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Primo Corbelli
http://www.chasque.net/umbrales/rev133/15_22.htm
Los textos originales de la Biblia han sido escritos en hebreo y arameo (Antiguo
Testamento) y en griego (Nuevo Testamento). Tal vez los primeros libros de la
Biblia empezaron a tomar forma unos 900 u 800 años antes de Cristo, aunque
algunas de las tradiciones orales fueron recogidas con cientos de años de
antelación. Si se tiene en cuenta que el último libro del Nuevo Testamento se
escribió quizás a principios del siglo segundo, la Biblia en su totalidad tardó mil
años en escribirse, lógicamente por distintos autores. El mismo término "Biblia" es
una palabra griega (el plural de "Biblos") y significa "libros" porque se trata
efectivamente de 73 libros.
Las traducciones más conocidas son la "Biblia de Jerusalén", llamada así porque
está traducida y comentada por sabios católicos, protestantes y judíos de la "Ecole
Biblique" de la ciudad de Jerusalén; la "Biblia Latinoamericana" porque en los
comentarios se tiene en cuenta el contexto latinoamericano; y el "Libro del
Pueblo de Dios" de la fundación Palabra y Vida de Buenos Aires. Una de las
traducciones más famosas en la historia es la de los "Setenta": según la tradición,
setenta sabios judíos se reunieron en Alejandría de Egipto unos 100 años antes de
Cristo para traducir el Antiguo Testamento del hebreo al idioma más popular de la
época, el griego. Hacia el año 400 después de Cristo, cuando ya la gente no
entendía más el griego, san Jerónimo tradujo toda la Biblia al latín y se la
llamó "Vulgata" (o sea traducción para el vulgo, para el pueblo) y fue la que la
Iglesia Católica usó durante 14 siglos.
Las Biblias modernas suelen tener también a pie de página o al margen referencias
que mencionan textos paralelos (= concordancias); significa que en otros textos,
por ejemplo de los Evangelios, se menciona el mismo hecho o enseñanza. Hay
personas que interpretan mal un pasaje de la Biblia porque no lo comparan con los
demás que se le asemejan. Se suele decir que la mejor explicación de la Biblia
es la Biblia misma.
Aun así hay una diferencia importante entre las Biblias católicas y las protestantes,
y se encuentra en el Antiguo Testamento. Para los judíos y la mayoría de los
protestantes, el Antiguo Testamento tiene 39 libros mientras que para los católicos
cuenta con 46. El motivo es que los católicos aceptamos 7 libros llamados
"deuterocanónicos". Se trata de los libros de Tobías, de Judit, del primero y
segundo de los Macabeos, la Sabiduría, el Sirácida (Eclesiástico) y Baruc.
Son libros que han llegado hasta nosotros en griego, no en hebreo o arameo y por
eso han sido rechazados por judíos y protestantes. Sin embargo, la Iglesia Católica
los acepta porque fueron conocidos a través de la traducción al griego que de ellos
hicieron los Setenta sabios judíos, en la ciudad de Alejandría antes de Cristo. De las
350 citas del AntiguoTestamento presentes en el Nuevo, unas 300 se basan en la
versión de los Setenta; por lo tanto se consideran inspirados y canónicos también
los libros deuterocanónicos.
En su afán por volver a las orígenes, Martín Lutero volvió al canon que regía en
Palestina antes de la traducción de los Setenta.
¿Qué es el "Canon"?
No fue fácil y llevó tiempo establecer una "lista oficial" de los libros de la Biblia. El
principal criterio para el reconocimiento "canónico" de los libros sagrados por parte
de la Iglesia, fue su empleo prolongado y generalizado en la lectura pública y la
veneración de los fieles. Si se descubriera hoy un documento antiguo perdido,
como por ejemplo una carta de san Pablo, el hecho de que se tratara de un escrito
jamás leído en la Iglesia, implicaría su no aceptación canónica.
Hoy, por ejemplo, todos los estudiosos admiten que el autor de algunas cartas de
san Pablo (las "pastorales") no fue propiamente el apóstol sino un discípulo suyo,
pero eso no le quita a las cartas nada de su inspiración y autoridad para toda la
Iglesia.
Los textos que tenemos de la Biblia se llaman "canónicos" porque son normativos
por la fe. Fue el rey Josías en el siglo VII antes de Cristo el primero que estableció
un "canon" del Antiguo Testamento, es decir una lista de libros sagrados para ser
leídos en la sinagoga; esta lista la precisaron Esdras y los profetas. Se reflexionó
también largamente antes de establecer la lista oficial de los libros del Nuevo
Testamento; se culminó la tarea antes que finalizara el segundo siglo después de
Cristo y se descartaron textos importantes como el Pastor de Hermas, los Hechos
de Pablo, los Evangelios de san Pedro, Tomás, Felipe... Estos textos fueron
considerados "apócrifos". A pesar de sus construcciones imaginativas en muchos
casos, los apócrifos no dejan de tener importancia.
Algunos de ellos se han conservado desde los primeros tiempos. Por ejemplo, el
Protoevangelio de Santiago que data de mediados del siglo segundo, influyó mucho
en las tradiciones populares de la Iglesia: de allí proceden los nombres de los
padres de María, Joaquín y Ana; de allí también procede el relato de la
presentación de María al templo, la imagen de un san José anciano, etc.. Algunos
de los evangelios apócrifos, aunque conocidos antiguamente, han estado perdidos
y se han vuelto a descubrir en nuestro tiempo.
Los manuscritos que escribieron los autores de su propio puño y letra, se perdieron
todos y esto vale tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento. No fue
sólo por el material (papiros, pergaminos...) que se usó para escribir. El motivo
principal por el que casi no hay manuscritos anteriores al siglo IV después de Cristo
(excepto los del Mar Muerto), es que los "masoretas" (de "masora" = tradición)
-un grupo de rabinos judíos de la ciudad de Tiberíades en Galilea- quisieron añadir
las vocales al texto hebreo para que se entendiera y se leyera correctamente.
Después de esta ardua tarea que duró hasta el siglo IX, los Masoretas decidieron
quemar todas las demás copias de la Biblia que circulaban. A partir del texto
llamado "masorético" empezaron de nuevo a copiarse los manuscritos bíblicos. El
manuscrito hebreo más antiguo del Antiguo Testamento, exceptuando a los del Mar
Muerto, es del año 1008 después de Cristo (el Codex de San Petersburgo) y
todos los biblistas cristianos traducen actualmente la Biblia partiendo de ese texto.
Muchos libros de la Biblia han sido escritos con un nombre "adoptivo". El libro de la
Sabiduría de Salomón, por ejemplo, no fue escrito por él. Un sabio del año 50
antes de Cristo escribió en griego ese libro y utilizó el nombre de ese rey que vivió
900 años antes y que no conocía el griego. Lo mismo puede decirse de los
Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares. Igualmente la mayoría de los
Salmos que se atribuyen a David, no son de él; los autores que escribieron esos
salmos, se sentían plenamente identificados con la tradición y el espíritu de David.
El otro camino que nos ayuda a entender bien la Biblia es la "Hermenéutica" (del
griego = interpretación). Ésta nos ayuda a entender qué quiere decir ese
mensaje de la Biblia hoy, en la época en la que estamos viviendo. La
hermenéutica es sumamente importante porque si sólo se estudiara la exégesis
(saber qué quisieron decir los autores en aquellos tiempos), la Biblia se convertiría
en un objeto de museo, sin actualidad. Pero mirando esos mensajes y
repensándolos a la luz de la cultura actual, de acuerdo a nuestra sensibilidad y
criterios, entonces la Biblia se convierte en luz poderosa y fuerza transformadora.
Se suele decir que la Biblia es "Palabra de Dios" y esto puede ser fuente de cierta
ambigüedad. Un enfoque "literal" da por supuesto que Dios le va dictando
mentalmente al que escribe, de tal manera que cada una de las palabras procede
de Dios y el hombre se limita solamente a ponerlas por escrito. Esta interpretación
"literal" de la Biblia sostiene por lo tanto la falta absoluta de errores en la Biblia,
porque Dios nunca se equivoca; entonces cada una de las afirmaciones de la Biblia
es verdadera y completa al pie de la letra.
Pero los libros bíblicos tienen distintos géneros literarios y no sólo históricos; por
ejemplo: poemas, poesías, leyendas, profecías, salmos, proverbios, cartas,
himnos... Si el libro de Jonás es una parábola, no por eso deja de ser una parábola
inspirada por Dios que nos trae importantes enseñanzas, aunque el famoso relato
de la ballena es simbólico. Igualmente los primeros libros del Génesis no son
históricos ni científicos; son tradiciones religiosas en forma de poema que nos
transmiten una verdad inspirada: toda la creación es obra de Dios. Saber
"cómo" sucedió todo eso no es tarea de la Biblia. Antes de cualquier interpretación,
es recomendable informarse sobre el género literario del libro que se va a leer. No
se puede leer de la misma manera una novela, un libro de historia o una poesía; la
Biblia es una biblioteca rica y variada.
A nadie le debe extrañar ya que los libros de Job, Ester, Judit y Rut sean parábolas
y no libros históricos; lo importante es el mensaje religioso. El libro más difícil del
Nuevo Testamento es el Apocalipsis (= revelación de lo que va a suceder), escrito
dentro de un determinado género literario (el apocalíptico) que hoy ya no se usa
pero que era muy común en tiempos de Jesús. El mensaje básico del Apocalipsis es
fortalecer la esperanza de los cristianos en tiempos de persecución, destacando
que Dios tiene el control de todas las cosas y que su victoria será total. Pero son
inútiles las especulaciones sobre el fin del mundo, el número de los salvados y la
identificación de los fenómenos descriptos en forma simbólica.
Los fundamentalistas defienden una interpretación literal y estricta de cada
pasaje bíblico. Como reacción a la crítica bíblica, en 1910 dos protestantes
californianos patrocinaron un movimiento para defender "los fundamentos" de la fe
cristiana socavados según ellos por las nuevas interpretaciones. Los
fundamentalistas ignoran la naturaleza misma de la Biblia: su interpretación es
superficial y simplista. El fundamentalismo se encuentra sobre todo en grupos
sectarios e integristas. Es el caso de los Testigos de Jehová cuando por ejemplo no
permiten la transfusión de sangre porque en el Antiguo Testamento se prohibe
tocar y comer la sangre de un ser viviente. La sangre era el signo de la vida y el
sentido de la prohibición era respetar y tutelar la vida. Es justamente lo que
se busca con la transfusión de sangre. Por eso siempre es actual la frase bíblica:
"La letra mata, el Espíritu vivifica" (2Cor 3,6). La Palabra de Dios ha sido expresada
en palabras humanas; se ha encarnado en una determinada época histórica... El
fundamentalismo niega la encarnación de Dios y de Su Palabra.
Nos desconcierta leer en el salmo 58: "el justo gozará viendo la venganza" o
"lavará sus pies en la sangre de los enemigos". Lo que hay que rescatar aquí es la
indignación de Dios y del hombre piadoso frente a la injusticia, su cólera frente a la
infamia... Inclusive el lenguaje truculento de ciertos salmos no se debe a que el
creyente quiera vengarse; en realidad él confía la justicia a Dios, Señor de la
Justicia. "Hay un Dios que hace justicia en la tierra", sigue el salmo 58. Aparte del
lenguaje hiperbólico típico de los orientales, es bueno recordar que el término
"naqam" traducido por "vengar", en realidad significa "restablecer el derecho".
Dios quiere que el pecador se convierta y viva. La "maldición" que cubre varias
páginas de la Biblia tiene el sentido de apremiar la intervención divina.
Hay que recordar por otro lado que antiguamente se adjudicaban a Dios tanto las
cosas buenas como las malas, la enfermedad, la muerte y hasta la peste y las
sequías. Fue Jesús quien nos enseñó que Dios no manda males a nadie, ni estos
son castigos por los pecados. Por lo tanto, hay expresiones que no hay que tomar a
la letra porque son parte de una cosmovisión superada. Dios no "da la muerte y la
vida", no "hunde y levanta", no "castiga los pecados de los padres en los hijos"... Al
mismo tiempo es cierto que en el Antiguo Testamento hay páginas realmente
desconcertantes por su violencia. Hay cientos de pasajes en los que Dios ordena
matar: los patriarcas mataban y despojaban a otros pueblos, incluyendo a mujeres
y niños. La conquista de la tierra prometida fue una invasión acompañada de
masacres.
¿Qué decir frente a las crueldades e inmoralidades de los personajes bíblicos? Hay
que recordar otra vez que Dios ha decidido entrar en la historia humana
adaptándose al primitivismo y a las costumbres de la época, a la libertad del ser
humano. La Biblia es la historia de la paciencia educadora de Dios con hombres
pecadores y "lentos en entender" (Lc 24,25). Es la historia progresiva de la
Revelación de Dios que se adapta a la lentitud, a los límites y al pecado del hombre
para llevarlo de la mano hacia la salvación total en Cristo.
Dios es autor de la Biblia porque eligió a los escritores, los iluminó y los asistió de
tal manera que ellos expresaran fielmente lo que Él quería decir: "Movidos por el
Espíritu Santo, hablaron los hombres de Dios" (1Pe 1,20). Esto se llama
"inspiración". El mensaje de Jesús está en continuidad con el Antiguo Testamento y
al mismo tiempo lo supera y lo cuestiona. El Antiguo Testamento debe ser leído
desde Cristo y el Nuevo Testamento.
Todo esto nos lleva a entender por qué la Iglesia no quiso abolir nunca ningún libro
del Antiguo Testamento. Ya Marción en el siglo segundo había rechazado el
Antiguo Testamento como texto sagrado, porque lo consideraba como expresión de
un Dios salvaje y bárbaro respecto al Dios revelado por Cristo. La Iglesia nunca
aceptó esta postura porque Cristo no quiso abolir el Antiguo Testamento sino
llevarlo a su plenitud (Mt 5,17) y a su plena comprensión ya que el mismo está
lleno de textos estupendos, sobre todo proféticos, en los cuales brillan el amor, el
perdón, la ternura y el universalismo de Dios. La lectura y la meditación del
Antiguo Testamento sigue siendo útil para la vida y la oración de la Iglesia,
como por ejemplo, el rezo diario de los Salmos que se ha perpetuado en la historia.