no lleva bragas,
acerco mi cara a ella y le ordeno: —No volverás a salir de casa
sin bragas, nena, a menos que quieras que te golpee el culo
hasta que esté rojo y no puedas caminar durante una semana.
—No lo volveré a hacer —promete, pero veo un calor en sus
ojos que me hace preguntarme si la idea de que la azote la pone
caliente.
Al pasar dos dedos por sus pliegues, encuentro mi
respuesta y se la muestro para que la vea. —Parece que quieres
que te azote —le digo, pasando la lengua por mis dedos y
saboreando la ambrosía más dulce que jamás he tenido el
placer de comer.
—No quiero. —Ella sacude la cabeza, girando sus caderas
contra mí, balanceando su coño caliente contra la longitud de
mi polla a través de mis vaqueros.
Retiro la mano y le doy dos azotes, no muy fuertes, pero lo
suficiente para que sus ojos se abran de par en par. Luego
vuelvo a meter los dedos entre sus piernas y encuentro aún más
calor líquido.
—No me mientas —le digo mientras deslizo mis dedos
dentro de ella, metiéndolos y sacándolos, observando cómo su
cara se dulcifica y su cabeza cae hacia atrás. —Eres una chica
codiciosa, ¿verdad?

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—No —niega mientras cabalga con fuerza sobre mis dedos.
—Lo eres —le digo, sacándola del ascensor cuando
llegamos y acompañándola al dormitorio. —Quítate el vestido
—le ordeno, quitándome la camisa rápidamente, sin querer
perderme nada de este momento.
Sus manos se dirigen a la parte inferior del vestido y lo sube
lentamente, mostrando su cuerpo centímetro a centímetro
hasta quedar completamente desnuda frente a mí.
—En la cama, recuéstate y abre las piernas.
Subiendo a la cama, se arrastra lentamente, con el aspecto
más erótico que he visto nunca. Luego, con la gracia de un gato,
se pone de espaldas y dobla las piernas por las rodillas,
abriéndolas.
Me bajo la cremallera de los vaqueros y me los quito de una
patada, y observo cómo sus ojos se calientan al recorrerme. Me
muevo hasta el final de la cama y mis ojos la devoran a ella y a
la forma en que se abre para mí.
Colocando mis rodillas sobre la cama, uso mi mano libre
para abrir aún más sus piernas y luego me inclino sobre ella
para lamer los jugos que brotan de su interior. Oírla gemir y
sentir sus manos en mi pelo me enciende mientras me aseguro
de que está preparada para recibirme. La quiero suave y
empapada cuando la penetre por primera vez, y la mejor
manera de hacerlo es llevarla al orgasmo. No quiero que piense
en el dolor cuando tome su cereza.

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Lamiéndola, utilizo los dedos de una mano para abrirla,
luego aparto la mano de mi polla y recorro con mis dedos el
interior de sus muslos. Luego, profundizando en ella, la follo
con los dedos, entrando y saliendo de su interior una y otra vez,
evitando a propósito su punto G mientras concentro toda mi
energía en su clítoris hasta que siento que su coño me aprieta.
Curvo mis dedos y froto vigorosamente el punto que sé que la
hará gritar, hasta que su orgasmo la hace estallar, empapando
mi cara. Besando su clítoris por última vez, subo por su cuerpo
hasta que me cierno sobre ella, sintiendo la cabeza de mi polla
rozar el calor más dulce que jamás haya sentido.
—Eres mía, Fern, para la eternidad —le digo, ajustándome
y deslizándome lentamente dentro de ella mientras sus piernas
y brazos me rodean.
Apartando el cabello de su cara, me detengo al sentir la
barrera de su inocencia contra la cabeza de mi polla. Clavando
mis ojos en los suyos, sé que esto es lo que siempre he querido,
algo que fuera mío y sólo mío.
—¿Cómo te sientes? —pregunto con los dientes apretados
mientras ella se contonea debajo de mí.
—Llena —susurra, aunque siento que intenta obtener más
de mí.
—Tan codiciosa —digo entre dientes mientras atravieso el
delgado obstáculo, deslizándome hasta que estoy hasta las
pelotas dentro de ella.

51
Observando su cara, espero a que abra los ojos y me mire.
—Carter —gime, moviendo las caderas.
—Estoy aquí, nena —murmuro, besándola lentamente
mientras me deslizo un centímetro hacia fuera y luego vuelvo a
entrar. Inclinándome hacia atrás, veo cómo sus ojos se
oscurecen cuando golpeo su cuello uterino con cada
movimiento hacia adelante. Estoy tan cerca de correrme que sé
que no duraré. Esta es la tortura más dulce que he sentido
nunca, y saber que es mía sólo lo hace mucho mejor.
—Creo que... —gime, presionando su cabeza contra la
almohada mientras su coño me aprieta como un tornillo de
banco.
—Déjalo correr. Quiero sentirlo —gimo, sintiendo que su
orgasmo empieza a arrastrarme con ella mientras se agita a mi
alrededor con fuerza.
—¡Joder! —rujo, plantándome profundamente dentro de
ella mientras mi semen se dispara por todo su vientre.
Al volver en mí, siento que sus brazos y piernas me rodean
con fuerza, y noto la humedad en mi pecho, donde está
enterrada su cara. —¿Te he hecho daño? —pregunto,
separándome de ella para poder ver su cara.
—No. Fue tan... fue tan hermoso —llora.
—No llores, nena —le digo, rodando sobre mi espalda y
tirando de ella para que se recueste encima de mí, quedándonos
los dos dormidos, conmigo todavía dentro de ella.

52
Capítulo 8

Fern

Al sentir algo lamiendo mi clítoris, gimo y cierro los ojos con


más fuerza, sin querer arruinar el momento despertando.
—Buenos días, hermosa. —Abriendo un ojo y luego el otro,
miro hacia abajo, dándome cuenta de que ahora estoy desnuda,
o tal vez ni siquiera me puse nada anoche antes de irme a
dormir. —Juega con tus pezones —exige Carter en un tono que
me hace querer hacer cualquier cosa para complacerlo.
Llevo las manos a mis pechos y hago rodar los dedos sobre
mis pezones, elevando mi coño hacia su boca y girando las
caderas hasta que me recompensa con dos dedos hundiéndose
en mi interior. Todavía estoy un poco dolorida por haber perdido
mi virginidad hace un par de días, pero me encanta cómo se
siente dentro de mí, así que nunca le diría que no.
Me pone boca abajo y dobla una de mis rodillas, su gran
cuerpo cubre el mío mientras sus dedos recorren mis costados
antes de enderezar mis brazos. Entrelaza sus dedos con los
míos mientras se desliza dentro de mí, y esta posición toca algo

53
diferente mientras se mueve lentamente, susurrando en mi
oído: —Eres tan jodidamente hermosa.
—Carter —es todo lo que consigo gemir.
—Tienes el coño más dulce, nena. Me encanta saber lo
cerca que está mi polla de tu vientre en cada embestida. No
puedo esperar a que mi semilla te llene y eche raíces —gime en
mi oído, lo que hace que mi coño se apriete a su alrededor. —
¿Quieres eso, nena? ¿Quieres mi semen en tu vientre?
—Lo quiero todo —susurro, sintiendo cómo golpea mi
cuello uterino.
—Es tuyo, Fern. Es todo tuyo —dice, follándome con más
fuerza y tirando de mí sobre mis manos y rodillas, haciendo que
sus pelotas golpeen mi clítoris con cada embestida.
—¡Me voy a correr! —grito mientras una oleada tras otra de
un orgasmo impresionante me recorre súbitamente, con tanta
rapidez que ni siquiera tengo la oportunidad de prepararme
para el momento en que me sumerge.
—Joder, me has hecho correrme —gruñe, y me hace salir
de la marea azotándome el culo una y otra vez hasta que mi
cuerpo se dobla y me corro de nuevo, esta vez con más fuerza
que la primera. Cada vez que mi cuerpo se contrae, siento cómo
se corre dentro de mí hasta que estoy tan llena de su semen
que me chorrea por el interior de los muslos.
—Tengo que enseñarte a retrasar tu orgasmo —gruñe
contra mi oído.

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Me giro para mirarlo y le susurro —¿Por qué? —entre
jadeos.
—Control, nena. —Sonríe. —Cuanto más tiempo puedas
retrasarlo, más grande será. —Me besa la frente.
—Me he corrido con fuerza —le digo, sintiendo que mis
mejillas se enrojecen, lo cual es una tontería, porque él sigue
dentro de mí y probablemente conoce mi cuerpo mejor que yo.
—Puedes correrte más fuerte. —Sonríe, haciendo que mi
corazón lata más fuerte.
—De acuerdo —susurro, gustándome la expresión de su
cara. Sus ojos se suavizan, me pone de espaldas y vuelve a
deslizarse dentro de mí, mostrándome cómo retrasar mi
orgasmo puede hacerlo mucho más grande y mejor.

***
Saco mi teléfono móvil cuando zumba y me sorprendo al
ver un mensaje de Cathy. No hemos hablado desde que dejé la
casa de mi abuela hace dos meses.
En realidad, creo que la única razón por la que era amable
conmigo era por quién es mi familia, y porque su madre y mi
abuela son buenas amigas.
Cathy: ¿Podemos vernos en el baño del salón E?
Yo: Estaré allí en dos minutos.
Respondo rápidamente, cerrando de golpe mi taquilla.

55
Llegar al salón E me lleva unos minutos, porque el timbre
que anuncia el fin de la jornada escolar suena en los pasillos
cuando estoy a mitad de camino, lo que hace que los pasillos se
llenen de gente.
Al empujar la puerta del baño, oigo a alguien sollozando
dentro y me dirijo hacia el sonido de angustia, encontrando a
Cathy sentada en uno de los retretes con la cara entre las
manos.
—¿Qué ha pasado? —pregunto, y su cabeza se levanta y
sus ojos se encuentran con los míos.
—He descubierto que Byron se acuesta con Trisha. ¿Puedes
creerlo? —pregunta entre sollozos.
En realidad puedo creerlo, ya que ellos habían estado
saliendo antes de que Cathy decidiera ir tras él, robándoselo a
Trisha. Pero no voy a decirle eso, viendo el dolor en sus ojos. En
su lugar, saco un pañuelo de papel del rollo que está a su lado
y se lo pongo en la mano.
—Todo estará bien, Cathy —le digo suavemente. Odio ver a
la gente llorar. Aunque nunca hayamos sido muy buenas
amigas, no le desearía su situación a nadie.
Se me rompería el corazón si Carter me hiciera algo así. No
tengo ni idea de cómo ocurrió, ni cuándo exactamente, pero me
he enamorado de un hombre que siempre me había parecido
inalcanzable. La parte más loca es que sé que me ama. Lo siento
en cada toque, lo escucho en cada palabra dulce. Sé hasta el
fondo de mi ser que él está hecho para mí.

56
También lo sé, porque me dio la cantidad exacta de dinero
que habría recibido si hubiera seguido las estipulaciones del
testamento de mi abuelo, sólo que su regalo para mí no vino
con ningún tipo de reglas o requisitos por mi parte. Podría
alejarme de él mañana y empezar una vida en otro lugar si
quisiera.
No es que quiera hacerlo. Por una vez en mi vida, soy feliz.
Nuestra diferencia de edad me asusta mucho, pero por
ejemplo anoche, cuando le mencioné que es diez años mayor
que yo, se limitó a negar con la cabeza y me atrajo hacia su
regazo, diciéndome que en unos años ni siquiera importaría. La
única razón por la que parece un tabú ahora es porque todavía
estoy en la escuela.
Está tan seguro de lo nuestro que constantemente me hace
el amor sin ningún tipo de protección, incluso sabiendo que no
tomo ningún tipo de anticonceptivo y que le he dicho una y otra
vez que puedo quedarme embarazada. Realmente, creo que eso
lo anima. Quiere que tenga su hijo. Me pongo la mano en el
estómago y me pregunto si ya estoy embarazada de él.
—¿Me estás escuchando? —llora Cathy, tirando de mi
mano.
Sacudo la cabeza y murmuro: —Lo siento, tengo muchas
cosas en la cabeza ahora mismo.
—No quiero estar sola. ¿Crees que puedes venir a casa
conmigo? ¿Podemos pedir pizza y comer helado, como en los
viejos tiempos? —me ruega.

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Sintiéndome culpable, asiento sin pensarlo, y su cara se
transforma ante mis ojos, sus lágrimas secándose mientras se
levanta.
—Genial, llamaré a un coche para que nos lleve —dice
contenta. —¿Puedo usar tu teléfono? —me pregunta, al ver que
saco del bolsillo el teléfono que Carter me compró para poder
enviarle un mensaje, para decirle lo que está pasando y que no
se preocupe por mí.
—Um... claro —murmuro mientras ella me quita el teléfono
de las manos, y entonces veo cómo tantea en él, justo antes de
que se le caiga al inodoro.
—Oh, no —jadea ella, tapándose la boca, mirando el
teléfono que ahora está en el agua. —No te preocupes, tengo el
mío —dice, saliendo de la cabina, poniéndose el teléfono en la
oreja y pidiendo un taxi.
Sacando el teléfono del retrete con dos dedos, lo llevo al
lavabo y lo envuelvo en una toalla de papel para luego lavarme
las manos. No tengo ni idea de si Carter se va a enojar por el
teléfono. Lo dudo, pero sé que se preocupará si no lo llamo.
—¿Puedo usar tu teléfono? —le pregunto, metiendo mi
ahora encharcado móvil en mi mochila.
—Claro, cuando subamos al taxi. Debería estar aquí ahora
—dice fácilmente, saliendo del baño.
Siguiéndola por el pasillo y por la puerta principal de la
escuela, veo que hay un coche negro con los cristales tintados.
Caminando hacia la cabina, Cathy abre la puerta y se desliza

58
por el asiento. Siguiéndola, al subir al asiento trasero, noto un
olor familiar mientras mis ojos se adaptan a la oscuridad del
interior del vehículo, y veo a mi abuela y a un hombre grande
con un traje oscuro sentado frente a mí.
—Gracias por tu ayuda, Cathy —dice mi abuela desde el
asiento de enfrente, sacando un sobre de su bolso.
—De nada —dice Cathy con alegría, aceptando el sobre de
mi abuela antes de abrir la puerta del coche y salir.
Al darme cuenta de lo que ocurre, me precipito a través del
asiento en un intento de seguirla fuera del coche, pero unos
grandes brazos me rodean la cintura y me detienen antes de
que pueda hacerlo.
—¡Por favor, no! —grito, sintiendo que las puntas de mis
dedos rozan el pomo de la puerta.
—Tengo que sacar al diablo de ti —oigo decir a mi abuela
justo antes de que algo afilado me pinche en un lado del cuello
y todo se vuelva negro.

59
Capítulo 9

Carter

Al mirar mi teléfono móvil cuando suena, me sorprende ver


que llama Max, el guardaespaldas de Fern. Desde el momento
en que lo contraté después del funeral, las cosas han estado
tranquilas. Durante un tiempo me preocupó que la abuela de
Fern hiciera algo para intentar vengarse de ella, pero por lo que
sé, ha mantenido un perfil bajo. Puede que haya ayudado el
hecho de que le explicara a mi padre lo que había pasado, y él
fuera a tener su propia charla con la Sra. McCauley,
explicándole que ahora que Fern era mía, tenía una gran familia
a sus espaldas, y que si pensaba en hacer algo más para causar
molestias a Fern, su estilo de vida cambiaría drásticamente.
Mis padres adoran a Fern. Mi madre estaba un poco
preocupada al principio, pero en cuanto mi padre le recordó que
él también es diez años mayor que ella, se tranquilizó. Ayer, hizo
llegar el anillo de mi abuela a mi oficina. Creo que intentaba
insinuar que tengo que dejar de perder el tiempo y poner un
anillo en el dedo de Fern, y ese es mi plan.

60
Levanto el teléfono, salgo de la reunión en la que estoy y me
dirijo a la gran pared de ventanas del vestíbulo, metiendo la
mano en el bolsillo.
—Max —saludo y luego siento que mi cuerpo se tensa al
escuchar el sonido de su voz.
—Fern acaba de subir a un coche con una chica llamada
Cathy.
—¿Y? —gruño.
—La joven entró en el coche, Fern la siguió y luego Cathy
salió por el otro lado unos segundos después, antes de que el
coche se alejara con Fern todavía dentro —dice, y siento como
si me hubieran arrancado el corazón del pecho.
—¿Todavía los estás siguiendo? —pregunto, trotando por el
edificio hasta mi oficina y agarrando mis llaves.
—Sí, ahora estamos en la autopista Westside.
—No los pierdas de vista. Voy a subir a mi coche ahora
mismo —rujo.
—No lo haré —dice con firmeza, y oigo el motor de su coche
acelerar de fondo.
Me apresuro a bajar a mi Bugatti, me subo y salgo a toda
velocidad del estacionamiento, y luego me dirijo a través del
tráfico hasta llegar a la autopista Westside. Pulso el botón de
llamada en mi teléfono y aprieto los dientes cuando llego a un
semáforo en rojo.
—¿Dónde estás? —pregunto.

61
—Nos dirigimos hacia el Bronx. ¿A qué distancia estás? —
pregunta Max.
—Si el puto semáforo cambiara, estaría allí —escupo, luego
digo a la mierda y hago girar mi coche alrededor de los dos
coches que tengo delante, pisando el acelerador y cambiando
de carril hasta que estoy fuera de la congestión de la ciudad y
a medio camino del Bronx.
—Estamos llegando a un edificio en la calle Sexta 2-50 —
me dice, y mi corazón empieza a latir con fuerza en mi pecho.
—No dejes que la lleven dentro. Estaré allí en dos minutos
—le digo, atravesando el tráfico al salir de la autopista.
—No lo harán —me asegura, colgando.
Acelerando por las estrechas calles laterales, estaciono el
coche frente al edificio y corro hacia el otro lado de la calle,
viendo que Max está fuera de su coche con una pistola
apuntando a un hombre grande que sostiene a Fern en sus
brazos. Su cara está pálida, su cuerpo está completamente
inerte y su cabeza está girada hacia un lado en un ángulo
incómodo. Sin pensarlo, camino directamente hacia ellos.
—Dame a mi jodida mujer ahora —trueno mientras me
acerco a él.
—Esto es sólo trabajo, hombre —dice el tipo que sostiene a
Fern, mirando entre Max y yo.
—Vas a morir por tu trabajo en un segundo —le digo con
sinceridad.

62
—La señora se largó —dice, mirando por el techo del coche
hacia la puerta abierta.
—Esa es mi mujer en tus brazos. Me importa un carajo si
estabas haciendo un trabajo o no. Si no me la entregas,
ordenaré a mi hombre que te elimine —le prometo.
—Dile que baje el arma —dice, señalando a Max.
—Dámela y lo haré —le aseguro, observando cómo Fern
parece estar luchando por conseguir cada aliento que toma.
—Por favor, no me dispares —le dice a Max por encima de
mi hombro mientras me entrega a Fern, cuyo cuerpo se siente
frío al tacto.
—¿Qué le han dado? —pregunto, sintiendo que Max se
acerca a mi lado.
—No sé lo que era —confiesa.
—Max, necesito que te quedes con él hasta que llegue la
policía. Voy a llevar a Fern al hospital —digo mientras me dirijo
hacia mi coche.
—¡No puedes llamar a la policía! —grita el tipo.
—La policía está de camino, y Max, si se mueve, dispárale
—le digo por encima del hombro mientras cruzo rápidamente la
calle con Fern en brazos. Una vez que la tengo en el asiento del
copiloto, me apresuro a rodear el coche y me pongo al volante.
Tomando mi teléfono, le pregunto a Siri dónde está el
hospital más cercano y, por suerte, está a solo siete minutos.
Cuando llegamos a la entrada de urgencias, salgo y me

63
apresuro a sacar a Fern del coche mientras ignoro al tipo que
me grita que no puedo detenerme en ese lugar.
Al llevarla dentro, me siento aliviado cuando se nos acerca
una enfermera.
—¿Está ella bien? —pregunta la mujer mayor, mirando a
Fern.
—No, la han drogado y puede que esté embarazada.
Necesita un médico ahora.
—Tráigala aquí —dice con suavidad, llevándome a una de
las habitaciones.
La coloco en la cama y retrocedo cuando la habitación se
llena de enfermeras y médicos.
—¿Sabe lo que ha tomado?
—No tomó nada. La drogaron —le explico, observando cómo
una de las enfermeras extrae un frasco de sangre de su brazo.
—Tenemos una herida punzante aquí, doctor. —Una de las
otras enfermeras señala un punto en el cuello de Fern que está
formando lentamente un hematoma.
Mis manos se cierran en puños a los lados y respiro
profundamente para combatir la rabia que me consume. Voy a
matar a su abuela. Sé que ella lo hizo. Sé que, por la razón que
sea, iba a hacer daño a mi chica hermosa, y no hay manera de
que la deje vivir para ver otro día. Podría haberla matado.
—El análisis de sangre es positivo para el embarazo —dice
una enfermera, entrando en la habitación.

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Mis rodillas se debilitan y mis ojos se fijan en mi mujer, que
está inconsciente en una cama que la hace parecer un millón
de veces más pequeña de lo que ya es. Cuando salga de aquí -
no si sale, sino cuando salga- no la perderé de vista nunca más.
Estará en el trabajo conmigo, en casa conmigo, y nunca más la
dejaré sola para que ocurra algo así.
Me acerco a la cama, coloco mi mano sobre el estómago de
Fern y rodeo la suya a su lado.
—Señor, voy a necesitar que se aparte para poder ponerle
una vía —dice una de las enfermeras, rodeando mi hombro con
su mano.
—Claro —acepto, retrocediendo contra la pared,
observando cómo trabajan todas. Ni siquiera sé cuánto tiempo
permanezco allí, pero finalmente las enfermeras empiezan a
salir de la habitación una por una hasta que nos quedamos
solos. Sentado en la silla junto a la cama de Fern, tomo su mano
entre las mías y apoyo la cabeza contra su costado, rezando por
primera vez en años.
—¿Está ella bien?
Al levantar la vista, veo a mi padre y a mi madre de pie en
la puerta. —No se ha despertado. Le han puesto una vía
intravenosa para limpiar su organismo. Las pruebas de drogas
no han llegado, pero esperan que sea sólo un sedante y que se
despierte por sí misma.
—Oh, Dios —susurra mi madre, acercándose a la cama
mientras se cubre la boca con la mano.

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—Está embarazada —les digo, viendo cómo los ojos de mi
madre se llenan de lágrimas. No quería contarles así, pero
necesitaba decírselo a alguien. Necesitaba decirlo en voz alta
para hacerlo más real. —Ella aún no lo sabe —digo, apoyando
mi mano en su vientre.
—Nos... nos alegramos mucho por ti, hijo —dice papá
entrecortadamente.
—Le diste el anillo —dice mi madre, señalando la mano
izquierda de Fern.
—Tampoco lo sabe todavía —murmuro.
Oigo a mi padre reírse y mi madre murmura: —Igual que tu
padre. Ni siquiera creo que me haya pedido que me case con él.
Fue como si un día estuviéramos saliendo, y luego me llevó al
juzgado y se casó conmigo. Señor, tu abuela lo odió durante
años por hacer eso. —Sonríe mientras mi padre le besa la
mejilla.
—Te pedí que te casaras conmigo cuando dijimos nuestros
votos —le recuerda mi padre con una sonrisa.
—Cariño, mi madre todavía te odia por no haber tenido la
oportunidad de planear la boda.
—Ella habría demorado demasiado.
—Eso es cierto. —Sonríe mientras mi padre le besa la
mejilla. Al verlos, sé que estoy haciendo lo correcto, que Fern es
para mí lo que mi madre es para mi padre. Le agarro la mano
con más fuerza, le pongo la otra sobre su vientre y le pido que
se despierte.

66
Capítulo 10

Carter

—Carter.
Al escuchar mi nombre y sentir los dedos recorrer mi
cabello, mi cabeza se levanta y mi mirada se encuentra con los
ojos más hermosos que jamás haya visto.
—Hey, nena. —Me siento y pulso el botón de llamada cerca
de su cadera para que venga el médico. —Quédate acostada —
le digo, colocando mi mano contra su pecho cuando empieza a
incorporarse.
—¿Qué ha pasado?
—Estás en el hospit...
—Mi abuela —gime, y las lágrimas empiezan a llenar sus
ojos.
Me siento a un lado de la cama y le sujeto la cara con las
manos. —Shhh, no volverá a tocarte.
—Me inyectó algo y...
—Estás a salvo —la interrumpo. No quiero que piense en
nada de eso ahora mismo. No cuando mi hijo, nuestro hijo, está

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creciendo dentro de ella. —¿Qué tal si intentas beber un poco
de agua?
—¿Dónde está? —pregunta, colocando sus manos sobre las
mías y tomando un sorbo del vaso de plástico que sostengo
frente a ella.
—Mis chicos la están buscando —le aseguro, pasándole la
mano por el pelo.
—Nos alegra ver que estás despierta —dice el médico,
entrando en la habitación y apagando la alarma del lado de la
cama. —Hemos estado esperando a que te despertaras.
—¿Cuánto tiempo estuve dormida? —pregunta, apartando
los ojos del médico para mirarme.
—Unas dieciséis horas.
—Dieciséis horas —repite mientras su rostro pierde el color.
—La buena noticia es que eres libre de ir a casa en cuanto
te levantes y salgas de la cama.
—¿Está seguro de que es seguro? —pregunto, frunciendo el
ceño hacia el médico. —Quizá deberíamos pedir una segunda
opinión.
—He sido el jefe médico de este hospital durante los últimos
diez años. Yo soy la segunda opinión.
—Entonces quiero una tercera opinión.
—Carter, está bien. Estoy bien. —La voz tranquila de Fern
me interrumpe antes de que pueda decir algo más.
—¡No estás bien! —gruño y luego suavizo mi tono y repito:
—No estás bien.

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—Sólo quiero ir a casa —susurra, y las lágrimas llenan sus
ojos, haciéndome sentir dividido entre obligarla a quedarse aquí
y darle lo que quiere.
—Si le pasa algo una vez que nos vayamos, lo haré
responsable a usted —digo, dirigiéndome al médico, viendo
cómo se le hincha el pecho y se le agitan las fosas nasales. Nos
miramos fijamente durante unos segundos antes de que por fin
me quite los ojos de encima y mire a Fern.
—Enviaré a una enfermera —dice antes de dejarme
mirando tras él.
—Estoy bien —dice Fern en voz baja detrás de mí, y yo la
fulmino con la mirada.
—Deja de decir que estás bien —rujo, viéndola
sobresaltarse. —Joder. —Me paso la mano por el pelo con
frustración.
—El médico dijo que estabas despierta. Deja que te ayude
a ir al baño, y luego serás libre de irte a casa —dice una
enfermera, entrando en la habitación antes de que pueda
disculparme, y se dirige rápidamente al lado de Fern, donde
desengancha la pequeña alarma del dedo de Fern y la ayuda a
levantarse de la cama.
Al verla entrar en el baño, suelto un suspiro. Mi
preocupación por ella me está volviendo irracional, y ella no
necesita eso ahora. Ni siquiera sabe que está embarazada.
Sacudiendo la cabeza, saco el teléfono móvil del bolsillo y le
envío un mensaje a Max, diciéndole que se reúna con nosotros

69
abajo en quince minutos. Cuando Fern sale del baño con la
enfermera, siento que se me ponen los pelos de punta cuando
la enfermera le pregunta algo en voz baja, y la cara de Fern se
vuelve de un tono rojo intenso al asentir.
—Como le acabo de decir a tu novia, el médico dice que es
libre de irse, pero que se asegure de no hacer nada que suponga
un gran esfuerzo durante el sexo, al menos durante unas
semanas.
—¿Crees que no lo sé, joder? —gruño, pasándome la mano
por el pelo, viendo cómo la enfermera se encoge y los hombros
de Fern se desploman hacia delante por la vergüenza. —Si ha
terminado, me gustaría llevar a mi prometida a casa, donde
podrá descansar —le digo a la mujer, que aprieta los labios con
fastidio y se dirige a la puerta, cerrándola tras ella.
—Vamos, hermosa. Vamos a cambiarte —le digo a Fern,
que regresa la mirada desde la puerta cerrada hacia mí y luego
levanta la mano y frunce el ceño cuando nota el anillo en su
dedo.
—¿Carter?
—Hablaremos de ello cuando lleguemos a casa —digo,
acercándome a donde está ella, tomando su mano en la mía y
tirando de ella hacia la cama.
—Esto parece un anillo de compromiso.
—Lo es —coincido, ayudándola a sentarse y luego a desatar
la endeble bata que lleva puesta, colocando la bolsa del suelo
sobre la cama y sacando una camiseta y un chándal.

70
—Le dijiste a la enfermera que era tu prometida.
—Lo eres —afirmo, poniéndome de rodillas frente a ella y
depositando un beso en su abdomen, para luego deslizar sus
pies por las perneras del chándal. La ayudo a ponerse en pie,
subiendo la prenda por los muslos y por encima de su culo.
—Carter —susurra, y mis ojos se encuentran con los suyos
una vez que le bajo la camiseta por el estómago.
—Cuando lleguemos a casa, hablaremos, Fern.
—Bien, cuando lleguemos a casa —acepta, y subo la bolsa
a mi hombro y la levanto con un brazo bajo sus rodillas y otro
detrás de su espalda mientras sus manos se envuelven
alrededor de mi cuello. Luego la saco de la habitación,
fulminando con la mirada a cualquiera que mire en nuestra
dirección.
Cuando llegamos a la entrada, veo a Max de pie junto a los
todoterrenos con los brazos cruzados sobre el pecho, mirando
a un policía que le está poniendo una multa mientras murmura
en voz baja. Ignorando su intercambio, meto a Fern en el
asiento trasero y le abrocho el cinturón de seguridad, y luego
me dirijo a la puerta del conductor, ganándome una mirada
extraña de Max, que ignoro mientras se sube al asiento del
copiloto. No hay forma de que confíe en nadie con Fern ahora,
y me importa un carajo si estoy actuando de forma irracional.
Al llegar a nuestro edificio, salgo y voy por la parte de atrás,
diciéndole a Max que se quede a un lado mientras ayudo a Fern
a salir del todoterreno. La acomodo en mis brazos para poder

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llevarla al interior, recibiendo algunas miradas de la gente
cuando nos cruzamos con ellos de camino al ascensor. Una vez
que llegamos al apartamento, no la dejo hasta que estamos en
la habitación y la ayudo a quitarse la ropa que le he puesto. Me
quito la mía antes de llevarnos a la ducha y abrazarla contra mí
mientras nos metemos en el agua caliente.
—Tenía miedo, hermosa... tanto miedo de no volver a
tenerte en mis brazos —le digo con sinceridad, enterrando mi
cara contra su hombro.
—Lo siento —susurra contra mi pecho.
—No podré perderte de vista otra vez, no durante mucho
tiempo —le digo, ajustando sus piernas alrededor de mis
caderas y deslizándome dentro de ella, sin moverme, sólo
necesitando sentirla rodeándome y entre mis brazos.
—Yo también tenía miedo —gime ella.
—Lo sé, lo sé —murmuro, pasando la mano por su pelo,
ahora mojado. Nos quedamos así durante mucho tiempo, con
ella en mis brazos y mi polla enterrada en su interior. Cuando
la saco de la ducha y la llevo a la cama, colocándola debajo de
mí, me muevo lenta y suavemente, sintiendo que sus paredes
me agarran mientras sus miembros me envuelven con fuerza, y
ambos nos corremos, aferrándonos el uno al otro, antes de que
nos coloque de lado para no hacerle daño.
—Estoy embarazada. —Inclino la cabeza hacia abajo para
ver sus ojos y deslizo la mano por su pelo, apartando los
mechones húmedos de su cara, tratando de entender la mirada

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de sus ojos. —La enfermera me lo ha dicho —dice, y yo lucho
contra la rabia que siento por no habérselo podido decir yo
mismo, sabiendo que no necesita eso en su mente ahora mismo.
—Lo sé, nena.
—¿Por eso me has dado el anillo? —susurra, levantando la
mano entre nosotros, mirando el antiguo anillo de cuatro
quilates que ha pertenecido a mi familia durante generaciones.
—No —afirmo con firmeza, colocándola de nuevo debajo de
mí y deslizándome de nuevo dentro de ella. —Te amo, hermosa,
jodidamente mucho —le susurro al oído mientras entro y salgo
de ella lentamente, con nuestros cuerpos moviéndose en
sintonía. Levantando sus caderas, me deslizo más
profundamente, luchando por el control, cuando todo lo que
quiero hacer es follarla tan fuerte que todos en el edificio sepan
lo que estamos haciendo. —Tu coño está tan jodidamente
húmedo para mí, Fern, tan húmedo.
Gruño, tomando su boca en un profundo beso, forzando mi
lengua entre sus labios y enredándola con la suya. Saborearla
en mi lengua me hace desear más de ella. Me salgo de ella y le
beso la punta del pezón y luego lamo el capullo antes de soplar
sobre él, observando cómo se tensa aún más. Deslizo mis dedos
por su vientre y luego por su pubis antes de pasar por su clítoris
con un ligero toque, y luego los deslizo hacia abajo, entrando
en ella con dos, haciendo tijeras y entrando y saliendo de ella.
Al oírla gemir, beso y mordisqueo su cuerpo antes de
acomodarme entre sus muslos abiertos. Lamo entre mis dedos,

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que están resbaladizos con sus jugos, y presiono mi dolorida
polla contra la cama para aliviar la presión. Subo por el centro
de su cuerpo y llego a su clítoris, introduciéndolo en mi boca.
Su cuerpo se levanta de la cama y sus manos se dirigen a las
sábanas, apretando el material entre sus dedos. Con mi lengua
le doy golpecitos en el clítoris mientras mis dedos entran y salen
de ella con rapidez, y absorbo todo lo que puedo de sus dulces
jugos, sin querer desperdiciar ni una sola gota.
—Carter. —Mi nombre sale de su boca en un gemido
jadeante.
Gimiendo contra ella, mis dedos se mueven más rápido y
atraigo su clítoris hacia mi boca, mordiéndolo y chupándolo con
fuerza. Siento que sus dedos recorren mi pelo, agarrándolo con
fuerza. Aprieto la polla con más fuerza contra la cama,
necesitando calmarme antes de perder el control y hacerle daño
a ella o a nuestro hijo.
Gritando mi nombre, sus caderas se elevan y me sostiene
la cabeza contra ella mientras su caliente coño aprieta mis
dedos y me inunda la boca con su orgasmo. Beso su clítoris por
última vez, limpio mi barbilla en el interior de su muslo y luego
beso su vientre y me deslizo dentro de ella, apoyando mi frente
en su clavícula mientras su coño se estremece a mi alrededor.
—Joder, nena, qué bien te sientes —le digo, levantando la
cabeza por encima de la suya. —Tan jodidamente bien, Fern. —
Me muevo lentamente, nuestros cuerpos deslizándose uno
contra el otro con facilidad mientras el sudor cubre nuestra piel.

74
Sus piernas se levantan y me rodean fuertemente por el culo,
atrayéndome hacia sus profundidades.
—Oh, Dios —gime mientras sus uñas se clavan en mi
espalda.
—Puedo sentirlo, hermosa. Apriétame fuerte. Joder, justo
así —gruño, enterrándome hasta las pelotas dentro de ella
mientras su orgasmo me lleva al límite, chupándome hasta la
última gota de semen. Me pongo de espaldas, con ella en mis
brazos y mi polla aún enterrada en su interior, levanto las
mantas del fondo de la cama y las arrojo sobre nosotros.
Mientras escucho su respiración, mi mano recorre su pelo, y
finalmente la sigo en el sueño.

75
Capítulo 11

Carter

Al salir de mi despacho, oigo el tintineo de la risa de Fern


procedente de algún lugar del piso de la oficina, lo que me
sorprende. Estaba enojada hace dos minutos, cuando salió de
mi oficina enfurecida porque le dije que no podía ir a buscar el
almuerzo para nosotros sin mí. A pesar de que salió del hospital
hace un mes, todavía no me siento seguro teniéndola fuera de
mi vista. Sé que se siente atrapada, pero me importa un carajo.
Hasta que mis hombres encuentren a su abuela, así es como va
a ser. Por otra parte, no estoy seguro de que las cosas cambien
después de que encuentren a su abuela.
Caminando por el pasillo, me detengo en la puerta de la
sala de fotocopias y la rabia me invade. Fern está de pie, de
espaldas a mí, con la falda lápiz pegada al culo y la blusa de
color crema que deja entrever su sujetador de encaje por la
espalda. No tengo ni idea de cómo no me había fijado en su
atuendo antes, pero al ver a Galvin, un abogado cinco años más

76
joven que yo, de pie junto a ella, lo veo tan claro como el maldito
día.
—¿Qué está pasando? —ladro cuando Fern vuelve a reírse.
Saltando, se gira para mirarme por encima del hombro y luego
se sube las gafas por el puente de la nariz, sonriendo.
—Tienes que ver este vídeo que me ha mostrado Galvin —
dice, tocando su brazo antes de girarse completamente hacia
mí. Enfocando mis ojos en Galvin, lo observo fijamente antes de
volver a centrar mi atención en Fern.
—Ve a esperar a mi despacho —digo, intentando hablar con
mucha más suavidad de la que siento.
—¿Carter? —susurra ella, que parece insegura mientras
me estudia.
—Ahora —siseo, señalando la puerta, esperando a que se
pierda de vista antes de dirigir mi atención a Galvin. —No te
acerques a ella.
—Sólo le estaba mostrando un vídeo. —Frunce el ceño.
—¿Parece que me importa una mierda?
—Tranquilo, hombre. Fue algo inocente.
—¿Qué acabas de decir? —pregunto, dando un paso hacia
él, acercando mi cara a un centímetro de la suya, rezando para
que diga algo y así poder dejarlo de patitas en la calle. Sé que
está diciendo la verdad, pero no puedo ver a través del rojo que
cubre mi visión.

77
—¿Qué está pasando aquí? —pregunta mi padre,
presionando su mano en mi pecho mientras se interpone entre
nosotros.
—Sólo estoy estableciendo algunas reglas básicas —le digo,
sin apartar los ojos de Galvin mientras doy un paso atrás y me
enderezo la corbata.
—Tenemos que hablar en mi despacho, hijo —dice papá, y
oigo algo en su tono que hace que mis ojos se dirijan a él.
—Déjame ver primero a Fern —le digo, y él asiente.
—Galvin, vamos a por un café —dice mi padre mientras me
giro hacia la puerta. Redoblando el paso, entro en mi despacho
y cierro la puerta tras de mí.
—Carter —susurra Fern mientras la acecho, viéndola
retroceder hasta que su trasero toca mi escritorio. La acorralo,
agarro con las manos la tela de su falda y la subo bruscamente
por encima de su culo, y luego la hago girar para que quede
frente al escritorio. Le pongo la mano en la nuca, empujando su
cara hacia delante hasta que se dobla por la cintura, y le doy
tres fuertes azotes.
—Carter —grita mi nombre, haciéndome saber que no le
duele, sino que está excitada.
Al mirar hacia abajo, veo que lleva un tanga de encaje de
color crema. Enroscando mi puño alrededor del endeble
material, tiro. Gimiendo, intenta levantar la cabeza para
mirarme, pero la mantengo inmovilizada mientras mis dedos
recorren la grieta de su culo y se hunden en ella. Ya está

78
empapada, lo cual es bueno, porque no quiero hacerle daño. La
follo con mis dedos, acercándola al orgasmo antes de detener
mis movimientos y repetirlo una y otra vez hasta que llora de
frustración.
—¿Quién es tu dueño, Fern? —gruño, inclinándome sobre
su cuerpo para que mi boca esté cerca de su oreja mientras la
acerco a otro orgasmo. —¿A quién pertenece este coño? ¿A
quién perteneces? —gruño, dejando de tocarla mientras su
cuerpo se agita, rogándome que continúe.
—A ti —gime ella. Quitando los dedos, me desabrocho el
cinturón y libero mi polla, envolviendo mi mano con fuerza
alrededor de la base.
—¿Es esto lo que quieres? —pregunto, pasando la cabeza
de mi polla por su coño.
—Dios, sí.
—Dime —gruño.
—Lo quiero.
—¿Qué quieres? —susurro contra su oído, sintiendo que se
estremece.
—Quiero tu polla —grita, y la penetro profundamente. Sus
paredes se convulsionan a mi alrededor mientras sus jugos
cubren mi polla y mis pelotas. Entrando y saliendo de ella
lentamente, no sé cuánto tiempo podré aguantar. Está tan
caliente que parece que su coño está ardiendo. Sujetándola por
la nuca, deslizo mi mano libre alrededor de su cintura y paso

79
los dedos por su clítoris, luego muevo mi mano desde su nuca
para taparle la boca mientras grita su orgasmo.
Después de tres embestidas más, me planto detrás de ella,
me inclino hacia delante y gruño mi orgasmo en su cuello
mientras su coño me ordeña hasta la última gota de semen.
Mordiendo la piel de su cuello, me la meto en la boca, chupando
tan fuerte que sé que le va a salir un moretón.
—Eres mía, Fern. No lo olvides nunca —le digo, apartando
mi peso de ella.
—Voy a tener tu bebé y voy a llevar tu anillo. Es un poco
difícil olvidar a quién pertenezco —susurra, cerrando los ojos,
y veo una pequeña sonrisa jugando en su boca.
Joder, amo a esta mujer.
—Te amo, hermosa.
Abriendo los ojos, su mirada se encuentra con la mía por
encima del hombro mientras sus manos se mueven hacia la
parte superior del escritorio y la ayudo a levantarse. Girándose
hacia mí, sube su mano y sus dedos recorren mi mandíbula.
—Te amo y sólo te deseo a ti, Carter —dice suavemente
mientras su mirada busca la mía.
Joder, nunca me había sentido así. Ella arrastra todos mis
instintos primarios a la superficie. Necesito saber que es mía,
porque soy todo suyo. Ella me posee... cada parte de mí.
—Te pertenezco, Fern —confieso, rodeando con una mano
su nuca y con la otra su cintura, para arrastrarla contra mí.

80
—Lo mismo digo. —Sonríe mirándome, y no puedo creer
que sea mía. Su piel aún está sonrosada por el orgasmo, sus
ojos calientes por el deseo y el amor. Es tan condenadamente
hermosa. Apoyando mi frente en la suya durante un breve
momento, la conduzco a mi cuarto de baño privado y nos
limpiamos los dos.
—Tengo que hablar con mi padre un momento. Espera
aquí, y cuando vuelva, iremos a por algo de comida e iremos a
casa pronto —le digo, llevándola al sofá.
—¿Está todo bien? —pregunta, y yo asiento con la cabeza,
besando su frente y luego su boca.
—Todo está bien. Acuéstate y descansa. Volveré en un
minuto.
—No estoy cansada.
—Fern —gruño su nombre, pensando que va a poner
resistencia en cuanto a quedarse en mi despacho.
—Me quedaré aquí, pero no estoy cansada, así que
terminaré de preparar mi examen final.
—Bien —acepto, ganándome una mirada de soslayo por su
parte. Dándole un beso más, salgo de mi despacho, camino por
el pasillo hasta dónde está mi padre y entro sin llamar.
—¿Qué necesitas? —pregunto, cerrando la puerta tras de
mí y caminando hacia su escritorio.
—Toma asiento.

81
—Si se trata de Galvin, ya lo sé —le digo, pasándome una
mano por el pelo, molesto por tener que disculparme con el tipo,
aunque sigo sin quererlo, ni a ningún hombre, cerca de Fern.
—No se trata de Galvin, y créeme; sé lo que fue eso.
Deberías haberme visto con tu madre en su momento. Si no
fuera descortés orinar en círculos alrededor de ella, habría
hecho precisamente eso para mantener alejados a otros
hombres. —Se ríe, ganándose una sonrisa de mi parte.
—¿De qué se trata entonces? —pregunto, tomando asiento
frente a él.
—La abuela de Fern fue encontrada esta tarde, y fue puesta
bajo custodia policial hace una hora.
—Así que está hecho. —Lanzo un suspiro de alivio.
—No del todo. Todavía tenemos que demostrar que fue la
responsable de lo que le ocurrió a Fern, y el hombre que fue
detenido afirma que no sabe quién era la mujer. Y la chica que
llevó a Fern al coche dice que no estuvo involucrada y que cree
que Fern mintió porque se pelearon como amigas.
—Fern la vio. Es una testigo —protesto.
—Ella también tiene una razón para mentir. Tienes que
pensar en esto como un abogado, no como el hombre
enamorado de la víctima.
—Joder —gruño, sabiendo que tiene razón. Su abogado
usaría la relación de Fern conmigo y con su abuela como
defensa contra ella.

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—¿Hay algo más que podamos hacer? ¿Algo que la pueda
encerrar para siempre? —pregunta, volviéndose a sentar en su
silla.
—La madre de Fern desapareció. Si pudiéramos rastrearla,
tal vez podríamos mostrar un historial de inestabilidad.
—¿Cuándo desapareció? —pregunta papá.
—Poco después de que Fern naciera, por lo que tengo
entendido. Tengo gente investigando, pero hasta ahora no han
encontrado nada.
—Llamaré a Nolan para que me dé la información que tiene
Bernard. Si alguien puede averiguar dónde desapareció la
madre de Fern, será él —dice, refiriéndose a un abogado del
departamento de seguridad de otro bufete, el mismo que fue
capaz de averiguar quién iba detrás de su mujer antes de que
terminara herida, o algo peor.
—Voy a llevar a Fern a casa. Envíame un correo electrónico
después de hablar con Nolan y hazme saber lo que dice. No
quiero que Fern sepa lo que está pasando hasta que tengamos
una mejor idea de cómo vamos a proceder —le digo,
poniéndome de pie.
—Cuida de ella y de mi nieto por ahora, y yo me encargaré
del resto —dice, levantándose de la silla y caminando hasta
donde estoy, dándome una palmadita en la espalda.

83
Capítulo 12

Fern

Mirando a Carter, me aseguro de que está dormido antes


de levantarme de la cama y levantar su camisa del suelo,
cubriéndome con ella antes de ir por el pasillo hasta su
despacho.
Sé que me está ocultando algo. Desde que llegamos a casa
de la oficina, está nervioso, pero se niega a hablarme de lo que
sea que le preocupa. Sé que no quiere estresarme ahora por el
bebé, pero verlo tan preocupado me inquieta.
Enciendo el ordenador y espero a que se cargue para entrar
en su correo electrónico. No tengo ni idea de lo que estoy
buscando, pero esta noche, cuando su teléfono ha emitido una
alerta de correo electrónico, lo ha agarrado demasiado rápido y
se ha ido a la otra habitación con él. Luego, cuando volvió a la
sala de estar donde yo estaba trabajando en mi final, parecía
aún más tenso, pero se negó a decirme qué pasaba. Al revisar
los correos electrónicos, me doy cuenta de que hay muchos sin
leer con asuntos como:

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¿Podemos quedar esta noche? Hace mucho tiempo que
no te siento dentro de mí.
Llámame. Estaré en la ciudad este fin de semana. Echo
de menos tu polla.
Volvamos a vernos pronto.
Te envié fotos de mi nueva brasileña.
Revisando los correos uno a uno, contesto a cada uno sin
pensarlo, diciéndoles a las mujeres que obviamente tienen que
rendirse porque él no está interesado, y luego les digo que la
desesperación no es atractiva. A los diez minutos de mi arrebato
de correos electrónicos, me sobresalto cuando oigo que su
teléfono empieza a sonar desde el otro lado del condominio.
—Oh, mierda —susurro cuando el ordenador, que
obviamente está conectado a su teléfono móvil, también suena,
y el identificador de llamadas muestra el nombre de una mujer,
una mujer a la que acabo de enviar un correo electrónico.
Pulsando declinar una y otra vez en la pantalla, aspiro aliviada
cuando la llamada desaparece.
—Fern, ¿qué demonios estás haciendo?
Saltando, mis ojos se dirigen a la puerta y veo a Carter de
pie en toda su gloriosa desnudez, con el ceño fruncido y el
teléfono en la mano.
—Sólo navegando por la web —hago una mueca, tratando
de observarlo mientras miro el ordenador para poder cerrar la
pantalla antes de que vea lo que realmente estoy haciendo.

85
—¿En serio? —Levanta una ceja, dando un paso hacia mí.
Me levanto del escritorio, debatiendo si debo o no empujar
accidentalmente el ordenador al suelo.
—Sí, eso es todo —digo, levantando las manos por encima
de la cabeza y tapándome la boca, fingiendo un bostezo. —
Volvamos a la cama. Tengo sueño. —Hago un mohín, esperando
que lo encuentre lo suficientemente lindo como para seguirme.
Baja la mirada hacia su teléfono cuando suena, lo revisa
rápidamente y vuelve a mirarme. —Te alegrará saber que
Mandy ha dicho que no está desesperada.
—Eso es bueno para quien quiera que sea Mandy. Quiero
decir, ninguna mujer debería estar desesperada, ¿verdad? —Me
encojo de hombros como si no tuviera ni idea de lo que está
hablando.
—¿Por qué estabas revisando mi correo electrónico?
—¿Qué? —chillo.
—Ya me has oído. ¿Por qué, Fern?
—No lo sé —le digo con sinceridad, dejando escapar un
profundo suspiro.
—No tienes nada de qué preocuparte cuando se trata de mí
y de t...
—Ya lo sé —lo corto antes de que pueda decir más. Confío
plenamente en él y, de verdad, no sé qué me ha pasado hace
unos minutos. Bueno, es mentira. Necesitaba poner mi reclamo
en él.
—¿Entonces por qué?

86
—Has estado actuando de forma extraña desde que
llegamos a casa, y luego, cuando recibiste un correo electrónico
esta tarde, saliste de la habitación y te negaste a hablar
conmigo sobre lo que fuera, incluso después de que te
preguntara repetidamente. Supongo que esperaba poder
averiguar qué era lo que te molestaba y poder ayudarte de
alguna manera —confieso de un solo respiro.
—Tu abuela fue arrestada y puesta bajo custodia hoy.
—¿Qué? —jadeo.
—No hay suficientes pruebas contra ella para mantenerla
tras las rejas.
—No —susurro, poniendo las manos sobre mi estómago,
sentándome de nuevo en la silla detrás de mí, y sintiendo que
las lágrimas llenan mis ojos.
—Por eso no quería que te enteraras hasta que pudiéramos
encontrar algo más sólido para mantenerla allí —dice,
poniéndose de rodillas frente a mí, sujetando mi cara entre sus
palmas. —No dejaré que te haga daño —me asegura, pasando
sus pulgares bajo mis ojos, atrapando mis lágrimas mientras
caen.
—Quiero ayudar. ¿Cómo puedo ayudar? —pregunto,
rodeando su cuello con mis brazos mientras me levanta de la
silla y me lleva por el pasillo hasta el dormitorio.
—Bernard está en ello. Le ha asegurado a mi padre que
encontrará a tu madre, así que espero que ella pueda ser un
testigo contra tu abuela.

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—Creo que está muerta —le digo, algo que siento desde
hace años. Su cuerpo se paraliza y sus brazos se estrechan a
mi alrededor.
—¿Por qué dices eso?
—No lo sé. Es que siempre sentí que ella habría venido por
mí si no fuera así. Tenía que saber cómo era su madre. Ella no
me habría dejado si no hubiera tenido que hacerlo —digo en un
sollozo.
—No pasa nada. Lo solucionaremos. Te lo prometo. Mañana
quiero que te sientes con Bernard y conmigo y nos cuentes todo
lo que recuerdes —dice, quitándome la camisa antes de
acostarme en la cama y meterse conmigo, arropando mi cabeza
bajo su barbilla.
—Puedo hacer eso. —Asiento con la cabeza contra su
pecho. Si mi abuela mató a mi madre, quiero saber dónde está
para que pueda ser velada. Y si no la mató, espero poder hablar
con ella y preguntarle por qué me dejó, sabiendo la clase de
persona con la que me dejaba.
—Vamos a dormir un poco —murmura, subiendo las
mantas a nuestro alrededor.
—Lamento lo de tu correo electrónico —le digo, presionando
un beso en su pecho desnudo.
—No, no lo lamentas, pero no pasa nada. —Se ríe y me da
un beso en la cabeza, haciéndome sonreír antes de dormirme.

88
***
Al despertar, el corazón me late con fuerza en el pecho al
recordar el sueño que acabo de tener.
—¿Qué pasa? —pregunta Carter, levantándose sobre su
codo y mirándome.
—Un mal sueño —digo, frotándome los ojos.
—Probablemente sean las hormonas —dice, pasándome la
mano por el pelo. —El libro sobre bebés decía que a veces
podían causar malos sueños.
—Parecía tan real. —Sacudo la cabeza, tratando de borrar
el recuerdo.
—¿Quieres hablar de ello? —me pregunta, atrayéndome
contra él, y yo asiento contra su pecho.
—Estaba sentada en el césped de un gran patio trasero con
flores a mi alrededor. Era pleno día y yo era pequeña. Apenas
podía caminar, pero me levanté y me tambaleé hasta un montón
de tierra en el patio. Me puse a llorar cuando vi que la tierra
cubría a mi madre. Como no se movía, metí la mano en la
tumba y tomé su collar.... y entonces me desperté —digo,
sintiéndome mal.
—Creo que el estrés y las preguntas sobre tu madre han
hecho volar tu imaginación —dice, besando suavemente mi
frente.

89
—¿Y si fue real? —pregunto en un susurro, levantando el
collar y pasando los dedos por encima. —Mi abuelo tuvo que
darse cuenta de que lo había robado de su cajón. Tuvo que
saberlo, y nunca me lo preguntó. Y tampoco le preguntó a nadie
más.
—Él sabía que era algo que debía ser tuyo.
—No lo sé —murmuro. No puedo deshacerme de la
sensación de que no fue un sueño sino un recuerdo. Cierro los
ojos.
—No crees que haya sido un sueño.
—No, no lo creo —digo, volviendo a abrir los ojos para
encontrarme con los suyos.
—¿Dónde podría haber ocurrido esto si no fuera un sueño?
—pregunta, estudiándome mientras su mano recorre
suavemente mi estómago.
—No lo sé. No teníamos un patio en la ciudad, y no recuerdo
haber tenido uno cuando era más joven, ni haber ido a ningún
lugar que fuera como el de mi sueño —le digo, deseando saber
si era real o no.
—Acompáñame —dice, levantándose de la cama y
entregándome su camisa para que me la vuelva a poner
mientras se pone un chándal. Me agarra de la mano y me lleva
fuera de la habitación y por el pasillo hasta su despacho. Se
sienta en la silla en la que yo estaba anoche, me sienta en su
regazo y hace clic en la pantalla. Sin saber lo que está haciendo,
espero a que me diga lo que está buscando.

90
Pronto aparece la información de mi abuelo, detallando
todas las cuentas y propiedades que poseía antes de su muerte.
Al recorrer la lista, se detiene en una casa que mis abuelos
poseían en Connecticut alrededor de la época de mi nacimiento
antes de venderla unos años más tarde. Sacando la dirección
de la lista, la pega en la barra de búsqueda de Internet y la casa
aparece en un sitio web. Al hacer clic en el enlace, aparecen
fotos de la casa y se me corta la respiración cuando veo el patio
trasero que había en mi sueño.
—Ese es el patio —le digo, pasando el dedo por la imagen
del patio trasero cubierto de flores.
—Voy a hacer un par de llamadas. ¿Por qué no vas a comer
algo?
—No puedo comer ahora mismo. —Frunzo el ceño,
preguntándome si está loco.
—Joder, ¿cuándo has empezado a replicar? —pregunta.
—Toma —digo, levantando el teléfono y entregándoselo.
Luego me pongo en su regazo, apoyando mis dos piernas sobre
las suyas, y recuesto mi cabeza en su pecho, sin querer
presionarlo demasiado riéndome de él.
—Joder —gruñe, rodeándome con un brazo, entonces el
teléfono empieza a sonar y, unos segundos después, está
hablando con su padre. Después, llama a la policía de
Connecticut, donde se encuentra la casa, y luego llama a un
juez de la misma zona. No sé con cuántas personas habla, pero

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veo cómo transcurren dos horas en el reloj antes de que cuelgue
el teléfono y me abrace. —Ahora esperamos.
—¿Qué va a pasar?
—Van a enviar un equipo de forenses a la casa para
escanear el patio trasero. Si algo resulta anormal, excavarán y
nos llamarán si descubren algo.
Asintiendo contra su pecho, cierro los ojos y rezo.
Sentada frente a la encimera de la cocina en uno de los
taburetes, donde Carter me colocó diciéndome que tenía que
comer, lo miro cuando su teléfono empieza a sonar. Me rodea
la nuca con el brazo, examina mi rostro, no sé por qué, y me
besa brevemente los labios antes de contestar al teléfono.
—¿Hola? Sí. —Cierra los ojos y luego me rodea la nuca con
la mano y me atrae hacia su pecho. Sé que no me equivocaba.
Sé que no era un sueño sin que él tenga que decírmelo. Después
de unas cuantas palabras más que no llego a escuchar, suena
un fuerte golpe en el silencioso apartamento y sé que acaba de
tirar su teléfono contra la pared. Mientras me rodea con sus
brazos, oigo cómo su corazón late rápidamente en su pecho.
—Era ella, ¿verdad? —pregunto, y sus brazos se tensan.
—No podemos saberlo con seguridad hasta que hagan las
pruebas de ADN, pero no puedo imaginar que sea otra persona,
hermosa —dice, sonando destrozado.
—Ella la mató —le digo mientras la humedad cubre mis
mejillas. —Mi mamá no me dejó a propósito. —Lloro de alivio y
tristeza y luego me abrazo a él mientras me levanta y me lleva

92
por la habitación. Me acuesta en la cama y me abraza con
fuerza mientras lloro por una madre que nunca conocí.

93
Capítulo 13

Carter

Al ver a Fern cruzar el escenario en su graduación, no


puedo evitar sentirme orgulloso de mi hermosa chica. Hace tres
semanas, los forenses confirmaron que su madre era la mujer
enterrada en la tumba poco profunda del patio trasero de la
casa de Connecticut. Sabía que ella necesitaba saber si su
madre la había abandonado o no, pero no sabía hasta qué
punto la afectaba esa información hasta que llegó la llamada
telefónica que confirmaba lo que ella ya creía.
La policía sigue construyendo un caso contra su abuela,
pero entre lo que se encontró en el lugar del entierro y su
historia con Fern, no parece que vaya a salir de la cárcel hasta
que la saquen en una bolsa para cadáveres. Nunca sabremos si
su abuelo sabía lo que había pasado, pero quiero creer que no
lo sabía.
Levantándome de la silla, aplaudo con fuerza y grito
mientras su mano envuelve su diploma. Al girarse, me mira y

94
se lleva los dedos a los labios, enviándome un beso, y mis ojos
se posan en el nuevo anillo que lleva en el dedo y sonrío.
Hace una semana la llevé por sorpresa al juzgado, con la
desaprobación de mi madre. No podía esperar más a que se
convirtiera en mi esposa, y le dije a mi madre que sólo estaba
cumpliendo con la tradición. A ninguno de los dos nos
importaba tener una gran boda, y en realidad, lo único que
necesitaba era que todo el mundo supiera que me pertenecía.

***
—¿A dónde vamos? —pregunta Fern, girando sobre mi
regazo para mirarme.
—Ya te he dicho que es una sorpresa —le recuerdo con un
beso una vez más, mientras mi mano recorre su estómago, que
ahora luce un pequeño bulto.
—¿Me das una pista?
—No. —Sonrío y busco en mi bolsillo la venda que guardé
antes de salir de casa. Le tapo los ojos antes de llegar al
aeropuerto, la saco del coche y la llevo al avión privado y a la
habitación trasera, donde la acuesto en la cama.
—¿Estamos en un avión? —me pregunta mientras recorro
su cuerpo a mordiscos y me acomodo entre sus piernas.
Levantando la parte inferior del vestido que lleva puesto, tiro de

95
sus bragas hacia un lado y la distraigo con mi boca y mi polla
hasta que aterrizamos en Jamaica dos horas después.
—Ya estamos aquí, nena —le digo, besando su cuello y
despertándola.
—¿Dónde es aquí? —pregunta con una sonrisa, pasando
sus dedos por mi pelo.
Me inclino, ignoro su pregunta, le doy un beso en la boca y
la levanto de la cama. La ayudo a ponerse el vestido por encima
de la cabeza y luego la tomo de la mano y la conduzco a la parte
delantera del avión, asintiendo con la cabeza al piloto antes de
bajar las escaleras del avión, oyendo a Fern jadear detrás de mí.
—Bienvenida a Jamaica —le digo, rodeándola con mis brazos
una vez que estamos en la pista. Cuando se pone de puntillas,
me encuentro con ella a mitad de camino y la beso
profundamente.
—No puedo creer que me hayas traído a Jamaica —dice
emocionada.
La beso una vez más y la conduzco a un coche que nos está
esperando.

***
—Esto es tan bonito —dice, saliendo por la puerta de cristal
al balcón que lleva a nuestra piscina privada. Al verla inclinar
la cara hacia atrás y cerrar los ojos mientras el sol brilla sobre

96
ella, veo el contorno de su cuerpo a través del material blanco
de su vestido y siento que se me pone dura.
Acercándome a ella, le cubro la boca con la mía y le paso la
lengua por los labios, ganándome un gemido mientras sus
manos suben por debajo de mi camiseta y sus uñas rozan mis
abdominales. Deslizando mis manos por sus costados, le
arranco el vestido por encima de la cabeza.
—Tan perfecta. Joder, eres perfecta —le digo, acariciando
sus pechos mientras mis ojos recorren su cuerpo desnudo, que
se ha vuelto más hermoso con el embarazo.
—Carter —gime mientras la levanto contra mí para poder
chuparle un pecho. Tirando de mi camiseta, le doy lo que quiere
y la coloco en el suelo, quitándome rápidamente la camiseta y
los vaqueros. Agacho la cabeza y atraigo su pecho hacia mi boca
mientras mis dedos se deslizan entre sus piernas, sintiendo que
ya está empapada para mí. Envolviendo su mano alrededor de
mi polla, sus manos se deslizan arriba y abajo de mi eje,
haciendo que mi visión sea borrosa.
—Hey. —Hace un mohín cuando me alejo.
—Te la devolveré —le prometo con una sonrisa de oreja a
oreja, levantándola y llevándola fuera de la puerta y a través de
un gran jardín de flores tropicales.
—Alguien podría vernos —protesta, agachando la cabeza
cuando salgo a la arena de la playa.

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—Estamos solos aquí, sólo tú, yo y el sol. No aparecerá
nadie a menos que quiera morir —le aseguro, agarrando su culo
con mis manos y empalándola en mi polla.
—Oh —gime y su cabeza se inclina hacia atrás. Besando su
garganta, me dirijo hacia una de las tres camas exteriores y me
siento con ella en mi regazo mientras su coño se agita a mi
alrededor.
—Siente cuán profundo estoy —digo, meciéndome contra
ella mientras mi mano recorre su espalda y se enreda en su
pelo. Mordisqueo su labio inferior, su barbilla, y luego tiro de
su pelo, forzando su cabeza hacia atrás mientras rozo con mi
boca su cuello y sus pechos, pasando de un pezón a otro. Gime
y los talones de sus pies se clavan en mi espalda mientras me
utiliza como palanca. Recostado, observo cómo se dilatan sus
pupilas mientras sus manos bajan sobre mi pecho y su pelo cae
hacia delante alrededor de nosotros como una cortina.
—Joder —gruño cuando su cabeza se inclina hacia el sol y
sus pechos se balancean frente a mí mientras sus caderas se
balancean y se hunden. Joder, amo a esta mujer.
Levantándome, abro mi boca sobre la suya y su lengua se
desliza por la mía. Gruñendo, sujeto sus caderas mientras subo
las mías en rápidas embestidas, observando cómo su espalda
se arquea y sus manos se mueven para sujetar sus pechos,
tirando de sus ya tensos pezones, lo que hace que su caliente y
empapado coño se ponga a ordeñar mi polla.

98
Esperando a que vuelva en sí, la pongo de rodillas y vuelvo
a hundirme en ella mientras mi mano recorre su cintura,
concentrándose en su clítoris. Su cabeza vuela hacia atrás y un
fuerte gemido sale de su boca cuando mis movimientos se
ralentizan, pero mis dedos se aceleran, acercándola al límite
cuando la cabeza de mi polla pasa por su punto G mientras toca
la parte inferior de mi pene.
—¿Quieres mi semen, hermosa? —le pregunto, y su
respuesta es un fuerte grito. Aumentando la velocidad, pellizco
su clítoris, haciéndola saltar, y luego empujo rápidamente una
vez... dos veces... luego echo la cabeza hacia atrás y rujo mi
liberación. Besando su espalda, me retiro, viendo cómo mi
semen sale de ella y baja por sus muslos. Tomando su cuerpo
inerte en mis brazos, la llevo hacia el agua. Me sumerjo hasta
la cintura y la acomodo, rodeando mis caderas con sus piernas.
—Es tan hermoso —susurra, mirando el océano mientras
el sol se pone en el horizonte.
Tiene razón, pero nada es comparable a la belleza de Fern.

99
Epilogo

Carter

—Chúpame la polla, Fern, como una buena chica, y te daré


lo que quieres —le digo a mi hermosa esposa, viendo cómo toda
mi polla desaparece en su boca y baja por su garganta. —Buena
chica —gimo, acariciando ligeramente los pliegues de su coño,
sin darle aún lo que ansía. Al oírla gemir y gritar a mi alrededor,
finalmente cedo y lleno su coño con un dedo. —Eres una chica
tan buena, nena.
Gimo, cerrando los ojos e inclinando la cabeza hacia atrás.
Sin previo aviso, me empuja hacia atrás y se coloca a
horcajadas sobre mis caderas, empalándose en mí, gritando
mientras la lleno con cada centímetro de mi polla.
Atrayéndola hacia mi cuerpo con brusquedad, le tiro de los
brazos a la espalda y se los sujeto con una mano, dándole
fuertes azotes con la otra.
—¿He dicho que puedes tener mi polla? —le pregunto entre
azotes.
—No —gime ella, empapándome con sus jugos.

100
—Sabes que no debes excitarte cuando te azoto —le digo,
poniéndola boca abajo y machacándola.
—Lo sé, pero necesito correrme, y Gabby se va a levantar
en cualquier momento —me dice, refiriéndose a mi hija, la
bloqueadora de pollas más hermosa de todo el mundo.
—Te dije que consiguieras una niñera —me regodeo.
—¡No voy a dejar que otra persona críe a mi hija! —grita
mientras choco contra ella.
No está mintiendo. Casi no deja que nadie sostenga a
nuestra niña. Incluso a mí me cuesta quitarle a Gabby, y eso
que soy su padre.
—Creo que es hora de otro. ¿Qué te parece? —pregunto,
sintiendo como se corre alrededor de mi polla. —Lo tomo como
un sí. —La follo con más fuerza hasta que la lleno de tanto
semen que le sale a borbotones.
—¿De verdad quieres otro bebé? —pregunta, dejándose
caer sobre su estómago y girando la cabeza para mirarme.
—Sí, quiero tres más.
—Tres más —repite con los ojos muy abiertos.
—Me gusta que estés embarazada, y quizás si tenemos
cuatro, pueda sostener uno de vez en cuando.
—No soy tan mala —hace un mohín.
—Nena. —Sacudo la cabeza, besando su cuello y sonriendo.
—Es que la quiero mucho. No quiero que piense nunca que
no la quiero —susurra.

101
—Ella sabe que la quieres, nena —le prometo suavemente.
Sé que descubrir que su madre no la abandonó, sino que fue
asesinada, sigue afectándola, pero también sé que nuestra niña
nunca se preocupará por lo que su madre siente por ella.
Siempre sabrá lo importante que es para nosotros. Amo a mi
familia, y cada día doy gracias por haber tenido las pelotas de
tomar a Fern.

Fin

102

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